La Sombra de la Realidad

23.08.2014 19:31
 
Sócrates arguyó por una dimensión espiritual aparte del mundo físico, un mundo más allá de este mundo. 
 
Justamente como en el mundo físico, hay sombras y objetos, así en el mundo espiritual hay modelos similares. 
 
Sócrates también razonó que eso que llamamos físico no es más que una sombra de una realidad más expansiva y 
 
eterna. La sombra de un caballo, por ejemplo, no es el caballo mismo; sin embargo, podemos reconocer el 
 
caballo simplemente al ver su sombra. Si un niño ve la sombra de un caballo, no dice, “Es un elefante, o un 
 
perro.” Más bien dice, “¡Es un caballo!” e inmediatamente comienza a mirar el animal. Cuando vemos una 
 
sombra, anticipamos ver la realidad parecida a esa sombra. La sombra del caballo nos dice que hay un caballo 
 
cercano.
Sócrates fue más allá, argumentando que el caballo que proyecta su sombra es nada más eso, una sombra 
 
proyectada desde otro mundo, una realidad más allá del mundo físico. Después de todo, siendo que los caballos 
 
vienen en diferentes tamaños, formas, colores y características, estamos, por consiguiente, obligados a 
 
admitir que allí debe haber un modelo llamado caballo. Llame a ese modelo o patrón caballuno, si usted desea, 
 
de cualquier forma que le llamemos, no deja de ser un modelo que representa todas las cualidades que 
 
reconocemos como caballo.
Aun un niño, al ver la silueta de la sombra de un caballo, instintivamente reconoce la presencia de una 
 
realidad superior. Es cierto que, el poderoso y gran caballo Percherón (Clydesdale) puede no ser el veloz y 
 
escultural caballo Cuarterón, pero ambos son caballos en la misma manera que un burro, o un poni, o una 
 
cebra, son caballos, al menos en la mente de un niño. Todas son siluetas de una realidad más elevada no 
 
vista. Justamente como la sombra de un caballo infiere la presencia de un caballo, así la imagen física de un 
 
caballo infiere la presencia de una realidad abstracta de un mundo no visto. Sócrates fue aún más lejos 
 
argumentado que lo abstracto es en sí mismo una sombra de algo abstracto superior y final, una dimensión 
 
espiritual.
Lo que estamos diciendo es que un arquetipo evidencia una sombra extralimitada de la existencia de un mundo 
 
espiritual. Es como que Dios ha puesto en nuestras almas la huella de una realidad invisible. Cuando Dios 
 
creó al hombre, lo creó a su propia imagen. Eso lo entendemos. Cuando Dios creó el mundo, hizo lo mismo. Creó 
 
un mundo a la imagen de alguna cosa más allá de este mundo. Si el hombre refleja a Dios y Dios es más grande 
 
que el hombre, entonces este mundo refleja un mundo no visto y sublime. Ahí está la sombra, por lo tanto, ahí 
 
está la realidad superior.
La existencia del mal, de igual manera, insinúa otro mundo, un mundo más allá de este mundo. Después de todo, 
 
en el último análisis, el mal es espiritual, no físico. Si un hombre contrae cáncer, no decimos que es un 
 
malvado, un perverso. Sin embargo, si un hombre contrae la lujuria, ahí sí describimos al hombre. Lo que está 
 
en ese hombre y lo que hace es malo y perverso. El mal dentro de él es espiritual y destruye su alma. El mal 
 
puede también destruir su cuerpo, pero no hasta que ese mal ha hecho estragos en su alma. El adulterio no es 
 
cáncer. El cáncer no puede privar de la vida, el adulterio destruye el alma. El origen del mal es espiritual, 
 
así lo describió Cristo. “Vosotros sois de vuestro padre el diablo,” él dijo, “y los deseos de vuestro padre 
 
queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio” (Juan 8:44). El mal es una invasión siniestra de otra 
 
dimensión, y en este caso, más real y más dañina de lo que podemos imaginar. Cuando un hombre comete 
 
asesinato, es porque el acto de asesinar está inherente en el mal. Cuando un hombre comete adulterio, es 
 
porque primero lo deseó en su corazón. El abrió su alma a una realidad espiritual irrefrenable y demoniaca. 
 
Lo visto es siempre a causa de lo no visto. El mal que los hombres hacen es la silueta de algo más grande, 
 
más allá de ellos mismos.
 

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María del Carmen

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