El camino místico en los Siete valles de Bahá'u'lláh

04.04.2013 10:24

 

La obra magna de ‘Attár es una profunda reflexión sobre el anhelo humano en busca de Dios y el encuentro con Él. Se sirve para ello de un relato simbólico en el que todos los pájaros del mundo, “tanto los que son conocidos como los que son desconocidos”, se reúnen un día, cansados de que su país carezca de un rey al que recurrir en tiempos malos, como aquellos por los que estaban pasando. Inmediatamente entra en escena la abubilla –el mismo pájaro que había servido de guía a Salomón– y les comunica que, pese a que ellos ignoren si tienen un rey, él sabe dónde se encuentra: “Tenemos un legítimo rey, reside detrás del monte Kaf. Su nombre es Simorg (el legendario ave fénix); es el rey de los pájaros. Él está cerca de nosotros y nosotros estamos alejados de él”, les cuenta. Después de la expectación inicial que sus palabras provocan entre los concurridos, comienza un rosario de excusas por parte de las aves, una vez que ya han descubierto los avatares que han de pasar si emprenden el camino para ir en la búsqueda del Soberano. El ruiseñor declara tener suficiente con el amor de la rosa, la cotorra se refugia en su cansancio después de años encerrada en una jaula de hierro, el pavo real confiesa no tener mucha ambición, la perdiz se ha rendido a la belleza de las joyas, y así sucesivamente. Una nueva intervención de la abubilla les despierta definitivamente de su letargo y es así cómo inician la ruta para ver el rostro del Simorg, que es “tan brillante como el sol” y cuya sombra crea a cada instante millares de pájaros: “El pensamiento del Simorg se llevó el reposo de sus corazones; su amor único llenó el corazón de los cien mil pájaros”, escribe ‘Attár.

Después de un interminable rosario de sucesos, imposible de resumir aquí, en la escena final del libro, los treinta pájaros que llegaron vieron miles de soles a cuál más resplandeciente, miles de lunas y estrellas igualmente hermosas. Cuando finalmente el chambelán de la Corte Real hubo retirado, una después de otra, las cien cortinas que daban a la sala, entonces la más viva luz iluminó sus rostros, y fue ahí, junto al trono del Rey, donde se contemplaron a sí mismos en la faz indescriptible del Soberano y supieron que ellos y Simorgh eran uno solo.

Bahá’u’lláh retoma las siete jornadas de ascenso hacia Dios pero con un contenido y sobre todo una conclusión ciertamente diferentes de lo que había hecho ‘Attár www.adimadrid.com/.../080405_navid_mohhabat_los_sie.La primera línea de la obra aclara desde un principio que “este libro trata de los misterios habidos en las etapas de las jornadas conocidas como Los Siete Valles”. Al final de este mismo prefacio se explica que estas jornadas son también conocidas por otros como las Siete Ciudades y se lee: “Afirman ellos que, mientras el caminante no se haya apartado del yo y haya completado estas etapas, no habrá de alcanzar el mar del acercamiento y la unión, ni beber del vino incomparable.” Después de esa aclaración, Bahá’u’lláh se adentra en el primero de los valles o reinos, desentierra su significado íntimo, su sentido real, lo expone a la luz de la nueva revelación, lo dota de un nuevo contenido, y así lo hace sucesivamente con las siete etapas.

El valle de la Búsqueda: las tres condiciones indispensables del buscador en este valle son: 1) La paciencia: “Sin paciencia el viajero en esta jornada no llegará a lugar alguno ni alcanzará ninguna meta”. 2) Debe purificar el corazón de las tradiciones del pasado, la imitación ciega, y dejar a un lado todo aquello que le impida alcanzar “la Ciudad de Dios”. 3) El buscador verdadero no tiene prejuicio alguno, busca en cualquier lugar y habla y comulga con todo hombre y grupo, acaso le muestren indicios del camino que le conduce al Amado.

El Valle del Amor: al entrar en este valle el viajero se consume en el fuego del amor, el cual “devora por completo el producto de la razón”. Pierde la conciencia de sí mismo y de la realidad, y no sabe lo que es la duda ni lo que es la certeza. Si en el valle anterior el viajero cabalgaba el corcel de la paciencia, ahora va montado en el del dolor, “pues sin dolor esta jornada jamás tendrá fin”. Quien ama al Amado soporta sin rechistar toda tribulación en su camino; quien está encadenado en la prisión del amor se ha preparado para cualquier adversidad pues “para el paladar del amante el veneno del amor es más dulce que la miel”.

El Valle del Conocimiento: Después de que el buscador ha sido liberado “de las garras del águila del amor”, entra en este valle o, lo que es lo mismo, evoluciona desde el plano de la incertidumbre, la duda y la vacilación a la planicie de la certidumbre y la convicción. Esta es la etapa del discernimiento, de la razón y la sapiencia. Por conocimiento (‘Ma’rifat) no se refiere a una mera lista de cosas adquiridas a través del aprendizaje, sino un saber profundo, basado en el entendimiento y el conocimiento verdadero e interior.

El Valle de la Unidad: esta es la etapa a la que Bahá’u’lláh dedica una mayor atención en la obra, casi la tercera parte de la misma. No en vano el tema de la unidad de Dios y su creación era uno de los puntos de mayor importancia en el sufismo y había sido tratado extensamente a lo largo de su historia. Bahá’u’lláh rechaza las nociones de panteísmo (creencia según la cual la totalidad del universo es el único Dios) y antropomorfismo (atribuir a la divinidad la figura o las cualidades del ser humano) que habían sustentado algunos de los mayores exponentes de la mística sufí y que se había arraigado en diversas escuelas de la orden. La explicación de Bahá’u’lláh en Los Siete Valles arroja luz sobre las dos doctrinas más controvertidas del sufismo y a las que no era ajeno sin duda Shaykh Muhyi’d-Dín: el monismo existencial (wahdat al-wujúd) promulgado por la escuela de Ibn ‘Arabí y la unidad de percepción (wahdat ash-shuhúd) desarrollado por el místico medieval Simnání. Bahá’u’lláh dice al respecto: “Él (Dios) ha sido desde toda la eternidad libre de los atributos de las criaturas humanas y así permanecerá para siempre. Ningún hombre pudo nunca conocerlo. (…) Él es puro y santificado más allá del entendimiento del sabio.” Por la unidad, que el buscador contempla a lo largo de esta fase, se entiende pues lo siguiente: que todos los objetos de la existencia, todos los seres creados, manifiestan un origen común y son el resultado de una única fuerza de la que proceden, el Creador, y del que están separados. Dios es el sol cuya luz brilla por igual sobre todas las cosas, “mas sobre cada objeto refleja y derrama su generosidad en proporción a la capacidad del objeto.” Hay una unidad fundamental que sustenta la existencia, desde lo más pequeño a lo más grande, desde un átomo a una galaxia, y eso lo percibe el viajero que ha alcanzado esta etapa.

El Valle del Contento: el buscador que ha llegado a este plano irradia felicidad. Toda la pena y el pesar arrastrados a lo largo de las jornadas de búsqueda son dejados atrás, pues a partir de ahora el caminante sólo contempla “la Belleza del Amigo”, que se irradia como una luz brillante reflejada en lo más íntimo de la existencia.

El Valle de la Admiración: a estas alturas el viajero en el sendero que conduce a Dios está absorto en la contemplación de las maravillas de la creación y, conforme va profundizando en los secretos del universo, su asombro va en aumento: “es testigo a cada instante de un asombroso mundo y de una creación nueva, y de maravilla en maravilla queda atónito ante las obras del Señor de la Unidad.”

El Valle de la Verdadera Pobreza y la Nada Absoluta: en este estado ha desaparecido cualquier vestigio de egoísmo. El buscador ha alcanzado, por fin, la condición “de la muerte del yo y la vida en Dios”. Sus ojos presencian únicamente la belleza del Amado: “Sólo aquel que habita este plano o es vivificado por la brisa de este jardín comprende lo que aquí se declara.”

Quisiera finalizar con estas palabras de Bahá’u’lláh reveladas en las últimas páginas de Los Siete Valles: “¡Oh amigo mío! Escucha los cánticos del Espíritu con alma y corazón y atesóralos como si fuesen tus ojos. (…) La nube misericordiosa de Dios riega tan sólo el jardín del alma y derrama sus gracias tan sólo en primavera. (…) ¡Oh hermano! No se encuentran perlas en todo mar, ni florecen rosas, ni gorjea el ruiseñor en cualquier rama. (…) Esforzaos para que, tal vez, podáis aspirar en este mundo mortal la fragancia del inmortal jardín de rosas y habitar bajo la sombra de los moradores de esta ciudad.”

1 Simorgh significa literalmente “los treinta pájaros”.

2 El subtítulo de Los Siete Valles es: “Sobre los misterios de la ascensión hacia Dios el todo Poderoso y el Misericordioso”.

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María del Carmen

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