El Matrimonio,El Destino Bert Hellinger

06.05.2013 19:17

 

El matrimonio

 

El matrimonio une a un hombre y una mujer en una convivencia que los mantendrá unidos por toda la vida y que continuará en sus hijos. Une también a las familias de las cuales ellos provienen, aun cuando ellas hubiesen estado antes enemistadas o incluso se hubieran hecho la guerra.
En tiempos pasados, con frecuencia, las familias ricas que anteriormente habían luchado entre sí por el poder se unían a través de un matrimonio real. Casarse en lugar de hacer la guerra era el lema, por ejemplo este fue el caso de los Habsburgo. El reinado de paz de Alejandro el grande y su continuación en el imperio romano fueron posibles porque él ordenó a sus guerreros hermanarse en matrimonio con sus vencidos.
La repercusión de un matrimonio trasciende en mucho la alianza original entre el hombre y la mujer. El matrimonio es ejemplo y base de esa alianza que genera paz. Antiguamente, con frecuencia, se sellaba un tratado de paz a través de un matrimonio.
Por el contrario, las divisiones se mantienen cuando se rechaza o incluso prohíbe el matrimonio entre distintos pueblos, razas y religiones.
El matrimonio es por lo tanto el modelo básico que deroga las separaciones,  las deroga con amor. El matrimonio es un modelo de creación, un modelo divino que crea y entrega paz.
¿Qué importancia tiene entonces cuando en su matrimonio el hombre y la mujer son concientes de estas dimensiones de su amor y su unión? Más allá de su unión y de su amor ellos se sienten uno con un movimiento creador del amor. Su matrimonio es también en este sentido un tiempo de apogeo.


El destino

No existe ningún destino malo. Sólo existen los destinos. No existe el destino malo, pero tampoco el bueno. En realidad tampoco sabemos qué es bueno y qué es malo. El destino nos atrapa.
La palabra destino es algo completamente indefinido. El concepto de destino o la imagen de destino no encajan de ninguna manera. Es ante ese espíritu –o  algo espiritual, algo grande- que está actuando por detrás, que todo tiene el mismo valor, nada se pierde y nadie es mejor o peor o más feliz o más infeliz.
Hace poco leí una poesía de Rilke. Me conmovió profundamente. Se trata de una poesía sobre la muerte. Rilke piensa que la muerte está todo el tiempo presente en nosotros. Ella vive en nosotros. Ella es una parte de la vida. Pero cuando Rilke aquí habla de la muerte también habla de dios, más allá de lo que esto en detalle pueda significar. Yo ya me referí a esa poesía en un libro, en este nuevo contexto podemos leerla una segunda vez.

Uno hay que toma a todas en la mano,
y corren como arena entre sus dedos.
Elige las más bellas de las reinas
y las hace esculpir en mármol blanco,
aun en la melodía de su manto;
y pone a cada rey con su mujer;
esculpido en la misma piedra que ella.

Uno hay que toma a todas en la mano,
y se le rompen, hojas de mal temple.
No es un extraño, pues vive en la sangre
que es nuestra vida, y zumba y se reposa.
Yo no puedo creer que él haga daño
pero oigo decir mucho malo de él.
 

El propio destino

Cada uno de nosotros está involucrado en un destino particular. Esto está relacionado con nuestra familia de origen. A través de ella ciertas cosas nos están determinadas, indefectiblemente  determinadas y nosotros así lo aceptamos.  
Luego conocemos a nuestra pareja. El hombre encuentra a una mujer, la mujer encuentra a un hombre. Cada uno de ellos tiene su propio destino. Pero ahora se unen dos destinos diferentes. Un destino espera al otro porque, tal vez, a través de él encuentre una satisfacción y un cierre. Esto es recíproco.
En ese sentido el hombre y la mujer se convierten en una comunidad de destino. Sus hijos se apropian de un destino y del otro. Por eso los dos padres juntos se convierten en destino para los hijos.  
Pues bien, ocurre que a veces un destino es tan distinto del otro que alguien no está en condiciones de sostener la comunidad de destino. Sino que uno debe seguir su propio destino y liberar o redimir al otro de su destino dejándolo atrás.
Con frecuencia ocurre así. En una relación de pareja, cuando ha durado mucho, puede suceder que el destino de uno sea tan fuerte que el otro no lo pueda tolerar. Entonces uno deja que el otro se quede con su destino y continúa con el propio.
Existe un dicho que uno puede decirle al otro: “Te quiero y quiero lo que a ti y a mí nos guía”. Con amor uno da su consentimiento al lugar adonde el otro es guiado. Entonces puede ocurrir que ellos se separen o que deban separase. Pero ellos entonces lo harán con amor.  Cuando en una relación de pareja, por ejemplo, se comprueba que uno de los dos no pude tener hijos y que el otro los desea, éste no puede imponerle al otro su destino. Ël lo deja entonces en libertad y le dice: “Te quiero y quiero lo que a ti a y a mí nos guía de un modo único”. Entonces podrán separarse. Ahora cada uno seguirá su propio destino y su propia determinación.
También sucede así en este caso que hemos expuesto. El hombre queda liberado cuando la mujer le dice: “Te quiero y quiero lo que a ti a y a mí nos guía de un modo único y determinante”. Entonces ellos están juntos y sin embargo separados. Cada uno está en su destino liberado del destino del otro y puede dejar al otro en libertad.

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María del Carmen

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