LA EVOLUCIÓN DE LA INFANCIA. Lloyd deMause

14.11.2013 17:34

La evolución de la infancia
por
 Lloyd deMause


Fuente en español: antipsiquiatria.org  (por cortesía del autor)

Fuente original:
The evolution of childhood" (Chapter 1)
(The Psychohistory Press, Ney York, 1974)
www.psychohistory.com

 


Oís llorar a los niños
Oh, hermanos míos...
The cry of the children (Elizabeth Barrett Browning)


La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales. Nos proponemos aquí recuperar cuanto podamos de la historia de la infancia a partir de los testimonios que han llegado hasta nosotros.

Si los historiadores no han reparado hasta ahora en estos hechos es porque durante mucho tiempo se ha considerado que la historia seria debía estudiar los acontecimientos públicos, no privados. Los historiadores se han centrado tanto en el ruidoso escenario de la historia, con sus fantásticos castillos y sus grandes batallas, que por lo general no han prestado atención a lo que sucedía en los hogares y en el patio de recreo. Y mientras los historiadores suelen buscar en las batallas de ayer las causas de las de hoy, nosotros en cambio nos preguntamos cómo crea cada generación de padres e hijos los problemas que después se plantean en la vida pública.

A primera vista esta falta de interés por la vida de los niños resulta extraña. Los historiadores se han dedicado tradicionalmente a explicar la continuidad y el cambio en el transcurso del tiempo, y desde Platón se ha sabido que la infancia es una de las claves para ello. No se puede decir que fuese Freud quien descubrió la importancia de las relaciones padre-hijo para el cambio social; la frase de san Agustín, “Dadme otras madres y os daré otro mundo”, ha sido repetida por grandes pensadores durante quince siglos sin influir en la historiografía. Por supuesto, a partir de Freud nuestra visión de la infancia ha adquirido una nueva dimensión, y en los últimos cincuenta años el estudio de la infancia ha sido habitual para el psicólogo, el sociólogo y el antropólogo. Sólo está empezando a serlo para el historiador. Esta deliberada evitación exige una explicación.

Los historiadores atribuyen a la escasez de fuentes la falta de estudios serios sobre la infancia. Peter Laslett se pregunta por qué las “masas y masas de niños pequeños están extrañamente ausentes de los testimonios escritos... Hay algo misterioso en el silencio de esas multitudes de niños en brazos, de niños que empiezan a andar y de adolescentes en los relatos que los hombres escribían en la época sobre su propia experiencia... No podemos saber si los padres ayudaban a cuidar a los niños... Nada se sabe aún de lo que los psicólogos llaman control de esfínteres... En realidad, hay que hacer un esfuerzo mental para recordar continuamente que los niños estaban siempre presentes en gran número en el mundo tradicional; casi la mitad de la comunidad viviendo en una situación de semisupresión”. [1] Como señala James Bossard, sociólogo de la familia: “Por desgracia, la historia de la infancia no se ha escrito nunca, y es dudoso que se pueda escribir algún día, debido a la escasez de datos históricos acerca de la infancia”. [2]

Esta convicción es tan firme entre los historiadores que no es de extrañar que el presente libro se iniciara no en la esfera de la historia, sino en la del psicoanálisis aplicado. Hace cinco años yo estaba escribiendo un libro sobre una teoría psicoanalítica del cambio histórico y, al examinar los resultados de medio siglo de psicoanálisis aplicado, me pareció que éste no había llegado a ser una ciencia sobre todo porque no había adquirido carácter evolutivo. Dado que la repetición compulsiva, por definición, no puede explicar el cambio histórico, todos los intentos realizados por Freud, Roheim, Kardiner y otros autores para desarrollar una teoría del cambio acabaron en una estéril polémica del huevo o la gallina sobre si la educación de los niños depende de los rasgos culturales o a la inversa. Se demostró una y otra vez que las prácticas de crianza de los niños son la base de la personalidad adulta; el origen de las mismas sumió en la perplejidad a todos los psicoanalistas que se plantearon la cuestión. [3]

En una comunicación presentada en 1968 a la Association for Applied Psychoanalysis (Asociación de Psicoanálisis Aplicado) esbocé una teoría evolutiva del cambio histórico en las relaciones paternofiliales y propuse que, puesto que los historiadores no habían abordado todavía la tarea de escribir la historia de la infancia, la Asociación patrocinara la labor de un grupo de historiadores que estudiara las fuentes para descubrir las principales etapas de la crianza de los niños en Occidente desde la Antigüedad. Este libro es el resultado de ese proyecto.

La “teoría psicogénica de la historia” esbozada en mi propuesta de proyecto comenzaba con una teoría general del cambio histórico. Su postulado era que la fuerza central del cambio histórico no es la tecnología ni la economía, sino los cambios “psicogénicos” de la personalidad resultantes de interacciones de padres e hijos en sucesivas generaciones. Esta teoría entrañaba varias hipótesis, sujetas cada una de ellas a confirmación o refutación con arreglo a los datos históricos empíricos:

  1. La evolución de las relaciones paternofiliales constituye una causa independiente del cambio histórico. El origen de esta evolución se halla en la capacidad de sucesivas generaciones de padres para regresar a la edad psíquica de sus hijos y pasar por las ansiedades de esa edad en mejores condiciones esta segunda vez que en su propia infancia. Este proceso es similar al del psicoanálisis, que implica también un regreso y una segunda oportunidad de afrontar las ansiedades de la infancia.  
     
  2. Esta presión generacional” a favor del cambio psíquico no sólo es espontánea, originándose en la necesidad del adulto de regresar y en el esfuerzo del niño por establecer relaciones, sino que además se produce independientemente del cambio social y tecnológico. Por lo tanto, puede darse incluso en periodos de estancamiento social y tecnológico.  
     
  3. La historia de la infancia es una serie de aproximaciones entre adulto y niño en la que cada acortamiento de la distancia psíquica provoca nueva ansiedad. La reducción de esta ansiedad del adulto es la fuente principal de las prácticas de crianza de los niños de cada época.  
     
  4. El complemento de la hipótesis de que la historia supone una mejora general de la puericultura es que cuanto más se retrocede en el tiempo menos eficacia muestran los padres en la satisfacción de las necesidades de desarrollo del niño. Esto quiere decir por ejemplo, que si en Estados Unidos hay actualmente menos de un millón de niños maltratados, [4] habría un momento histórico en que la mayoría de los niños eran maltratados, según el significado que hoy damos a este término.  
     
  5. Dado que la estructura psíquica ha de transmitirse siempre de generación en generación a través del estrecho conducto de la infancia, las prácticas de crianza de los niños de una sociedad no son simplemente uno entre otros rasgos culturales. Son la condición misma de la transmisión y desarrollo de todos los demás elementos culturales e imponen límites concretos a lo que se puede lograr en todas las demás esferas de la historia. Para que se mantengan determinados rasgos culturales se han de dar determinadas experiencias infantiles, y una vez que esa experiencia ya no se dan, los rasgos desaparecen.

Ahora bien, es evidente que una teoría psicológica evolutiva tan ambiciosa como ésta no puede someterse a prueba realmente en un solo libro, y en éste nos hemos fijado el objetivo, más modesto, de reconstruir a partir de los datos disponibles la situación de un hijo y de un padre en otras épocas. Los testimonios que pueda haber de la existencia de pautas evolutivas reales de la infancia en el pasado sólo aparecerán cuando expongamos la historia fragmentaria y a menudo confusa que hemos descubierto de la vida de los niños en Occidente durante los últimos 2,000 años.

 

OBRAS ANTERIORES SOBRE LOS NIÑOS EN LA HISTORIA

Aunque yo creo que éste es el primer libro en que se examina seriamente la historia de la infancia en Occidente, es innegable que los historiadores vienen escribiendo desde hace algún tiempo sobre los niños en épocas pasadas. [5] Pero, aún así, pienso que el estudio de la historia de la infancia está en sus comienzos, pues la mayor parte de esas obras dan una visión deformada de los hechos de la infancia en los periodos que abarcan. Los biógrafos oficiales son los peores enemigos; la infancia resulta generalmente idealizada y son muy pocos los biógrafos que dan información útil acerca de los primeros años de la vida del personaje de que se trate. Los sociólogos de la historia se las arreglan para formular teorías explicativas de los cambios en la infancia sin molestarse jamás en estudiar una sola familia, del pasado o del presente. [6] Los historiadores de la literatura, tomando los libros por la vida, pintan un cuadro novelesco de la infancia, como si se pudiera saber lo que realmente ocurría en el hogar norteamericano leyendo Tom Sawyer. [7]

Pero es el historiador de la sociedad, cuya tarea consiste en desentrañar la realidad de las condiciones sociales de otras épocas, el que más enérgicamente se defiende contra los hechos que pone de manifiesto. [8] Cuando un historiador de la sociedad comprueba la existencia del infanticidio generalizado lo declara “admirable y humano”. [9] Cuando otro habla de las madres que pegaban sistemáticamente con palos a sus hijos cuando aún estaban en la cuna, comenta, sin prueba alguna, que “si su disciplina era dura, también era regular y justa y estaba informada por la bondad”. [10] Cuando un tercero se tropieza con madres que metían a sus hijos en agua helada cada mañana para “fortalecerlos”, práctica que ocasionaba la muerte de los niños, dice que “su crueldad no era intencional” sino que simplemente “habían leído a Rousseau y a Locke”. [11] Al historiador de la sociedad todas las prácticas de otras épocas le parecen buenas. Cuando Laslett comprueba que había padres que enviaban normalmente a sus hijos, a la edad de siete años, a otras casas para servir en ellas como criados, tomando a su vez otros sirvientes-niños, dice que en realidad lo que les movía era el afecto, pues ello “indica que quizá los padres no quisieran someter a sus propios hijos a la disciplina del trabajo en el hogar”. [12] Tras reconocer que la costumbre de azotar a los niños con diversos instrumentos “en la escuela y en el hogar parece haber sido tan común en el siglo XVII como lo fue posteriormente” William Sloan se siente obligado a añadir que “los niños, entonces como después, a veces merecen ser azotados”. [13] Cuando Philippe Ariès acumulaba tantos testimonios de abusos sexuales manifiestos cometidos con los niños que admite que “jugar con los genitales de los niños formaba parte de una tradición generalizada”, [14] pasa a describir una escena “tradicional”, en un tren, en la que un extraño se lanza sobre un niño “hurgando brutalmente con la mano dentro de la bragueta del niño” mientras el padre sonríe, y termina diciendo: “Se trataba únicamente de un juego cuyo carácter escabroso debemos cuidar de no exagerar”. [15] Hay masas de datos ocultos, deformados, suavizados u olvidados. Se resta importancia a los primeros años del niño, se estudia interminablemente el contenido formal de la educación y se elude el contenido emocional haciendo hincapié en la legislación sobre los niños y dejando a un lado el hogar. Y si, por naturaleza del libro, es imposible pasar por alto hechos desagradables que aparecen por todas partes, se inventa la teoría de que “los padres buenos no dejan huellas en los testimonios escritos”. Cuando, por ejemplo, Alan Valentine examina 600 años de cartas de padres a hijos y entre 126 padres no puede hallar uno solo que no sea insensible, moralista y absolutamente egocéntrico, llega a la siguiente conclusión:

“Sin duda, un número infinito de padres habrán escrito a sus hijos cartas que nos alentarían y conmoverán si pudiéramos encontrarlas. Los padres más felices no dejan historia, y son los hombres que no se comportan demasiado bien con sus hijos los que suelen escribir las desconsoladoras cartas que han llegado hasta nosotros”. [16] De igual modo, Anna Burr, que ha estudiado 250 autobiografías, señala que no hay recuerdos felices de la infancia, pero evita cuidadosamente extraer conclusiones. [17]

De todos los libros sobre la infancia en otras épocas, el mejor conocido es quizá el de Philippe Ariès, Centuries of Childbood (Siglos de infancia). Un historiador ha señalado la frecuencia con que es “citado como las Sagradas Escrituras”. [18] La tesis central de Ariès es la opuesta a la mía: él sostiene que el niño tradicional era feliz porque podía mezclarse libremente con personas de diversas clases y edades y que en los comienzos de la época moderna se “inventó” un estado especial llamado infancia que dio origen a una concepción tiránica de la familia que destruyó la amistad y sociabilidad y privó a los niños de libertad, imponiéndoles por vez primera la férula y la celda carcelaria.

Para demostrar esta tesis Ariès utiliza dos argumentos principales. Dice primero que en la Alta Edad Media no existía el concepto de infancia. “El arte medieval anterior al siglo XII desconocía la infancia o no intentaba representarla” porque los artistas eran “incapaces de pintar un niño salvo como hombre en menor escala”. [19] Esto supone no sólo dejar en el limbo el arte de la Antigüedad sino hacer caso omiso de abundantes pruebas de que los artistas medievales sabían ciertamente pintar niños con realismo. [20] El argumento etimológico que emplea Ariès para demostrar el desconocimiento del concepto de infancia en cuanto tal es igualmente insostenible. [21] En todo caso, la idea de la invención de la infancia es tan confusa que resulta extraño que la hayan recogido últimamente tantos historiadores. [22] El segundo argumento de Ariès a saber, que la familia moderna limita la libertad del niño y aumenta la severidad de los castigos, está en contradicción con todos los datos.

Mucho más fiables que el de Ariès son cuatro libros, de los cuales sólo uno ha sido escrito por un historiador profesional: The Child in Human Progress (El niño en el progreso de la humanidad) de George Payne, The Angel Makers (Los creadores de ángeles) de G. Rattray Taylor, Parents and Children in History (Padres e hijos en la historia) de David Hunt, y The Emotionally Disturbed Child: Then and Now (El niño con problemas afectivos, entonces y ahora) de Louise Despert. Payne, cuyo libro, publicado en 1916, fue el primero que estudió la frecuencia del infanticidio y de la brutalidad con respecto a los niños en la historia, en particular en la Antigüedad. El libro de Taylor, muy documentado, es una interpretación psicoanalítica compleja del tema de la infancia y la personalidad en la Inglaterra del siglo XVII. Hunt, al igual que Ariès, se centró fundamentalmente en ese documento del siglo XVII, único en su género, que es el diario de Héroard sobre la infancia de Luis XIII, pero lo hace con gran sensibilidad psicológica y con conciencia de las implicaciones psicohistóricas de sus conclusiones. Y Despert compara, desde el punto de vista psiquiátrico, los malos tratos infligidos a los niños en el pasado y en el presente, estudiando la gama de actitudes emocionales hacia los niños desde la Antigüedad, y expresa su creciente horror a medida que va descubriendo pruebas de una implacable “crueldad y dureza de corazón”. [23]

Sin embargo, pese a estos cuatro libros, la cuestiones fundamentales de la historia comparada de la infancia no se han planteado todavía, y mucho menos resuelto. En las dos secciones siguientes de este capítulo examinaré algunos de los principios psicológicos que se aplicaban a las relaciones adulto-niño en el pasado. Los ejemplos que utilizo, aunque no dejan de ser típicos de la vida del niño en otros tiempos, no están tomados por igual de todas las épocas, sino elegidos como manifestaciones más claras de los principios psicológicos descritos. Será en las tres secciones ulteriores, en las que ofreceré una visión general de la historia del infanticidio, el abandono, enviar niños a amas de cría, la envoltura de bebés con fajas, las palizas y los abusos sexuales, donde empezaré a examinar hasta qué punto estaban generalizadas tales prácticas en cada periodo.

 

PRINCIPIOS PSICOLÓGICOS DE LA HISTORIA DE LA INFANCIA:
REACCIONES PROYECTIVAS Y DE INVERSIÓN

Al estudiar la infancia a través de muchas generaciones, es de suma importancia centrarse en los momentos que más influyen en la psique de la siguiente generación. Esto significa, ante todo, lo que sucede cuando un adulto se halla ante un niño que necesita algo. El adulto dispone, a mi juicio, de tres reacciones: (1) Puede utilizar al niño como vehículo para la proyección de los contenidos de su propio inconsciente: reacción proyectiva; (2) puede utilizar al niño como sustituto de una figura adulta importante en su propia infancia: reacción de inversión; o (3) puede experimentar empatía respecto a las necesidades del niño y actuar para satisfacerlas: reacción empática.

La reacción proyectiva es bien conocida por los psicoanalistas, que le aplican términos que van desde “proyección” a “identificación proyectiva”: una forma más concreta e incisiva de descargar sentimientos en otros. El psicoanalista, por ejemplo, está muy acostumbrado a que se le utilice como “recipiente” [24] de las proyecciones masivas del paciente. Este ser usados como vehículos de proyecciones era lo que les solía ocurrir a los niños en otras épocas.

De igual modo, la reacción de inversión es conocida por quienes han estudiado a los padres que pegan a sus hijos. [25] Los hijos existen únicamente para satisfacer las necesidades de los padres, y es casi siempre el hecho de que el niño-como-padre no demuestre cariño lo que provoca la paliza. Con palabras de una madre que pegaba a sus hijos: “Nunca me he sentido amada en toda mi vida. Cuando el niño nació pensé que me querría. Cuando lloraba, su llanto indicaba que no me quería. Por eso le pegaba”.

La tercera expresión, reacción empática, se emplea aquí en un sentido más restringido que el que tiene en el diccionario. Es la capacidad del adulto para situarse en el nivel de la necesidad de un niño e identificarla correctamente sin mezclar las proyecciones propias del adulto. Este ha de ser capaz de mantenerse a distancia suficiente de la necesidad para poder satisfacerla. Es una capacidad idéntica al uso del inconsciente del psicoanalista llamado “atención flotante” o, como lo llama Theodor Reik, “el tercer oído”. [26]

Las reacciones proyectiva y de inversión se daban a veces simultáneamente en los padres, produciendo un efecto que yo denomino “doble imagen”: se veía al niño como un ser lleno de los deseos, hostilidades y pensamientos sexuales proyectados del adulto y al mismo tiempo como figura del padre o de la madre, esto es, malo y bueno a la vez. Además cuanto más se retrocede en la historia, más “concreción” o reificación se halla en estas reacciones proyectivas y de inversión, lo que origina actitudes cada vez más extrañas hacia los niños, semejantes a las de los padres contemporáneos de niños apaleados y esquizofrénicos.

La primera expresión de estos conceptos estrechamente entrelazados que vamos a examinar corresponde a una escena del pasado entre niño y adulto. La escena se desarrolla en el año 1739 y el niño, Nicholas, tiene cuatro años. Se trata de un incidente que él recuerda y que le ha sido confirmado por su madre. Su abuelo, que le ha prestado mucha atención durante los últimos días, decide que tiene que “probarlo” y le dice: “Nicholas, hijo mío, tienes muchos defectos que afligen a tu madre. Ella es mi hija y siempre me ha complacido; obedéceme tú también y corrígelos o te azotaré como se azota a un perro para que aprenda”. Nicholas, furioso ante la traición de “una persona que ha sido tan buena conmigo”, arroja sus juguetes al fuego. El abuelo parece contento.

“Nicholas... Lo dije para probarte. ¿Crees de verdad que un abuelo, que ha sido tan bondadoso contigo ayer y anteayer podría tratarte hoy como a un perro? Yo pensaba que tú eras inteligente...” “No soy un animal como un perro.” “No, pero no eres tan listo como yo creía; de lo contrario habrías comprendido que estaba bromeando. No era más que una broma... Ven acá” Me eché en sus brazos. “Eso no es todo”, continuó él, “quiero que hagas las paces con tu madre; está apenada, profundamente apenada por tu culpa... Nicholas, tu padre te quiere, ¿le quieres tú a él?” “¡Sí abuelo!” “Suponte que estuviera en peligro y que para salvarle fuera necesario que pusieras la mano en el fuego, ¿lo harías? ¡La pondrías... allí, si fuera necesario?” “¡Sí, abuelo!” “¿Y por mí?” “¿Por ti?... Sí, sí” “¿Y por tu madre?” “¿Por mamá? ¡Las dos manos, las dos!” “¡Ya veremos si dices la verdad, pues tu madre está muy necesitada de tu ayuda! Si la quieres, tienes que demostrarlo.” Yo no dije nada, pero pensando en todo lo que se había dicho, me dirigí a la chimenea y, mientras ellos se hacían señas, puse la mano derecha en el fuego. El dolor me arrancó un quejido. [27]

Lo que hace que esta escena sea tan típica de la interacción adulto-niño en otras épocas es la existencia de tantas actitudes contradictorias por parte del adulto sin la menor resolución. El niño es amado y odiado, recompensado y castigado, malo y bueno, todo al mismo tiempo. Huelga decir que esto pone al niño en un “doble enlace” de señales contradictorias (que según Bateson y otros autores son la base de la esquizofrenia). [28] Pero las propias señales contradictorias provienen de los adultos que se esfuerzan en demostrar que el niño es a la vez muy malo (reacción proyectiva) y muy bueno (reacción de inversión). Es función del niño reducir las ansiedades apremiantes del adulto; el niño actúa como defensa del adulto.

Son también las reacciones proyectivas y de inversión las que hacen imposible la culpabilidad en los casos de fuertes palizas tan frecuentes en los testimonios históricos. No es el niño real el objeto de los golpes. Es más bien la proyección del adulto (“¡Mírala, qué ojos pone! ¡Así es como se gana a los hombres, es una perfecta coqueta!, dice una madre de su hija de dos años después de zurrarle). O un producto de la inversión (“Se crece el amo, todo el tiempo tratando de imponerse. ¡Pero le he demostrado quién es el que manda aquí!” dice un padre de su hijo de nueve meses al que le ha roto la cabeza). [29] Muchas veces se puede captar en las fuentes históricas la fusión de golpeador y golpeado, y por consiguiente la falta de sentimiento de culpabilidad. Un padre norteamericano (1830) cuenta como dio azotes a su hijo de cuatro años porque no supo leer algo. El niño es atado, desnudo, en el sótano:

"Con él en ese estado, y yo, mi querida esposa y señora de mi familia, todos acongojados y con el corazón en un puño, empecé a dar azotes... Durante esta tarea sumamente desagradable, sacrificada y enojosa, hice frecuentes interrupciones, mandando y tratando de persuadir, silenciando excusas, respondiendo a objeciones... Sentía toda la fuerza de la autoridad divina y orden expresa como no la he sentido en ninguna circunstancia en toda mi vida... Pero bajo la poderosa influencia del grado de airada pasión y obstinación que mi hijo había manifestado no es extraño que él pensara que “había de ganarme la partida”, débil y trémulo como yo estaba, y sabiendo como sabía él que pegarle me hacía sufrir. En aquellos momentos no podía compadecerse de mí ni de sí mismo”. [30]

Es este cuadro que refleja la fusión de padre e hijo, en la que el padre se queja de que es él el que sufre y merece compasión, el que encontramos cuando nos preguntamos cómo podían estar tan generalizadas las palizas en otros tiempos. Cuando un pedagogo del Renacimiento dice que al pegar al niño hay que decirle que “aplicáis el castigo en contra de vuestro sentir, por imperativos de la conciencia, y requerirle que no os vuelva a causar tanto dolor y esfuerzo; pues si lo hace debe compartir el dolor con vosotros y tener así experiencias y prueba de que es doloroso para ambos”, no es fácil dejar de advertir la fusión y considerar equivocadamente que se trata de hipocresía. [31]

En realidad, el padre ve al niño tan lleno de porciones de sí mismo que incluso los accidentes reales que sufre el niño son considerados como daños para el padre. La hija de Corton Mather, Nanny, cae en el fuego sufriendo graves quemaduras, y el padre exclama: “¡Ay, por mis pecados el justo Dios arroja a mi hija al fuego!” [32] Trata de recordar las malas acciones que haya podido cometer últimamente, pero como cree que es él el castigado no puede sentir culpabilidad con respecto a su hija (por ejemplo, por dejarla sola) ni tomar medidas correctivas. Poco después otras dos hijas sufren también graves quemaduras. Su reacción consiste en predicar un sermón sobre “El uso que los padre deben hacer de los desastres que les ocurren a sus hijos”.

Este asunto de los “accidentes” de los niños no debe tomarse a la ligera pues encierra la clave de las deficiencias del comportamiento de los adultos como padres. Dejando aparte los deseos de muerte, de los que hablaremos más adelante, si ocurrían muchos accidentes era porque a los niños se les dejaba solos muy a menudos. Nibby, la hija de Mather, habría muerto abrasada de no ser por “una persona que pasaba en ese momento por delante de la ventana”, pues no había allí nadie que pudiera oír sus gritos. [33] También es típico este suceso acaecido en Boston en la época colonial:

"Después de cenar, la madre acostó a los dos niños en el cuarto donde ellos mismos dormían y fueron a visitar a un vecino. Cuando regresaron... la madre se acercó a la cama, viendo que su hija menor, una niña de unos cinco años, no estaba allí; y después de mucho buscarla la encontró ahogada en un pozo en el sótano". [34]

El padre atribuye el accidente al hecho de que él había trabajado en un día de fiesta. Lo importante no es únicamente que fuera común hasta el siglo XX la costumbre de dejar solos a los niños. Más importante aún es que los padres no puedan ocuparse de prevenir los accidentes al no haber sentimiento de culpa, dado que consideran que el objeto del castigo son sus propias proyecciones de adultos. Quienes así manejan sus proyecciones no inventan sistemas de seguridad y en muchos casos ni siquiera se cuidan de que sus hijos reciban la más mínima atención. Su proyección, por desgracia, asegura la repetición.

La utilización del niño como “recipiente” para las proyecciones del adulto subyace a la idea del pecado original, y durante ochocientos años los adultos estuvieron generalmente de acuerdo en que, como dice Richard Allestre (1676): “el recién nacido está mancillado y corrompido por el pecado que hereda de nuestros primeros padres a través de nuestra carne”. [35] El bautismo solía incluir el exorcismo del demonio, y la creencia de que el niño que lloraba al ser bautizado dejaba salir de sí al demonio persistió durante mucho tiempo después de la supresión formal del exorcismo en la Reforma. [36] Incluso cuando la religión formal no hacía hincapié en el demonio, estaba allí. He aquí una escena del siglo XIX en la que un judío polaco imparte su enseñanza:

  "Los sufrimientos de la pequeña víctima que temblaba y solía administrar los azotes fríamente, despacio, pausadamente... ordenaba al muchacho que se desnudara y se echara en el banco... y empezaba a manejar vigorosamente la correas de cuero... “En toda persona hay un espíritu bueno y un espíritu malo. El espíritu bueno tiene su propia morada, que es la cabeza. También la tiene el espíritu malo, y ahí es donde recibes los azotes”. [37]

El niño estaba tan cargado de proyecciones que muchas veces se exponía a ser considerado un engendro si lloraba demasiado o tenía otras exigencias. Hay una abundante literatura sobre el robo de niños y su sustitución por engendros. [38] Pero no siempre se advierte que no sólo se mataba a los niños deformes considerados suplantadores de los niños normales robados; sino también a los que, como dice san Agustín, “están poseídos por un demonio... sometidos al poder del Diablo... algunos niños mueren en esa situación”. [39] Algunos Padres de la Iglesia declararon que si un niño pequeño simplemente lloraba cometía un pecado. [40] Sprenger y Krämer, en su biblia de la caza de brujas, Malleus Maleficarum (1487), sostienen que esos engendros con que los espíritus sustituyen a los niños robados se reconocen porque “siempre gritan en la forma más lastimera, y aunque se pongan a amamantarlos cuatro o cinco mujeres nunca crecen”. Lutero está de acuerdo: “Es cierto: es frecuente que tomen a los niños recién nacidos y se pongan en su lugar, y son más aborrecibles que diez niños con sus excrementos, su avidez y sus gritos”. [41] Guibert de Nogent, autor del siglo XII, considera santa a su madre porque soporta el llanto de un niño que ha adoptado:

"El niño molestaba tanto a mi padre y a todos sus sirvientes con la intensidad de su llanto y sus gemidos durante la noche —aunque de día era muy bueno, jugando unos ratos y otros durmiendo—, que cualquiera que durmiera en la misma habitación difícilmente podía conciliar el sueño. He oído decir a la niñeras que tomaba mi madre que, noche tras noche, no podían dejar de mover el sonajero del niño, tan malo era, y no por su culpa, sino por el demonio que tenía en su interior y que las artes de una mujer no lograron sacarle. La santa señora padecía fuertes dolores, en medio de sus agudos chillidos, no había ningún remedio que aliviara su dolor de cabeza... Sin embargo, nunca echó de su casa al niño". [42]

La creencia de que los niños estaban a punto de convertirse en seres absolutamente malvados es una de las razones por las que se les ataba o se les empañaba, bien apretados en fajas, por tanto tiempo. Se percibe la idea latente en ese pasaje de Bartholomaeus Anglicus (alrededor de 1230): “Y por su blandura las piernas del niño pueden fácilmente y muy pronto arquearse y curvarse y tomar diversas formas. Y por ello los miembros y piernas de los niños se sujetan con vendas y otras trabas adecuadas a fin de que no se tuerzan ni se deformen”. [43] Se faja al niño por estar lleno de las proyecciones peligrosas y perniciosas de los padres. Las razones dadas para justificar la envoltura en vendas o fajas en otras épocas son las mismas que dan hoy quienes la practican en Europa oriental: Hay que sujetar al niño porque si no se arrancaría las orejas, se sacaría los ojos, se rompería la piernas o se tocaría los genitales. [44] Como veremos enseguida en la sección relativa al fajado y a las restricciones, esto supone en muchos casos ponerle al niño toda clase de fajas y corsés, fijarle tablas de sujeción y cuerda e incluso atarle a sillas para impedir que se arrastre por el suelo “como un animal”.

Ahora bien, si los adultos proyectan todos sus sentimientos inadmisibles en el niño, es evidente que se han de tomar medidas radicales para mantener controlado a este peligroso “niño-recipiente” cuando la bandas y ataduras ya no sirven. Más adelante examinaré diversos métodos de control utilizados por los padres a lo largo de los siglos, pero quiero hablar aquí de uno de esos procedimientos —asustar al niño con los espíritus o fantasmas— para analizar su carácter proyectivo.

Las figuras fantasmales utilizadas para asustar a los niños a lo largo de la historia son legión y los adultos recurrían a ellas sistemáticamente hasta hace muy poco. Los antiguos tenían a Lamia y Striga, quienes, al igual que su prototipo hebreo Lilith, se comían a los niños crudos y que, junto con Mormo, Canida, Poine, Sybaris, Acco, Empusa, Gorgona y Efialtes, fueron “inventados en beneficio de un niño, para que fuera menos imprudente e ingobernable” según Dión Crisóstomo. [45] La mayoría de los antiguos estaban de acuerdo en que era muy conveniente mantener siempre presentes las imágenes de estas brujas ante los niños para hacerles sentir el terror de que por la noche acudieran los espíritus para raptarlos, comérselos, hacerlos pedazos y chuparles la sangre o la médula de los huesos. En la Edad Media, naturalmente pasaron a primer plano las brujas y los demonios, y, de cuando en cuando, aparecía algún judío que cortaba el cuello a los niños, junto con multitud de monstruos y fantasmas “como aquellos con que las niñeras se complacen en aterrorizarlos”. [46] Después de la Reforma, el propio Dios “que te sostiene sobre el abismo del infierno, como se sostiene a una araña o a un insecto repulsivo sobre el fuego”, [47] fue la principal figura utilizada como fantasma para asustar a los niños, y se escribieron opúsculos en lenguaje infantil en los que se describían las torturas que Dios les tenía en el infierno: “El niño está en ese horno al rojo. Escucha cómo grita queriendo salir... Patalea con sus piececitos en el suelo”. [48]

Cuando la religión dejó de ser el foco de atracción de la campaña de terror, se utilizaron figuras más próximas al hogar: el hombre lobo te tragará, Barba Azul te hará picadillo, Boney (Bonaparte) te comerá, el coco o el deshollinador te llevará por la noche. [49] Estas prácticas no empezaron a cuestionarse hasta el siglo XIX. Un padre inglés decía en 1810 que “la costumbre otrora frecuente de aterrorizar a los niños con cuentos de fantasmas es hoy universalmente reprobada, a consecuencia del aumento del buen sentido nacional. Pero para muchas personas que aún viven, el miedo a los seres sobrenaturales o a la oscuridad figuran entre los verdaderos sufrimientos de la infancia”. [50] No obstante, incluso hoy, en muchas aldeas de Europa, los padres siguen amenazando a sus hijos con el loup-garou (hombre lobo), el barbu (el barbudo) o el ramoneur (el deshollinador), o les dicen que les llevarán al sótano para que se los coman las ratas. [51]

Esta necesidad de personificar figuras punitivas era tan poderosa que en base al principio de “concreción” los adultos llegaban a confeccionar máscaras para asustar a los niños. Un autor inglés, en 1748, explicando cómo el terror tenía su origen en las niñeras que asustaban a los niños con cuentos de “cabezas pelada y huesos ensangrentados”, decía así:

"La niñera quiere aquietar al irritante niño y con tal fin compone una figura extraña, la hace entrar y rugir y chillarle al niño en un tono áspero y desagradable que hiere los tiernos órganos del oído, dando la impresión al mismo tiempo, por sus gestos y su proximidad de que fuera a tragárselo." [52]

Estas figuras alarmantes eran también las preferidas de las niñeras que deseaban mantener a los niños en la cama mientras ellas salían de noche. Susan Sibbald recordaba a los fantasmas como un elemento real de su infancia, en el siglo XVIII:

"Los fantasmas haciendo su aparición eran un suceso muy frecuente... Recuerdo perfectamente una noche en que las dos niñeras de Fowey querían salir... nos quedamos callados al oír los más lúgubres quejidos y chirridos al otro lado del tabique, junto a la escalera. La puerta se abrió de par en par y, ¡oh, horror!, entró un personaje, alto y vestido de blanco, que parecía echar fuego por los ojos, la nariz y la boca. Nosotros estuvimos a punto de sufrir un ataque y nos sentimos mal durante varios días, pero no nos atrevíamos a contarlo". [53]

Los niños a los que se aterrorizaba no siempre eran tan mayores como Susan y Betsey. En 1882, una madre norteamericana cuenta el caso de una niña de dos años hija de una amiga suya, cuya niñera, queriendo divertirse por la tarde con las demás sirvientas mientras los padres estaban fuera, tomó medida para no ser molestada diciéndole a la niña que:

Un horrible fantasma estaba escondido en la habitación para cogerla en el momento en que se levantara de la cama o hiciera el menor ruido... para estar doblemente segura de no ser molestada durante la velada. Hizo un gran muñeco con aspecto de fantasma, con unos ojos de mirada aterradora y una boca enorme y lo colocó a los pies de la cama donde la inocente niña estaba profundamente dormida. Cuando acabó la velada en el cuarto de los sirvientes, la niñera volvió a su puesto. Abriendo la puerta silenciosamente vio a la niña sentada en la cama, los ojos clavados, en el paroxismo del terror, en el espantoso monstruo que se hallaba ante ella, y agarrándose con las manos crispadas sus rubios cabellos. ¡Estaba muerta! [54]

Hay algunas pruebas de que el uso de esas máscaras para asustar a los niños se remonta a la Antigüedad. [55] El tema del miedo de los niños a las máscaras es uno de los preferidos de los artistas, desde los frescos romanos hasta los grabados de Jacques Stella (1657). Pero, dado que estos acontecimientos traumáticos en épocas remotas eran sometidos a la más profunda represión, no he podido determinar sus formas antiguas precisas.



Ilustración 1
Niños jugando con máscaras de terror
(Jacques Stella, 1657}

Dión Crisóstomo decía que “mediante imágenes aterradoras se disuade a los niños cuando quieren comer o jugar o cualquier otra cosa inoportunamente”, y se discutían las teorías sobre su uso más eficaz: “Yo creo que cada muchacho tiene miedo de algún demonio o duende propio y suele asustarse cuando se le evoca; por supuesto, los niños que son naturalmente medrosos gritan sea cual sea el objeto utilizado para asustarlos”. [56]

Ahora bien, si se aterroriza a los niños con figuras enmascaradas cuando simplemente lloran, quieren comer o quieren jugar, la magnitud de la proyección y la necesidad de controlarla por parte del adulto ha alcanzado proporciones enormes que sólo se encuentran hoy en los adultos claramente psicóticos. Todavía no se puede determinar con exactitud la frecuencia del empleo de estas figuras concretas en otros tiempos, aunque se hablaba de ellas como de algo común. Se puede demostrar que muchas formas eran habituales. Por ejemplo, en Alemania hasta hace poco aparecían en las tiendas en vísperas de Navidad mazos de ramas de retama, atados en el centro, formando una escobilla rígida en ambos extremos. Estos mazos se utilizaban para azotar a los niños. Durante la primera semana de diciembre los adultos se ponían disfraces pavorosos y pretendían ser un mensajero de Cristo, llamado Pelz-nickel, que castigaba a los niños y les decía si iban a recibir regalos de Navidad o no. [57]

Sólo cuando se ve la lucha en que se debaten los padres para abandonar esta costumbre de concretar imágenes terroríficas se pone de manifiesto la fuerza de la necesidad de hacerlo así. Uno de los primeros defensores de la infancia en la Alemania del siglo XIX fue Jean Paul Richter. En su libro titulado levanna, que gozó de gran popularidad, censuró a los padres que dominaban a sus hijos mediante “imágenes de terror”, sosteniendo que la medicina aportaba pruebas de que “con frecuencia eran víctimas de la locura”. Sin embargo, el impulso de repetir los traumas de su propia infancia era tan fuerte que se vio obligado a inventar versiones más moderadas para su propio hijo:

"Como a una persona sólo se la puede atemorizar una vez con la misma cosa, yo creo que es posible dispensar a los niños de la realidad mediante representaciones fingidas de circunstancias alarmantes. Por ejemplo: voy a pasear con mi pequeño Paul, de nueve años de edad, por el corazón del bosque. De repente aparecen y caen sobre nosotros tres bandidos teñidos de negro y armados, a los que yo he contratado el día antes para la aventura mediante una recompensa. Nosotros dos sólo llevamos bastones, pero la banda de ladrones lleva espadas y una pistola descargada... Yo desvío la pistola para que no pueda alcanzarme y le quito el puñal de la mano a uno de los bandidos con mi bastón... Pero (añado en esta segunda edición) todos estos juegos son de dudosa utilidad... aunque puñales y disfraces similares... podrían emplearse provechosamente por la noche con el fin de sacar a la luz de la vida cotidiana las fantasías inspiradas por la creencia en los espíritus." [58]

Hay otro sector de concreción de esta necesidad de aterrorizar a los niños que implica el uso de cadáveres. Son conocidas de muchos las escenas de la novela de la Sra. Sherwood, History of the fairchild Family, [59] en las que se lleva a los niños a visitar el lugar donde se exponía a los ajusticiados para inspeccionar los cadáveres de los ahorcados que se pudrían allí mientras se les contaban relatos moralizantes. Lo que no siempre se tiene en cuenta es que esas escenas estaban tomadas de la vida real y constituían una importante parte de la infancia en la época. Era costumbre sacar a los niños de la escuela para llevarlos a presenciar ejecuciones y los padres solían llevarlos a tales espectáculos azotándolos después al regresar a casa para que recordaran lo que habían visto. [60] Incluso un educador humanista como Mafio Vegio, que escribió libros para protestar contra la práctica de apalear a los niños, hubo de admitir que “dejarles que presencien una ejecución pública, en ocasiones no es ni mucho menos una mala cosa”. [61]

El efecto que esta continua contemplación de cadáveres tenía sobre los niños era, naturalmente, muy grave. Una niña, a la que su madre le había mostrado como ejemplo el cadáver de un amiguito suyo de nueve años que acababa de morir, iba de un sitio a otro diciendo: “Pondrán a la hija en el agujero, y ¿qué hará mamá?” [62] Otro niño se despertaba por la noche gritando después de haber visto ejecuciones en la horca y “practicó ahorcando a su gato”. [63] Harriet Spencer, de once años, escribió en su diario que veía cadáveres por todas partes, en la picota y descoyuntados en el potro. Su padre le había llevado a ver centenares de cadáveres que habían sido desenterrados para hacer sitio para otros.

"Papá dice que es estúpido y supersticioso tener miedo de ver cadáveres, así que bajé detrás de él por una escalera oscura, estrecha y empinada que daba vueltas y más vueltas, hasta que abrieron una puerta que daba a una gran caverna. Estaba iluminada por una lámpara que colgaba del centro, y el fraile llevaba una antorcha en la mano. Al principio no veía nada y cuando pude ver apenas me atrevía a mirar, pues por todos lados había espantosas figuras negras, unas haciendo muecas, otras señalándonos a nosotros, o con gesto de dolor, en todas las posturas y tan horribles que o estaba a punto de gritar y creía que todas se movían. Cuando papá vio lo incómoda que me sentía no se enfadó, sino que estuvo muy cariñoso y dijo que debía dominarme y acercarme a tocar a uno de ellos, lo cual fue muy desagradable. Tenía la piel de color marrón oscuro y muy seca sobre los huesos, y dura al tacto, como de mármol". [64]

Esta escena del cariñoso padre ayudando a su hija a vencer el miedo a los cadáveres es un ejemplo de lo que llamo “atención proyectiva”, para distinguirla de la verdadera atención empática que es el resultado de la reacción empática. La atención proyectiva requiere siempre como primer paso la proyección del inconsciente del adulto en el niño, y puede distinguirse de la atención empática porque es inadecuada o insuficiente en relación con las necesidades reales del niño. La madre que responde a toda manifestación de incomodidad del niño amamantándolo; la que se ocupa mucho de las ropas de su hijo cuando se lo confía a una amas de cría fuera del hogar; así como la que dedica una hora completa a envolver a su hijo en fajas, son todas ejemplos de atención proyectiva.

No obstante, la atención proyectiva es suficiente para educar a los niños. En realidad es lo que los antropólogos que estudian la infancia en los pueblos primitivos suelen llamar “buena puericultura”, y hasta que un antropólogo con formación psicoanalítica vuelve a estudiar la misma tribu no se advierte que lo que se mide es la proyección y no la verdadera empatía. Por ejemplo, los estudios sobre los indios apaches [65] les dan siempre los rangos más altos de la escala de “satisfacción oral”, tan importante para el desarrollo de sentimientos de seguridad. Los apaches, al igual que muchas tribus primitivas, alimentan a los niños cuando estos lo piden durante dos años, y en eso es en lo que se basaba la clasificación. Pero cuando el antropólogo psicoanalítico I. Bryce Boyer los visitó se puso de manifiesto la verdadera base proyectiva de este hecho:

"La actitud de las madres apaches respecto de sus hijos es hoy asombrosamente inconsecuente. Suelen ser muy cariñosas y atentas en las relaciones físicas con sus hijos pequeños. Hay mucho contacto corporal. La hora de la alimentación viene determinada generalmente por el llanto del niño, y a toda señal de malestar se responde ante todo con el pecho o el biberón. Al mismo tiempo, la madres tienen muy poco sentido de la responsabilidad en lo que concierne al cuidado de los niños, y se tiene la impresión de que la ternura de la madre para con su hijo se basa en que le dispensa el trato que ella desea para sí como adulto. Hay muchas madres que abandonan o ceden a sus hijos, a niños pequeños a los que una semana antes amamantaban amorosamente. A esta práctica los apaches le dan acertadamente el nombre de “echar al niño”. No sólo se sienten muy poco culpables conscientemente de este comportamiento, sino que a veces están francamente encantadas de haber podido liberarse de la carga. En algunos casos, madres que han cedido a sus hijos “olvidan” que los han tenido. La madre apache típica cree que lo único que un niño requiere es el cuidado físico. No tiene escrúpulos, o si los tiene son muy leves en dejar a su hijo con cualquiera mientras ella impulsivamente sale para charlar, hacer compras, jugar o beber y tontear. Idealmente, la madre confía su hijo a una hermana o alguna parienta de más edad. Antiguamente casi siempre se disponía de este recurso." [66]

Incluso un acto tan simple como sentir empatía hacia los niños que sufrían golpes era difícil para los adultos en otras épocas. Los pocos educadores que antes de la época moderna aconsejaban que no se pegara a los niños, generalmente se valían del argumento de que ello tendría malas consecuencias, no que haría daño al niño. Sin embargo, sin este elemento de empatía, el consejo no surtía efecto alguno y los niños continuaban recibiendo golpes como antes. Las madres que confiaban sus hijos a amas de cría durante tres años se sentían verdaderamente afligidas cuando los niños no querían regresar a casa, y sin embargo no podían comprender por qué. Cien generaciones impasibles envolvieron a sus hijos en apretadas fajas y les vieron impasibles protestar a gritos porque carecían del mecanismo psíquico necesario para sentir empatía por ellos. Sólo cuando en el lento proceso histórico de la evolución padres-hijos se adquirió por fin esta facultad, a través de la interacción de sucesivas generaciones de padres e hijos, se advirtió que la envoltura en fajas era totalmente innecesaria. Richar Steele, en The Tatler, describe, en 1706, lo que a su modo de ver sentía un niño después de nacer:

"Estoy echado muy quieto; pero la bruja, sin la menor razón ni provocación me coge y me envuelve la cabeza apretando cuanto puede; después me ata las dos piernas y me hace tragar una horrible pócima. Considero que es una desagradable manera de llegar a la vida comenzando por tomar una purga. Una vez vestido así me llevaron junto a un lecho donde se hallaba una hermosa joven (mi madre) que hubiera querido estrecharme hasta sofocarme... y me echó en brazos de una niña que habían traído para que me cuidara. La niña estaba muy orgullosa de ocupar el puesto de nodriza propio de una mujer, y se empeñó en desnudarme y vestirme de nuevo, al hacer yo un ruido, para ver qué era lo que me molestaba; lo hizo clavando alfileres en todas y cada una de las articulaciones. Yo seguía llorando y entonces me puso en su regazo boca abajo y, para calmarme, empezó a fijar todos los alfileres, dándome golpecitos en la espalda y cantando a gritos una canción de cuna..." [67]

No he encontrado una descripción con tal grado de empatía en ninguna época anterior al siglo XVIII. Poco después se puso fin a dos mil años de envoltura en fajas.

Es de suponer que habrá multitud de fuentes de todo tipo donde se pueda hallar esta facultad empática infrecuente en otros tiempos. Por supuesto, la primera que se puede consultar es la Biblia: en ella se ha de hallar ciertamente empatía respecto de las necesidades de los niños, pues ¿no se representa siempre a Jesús rodeado de niños? Sin embargo, cuando se leen las más de dos mil referencias a los niños enumeradas en Complete Concordance to the Bible, esas apacibles imágenes no aparecen. Hay muchas sobre el sacrificio de niños, sobre la lapidación de niños, sobre la administración de azotes a los niños, sobre su obediencia estricta, sobre su amor a sus padres y sobre su papel como portadores del nombre de la familia, pero ni una sola que revele empatía alguna respecto de sus necesidades. Incluso la conocida frase: “Dejad que los niños se acerquen a mí” resulta ser la práctica habitual en el Oriente Medio de exorcizar por imposición de las manos, práctica que aplicaban muchos santones con el fin de erradicar el mal inherente a los niños: “Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase... Y habiéndoles impuesto las manos, se fue de allí” (Mt. 19: 13).

Todo esto no quiere decir que los padres de otras épocas no amaran a sus hijos, pues sí que los amaban. Tampoco los padres de hoy que pegan a sus hijos son sádicos.  Los quieren, en ocasiones y a su manera; y a veces son capaces de manifestar ternura, sobre todo cuando los niños no exigen demasiado de ellos. Lo mismo puede decirse de los padres de otras épocas; las manifestaciones de ternura con los hijos se dan con mayor frecuencia cuando el niño no pide nada, en especial cuando está dormido o muerto. La frase de Homero: “como una madre espanta una mosca para que no moleste a su hijo sumido en un dulce sueño”, corre parejas con el epitafio de Marcial:

Cubra sus tiernos huesos leve césped,
Y tú, tierra; no peses sobre ella
Que tan ligera ha sido para ti [68]

Es en el momento de la muerte cuando el padre, antes incapaz de empatía, se lamente, con Morell (1400): “Le amabas, pero nunca usaste de tu amor para hacerle feliz; le tratabas como a un extraño más que como a un hijo. Jamás le diste una hora de descanso... Jamás le besaste cuando él lo deseaba; le hacías soportar la escuela y muchos y duros golpes”. [69]

Ciertamente no era la capacidad de amar la que le faltaba al padre de otras épocas, sino más bien la madurez afectiva necesaria para ver al niño como una persona distinta de si mismo. Es difícil calcular la proporción de padres que alcanzan hoy con cierta coherencia el nivel empático. Una vez hice un sondeo entre una docena de psicoterapeutas preguntándoles cuántos de sus pacientes al comienzo del análisis eran capaces de mantener imágenes de sus hijos como individuos con independencia de sus propias necesidades proyectadas; todos ellos dijeron que eran muy pocos los que tenían esa capacidad. Con palabras de uno de ellos, Amos Gunsberg: “Eso no ocurre hasta que el análisis está ya algo avanzado, siempre en un momento concreto, cuando llegan a una imagen de sí mismos como entidades distintas de su propia madre omnipresente.”

Paralela a la reacción proyectiva es la reacción de inversión, en la que el niño y el padre invierten sus papeles, a menudo con unos resultados grotescos. La inversión comienza mucho antes de nacer el niño; es el origen del vivo deseo de tener hijos que se advierte en otras épocas y que se expresa siempre en función de lo que los hijos pueden deparar a los padres, nunca de lo que éstos les pueden dar a ellos. De lo que se queja Medea antes de cometer el infanticidio es que al matar a sus hijos no tendrá a nadie que cuide de ella:

"En vano, hijos, os he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas —¡infeliz de mí!— de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento." [70]

Una vez nacido, el niño se convierte en el padre de su madre y de su padre, en el aspecto positivo o negativo, sin que se tenga en cuenta en absoluto su edad. Al niño, sea cual fuere su sexo,  se le viste con ropas de estilo parecido a las que lleva la madre del padre, es decir no sólo con un vestido largo, sino anticuado: por lo menos de una generación anterior. [71]  La madre renace literalmente en el hijo; no solo se viste a los niños como “adultos en miniatura”, sino visiblemente como mujeres en miniatura, a veces incluso son trajes escotados.

La idea de que el abuelo renace realmente en el niño era común en la Antigüedad, [72] y la semejanza entre las palabras inglesa baby (niño) y baba, Babe (abuela) apunta a creencias parecidas. [73] Pero existen testimonios de inversiones más concretas en otras épocas, inversiones que son prácticamente alucinatorias. Por ejemplo, los adultos solían besar o chupar los pechos de los niños pequeños. A Luis XIII, de pequeño, las personas que le rodeaban le besaban el pene y las tetillas. Aunque Héroard, su diarista, le hace desempeñar siempre el papel activo (a los trece meses “hace que M. De Souvré, M. De Termes, M. De Liancourt y M. Zanet le besen el pene”), [74] posteriormente resulta evidente que estaba siendo manipulado pasivamente: “Nunca quiere dejar que la Marquesa le toque las tetillas. Su nodriza le había dicho: ‘Señor, no dejéis que nadie os toque las tetillas ni el pene; os lo cortarán’”. [75]  Pero los adultos no podían resistirse a poner sus manos y sus labios en el pene y las tetillas del niño. Ambos eran el pecho de la madre recuperado.

Otro ejemplo de la imagen del “niño como madre” era la creencia generalizada de que los niños llevaban en sus pechos leche que había que extraerles. A la balia (nodriza) italiana del siglo XIV se le ordenaba que “cuide de apretar los pechos del niño con frecuencia para sacar la leche que haya en ellos porque le molesta”. [76] En realidad esta creencia tiene una leve justificación en el hecho de que en ocasiones, rara, de los pechos de un recién nacido puede salir una gota de líquido lechoso, sobrante de hormonas femeninas de la madre. Pero hay una diferencia entre esto y “la práctica antinatural, pero común, de apretar con fuerza los delicados pechos de un niño recién nacido, con la áspera mano de la nodriza, que es la causa más general de inflamación de esas partes”, como hubo de señalar todavía en 1793 el pediatra norteamericano Alexander Hamilton. [77]

Besar o chupar y apretar los pechos no son más que algunos de los usos que se hacen del “niño como pecho”. Hay constancia de diversas prácticas, como aquella contra la cual puso en guardia este pediatra de comienzos del siglo XIX.

"Pero una práctica de naturaleza sumamente perjudicial y repulsiva es la de muchas nodrizas, tías y abuelas, que permiten que el niño les chupe los labios. Tuve oportunidad de observar cómo se debilitaba un hermoso niño a consecuencia de haber estado chupando los labios de su abuela enferma durante más de seis meses." [78]

He hallado incluso varia referencias a padres que “lamían a los niños”. Posiblemente era de esto de lo que hablaba George Du Maurier cuando decía de su hija recién nacida: “La nodriza me la trae cada mañana a la cama para que pueda lamerla con ‘la lengüeta de engrasar’. Me gusta tanto que seguiré haciéndolo hasta que llegue a la edad del juicio”. [79]

Da la impresión de que el niño perfecto sería el que literalmente amamantase al padre, y los antiguos estarían de acuerdo. Siempre que se hablaba de niños indefectiblemente se traía a colación el relato de Valerio Máximo en el que se describía al niño “perfecto”. Con palabras de Plinio:

De amor filial ha habido ciertamente infinitos ejemplos en todo el mundo, pero en Roma hubo uno con el que no pueden compararse todos los demás. Una mujer plebeya de baja condición que acababa de dar a luz un hijo tenía autorización para visitar a su madre que se hallaba en la cárcel cumpliendo una condena y el guardián le registraba siempre de antemano para impedir que llevase consigo alimento alguno. Fue sorprendida alimentando a su madre con leche de sus pechos. Ante ese hecho asombroso, el leal afecto de la hija fue recompensado con la puesta en libertad de la madre y se concedió a ambas el sustento vitalicio; y el lugar donde ocurrió fue consagrado a la diosa correspondiente como templo dedicado al “Amor filial”. [80]

El relato se repitió a lo largo de los siglos como ejemplo moralizador. Peter Charron (1596) dijo, refiriéndose a él, que “hacía volver el arroyo hasta el manantial”, [81] y el tema fue llevado a la pintura por Rubens, Vermeer y otros artistas.

A menudo, la necesidad de representar la imagen del “niño como madre” resulta imperiosa. He aquí, en un incidente típico, una “broma” gastada a una niña de seis años, en 1656, por el cardenal Mazarino y otros adultos:

"Un día, bromeando con ella acerca de un galanteador que ella decía que tenía, al final empezó a regañarla por estar encinta... Le estiraban las ropas de cuando en cuando y le hacían creer que estaba engordando. Esto continuó todo el tiempo que se juzgó necesario para convencerla de que estaba encinta... Llegado el momento del parto, ella se encontró una mañana al despertar con un niño recién nacido entre las sabanas. No puedes imaginar el asombro y el pesar que sintió al verlo. “Tal cosa”, dijo, “nunca le ocurrió a nadie más que a la Virgen María y a mí, pues no he sentido ningún dolor”. La reina acudió a consolarla y se ofreció a ser la madrina. Vinieron muchos a conversar con ella como recién parida." [82]

Los niños siempre han cuidado de los adultos en formas muy concretas. Desde la época romana, niños y niñas servían a sus padres a la mesa, y en la Edad Media todos los niños excepto los de sangre real, actuaban de sirvientes, en sus hogares o en casas ajenas, y muchas veces tenían que volver corriendo de la escuela a mediodía para atender a sus padres. [83]  No voy a tratar aquí del tema del trabajo de los niños. Pero debe recordarse que los niños, por lo general desde cuatro a cinco años, trabajaron bastante; mucho antes de que el trabajo infantil se convirtiera en tema de discusión en el siglo XIX.

Ilustración 2.
Familia isabelina en una cena.
Nótese cómo los hijos más pequeños se encuentran de pie para comer; el hijo mayor sirve a la familia

Pero la reacción de inversión se manifiesta con la máxima claridad en la interacción emocional de niños y adultos. Los asistentes sociales de hoy que visitan a madres que pegan a sus hijos se sorprenden muchas veces al ver cómo responden los niños pequeños a las necesidades de sus padres:

Recuerdo haber visto a una niña de dieciocho meses calmar a su madre que estaba sumamente angustiada y llorando. Primero dejó el biberón que estaba chupando. Después fue dando vueltas para acercarse a su madre, tocarla y, finalmente, hacerla serenarse (cosa que yo no había podido ni empezar a hacer). Cuando vio que su madre se había tranquilizado, volvió a su sitio, se echó, cogió el biberón y siguió chupando. [84]

Este papel era asumido con frecuencia por los niños en otras épocas. Una niña “nunca lloraba ni estaba inquieta... muchas veces, siendo un bebé, en brazos de su madre alzaba su manita y enjugaba la lágrimas de las mejillas de su madre”. [85] Los médicos solían tratar de inducir a las madres a que amamantaran a sus hijos en lugar de entregarlos a una ama de cría fuera del hogar, prometiéndoles que “en recompensa por ello, el niño se esfuerza por regalarla con mil deleites... la besa, le acaricia el cabello, la nariz y la orejas, la halaga...” [86]

Ilustración 2. 
El niño como el amante de la madre. 
Los retratos medievales de Madonas, comúnmente mostrando rostros tiesos,  se alternan con algunos como éstos, que muestran que el niño es un amante que apasionadamente abraza a la madre

En torno al mismo tema, he catalogado más de quinientos cuadros de madres e hijos de todos los países comprobando que los cuadros en que los niños miran, sonríen y acarician a las madres son anteriores a aquellos en que las madres miran, sonríen y acarician a los niños: actitudes raras en las madres en cualquier pintura.

 La buena disposición del niño para cuidar de los adultos fue muchas veces su salvación. Madame de Sévigné decidió en 1670 no llevar con ella a su nieta de dieciocho meses en un viaje que pudo haber resultado fatal para la niña:

"Mme, du Py-du Fou no quiere que me lleve a mi nieta. Dice que la expondría a un peligro, y al final he cedido. No quisiera que la niña corriera ningún riesgo, le tengo gran afecto... Hace mil cosas: habla, hace fiestas a la gente, da golpes, se santigua, pide perdón, hace reverencias, besa la mano, encoge los hombros, baila, engatusa, hace la mamola; en suma, es un encanto, y paso horas divirtiéndome con ella. No quiero que muera." [87]

La necesidad de cariño maternal que sentían los padres suponía una enorme carga para el niño en pleno crecimiento. A veces incluso le ocasionaba la muerte. Una de las causas más frecuentes de la muerte de niños pequeños era la asfixia en la cama al echarse el adulto sobre el niño, y aunque a menudo esta causa era una excusa para ocultar el infanticidio, los pediatras admitían que cuando se trataba de un accidente, éste se producía porque la madre se negaba a acostar al niño en otra cama cuando ella iba a dormir. “No queriendo separarse del niño, le aprieta aún más fuerte cuando duerme. Su pecho oprime la nariz del niño”. [88]  Esta imagen inversa del niño como cobijo era la realidad subyacente a la advertencia común en la Edad Media de que los padre debían cuidar de no mimar demasiado a sus hijos “como la hiedra que ciertamente mata al árbol en el que se enreda, y el mono que estrecha en sus brazos a sus crías hasta matarlas por mero cariño”. [89]

 

PRINCIPIO PSICOLÓGICO: LA DOBLE IMAGEN

El desplazamiento continuo entre proyección e inversión, entre el niño como demonio y como adulto produce una “doble imagen” a la que se debe gran parte del extraño carácter de la infancia en otras épocas. Ya hemos visto cómo este paso de la imagen del adulto a la imagen proyectada es condición previa de la práctica de los azotes. Pero podemos apreciar con más detalle la doble imagen examinando detenidamente la situación real de un niño de otra época. El testimonio más completo sobre la infancia antes de la época moderna es el diario de Héfoard, médico de Luis XIII, que contiene anotaciones casi diarias acerca de lo que veía hacer y decir al niño y a quienes le rodeaban. Ese diario nos permite captar la doble imagen tal como se daba en la mente de Héroard, cuando su representación del niño se mueve entre las imágenes proyectiva y de inversión.

El diario comienza con el nacimiento del delfín en 1601. Inmediatamente aparecen sus cualidades de adulto. Sale del seno materno agarrando su cordón umbilical “con tal fuerza que a ella le costó trabajo quitárselo”. Se dice que tenía “buenos músculos” y que su llanto era tan fuerte que “no parecía el de un niño”. Su pene fue cuidadosamente examinado y se le declaró “bien dotado”. [90]  Como era el delfín, estas primeras proyecciones de las cualidades de los adultos pueden pasarse por alto considerándolas dictadas simplemente por el orgullo respecto de un nuevo rey, pero pronto empiezan a acumularse las imágenes y crece la doble imagen del niño como adulto y como criatura voraz.

"Al día siguiente de su nacimiento... su llanto en general no suena como el de un niño y nunca lo pareció, y cuando mama lo hace dando tales bocados y abre de tal manera las mandíbula que toma en una vez lo que otros en tres. En consecuencia, su nodriza estaba casi siempre seca... Nunca estaba satisfecho." [91]

La imagen del delfín, una semana después de nacer, como un Hércules niño que estrangulaba serpientes, y como un Gargantúa que necesitaba 17,913 vacas para alimentarse, está totalmente reñida con el niño de verdad: débil, enfermizo y enfajado que surge del diario de Héroard. Pese a que había decenas de personas encargadas de cuidarlo, nadie podía satisfacer sus necesidades más simples de alimentación y descanso. Había constantes cambios innecesarios de amas de leche, continuas salidas y largos viajes. [92]  Cuando tenía dos meses de edad estuvo al borde de la muerte. La ansiedad de Héroard aumentó, y como defensa contra esta ansiedad su reacción de inversión fue más pronunciada.

"Preguntado por la nodriza “¿Quién es ese hombre?” responde en su jerga y contento “¡Erouad!” (Héroard). Se advierte que su cuerpo ya no se desarrolla ni se nutre. Los músculos de su pecho están totalmente consumidos y el gran pliegue que antes tenía en el cuello no es ahora nada más que piel". [93]

Cuando el delfín tenía casi diez meses le ataban al vestido unos tirantes. La finalidad de estos tirantes o andadores era enseñar a andar al niño, pero se utilizaban más bien para manejarlo y controlarlo como a una marioneta. Esto, unido a las reacciones proyectivas de Héroard, hace difícil comprender qué es lo que realmente sucedía y qué es lo que manipulaban los que rodeaban al pequeño Luis. Por ejemplo, se dice que cuando tenía once meses le gustaba hacer esgrima con Héroard y le gustaba tanto que “me persigue riendo por toda la cámara”. Pero un mes después Héroard señala que “empieza a avanzar con firmeza, sostenido por debajo de los brazos”. [94] Es evidente que antes, cuando “perseguía” a Héroard, le llevaban o le hacían andar sujeto con andadores. De hecho, dado que no supo formar frases hasta mucho después, Héroard sufría alucinaciones cuando cuenta que alguien fue a ver al delfín de catorce meses y que éste “se vuelve y mira a todos los que están alineados en la balaustrada; se dirige a él y le tiende la mano, que el príncipe besa. Entra M. d’Haucourt y dice que ha venido a besar el manto del delfín; él se vuelve y le dice que no es necesario hacer eso”. [95]

Durante este mismo periodo se le caracteriza como un niño sumamente activo en el orden sexual. La base proyectiva de la atribución de un comportamiento sexual de adulto es patente en las descripciones de Héroard: “El delfín (a los doce meses) llama al paje y con un ¡eh! se levanta la falda para enseñarle la verga... a todos les hace besar el pene... cuando está con la niña se levanta la falda, le enseña la verga con tal ardor que se pone totalmente fuera de sí”. [96]  Y sólo cuando uno recuerda que el protagonista de la siguiente escena es realmente un niño de quince meses, probablemente sujeto con tirantes, se puede desembarazar esta escena de las aparatosas proyecciones de Héroard:

"El delfín va detrás de Mlle. Mercier, que grita porque M. De Montglat le ha dado una palmada en el trasero. El delfín grita también. Ella corre junto al lecho. M. De Montglat la sigue y quiere darle un azote; ella da agudos chillidos. El delfín la oye y empieza a dar chillidos también. Esto le divierte y agita los pies y todo el cuerpo gozosamente... Hacen que entren sus damas. Él las hace danzar, juega con la pequeña Margarita, la besa, la abraza; la echa al suelo, se arroja sobre ella estremeciéndose y rechinando los dientes... las nueve... Trata de pegarle en el trasero con una varilla. Mlle. Bélier le pregunta: “Señor, ¿qué le hizo M. De Montglat a Mlle. Mercier?” De repente empezó a dar palmadas con una dulce sonrisa y a animarse de tal manera que estaba loco de contento, y permaneció un buen cuarto de hora riendo y dando palmadas y echándose de cabeza sobre ella, como una persona que había comprendido la broma." [97]

Sólo raras veces revela Héroard que el delfín era un sujeto pasivo de todas estas manipulaciones sexuales: “La marquesa le mete con frecuencia la mano por debajo del jubón; lo acuesta la nodriza, que juega con él en la cama metiéndole la mano por debajo de la ropa”. [98]  La mayoría de las veces se describe simplemente cómo lo desnudaban y lo llevaban a la cama con el rey, la reina, ambos, o con diversos servidores; siendo objeto de manipulaciones sexuales desde que era un lactante hasta que tuvo por lo menos siete años.

Otro ejemplo de la doble imagen es el que ofrece la circuncisión. Como es bien sabido, los judíos, los egipcios, los árabes y otros pueblos circuncidaban el prepucio de los niños. Las razones dadas para justificar esta práctica son múltiples; pero todas ellas quedan englobadas en la doble imagen de proyección e inversión. En primer lugar, esas mutilaciones de los niños por los adultos siempre implican proyección y castigo para controlar las pasiones proyectadas. Como ya dijo Filón en el siglo I, la circuncisión se hacía para “extirpar las pasiones que atan el espíritu, pues, dado que de toda las pasiones la de la cópula entre hombre y mujer es la más fuerte, los legisladores han recomendado que ese instrumento que sirve para esa cópula sea mutilado; señalando que esas poderosas pasiones deben refrenarse, y pensando que no sólo ésa sino todas las pasiones se dominarían a través de ella”. [99]  Maimónides está de acuerdo:

Creo que una de las razones de la circuncisión fue la disminución de las relaciones sexuales y el debilitamiento de los órganos sexuales. Su objeto era limitar las actividades de estos órganos y dejarles reposar lo más posible. La verdadera finalidad de la circuncisión era dar al órgano sexual un dolor físico que no menoscabara su función natural ni la potencia del individuo, pero redujera la pujanza de la pasión y de un deseo demasiado fuerte. [100]

El elemento de inversión en la circuncisión puede observarse en el tema del glande-como-pezón implícito en los detalles de una versión de este rito. Se frota el pene del niño para provocar la erección y el mole rasga el prepucio con la  uña o con un cuchillo y lo corta circularmente. Después chupa la sangre que sale del glande. [101] Esto se hace por la misma razón que besaban todos el pene del pequeño Luis: porque el pene, y concretamente el glande, es el pezón materno recuperado y la sangre es la leche materna. [102] La idea de que la sangre del niño tiene cualidades de leche mágica es muy antigua y se halla en la base de muchos actos sacrificiales. Pero en lugar de examinar aquí este complejo problema quisiera centrarme en la idea principal de la circuncisión como revelación del glande-como-pezón. No es un hecho generalmente conocido que la exposición del glande era un problema, y no sólo para los pueblos que practicaban la circuncisión. Los griegos y los romanos consideraban sagrado el glande; su vista “suscitaba terror y admiración en el corazón del hombre”, [103] y por ello ataban el prepucio con una cinta, lo cual se llamaba kynodesme. O lo sujetaban con una fibula, lo cual se llamaba infibulación. Testimonios de infibulación, [104] por “modestia” y para “refrenar la lujuria” pueden hallarse también en el Renacimiento y en la época moderna. [105]

Cuando el prepucio no era suficientemente largo para cubrir el glande se hacía a veces una operación consistente en cortar la piel alrededor de la base del pene y estirarla. [106] En el arte antiguo el glande aparecía generalmente cubierto, o bien con el pene rematado en punta o bien con el prepucio atado claramente visible, incluso en erección. Sólo he hallado dos casos en que se mostraba el glande: cuando se pretendía que inspirara terror, como en las representaciones del falo que se utilizaban para colgarlas en los portales, o cuando se mostraba el pene en el acto de la fellatio. [107] Así pues, tanto para los judíos como para los romanos, la imagen de la inversión estaba implícita en su actitud con respecto al glande-como-pezón.

 

INFANTICIDIO Y DESEOS DE MUERTE RESPECTO A LOS NIÑOS

En un par de libros que contienen abundante documentación clínica, el psicoanalista Joseph Rheingold ha examinado los deseos de muerte de las  madres con respecto a sus hijos y comprobado que no sólo están mucho más generalizados de lo que comúnmente se cree, sino también que derivan de un poderoso impulso de “anular” la maternidad para evitar el castigo que imaginan que sus propias madres les infligirán. [108] Rheingold nos muestra a algunas madres que dan a luz y ruegan a sus propias madres que no las maten; y rastrea el origen de los deseos infanticidas y de los estados de depresión después del parto atribuyéndolos no a hostilidad hacia el hijo, sino más bien a la necesidad de sacrificar al hijo para aplacar a la propia madre. Quienes trabajan en hospitales son muy conscientes de estos deseos generalizados de infanticidio, y en muchos casos no permiten el contacto entre madre e hijo durante cierto tiempo. Las conclusiones de Rheingold, apoyadas por Block, Silboorg y otros autores son complejas, y tienen consecuencias de gran alcance. [109] Aquí hemos de limitarnos a señalar que los impulsos filicidas están muy generalizados entre las madres contemporáneas; y que en las madres psicoanalizadas son comunes las fantasías relativas a puñaladas, mutilaciones, malos tratos, decapitación y estrangulamiento. Yo creo que cuanto más se retrocede en la historia, más numerosas son las manifestaciones de impulsos filicidas por parte de los padres.

La historia del infanticidio en Occidente está aún por escribirse, y no intentaré hacerlo aquí. Pero se sabe ya lo suficiente para afirmar que, contrariamente al supuesto común de que es un problema oriental y no occidental, el infanticidio de hijos legítimos e ilegítimos se practicaba normalmente en la Antigüedad; y que el de los hijos legítimos se redujo sólo ligeramente en la Edad Media, aunque se siguió matando a los hijos ilegítimos hasta entrado el siglo XIX. [110]

Al infanticidio en la Antigüedad se le ha solido restar importancia pese a los, literalmente, centenares de claras referencias por parte de los autores antiguos en el sentido de que era un hecho cotidiano y aceptado. Los niños eran arrojados a los ríos, echados en muladares y zanjas, “envasados” en vasijas para que se murieran de hambre y abandonados en cerros y caminos, “presa para las aves, alimento para los animales salvajes” (Eurípides, Ion, 504). En primer lugar, a todo niño que no fuera perfecto en forma o tamaño, o que llorase demasiado o demasiado poco, o que fuera distinto a los descritos en las obras ginecológicas sobre “Cómo reconocer al recién nacido digno de ser criado”, [111] generalmente se le daba muerte. Aparte de esto, al primogénito se le solía dejar vivir sobre todo si era varón. [112] Por supuesto, a las niñas se las valoraba en muy poco, y las instrucciones de Hilarión a su esposa Alis (siglo I a. de C.) son típicas en cuanto a la franqueza con que se hablaba de estas cosas: “Si, como puede suceder, das a luz un hijo, si es varón consérvalo; si es mujer, abandónala”. [113]  Consecuencia de ello era un notable desequilibrio con predominio de la población masculina que fue característico de Occidente hasta bien entrada la Edad Media, época en que probablemente se redujo mucho el infanticidio de hijos legítimos. (El infanticidio de hijos ilegítimos no influye en la tasa de masculinidad de la población, puesto que generalmente son víctimas los niños y las niñas.)  Las estadísticas de que se dispone sobre la Antigüedad revelan grandes excedentes de varones respecto de las mujeres; por ejemplo, en 79 familias que adquirieron la ciudadanía milesia hacia los años 228-220 a. de C. había 118 hijos y 28 hijas; 32 familias tenían un hijo y 31 tenía dos. Como dice Jack Lindsay:

"Tener dos hijos no era raro, tres se daban de cuando en cuando, pero prácticamente nunca se criaba a más de una hija. Peseidipos decía: “Hasta un hombre rico abandona siempre a una hija”... De 600 familias a que se hace referencia en inscripciones del siglo II en Delfos, un uno por ciento criaban a dos hijas." [114]

El infanticidio de los hijos legítimos, incluso siendo los padres ricos, era tan común que Polibio le atribuyó la despoblación de Grecia:

"En nuestro tiempo se ha dado en toda Grecia una tasa de natalidad baja y un descenso general de la población, debido al cual las ciudades se han quedado desiertas y la tierra ha cesado de dar frutos, aunque no ha habido ni guerras continuas ni epidemias... pues los hombres han caído en tal estado de presunción, avaricia e indolencia que no quieren casarse, o si se casan no quieren criar a los hijos que les nacen, o a lo sumo, por regla general, sólo uno o dos..." [115]

Hasta el siglo IV, ni la ley ni la opinión pública veían nada malo en el infanticidio en Grecia o en Roma. Los grandes filósofos tampoco. Esos escasos pasajes que los estudiosos de los clásicos consideran como una condena del infanticidio, a mi modo de ver, indican lo contrario, como éste de Aristóteles: “En cuanto al abandono o la crianza de los hijos, debe haber una ley que prohíba criar a los niños deformes; pero, por razón del número de hijos, si las costumbres impiden abandonar a cualquiera de los nacidos, debe haber un límite a la procreación”. De igual modo, Musonio Rufo, llamado en ocasiones “el Sócrates romano” es citado con frecuencia como autor que reprueba el infanticidio, pero en su obra titulada ¿Se debe criar a todo niño que nazca? está muy claro que lo único que dice es que, como los hermanos son muy útiles, no se les debe dar muerte. [116]  Autores más antiguos aprobaban abiertamente el infanticidio, diciendo, como Aristopo, que un hombre podía hacer lo que quisiera con sus hijos, pues “¿no nos desprendemos de nuestra saliva, de los piojos y otras cosas que no sirven para nada y que sin embargo son engendradas y alimentadas incluso en nuestras propias personas?” [117]  O, como Séneca, pretendían que sólo se trataba de los niños enfermos:

"A los perros locos les damos un golpe en la cabeza; al buey fiero y salvaje lo sacrificamos; a la oveja enferma la degollamos para que no contagie al rebaño; matamos a los engendros; ahogamos incluso a los niños que nacen débiles y anormales. Pero no es la ira, sino la razón la que separa lo malo de lo bueno." [118]

El tema del abandono cobra gran importancia en la mitología, en la tragedia y en la comedia nueva, que muchas veces gira en torno de la idea de que el infanticidio es muy divertido. En la Samia de Menandro hay una serie de escenas cómicas cuyo protagonista es un hombre que pretende cortar en tajadas a un niño para asarlo. En El Arbitraje del mismo autor un pastor recoge a un niño abandonado pensando en criarlo, pero después cambia de opinión diciendo: “¿Qué tengo yo que ver con la crianza de niños y todas esas preocupaciones?” Entonces se lo entrega a otro hombre, pero discute con él para quedarse con el collar del niño. [119]

No obstante, hay que señalar que el infanticidio probablemente era un hecho común desde la prehistoria. Henri Vallois, que tabuló todos los fósiles prehistóricos excavados desde los pitecántropos hasta los pueblos mesolíticos, halló una tasa de masculinidad de 148 varones por 100 mujeres. [120] Los griegos y los romanos eran, en realidad, una isla de civilización en un mar de naciones que seguían sacrificando niños a los dioses: práctica a la que los romanos trataron en vano de poner fin. El mejor documento es el sacrificio de niños entre los cartagineses, que describe Plutarco:

"Con pleno conocimiento e intención, ofrecían a sus propios hijos y los que no los tenían se los compraban a los pobres y los degollaban como si fueran otras tantas ovejas o aves; entretanto, la madre asistía a la escena sin una lágrima ni un gemido. Pero si dejaba escapar un solo gemido o derramaba una sola lágrima, perdía la suma de dinero convenida y su hijo era sacrificado de todos modos. Y todo el espacio situado delante de la estatua se llenaba del sonido estentóreo de flautas y tambores a fin de que las gentes no pudieran oír los gritos y lamentaciones." [121]

El sacrificio de niños es, desde luego, la expresión más concreta de la tesis de Rheingold sobre el filicidio como sacrificio a la madre de los padres. Era practicado por los celtas de Irlanda, los galos, los escandinavos, los egipcios, los fenicios, los moabitas, los amonitas y en determinados periodos por los israelitas. [122]  Los arqueólogos han excavado miles de huesos de niños sacrificados, a menudo con inscripciones en las que se identificaba a la víctima, hijos primogénitos de familias nobles, que se remontan a la Jericó del año 7000 a. de C. [123]  El emparedar a los niños en muros o enterrarlos en los cimientos o edificios o puentes para reforzar la estructura era frecuente también desde que se construyeron las murallas de Jericó hasta el año 1843 en Alemania. [124]  Incluso hoy, cuando los niños juegan a “El puente de Londres se está hundiendo” representan un sacrificio a una diosa del río en el momento en que cogen al niño al final del juego. [125]

Incluso en Roma el sacrificio de niños se practicaba clandestinamente. Dión dice que Juliano “mató a muchos niños en un rito mágico”. Suetonio cuenta que, debido a un portento, el senado “decretó que no se criara a ningún varón nacido en ese año”. Y Plinio el Viejo habla de hombres que trataban de conseguir “el tuétano de la pierna y el cerebro de los niños pequeños”. [126] Más frecuente era la práctica de dar muerte a los hijos del enemigo, a veces en gran número, [127] de modo que los hijos de los nobles no sólo presenciaban el infanticidio en las calles sino que ellos mismos vivían bajo la continua amenaza de muerte, dependiendo su suerte de la fortuna política de sus padres.

Filón fue el primero, según los resultados de mis investigaciones, que se expresó claramente en contra de los horrores del infanticidio.

"Algunos de ellos lo hacen con sus propias manos; con monstruosa crueldad y barbarie ahogan y apagan el primer aliento de los recién nacidos o los arrojan a un río o a las profundidades del mar, después de atarlos a un cuerpo pesado para que se hundan más rápidamente bajo su peso. Otros los llevan a un lugar desierto para abandonarlos allí, esperando, según dicen, que se salven, pero en verdad dejándoles para que sufran el más triste destino. Pues todos los animales que se alimentan de carne humana acuden al lugar y se regalan a placer con los niños, magnífico banquete que con ellos ofrecen sus únicos guardianes, quienes más que nadie deberían protegerlos: sus padres y sus madres. También las aves carnívoras descienden al suelo y devoran los fragmentos." [128]

En los dos siglos siguientes a la época de Augusto se hicieron algunos intentos encaminados a pagar a los padres para que conservaran vivos a sus hijos a fin de aumentar la población romana en descenso, [129] pero hasta el siglo IV no fue visible el cambio. El dar muerte a los niños no empezó a ser considerado como asesinato en las leyes hasta el año 374. [130]  Sin embargo, la oposición al infanticidio, incluso por parte de los Padres de la Iglesia, muchas veces parecía estar basada más bien en la preocupación por el alma de los padres que por la vida del niño. Esta actitud se manifiesta en la observación de san Justino mártir en el sentido de que la razón por la que un cristiano no debe abandonar a sus hijos es evitar encontrarles un día en un burdel: “Para que no hagamos mal a otros o cometamos un pecado, se nos ha enseñado que es inicuo abandonar a los niños, incluso a los recién nacidos, primero porque vemos que casi todos los que son abandonados (y no sólo las niñas, sino también los varones) acaban en la prostitución”. [131] Sin embargo, cuando los propios cristianos fueron acusados de matar a niños en ritos secretos, se apresuraron a replicar: “¿Cuántos, pensáis, de los aquí presentes que claman por la sangre de los cristianos —cuántos, incluso de vosotros, magistrados, que tan seguros de vuestra rectitud nos atacáis— desean que les remueva la conciencia por haber dado muerte a sus propios hijos?” [132]

Después del Concilio de Vaison (año 442), el hallazgo de niños abandonados debía anunciarse en las iglesias, y en el año 787 Dateo de Milán fundó el primer asilo dedicado exclusivamente a niños abandonados. [133] En otros países la evolución fue muy parecida. [134] No obstante, pese a la abundancia de testimonios literarios, los medievalistas suelen negar la persistencia del infanticidio generalizado en la Edad Media, puesto que no consta en los registros eclesiásticos ni en otras fuentes cuantitativas. Pero si tasas de masculinidad de 156 varones por 100 mujeres (hacia el año 801) y de 172 varones por 100 mujeres (1391) son indicio de la magnitud del infanticidio de hijas legítimas, [135] y si a los hijos ilegítimos se les daba muerte por lo general, sea cual fuere su sexo, la tasa real de infanticidio pudo ser elevada en la Edad Media. Ciertamente, cuando Inocencio III comenzó a construir en Roma el hospital del Santo Spirito a fines del siglo XII, sabía muy bien que eran muchas las mujeres que arrojaban a sus hijos al Tiber. Todavía en 1527 un sacerdote admitía que “en las letrinas resonaban los gritos de los niños echados en ellas”. [136] Ahora se están empezando a hacer estudios detallados, pero es posible que antes del siglo XVI el infanticidio sólo se castigara esporádicamente. [137] Ciertamente, cuando Vincent de Beauvais escribía en el siglo XIII que su padre estaba siempre muy preocupado por la posibilidad de que su hija “sofocara a sus hijos”, cuando los doctores se quejaban de todos los niños “hallados bajo la helada o en las calles, abandonados por una madre sin entrañas”, y cuando comprobamos que en la Inglaterra anglosajona existía la presunción legal de que los niños pequeños que morían habían sido asesinados si no se demostraba lo contrario, hemos de tomar estas indicaciones como signo de la necesidad de una investigación realmente a fondo sobre el infanticidio medieval. [138]



Ilustración 4
 Se cocinan los niños
Los actos de infanticidio parental se proyectan generalmente sobre judíos o brujas,
como en este Guazzo's Compendium Malificarum.

Y precisamente porque en los registros constan pocos nacimientos de hijos ilegítimos, no debemos contentarnos con suponer que “en la sociedad tradicional las gentes guardaban continencia hasta el matrimonio”, pues muchas muchachas se las arreglaban para ocultar sus embarazos a sus propias madres que dormían junto a ellas, [139] y, desde luego, cabe sospechar que los ocultaban a la Iglesia.

Lo que sí es cierto es que cuando la documentación es mucho más completa, hacia el siglo XVIII, [140] resulta incuestionable que la tasa de infanticidio era bastante elevada en todos los países de Europa. Al abrirse más casas de expósitos en todos los países, llegaban a ellas niños de todas partes, y pronto se quedaron sin espacio para acogerlos. Aunque Thomas Coran abrió su inclusa en 1741 porque no podía soportar ver a niños moribundos yaciendo en las cunetas y pudriéndose en los muladares de Londres, en el decenio de 1890 todavía se veían con frecuencia niños muertos en las calles de esa ciudad. [141]  A fines del siglo XIX Louis Adamic cuenta que le criaron en una aldea de “nodrizas infanticidas”, situada en el este de Europa, donde las madres enviaban a sus hijos pequeños para que los eliminaran “exponiéndolos al frío después de un baño caliente; dándoles de comer algo que les provocaba convulsiones en el estómago y los intestinos; mezclando yeso con la leche, lo que literalmente les emplastaba las entrañas; atiborrándolos repentinamente de comida después de haberles tenido dos días sin comer”. Adamic tenía que haber sufrido la misma suerte, pero por alguna razón, su nodriza le salvó. Su relato, en el que cuenta cómo la veía eliminar a los demás niños que recibía, pone de manifiesto la realidad emocional subyacente a todos esos siglos de infanticidio que hemos examinado.

"A su manera, una manera extraña, inútil, ella les tenía cariño a todos... pero cuando los padres de los infortunados niños o sus parientes no podían pagar o no pagaban la pequeña suma acostumbrada para su mantenimiento... ella se deshacía de ellos. Un día regresó de la ciudad con un pequeño envoltorio alargado... Me asaltó una horrible sospecha. ¡El niño que estaba en la cuna iba a morir!... cuando el niño lloraba yo la oía levantarse y darle de mamar en la oscuridad, murmurando: “¡Pobre, pobrecito!” He tratado muchas veces desde entonces de imaginar lo que debía sentir al darle el pecho a un niño que sabía condenado a morir a sus manos. “¡Pobre, pobrecito!” Intencionalmente hablaba con claridad para que yo la oyera “fruto del pecado, sin culpa tuya alguna, inocente sin pecado... pronto te irás, pronto, pronto, pobrecito mío... y yéndote ahora no irás al infierno como irías si vivieras y te hicieras mayor y fueras un pecador”. A la mañana siguiente, el niño había muerto." [142]

El niño de otras épocas estaba rodeado desde su nacimiento de una atmósfera de muerte y de medidas contra la muerte. Desde la Antigüedad, los exorcismos, purificaciones y amuletos mágicos se han considerado necesarios para ahuyentar a la multitud de fuerzas mortíferas que se suponía que acechaban al niño, y se le aplicaban a él y a lo que le rodeaba: agua fría, fuego, sangre, vino, sal y orina. [143] Las aldeas aisladas de Grecia conservan todavía esta atmósfera de defensa frente a la muerte:

El recién nacido duerme bien fajado en una cuna de madera envuelta de extremo a extremo en una manta de modo que el niño yace en una especie de tienda a oscuras y sin ventilación. Las madres temen los efectos del aire frío y de los espíritus malignos... Cuando anochece, la cabaña o la casa es como una ciudad sitiada: los postigos de las ventanas cerrados, la puerta atrancada y sal e incienso en puntos estratégicos como el umbral, para rechazar cualquier invasión del Diablo. [144]

Se creía que las ancianas —símbolos según Rheingold de la abuela cuyos deseos de muerte se quería desviar— echaban “mal de ojo” a los niños causándoles la muerte. Al recién nacido se le regalan amuletos, generalmente en forma de pene o de coral y también con forma fálicas, para protegerle de esos deseos de muerte. [145] Cuando el niño crece, los deseos de muerte hacia él continúan abriéndose paso. Decía Epicteto: “¿Qué mal hay en que murmuréis, en el momento en que besáis a vuestro hijo ‘mañana morirás’?” [146] Un italiano del Renacimiento, cuando un niño hace algo que demuestra inteligencia, diría: “Ese niño no ha nacido para vivir”. [147] Los padres de todas las épocas dicen a sus hijos, con Lutero, “Preferiría tener un hijo muerto antes que un hijo desobediente”. [148] Fenelón recomienda que se formulen a los niños preguntas como ésta: “¿Te dejarías cortar la cabeza para ir al cielo?” [149] Walter Scott dice que su madre le confesaba que “se sentía fuertemente tentada por el demonio a degollarme con sus tijeras y enterrarme bajo el musgo”. [150] Leopardi dice de su madre: “Cuando veía que se acercaba la muerte de uno de sus hijos pequeños experimentaba una honda felicidad, que sólo trataba de ocultar a quienes podían reprobarla”. [151] Otras fuentes ofrecen gran abundancia de ejemplos parecidos.

Los impulsos de mutilar, quemar, congelar, ahogar, sacudir y arrojar violentamente al niño se ponían por obra continuamente en otras épocas. Los hunos solían cortar las mejillas de los varones recién nacidos. Robel Pemell cuenta que durante el Renacimiento en Italia y en otros países, los padres “marcaban a fuego el cuello con un hierro ardiente, o bien dejaban caer gotas de cera de una vela encendida” sobre los recién nacidos para evitar “la epilepsia”. [152] A comienzos de la época moderna la partera solía cortar el frenillo de los recién nacidos con la uña, en una especie de circuncisión en miniatura. [153] A lo largo de los siglos, la mutilación de los niños ha suscitado compasión y risa en los adultos, y ha sido la base de la práctica generalizada en todas las épocas de mutilar a los niños para mendigar, [154] que se remonta a la Polémica de Séneca, que llega a la conclusión de que no era censurable mutilar a los niños expósitos:

"Mirad a los ciegos que deambulan por las calles apoyándose en sus cayados, y a los de pies lisiados, y mirad también a los que tienen las piernas o los brazos rotos. Ese es manco, a aquél le han hundido los hombros deformándoselos para que sus posturas grotescas muevan a risa... Vayamos al origen de todos estos males: un taller de manufactura de desechos humanos; una cueva llena de los miembros cortados a niños vivos... ¿Qué  daño se ha hecho a la República? Por el contrario, ¿no se ha beneficiado a esos niños en cuanto que sus padres los habían abandonado?" [155]

Algunas veces se practicaba el lanzamiento del niño fajado. Un hermano de Enrique IV murió porque le dejaron caer cuando jugaban con él pasándolo de una ventana a otra. [156] Lo mismo le ocurrió al pequeño conde de Marle: “Uno de los gentilhombres de cámara y la nodriza que cuidaba de él se divertían echándolo de acá para allá por encima del alféizar de una venta abierta... A veces fingían que no le cogían... el pequeño conde de Marle cayó y se dio contra un escalón de piedra”. [157] Los médicos se quejaban de que los padres rompían los huesos a sus hijos pequeños por la “costumbre” de lanzarlos como pelotas. [158] Las nodrizas decían a menudo que los corsés en que iban embutidos los niños eran necesarios porque sin ellos no se les podría: “lanzar de un lado a otro; y yo recuerdo haber oído decir a un cirujano eminente que le habían llevado a un niño con varias costillas aplastadas por la mano de la persona que lo había estado lanzando al aire sin sus fajas”. [159] Los médicos denunciaban también la costumbre de mecer violentamente a los niños pequeños “que deja a la criatura atontada para que no moleste a los encargados de cuidarla”. [160] Por esto empezaron los ataques a las cunas en el siglo XVIII. Buchan dice que estaba en contra de las cunas porque eran muchas “las niñeras malhumoradas que, en lugar de calmar la inquietud circunstancial del bebé o la falta de predisposición al sueño cuando le acuestan en la cuna, muchas veces se excitan hasta encolerizarse; y, en el colmo de la ira y la brutalidad, tratan con agrias y crueles amenazas y con el impetuoso traqueteo de la cuna, de ahogar el llanto del niño y obligarle a caer en un sopor”. [161]

Había también una serie de costumbres en virtud de las cuales se sometía al niño a la casi congelación: desde el bautismo por inmersión prolongada en agua helada y el rodamiento por la nieve, hasta la práctica del baño consistente en sumergir al niño una y otra vez en agua helada, cabeza y todo, “con la boca abierta y sin aliento”. [162] Elizabeth Grant recuerda, a principios del siglo XIX, que “en el patio de la cocina había una tina grande, larga, sobre la cual se formaba a veces una capa helada que era preciso romper antes de nuestra espantosa zambullida en ella... Cómo gritaba, suplicaba, rezaba, imploraba para librarme... Casi desvanecida me llevaron al cuarto del ama de llaves”. [163] Volviendo a la antigua costumbre de los germanos, los escitas, los celtas y los espartanos (no los atenienses, que utilizaban otros métodos de fortalecimiento), [164] la inmersión en los ríos solía ser común, y la inmersión en agua fría se ha considerado terapéutica para los niños desde la época romana. [165] Incluso el acostarlos envueltos en toallas húmedas frías se practicaba en ocasiones como medio de fortalecerlos y como terapia. [166] No es de extrañar que el gran pediatra del siglo XVIII, William Bucham, dijera que “casi la mitad de la especie humana perece en la infancia por trato inadecuado o por descuido”. [167]

 

ABANDONO, LACTANCIA Y EMPAÑADURA

Aunque hubo muchas excepciones a la regla, más o menos hasta el siglo XVIII el niño promedio de padres acomodados pasaba sus primeros años en casa de un ama de cría; volvía a su hogar para permanecer al cuidado de otros sirvientes, y salía de él a la edad de siete años para servir, aprender un oficio o ir a la escuela: de modo que el tiempo que los padres con medios económicos dedicaban a criar a sus hijos era mínimo. Muy pocas veces se han estudiado los efectos de esta y otras formas de abandono institucionalizado por parte de los padres sobre el niño.

La forma de abandono más extrema y más antigua es la venta directa de los niños. La venta de niños era legal en la época babilónica, y posiblemente fue normal en muchas naciones en la Antigüedad. [168] Aunque Solón trató de limitar el derecho de los padres a vender a sus hijos en Atenas, no se sabe hasta qué punto se cumplía la ley. [169] Herodes mostró una escena en la que se azota a un niño diciéndole “eres un niño malo, Kottalos, tan malo que nadie podría decir nada bueno de ti, aun cuando tratara de venderte”. [170] La iglesia se esforzó durante siglos por acabar con la venta de niños. Teodoro, arzobispo de Canterbury en el siglo XII, decretó que un hombre no podía vender a su hijo como esclavo después de la edad de siete años. Según Giraldus Cambrensis, en el siglo XII los ingleses vendían a sus hijos como esclavos a los irlandeses, y la invasión de los normandos fue un castigo del cielo por esta trata de esclavos. [171] En muchas regiones la venta de niños continúo practicándose esporádicamente hasta la época moderna; y por ejemplo, en Rusia no se prohibió legalmente hasta el siglo XIX. [172]

Otra forma de abandono era utilizar a los niños como rehenes políticos y como prenda por deudas, práctica que se remonta también a la época babilónica. [173] Sydney Painter describe su versión medieval diciendo: “Era bastante usual entregar como rehenes a niños pequeños en garantía de un acuerdo y asimismo hacerles pagar la mala fe de sus padres. Cuando Eustace de Breteuil, esposo de una hija natural de Henry I, le sacó los ojos al hijo de uno de sus vasallos, el rey autorizó al enfurecido padre a mutilar de la misma manera a la hija de Eustace, retenida como rehén por Henry”. [174] De modo semejante, John Marshall entregó a su hijo William al rey Stephen diciendo que “no le preocupaba que William fuera ahorcado, pues poseía el yunque y el martillo con los cuales forjar hijos aún mejores”, y Francisco I, cuando fue cogido prisionero por Carlos V, canjeó a sus hijos por su libertad, rompiendo inmediatamente después el trato par que fueran encarcelados. [175] En realidad, muchas veces era difícil distinguir la costumbre de enviar a los hijos a servir como pajes o criados en las casas de otros nobles de la utilización de los hijos como rehenes.

Motivos parecidos sustentaban la costumbre de enviar a los niños a vivir con otras familias que los educaban hasta los 17 años, edad en que volvían al hogar paterno. Esta costumbre estaba muy generalizada entre los galeses, los anglosajones y los escandinavos en todas las clases sociales. En Irlanda persistió hasta el siglo XVII, y en la Edad Media los ingleses solían mandar a sus hijos a Irlanda para que se creasen allí. [176] En realidad, era una versión exagerada de la práctica medieval de enviar a los hijos de los nobles a otras casas y monasterios para que sirvieran como pajes, sirvientes, azafatas, novicios o clérigos: prácticas que seguían siendo frecuentes a comienzos de la época moderna. [177]



Ilustración 5
Padres malos dándole sus hijos al diablo.
El grabado de Dürer y el boj de Agnes  Sampson ilustran el difundido tema de los padres que le dan al diablo los niños
que le habían prometido

Al igual que sucede con la práctica equivalente de las clases bajas —el aprendizaje—, [178] el tema del niño como trabajador en casas ajenas es tan amplio y está tan mal estudiado que, por desgracia, no podemos tratarlo detenidamente aquí, pese a su evidente importancia en relación con la vida de los niños en otros tiempos.

Además de las prácticas institucionalizadas de abandono, la simple entrega de los hijos a otras personas era bastante frecuente hasta el siglo XIX. Los padres daban toda clase de explicaciones para justificar la cesión de sus hijos: “para aprender  a hablar” (Disraeli), “para vencer la timidez” (Clara Barton), por razones de “salud” (Edmund Burke; la hija de la señora Sherwood) o en pago de los servicios médicos prestados (pacientes de Jerome Cardan y William Douglas). A veces admitían que lo hacían simplemente porque no querían tenerlos consigo (Richard Baxter, Johannes Butzbach, Richard Savage, Swift, Yeats, Augustus Hare y tantos otros). La madre de la señora Hare pone de manifiesto la indiferencia general con que se hacían estas entregas: “Sí, desde luego, se enviará al niño en cuanto esté destetado; y si alguien más quisiera uno, sírvase recordar que tenemos otros”. [179] Naturalmente, se prefería a los niños varones; una mujer del siglo XVIII escribía a su hermano pidiéndole su próximo hijo: “Si es un varón, lo reclamo; si es una niña prefiero esperar al siguiente”. [180]

No obstante, la forma de abandono institucionalizado predominante en el pasado era enviar a los hijos a casa del ama de cría. El ama de cría es una figura que aparece con frecuencia en la biblia; en el Código de Hammurabi; en los papiros egipcios, y en la literatura griega y romana. Las nodrizas han estado bien organizadas siempre, desde que las romanas se reunían en la columna Lactaria para vender sus servicios. [181] Los médicos y los moralistas, desde Galeno y Plutarco, han criticado a las madres por enviar a sus hijos fuera del hogar para ser amamantados en lugar de amamantarlos ellas mismas. Pero sus consejos no han surtido mucho efecto, pues hasta el siglo XVIII la mayoría de los padres que podían permitírselo, y muchos que no podían, confiaban a sus hijos al ama de leche inmediatamente después de nacer. Incluso las mujeres pobres que no podían pagar a un ama de cría se negaban en muchos casos a dar el pecho a sus hijos y les daban papillas. Contrariamente a los supuestos de muchos historiadores, la costumbre de no dar de mamar a los hijos se remonta en muchas regiones de Europa por lo menos al siglo XV. Por dar de mamar a su hijo, una madre que se había trasladado al sur desde una región del norte de Alemania fue tachada con frecuencia de “cerda y sucia” por las mujeres bávaras, y su marido la amenazó con no comer si no renunciaba a este “repugnante hábito”. [182]

En cuanto a los ricos, que abandonaban de verdad a sus hijos durante un periodo de varios años, incluso aquellos expertos que consideran reprobable esta costumbre no utilizan términos empáticos en sus tratados, sino que más bien la consideraban reprobable porque “la dignidad de un ser humano recién nacido se ve corrompida por el alimento ajeno y degenerado de la leche de otro”. [183] Es decir, la sangre del ama de cría de clase inferior penetraba en el cuerpo del niño de la clase superior, puesto que se pensaba que la leche era sangre batida hasta hacerse blanca. [184] En ocasiones, los moralistas, todos varones desde luego, dejaban traslucir su propio resentimiento reprimido contra sus madres por haberles dejado con el ama de leche. Aulo Gelio se quejaba así: “Cuando un niño es entregado a otro y separado de su madre, la fuerza del sentimiento maternal se va extinguiendo gradualmente poco a poco... y queda casi tan totalmente olvidado como si se lo hubiera llevado la muerte”. [185] Pero por lo general, prevalecía la represión; y el progenitor era elogiado. Y, lo que es más importante: quedaba asegurada la repetición. Aunque era bien sabido que la tasa de mortalidad infantil era mucho más alta entre los niños confiados a amas de cría que entre los criados en el hogar, los padres seguían llorando la muerte de sus hijos y después, impotentes, entregaban al siguiente como si el ama de leche fuera una diosa vengadora contemporánea que exigiera un nuevo sacrificio. [186]



Ilustración 6
Cuidados en la Infancia: Fantasía y Realidad
Dos encenas típicas de los cuidados renancentistas muestran la fantasía de las madres que amamantan a sus hijos. La tercera imagen muestra la realidad: el bebé mama de la nodriza, mientras que los senos de la madre están reservados al espectador (el padre). Véase que en las dos primeras imágenes el artista sitúa en lugar incierto los senos de la madre, ya que en realidad nunca se cuidó de ellos.

Sir Simonds D’Ewes había perdido ya varios hijos de este modo, y sin embargo confió el siguiente bebé durante dos años a “una pobre mujer que había sufrido muchos malos tratos y a la que su marido casi mataba de hambre, siendo ella también de talante orgulloso, impaciente y caprichoso; todo lo cual condujo, finalmente, a la ruina y desaparición de nuestro más querido y tierno infante...”. [187]  

Excepto en aquellos casos en que el ama de cría vivía en el hogar, los niños criados por amas de cría permanecían en casa de éstas de dos a cinco años. Las condiciones eran similares en todos los países. Jacques Guillemeau describió cómo el niño confiado a un ama de cría estaba expuesto a ser “ahogado, aplastado, dejado caer, sufriendo así una muerte prematura; o puede ser devorado, mutilado o desfigurado por un animal salvaje, un lobo o un perro; y la nodriza, temiendo ser castigada por su negligencia, puede poner a otro niño en su lugar”. [188] Robert Pemell cuenta que su párroco le dijo que, cuando llegó a la parroquia, había en ésta “multitud de niños de pecho de Londres, pero en el espacio de un año los enterró a todos salvo a dos”. [189] Con todo, la costumbre persistió inexorablemente hasta el siglo XVIII en Inglaterra y en Norteamérica, hasta el siglo XIX en Francia y hasta el siglo XX en Alemania. [190] De hecho, Inglaterra iba tan por delante del continente en cuestiones de lactancia que ya en el siglo XVII había muchas madres bastante acomodadas que daban el pecho a sus hijos. [191] Tampoco se trata simplemente de amoralidad por parte de los ricos. Robert Pemell se quejaba en 1653 de que “mujeres de alta y baja condición acostumbraban a enviar a sus hijos al campo confiándolos a mujeres irresponsables”, y todavía en 1780 el jefe de policía de París estimaba que de los 21,000 niños nacidos cada año en esa ciudad, 17,000 eran enviados al campo con nodriza; 2,000 o 3,000 eran llevados a hospicios; 700 eran criados en el hogar por amas de leche, y sólo 700 eran criados por sus madres. [192]

La duración real de la lactancia variaba mucho en toda las épocas y regiones. En el Cuadro I se exponen los datos que he podido hallar hasta la fecha.

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CUADRO 1 .—      Edad de destete (en meses)

 
 

Fuente [199]

Edad de destete

Fecha aprox.

Nación

 
 

Contacto ama de cría

24

367 B.C.

Grecia

 
 

Sorano

12-24

100 A.D.

Roma

 
 

Marobio

35

400

Roma

 
 

Barerino

24

1314

Italia

 
 

Metlinger

10-24

1497

Alemania

 
 

Jane Grey

18

1540

Inglaterra

 
 

John Greene

9

1540

Inglaterra

 
 

E. Roesslin

12

1540

Alemania

 
 

Sabine Johnson

34

1540

Inglaterra

 
 

John Dee

8-14

1550

Inglaterra

 

H. Mercurialis

15-30

1552

Italia

John Jones

7-36

1579

Inglaterra

Louis XIII

25

1603

Francia

John Evelyn

14

1620

Inglaterra

Ralph Joesslin

12-19

1643-79

Inglaterra

John Fechey

10-12

1697

Inglaterra

James Nelson

34

1753

Inglaterra

Nicholas Culpepper

12-48

1762

Inglaterra

William Cadogan

4

1770

Inglaterra

H. W. Tytler

6

1797

Inglaterra

S. T. Coleridge

15

1807

Inglaterra

Eliza Warren

12

1810

Inglaterra

Caleb Tickner

10-42

1839

Inglaterra

Mary Mallard

15

1859

Norteamérica

Estudio estadístico alemán

1-6

1878-82

Alemania

               

Si este cuadro es indicativo de las tendencias generales, es posible que a comienzos de la época moderna, quizá como resultado de la reducción de la crianza proyectiva, empezase a ser menos común la prolongación exagerada de la lactancia. También es cierto que los testimonios acerca del destete ganaron en precisión a medida que fue menos frecuente entregar a los niños al ama de cría. Roesslin por ejemplo dice: “Avicena aconseja que se amamante al niño durante dos años... sea como fuere, entre nosotros lo normal es que sólo se les dé de mamar durante un año”. [193] Sin duda, la afirmación de Alice Ryerson en el sentido de que “la edad del destete se redujo radicalmente en la práctica durante el período que precedió a 1750” es demasiado generalizadora. [194] Aunque se suponía que las amas de cría debían abstenerse de todo trato sexual durante la lactancia, de hecho era raro que lo hicieran, y el destete solía preceder al nacimiento del hijo siguiente. Por lo tanto, es posible que la prolongación de la lactancia durante dos años fuera siempre excepcional en Occidente.

Desde el año 2000 a. de C. se han conocido biberones de todas clases; se hacía uso de la leche de vaca y de cabra cuando la había, y muchas veces se hacía chupar al niño directamente de la ubre del animal. [195] Las papillas, por lo general hechas con pan o harina mezclados con agua o leche, complementaban la lactancia o la sustituían desde las primeras semanas y a veces se atracaba con ellas al niño hasta que vomitaba. [196] Todos los demás alimentos eran masticados primero por el ama antes de dárselos al niño. [197] En todas las épocas se administraban, normalmente, a los niños opio y bebidas alcohólicas para que dejaran de llorar. El papiro de Ebers habla de la eficacia de una mezcla de semillas de adormidera y excrementos de moscas: “¡Surte efecto inmediatamente!”. El doctor Hume se quejaba en 1799 de que miles de niños morían todos los años porque las nodrizas “siempre estaban haciéndoles tragar Godfrey’s Cordial, que es un opiáceo muy fuerte y en definitiva tan fatal como el arsénico. Afirman que lo hacen para hacer callar al niño, y desde luego, así muchos se quedan callados para siempre”. En muchos casos se administraban dosis diarias de licor “a una criatura que es incapaz de rechazar la ración, pero que demuestra su repugnancia debatiéndose y haciendo muecas”. [198]

En las fuentes hay muchos indicios de que a los niños, por regla general, no se les daba alimento suficiente. Los hijos de los pobres, por supuesto pasaban hambre a menudo, pero incluso los de los ricos, sobre todo las niñas, se suponía que debían tomar pequeñas cantidades de comida y poca carne o ninguna. Es bien conocida la descripción de la “dieta de hambre” de los jóvenes espartanos que hizo Plutarco, pero dada las numerosas referencias a la parvedad de la comida, a las tomas de los lactantes, sólo dos o tres al día, al ayuno de los niños y a la privación del alimento como castigo, cabe sospechar que, al igual que a los padres que hoy maltratan a sus hijos, a los padres de otras épocas les resultaba difícil cuidar de que sus hijos estuvieran bien alimentados. [200] En las autobiografías, desde san Agustín hasta Baxter, los autores se confiesan del pecado de glotonería por robar frutas siendo niños; nadie ha pensado jamás en preguntarse si lo hacían porque tenían hambre. [201]

Sujetar al niño con diversos tipos de trabas era una práctica casi universal. La empañadura era el hecho fundamental de los primeros años de la vida del niño. Como hemos señalado, la sujeción se consideraba necesaria porque el niño estaba tan lleno de peligrosas proyecciones de los adultos que si se le dejaba suelto se sacaría los ojos, se arrancaría las orejas, se rompería las piernas, se deformaría los huesos, se sentiría aterrorizado al ver sus propios miembros e incluso se arrastraría a cuatro patas como un animal. [202] La envoltura tradicional es muy parecida en todas las épocas y en todos los países. “Consiste en privar totalmente al niño del uso de sus miembros envolviéndole con una venda interminable hasta hacerle parecer un leño; con lo cual a veces se producen excoriaciones en la piel; la carne está oprimida casi hasta la gangrena; la circulación queda casi interrumpida, y el niño sin la menor posibilidad de moverse. Su pechito está rodeado por una faja... Se le aprieta la cabeza para darle la forma que se le ocurra a la comadrona; y se le mantiene en ese estado mediante la presión debidamente ajustada”. [203]

La envoltura del niño en fajas y pañales era tan complicada que se tardaba hasta dos horas. [204]



Ilustración 7
Envolviendo al niño - English (1633).

La comodidad que suponía para los adultos era enorme, pues raras veces tenían que prestar atención a las criaturas una vez atadas. Como ha demostrado un estudio médico reciente sobre la empañadura, los niños enfajados son sumamente pasivos, el corazón les late más despacio, lloran menos, duermen mucho más y, en general, son tan introvertidos e inactivos que los médicos que hicieron el estudio se preguntaron si no debía ensayarse de nuevo el fajamiento. [205] Las fuentes históricas confirman estos hechos: desde la Antigüedad, los médicos estuvieron de acuerdo en que “el insomnio no es natural en los niños ni resultado del hábito, es decir, de la costumbre, pues duermen siempre”. Y hay constancia de que se les tenía durante horas acostados detrás del horno caliente, colgados de ganchos clavados en las paredes, metidos en cubas y, en general, se les dejaba “como un paquete, en cualquier rincón donde no estorbaran”. [206] Casi todos los pueblos envolvían en fajas a los niños. Incluso en el antiguo Egipto, donde se afirma que no existía esta costumbre puesto que los niños aparecen desnudos en las pinturas, es muy posible que si existiera, pues Hipócrates así lo dice y en algunas figurillas se observan envolturas y fajas. [207] Las pocas regiones en que no se empleaban fajas, como la antigua Esparta y las tierras altas de Escocia, eran también regiones en que las prácticas de fortalecimiento eran más rigurosas, como si no hubiera otra alternativa que enfajar a los niños o llevarles de un lado a otro desnudos y hacerles correr sobre la nieve sin ropas. [208] Tan por supuesta se daba la práctica del fajamiento que los datos relativos a su duración son muy irregulares antes de los comienzos de la época moderna. Sorano dice que  los romanos suprimían las fajas entre los 40 y 60 días; supongamos con optimismo que estas cifras fueran más verídicas que los “dos años” de que habla Platón. [209] El  fajar a los niños bien apretados, e incluso a veces el atarles con cuerdas a tableros para transportarlos, continúo a lo largo de la Edad Media, pero todavía no he podido averiguar hasta qué edad. [210] Los escasos datos que ofrecen las fuentes de los siglos XVI y XVII, más un estudio del arte de la época, indican que en esos siglos a los niños se les fajaba por entero durante un periodo de uno a cuatro meses; después se dejaban los brazos libres permaneciendo fajados el cuerpo y las piernas de seis a nueve meses más. [211] Los ingleses fueron los primeros en suprimir el fajamiento, como también en poner fin a la crianza fuera del hogar. En Inglaterra y Norteamérica la costumbre de envolver en fajas estaba desapareciendo a fines del siglo XVIII, y en Francia y Alemania en el XIX. [212]

Ilustración 8
Estos niños envueltos en fajas  ilustran el lento proceso en remover la empañadura
 (griego, siglo V a.C; italiano, siglo XV; inglés, siglo XVI)

 

Ilustración 9
Niño Envuelto Medieval
El niño se ve envuelto con más de 1 año de edad
(Reuner Musterbuch, 1210 A.D.)

Una vez liberado el niño de sus vendas continuaba imponiéndosele trabas físicas de todo tipo que variaban según los países y épocas. A veces se le ataba a sillas para impedir que gatera. Todavía en el siglo XIX se le unían a la ropa unos tirantes para sujetarlo y llevarlo de un lado a otro. Era frecuente poner a niños y niñas corsés y fajas de hueso, madera o hierro. A veces se les ataba a espalderas y se les metían los pies en el cepo mientras estaban estudiando, y se utilizaban collares de hierro y otros artilugios para “corregir la postura”, como el que describe Francis Kemble: “Un horrible instrumento de tortura de tipo espaldar, de acero cubierto de tafilete rojo, que consistía en una pieza plana que me ponían en la espalda y me sujetaban al pecho con un cinturón y aseguraban arriba con dos hombreras atadas a los hombros. Del centro salía una varilla o espina de hierro con un collar de acero que me rodeaba la garganta y se abrochaba por detrás”. [213]

 
Ilustración 10
Child's Sleeping-Belt
Se usa para mantener el cuerpo derecho mientras duerme,
una de las docenas de dispositivos de retención inventados por el el pedagogo del s.XIX
, D.G.M. Schreber.

Parece que estos instrumentos se usaban más en los siglos XVI a XIX que en la Edad Media, pero ello puede deberse a la escasez de fuentes de esta última época. No obstante, hay dos prácticas que probablemente eran comunes a todos los países desde la Antigüedad. La primera es llevar a los niños ligeros de ropa con el fin de “fortalecerlos”; la segunda es el empleo de andadores cuya finalidad expresa era ayudar a andar, pero que de hecho se usaban para impedir que el niño anduviera a gatas, lo cual se consideraba propio de los animales. Felix Würtz (1563) describe el empleo de uno de estos artificios:



Ilustración 11
Soporte de pie y soporte de cama con correas
(Jacques Stella, 1657.)

Hay polleras para que los niños se tengan de pie, en las que pueden girar en todos sentidos; cuando las madres o niñeras los ponen en ella ya no se cuidan más de los niños, los dejan solos, se van a hacer sus cosas, suponiendo que el niño tiene lo que necesita; pero no reparan en la fatiga y el sufrimiento del pobre niño... el pobre niño... tiene que estar de pie quizá durante muchas horas, siendo así que media hora de pie es demasiado... Quisiera que todas esas polleras fueran quemadas. [214]

 

CONTROL DE LA EVACUACIÓN, DISCIPLINA Y SEXO

 Aunque sillas con orinales debajo han existido desde la Antigüedad, antes del siglo XVIII no hay dato alguno sobre el control de la evacuación en los primeros meses de la vida del niño. Pese a que los padres se quejaban con frecuencia, como Lutero, de que sus hijos “ensuciaban los rincones”, y pese a que los médicos prescribían remedios, incluidos los azotes, para los niños que “mojaban la cama” (los niños generalmente dormían con los adultos), la lucha entre padres e hijos respecto del control de la orina y las heces en la infancia es un invento del siglo XVIII, producto de una etapa psicogénica tardía. [215]

Los niños han sido identificados siempre con sus excrementos. A los recién nacidos se les llama ecême, y la palabra latina merda dio origen a la francesa merdeux, niño pequeño. [216] Pero con anterioridad al siglo XVIII eran el enema y la purga, no el orinal, los medios principales utilizados para relacionarse con el interior del cuerpo del niño. A los niños se les administraban supositorios, enemas y purgas por la boca estando enfermos y estando sanos. Una autoridad del siglo XVII decía que era conveniente purgar a los niños antes de darles de mamar, a fin de que la leche no se mezclara en las heces. [217] El diario de Héroard sobre Luis XIII está lleno de descripciones minuciosas de lo que entra y sale del cuerpo de Luis, y se le administraron literalmente miles de purgas, supositorios y enemas a lo largo de su infancia.



Ilustración 12
Enema
Retrato típico alemán del siglo XVIII aplicando un enema regular al bebé.

La orina y las heces de los niños eran examinadas con frecuencia para determinar su estado interior. La descripción de este proceso por David Hunt revela claramente el origen proyectivo de lo que he llamado “niño-recipiente”:

"Se suponía que los intestinos del niño encerraban una materia que se dirigía al mundo del adulto con insolencia, en tono amenazador, con malicia e insubordinación. El hecho de que el excremento del niño tuviera un aspecto y un olor desagradable significaba que el propio niño tenía allá, en lo más profundo de su cuerpo, una mala inclinación. Por plácido y bien dispuesto que pareciera, el excremento que periódicamente salía de él era considerado como el mensaje insultante de un demonio interior que indicaba los “malos humores” que ocultaba en su interior". [218]

Hasta el siglo XVIII no se pasó del enema al bacín. El dominio de la evacuación no sólo se inició en una época anterior, en parte a consecuencia de la reducción del empleo de fajas, sino que todo el proceso de lograr que el niño controlara los productos de su cuerpo fue investido de una importancia emocional antes desconocida. La lucha con la voluntad de un niño en sus primeros meses de vida daba la medida de la intensidad de la relación de los padres con sus hijos, y representaba un avance con respecto al reinado del enema. [219] En el siglo XIX los padres, por lo general, iniciaban seriamente la educación higiénica en los primeros meses de la vida del niño, y a finales del siglo sus exigencias de limpieza eran ya tan estrictas que el niño ideal era aquel “que no puede soportar suciedad alguna en su cuerpo, en su ropa o en lo que le rodea, ni siquiera por un momento”. [220] Incluso hoy, muchos padres ingleses y alemanes inician la educación higiénica antes de los seis meses; en Norteamérica el promedio se acerca más a los nueve meses y el campo de variación es mayor. [221]

Los datos que he reunido sobre los métodos de castigar a los niños me llevan a pensar que un porcentaje muy alto de los niños nacidos antes del siglo XVIII eran lo que hoy llamaríamos “battered children” (niños apaleados). He examinado más de doscientos escritos anteriores al siglo XVIII en los que se formulan consejos sobre la crianza de los niños. En la mayoría de ellos se aprueba el castigo corporal, y en todos se admite en determinadas circunstancias salvo en tres de ellos, cuyos autores Plutarco, Palmieri y Sadoleto, se dirigen a padres y maestros sin referencia alguna a las madres. [222] He hallado biografías de setenta niños anteriores al siglo XVIII, y todos ellos recibían golpes excepto uno, la hija de Montaigne. Por desgracia, en los ensayos de Montaigne sobre los niños hay tantas contradicciones que cabe preguntarse si esta afirmación es digna de crédito. De Montaigne es más conocido aquel pasaje en el que cuenta que su padre era tan afectuoso con él que contrataba a un músico que tocaba todas las mañanas un instrumento para despertarle, con el fin de que su delicado cerebro no se sobresaltara. No obstante, de ser cierto este pasaje, esta vida de familia tan poco usual sólo pudo durar dos o tres años, pues en realidad cuando nació lo llevaron a otra localidad donde permaneció varios años al cuidado de un ama de cría, y de los seis a los trece años estuvo en la escuela, en otra ciudad, porque su padre consideraba que era “perezoso, lento y de mala memoria”. Cuando declaró que su hija tenía “más de seis años ya, y nunca ha sido aconsejada ni castigada por sus faltas infantiles... con otra cosa que palabras”, la niña tenía en realidad once años. En otros escritos admite, con respecto a sus hijos: “No he aceptado de buen grado que se criaran junto a mí”. [223] Por eso quizá debamos hacer una reserva acerca de esta niña, la única que no sufrió golpes (Peiper, en su amplio estudio de la literatura sobre castigos corporales llega a conclusiones parecidas a las mías). [224]

Entre los instrumentos de castigo figuraban látigos de todas clases, incluidos los de nueve ramales, palas, bastones, varas de hierro y de madera, haces de varillas, disciplinas e instrumentos escolares especiales, como una palmeta que terminaba en forma de pera y tenía un agujero redondo para levantar ampollas. De la frecuencia comparativa de su uso dan una idea las categorías del maestro de escuela alemán que calculaba que había dado 911,527 golpes con el garrote, 124,000 latigazos, 136,715 bofetadas y 1,115,800 cachetes. [225] Las palizas que se describen en las fuentes eran en general muy duras, producían magulladuras y heridas, comenzaban en edad temprana y eran un elemento normal de la vida del niño.

Siglo tras siglo, los niños zurrados crecían y a su vez zurraban a sus hijos. La protesta pública era rara. Incluso humanistas y maestros que tenían fama de ser muy bondadosos, como Petrarca, Ascham, Comenio y Pestalozzi, aprobaban el castigo corporal de los niños. [226] La esposa de Milton se quejaba de que le disgustaba oír gritar a sus sobrinos cuando él les pegaba, y Beethoven pegaba a sus alumnos con una aguja de calcetar y a veces les pinchaba. [227] Ni siquiera la realeza se libraba de los golpes, como confirma la infancia de Luis XIII. Su padre tenía junto a sí, en la mesa, un látigo, y ya a los diecisiete meses el delfín sabía que no debía llorar cuando le amenazaba con el látigo. A los quince meses empezaron a azotarle sistemáticamente, muchas veces desnudándole. Tenía frecuentes pesadillas relacionadas con los azotes, que le administraban por la mañana al despertarse. Siendo ya rey seguía despertándose de noche aterrorizado por la idea de la paliza matutina. El día de su coronación, con ocho años, fue azotado y dijo: “Preferiría prescindir de tanta pleitesía y tantos honores y que no me azotaran”. [228]

Dado que los niños a los que no se envolvía en fajas eran sometidos a prácticas de fortalecimiento, quizá el fajamiento cumplía la función de reducir la propensión del padre a maltratar al niño. Todavía no he encontrado ningún caso de un adulto que golpeara a un niño fajado. En cambio, era muy frecuente que se pegara a niños muy pequeños no vestidos de esa manera, signo cierto del síndrome de la “paliza”. Susana Wesley decía de sus bebés: “Cuando cumplían un año —y a algunos antes— se les enseñaba a temer la vara y a llorar quedo”. Giovanni Dominici decía que se dieran a los niños pequeños “azotes frecuentes pero no fuertes”. Rousseau decía que a los niños de pecho se les pegaba con frecuencia desde sus primeros días para mantenerlos callados. He aquí lo que cuenta una madre de su primera batalla con su niño de cuatro meses: “Lo vapuleé hasta que se puso morado y hasta que no pude pegarle más, y no cedió ni una sola pulgada.” Los ejemplos pueden multiplicarse. [229]



Ilustración 13
"Cabalgata" a un estudiante.
Estas escenas, romana (Herculano) y medieval (1140 A.D.), ilustran una postura popular para someter a los escolares, llamada "cabalgata" en las escuelas inglesas del siglo XIX.

Un curioso método de castigo, que fue aplicado al eclesiástico Alcuino en la Alta Edad Media, siendo niño de pecho, era cortar o pinchar las plantas de los pies con un instrumento parecido a la lezna del zapotero. Esto nos recuerda la costumbre que tenía el obispo de Ely de pinchar a sus sirvientes jóvenes con una aguijada que siempre llevaba en la mano. Cuando Jane Grey se quejaba de que sus padres le daban “pescozones y pellizcos” y Thomas Tusser protestaba de los “tirones de orejas, como se azuza a un oso: ¡qué bofetones en la boca, qué empellones, qué pellizcos!”, es posible que el instrumento utilizado fuera la aguijada. Si nuevas investigaciones revelaran que la aguijada se usaba también con los niños en la Antigüedad, se vería desde otra perspectiva la muerte de Layo a manos de Edipo en aquel camino solitario, pues realmente Layo le incitó a hacerlo al descargarle “en medio de la cabeza su aguijada de dos puntas”. [230]

Aunque los datos que ofrecen las fuentes más antiguas sobre la severidad de los castigos son muy deficientes, parece haber pruebas de una mejora visible en cada una de las épocas de la historia de Occidente. En la Antigüedad había multitud de artificios y prácticas desconocidos en períodos posteriores, entre ellos trabas para los pies, esposas, mordazas, tres meses en “el cepo” y los sangrientos torneos de flagelación de los espartanos, en los que muchas veces se azotaba a los muchachos hasta que morían. [231] Hay una costumbre anglosajona que revela el nivel de la consideración que merecían los niños en otros tiempos. Dice Thrupp: “Era costumbre, cuando se deseaba conservar un testimonio legal de una ceremonia, que asistieran a ella los niños, que allí mismo eran azotados con especial rudeza, lo cual se suponía que daría mayor peso a cualquier prueba de los hechos”. [232]

Más difícil aún es hallar referencias a modalidades concretas de castigo en la Edad Media. Una ley del siglo XIII dio carácter público al castigo corporal de los niños: “Si se azota a un niño hasta sangrarlo, el niño lo recordará; pero si se le azota hasta causarle la muerte, se aplicará la ley”. [233] Con arreglo a la mayoría de las descripciones medievales, las palizas eran muy considerables, aunque san Anselmo, como en tantos otros aspectos, demuestra lo avanzado de su mentalidad con respecto a su época diciéndole a un abad que no pegue con fuerza a los niños, pues “¿Acaso no son humanos? ¿No son de carne y hueso como tú?” [234] Pero hubo de llegar al Renacimiento para que se empezara seriamente a aconsejarse moderación en el castigo, si bien tal consejo iba generalmente acompañado de la aprobación de los azotes sabiamente administrados. Como decía Bartholomew Batí, los padres debían “mantenerse en un justo medio”, lo que quiere decir que no debían “dar golpes y manotadas a sus hijos en la cara o en la cabeza ni azotarles como a sacos de malta con garrotes, trancas, bieldos o palas”, pues en tal caso podrían morir a consecuencia de los golpes. Lo correcto era “darle en los costados... con la vara, eso no le causará la muerte”. [235]

En el siglo XVII se hicieron algunos intentos para limitar el castigo corporal de los niños, pero fue en el siglo XVIII cuando la reducción fue más notable. Las primeras biografías que he encontrado de niños que tal vez no recibieran golpes nunca datan de 1690 a 1750. [236] Hasta el siglo XIX no empezó a desaparecer en la mayor parte de Europa y América del Norte la vieja costumbre de los azotes, manteniéndose por más tiempo en Alemania, donde el 80 por ciento de los padres todavía admiten que pegan a sus hijos, y un 35 por ciento con bastones. [237]

A medida que empezaron a disminuir los azotes fue preciso buscar sustitutivos. Por ejemplo, encerrar a los niños en lugares oscuros fue una práctica muy generalizada en los siglos XVIII y XIX. Se les metía en “cuartos oscuros, donde permanecían olvidados durante horas”. Una madre encerró a su niño de tres años en un cajón. Otra casa era “una especie de Bastilla en pequeño, pues en cada una de sus alacenas se hallaba un reo; unos estaban llorando y repitiendo verbos, otros comiendo su ración de pan y agua”. A veces se les dejaba encerrados en habitaciones durante varios días. Un niño francés de cinco años que visitaba con su madre una nueva casa le dijo: “Oh, no, mamá, es imposible: ¡No hay cuarto oscuro! ¿Dónde me ibas a meter cuando fuera desobediente?”. [238]

En lo que se refiere al sexo en la infancia, la averiguación histórica de los hechos presenta más dificultades de las usuales, pues a la reticencia y represión que se observa en nuestras fuentes se añade la falta de acceso a la mayoría de los libros, manuscritos y objetos que constituyen la base de nuestra investigación. Entre los bibliotecarios predominan todavía las actitudes victorianas con respecto al sexo, y la gran mayoría de las obras históricas que tratan de cuestiones sexuales permanecen bajo llave en los sótanos y almacenes de bibliotecas y museos de toda Europa y ni siquiera el historiador puede disponer de ellas. Aún así, en las fuentes que hemos podido consultar hasta ahora hay indicios suficientes de que los abusos sexuales cometidos con los niños eran más frecuentes en otros tiempos que en la actualidad, y que los severos castigos infligidos a los niños por sus deseos sexuales en los últimos doscientos años eran producto de una etapa psicogénica tardía en la que el adulto utilizaba al niño para refrenar, en lugar de poner por obra, sus propias fantasías sexuales. En la manipulación sexual, como en los malos tratos corporales, el niño no era más que una víctima incidental: una medida del papel que ello desempañaba en el sistema de defensa del adulto.



Ilustración 14
 Hombre griego jugando con pene de niño

En la Antigüedad, el niño vivía sus primeros años en un ambiente de manipulación sexual. En Grecia y Roma no era infrecuente que los jóvenes fueran utilizados como objetos sexuales por hombres mayores. La forma concreta y la frecuencia de tal utilización variaba según las regiones y las épocas. En Creta y Beocia, eran comunes los matrimonios y las lunas de miel entre pederastas. Los abusos eran menos frecuentes entre los muchachos romanos de la aristocracia, pero la utilización de los niños con fines sexuales era visible en alguna forma en todas partes. [239] En toda las ciudades había burdeles de muchachos, y en Atenas se podía incluso contratar el uso de un servicio de alquiler de muchachos. Aun allí donde la ley no fomentaba la homosexualidad entre muchachos libres, los hombres tenían esclavos con tal fin, de modo que incluso los niños que nacían libres veían a sus padres dormir con muchachos. A veces los niños eran vendidos como mancebos. Musonio Rufo se preguntaba si uno de estos muchachos podía moralmente oponer resistencia: “Conocía a un padre tan depravado que, teniendo un hijo notable por su belleza juvenil, lo vendió condenándole a una vida de ignominia. Si ese muchacho que fue vendido y lanzado a esa vida por su padre se hubiera negado y no hubiera querido prestarse a ello, diríamos que era desobediente”. [240] La principal objeción de Aristóteles a la idea de Platón de que los hijos se mantuvieran en común era que cuando los hombres tuvieran relaciones sexuales con muchachos no sabrían si eran sus propios hijos, cosa que para Aristóteles era “el colmo de la indecencia”. [241] Plutarco decía que la razón por la cual los muchachos romanos libres llevaban al cuello una bola de oro cuando eran muy jóvenes era que de ese modo los hombres podían saber cuáles eran los muchachos con los que no era correcto tener trato sexual cuando se encontraban con un grupo de ellos desnudos. [242]

La observación de Plutarco es una entre las muchas que indican que los abusos sexuales no se limitaban a los muchachos de más de once o doce años, como suponen la mayoría de los estudiosos. Es muy posible que pedagogos y maestros abusaran sexualmente de niños más pequeños en todos los períodos de la Antigüedad. Aunque se promulgaron toda clase de leyes para tratar de reducir los ataques sexuales a escolares por parte de los adultos, la largas y pesadas palmetas que llevaban pedagogos y maestros servían a menudo para amenazar a los niños. Quintillano, después de muchos años de enseñanza en Roma, ponía en guardia a los padres contra la frecuencia de los abusos sexuales por parte de los maestros, basando en ello su desaprobación del castigo corporal en las escuelas:

El acto de azotar trae consigo muchas veces, a causa del dolor y miedo, cosas feas de decirse, que después causan rubor: vergüenza que quebranta y abate el alma, inspirándola hastío y tedio de la misma luz. Además de lo dicho, si se cuida poco de escoger ayos y maestros de buenas costumbres, no se puede decir sin vergüenza para qué infamias abusan del derecho y facultad de castigar en esta forma los hombres mal inclinados, y qué ocasión ofrece a otros este miedo de los miserables discípulos. No me detendré mucho en esto: demasiado es lo que se deja entender. [243]

Esquines cita algunas de las leyes de Atenas con las que se intentaba limitar los ataques sexuales de que eran objeto los escolares:

"Considérese el caso de los maestros... está claro que el legislador desconfía de ellos... Prohíbe al maestro que abra la escuela, o al profesor de gimnasia el gimnasio, antes de la salida del sol, y les obliga a cerrar ambos antes de la puesta del sol; pues mucho recela de que se queden a solas con un muchacho o en la oscuridad con él". [244]

Esquines, cuando procesa a Timarco por haberse prostituido de muchacho, cita como testigos a varios hombres que admiten haber pagado para sodomizarlo. Esquines reconoce que muchos, incluido él mismo, eran utilizados como objeto sexual siendo niños, pero no mediante pago, pues ello hubiera sido ilegal. [245]

Los datos que ofrecen la literatura y el arte confirman este hecho de la utilización sexual de los niños más pequeños. Petronio gusta de describir a los adultos palpando el “pequeño instrumento inmaduro” de los muchachos, y su relato sobre la violación de una niña de siete años, con una larga fila de mujeres batiendo palmas alrededor del lecho, hace pensar que las mujeres no dejaban de desempeñar un papel en tales actos. [246]



Ilustración 15
Niños esperan a los adultos durante la orgía
(Greek drawing of symposium feast)

Aristóteles decía que la homosexualidad solía hacerse habitual en “aquellos de quienes se abusa desde la infancia”. Se ha supuesto que los niños desnudos que aparecen en los vasos atendiendo a los adultos en las escenas eróticas eran sirvientes, pero dado que los niños de noble cuna solían desempeñar funciones de criados, hemos de considerar la posibilidad de que fueran de la casa. Pues, como decía Quintillano de los niños romanos nobles: “Si prorrumpen en alguna desenvoltura, mostramos contento de ello. Aprobamos con nuestra risa y aún besándolos, expresiones que incluso en medio de la licencia de Alejandría serían intolerables... a nosotros nos las oyeron, ven a nuestras amantes y mancebas. Resuenan en los convites cantares obscenos y se ve lo que no se pude mentar”. [247]

Incluso los judíos, que trataron de acabar con la homosexualidad de los adultos mediante severos castigos, eran más indulgentes en el caso de los muchachos. Pese al precepto mosaico en contra de la corrupción de los niños, la pena con que se castigaba la sodomía con niños de más de nueve años era la lapidación, pero la cópula con niños de menor edad no era considerada como acto sexual,  y sólo se castigaba con azotes “por razones de disciplina pública”. [248]

Conviene recordar que no es posible que se cometan abusos sexuales con los niños en forma generalizada sin la complicidad, por lo menos inconsciente, de los padres. En otras épocas los padres ejercían el control más absoluto sobre sus hijos y eran ellos quienes tenían que acceder a entregarlos a quienes los ultrajaban. Plutarco reflexiona sobre la importancia que revestía esta decisión para los padres:

"Soy reacio a tocar el tema, reacio también a pasarlo por alto... Si debemos permitir que los pretendientes de nuestros muchachos se reúnan con ellos y pasen el tiempo con ellos, o si por el contrario, se les debe excluir e impedir que tengan intimidad con nuestros hijos. Siempre que pienso en ese tipo de padres austeros, intransigentes y severos que consideran que la intimidad con los amantes supone para sus hijos un ultraje intolerable, la prudencia me mueve a no manifestarme a favor y en defensa de tal práctica. [Sin embargo, Platón] declara que a los hombres que han demostrado su valía debe permitírseles acariciar a cualquier muchacho hermoso que les plazca. Así pues, a los amantes que sólo anhelan gozar de la belleza del cuerpo es justo alejarles; pero debe darse libre acceso a los amantes del espíritu." [249]

Al igual que los adultos que hemos visto antes alrededor de Luis XIII niño, los griegos y los romanos no podían evitar meter mano a los niños. Sólo he descubierto un testimonio de que esa práctica se extendía, como en el caso de Luis XIII, a la primera infancia. Suetonio censuraba a Tiberio porque “enseñaba a niños de tierna edad, a los que llamaba sus ‘pescaditos’, a jugar entre sus piernas mientras se bañaba. A los que todavía no habían sido destetados, pero eran fuertes y sanos, les metía el pene en la boca”. Es posible que Suetonio se inventara la anécdota, pero evidentemente tenía motivos para pensar que sus lectores le creerían. Así lo hizo, al parecer, Tácito, que la relata también. [250]

Pero la práctica sexual preferida tratándose de niños no era la fellatio o estimulación oral del pene, sino la cópula anal. Marcial dice que al sodomizar a un muchacho debe uno “abstenerse de excitar las ingles manoseándolas... La Naturaleza ha dividido al varón: una parte ha sido hecha para las mujeres, otra para los hombres. Usad vuestra parte”. Esto, dice, es aconsejable porque la masturbación “adelantaría la edad viril” de los muchachos, observación que Aristóteles había hecho poco antes que él. En los vasos eróticos en que se representan escenas de juegos sexuales con niños impúberes, el pene nunca se muestra en erección. [251] La homosexualidad de los hombres de la Antigüedad no era realmente como la de hoy, sino una categoría psíquica muy inferior, que a mi juicio debería denominarse “ambisexualidad” (de hecho ellos mismos utilizaban el término “ambidextro”). El homosexual va detrás de los hombres para huir de las mujeres, como defensa contra el conflicto edípico; mientras que el ambisexual nunca ha alcanzado de verdad el nivel edípico, y usa de los hombres y de las mujeres casi indistintamente. [252] En realidad, como señala la psicoanalista Joan McDougall, el objeto principal de este tipo de perversión es demostrar que “no existe diferencia entre los sexos”. McDougall dice que es un intento de controlar los traumas sexuales de la infancia por inversión: poniendo el adulto a otro niño en la situación de indefensión como un intento de dominar la ansiedad de la castración; demostrando así que “la castración no es dolorosa y que de hecho es la condición misma de la excitación erótica”. [253] Este es un buen retrato del hombre de la Antigüedad. Se decía con frecuencia que la cópula con niños castrados era especialmente excitante:  los niños castrados eran los voluptates preferidos en la Roma imperial y a los niños se les castraba “en la cuna”, y se les llevaba a lupanares para que gozaran de ellos hombres que gustaban de la sodomía con niños castrados. Cuando Domiciano promulgó una ley que prohibía la castración de los niños destinados a los burdeles, Marcial le elogió: “Los niños te amaban ya antes... pero ahora también los niños de pecho te aman, César”. [254] Paulo de Egina describe el método comúnmente utilizado para castrar a los niños pequeños:

"Como a veces nos vemos obligados en contra de nuestra voluntad por personas de alto rango a llevar a cabo la operación, [ésta] se efectúa por compresión. El niño, aún de tierna edad, es metido en una vasija con agua caliente, y después, cuando las partes se ablandan en el baño, hay que apretar los testículos con los dedos hasta que desaparecen".

La otra posibilidad, dice, es ponerlos en un banco y cortarles los testículos. Muchos médicos de la Antigüedad hacen referencia a esta operación, y Juvenal dice que habían de hacerla con frecuencia. [255]

Signos de castración rodeaban al niño en la Antigüedad. En todos los campos y jardines veía un Príapo, con un gran pene en erección y una hoz que simbolizaba la castración. Sus pedagogos y maestros podían estar castrados, por todas partes había prisioneros castrados y los sirvientes de sus padres en muchos casos eran castrados. San Jerónimo decía que algunas personas se habían preguntado si era prudente dejar que las muchachas se bañaran con eunucos. Y aunque Constantino promulgó una ley contra los castradores, la práctica se extendió tan rápidamente bajo sus sucesores que incluso los nobles mutilaban a sus hijos para facilitar su carrera política. También se castraba a los niños para “curarles” de diversas enfermedades, y Ambroise Parê lamentaba que hubiera tantos “castradores” sin escrúpulos que, codiciosos de los testículos de niños para utilizarlos con fines mágicos, persuadían a los padres para que les dejaran castrar a sus hijos. [256]

El cristianismo introdujo en el debate un concepto nuevo, la inocencia del niño. Como dice san Clemente de Alejandría, cuando Cristo aconsejaba a las gentes que “se hicieran como niños” para entrar en el reino de los cielos, sus palabras debían entenderse rectamente. “No somos criaturas en el sentido de que rodemos por el suelo o vayamos reptando como hacen las serpientes”. Lo que Cristo quería decir era que los mayores debían llegar a ser tan “incontaminados” como los niños: puros, sin conocimiento carnal. [257] A lo largo de la Edad Media los cristianos empezaron a reforzar la idea de que los niños ignoraban por completo toda noción de placer y de dolor. Un niño “no ha probado los placeres sensuales y no tiene idea de los impulsos de la virilidad... Se vuelve uno como un niño con respecto a la ira y se comporta uno como el niño en relación con el propio pesar, de modo que a veces ríe y juega mientras su padre o su madre o su hermano yace muerto”. [258] Por desgracia, la idea de que los niños son inocentes e inmunes a la corrupción es un argumento defensivo utilizado con frecuencia por quienes abusan de los niños para no reconocer que con sus actos les hacen daño, de manera que la ficción medieval de que el niño es inocente sólo sirve para que nuestras fuentes sean menos reveladoras y no demuestra nada en relación con lo que realmente sucedía. El abad Guibert de Nogent decía que los niños eran bienaventurados por no tener pensamientos ni facultades carnales; cabe preguntarse a qué se refería entonces cuando confesaba “las maldades que cometí en la infancia”. [259] En su mayoría, los sirvientes son acusados de abusar de los niños; incluso una lavandera podía “inducir a la perversión”. Los criados son dados a “gastar bromas libidinosas... en presencia de los niños y corrompen sus principales facultades”. Las niñeras no deben ser muchachas jóvenes, “pues muchas de ellas han despertado prematuramente el fuego de la pasión, como refieren relatos verídicos y, me atrevo a decir, como demuestra la experiencia”. [260]

Giovanni Dominici, en una obra escrita en 1405, trató de poner límites a la cómoda “inocencia” de la infancia; dijo que a partir de los tres años los niños no debían ver desnudos a los adultos, pues “suponiendo que no surja ningún pensamiento ni movimiento natural antes de los cinco años, si no se toman precauciones, criándose el niño en medio de tales actos se acostumbra a ellos y después ya no se avergüenza de ellos”. En el lenguaje que utilizaba se percibe que los propios padres eran muchas veces los que abusaban del niño:

"Debe dormir vestido con un camisón que le llegue por debajo de la rodilla, teniendo cuidado en lo posible de que no quede descubierto. Que no le toque la madre ni el padre, mucho menos otras personas. Para no causar tedio escribiendo tan detalladamente sobre esto, me remitiré a la historia de los antiguos, que aplicaban plenamente esta doctrina para criar bien a los niños y no hacer de ellos esclavos de la carne." [261]

Que en el Renacimiento se estaba produciendo un cambio en la manipulación de los niños con fines sexuales es un hecho que se desprende no sólo del creciente número de moralistas que la reprobaban (al igual que la nodriza de Luis XIII, Jean Gerson decía que era deber del niño impedir que otros abusaran de él ) sino también en el arte de la época. No sólo están llenas las pinturas del Renacimiento de putti o cupidos desnudos quitándose la venda de los ojos frente a mujeres desnudas sino que, además, se representa con mayor frecuencia a niños de verdad acariciando la barbilla de  la madre o con una pierna entre las de ella, posturas ambas que son signos iconográficos convencionales del amor sexual, y a menudo se pinta a la madre con la mano muy cerca de la zona genital del niño. [262]

La campaña contra la utilización sexual de los niños continuó a lo largo del siglo XVII, pero en el XVIII tomó un giro totalmente nuevo: castigar al niño o niña por tocarse los genitales. El hecho de que en ninguna de las sociedades primitivas estudiada por Whiting y Child [263] existan prohibiciones relativas a la masturbación infantil indica que tal prohibición representa, como el control de la evacuación en edad temprana, una etapa psicogénica tardía. La actitud de la mayoría de la gente con respecto a la masturbación con anterioridad al siglo XVIII, se pone de manifiesto en el consejo de Flopio a los padres, quienes deben “cuidar celosamente en la primera infancia de agrandar el pene del niño”. [264]



Illustración 16
 La Abuela de Cristo juega con su pene.
As Hans Baldung Grien's 1511 picture
of Anna selbdritt shows, grandmothers were expected
to masturbate their grandchildren.

Aunque la masturbación por parte de los adultos era pecado venial, los libros penitenciales de la Edad Media raras veces hacen extensiva la prohibición a la infancia; la homosexualidad de los adultos, y no la masturbación, era el tema obsesivo de la reglamentación sexual premoderna. Todavía en el siglo XV Gerson afirma que los adultos le dicen que nunca han oído decir que la masturbación fuera pecaminosa, y da instrucciones a los confesores de que pregunten directamente a los adultos: “Hermano, ¿te tocas o te frotas la verga como acostumbran a hacer los niños?” [265]

Pero fue a comienzos del siglo XVIII, y como culminación del empeño de controlar los abusos cometidos con los niños, cuando los padres empezaron a castigar severamente a sus hijos por masturbarse; y los médicos empezaron a difundir el mito de que la masturbación daba origen a la locura, la epilepsia, la ceguera y causaba la muere. En el siglo XIX esta campaña llegó a extremos increíbles. Médicos y padres aparecían a veces ante el niño armados de cuchillos y tijeras, amenazándole con cortarle los genitales. La circuncisión, la clitoridectomía y la infibulación se utilizaban en ocasiones como castigo, y se prescribían toda clase de dispositivos restrictivos: incluso moldes de yeso y artefactos con púas. La circuncisión estaba especialmente extendida.



Ilustración 17
Artefactos metálicos anti-masturbación.
Francés (G. Jalade-Lafond, 1818)  y alemán (W Scheinlein, 1831.)

Con palabras de un psicólogo infantil norteamericano, cuando un niño de dos años se restriega la nariz y no puede estarse quieto ni un momento, el único remedio es la circuncisión. Otro médico de muchos hogares del siglo XIX cuyo libro fue la Biblia recomendaba vigilar de cerca a los niños para ver si daban señales de masturbarse y llevárselos a él para hacerles la circuncisión sin anestesia, con lo cual quedaban curados.

Ilustración 18
 Aros para el pene
Póngalos a los niños por la noche para evitar erecciones durante el sueño

Los gráficos de Spitz sobre diferentes consejos dados en relación con la masturbación muestran que la intervención quirúrgica llega al máximo entre 1850 y 1879, y los artilugios para impedirla en de 1880 a 1904. Hacia 1925 estos métodos habían desaparecido casi por completo —después de dos siglos de agresiones brutales y totalmente innecesarias a los genitales de los niños. [266]

Entretanto, la utilización sexual de los niños después del siglo XVIII estuvo mucho más generalizada entre los criados y otros adultos y adolescentes que entre los padres, aunque, teniendo en cuenta que eran muchos los padres que seguían dejando que sus hijos durmieran con los criados después de haber sorprendido a otros criados anteriores abusando de ellos. Es evidente que las condiciones para que se dieran esos abusos permanecían bajo el control de los padres. El  cardenal Bernis, recordando que había sido objeto de manipulación sexual siendo niño, advertía a los padres que “no hay nada tan peligroso para la moral y quizá para la salud como dejar a los niños demasiado tiempo al cuidado de sirvientas o incluso de jóvenes criadas en los castillos. Añadiré que las mejores de ellas no siempre son las menos peligrosas. Se atreven a hacer con un niño lo que se avergonzarían de hacer con un joven”. [267]  Un médico alemán decía que las nodrizas y doncellas realizaban “toda clase de actos sexuales” con los niños “para divertirse”. El propio Freud cuenta que fue seducido por su niñera cuando tenía dos años, y Ferenczi y otros analistas posteriores han considerado imprudente la decisión tomada por Freud en 1897 de considerar como meras fantasías muchas de las declaraciones de los pacientes sobre experiencias de seducción en la infancia. Como señala el psicoanalista Robert Fleiss: “Nadie se pone enfermo a consecuencia de sus fantasías”. Y gran número de pacientes analizados, incluso actualmente, declaran haber tenido trato sexual con niños, aunque Fleiss es el único que introduce este hecho en su teoría psicoanalítica. Cuando se comprueba que todavía en 1900 había personas que creían que las enfermedades venéreas se podían curar “por medio de la relación sexual con niños” se empieza a tener una idea más clara de las dimensiones del problema. [268]

Huelga decir que los efectos que producían en el niño los graves abusos físicos y sexuales que he descrito eran enormes. Quisiera indicar aquí sólo dos de esos efectos: uno psicológico y otro físico. El primero es la enorme cantidad de pesadillas y alucinaciones sufridas por niños que he hallado en las fuentes. Aunque los escritos de adultos que ofrecen alguna indicación sobre la vida emocional del niño son, en el mejor de los casos, raros, los que he descubierto suelen revelar la existencia de pesadillas repetidas e incluso de verdaderas alucinaciones. Desde la Antigüedad, los escritos pediátricos contienen partes dedicadas a los métodos de combatir los “terribles sueños” de los niños, y a éstos se les pegaba a veces por tener pesadillas. Por la noche permanecían despiertos, aterrorizados por fantasmas imaginarios, demonios, “un dedo corvo que se arrastraba por el cuarto”. [269]



Ilustración 19
Chica exorcizada
Los frecuentes ataques de histeria en los niños a menudo pueden ser curados expulsando al Diablo fuera de ellos,
como en esta pintura de 1520, de Grunewald.

Además, la historia de la brujería en Occidente está llena de testimonios de niños que sufrían ataques convulsivos, pérdida del oído o del habla, pérdida de la memoria, visiones de demonios; que confesaban tener trato sexual con demonios y acusaban de brujería a los adultos, incluso a sus padres. Finalmente, en la Alta Edad Media encontramos niños obsesionados con la danza, cruzadas infantiles y peregrinaciones infantiles: temas que son demasiado amplios para examinarlos aquí. [270]

Un último punto que quiero simplemente tocar es la posibilidad de que los niños de otras épocas sufrieran realmente un retraso físico a consecuencia de la falta de cuidados. Aunque el enfajamiento por sí solo no suele afectar al desarrollo físico de los niños primitivos, unido a la negligencia y a los malos tratos de que eran objeto en otras épocas parece haber dado lugar, en ocasiones, a lo que hoy consideraríamos retraso. Un índice de este retraso es que mientras en la actualidad la mayoría de los niños empiezan a andar a los 10 o 12 meses, en otras épocas generalmente aprendían a andar más tarde. Las edades que figuran en el Cuadro 2 son las que he hallado en las fuentes hasta la fecha.

CUADRO 2.—  Edad al empezar a andar

Fuente [271]

Edad en meses

Fecha aprox.

Nación

Macrobio

28

400

Roma

Federico d'Este

14

1501

Italia

James VI

60

1571

Escocia

Ana de Dinamarca

108

1575

Dinamarca

El hijo de Anne Clifford

34

1617

Inglaterra

John Hamilton

14

1793

Norteamérica

Augustus Hare

17

1834

Inglaterra

Marianne Gaskell

22

1836

Inglaterra

El hijo de H. Tame

16

1860

Francia

Tricksy du Maurier

12

1865

Inglaterra

El hijo de W. Preyer

15

1880

Alemania

Franklin Roosevelt

15

1884

Norteamérica

La hija de G. Dearborn

15

1900

American

Amer. Inst. Child Life

12-17

1913

Norteamérica

Univ. of Minn. -23 bebés

15

1931

Norteamérica

 

PERIODIZACIÓN DE LA FORMAS DE RELACIONES PATERNOFILIALES

Dado que todavía hay personas que matan, pegan y utilizan sexualmente a los niños, todo intento de periodizar las formas de crianza de los niños ha de empezar por admitir que la evolución psicogénica sigue distintos ritmos en distintas familias, y que muchos padres parecen haberse quedado “detenidos” en modelos históricos anteriores. Hay también diferencias regionales y de clase que son importantes, especialmente desde la época moderna, en que las madres de las clases altas dejaron de confiar sus hijos a amas de cría y empezaron a criarlos ellas mismas. La periodización que se hace a continuación debe considerarse como una indicación de los tipos de relaciones paternofiliales que se daban en el sector psicogénicamente más avanzado de la población en los países más adelantados, y las fechas dadas son las primeras que encontré en las fuentes ejemplos del tipo correspondiente. La serie de seis tipos representa una secuencia continua de aproximación entre padres e hijos a medida que, generación tras generación, los padres superaban lentamente sus ansiedades y comenzaban a desarrollar la capacidad de conocer y satisfacer las necesidades de sus hijos. Creo también que dicha serie ofrece una taxología útil de las formas contemporáneas de crianza de los niños.

  1. Infanticidio (Antigüedad-siglo IV). La imagen de Medea se cierne sobre la infancia en la Antigüedad, pues en este caso el mito no hace más que reflejar la realidad. Algunos hechos son más importantes que otros, y cuando los padres rutinariamente resolvían sus ansiedades acerca del cuidado de los hijos matándolos, ello influía profundamente en los niños que sobrevivían. Respecto de aquellos a los que se les perdonaba la vida, la reacción proyectiva era la predominante y el carácter concreto de la inversión se manifestaba en la difusión de la práctica de la sodomía con el niño.
     
  2. Abandono (Siglos IV-XIII). Una vez que los padres empezaron a aceptar al hijo como poseedor de un alma, la única manera de hurtarse a los peligros de sus propias proyecciones era el abandono, entregándolo al ama de cría, internándolo en el monasterio o en el convento, cediéndolo a otras familias de adopción, enviándolo a casa de otros nobles como criado o rehén; o manteniéndolo en el hogar en una situación de grave abandono afectivo. El símbolo de este tipo de relación podría ser Griselda, que tan de buen grado abandonó a sus hijos para demostrar su amor a su esposo. O quizá sería cualquiera de esas estampas tan populares hasta el siglo XXIII en que se representa la Virgen María en una postura rígida sosteniendo al Niño Jesús. La proyección continuaba siendo preeminente, puesto que el niño seguía estando lleno de maldad y era necesario siempre azotarle, pero como demuestra la reducción de la sodomía practicada con niños, la inversión disminuyó considerablemente.
     
  3. Ambivalencia (Siglo XIV-XVII). Como el niño, cuando se le permitía entrar en la vida afectiva de los padres, seguía siendo un recipiente de proyecciones peligrosas, la tarea de éstos era moldearlo. De Dominici a Locke no hubo imagen más popular que la del moldeamiento físico del niño, al que se consideraba como cera blanda, yeso o arcilla a la que había que dar forma. Este tipo de relación se caracteriza por una enorme ambivalencia. El período comienza aproximadamente en el siglo XXIV, en el que se observa un aumento del número de manuales de instrucción infantil; la expansión del culto de la Virgen y el Niño Jesús, y la proliferación en el arte de la “imagen de la madre solícita”.
     
  4. Intrusión (Siglo XVIII). Una radical reducción de la proyección y la casi desaparición de la inversión fueron los resultados de la gran transición que en las relaciones paterno-filiales se operó en el siglo XVIII. El niño ya no estaba tan lleno de proyecciones peligrosas y en lugar de limitarse a examinar sus entrañas con un enema, los padres se aproximaban más a él y trataban de dominar su mente a fin de controlar su interior, sus rabietas, sus necesidades, su masturbación, su voluntad misma. El niño criado por tales padres era amamantado por la madre, no llevaba fajas, no se le ponían sistemáticamente enemas, su educación higiénica comenzaba muy pronto, se rezaba con él pero no se jugaba con él, recibía azotes pero no sistemáticamente, era castigado por masturbarse y se le hacía obedecer con prontitud tanto mediante amenazas y acusaciones como por otros métodos de castigo. Como el niño resultaba mucho menos peligroso, era posible la verdadera empatía, y nació la pediatría, que junto con la mejora general de los cuidados por parte de los padres redujo la mortalidad infantil y proporcionó la base para la transición demográfica del siglo XVIII.
     
  5. Socialización (Siglo XIX-mediados del XX). A medida que las proyecciones seguían disminuyendo, la crianza de un hijo no consistió tanto en dominar su voluntad como en formarle, guiarle por el buen camino, enseñarle a adaptarse: socializarlo. El método de la socialización sigue siendo para muchas personas el único modelo en función del cual puede desarrollarse el debate sobre la crianza de los niños. De él derivan todos los modelos psicológicos del siglo XX, desde la “canalización de los impulsos” de Freud hasta la teoría del comportamiento de Skinner. Más concretamente, es el modelo del funcionalismo sociológico. Asimismo, en el siglo XIX el padre comienza por vez primera a interesarse en forma no meramente ocasional por el niño, por su educación y a veces incluso ayuda a la madre en los quehaceres que impone el cuidado de los hijos.
     
  6. Ayuda (comienza a mediados del siglo XX). El método de ayuda se basa en la idea de que el niño sabe mejor que el padre lo que necesita en cada etapa de su vida e implica la plena participación de ambos padres en el desarrollo de la vida del niño, esforzándose por empatizar con él y satisfacer sus necesidades peculiares y crecientes. No supone intento alguno de corregir o formar “hábitos”. El niño no recibe golpes ni represiones, y sí disculpas cuando se le da un grito motivado por la fatiga o el nerviosismo. Este método exige de ambos padres una enorme cantidad de tiempo, energía y diálogo, especialmente durante los primeros seis años, pues ayudar a un niño a alcanzar sus objetivos cotidianos supone responder continuamente a sus necesidades: jugar con él, tolerar sus regresiones, estar a su servicio y no a la inversa, interpretar sus conflictos emocionales y proporcionar los objetos adecuados a sus intereses de evolución. Son pocos los padres que han intentado hasta ahora aplicar sistemáticamente esta forma de crianza de los niños. De los cuatro libros en que se describe a niños criados con arreglo a este método [272] se desprende que su resultado es un niño amable, sincero; que nunca está deprimido ni tiene un comportamiento imitativo o gregario; de voluntad firme y no intimidado en absoluto por la autoridad.

 

TEORÍA PSICOGÉNICA: UN NUEVO PARADIGMA PARA LA HISTORIA

La teoría psicogénica puede, a mi juicio, ofrecer un paradigma realmente nuevo para el estudio de la historia. [273] Con arreglo a esta teoría, el supuesto tradicional de la mente como tabula rasa se invierte: y es el mundo el que se considera como tabula rasa. Cada generación nace en un mundo de objetos carentes de sentido que sólo adquieren su significado si el niño recibe un determinado tipo de crianza. [274] Tan pronto como cambia para un número suficiente de niños el tipo de crianza, todos los libros y objetos del mundo quedan descartados por inútiles para los fines de la nueva generación, y la sociedad empieza a moverse en direcciones imprevisibles. Aún hemos de averiguar cómo se relaciona el cambio histórico con el cambio de las formas de crianza de los niños. En este libro nos hemos abstenido cuidadosamente de tratar este tema, pero no lo haremos así en el futuro. Muchos de nosotros hemos empezado ya a trabajar en artículos que llevarán el ámbito más amplio de la psicohistoria nuestras conclusiones acerca de la infancia, e incluso hemos iniciado la publicación de una revista especializada, The Journal of Psychohistory, en la que publicaremos nuestros futuros estudios.

Si la medida de la vitalidad de una teoría es su capacidad para generar problemas interesantes, la historia de la infancia y la teoría psicogénica han de tener un futuro apasionante. Hay todavía mucho que aprender sobre el desarrollo real de la infancia en otras épocas. Una de nuestras primeras tareas será investigar por qué la evolución de la infancia sigue diferentes ritmos en diferentes países, clases y familias. Sin embargo, sabemos ya lo suficiente para poder responder por vez primera a algunas grandes interrogantes acerca de los cambios de valores y comportamientos en la historia de Occidente. La historia de la brujería, de la magia, de los movimientos religiosos y de otros fenómenos irracionales de masa será la primera en beneficiarse de la teoría. Aparte de esto, la teoría psicogénica ha de permitir en definitiva saber por qué la organización social, las formas políticas y la tecnología cambian en determinados momentos y direcciones pero no en otros. Quizá la introducción en la historia del parámetro de la infancia pueda incluso poner fin a la huida durkheimiana de la psicología por parte del historiador, que ha durado un siglo; y alentarnos a reanudar la tarea de elaborar una historia científica de la naturaleza humana concebida hace ya mucho tiempo por John Stuart Mill como “una teoría de las causas que determinan el tipo de carácter propio de un pueblo o de una época”. [275]

 

Referencias bibliográficas

[1]  Peter Laslett, The World We Have Lost (Nueva York, 1965), pág. 104.

[2]  James H.S. Bossard, The Sociology of Child Development (Nueva York, 1948), pág. 598.

[3]  Geza Roheim, "The Study of Character Development and The Ontogenetic Theory of Culture", en Essays Presented to C. G. Seligman, F. E. Evans-Pritchard, y otros autores (Londres, 1934), pág. 292; Abram Kardiner, dir. de ed., The Individual and His Society (Nueva York, 1939), pág. 471; en Totem y Taboo Freud soslayó el problema postulando una "herencia de las disposiciones psíquicas", Sigmund Freud, The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, vol. 13, ed. de James Strachey (Londres, 1955), pág. 158.

[4] Enid Nemy, "Child Abuse: Does It Stem From the Nation's Ills and Its Culture?", New York Times, 16 de agosto de 1971, pág. 16; según algunos cálculos, el número de niños maltratados llega a 2.5 millones, véase Vincent J. Fontana, Somewhere a Child is Crying (Nueva York, 1973), pág. 38.

[5] John C. Sommerville, en "Towards a History of Childhood and Youth," Journal of Interdisciplinary History, 3 (1972), págs. 438-447, hace una evaluación de algunas de las obras más recientes; véase también Edward Saveth, "The Problem of American Family History", American Quarterly, 21 (1969), págs. 311-29.

[6] Véase especialmente Neil J. Smelser, Social Change in the Industrial Revolution: An Application of Theory of the British Cotton Industry (Chicago, 1959); Fred Weinstein y Gerald Platt, The Wish to Be Free: Society, Psyche, and Value Change (Berkeley and Los Angeles, 1969); y Talcott Parsons and Robert F. Bales, Family, Socialization, and Interaction Process (Nueva York, 1955).

[7] Véase Peter Coveney, The Image of Childhood: The Individual and Society: A Study of the Theme in English Literature (Baltimore, 1967); Gillian Avery, Nineteenth Century Children: Heroes and Heroines in English Children's Stories 1780-1900 (Londres, 1965); F. J. Harvey Darton, Children's Books in England: Five Centuries of Social Life (Cambridge, 1966); y Paul Hazard, Books, Children & Men (Boston, 1944).

[8] Las mejores historias de la infancia son las siguientes: Grace Abbott, The Child and the State, 2 vols. (Chicago, 1938); Abt Garrison, History of Pediatrics (Philadelphia, 1965; Philippe Aries, Centuries of Childhood: A Social History of Family Life (Nueva York, 1962); Sven Armens, Archetypes of the Family in Literature (Seattle, 1966); David Bakan, Slaughter of the Innocents (San Francisco, 1971); Howard Clive Barnard, The French Tradition in Education (Cambridge, 1922); Rosamond Bayne-Powell, The English Child in the Eighteenth Century (Londres, 1939); Frederick A. G. Beck, Greek Education: 450-350 B.C. (Londres, 1964); Jessie Bedford (pseudónimo de Elizabeth Godfrey), English Children in the Olden Time (Londres, 1907); H. Blumner, The Home Life of the Ancient Greeks, trad. de Alice Zimmern. (Nueva York, 1966); Bossard, Sociology; Robert H. Bremner y otros editores, Children and Youth in America: A Documentary History, 3 vols. (Cambridge, Massachusetts, 1970); Elizabeth Burton, The Early Victorians at Home 1837-1861 (Londres, 1972); M. St. Clare Byrne, Elizabethan Life in Town and Country (Londres, 1961); Ernest Caulfield, The Infant Welfare Movement in the Eighteenth Century (Nueva York, 1931); Oscar Chrisman, The Historical Child (Boston, 1920); Phillis Cunnington y Anne Boch, Children's Costume in England: From the Fourteenth to the End of the Nineteenth Century (Nueva York, 1965); John Demos, A Little Commonwealth: Family Life in Plymouth Colony (Nueva York, 1970); J. Louise Despert, The Emotionally Disturbed Child: Then and Now (Nueva York, 1967); George Duby, La Société aux XIe  Siècles dans la Région Maconnaise (Paris, 1953); Alice Morse Earle, Child Life in Colonial Days (Nueva York, 1899); Jonathan Gathorne-Hardy, The Rise and Fall of the British Nanny (Londres, 1972); Willystine Goodsell, A History of Marriage and the Family (Nueva York, 1934); Sister Mary Rosaria Gorman, The Nurse in Greek Life: A Dissertation (Boston, 1917); E. H. Hare, "Masturbatory Insanity: The History of an Idea", Journal of Mental Science, 108 (1962); 2-25; Edith Hoffman, Children in the Past (Londres, sin fecha); Christina Hole, English Home-Life, 1450 to 1800 (Londres, 1947); David Hunt, Parents and Children in History (Nueva York, 1970); Anne L. Kuhn, The Mother's Role in Childhood Education: New England Concepts 1830-1860 (New Haven, 1947); W. K. Lacey, The Famdy in Classical Greece (Ithaca, Nueva York, 1968); Marion Lochhead, Their First Ten Years: Victorian Childhood (Londres, 1956); Alan Macfarlane, The Family Life of Ralph Josselin: A Seventeenth-Century Clergyman (Cambridge, 1970); Morris Marples, Princes in the Making: A Study of Royal Education (Londres, 1965); H. I. Marrou, A History of Education in Antiquity (Nueva York, 1956); Roger Mercer, L 'enfant dons la société do XV siècle (Dakar, 1951); Edmund S. Morgan, The Puritan Family: Religion & Domestic Relations in Seventeenth-Century New England (Nueva York, 1966); George Henry Payne, The Child in Human Progress (Nueva York, 1916); Lu Emily Pearson, Elizabethans at Home (Stanford, California, 1957); Albrecht Peiper, Chronik der Kinderheilkunde (Leipzig, 1966); Henricus Pecters, Kind en juegdige in het begin van de modern tijd (Amberes, 1966); Ivy Pinchbeck y Margaret Hewitt, Children in English Society, Vol. 1: From Tudor Times to the Eighteenth Century (Londres, 1969); Chilton Latham Powell, English Domestic Relations, 1487-1653 (Nueva York, 1917); F. Gordon Roe, The Georgian Child (Londres, 1961); F. Gordon Roe, The Victorian Child (Londres, 1959); John Ruhrab, dir. de ed., Pediatrics of the Past: An Anthology (Nueva York, 1925); Alice Ryerson, "Medical Advice on Child Rearing", tesis doctoral, Universidad de Harvard University, Facultad de Pedagogía, 1960; Paul Sangster, Pity My Simplicity: The Evangelical Revival and the Religious Education of Children 1738-1800 (Londres, 1963); Levin L. Schticking, The Purhan Family (Londres, 1969); Rene A. Spitz, "Authority and Masturbation: Some Remarks on a Bibliographical Investigation", The Psychoanalytic Quarterly, 21 (1952), págs. 490-527; George Frederic Still, The History of Paediatrics (Londres, 1931); Karl Sudhoff, Erstlinge der Päidiatrischen Literatur: Drei Wiegendrucke über Heilung und Pflege des Kindes (Munich, 1925); Gordon Rattray Taylor, The Angel-Makers: A Study in the Psychological Origins of Historical Change 1750-1850 (Londres, 1958); Bernard Wishy, The Child and the Republic: The Dawn of Modern American Child Nurture (Philadelphia, 1968).

[9] Charles Seitman, Women in Antiquity (Londres, 1956), pág. 72.

[10]  Daniel R. Miller y Guy E. Swanson, The Changing American Parent: A Study in the Detroit Area (Nueva York, 1958), pág. 10.

[11] Bayne-Powell, English Child, pág. 6.

[12] Laslett, World, pag. 12. E.S. Morgan conviene en que los padres puritanos enviaban a sus hijos fuera de casa muy jóvenes únicamente porque "temían malcriarlos por quererlos demasiado", Puritan Family, pág. 77

[13]  William Sloane, Children’s Books in England and America in the Seventeenth Century (Nueva York, 1955), pág. 19.

[14] Aries, Centuries of Childhood, pág. 103.

[15]  Ibíd., pág. 105.

[16] Alan Valentine, ed., Fathers to Sons: Advice Without Consent (Norman, Oklahoma, 1963), pág. xxx.

[17]  Anna Robeson Burr, The Autobiography: A Critical and Comparative Study (Boston, 1909); véase también Emma N. Plank, "Memories of Early Childhood in Autobiographies", The Psychoanalytic Study of the Child, vol. 8 (Nueva York, 1953).

[18]  Frank E. Manuel, "The Use and Abuse of Psychology in History", Daedalus, 100 (1971), pág. 203.

[19] Aries, Centuries of Childhood, págs. 33, 10

[20] Victor Lasareff, en "Studies in the Iconography of the Virgin," Art Bulletin, 20 (1938), págs. 26-65, presenta una enorme bibliografía y muchos ejemplos de cuadros del niño en el arte de principios de la Edad Media.

[21]  Natalie Z. Davis, "The Reasons of Misrule," Past and Present, 50 (1971), págs. 61-62. Frank Boll, Die Lebensalter: Ein Beitrag zur Antiken Ethologie und zur Geschichte der Zablen (Leipzig and Berlin, 1913) ofrece la mejor bibliografía acerca de "las edades del hombre"; sobre las variaciones en inglés antiguo de la palabra "child" véase Hilding Back, The Synonyms for "Child", "Boy", "Girl" in Old English (Londres, 1934).

[22]  Richard Sennett, Families Against the City (Cambridge, Massachusetts, 1970); Joseph F. Kett, "Adolescence and Youth in Nineteenth-Century America", The Journal of Interdisciplinary History, 2 (1971), págs. 283-99; John y Virginia Demos, "Adolescence in Historical Perspective", Journal of Marriage and the Family, 31(1969), págs. 632-38.

[23] Despert, Emotionally Disturbed Child, pág. 40

[24]  Donald Meltzer, The Psycho-Analytical Process (Londres, 1967); Herbert A. Rosenfield, Psychotic States: A Psychoanalytical Approach (Nueva York, 1965).

[25]  Brandt F. Steele, "Parental Abuse of Infants and Small Children", Parenthood: Its Psychology and Psychopathology, ed. a cargo de E. James Anthony y Therese Benedek (Boston, 1970); David G. Gil, Violence Against Children: Physical Child Abuse in the United States (Cambridge, Massachusetts, 1970); Brandt F. Steele y Carl B. Pollock, "A Psychiatric Study of Parents Who Abuse Infants and Small Children" en The Battered Child (Chicago, 1968), ed. a cargo de Ray E. Helfer y C. Henry Kempe, págs. 103-45; Richard Galdston, "Dysfunctions of Parenting: The Battered Child, the Neglected Child, the Exploited Child", Modern Perspectives in International ChUd Psychiatry, ed. dirigida por John G. Howells (Nueva York, 1971), págs. 571-84.

[26]  Theodor Reik, Listening With the Third Ear (Nueva York, 1950); véase también Stanley L. Olinick, "On Empathy, and Regression in Service of the Other", British Journal of Medical Psychology, 42 (1969), págs. 40-47.

[27]  Nicholas Restif de la Bretonne, Monsieur Nicolas; o, The Ilunian Heart Unveiled, vol.1, R., trad. de de Crowder Mathers (Londres, 1930), pág. 95.

[28]  Gregory Bateson, Steps to an Ecology of Mind (Nueva York, 1972).

[29]  Barry Cunningham, "Beaten Kids, Sick Parents", Nueva York Post, 23 de febrero de 1972, pág. 14.

[30]  Samuel Arnold, An Astonishing Affair! (Concord, 1830), págs. 73-81.

[31] Powell, Domestic Relations, pág.110.

[32] Cotton Mather, Diary of Cotton Mather, vol.1 (Nueva York, sin fecha), pág. 283.

[33] Ibíd., pág. 369.

[34] Carl Holliday, Woman's Life in Colonial Boston (Boston, 1922), pág. 25.

[35] Richard Allestree, The Whole Duty ofMan (Londres, 1766), pág. 20.

[36] Keith Thomas, Religion and the Decline of Magic (Nueva York, 1971), pág. 479; Beatrice Saunders, The Age of Candlelight: The English Social Scene by the 17th Century (Londres, 1959), pág. 88; Traugott K. Oesterreich, Possession: Demoniacal and Other Among Primitive Races, in Antiquity, the Middle Ages, and Modern Times (Nueva York, 1930); en "San Ciriaco" de Grühenwald figura una muchacha a la que se está exorcizando y se le hace abrir la boca a la fuerza para dejar salir al demonio.

[37] Shmarya Levin, Childhood in Exile (Nueva York, 1929), págs. 58-59.

[38] Carl Haffter, "The Changeling: History and Psychodynamics of Attitudes to Handicapped Children in European Folklore", Journal of the History of the Behavioral Sciences, 4 (1968), 55-61; este artículo contiene la mejor bibliografía; véase también Bayne-Powell, English Child, pág. 247; y Pearson, Elizabethans, pág. 80.

[39]St. Augustine [San Agustín], Against Julian (Nueva York, 1957), pág. 117.

[40] William E. H. Lecky, History of the Rke and Influence of the Spirit of Rationalism in Europe (Nueva York, 1867), pág. 362.

[41] Haffter, "Changeling", pág. 58.

[42] Abbot Guibert of Nogent, Self and Society in Medieval France: The Memoirs of Abbot Guibert of Nogent, ed. preparada por John F. Benton. (Nueva York, 1970), pág. 96.

[43] G. G. Coulton, Social Life in Britain: From the Conquest to the Reformation (Cambridge, 1918), pág. 46.

[44] Ruth Benedict, "Child Rearing in Certain European Countries", American Journal of Orthopsychiatry, 19 (1949), págs. 345-46.

[45]Dio Chrysostom [Dión Crisóstomo], Discourses, trad. de I.W. Cohoon (Londres, 1932), pág. 36.

[46] Maffio Vegio, "De Educatione Liberorum", en Maphel Vegli Laudensis De Educatione Liberorum Et Eorum Claris Moribus Libri Sex, ed. a cargo de Maria W. Fanning (Washington, D.C., 1933), pág. 642.

[47] Carl Holliday, Woman's Life in Colonial Boston (Nueva York, 1960), pág.18.

[48] Brigid Brophy, Black Ship to Hell (Nueva York, 1962), pág. 361.

[49] Marc Soriano, "From Tales of Warning to Formulettes: the Oral Tradition in French Children's Literature", Yale French Studies, vol.43 (1969), pág. 31; Melesina French, Thoughts on Education by a Parent (Southampton, inédito), pág. 42; Roe, Georgian Child, pág.11; Jacob Abbott, Gentle Measures in the Management and Training of the Young (Nueva York, 1871), pág. 18; James Mott, Observations on the Education of Children (Nueva York, 1816), pág. 5; W. Preyer, The Mind of the Child (Nueva York, 1896), pág.164; William Byrd, Another Secret Diary (Richmond, 1942), pág. 449; Francis Joachim de Pierre de Bernis, Memoirs and Letters (Boston, 1901), pág. 90.

[50] French, Thoughts, pág. 43; véase también Enos Hitchcock, Memoirs of the Bloomsgrove Family, vol.1 (Boston, 1790), pág. 109; Iris Origo, Leopardi: A Study in Solitude (Londres, 1953), pág. 24; Hippolyte Adolphe Tame, The Ancient Regime (Gloucester, Massachusetts, 1962), pág. 130; Vincent J. Horkan, Educational Theories and Principles of Maffeo Veggio (Washington, D.C., 1953), pág. 152; Ellen Weeton, Miss Weeton: Journal of a Governess, Edward Hall, ed. de Edward Hall (Londres, 1936), pág. 58.

[51] Laurence Wylie, Village in the Vaucluse (Nueva York, 1957), pág. 52.

[52] Dialogues on the Passions, Habits and Affections Peculiar to Children (Londres, 1748), pág. 31; Georg Friedrich Most, Der Mensch in den ersten sieben Lebensjahren (Leipzig, 1839), pág. 116.

[53] Francis P. Hett, ed., The Memoirs of Susan Sibbald 1783-1812, pág. 176.

[54] Rhoda E. White, From Infancy to Womanhood: A Book of Instruction for Young Mothers (Londres, 1882), pág. 31.

[55] Strabo [Estrabón], The Geography, vol.1, trad. de Horace L. Jones (Cambridge, Massachusetts, 1960), pág. 69; Epictetus [Epiceto], The Discourses as Reported by Arrian, vol. 1, trad. de W.A. Oldfather (Cambridge, Massachusetts, 1967), págs. 217, 243 y vol.2, pág. 169.

[56] Dio Chrysostom [Dión Crisóstomo], Discourses, vol. 1, pág. 243; y vol. 5, pág. 107.

[57] Anna C. Johnson, Peasant Life in Germany (Nueva York, 1858), pág. 353. Varios informantes me han dicho que esto continúa en el siglo XX.

[58] John Paul Friedrich Richter, Levana; or the Doctrine of Education (Boston, 1863), pág. 288.

[59] Mary Sherwood, The History of the FairChild Family (Londres, sin fecha).

[60] Taylor, Angel-Makers, pág. 312; Most, Mensch, pág. 118; Frances Ann Kemble, Records of a Girlhood (Nueva York, 1879), pág. 27; Horkan, Educational Theories, pág. 117; Dr. Courtenay Dunn, The Natural History of the Child (Nueva York, 1920), pág. 300; E. Mastone Graham, Children of France (Nueva York, sin fecha), pág. 40; Hett, Memoirs, pág. 10; Ivan Bloch, Sexual Life in England (Londres, 1958), pág. 361; Harriet Bessborough, Lady Bessborough and Her Famdy Circle (Londres, 1940), págs. 22-24; Sangster, Pity, págs. 33-34.

[61]  Maffio Vegio, "De Educatione Liberorum", pág . 644.

[62] Memoir of Elizabeth Jones (Nueva York, 1841), pág . 13.

[63] C. S. Peel, The Stream of Time: Social and Domestic Life in England 1805-1861 (Londres, 1931), pág . 40.

[64] Bessborough Family, págs. 23-24.

[65]  John W.M. Whiting e Irvin L. Child, Child Training and Personality: A Cross-Cultural Study (New Haven, 1953), pág . 343.

[66] L. Bryce Boyer, "Psychological Problems of a Group of Apaches: Alcoholic Hallucinosis and Latent Homosexuality Among Typical Men", en The Psychoanalytic Study of Society, vol.3 (1964), pág. 225.

[67] Asa Briggs, dir. de ed., How They Lived, vol. 3 (Nueva York, 1969), pág . 27.

[68] Horace E. Scudder, Childhood in Literature and Art (Boston, 1894), pág . 34.

[69] Giovanni di Pagalo Morelli, Ricordi, ed. preparada por V. Branca (Florence, 1956), pág . 501.

[70] Euripides, The Medea, 1029-36; Jason se compadece también únicamente de sí mismo 1325-7.

[71] Ariès, Centuries of Childhood, pág. 57; Christian Augustus Struve, A Familiar Treatise on the Physical Education of Children (Londres, 1801), pág. 299.

[72] Agnes C. Vaughan, The Genesis of Human Offspring: A Study in Early Greek Culture (Menasha, Wisconsin, 1945), pág. 107; James Hastings, dir. de ed., A Dictionary of Christ and the Gospels (Nueva York, 1911), pág. 533.

[73] Kett, Adolescence, págs. 35, 230.

[74] E. Souliè y E. de Barthelemy, dir. de ed. Journal de Jean Heroard sur l'Enfance et la Jeunesse de Louis XIII, vol.1 (Paris, 1868), pág. 35.

[75] Ibíd., pág. 76.

[76]  Francesco da Barberino, Reggimento e costume di donne (Torino, 1957), pág. 189.

[77] Alexander Hamilton, The Family Female Physician: Or, A Treatise on the Management of Female Complaints, and of Children in Early Infancy (Worcester, 1793), pág. 287.

[78] Struve, Treatise, pág. 273.

[79] Albecht Peiper, Chronik, pág. 120; Daphne Du Maurier, The Young George du Maurier: A Selection of His Letters 1860-67 (Londres, 1951), pág. 223.

[80] Pliny [Plinio], Natural History, trad. de H. Rockham (Cambridge, Massachusetts, 1942), pág. 587.

[81] Sieur Peter Charron, Of Wisdom, 3a ed., trad. de George Stanhope (Londres, 1729), pág. 1384.

[82] St. Evremond, The Works of Monsieur de St Evremond, vol.3 (Londres, 1714), pág. 6.

[83] W. Warde Fowler, Social Life at Rome in the Age of Cicero (Nueva York, 1926), pág. 177; Edith Rickert, dir. de ed., The Babee's Book: Medieval Manners for the Young (Londres, 1908) pág. xviii; Mrs. E.M. Field, The Child and His Book (Londres, 1892), reimpresión (Detroit, 1968), pág. 91; Frederick 3. Furnivall, dir. de ed., Early English Meals and Manners (1868), reimpresión (Detroit, 1969), pág. 229; Pearson, Elizabethans, pág. 172.

[84] Elizabeth L. Davoren, "The Role of the Social Worker", en The Battered Child, ed. a cargo de Ray E. Helfer y C. Henry Kempe, (Chicago, 1968), pág. 155.

[85] Ruby Ann Ingersoll, Memoir of Elizabeth Charlotte Ingersoll Who Died September 18, l857, Aged 12 Years (Rochester, Nueva York, 1858), pág. 6.

[86] Jacques Guiilimeau, The Nursing of Children (Londres, 1612), pág. 3.

[87] H.T. Barnwell, Selected Letters of Madame de Sivigni (Londres, 1959), pág. 73.

[88] Most, Mensch, pág. 74

[89] Charron, Wisdom, pág. 1338; Robert Cleaver, A Godlie Forme of Household Government (Londres, 1598), pág. 296.

[90] Soulié, Héroard, págs. 2-5.

[91] Ibid., págs. 7-9.

[92] Ibid., pág. 11.

[93] Ibid., págs. 14-15.

[94] Ibid., págs. 32.34.

[95] Ibid., pág. 36.

[96] Ibid., págs. 34-35.

[97] Ibid., págs. 42-43.

[98] Ibid., pág. 45. Esta utilización sexual del delfín no podía tener por objeto únicamente asimilar su carisma real, puesto que el rey y la reina también participaban.

[99] Felix Bryk, Circumcision in Man and Woman: Its History, Psychology and Ethnology (Nueva York, 1934), pág. 94.

[100] Ibid., pág. 100.

[101] Ibid., págs. 57, 115.

[102] Incluso hoy, personas que se automutilan ven en la sangre que fluye leche. Véase John S. Kafka, "The Body as Transitional Object: A Psychoanalytic Study of a Self-Mutilating Patient", British Journal of Medical Psychology, 42 (1969), pág. 209.

[103] Eric J. Dingwall, Male Infibulatiori (Londres, 1925), pág. 60; and Thorkil Vanggaard, Phallos: A Symbol and its History in the Male World (Nueva York, 1969), pág. 89.

[104] Dingwall, Infibulation, pág. 61; Celsus [Celso], De Medicina, vol. 3, trad. de W. B. Spencer (Cambridge, 1938), pág. 25; Augustin Cabanes, The Erotikon (Nueva York, 1966), pág. 171; Bryk, Circumcision, págs. 225-27; Soranus [Sorano], Gynecology (Baltimore, 1956), págs.107; Peter Ucko, "Penis Sheaths: A Comparative Study," Proceedings of the Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland for 1969 (Londres, 1970), pág. 43.

[105] Ibid., págs. 27, 56-58; Count de Buffon, A Natural History, vol.1, trad. de William Smellie (Londres, 1781), pág. 217.

[106] Paulus Aegineta [Paulo de Egina], The Seven Books of Paulus Aegbieta, 3 vols, trad. de Francis Adams (Londres, 1844-47), vol.1, pág. 346; Celsus [Celso], Medicina, pág. 421.

[107] Otto J. Brendel, "The Scope and Temperament of Erotic Art in the Greco-Roman World" Studies in Erotic Art, ed. preparada por Theodore Bowie y Cornelia V. Christenson (Nueva York, 1970), láminas 1, 17, 18, 20.

[108] Joseph C. Rheingold, The Fear of Being a Woman: A Theory of Maternal Destructiveness (Nueva York, 1964); y The Mother, Anxiety, and Death: The Catastrophic Death Complex (Boston, 1967).

[109] Dorothy Bloch, "Feelings That Kill: The Effect of the Wish for Infanticide in Neurotic Depression", The Psychoanalytic Review, 52 (1965); Bakan, Slaughter; Stuart S. Asch, "Depression: Three Clinical Variations" en Psychoanalytic Study of the Child, vol.21 (1966) págs. 150-71; Morris Brozovsky y Harvey Falit, "Neonaticide: Clinical and Psychodynamic Considerations", Journal of Child Psychiatry, 10 (1971); Wolfgang Lederer, The Fear of Women (Nueva York, 1968); Galdston, "Dysfunctions", y la bibliografía en Rheingold.

[110] Contienen bibliografías las siguientes obras: Abt-Garrison, History of Pediatrics; Bakan, Slaughter; William Barclay, Educational Ideas in the Ancient World (Londres, 1959), apéndice A; H. Bennett, "Exposure of Infants in Ancient Rome", Classical Journal, 18 (1923), págs. 341-45; A. Cameron, "The Exposure of Children and Greek Ethics", Classical Review, 46 (1932), 105-14; Jehanne Charpentier, Le Droit de l'enfance Abandonée (Paris, 1967); A. R. W. Harrison, The Law of Athens: The Family and Property (Oxford, 1968); William L. Langer, "Checks on Population Growth: 1750-1850", Scientific American (1972), 93-99; Francois Lebrun, "Naissances illegitimes et abandons d'enfants en Anjou au XVIIIe siecle", Annales: Economies, Societies, Civilisations, 27 (1972); A. J. Levin, "Oedipus and Sampson, the Rejected Hero-Child", International Journal of Psycho-Analysis, 38 (1957), págs. 103-110; John T. Noonan, Jr., Contraception: A History of Its Treatment by the Catholic Theologians and Canonists (Cambridge, Massachusetts, 1965); Payne, Child; Juha Pentikainen, The Nordic Dead-Child Traditions (Ilelsinki, 1968); Max Raden, "Exposure of Infants in Roman Law and Practice", Classical Journal, 20 (1925), 342-43; Edward Shorter, "Illegitimacy, Sexual Revolution, and Social Change in Modern Europe", The Journal of Interdisciplinary History 2 (1971), págs. 237-72; Edward Shorter, "Infanticide in the Past", History of Childhood Quarterly: The Journal of Psychohistory 1 (1973), págs. 178-80; Edward Shorter, "Sexual Change and Illegitimacy: The European Experience", en Modern European Social History, ed. a cargo de Robert Bezucha (Lexington, Massachusetts, 1972), págs. 231-69; John Thrupp, Tire Anglo-Saxon Hornc: A History of the Domestic Institutions and Customs of England. From tire Fifth to the Eleventh Century (Londres, 1862); Richard Trexler, "Infanticide in Florence", History of Child/rood Quarterly: Tire Journal of Psychohistory, 1 (1973), págs. 98-117; La Rue Van Hook, "The Exposure of Infants at Athens", American Philogical Association Transactions and Proceedings, 51, (1920), págs. 36-44; Oscar H. Werner, The Unmarried Mother in German Literature (Nueva York, 1966); G. Glotz, L'Exposition des enfants, Etudes Sociales et Juridiques sur l'Antiquité grecque (Paris, 1906); Y.B. Brissaud, "L'infanticide à la fin du moyen age, ses motivations psychologiques et sa répression", Revue historique de droit français et étranger, 50 (1972), págs. 229-56; M. de Gouroff (Antoine J. Duguer), Essai sur l'histoire des enfants trouvés (Paris, 1885); William L. Langer, "Infanticide: A Historical Survey", History of Childhood Quarterly: The Journal of Psychohistory 1(1973), págs. 353-67.

[111] Soranus [Sorano], Gynecology, pág. 79.

[112] Lacey, Family, pág. 164.

[113] John Garrett Winter, Life and Letters in the Papyri (Ann Arbor, Michigan, 1933); pág. 56; Naphtali Lewis y Meyer Reinhold, Roman Civilization: Source Book 2 (Nueva York, 1955), pág. 403; Gunnlaugs saga ormstungu en Three Icelandic Sagas, trad. de M. H. Scargill (Princeton, 1950), págs. 11-12.

[114] Jack Lindsay, The Ancient World (Londres, 1968), pág. 168.

[115] Polybius [Polibio], The Histories, vol.6, trad. de W. R. Paton. (Londres, 1927), pág. 30.

[116] Cora E. Lutz, "Musonius Rufus 'The Roman Socrates'" en Yale Classical Studies, ed. preparada por Alfred R. Bellinger, vol. 10 (New Haven, 1947), pág. 101; aunque su discípulo Epiceto en Discourses, capítulo 23, parece más contrario al infanticidio. Véase también la aprobación legal del infanticidio en The Gortyna Law Tables, IV:21, 23, ed., de R. Dareste, Récucil des Inscriptions Juridiques Grecques (Paris, 1894), pág. 365.

[117] Bartholomew Batty, The Christian Mans Closet, trad. de William Lowth (1581), pág. 28.

[118]  Seneca, Moral Essays, trad. de John W. Basore (Cambridge, Massachusetts, 1963), pág. 145.

[119] Menander, The Principal Fragments, trad. de Frances G. Allinson (Londres, 1921), pág. 33; Phillip E. Slater, The Glory of Hera: Greek Mythology and the Greek Family (Boston, 1968).

[120] Henri V. Vallois, "The Social Life of Early Man: The Evidence of Skeletons", en Social Life of Early Man, ed. preparada por Sherwood L. Washburn (Chicago, 1961), pág. 225.

[121] Plutarch [Plutarco], Moralia, trad. de Frank C. Babbitt (Londres, 1928), pág. 493.

[122] F. Weflisch, Isaac and Oedipus (Londres, 1954), págs. 11-14; Payne, Child, págs. 8, 160; Robert Seidenberg, "Sacrificing the First You See", The Psychoanalytic Review, 53 (1966), págs. 52-60; Samuel J. Beck, "Abraham's Ordeal: Creation of a New Reality", The Psychoanalytic Review, 50 (1963), págs. 175-85; Theodore Thass-Thienemann, The Subconscious Language (Nueva York, 1967), págs. 302-6; Thomas Platter, Journal of a Younger Brother, trad. de Jean Jennett (Londres, 1963), pág. 85; Tertullian [Tertuliano], "Apology", The Anti-Nicene Fathers, Vol.3 (Nueva York, 1918), pág. 25; P. W. Joyce, A Social History of Ancient Ireland, Vol. 1, 3a ed. (Londres, 1920), pág. 285; William Burke Ryan, Infanticide: Its Law, Prevalence, Prevention, and History (Londres, 1862), págs. 200-20; Eusebius Pamphili, Ecclesiastical History (Nueva York, 1955), pág. 103; J. M. Robertson, Pagan Christs (Nueva York, 1967), pág. 31; Charles Picard, Daily Life in Carthage, trad. de A. E. Foster (Nueva York, 1961), pág. 671; Howard H. Schlossman, "God the Father and His Sons", American Imago, 29 (1972), págs. 35-50.

[123] William Ellwood Craig, "Vincent of Beauvais, On the Education of Noble Children", Universidad de California en Los Angeles, thesis doctoral, 1949, pág. 21; Payne, Child, pág. 150; Arthur Stanley Riggs, The Romance of Human Progress (Nueva York, 1938), pág. 284; E. O. James, Prehistoric Religion (Nueva York, 1957), pág. 59; Nathaniel Weyl, "Some Possible Genetic Implications of Carthaginian Child Sacrifice", Perspectives in Biology and Medicine, 12 (1968), págs. 69-78; James Hastings, dir. de ed., Encyclopedia of Religion and Ethics, Vol. 3 (Nueva York, 1951), pág. 187; Picard, Carthage, pág. 100.

[124] H. S. Darlington, "Ceremonial Behaviorism: Sacrifices For the Foundation of Houses", The Psychoanalytic Review, 18 (1931); Henry Bett, The Games of Children: Their Origin and History (Londres, 1929), págs. 104-5; Joyce, Social History, pág. 285; Payne, Child, pág. 154; anónimo, "Foundations Laid in Human Sacrifice", The Open Court, t. 23 (1909), págs. 494-501.

[125] Henry Bett, Nursery Rhymes and Tales; Their Origin and History (Nueva York, 1924), pág. 35.

[126] Dio's Roman History, Vol.9, trad. de Earnest Cary (Londres, 1937), pág. 157; Suetonius [Suetonio], The Lives of the Twelve Caesars, ed. preparada por Joseph Gavorse (Nueva York, 1931), pág. 108; Pliny [Plinio], Natural History, vol. 8, trad. de H. Rockham. (Cambridge, Massachusetts, 1942), pág. 5.

[127] Suetonius [Suetonio], Caesars, pág. 265; Livy, Works, vol.12, trad. de Evan T. Sage (Cambridge, Massachusetts, 1938), pág. 9; Tacitus [Tácito], The Annals of Tacitus, trad. de Donald R. Dudley (Nueva York, 1966), págs. 186, 259.

[128] Philo [Filón], Works, Vol.7, trad. de F. H. Colson (Cambridge, Massachusetts, 1929), pág. 549; véase también Favorinus [Florobino] en J. Foote, "An Infant Hygiene Campaign of the Second Century", Archives of Pediatrics, 37 (1920), pág. 181.

[129] Lewis and Reinhold, Roman Civilization, págs. 344, 483.

[130] Noonan, Contraception, pág. 86.

[131] St. Justin Martyr [San Justino Mártir], Writings (Nueva York, 1949), pág. 63; asimismo Dio Chrysostom [Dión Crisóstomo], Discourses, pág. 151; Tertullian [Tertuliano], Apology, pág. 205; Lactantius, The Divine Institutes, Books 1-8 (Washington, D.C. 1964), pág. 452.

[132] Tertullian [Tertuliano], Apologetical Works (Nueva York, 1950), pág. 31.

[133] Hefele-Leclercq, Histoire des conciles, t.II, pt. I (Paris, 1908), págs. 459-60. Según Leclercq, es posible que san Magnebodo (606-654) fundara un hospicio anterior.

[134] Dictionnaire d'archeologie et de liturgie (Paris, 1907-1951), tomo I, artículo sobre "Alumni" de H. Leclercq, págs. 1288-1306; Thrupp, Anglo-Saxon Home, pág. 81.

[135] Emily R. Coleman, "Medieval Marriage Characteristics: A Neglected Factor in the History of Medieval Serfdom", The Journal of Interdisciplinary History, 2 (1971); págs. 205-20; Josiah Cox Russell, British Medieval Population (Albuquerque, New Mexico, 1948), pág. 168.

[136] Trexler, "Infanticide", pág. 99; Brissaud, "L'infanticide", pág. 232.

[137] 137. Ibid., pág. 100; F. G. Emmison, Elizabethan Life and Disorder Chelmsford, England (1970), págs. 7-8, 155-7; Pentikainen, Dead-Child; Werner, Mother, págs. 26-29; Ryan, Infanticide, págs. 1-6; Barbara Kellum, "Infanticide in England in the Later Middle Ages", History of Childhood Quarterly: The Journal of Psychohistory, 1 (1974) págs. 367-88; Brissaud, "L'infanticide," págs. 243-56.

[138] Craig, “Vincent of Beauvais” pág. 368; Thomas Phayer, The Regiment of Life, including the Boke of Children (1545); Thrupp, Anglo-Saxon Home, pág. 85; William Douglass, A Summary Historical and Political, of the First Planting, Progressive Improvements, and Present State of the British Settlements in North America, vol.2 (Londres, 1760), pág. 202.

[139]  John Brownlow, Memoranda: Or Chronicles of the Foundling Hospital (Londres, 1847), pág. 217.

[140]  Shorter, "Sexual Change"; Bakan, Slaughter; Shorter, "Illegitimacy"; Shorter. "Infanticide"; Charpentier, Droit; Robert J. Parr, The Baby Farmer (Londres, 1909); Lebrun, Naissances; Werner, Mother; Brownlow, Memoranda; Ryan, Infanticide; Langer, "Checks", y una inmensa bibliografía que Langer posee en apoyo de este artículo, pero que sólo existe en forma mimeografiada, aunque se reproduce parcialmente en su artículo "Infanticide: A Historical Survey", History of Childhood Quarterly: The Journal of Psychohistory, 1 (1974), págs. 353-65.

[141] C. H. Rolph, "A Backward Glance at the Age of Obscenity", Encounter,
32 (junio de 1969), pág. 23.

[142] Louis Adamic, Cradle of Life: The Story of One Man's Beginnings (Nueva York, 1936), págs. 11, 45, 48.

[143] Royden Keith Yerkes, Sacrifice in Greek and Roman Religions and Early Judaism (Nueva York, 1952), pág. 34; Ernest Jones, Essays in Applied Psycho-Analysis, vol.2 (Nueva York, 1964), págs. 22-109; Gorman, Nurse, pág. 17.

[144] J. K. Campbell, Honour, Famdy and Patronage (Oxford, 1964), pág. 154.

[145] Walton B. McDaniel, Conception, Birth and Infancy in Ancient Rome and Modern Italy (Coconut Grove, Florida, 1948), pág. 32; J. Stuart Hay, The Amazing Emperor Heliogabalus (Londres, 1911), pág. 230; Peiper, Chronik, pág. 95; Juvenal and Persius, trad. de G. G. Ramsay (Cambridge, Massachusetts, 1965), págs. 249, 337; Barberino, Reggimento, pág. 188; Raphael Patai, The Hebrew Goddess (Nueva York, 1967), pág. 210; Alan Macfartane, Witchcraft in Tudor and Stuart England (Nueva York, 1970), pág. 163; Hole, English Home-Life, pág. 41; los niños han estado relacionados con la iconografía de la muerte desde la Antigüedad.

[146] Epictetus [Epiceto], Discourses, vol.2, pág. 213.

[147] Iris Origo, The Merchant of Prato (Londres, 1957), pág. 163.

[148] Ewald M. Plass, compilador, What Luther Says: An Anthology, 2 vols. (St. Louis, 1959), pág. 145.

[149] H.C. Barnard, dir. de ed., Fenelon on Education (Cambridge, 1966), pág. 63.

[150] Edward Wagenknecht, When I Was a Child (Nueva York, 1946), pág. 5.

[151] Origo, Leopardi, pág. 16.

[152] Margaret Deanesly, A History of Early Medieval Europe (Londres, 1956), pág. 23; Robert Pemell, De Morbis Puerorum, or, A Treatise of the Diseases of Children (Londres, 1653), pág. 8, práctica que recuerda la costumbre japonesa de quemar con moxa la piel de los niños, que todavía sigue en vigor por razones terapéuticas o con fines educativos; véase Edward Norbeck y Margaret Norbeck, "Child Training in a Japanese Fishing Community", en Douglas C. Haring, dir. de ed., Personal Character and Cultural Milieu (Syracuse, 1956), págs. 651-73.

[153] Hunt, Parents and Children, pág. 114; Robert Cleaver, A godlie Form of householde government (Nueva York, 1698), pág. 253; Hamilton, Female Physician, pág. 280.

[154] Véase la bibliografía que contiene la obra de Abt-Garrison, History of Pediatrics, pág. 69.

[155] Payne, Child, págs. 242-3.

[156] Graham, Children, pág. 110.

[157] Nancy Lyman Roelker, Queen of Navarre: Jeanne d’Albret (Cambridge, Massachusetts, 1969), pág. 101.

[158] Ruhrah, Pediatrics, pág. 216; Bayne-Powell, English Child, pág. 165; William Buchan, Advice to Mothers (Philadelphia, 1804), pág. 186; The Mother's Magazine, 1(1833), 41; Paxton Hibben, Henry Ward Beecher: An American Portrait (Nueva York, 1927), pág. 28.

[159]  James Nelson, An Essay on the Government of Children (Dublin, 1763), pág. 100; Still, History of Paediatrics, pág. 391.  James Nelson, An Essay on the Government of Children (Dublin, 1763), pág. 391.

[160] W. Preyer, Mental Development in the Child (Nueva York, 1907), pág. 41; Thomas Phaire, The Boke of Children (Edinburgh, 1965), pág. 28; PemeIl, De Morbis, pág. 23; Most, Mensch, pág. 76; Dr. Heinrich Rauschcr, "Volkskunde des Waldviertels", Das Waidviertel, 3 Band (Volkskunde), Verlag Zeitschrift "Deutsches Vaterland" (Viena, sin fecha), págs. 1-116.

[161] Buchan, Advice, pág. 192; Hamilton, Female Physician, pág. 271.

[162] Scevole de St. Marthe, Paedotrophia; or The Art of Nursing and Rearing Children, trad. de H. W. Tytler (Londres, 1797), pág. 63; John Floyer, The History of Cold-Bathing, sexta ed. (Londres, 1732); William Buchan, Domestic Medicine, revisión de Samuel Griffitts (Philadelphia, 1809), pág. 31; Ruhrah, Pediatrics, pág. 97; John Jones, The arts and science of preserving bodie and soule in healthe (1579), Univ. Microfilms, 14724, pág. 32; Alice Morse Earle, Customs and Fashions in Old New England (Detroit, 1968), 1a ed., 1893, pág. 2; The Common Errors in the Education of Children and Their Consequences (Londres, 1744), pág. 10; William Thomson, Memoirs of the Life and Gallant Exploits of the Old Highlander Serleant Donald Macleod (Londres, 1933), pág. 9; Morton Schatzman, Soul Murder: Persecution in the Family (Nueva York, 1973), pág. 41; Hitchcock, Memoirs, pág. 271

[163] Fhzabeth Grant Smith, Memoirs of a Highland Lady (Londres, 1898),  pág. 49.

[164] Aristotle, Polities, trad. de H. Raekham. (Cambridge, Massachusetts, 1967), pág. 627; Robert M. Green, trad., A Translation of Galen's Hygiene (De Sanitate Tuenda) (Springfield, Illinois, 1951), pág. 33; Peiper, Chronik, pág. 81.

[165] Horace [Horacio], Satires, Epistles, Ars Poetica, trad. de H. Rushton Fairdlough (Cambridge, Massachusetts, 1961), pág. 177; Floyer, Cold-Bathing; Jean Jacques Rousseau, Emile, trad. de Barbara Foxley (Londres, 1911), pág. 27; Earle, Child Life, pág. 25; Richter, Levana, pág. 140; Dorothy Canfield Fisher, Mothers and Children (Nueva York, 1914), pág. 113; Marian Harland, Common Sense in the Nursery (Nueva York, 1885), pág. 13; Earle, Customs, pág. 24; Mary W. Montagu, The Letters and Works of Lady Mary Wortley Montagu, vol. 1 (Londres, 1861), pág. 209; Nelson, Essay, pág. 93.

[166] Isaac Deutscher, Lenin's Childhood (Londres, 1970), pág. 10; Yvonne Kapp, Eleanor Marx, vol 1-Family Life (Londres, 1972), pág. 41; John Ashton, Social Life in the Reign of Queen Anne (Detroit, 1968), pág. 3.

[167] Buehan, Domestic, pág. 8.

[168] Robert Frances Harper, trad., The Code of Hammurabi King of Babylon about 2250 B.C. (Chicago, 1904), pág. 41; Payne, Child, págs. 217, 279-91; Bossard, Sociology, págs. 607-8; Aubrey Gwynn, Roman Education: From Cicero to Quintillian (Oxford, 1926), pág. 13; Fostel de Coulanges, The Ancient Chy (Garden City, Nueva York, sin fecha), págs. 92, 315.

[169] Harrison, Law, pág. 73.

[170] Herodas, The Mimes and Fragments (Cambridge, 1966), pág. 117.

[171] Thrupp, Anglo-Saxon Home, pág. 11; Joyce, History, págs. 164-5; William Andrews, Bygone England: Social Studies in Its Historic Byways and High-ways (Londres, 1892), pág. 70.

[172] John T. McNeill y Helena M. Gamer, Medieval Handbooks of Penance (Nueva York, 1938), pág. 211; Grace Abbott, en The Child and the State, vol.2 (Chicago, 1938), pág. 4, describe una subasta de niños en América.

[173] Georges Contenau, Everyday Life ill Babylon and Assyria (Nueva York, 1966), pág. 18.

[174]  Sidney Painter, William Marshall: Knight-Errant, Baron, and Regent of England (Baltimore, 1933), pág. 16.

[175] Ibid., pág. 14; Graham, Children, pág. 32.

[176] Joyee, History, vol. 1, págs. 164-5; vol. 2, págs. 14-19.

[177] Marjorie Rowling, Everyday Life in Medieval Times (Nueva York, 1968). pág. 138; Furnivall, Meals and Manners, pág. xiv; Kenneth Chariton, Education in Renaissance England (Londres, 1965), pág. 17; Macfarlane, Family Life, pág. 207; John Gage, Life in Italy at the Time of the Medici (Londres, 1968), pág. 70.

[178] G. Jocelyn Dunlop, English Apprenticeship and Child Labour (Londres, 1912); M. Dorothy George, Londres Life in the Eighteenth Century (Nueva York, 1964).

[179] Augustus J. C. Hare, The Story of My Life, vol.1 (Londres, 1896), pág. 51.

[180] Betsy Rodgers, Georgian Chronicle (Londres, 1958), pág. 67.

[181] Harper, Code of Hammurabi; Winter, Life and Letters; I. G. Wickes, "A History of Infant Feeding", Archives of Disease in Childhood, 28 (1953), pág. 340; Gorman, Nurse; A Hymanson, "A Short Review of the History of Infant Feeding", Archives of Pediatrics, 51 (1934), pág. 2.

[182] Green, Galen's Hygiene, pág. 24; Foote, "Infant Hygiene", pág. 180; Soranus, Gynecology, pág. 89; Jacopo Sadoleto, Sadoleto On Education (Londres,1916), pág. 23; Hoikan, Educational Theories, pág. 31; John Jones, The art and science of preserving bodie and soule in healthe (Londres, 1579), pág. 8; Juan de Mariana, The King and the Education of the King (Washington, D.C., 1948), pág. 189; Craig R. Thompson, traductor, The Colloquies of Erasmus (Chicago, 1965), pág. 282; St. Marthe, Paedotrophia, pág. 10; Most, Mensch, pág. 89; John Knodel and Etienne Van de Walle, "Breast Feeding, Fertility and Infant Mortality: An Analysis of Some Early German Data", Population Studies 21 (1967), págs. 116-20.

[183] Foote, "Infant Hygiene", pág. 182.

[184] Clement of Alexandria [Clemente de Alejandría], The Instructor, Ante-Nicene Christian Library, vol.
4 (Edinburgh, 1867), pág. 141; Aulus Gellius, The Attic Nights of Aulus Gellius, vol.2 (Cambridge, Massachusetts, 1968), pág. 357; Clement of Alexandria, Christ the Educator (Nueva York, 1954), pág. 38.

[185] Aulus Gellius [Aulio Gelio], Attic, pág. 361.

[186] Morelli, Riccordi, págs. 144,452.

[187] James O. Halliwell, dir. de ed., The Autobiography and Correspondence of Sir Simonds D'Ewes (Londres, 1845), pág. 108; véase también William Bray, dir. de ed., The Diary of John Evelyn, vol.1 (Londres, 1952), págs. 330,386; Henry Morley, Jerome Cardan: The Life of Girolamo Cardano of Milan, Physician, 2 vols. (Londres, 1854), pág. 203.

[188] Guillimeau, Nursing, pág. 3.

[189] Wickes, "Infant Feeding," pág. 235.

[190] Hitchcock, Memoirs, págs. 19, 81; Wickes, "Infant Feeding", pág. 239; Bayne-Powell, English Child, pág. 168; Barbara Winchester, Tudor Family Portrait (Londres, 1955), pág. 106; Taylor, Angel-Makers, pág. 328; Clifford Stetson Parker, The Defense of the Child by French Novelists (Menasha, Wisconsin, 1925), págs. 4-7; William Hickey, Memoirs of it/Uliam Mickey (Londres, 1913), pág. 4; Jacques Levion, Dady Life at Versadles in the Seventeenth and Eighteenth Centuries, trad. de Elxiane Engel (Londres, 1968), pág. 131; T. G. H. Drake, "The Wet Nurse in the Eighteenth Century", Bulletin of the History of Medicine, 8 (1940), págs. 934-48; Luigi Tansillo, The Nurse, A Poem, trad. de William Roscoe (Liverpool, 1804), pág. 4; Marmontel, Autobiography, vol. 4 (Londres, 1829), pág. 123; Th. Bentzon, "About French Children", Century Magazine, 52 (1896), pág. 809; Most, Mensch, págs. 89-112; John M. S Allison, dir. de ed., Concerning the Education of a Prince: Correspondence of the Princess of Nassau-Saarbruck 13 June-15 November, 1758 (New Haven, 1941), pág. 26; Mrs. Alfred Sidgwick, Home Life in Germany (Chatauqua, Nueva York, 1912), pág. 8.

[191] Lucy Hutchinson, Memoirs of Colonel Hutchinson (Londres, 1968), págs. 13-15; Macfarlane, Family Life, pág. 87; Lawrence Stone, The Crisis of the Aristocracy: 1558-1641 (Oxford, 1965), pág. 593; Kenneth B. Murdock, The Sun at Noon (Nueva York, 1939), pág. 14; Marjorie H. Nicoson, dir. de ed., Conway Letters (New Haven, 1930), pág. 10; Countess Elizabeth Clinton, The Countesse of Lincolness Nurserie (Oxford, 1622).

[192] Wickes, "Infant Feeding", pág. 235; Drake, "Wet Nurse", pág. 940.

[193]Hymanson, "Review", pág. 4; Soranus [Sorano], Gynecology, pág. 118; William H. Stahl, trad., Macrobius: Commentary on the Dream of Scipio (Nueva York, 1952), pág. 114; Barberino, Reggimento, pág. 192; Ruhrah, Pediatrics, pág. 84.

[194] Roesslin, Byrth, pág. 30.

[195] Ryerson, "Medical Advice", pág. 75.

[196] Wickes, "Infant Feeding," págs. 155-8; Hymanson, "Review", págs. 4-6; Still, History of Paediatrics, págs. 335-6, 459; Mary Hopkirk, Queen Over the Water (Londres, 1953), pág. 1305; Thompson, Colloquies, pág. 282.

[197] The Female Instructor: or Young Woman's Companion (Liverpool, 1811), pág. 220.

[198] W. O. Hassal, How They Lived: An Anthology of OriginalAccounts Written Before 1485 (Oxford, 1962), pág. 20.

[199] Cyril P. Bryan, The Papyrus Ebers (Nueva York, 1931), pág. 162; Still, History of Paediatrics (Londres, 1931), pág. 466; Douglass, Summary, pág. 346; Rauseher, "Volkskunde," pág. 44; John W. Dodds, The Age of Paradox: A Biography of England 1841-1851 (Nueva York, 1952), pág. 157; Abt-Garrison, History of Pediatrics, pág. 11; John B. Beck, "The effects of opium on the infant subject", Journal of Medicine, (Nueva York, 1844); Tickner, Guide, pág. 115; Friendly Letter to Parents and Heads of Families Particularly Those Residing in the Country Towns and Villages in America (Boston, 1828), pág. 10; Buchan, Domestic, pág. 17; Pinchbeck, Children, pág. 301.

[200] John Spargo, The Bitter Cry of the Children (Chicago, 1968), Xenophon [Jenofonte], Minor Writings, trad. de F. C. Marchant (Londres, 1925), pág. 37; Hopkirk, Queen, págs. 130-5; Plutarch [Plutarco], Moralia, pág. 433; St. Basil, Ascetical Works (Nueva York, 1950), pág. 266; Gage, Life in Italy, pág. 109; St. Jerome [San Jerónimo], The Select Letters of St. Jerome, trad. de F. A. Wright (Cambridge, Massachusetts, 1933), págs. 357-61; Thomas Platter, The Autobiography of Thomas Platter: A Schoolmaster of the Sixteenth Century, trad. de Elizabeth A. McCoul Finn (Londres, 1847), pág. 8; Craig, "Vincent of Beauvais", pág. 379; Roesslin, Byrth, pág. 17; Jones, Arte, pág. 40; Tame, Ancient Regime, pág. 130; B. Horn y Mary Ranson, dir. de ed., English Historical Documents, vol.10, 1714-1783 (Nueva York, 1957), pág. 561; Lochhead, First Ten Years, pág. 34; Eli Forbes, A Famdy Book (Salem, 1801), págs. 240-1; Leontine Young, Wednesday's Children: A Study of Child Neglect and Abuse (Nueva York, 1964), pág. 9.

[201]St. Augustine [San Agustín], Confessions (Nueva York, 1963), pág. 18; Richard Baxter, The Auto-biography of Richard Baxter (Londres, 1931), pág. 5; san Agustín dice unas páginas antes que había tenido que hurtar alimentos de la mesa.

[202] Hassall, How They Lived, pág. 184; Benedict, "Child Rearing", pág. 345; Geoffrey Gorer and John Rickman, The People of Great Russia: A Psychological Study, pág. 98; Peckey, Treatise, pág. 6; Ruhrah, Pediatrics, pág. 219; Green, Galen's Hygiene, pág. 22; Fransois Mauriceau, The Diseases of Women with Child, and in Child-Bed, trad. de Hugh Chamberlin (Londres, 1736). pág. 309.

[203] William P. Dewees, A Treatise on the Physical and Medical Treatment of Children (Philadelphia, 1826), pág. 4; también contienen bibliografía sobre los fajados y las envolturas las siguoentes obras: Wayne Dennis, "Infant Reactions to Restraint: an Evaluation of Watson's Theory", Transactions Nueva York Academy of Science, ser. 2, vol. 2 (1940); Erik H. Erikson, Childhood and Society (Nueva York, 1950); Lotte Danziger y Liselotte Frankl, "Zum Problem der Functions-reifung", A. fur Kinderforschung, 43 (1943); Boyer, "Problems", pág. 225; Margaret Mead, "The Swaddling Hypothesis: Its Reception", American Anthropologist, 56 (1954); Phyllis Greenacre, "Infant Reactions to Restraint" en Clyde Kluckholm y Henry A. Murray, dir. de ed., Personality in Nature, Society and Culture, 2a ed. (Nueva York, 1953), págs. 513-14; Charles Hudson, "Isometric Advantages of the Cradle Board: A Hypothesis", American Anthropologist, 68 (1966), págs. 470-74.

[204] Hester Chapone, Chapone on the Improvement of the Mind (Philadelphia, 1830), pág. 200.

[205] Earle L. Lipton, Alfred Steinschneider, y Julius B. Richmond, "Swaddling, A Child Care Practice: Historical Cultural and Experimental Observations", Pediatrics, suplemento, 35, parte 2 (marzo de 1965), págs. 521-567.

[206] Turner Wilcox, Five Centuries of the American Costume (Nueva York, 1963), pág. 17; Rousseau, Emile, pág. 11; Christian A. Struve, A Familiar View of the Domestic Education of Children (Londres, 1802), pág. 296.

[207] Hippocrates [Hipócrates], trad. de W. H. S. Jones (Londres, 1923), pág. 125; Steffen Wenig, The Woman in Egyptian Art (Nueva York, 1969), pág. 47; Erich Neumann, The Great Mother: An Analysis of the Archetype (Nueva York, 1963), pág. 32.

[208] James Logan, The Scotish Gael; or, Celtic Manners, As Preserved Among the Highlanders (Hartford, 1851), pág. 81; Thompson, Memoirs, pág. 8; Marjorie Plant, The Domestic Life of Scotland in the Eighteenth Century (Londres, 1952), pág. 6.

[209] Soranus [Sorano], Gynecology, pág. 114; Plato [Platón], The Laws (Cambridge, Massachusetts,
1926), pág. 7.

[210] Dorothy Hartley, Mediaeval Costume and Life (Londres, 1931), págs. 117-19.

[211] Cunnington, Children's Costume, págs. 35, 53-69; Macfarlane, Family Life, pág. 90; Guillimeau, Nursing, pág. 23; Lipton, "Swaddling" pág. 527; Hunt, Parents and Children, pág. 127; Peckey, Treatise, pág. 6; M. St. Clare Byrne, dir. de ed., The Elizabethan Home Discovered in Two Dialogues by Claudius Hollyband and Peter Erondell (Londres, 1925), pág. 77. Es interesante observar que más de un siglo antes de la campaña de Candogan contra las envolturas, las madres empezaron a reducir la edad de quitarles a los niños las fajas y que los doctores como Glisson se opusieron a este cambio, tendiendo a confirmar su origen psicogénico en la propia familia.

[212] Cunnington, Children's Costume, pág. 68-69; Magdelen King-Hall, The Story of the Nursery (Londres, 1958), págs. 83, 129; Chapone, Improvement, pág. 199; St. Marthe, Paedotrophia, pág. 67; Robert Sunley, "Larly Nineteenth-Century Literature on Child Rearing", en Childhood in Contemporary Cultures, ed. a cargo de Margaret Mead y Martha Wolfenstein (Chicago, 1955), pág. 155; Kuhn, Mother's Role, pág. 141; Wilcox, Five Centuries; Alice M. Earle, Two Centuries of Costume in America, vol.1 (Nueva York, 903), pág. 311; Nelson, Essay, pág. 99; Lipton, "Swaddling", págs. 529-32; Culpepper, Directory, pág. 305; Hamilton, Female Physician, pág. 262; Morwenna Rendle-Short y John Rendle-Short, The Father of Child Care. Life of William Cadogan (1711- 1797) (Bristol, 1966), pág. 20; Caulfield, Infant Wdfare, pág. 108; Ryerson, "Medical Advice", pág. 107; Bentzon, "French Children", pág. 805; Most, Mensch, pág. 76; Struve, View, pág. 293; Sidgwick, Home Life, pág. 8; Peiper, Chronik, pág. 666.

[213] Cunnington, Children's Costume, págs. 70-128; Tom Hastie, Home Life, pág. 33; Preyer, Mind, pág. 273; Lane, Costume, págs. 316-17; Mary Somerville, Personal Recollections, From Early Life to Old Age, of Mary Somerville (Londres, 1873), pág. 21; Aristotle, Politics, pág. 627; Schatzman, Soul Murder; Earle, Child Life, pág. 58; Burton, Early Victorians, pág. 192; Joanna Richardson, Princess Mathilde (Nueva York, 1969), pág. 10; lteotzon, "French Children", pág. 805; Stephanie de Genlis, Memoirs of the Countess de Genus, 2 vols. (Nueva York, 1825), pág. 10; Kemble, Records, pág. 85.

[214] Xenophon [Jenofonte], Writings, pág. 7; Horkan, Educational Theories, pág. 36; Earle, Child Life, pág. 26; Nelson, Essay, pág. 83; Ruhrah, Pediatrics, pág. 220; Soranus [Sorano], Gynecology, pág. 116. En el mismo orden de ideas, véase también Gregory Bateson y Margaret Mead, Balinese Character: A Photographic Airalysis, vol.2, Special Publications of the Nueva York Academy of Sciences (1942).

[215] T. B. L. Webster, Everyday Life in Classkal Athens (Londres, 1969), pág. 46; The Story of Abelard's Adversities: Historia Calamitatum, trad. de J. T. Muckle (Toronto, 1954), pág. 30; Roland H. Bainston, Women of the Reformation in Germany and Italy (Minneapolis, 1971), pág. 36; Pierre Belon, Les Observations, de prusieurs singularitéz et choses memorables trouvées en Grèce, Judée, Egypte, Arabie et autres pays estranges (Ambers, 1555), págs. 317-18; Phaire, Boke, pág. 53; Pemell, De Morbis, pág. 55; Peckey, Treatise, pág. 146; Elizabeth Wirth Marvick, "Héroard and Louis XIII", Journal of Interdisciplinary History, en prensa; Guillimeau, Nursing, pág. 80; Ruhrah, Pediatrics, pág. 61; James Benignus Bossuet, An Account of the Education of the Dauphine, In a Letter to Pope Innocent XI (Glasgow, 1743), pág. 34.

[216] Thass-Thienemann, Subconscious, pág. 59

[217] Hunt, Parents and Children, pág. 144. La sección relativa a las purgas es la que revela mejor perspicacia.

[218] Ibíd., págs. 144-5.

[219] Nelson, Essay, pág. 107; Chapone, Improvement, pág. 200; Ryerson, "Medical Advice", pág. 99.

[220] Stephen Kern, "Did Freud Discover Childhood Sexuality?", History of Childhood Quarterly: The Journal of Psychohistory, I (Summer, 1973), pág. 130; Preyer, Mental Development, pág. 64; Sunley, "Literature", pág. 157.

[221] Josephine Klein, Samples From English Cultures, vol. 2, Childrearing Practices (Londres, 1965), págs. 449-52; David Rodnick, Post War Germany: An Anthropologist's Account (New Haven, 1948), pág. 18; Robert R. Sears y otros, Patterns of Child Rearing (Nueva York, 1957), pág. 109; Miller, Chairging American Parent, págs. 219-20.

[222] Plutarch [Plutarco], "The Education of Children", Plutarch: Selected Essays on Love, the Family, and the Good Life, trad. de Moses Hadas (Nueva York, 1957), pág. 113; Queen Flizabethes Achademy, ed. preparada por F.J. Furnivall. Early English Text Society, Extra Series no. 8 (Londres, 1 869), pág. 1; William Harrison Woodward, Studies in Education During the Age of tire Renaissance 1400-1600 (Cambridge, Massachusetts, 1924), pág. 171.

[223] Michel de Montaigne, The Essays of Michel de Moirtaigne, trad. de George B. Ives (Nueva York, 1946), págs. 234, 516; Donald M. Frame, Montaigne: A Biography (Nueva York, 1965), págs. 38-40, 95.

[224] Peiper, Chronik, págs. 302-345.

[225] Preserved Smith, A History of Modern Culture, vol.2 (Nueva York, 1934). pág. 423.

[226] Letters From Petrarch, trad. de Morris Bishop (Bloomington, Ind., 1966), pág. 149; Charles Norris Cochrane, Christianity arid Classical Culture (Londres, 1940), pág. 35; James Turner, "The Visual Realism of Comenius", History of Education (1 junio 1972), pág. 132; John Amos Comenius [Juan Amós Comenio], The School of Infancy (Chapel Hill, NC., 1956). pág. 102; Roger DeGuimps, Pestalozzi: His Life and Work (Nueva York, 1897), pág. 161; Christian Bec, Les marchands écrivains: affaires et humanisme à Florence 1375-1434 (Paris, 1967), pága. 288-97; Renée Neu Watkins, trad., The Faindy in Renaissance Florence (Columbia, S.C., 1969), pág. 66.

[227] Christina Hole, The English Housewife in the Seventeenth Century (Londres, 1953), pág. 149; Editha y Richard Sterba, Beethoven and His Nephew (Nueva York, 1971), pág. 89.

[228] Soulié, Héroard, págs. 44, 203, 284, 436; Hunt, Parents and Children, págs. 133 ss.

[229] Giovanni Dominici, On The Education of Children, trad. de Arthur B. Cote
(Washington, D.C., 1927), pág. 48; Rousseau, Emile, pág. 15; Sangster, Pity, pág. 77.

[230] Thrupp, Anglo-Saxon Home, pág. 98; Furnivall, Meals and Manners, pág. vi; Roger Ascham, The Scolemaster (Nueva York, 1967), pág. 34; H.D. Trail y J.S. Mann, Social England (Nueva York, 1909), pág. 239; Sophocles [Sófocles], Oedipus The King, pág. 808.

[231] Herodas, Mimes, pág. 117; Adolf Erman, The Literature of the Ancient Egyptians (Londres, 1927), págs. 189-91; Peiper, Chronik, pág. 17; Plutarch, Moralia, pág. 145; Plutarch [Plutarco], The Lives of the Noble Grecians and Romans, trad. de John Dryden (Nueva York, sin fecha), pág. 64; Galen [Galeno], On the Passions and Errors of the Soul, trad. de Paul W. Harkins, Ohio State University Press, pág. 56.

[232]  Thrupp, Anglo-Saxon Home, pág. 100.

[233] Peiper, Chronik, pág. 309

[234] Eadmer, The Life of St. Anselm - Archbishop of Canterbury, trad. de R.W. Southern (Oxford, 1962), pág. 38.

[235] Batty, Christian, págs. 14-26; Charron, Wisdom, págs. 1334-9; Powell, Domestic Relations, passim, John F. Benton, dir. de ed., Self and Society in Medieval France: The Memoirs of Abbot Guibert of Nogent (Nueva York, 1970), págs. 21241; Lueila Cole, A History of Education: Socrates to Montessori (Nueva York, 1950), pág. 209; Comenius [Comenio], School, pág. 102; Watkins, Family, pág. 66.

[236] Bossuet, Account, págs. 56-7; Henry H. Meyer, Child Nature and Nurture According to Nicolaus Ludwig von Zinzindorf (Nueva York, 1928), pág. 105; Bedford, English Children, pág. 238; King-Hall, The Story of the Nursery, págs. 83-11; John Witherspoon, The Works of John Witherspoon, D.D. Vol.8 (Edinburgh, 1805), pág. 178; Rev. Bishop Fleetwood, Six Useful Discourses on the Relative Duties of Parents and Children (Londres, 1749).

[237]Véase en el último capítulo de este libro la bibliografía relativa a Francia e Inglaterra; véase también Lyman Cobb, The Evil Tendencies of Corporal Punishment as a Means of Moral Discipline in Families and Schools (Nueva York, 1847), y Miller, Changing American Parent, págs. 13-14 sobre las condiciones en Norteamérica; véase Walter Havernick, Schläge als Strafe (Hamburg, 1964), sobre la Alemania de hoy.

[238]Smith, Memoirs, pág. 49; Richard Heath, Edgar Quinet: His Early Life and Writings (Londres, 1881), pág. 3; Lord Lindsay, Lives of the Lindsays: or, a Memoir of the Houses of Crawford and Barcarros, vol.2 (Londres, 1849), pág. 307; Letters of Benjamin Rush, vol I: 1761-1792, ed. preparada por L.H. Butterfield (Princeton, 1951), pág. 511; Bentzon, "French Children", pág. 811; Margaret Blundell, Cavalier: Letters of William Blundell to his Friends, 1620-1698 (Londres, 1933), pág. 46.

[239]Contienen bibliografía las siguientes obras: see Hans Licht, Sexual Life in Ancient Greece (Nueva York, 1963); Robert Flaceliere, Love in Ancient Greece, trad. de James Cleugh (Londres, 1960); Pierre Grimal, Love in Ancient Rome, trad. de Arthur Train (Nueva York, 1967); J. Z. Eglinton, Greek Love (Nueva York, 1964); Otto Kiefer, Sexual Life in Ancient Rome (Nueva York, 1962); Arno Karlen, Sexuality and Homosexuality: A New View (Nueva York, 1971); Vanggaard, Phallos; Wainwright Churchill, Homosexual Behavior Among Males: A Cross-Cultural and Cross-Species Investigation (Nueva York, 1967).

[240] Lutz, "Rufus", pág. 103.

[241] Aristotle [Aristóteles], Politics, pág. 81.

[242] Grimal, Love, pág. 106; Karlen, Sexuality, pág. 33; Xenophon [Jenofonte], Writings, pág. 149.

[243]  Quintilian [Quintiliano], Instituto Oratoria, trad. de H. F. Butler (Londres, 1921), pág. 61; Karlen, Sexuality, págs. 34-5; Lacey, Family, pág. 157.

[244] Aesehines [Esquines], The Speeches of Aesehines, trad. de Charles Darwin Adams (Londres, 1919), págs. 9-10.

[245] Ibíd., pág. 136.

[246] Petronius [Petronio], The Satyricon and The Fragments (Baltimore, 1965), pág. 43.

[247] Aristotle [Aristóteles], The Nicomachean Ethics (Cambridge, 1947), pág. 403; Quintilian [Quintiliano], Institutio, pág. 43; Ove Brusendorf y Paul Henningsen, A History of Eroticism (Nueva York, 1963), lámina 4.

[248] Louis M. Epstein, Sex Laws and Customs in Judaism (Nueva York, 1948), pág. 136.

[249] Plutarch [Plutarco], "Education", pág. 118.

[250] Suetonius [Suetonio], Caesars, pág. 148; Tacitus [Tácito], The Annals of Tacitus (Nueva York,
1966), pág. 188.

[251] Martial [Marcial], Epigrams, vol. 2, trad. de Walter C. A. Kerr. (Cambridge, Massachusetts, 1968), pág. 255; Aristotle [Aristóteles], Historia Animalium, trad. de R. Cresswell (Londres, 1862), pág. 180.

[252] Vanggaard, Phallos, págs. 25, 27, 43; Karlen, Sexuality, págs. 33-34; Eglinton, Greek Love, pág. 287.

[253] Joyce McDougall, "Primal Scene and Sexual Perversion", International Journal of Psycho-Analysis, 53 (1972), pág. 378.

[254] Hans Licht, Sexual Life in Ancient Greece (Nueva York, 1963), pág. 497; Peter Tomkins, The Eunuch and the Virgin (Nueva York, 1962), págs. 17-30; Vanggaard, Phallos, pág. 59; Martial [Marcial], Epigrams, págs. 75, 144.

[255] Paulus Aegineta [Paulo de Egina], Aegeneta, pág. 379-81.

[256] Martial [Marcial], Epigrams, pág. 367; St. Jerome [San Jerónimo], Letters, pág. 363; Tomkins, Eunuch, págs. 28-30; Geoffrey Keynes, dir. de ed., The Apologie and Treatise of Ambroise Paré (Londres, 1951), pág. 102.

[257] Clement of Alexandria [Clemente de Alejandría], Christ, pág. 17.

[258] Origen [Orígenes], "Commentary on Mathew", The Ante-Nicene Fathers, vol. 9, ed. preparada por Allan Menzies (Nueva York 1925), pág. 484.

[259]Benton, Self, págs. 14, 35.

[260] Craig, "Vincent of Beauvais", pág. 303; Cleaver, Godlie, págs. 326-7; Dominici, Education, pág. 41.

[261] Ibíd.

[262] Ariès, Centuries of Childhood, págs. 107-8; Johannes Butzbach, The Autobiography of Johannes Butzbach: A Wandering Scholar of the Fifteenth Century (Ann Arbor, 1933), pág. 2; Horkan, Educational Theories, pág. 118; Jones, Arts, pág. 59; James Cleland, The Instruction of a Young Nobleman (Oxford, 1612), pág. 20; Sir Thomas Elyot, The Book Named the Governor (Londres, 1962), pág. 16; Erwin Panofsky, Studies in Iconology: Humanistic Themes in the Art of the Renaissance (Nueva York, 1972), págs. 95-166; Leo Steinberg, "The Metaphors of Love and Birth in Michelangelo's Pietàs", Studies in Erotic Art, ed. preparada por Theodore Bowie y Cornelia V. Christenson (Nueva York, 1970), págs. 231-339; Josef Kunstmann, The Transformation of Eros (Londres, 1964), pág. 21-23.

[263] Whiting, Child-Training, pág. 79.

[264] Gabriel Falloppius, "De decoraturie trachtaties," cap. 9, Opera Omnia, 2 vols. (Frankfurt, 1600), págs. 336-37; Soranus [Sorano], Gynecology, pág. 107.

[265] Michael Edward Goodich, "The Dimensions of Thirteenth Century Sainthood", tesis doctoral, Columbia University, 1972, págs. 211-12; Jean-Louis Flandrin, "Mariage tardif et vie sexuelle: Discussions et hypotheses de recherche", Annales: Economies Societés Civilisations, 27 (1972), págs. 1351-1378.

[266] Hare, "Masturbatory Insanity", págs. 2-25; Spitz, "Authority and Masturbation", págs. 490-527; Onania, or the Heinous Sin of Self-Pollution, 4a. ed. (Londres, sin fecha), págs. 1-19; Simon Tissot, "L'Onanisme: Dissertation sur les maladies produites par la masturbation" (Lausanne, 1764), G. Rattray Taylor, Sex in History (Nueva York, 1954), pág. 223; Taylor, Angel-Makers, pág. 327; Alex Comfort, The Anxiety Makers: Some Curious Preoccupations of the Medical Profession (Londres, 1967); Ryerson, "Medical Advice", págs. 305 ss.; Kern, "Freud", págs. 117-141; L. Deslander, A Treatise on the Diseases Produced by Onanism, masturbation, self-pollution, and other excesses, trad. del francés (Boston, 1838); Mrs. S.M.I. Henry, Studies in Home and Child Life (Battle Creek, Michigan, 1897), pág. 74; George B. Leonard, The transformation (Nueva York, 1972), pág. 106; John Duffy, "Masturbation and Clitoridectomy: A Nineteenth Century View", Journal of the American Medical Association, 186 (1963), pág. 246; Dr. Yellowlees, "Masturbation", Journal of Mental Science, 22 (1876), pág. 337; J.H. Kellogg, Plain Facts for Old and Young (Burlington, 1881), págs. 186-497; P.C. Remondino, History of Circumcision from the Earliest flmes to the Present (Philadelphia, 1891), pág. 272.

[267] Restif de la Bretonne, Monsieur Nicolas, págs. 86, 88, 106; Common Errors, pág. 22; Deslander, Treatise, pág. 82; Andre Parreaux, Dady Life in England in the Reign of George III, trad. de Carola Congreve (Londres, 1969), págs. 125-26; Bernard Pérez, The First Three Years of Childhood (Londres, 1885), pág.  58; My Secret Life (Nueva York, 1966), págs. 13-15, 61; Gathorne-Hardy, Rise and Fall, pág. 163; Henri E. Ellenberger, The Discovery of the Unconscious (Nueva York, 1970), pág. 299; Joseph W. Howe, Excessive Venery, Masturbation and Continence (Nueva York, 1893), pág. 63; C. Gasquoine Hartley, Motherhood and the Relationships of the Sexes (Nueva York, 1917), pág. 312; Bernis, Memoirs, pág. 90.

[268] Dr. Albert Molt, The Sexual Life of Children (Nueva York, 1913), pág. 219; Max Schur, Freud: Living and Dying (Nueva York, 1972), págs. 120-32; Robert Fleiss, Symbol, Dream and Psychosis (Nueva York, 1973), págs. 205-29.

[269] Mrs. Vernon D. Broughton, dir. de ed., Court and Private Life in the Time of Queen Charlotte: Being the Journals of Mrs. Papendiek, Assistant Keeper of the Wardrobe and Reader to Her Majesty (Londres, 1887), pág. 40; Morley, Cardan, pág. 35; Origo, Leopardi, pág. 24; Kemble, Records, pág. 28; John Greenleaf Whittier, dir. de ed., Child Life in Prose (Boston, 1873), pág. 277; Walter E. Houghton, The Victorian Frame of Mind, 1830-1870 (New Haven, 1957), pág. 63; Harriet Martineau, Autobiography, vol.1 (Boston, 1877), pág. 11; John Geninges, The Life and Death of Mr. Edmund Geninges, Priest (1614), pág. 18; Thompson, Religion, pág. 471.

[270] Chadwick Hansen, Witchcraft at Salem (Nueva York, 1970); Ronald Seth, Children Against Witches (Londres, 1969); H.C. Erik Midelfort, Witch Hunting in Southwestern Germany (Stanford, 1972), pág. 109; Carl Holliday, Woman's Life in Colonial Days (Boston, 1922), pág. 60; Jeffrey Burton Russell,
Witchcraft in the Middle Ages (Ithaca, Nueva York, 1972), pág. 136; George A. Gray, The Children's Crusade (Nueva York, 1972).

[271] Stahl, Macrobius, pág. 114; Julia Cartwright Ady, Isabella D'Este: Marchioness of Mantua, 1474-1539: A Study of the Renaissance (Londres, 1903), pág. 186; Mary Ann Gibbs, The Years of the Nannies (Londres, 1960), pág. 23; Agnes Strickland, Lives of the Queens of England, 6 vols. (Londres, 1864), pág. 2; Lady Anne Clifford, The Diary of Lady Anne Clifford (Londres, 1923), pág. 66; Allan McLane Hamilton, The Intimate Life of Alexander Hamilton (Londres, 1910, pág. 224; Hare, Story, pág. 54; Elizabeth Cleghorn Gaskell, My Diary: the early years of my daughter Marianne (Londres, 1923), pág. 33; Mrs. Emily Talbot, dir. de ed., Papers on Infant Development (Boston, 1882), pág. 30; Du Maurier, Young Du Maurier, pág. 250; Preyer, Mind, pág. 275; James David Barber, The Presidential Character: Predicting Performance in the White House (Englewood Cliffs, New Jersey, 1972), pág. 212; George V.N. Dearborn, Motor-Sensory Development: Observations on the First Three Years of a Child (Baltimore, 1910), pág. 160; William B. Forbush, The First Year in a Baby's Life (Philadelphia, 1913), pág. 11; Mary M. Shirley, The First Two Years: A Study of Twenty-Five'Babies (Minneapolis, 1931), pág. 40.  Véase también Sylvia Brody, Patterns of Mothering: Maternal Influence During Infancy (Nueva York, 1956), pág. 105; y Sidney Axelrad, "Infant Care and Personality Reconsidered", The Psychoanalytic Study of Society, 2 (1962), págs. 99-102, que dan cuenta de un retraso parecido en los niños albaneses envueltos en fajas.

[272] A.S. Neill, The Free Child (Londres, 1952); Paul Ritter y John Ritter, The Free Family: A Creative Experiment in Self-Regulation for Children (Londres, 1959); Michael Deakin, The Children on the Hill (Londres, 1972).

[273] Pese a que hayamos descrito una línea de evolución, la teoría psicogénica de la historia no es unilateral, sino plurilineal: pues las circunstancias ajenas a la familia influyen también en alguna medida en el curso de la evolución de las relaciones paternofiliales en toda sociedad. No se pretende aquí reducir todas las demás causas del cambio histórico a las psicogénicas. En lugar de ser un ejemplo de reduccionismo psicológico, la teoría psicogénica es en realidad una aplicación intencional del "individualismo metodológico" según la descripción de F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science (Glencoe, Illinois, 1952); Karl R. Popper, The Open Society and Its Enemies (Princeton, 1950); J.W.N. Watkins, "Methodological Individualism and Non-Hempelian Ideal Types", en The Nature and Scope of Social Science, ed. a cargo de Leonard I. Krimerman (Nueva York, 1969), pág. 457-72.  Véase también J.0. Wisdom, "Situational lndividualism and the Emergent Group Properties", Explanation in the Behavioral Sciences,ed. a cargo de Robert Borger y Frank Cioffi (Cambridge, Massachusetts, 1970), págs. 271-96.

[274] Las citas proceden de Calvin S. Hall, "Out of a Dream Came the Faucet", Psychoanalysis and the Psychoanalytic Review, 49 (1962).

[275] Véase Maurice Mandelbaum, History, Man and Reason: A Study in Nineteenth Century Thought (Baltimore, 1971), capítulo 11, respecto del intento frustrado de Mill de inventar una ciencia histórica de la naturaleza humana.

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