LA VERDAD SENTIDA

09.05.2013 11:45

 

 
TRATADO TEÓRICO-PRÁCTICO DE ANATHEÓRESIS transcribimos a continuación el inicio de uno de los capítulos del 
 
libro. 
 
 
    INICIO CAP. 19: LA VERDAD SENTIDA
 
 El diálogo inicial entre un enfermo y un anatheorólogo es -como sabemos ya- en beta. Y en este estado de 
 
conciencia, que corresponde al de vigilia, el enfermo explica su dolencia.
Supongamos que el enfermo que acude al anatheorólogo está aquejado de sida. Lo primero que hará será decir 
 
que sufre este tipo de enfermedad. O sea, que con eso parece evidente que nos ha dado ya la verdad -y cuantas 
 
veces escriba verdad léase también realidad - de su dolencia. Y esa verdad -que es la llamada verdad 
 
objetiva- la reafirmará con las analíticas que muestran su nivel de defensas.
Y tratándose de verdades orgánicas como el sida -o sea, cuando la somatización es tangible y cuantificable- 
 
nadie parece debe dudar de que todo está dicho ya. Pero, ¿es así?
Indudablemente, sí. Pero también indudablemente, no. Porque la verdad de las analíticas es la verdad causal, 
 
que corresponde al HCI. Y sabemos que este cerebro busca siempre verdades tangibles y cuantificables. Esas 
 
verdades llamadas objetivas que considera incuestionables. Por eso nadie discute que la causa del sida es un 
 
virus. Un virus al que se le ha bautizado con el nombre de virus de inmunodeficiencia humana. O sea, VHI en 
 
inglés.
Pero, ¿es el VHI el causante del sida o ese virus es el efecto de una causa más profunda?
Como mucho el VHI es un signo visible y, por tanto, valioso de que algo a lo que hemos llamado sida y a lo 
 
que hemos atribuido una serie de características definitorias se encuentra en nuestro cuerpo. Así, sida es 
 
poco más que una descripción puesto que ese nombre de enfermedad son las siglas de: Síndrome de inmuno 
 
deficiencia adquirida. O sea, de que hay unos síntomas y signos (síndrome) que muestran un debilitamiento del 
 
sistema inmunitario (inmunodeficiencia) y que esto se atribuye a un virus que no es hereditario, sino 
 
contraído por el enfermo en vida (adquirida).
La verdad objetiva, por tanto, aparte pertenecer a un determinado estado de conciencia, en el mejor de los 
 
casos es una verdad desplazada. O sea, desplaza y atribuye a un virus, en el caso del sida, lo que pertenece 
 
a un hecho más profundo, pero que las ondas beta no pueden percibir.
Y esto se complica cuando la enfermedad no posee una sintomatología precisa ni cuantificable. Porque entonces 
 
pasa a ser una enfermedad cuya sintomatología -o somatización- muestra una verdad que el HCI tiene que 
 
calificar de subjetiva. 
En estos casos el HCI se limita a clasificar la enfermedad con una descripción que es una abstracción formada 
 
con los aspectos más habituales de esa enfermedad. O de eso que la medicina convencional considera 
 
enfermedad. Por eso hay tantos casos atípicos dentro de una misma enfermedad. Por la sencilla razón de que 
 
cada uno de esos enfermos -por ejemplo los esquizofrénicos- pocas veces cumplen todas y cada una de las 
 
manifestaciones descritas en el vademécum de la medicina beta. Aparte de que una descripción -por coherente 
 
que sea- es sólo eso, una descripción y, a lo sumo, una clasificación, algo que nos permite más archivar que 
 
curar.
Y una forma de archivar puede ser ese clasificador de personas, con sus pabellones muy bien distribuidos, al 
 
que llamamos centro psiquiátrico. Pero eso no importa, se buscaba una verdad objetiva y ya se tiene. Porque 
 
está claro que todos esos enfermos hacen cosas visiblemente –objetivamente- raras. Y esto lo puede ver 
 
cualquiera que tenga ondas beta en el cerebro.
De momento tenemos por tanto ya una verdad, que es la llamada verdad objetiva. Una verdad que es sólo la 
 
expresión de la forma de percepción del HCI. De ahí que la verdad objetiva, al ser formulada y clasificada, 
 
acabe siendo una abstracción.
 
 
ht
 
 ¿Una cuerda o una serpiente? 
 
En anatheóresis se deja primero que el paciente -en beta- explique su enfermedad. Y el enfermo da su verdad 
 
objetiva: terminología conceptual, opiniones médicas que en las enfermedades llamadas mentales suelen ser 
 
tantas como tan variadas, lamentos vagos en los que los culpables son casi siempre los demás, esos que están 
 
fuera de nuestro yo... Y así, el paciente va dando lo que podemos llamar su verdad manifestada. Pero el 
 
anatheorólogo sabe -porque la experiencia así lo confirma- que las razones de los daños que afligen al 
 
paciente corresponden a unos estadios de percepción en los que en realidad -o sea, la verdad- no era 
 
objetiva, sino que correspondía -en los tres primeros estadios- a una realidad subjetiva, altamente emotiva y 
 
de hechos percibidos con una imaginería concreta, nunca abstracta. O sea, unos estadios en los que la verdad 
 
era una verdad sentida. Y sólo ya en el cuarto estadio los ritmos beta, incipientes, introducían elementos de 
 
verdad objetiva en la percepción del niño.
Supongamos una persona que va por un bosque de noche -y no importa sea niño o adulto- y supongamos que esa 
 
persona ve una serpiente y huye aterrorizada. 
Y supongamos ahora que esa persona ha creído era una serpiente lo que era tan sólo una cuerda levemente 
 
agitada por el aire. 
Tenemos, por tanto, una verdad concreta -y por concreta debemos entender la auténtica verdad, la real, la que 
 
corresponde a las imágenes en su identidad formal, sin nombre ni valoración, o sea, el simple hecho- y esa 
 
verdad o hecho concreto es la cuerda. O, mejor, eso a lo que llamamos cuerda. Y tenemos también otra verdad, 
 
que es la subjetiva. O sea, la verdad sentida. Lo que sentimos cierto y que, por ello, creemos es la verdad. 
 
O sea, la serpiente.
La pregunta es: ¿Cuál de las dos verdades nos ha enfermado? Y la respuesta es obvia. Todos sufrimos y 
 
enfermamos por causa de nuestra verdad. Y nuestra verdad es aquello que sentimos como tal. Y esa verdad 
 
sentida, emotivamente cierta, es la verdad en la que creemos, es lo que consideramos verdad auténtica, real 
 
(1). Más auténtica que la verdad objetiva. ¿O no era un cielo real, auténtico, el que esperaba un cristiano 
 
en la Antigua Roma? De no haber sido así, ¿habría aceptado con júbilo ser arrojado a los leones? (2)
Por eso un anatheorólogo, ya en la entrevista en beta, debe intentar que el paciente le dé verdades sentidas 
 
(3). Y hechos concretos. Lo que importa es la emotividad, porque esto es lo que irradia el CAT que ha 
 
actualizado patológicamente el paciente. Y lo que importa también es el hecho concreto, porque cada IAT tiene 
 
su origen en uno de esos hechos. El hecho concreto es el percutor que dispara la emotividad que nos impacta 
 
(4). 
Pero, desdichadamente, lo que el paciente da al anatheorólogo -creyendo él que son hechos concretos- son tan 
 
sólo simples recuerdos. O sea, verdades interpretadas. De ahí que en anatheóresis se lleve al paciente a IERA 
 
y se le someta a una adecuada DA, porque así -y sólo así- es posible surjan perfectamente articuladas esas 
 
verdades subjetivas -sentidas- en las que se encuentran implícitos los hechos concretos.

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María del Carmen

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