Maestra sufi Sharifa Oppenheimer

04.04.2013 09:19

Hazrat Inayat Khan, maestro sufi de India, trajo a Occidente el mensaje del sufismo en el año 1910, enseñando la unión mística existente entre el ser humano y el Ser Divino. Tanto él como Pir Vilayat Inayat Kahn, su hijo y sucesor, destacaron la importancia de este conocimiento para nuestra época.

Maestra sufi en Chile

 

 

Sharifa Oppenheimer es guía espiritual y representante de la Orden Sufi Internacional. Su estudio intuitivo de la enseñanza pionera de Hazrat Inayat Khan, es el pilar de su trabajo, y su interés se enfoca en la conciencia humana y la sanación del individuo, la sociedad y el planeta.

Es una magistral intérprete de sueños y guía talleres sobre este tema, ya que está convencida de que aprender a seguir el hilo del sueño nos ayuda a seguir el hilo de nuestras vidas.

En El Jardín de la Rosa (www.ourheavenonearth.net), su centro de educación preescolar en Virginia, EEUU, ella comparte con los niños y sus familias su conexión viva con el mundo natural.

Sharifa ha sido pionera en guiar caravanas sufis en Chile junto a Taj Loreto González, representante en Chile de la Orden Sufi Internacional (https://www.sufiorder.org/)

El mensaje de nuestra Unidad Divina es siempre el mismo, pero el lenguaje requerido para comunicar esta Realidad debe modificarse de acuerdo a los cambio de los tiempos.

En la actualidad se está produciendo una metamorfosis en las comunicaciones globales y las relaciones, con lo cual la velocidad del proceso de nuestra experiencia humana llega a ser impresionante. ¿Cómo se traduce en la era digital este mensaje de unidad que en sí mismo no experimenta cambios? ¿Qué conceptos y qué lenguaje de la experiencia pueden llenar el vacío que se ha producido en la conciencia en los últimos cien años?

Todas mis relaciones

Una expresión de otra antigua tradición pueda tal vez responder a esta necesidad: “Todas mis relaciones”. El pueblo indígena lakota la emplea para codificar una visión del mundo que visualiza la totalidad del Ser y de los seres vivos en íntima relación unos con otros y con el Ser Único.

Por una parte, nuestra tecnología ofrece conectarnos con la totalidad del mundo. Estas poderosísimas herramientas de comunicación constituyen una amenaza de desestabilización de nuestra propia capacidad de relacionarnos a nivel humano. “Un nivel humano” implica no sólo la mente y el ámbito de las ideas, sino también la presencia física y emocional de otro ser humano, y también la presencia física y vibracional de otro ser no humano: la naturaleza.

El aislamiento físico y emocional genera una sensación de enajenación y soledad. Es posible comprender esta sensación creciente de aislamiento en la humanidad, y visualizarla como un efecto secundario producido necesariamente por la individuación de la conciencia humana.

En la medida en que hemos dejado atrás la conciencia tribal pasando a identificarnos en mayor medida como individuos únicos, no es sorprendente que hayamos perdido el sentido de pertenencia. La humanidad fue procreada y criada en los brazos del mundo natural. Hemos adquirido mayor conciencia del carácter único de nuestras almas y hemos perdido el sentido de ser parte de la Unidad.

En esta época de transformación global, lo que se requiere no es volver a la conciencia del pasado, sino dar un paso adelante. Ahora debemos recuperar del pasado ese elemento perdido de pertenencia a la Gran Unidad y coserlo en este tapiz de la evolución. Es esencial proseguir en el trabajo de individuación. Cada uno de nosotros debe seguir descubriendo el llamado de su propia alma, y sin embargo debemos aprender a hacerlo dentro del contexto de la familia, de la comunidad y del ámbito más amplio e infinitamente variado de la naturaleza.

“He muerto como mineral…”

 

“He muerto como mineral y me convertí en planta,

he muerto como planta y pasé a ser animal,

he muerto como animal y fui hombre.

¿Qué habría de temer? ¿Cuándo pasé a ser menos por haber muerto?”

– Rumi

 

Encontramos el reino mineral en las piedras y los cristales, en las conchas y en nuestros propios huesos. Los minerales de nuestra propia sangre también revelan relación con el fuego: contienen electrolitos, esenciales para todo funcionamiento celular sano, y algunos se consideran “alimento cerebral”·, ya que el cerebro consiste enteramente en actividad eléctrica.

Nuestro carácter mineral también otorga a nuestra alma una sensación de tierra, firmeza y pertenencia. Nuestro espíritu también está ligado a la tierra mediante nuestra condición mineral.

 

Comer lo natural del mundo

“Cuando hemos probado este carácter natural, comenzamos a tener hambre de un alimento que se nos ha negado durante mucho tiempo, y mientras más lo ingerimos, en mayor medida despertaremos”.

–Steven Buhner

 

La dirección energética del reino mineral es descendente. En contraste, el movimiento energético del reino vegetal es ascendente. Las fuerzas del crecimiento se mueven hacia arriba, en dirección a la luz. Se genera un eje vertical entre ambas fuerzas.

El fuego de la creación se mueve a lo largo de este eje en que la luz desciende y las plantas apuntan hacia arriba con hambre del procesamiento de alimentos de la fotosíntesis. Para despertar, la semilla necesita el fuego, el calor del sol, como también el fuego de una fuente más humilde: el abono. El proceso de descomposición produce calor, y la descomposición de la materia genera nutrientes para la semilla. Las fuerzas que mueren dan alimento para nueva vida. Nace así el ciclo de la vida, la muerte y la nueva vida.

Los pueblos “con cuatro patas”

“Cuando tengas un pensamiento, una sensación, una necesidad…

¡Sale! Todos estos pueblos (con cuatro patas) están ahí para ayudarte. ¡Conversa con estos pueblos!”

– Hopi Elder, 2010

 

La semilla de nuestro Yo se encuentra en las fuerzas ascendentes del crecimiento. En el interior de nuestro propio cerebro, encontramos huellas de antiguos grupos de animales, desde los peces hasta los reptiles y todos los mamíferos y los otros primates. Cada embrión humano es una recapitulación del largo arco de la evolución.

Estamos constituidos a partir del mismo principio sobre cuya base se genera toda la vida: una progresión funcional en serie. Esto significa que cada nuevo desarrollo del crecimiento, desde lo más pequeño del funcionamiento del sistema nervioso de un niño hasta la inteligencia interconectada de todos los seres vivos, depende enteramente del carácter funcional de la etapa anterior. Estamos sobre los hombros de todos esos seres que nos han antecedido. Por consiguiente, en el cerebro humano encontramos huellas de todas nuestras relaciones.

Cada embrión traza nuevamente las aguas amnióticas de nuestro pasado más antiguo, de los organismos unicelulares que nadaban en el mar primordial. En el primer trimestre, el desarrollo del feto recorre nuestro pasado de reptiles al desarrollar el cerebro sensorial y motor o de los reptiles. En el segundo trimestre surge el cerebro de las relaciones, de los mamíferos. En el tercer trimestre, se desarrolla el cerebro neocortical capaz de pensar: nuestro cerebro humano.

En el cerebro mamífero se encuentran las raíces de nuestra capacidad de comunicarnos. Allí comenzaron las complejidades de las relaciones reales, al dar vida la madre a sus crías. Los reptiles ponen sus huevos y se alejan deslizándose, mientras que los mamíferos deben aprender a pasar por el complejo terreno de las relaciones.

La herramienta de navegación que hemos recibido para este viaje de la relación es la emoción. En el cerebro límbico, de los mamíferos, aparecen caminos neurales para cada sombra sutil de emoción propia de la vida humana. En el cerebro límbico aprendemos a estar juntos. Tal vez las maravillas de la neocorteza son como un fabuloso Ferrari nuevo, mientras el cerebro de los mamíferos es el manual que nos da instrucciones para usar el vehículo. Pero, además, en el milagro de la relación aprendemos el por qué.

“Yo era un tesoro oculto…”

… y anhelaba ser conocido.”

Los sufis cuentan la historia del Ser Divino en busca de un lugar al cual pudiera considerar su hogar. El espacio intergaláctico, así como las distancias incalculables entre las moléculas y las órbitas de los electrones no eran suficientemente vastos. Fue en el corazón humano donde lo Divino encontró finalmente un espacio para residir.

¿Qué significa esto? Claramente, lo Divino se encuentra en cada partícula de polvo y, sin embargo, existe el misterio de la conciencia y específicamente la conciencia de sí mismos que se ha otorgado a los humanos.

La conciencia humana tiene el don y la responsabilidad de reflexionar sobre el propio ser, y eso implica una capacidad de pensar, ponderar y evaluar, y en definitiva, elegir quiénes llegaremos a ser y cómo. Esta “elección” y los consiguientes pasos en la acción nos sitúan en una condición de co-creadores. Al ofrecernos como instrumento mediante el cual puede revelarse lo Divino, producimos un impacto en el curso de la creación.

Los animales –y especialmente los mamíferos- nos ofrecen la capacidad de relación; pero los humanos, con nuestro “cerebro pensante”, podemos agrupar todas las capacidades de todos los reinos anteriores, ya que estos dones permanecen vivos dentro de nosotros con el fin de proteger y preservar la Vida misma.

Nuestro cerebro humano contiene también una cuarta estructura: la corteza prefrontal. Es la estructura más reciente de la evolución y contiene nuestras aspiraciones humanas más elevadas: el altruismo, la generosidad, la capacidad de ver “la totalidad” y la percepción de la Unidad. Éste es el propósito del reino humano: ser el vehículo mediante el cual lo Divino toma conciencia de Sí Mismo, de ser la capacidad “de conocimiento” de Dios.

Hechos para el amor

La totalidad de la creación está hecha para el amor.

Los sufis dicen que el motivo de la totalidad de la creación

es que el Ser perfecto deseaba conocerse a Sí Mismo, y lo hizo

despertando el amor a Su naturaleza.

– Hazrat Inayat Khan

 

Este estado de amor es propio de nosotros: hemos nacido a imagen de Dios. El acceso al Amor Divino reside directamente en nuestros corazones, y a cada ser humano se le otorgan las herramientas necesarias para descubrirlo.

Al comienzo de nuestro viaje, este amor está oculto por las 10.000 cosas del mundo y por nuestro corazón adolorido; pero a medida que avanzamos hacia lo Divino los velos dejan de ocultar al Amado. Finalmente, el mundo manifestado llega ser el exquisito rostro de Dios.

Es posible ofrecerse como instrumento para que el Tesoro Divino se conozca a través de uno. Mediante esta “unidad del Corazón Único”, podemos ofrecernos para la formación, la protección y la preservación de todos los seres… y de nuestra magnífica residencia, nuestra Tierra exquisita.

 

Ella ha sido una de las mujeres sufis-maestras de las cuales he aprendido entre otras cosas, que la mujer es un aspecto divino de Dios y estamos para realizarnos con nuestros opuestos masculino y femenino, con ella aprendí la esencia de las cosas, fuera de las formas

 

 

 

 

Sharifa Oppenheimer es guía espiritual y representante de la Orden Sufi Internacional. Su estudio intuitivo de la enseñanza pionera de Hazrat Inayat Khan, es el pilar de su trabajo, y su interés se enfoca en la conciencia humana y la sanación del individuo, la sociedad y el planeta.

Es una magistral intérprete de sueños y guía talleres sobre este tema, ya que está convencida de que aprender a seguir el hilo del sueño nos ayuda a seguir el hilo de nuestras vidas.

En El Jardín de la Rosa (www.ourheavenonearth.net), su centro de educación preescolar en Virginia, EEUU, ella comparte con los niños y sus familias su conexión viva con el mundo natural.

Sharifa ha sido pionera en guiar caravanas sufis en Chile junto a Taj Loreto González, representante en Chile de la Orden Sufi Internacional (https://www.sufiorder.org/)

El mensaje de nuestra Unidad Divina es siempre el mismo, pero el lenguaje requerido para comunicar esta Realidad debe modificarse de acuerdo a los cambio de los tiempos.

En la actualidad se está produciendo una metamorfosis en las comunicaciones globales y las relaciones, con lo cual la velocidad del proceso de nuestra experiencia humana llega a ser impresionante. ¿Cómo se traduce en la era digital este mensaje de unidad que en sí mismo no experimenta cambios? ¿Qué conceptos y qué lenguaje de la experiencia pueden llenar el vacío que se ha producido en la conciencia en los últimos cien años?

Todas mis relaciones

Una expresión de otra antigua tradición pueda tal vez responder a esta necesidad: “Todas mis relaciones”. El pueblo indígena lakota la emplea para codificar una visión del mundo que visualiza la totalidad del Ser y de los seres vivos en íntima relación unos con otros y con el Ser Único.

Por una parte, nuestra tecnología ofrece conectarnos con la totalidad del mundo. Estas poderosísimas herramientas de comunicación constituyen una amenaza de desestabilización de nuestra propia capacidad de relacionarnos a nivel humano. “Un nivel humano” implica no sólo la mente y el ámbito de las 

 

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María del Carmen

609458688 idrisazzahra@gmail.com