Nietzsche y el inconsciente

09.05.2014 18:26
 
lgunos autores como P. Lersch o K. Jaspers señalan que Nietzsche tuvo el mérito de descubrir las conexiones motivacionales inconscientes, la importancia de los sueños, los conceptos luego conocidos como arquetipos, la sublimación, la conversión, la transformación, un estudio profundo sobre los instintos, y además la importancia de la comunicación en la terapéutica. Y que todo ello ha sido fuente inspiradora de los psicólogos posteriores. 
 
Transcribimos a continuación algunos fragmentos: 
 
Realmente la mayoría de los cultos practicados por los fieles de las religiones oficiales de occidente caen dentro de las manifestaciones de tipo apolíneo, es decir, racionales, armoniosas y no dentro de las de tipo orgiástico, irracionales y con signos de éxtasis. Esta dicotomía fue introducida por Nietzsche en El origen de la tragedia, en 1872. Desde la perspectiva actual, las manifestaciones apolíneas pueden atribuirse al campo del consciente, mientras que las dionisíacas pertenecen al inconsciente. (Freedman y Kaplan, pág. 24). 
 
"Esto lo he hecho, dice mi memoria, esto no lo pude haber hecho, dice mi orgullo. Finalmente cede mi memoria" (represión psicológica). Esto luego fue expresado por Freud en Psicopatología de la vida cotidiana con sus olvidos, lapsus y otros actos fallidos. (Alonso Fernández). 
 
La tesis de que las relaciones anímicas en su surgir y producirse unas de otras son aprehendidas  
desde el interior y en forma inmediata, no queda limitada en su vigencia por el hecho de que en ocasiones la relación motivacional no aparezca en modo alguno en la conciencia, en la que no obstante es efectivamente operante. Corresponde a Nietzsche el extraordinario mérito de haber descubierto estas conexiones motivacionales inconscientes, lo cual dio lugar a que se aplicara a su investigación psicológica el calificativo poco feliz de "psicología desenmascarante". (P. Lersch, pág. 70). 
 
Lo que experimentamos en los sueños pertenece muchas veces al patrimonio de nuestra vida tanto como lo realmente vivido; gracias a ellos somos más pobres o más ricos, tenemos mayores o menores necesidades. Somos dirigidos incluso en el día claro y brillante y en los más alegres momentos de nuestra vida vigil por los hábitos procedentes de ellos. (Nietzsche, citado por Lersch, pág. 506). 
 
"En los sueños repetimos el pensamiento de la primitiva humanidad". Esta idea de Nietzsche reaparece metamorfoseada en la teoría de los arquetipos de Jung. (Lersch, pág. 512). 
 
Desde que Descartes resumió la fórmula del hombre en la frase "cogito, ergo sum", nos inclinamos por admitir que el mundo que nos rodea y lo que somos nosotros mismos se reduce a aquello que vemos reflejado en el espejo de nuestra conciencia, contra lo que se alzó antes que nadie Nietzsche. Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral:
 
"¿Qué es lo que sabe propiamente el hombre de sí mismo? ¡La naturaleza le oculta la mayor parte de las cosas, incluso de su propio cuerpo, para mantenerlo desterrado y encarcelado en una conciencia orgullosa y malabarista, insensible a las sinuosidades viscerales, al rápido flujo de la corriente sanguínea, y a los complicados estremecimientos de las fibras!...
 
Y ¡ay! del nuevo deseo, que pudo asomarse por un resquicio fuera de la morada de la conciencia y pudo presentir que sobre lo despiadado, lo codicioso, lo insaciable o lo criminal, el hombre descansa en la indiferencia de su ignorancia, y como si se encontrara abandonado a sus sueños sobre el lomo de un tigre!". (Lersch, pág. 561). 
 
Enteramente únicos y los más grandes de todos los psicólogos comprensivos son Kierkegaard y Nietzsche. (K. Jaspers, pág. 368). 
 
Como fenómeno histórico cultural, el psicoanálisis es psicología popular. Lo que en las alturas de la verdadera historia del espíritu hicieron Kierkegaard y Nietzsche, es vuelto aquí más tosco en los puntos más bajos y desviado nuevamente, correspondiendo al bajo nivel de la mediocridad y de la civilización de las grandes ciudades. Frente a la verdadera psicología es un fenómeno de masas, en consecuencia se ofrece en una literatura de masas. 
 
Cuando se dice que Freud "ha introducido la comprensividad de los extravíos psíquicos primera y decididamente en la terapéutica frente a una psicología y a una psiquiatría que se había vuelto sin alma", esto es equivocado. Primeramente esa comprensión existía ya antes, si bien hacia 1900 quedó en el fondo; en segundo lugar fue explotada por el psicoanálisis de una manera errónea, y finalmente ha imposibilitado la repercusión inmediata en psicopatología de lo propiamente grande (Kierkegaard y Nietzsche) y es culpable de la reducción del nivel intelectual de toda la psicopatología. (Jaspers, pág. 419). 
 
...Un ejemplo son las observaciones de Nietzsche sobre tales mecanismos: 
 
"Los instintos se manifiestan, cuando es posible, simplemente, sin resistencia. Si a esta manifestación se oponen 'resistencias', todos los instintos que no se descargan hacia afuera, se vuelven hacia adentro... Todo el mundo interior, originariamente tendido tenuemente entre dos membranas, se ha desarrollado y ha prosperado, ha adquirido profundidad, amplitud, altura, y se ha desenvuelto, así que la descarga hacia afuera fue inhibida. Tal inhibición viene de la situación real o por represión activa. En ambos casos se expresan los instintos inhibidos en forma alterada, por ejemplo: 
 
1) Por la búsqueda de un contenido inadecuado, en todo caso distinto, por la satisfacción de "disfraces y símbolos". 
 
"La mayoría de los instintos -con excepción del hambre- se dan por contentos con materiales soñados". 
 
2) Por la "descarga" de tensiones de mal humor por vías inadecuadas. También el alma debe tener sus cloacas determinadas por donde deje fluir sus suciedades: para ello sirven personas, relaciones, puestos o la patria o el mundo, "las maledicencias de los otros sobre nosotros no se aplican a menudo propiamente a nosotros, sino que son manifestaciones de una cólera, de un mal humor por motivos muy distintos". "El que está descontento consigo mismo está constantemente dispuesto a vengarse de ello; nosotros seremos su víctima". "Una manera especial de la descarga es la confesión: el hombre que se comunica, se libera de sí mismo; y el que ha confesado, olvida". 
 
3) No hay en términos estrictos, una acción no egoísta, ni una contemplación plenamente desinteresada: ambas son sublimaciones, en las que el elemento fundamental aparece volatilizado y sólo se muestra existente todavía para la observación más sutil. 
 
Nietzsche habla de "personas de sexualidad sublimada". "Algunos instintos, por ejemplo el instinto sexual, son capaces de gran refinamiento por el intelecto (amor al prójimo, adoración de María y los santos, entusiasmo artístico; Platón sostiene que el amor al conocimiento y a la filosofía es un instinto sexual sublimado). Pero junto a eso queda en pie su viejo afecto directo". 
 
"El grado y la naturaleza de la sexualidad de una persona alcanza hasta la última cima de su espíritu". 
 
Freud ha vuelto más toscos esos pensamientos y los hizo populares. La expresión "sublimación" la ha tomado para la transposición de la energía sexual instintiva en actuación en favor de rendimientos en los dominios artísticos, científicos, caricativos y otros. Denomina "conversión" a la aparición de manifestaciones corporales debidas a causas psíquicas, y denomina "transformación" a la aparición de fenómenos psíquicos de otra especie, por ejemplo la angustia ante el instinto sexual. (Jaspers, Pág. 424). 
 
 
Concepto de la mala conciencia
 
Para abordar el tema de la mala conciencia es necesario primero referirse al concepto que tiene Nietzsche de los instintos. 
 
Así, en un trabajo de 1869, Homero y la filosofía clásica, Nietzsche presenta una primera definición de instinto: "La filosofía está representando aquí como una mezcla o agregado heterogéneo de instintos científicos y estéticos totalmente inconexos, posteriormente reunidos en una determinación común, que crea una especie de monarquía aparente". De aquí se desprenden unas ideas claves que Nietzsche utiliza para el concepto de instinto. Como por ejemplo: que los instintos se presentan en haces y lo que domina en ellos es la diversidad activa, y también que existe un instinto por actividad humana. Hay un instinto específico presente en la ciencia, en la ética y en el arte. Los instintos se presentan como otros tantos pequeños demonios que animan la actividad humana.
 
Toda actividad supuestamente unitaria resulta ser un hervidero de instintos mantenidos juntos. La realidad se atribuye a esa diversidad conflictiva de instintos, reduciendo la unidad al rango de apariencia. 
 
El instinto se define como fuerza inconsciente formadora de formas, que se trasluce en la creación artística. Mejor aun: "Las formas visibles son los órganos de que se vale el instinto", que crea para dejarse ver como sufrimiento permanente. El instinto como poder se manifiesta materialmente. 
 
Con el instinto no se adelanta un solo paso para explicar la conformidad a los fines. Esos instintos ya son el resultado de procesos perseguidos hace un tiempo infinitamente largo; así, el carácter ordinario del instinto es en cierto modo una ilusión, efecto de una analogía ingenua entre el pensamiento tardío del hombre y las fuerzas originarias. Por el contrario, hay que concebir el instinto como un producto de procesos más bien que como un principio inmediato. Correlativamente, no basta con pronunciar la palabra mágica de instinto para explicar la naturaleza de las fuerzas en acción: hay que mostrar en acción los procesos que lo llevan a cabo. 
 
La característica esencial de los instintos es que son inconscientes, infalibles y reguladores, por lo tanto fáciles, necesarios, libres. 
 
Los instintos en el hombre primitivo eran exteriorizados y eran su fuente de fuerza, placer y fecundidad. Estos instintos lo adaptaban, ajustadamente, a su medio: a la selva, a la guerra, al vagabundaje, a la aventura. Detrás de estos instintos que el hombre salvaje exteriorizaba (la crueldad, el placer de persecución, la agresión, el cambio, la destrucción, sexo, etcétera), existía un instinto "madre" llamado "instinto de libertad", un instinto de expansión que Nietzsche denomina "voluntad de poder" y que en esencia es el instinto de vida. 
 
Nietzsche compara el mundo interior del hombre primitivo con dos membranas sólo separadas por un espacio virtual, ya que no lo necesitaba (véase cuadro1). 
 
En un momento de la evolución del hombre se produce una modificación, la más radical de todas las que ha experimentado. La modificación ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y la paz. 
 
Este cambio fue abrupto, y de golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y "en suspenso"; a partir de ese momento los hombres debieron caminar sobre los pies y "llevarse a cuestas a sí mismos".
 
Esta adaptación abrupta a la sociedad los obliga a un cambio drástico: "Se sentían ineptos para las funciones más simples", no tenían para este mundo nuevo y desconocido sus viejos guías, los instintos reguladores e inconscientemente infalibles. Debían de pronto inhibir sus instintos naturales, y en el proceso de adaptación debieron crear un órgano nuevo: la "conciencia". "¡Estaban reducidos estos infelices a pensar, a razonar, a calcular, a combinar causas y efectos, y a su conciencia, su órgano más miserable y más expuesto a equivocarse!". 
 
El proceso de adaptación no lo hace el hombre primitivo por su gusto, sino que le es impuesto por el Estado, por la sociedad, y esta imposición no es gradual ni pacífica, sino que se realiza con actos violentos y con tal crueldad, que debe quedar en la memoria de estos "semianimales", para que después realicen sus propias inhibiciones. 
 
La sociedad impone penas y castigos como precio para la protección y la paz. Pero "aquellos viejos instintos no habían dejado, de golpe, de reclamar sus exigencias, sólo que resultaba difícil y pocas veces posible darles satisfacción: en lo principal hubo que buscar apaciguamientos nuevos, por así decirlo, subterráneos. Todos los instintos que no se desahogan hacia afuera se vuelven hacia adentro, esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre: únicamente con esto se desarrolla en el lo que más tarde se denomina su alma" (véase el cuadro2). 
 
 
"Todo el mundo interior, originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia afuera fue quedando inhibido". 
 
Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad hicieron que todos los instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás y se volvieran contra él. 
 
La enemistad, la crueldad, el placer de la persecución, de la agresión, del cambio, de la destrucción, todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la "mala conciencia". 
 
A estos instintos naturales, que no pueden exteriorizarse, que son inhibidos y que "se almacenan" en el mundo interior del hombre, Nietzsche los compara al hombre salvaje, a un animal enjaulado dentro del hombre mismo, pero que no está pasivamente enjaulado, sino que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula. Éste es un ser, según Nietzsche, al que le falta algo, que está devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse en base a sí mismo una aventura, una cámara de suplicio, una selva insegura y peligrosa, este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la mala conciencia. 
 
Por esto se ha producido una dolencia, la más grande, la más siniestra, una dolencia de la que la humanidad no se ha curado hasta hoy: el sufrimiento del hombre por el hombre, por sí mismo, resultado de una separación violenta de su pasado animal, de un salto y una caída, por así decirlo, en nuevas situaciones y en nuevas condiciones de existencia, de una declaración de guerra contra los viejos instintos, en los que hasta ese momento reposaban sus fuerzas, su placer y su fecundidad (véase el Cuadro 3). 
 
Cuadro3
Esta lucha, "esta secreta autoviolentación", esta crueldad de artista, este placer de darse forma a sí mismo como a una materia dura, resistente y paciente, de marcar a fuego en ella una voluntad, una crítica, una contradicción, un desprecio, un no; este siniestro, horrendo y voluptuoso trabajo de un alma voluntariamente escindida de sí misma, que se hace sufrir por el placer de hacer sufrir, toda esta activa "mala conciencia" ha acabado por producir también una profusión de belleza y de afirmaciones nuevas y sorprendentes. 
 
La procedencia de lo "no-egoísta" en cuanto al valor moral, a la delimitación del terreno que este valor ha brotado, es sólo consecuencia de la mala conciencia; sólo la voluntad de maltratarse a sí mismo proporciona el presupuesto para el valor de lo no-egoísta. 
 
La mala conciencia en el hombre se ha apoderado del presupuesto religioso para llevar su propio automartirio hasta su más horrible dureza y actitud. Una deuda con Dios: este pensamiento se convierte para el hombre en pensamiento de tortura. Capta en "Dios" las últimas antítesis, que es capaz de encontrar para sus auténticos e insuprimibles instintos de animal, reinterpreta esos mismos instintos animales como deuda con Dios (como enemistad, rebelión, insurrección contra el "Señor", el padre, el progenitor, el comienzo del mundo), se tensa en la contradicción "Dios y Demonio", y todo no que se dice a sí mismo, a la naturaleza, a la naturalidad, a la realidad de su ser, lo proyecta fuera de sí como un sí, como algo existente, corpóreo, real, como Dios, como santidad de Dios, como Dios juez, como Dios verdugo, como más allá, como eternidad, como tormento sin fin, como infierno, como inconmensurabilidad de pena y culpa. 
 
Es necesario establecer aquí el concepto que tiene Nietzsche sobre la sublimación. Nietzsche toma el término "sublimación" de la química,  
ya que se designa así a la transformación directa de un sólido en gas, sin pasar por el estado líquido (el ejemplo más común es la naftalina). Así por ejemplo, con "sublimación" Nietzsche expresa la misma metáfora de evaporación del instinto. Por ejemplo dice: la conducta no-egoísta y la contemplación desinteresada, son llamadas "sublimación", en las que el elemento fundamental aparece casi volatilizado y sólo revela su presencia por la observación más fina. Entonces la sublimación se presenta como un proceso ético, esencial que consiste en ocultar sutilmente los instintos.
 
A partir de este principio toda la crítica de la moralidad radica en un análisis de las tácticas de sublimación cuyo fin es volver a obtener el instinto. Esto equivale a invertir el proceso de sublimación, reobteniendo el sólido a partir del vapor. Desde este punto de vista, desde Aurora hasta La genealogía de la moral, Nietzsche no hace más que deshacer los procedimientos de sublimación (véase el cuadro4). 
 
Cuadro 4
Para Nietzsche, el hombre es un ser enfermo y la enfermedad que padece se llama moralidad, cuya forma histórica es el nihilismo. El remedio, por lo tanto, no puede ser más que un hombre sobrehumano: así, Nietzsche, al nombrar al superhombre, no hace más que enunciar el hiato entre la enfermedad y la cura. Asimismo, se puede caracterizar al superhombre como la figura de la cura o como el más allá de la enfermedad, por lo tanto de la moralidad. 
 
El superhombre es aquel que puede armonizar sus instintos naturales, es la encarnación de la voluntad de poder, de la voluntad de vida y "puede soportar la verdad más desnuda y más dura, la del eterno retorno, según la cual todo regresará y regresará en el mismo orden, siguiendo la misma implacable sucesión, de tal modo que el eterno reloj de arena de la vida será volteado sin cesar. 
 
El superhombre sería aquel que ama la vida hasta tal punto, que "no desea otra cosa más que esa suprema y eterna confirmación". 
 
"¡Quién no busca el deseo! es más sediento, cordial, hambriento, terrible, siniestro que todo dolor, se quiere a él, se muerde en él, en él lucha el anillo de la voluntad,  quiere amor, quiere odio, es rico en demasía, regala, despilfarra, ruega que alguien lo tome, da las gracias a quien lo hace, le gusta ser odiado, tan rico es el deseo, que está sediento de dolor, de infierno, de odio, de oprobio, del tullido, de mundo..." (Así habló Zaratustra). 
 
 
 
Bibliografía 
 
 
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