Dios en la Psicoterapia: del encuentro a la intimidad 3.parteLa consciencia y el corazón

11.12.2013 17:52

El punto de unión entre lo psicológico y lo existencial es la actitud, en tanto que ella es influida por la memoria y los aprendizajes pero al mismo tiempo está abierta a la consciencia, a la voluntad y a la creatividad. Los complejos nos poseen, no los podemos cambiar, las actitudes sí se pueden cambiar y desde ellas abrir el torrente de la reflexión creadora. La consciencia como facultad contemplativa, la que permite la reflexión, la que puede hacer que el sujeto se haga una pregunta sobre sí, la que interviene en el paso de la psicoterapia al análisis, se diferencia de aquella otra consciencia como mera capacidad cognitiva, racional o razonadora. No podemos negar que en lo más íntimo del hombre hay una consciencia sutil capaz mostrarnos a nosotros mismos tal y como somos, es un espejo totalmente veraz, que distingue nítidamente entre el bien y el mal, la verdad y la mentira. El cristianismo filosófico lo llama consciencia contemplativa, el budismo la mente muy sutil o mente de diamante, el budismo Zen lo llama “hishiryo”, más allá de la mente o la no mente. Esta consciencia discierne sin necesidad de aprendizaje aunque podemos habituarnos a no escucharla. No es posible describir la vivencia de esta consciencia en términos científicos, debemos acudir a las metáforas, al rico lenguaje de la poesía y del mito. Míticamente la mejor expresión para describir esta consciencia es llamándola “corazón”. Y la palabra es no sólo afortunada sino universal. Esta consciencia no está en el cerebro ni en la cabeza, sino en el palpitar de la vida, en íntima relación con el amor y el dolor, en la corazonada de lo no razonable.
 
   El corazón está hecho a “imagen y semejanza” del Dios Creador, es el corazón de la “poiesis”, del milagro de lo inédito, de lo que ocurre sin que sepamos de dónde ni cómo pero con la total certeza de su carácter numinoso y verdadero. Dios acontece en el milagro de la diacronía o la historia de lo que aparece inevitable, la sensación de sentirse desgraciado, condenado, maldecido, repitiendo conpulsivamente las misma historias, las misma relaciones, el mismo patrón de conducta, y simultáneamente Dios es el Kayrós de la sincronía del aquí y ahora que acontece como oportunidad y novedad cargada de significado, de milagro y esperanza de un rumbo totalmente distinto, de luz transformadora. Esto no se experimenta racionalmente, sino cordialmente, se experimenta en el corazón del hombre.
Podemos suponer que la personalidad humana comprende dos cosas: primero, la conciencia y todo cuanto ésta abarca, y segundo, el amplio fondo indeterminablemente grande que constituye la psique inconsciente.
 
El corazón es la consciencia que Jung cuidó como un tesoro desde su adolescencia hasta la muerte (el sueño de la luz en la tormenta de su adolescencia). Repito, consciencia entendida como corazón y no como mente ni como cerebro.
 
    Lo más objetivo para el hombre es su propia subjetividad, desde ella concibe y organiza el mundo más allá de la razón. El corazón es el centro de la subjetividad y lugar de encuentro con la total objetividad. Cuando logramos avanzar dentro de lo más propio, hondo y subjetivo, cuando meditamos en lo más íntimo del hombre, meditación que puede iniciarse en psicoterapia y profundizarse en el análisis, meditación guiada o iniciada por el encuentro transferencial-contratransferencial, que no se agota allí, y que luego necesita avanzar en la soledad, entonces ocurrirá el milagro del encuentro, el “kayrós” sincrónico del simplemente ocurrir, el encuentro con lo Real, con la verdad, con el gozo y con la libertad, estas cuatro son indisolubles y ellas representan la verdadera experiencia sanadora y la sanación que lleva al encuentro amerita intimidad, valentía para entrar en el sagrario de lo incomunicable y totalmente real. Esta vivencia no es psicológica y se encuentra más allá de toda limitación o condicionamiento psico-social.
 
Pero también el Dr. Vethencourt advierte que es en el plano existencial donde se dan los grandes sufrimientos, las grandes melancolías. El sufrimiento celular no tiene el impacto en el hombre como la ausencia del sentido vital, una tiroiditis o el asma bronquial o la diabetes no se equiparan a la vivencia interna de ruptura en los vaivenes del amor, una epilepsia no llega a generar tanto sufrimiento como la sensación de injusticia, que incluso puede llevar al que sufre a cometer homicidio o suicidio. Los grandes males, los grandes sufrimientos individuales y sociales no se originan ni siquiera en una leucemia o en una parálisis cerebral o en una demencia crónicamente deteriorante.

El hombre ávido de adorar, de reflejarse en una verdad absoluta y trascendente, pero limitado y condicionado por una cultura plagada de errores e ilusiones, de cegueras paradigmáticas, puede terminar adorando a ídolos llenos de muerte y corrupción en quienes sacrifica su libertad y con ella su existencia.

 

  Y ojalá estos ídolos fueran los santos de los santeros o los espíritus de los espiritistas o los muertos de los paleros, en alguna manera estos conducen hacia algún sentido de trascendencia. Los ídolos llenos de muerte, sufrimiento, soledad y cargados de verdadera maldad se refugian y disfrazan en nuestras propias mentes, en nuestras propias ideas alejadas de la verdad aunque altamente cargadas libidinalmente y conducen hacia el laberinto del sinsentido. Hasta ahora, la intuición muy antigua del pueblo judío sigue siendo cierta, el peor pecado y la peor caída del hombre contra sí mismo es la idolatría.

El corazón puede generar actitudes totalmente novedosas, que reorganizan y transforman las vivencias subjetivas más desvastadoras. Es por ello que desde el plano existencial, desde la consciencia contemplativa no existe el trauma ni la limitación sino la posibilidad de lo nuevo y eterno. La psique busca abrirse paso hacia un símbolo trascendente y el trabajo sobre los síntomas y los complejos son el inicio de esa transformación. La vocación del hombre es la comunión, el encuentro con el hermano, con la familia humana, la reconciliación con el cosmos y con Dios, con lo verdaderamente Real y totalmente Otro. Cuando el corazón experimenta libertad, es que está en la verdad, se ha introducido en la Realidad, todo lo cual genera gozo.

   Y desde la psicoterapia la emergencia del “corazón” no es algo de lo cual se habla, sino más bien ocurre. Cuando la actitud del psicoterapeuta es de aceptación y apertura hacia el paciente, cuando el terapeuta es capaz de ser íntimo consigo mismo, cuando en el encuentro regular psicoterapéutico se va gestando algo “especial” entre paciente y terapeuta, una intimidad donde cada uno posee su propio espacio psíquico de libertad y comunión, entonces se abre la posibilidad de que Dios se deje sentir, no como hecho físico taumatúrgico o milagrero sino como experiencia subjetiva que logra dar sentido al sufrimiento.

  Quien guía y suscita los cambios verdaderamente sanadores es lo numinoso, lo sutil. La sincronicidad es un pequeño milagro, cotidiano, casi imperceptible donde Dios permanece anónimo. Dios sólo acontece, busca encontrarse con nosotros para guiarnos a lo nuevo, al mundo de la no-neurosis. Y accedemos a ese mundo desde la intimidad. Desde la intimidad surge una nueva actitud ante la vida y ante los problemas cotidiano.

 Para atravesar los puentes sobre aguas turbulentas y transformar las heridas de rupturas y reparaciones, tema de este Congreso de Psicoterapia, invoco al Dios del amor y la unidad, el único que puede sanar las heridas del alma, iluminar los ojos cegados por los complejos y hacernos levantar de la parálisis de la neurosis y el sufrimiento.

  Espero haber sembrado en ustedes la motivación a tomar en serio al hombre en su totalidad, ahondar en la fenomenología de lo que ocurre en la psique y en lo trans-egoico y trans-psíquico. Dios nos regaló el corazón para que el hombre pudiese contemplar el amor.  El mandamiento ciertamente es amarse unos a otros como Dios nos amó.

 Este mandamiento fue traducido psicoterapéuticamente por J. L. Moreno, pilar de la psicoterapia moderna, en estas palabras: El mandamiento es SE CREADOR. Amor es creatividad así que los invito a ser creadores y dejarse guiar por la luz del corazón, la única que no se apaga en las penumbras y tinieblas del poder y el  sufrimiento mental

 

 

 

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María del Carmen

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