La biologia de la creencia

23.04.2013 13:47

 

Bruce Lipton es uno de esos biólogos heterodoxos que han pasado su vida entre dos aguas: con un pie dentro de la ciencia y con el ojo puesto en la vida, en las novedades e intuiciones que el hecho de vivir por si mismo proporcionan a los hombres, una de las vias tradicionales del conocimiento: la autoobservación. Se trata de una novedad, no es usual que los cientificos habiten aquellos mundos que construyen con sus investigaciones, es como si hubieran levantado un muro de separación entre la vida y la ciencia. Este no es el caso de Lipton, para empezar mientras casi todos los biólogos se interesaban por el núcleo y el material genético que habita dentro de él, Lipton se interesó por la membrana celular descubriendo no pocos de sus secretos anatomofisiologicos. Mientras todos los cientificos se afanan en investigar los genes y proporcionar a la industria de la genómica la claves para lanzar productos -marcadores biológicos- de detección precoz y de diagnóstico Lipton se marchaba a Granada, una universidad caribeña de poca monta con tal de aislarse de ese mundo competitivo y hostil orientado hacia el dinero y el corto plazo.

En su exilio voluntario de Granada tuvo Lipton un accidente de trafico y cayó en manos de un osteópata que fue -por asi decir- el que le descubrió uno de los hallazgos por los que Lipton pasará a la historia de la ciencia: el descubrimiento o más bien la experiencia personal de que la mente tiene una potentisima influencia en el dolor, en las manifestaciones de la enfermedad y en la recuperación de la misma una vez que se ha perdido ese don que llamamos salud. Sin embargo este “eureka” hubiera sido imposible sin sus previas investigaciones sobre la membrana celular a la que Lipton considera “el verdadero cerebro de las células” y a la que otorga un papel hegemónico en el control de la vida celular muy por encima del núcleo y sus códigos genéticos demasiado encerrados en si mismos para poder adquirir otro papel que el del disco duro de un ordenador: el lugar donde se instalan los programas que son a su vez activados desde fuera de ellos mismos, como hacemos con el teclado y el ratón.

Para Lipton la membrana es un cerebro -un procesador para seguir con la metáfora cibernética- pero no debe entenderse que la palabra cerebro es -a su vez-  una metáfora sino de una realidad fáctica, un cerebro diminuto y primitivo que es capaz de discriminar en todo momento qué cosas de su medio ambiente (el medio extracelular) son necesarias para su supervivencia y qué cosas son prescindibles o incluso tóxicas. La membrana es una especie de cristal compuesto por una empalizada foslipídica que combina moleculas hidrofóbicas (grasas) con moleculas hidrofilicas. Esta curiosa combinacion de elementos orgánicos (fósforo) con los lipidos son los que dotan a esta membrana de esa caracteristica tan especifica de poder saber que es lo que le conviene a la célula para su nutrición al tiempo que abriendo y cerrando poros por donde circulan sodio, potasio y calcio la celula baila electromagneticamente constantemente desprendiéndose de lo que le sobra y absorbiendo lo que precisa incluyendo secuencias electromagneticas y no sólo química.

membrana_celular2

Como puede observarse en esta fotografia la membrana celular es una empalizada fosfolipidica de la que emergen como unas antenas que son en realidad glicoproteinas ocupadas en detectar como anda el medio ambiente.

En su libro -evidentemente orientado a la divulgación de sus ideas- Lipton hace una difícil y arriesgada pirueta y concluye que la membrana celular es como un pequeña mente comparable a esa otra mente que desde Descartes fue sacada a empujones del estudio de la ciencia al ser considerada como un intangible que debia seguir en manos de teólogos. Sin embargo es dificilmente comprensible la analogia que lleva a Lipton a proponer su teoria o mejor dicho las conclusiones que parece extraer de su descubrimiento esencial: que la membrana es la clave en la salud o enfermedad celular. Desde mi punto de vista Lipton pretende apartar nuestra vista de la determinación genética y aportar una idea optimista acerca de la curación de determinadas enfermedades. Para ello nos refresca el concepto de placebo, un tema sobre el que ya hablé en este post y en este otro.

Hasta el momento actual el efecto placebo ha sido considerado por la ciencia como un artefacto, es decir una complicación que venia a ensuciar los estudios con nuevos fármacos que para pasar a ser comercializados deben someterse a rigurosos controles que han de demostrar que la efectividad del nuevo fármaco es superior al placebo (es decir a una sustancia inerte). la verdad del asunto es que pocos fármacos nuevos pasan estos controles sobre efectividad de una manera definitiva. Los efectos del placebo son muy importantes aunque dependen de patologias: por ejemplo son más eficaces en patologias como la depresión pero poco efectivos en otras patologias como el cáncer. Cuenta Lipton el caso de un hipnoterapeuta que curó con hipnosis una ictiosis (una enfermedad de la piel que le da un aspecto de escamas a casi todo el cuerpo y que tiene un claro origen genético), el caso es que el terapeuta que curó a aquel enfermo de su ictiosis no pudo volver a repetir su sanación en ningún otro caso. Concluye que lo que sucedió fue que el terapeuta dejó de creer en sus dotes sugestivas en cuanto se enteró de que su diagnóstico era equivocado y que la ictiosis era una enfermedad considerada incurable lo que viene a decir que el optimismo terapeutico del médico es necesario junto con la creencia del paciente en su curación.

Hoy ya no creemos en que el placebo sea un obstáculo o un artefacto, más bien nos inclinamos a creer que en las creencias humanas se articulan no pocos de los mecanismo curativos y autodestructivos que nos llevan a la salud y a la enfermedad. Si supiéramos como funciona el efecto placebo y aprendiéramos a utilizarlo podriamos curar a un mayor número de pacientes pero más allá de eso, cualquier persona podria -utilizando sus resortes curativos- sanarse a si mismo a través de eso que conocemos como causación descendente, es decir aprendiendo a que la mente influya sobre el cuerpo y a utilizar esa extraordinaria energia que seguramente anida en nuestro inconsciente para curarnos a nosotros mismos. A mi personalmente no me cabe ninguna duda de que esto que estoy nombrando es el futuro de la medicina, el futuro del hombre está seguramente vinculado a una evolución que frontalice definitivamente su sistema nervioso y lo haga depender de la voluntad, al menos en esa parte de la autoconciencia capaz de realizar cambios a nivel celular.

No hay que olvidar que la corteza cerebral es la ultima adquisición de nuestro cerebro, es aun muy reciente y vulnerable, la mayor parte de las enfermedades mentales pueden entenderse como desaferentizaciones de la misma y el retorceso del cerebro hacia bucles de retroalimentación sin fin como esas musicas de la new age o esos mantras eternos que se repiten a si mismos hasta el paroxismo. No estamos aun completamente aferentizados y sobre todo cuando afrontamos un conflicto nos desaferentizamos aun más, parecemos enloquecer cuando algo nos agobia ¿No les sucede esto a ustedes? Significa que cuando hay que sacrificar algo lo primero que perdemos es el raciocinio, la reflexión y eso que conocemos con el nombre de sentido común.

Pero esta idea no debe hacernos perder de vista las dificultades: la primera de todas ellas es que hace falta algo más que eso que se ha venido en llamar pensamiento positivo.Hace falta una tecnología precisa para poner a punto técnicas sencillas y autoplicables que vayan más allá de la sugestión que algunos médicos hacen espontáneamente muchas veces de forma totalmente inconsciente o la autosugestión sin direccionalidad.

En mi opinión hace falta una perfecta sincronización entre el deseo consciente y la pulsión inconsciente que reside en la memoria implicita y a la que no estamos demasiado acostumbrados a visitar para poder llegar a sanarnos a nosotros mismos. En este postdescribí la diferencia que existe entre la memoria procedimental y la memoria implicita. Podemos entender que la memoria implicita es aquella que no podemos recobrar fácilmente en forma de ideas, imágenes, recuerdos o secuencias de hechos y de ahi la dificultad a la hora de sincronizar algo consciente como un deseo de sanar de algo y el trabajo de nuestro inconsciente que está siempre operando bajo la lógica de la supervivencia tal y como ese inconsciente instalado en lo más profundo de nuestro cerebro reptiliano se imagina la supervivencia: vida o muerte, huir o luchar. Además hay que contar con que el cableado entre el sistema reptiliano, el sistema limbico o mamífero y la corteza están perfectamente permeables y conectados entre si, sin estorbos ni bloqueos. Liberar estas secuencias filogenéticas que se encuentran grabadas en el tallo por miles de millones de años de evolución no es tarea fácil y es precisamente ahi donde hay que viajar puesto que en ellas se encuentra precisamente la energias necesarias para influir en el nivel celular. No es pues la corteza, ni los pensamientos positivos los que nos pueden sacar de un atolladero de salud sino de la fuerza de los arquetipos -en la terminología jungiana- que son los que pueden modificar la materia de arriba abajo y a veces actuando en contra de la creencia, no olvidemos las curaciones que se producen a pesar del propio enfermo o el efecto nocebo.

Dicho de otra manera: debe haber una perfecta comunión de intereses entre nuestros deseos conscientes y nuestros programas ancestrales, de lo contrario se viaja contra corriente y ningún resultado positivo puede esperarse: la lógica determinista de nuestro cerebro profundo se impondrá siempre a nuestros pensamientos o creencias sean las que sean. Aqui es donde el conocido adagio griego “Conocete a ti mismo” vuelve a mostrar su potencial curativo: nadie puede curarse de nada si no tiene un mapa aproximado de cómo es y qué desea en realidad, a la obtención de esta verdad se oponen muchas fuerzas, morales unas, sociales otras, de exigencias y autoexigencias, deudas y culpas. miedos y desconfianzas pues estamos obligados a seguir pensando a través de los carriles de nuestra propia experiencia. Los pacientes que responden al placebo en estas condiciones son seguramente los más influenciables o sugestionables y para rizar el rizo es hasta posible que un paciente se cure para complacer a su médico que es una forma bastante femenina de seguir desconociéndose uno mismo. Naturalmente este es un concepto blando del placebo y no es al que me refiero como futura pócima de la humanidad.

Será posible cuando cualquiera de nosotros sea capaz de lidiar con sus conflictos de un modo creativo y constructivo sin oposiciones entre cortezas y tallos cerebrales, cuando sepamos coordinar ese parlamento que es la mente y dictar un código de vida que sea compatible con lo que ya somos. Si un conflicto es derivado al polo biológico sin pasar por el filtro de la mente tenemos muchas posibilidades de enfermar pero si un conflicto es derivado al polo psiquico tenemos la posibilidad de neutralizarle y quitarle sus valencias virulentas.

El futuro está en la frontalización, en ese seguir siendo más humanos, sin duda.

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María del Carmen

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