EL CIELO. Emanuel Swedenborg

27.05.2013 13:19

 

 

 

 

 

 

De la Divina Humanidad del Señor es de donde el Cielo, como un todo y una parte, se refleja en el hombre

78. Que el cielo en su totalidad y en sus partes representa a un hombre, lo cual es por virtud de lo Divino-Humano del Señor, sigue como conclusión de todo cuanto en los artículos precedentes se ha expuesto y manifestado. En los precedentes artículos ha sido expuesto:

(i) que el Señor es el Dios del cielo;

(ii) que lo Divino del Señor hace el cielo;

(iii) que el cielo consta de innumerables sociedades;

(iv) que el cielo en su conjunto representa aun solo hombre;

(v) que cada sociedad en el cielo igualmente representa a un hombre;

(vi) que por ello todo ángel tiene perfecta forma humana.

Todo esto conduce ala conclusión que lo Divino, puesto que constituye el cielo, es Humano en su forma. Que esto es lo Divino-Humano del Señor puede verse aun más claro por las referencias a "Arcana Coelestia" que en el apéndice son consignadas y reunidas en compendio. Que lo Humano del Señor es Divino y no como se cree en la iglesia que lo humano del Señor no es Divino, puede también verse por estos extractos, así como por la Doctrina de la Santa Jerusalén, al final donde se trata del Señor.

79. Que así es me ha sido demostrado por múltiples experiencias; acerca de lo cual se dirá algo en lo que ahora sigue. Los ángeles que están en el cielo nunca perciben a lo Divino bajo otra forma que la humana; y—lo que es extraño—los que están en los cielos superiores no pueden pensar acerca de lo Divino de otra manera. La necesidad que tienen de pensar de esta manera les viene por lo Divino mismo que influye sobre ellos y también por la forma del cielo, con arreglo a lo cual sus pensamientos se extienden alrededor de ellos, porque todo pensamiento de los ángeles tiene su extensión en el cielo, y conforme esta extensión tienen inteligencia y sabiduría. De allí viene el que todos allí reconocen al Señor, puesto que lo Divino-Humano no existe sino en Él. Esto no solamente me ha sido manifestado por los ángeles, sino también me ha sido dado percibir al ser elevado a la esfera interior del cielo. Por esto es claro que cuanto más sabios son los ángeles tanto más distintamente perciben estas cosas; y de allí viene el que el Señor aparece a ellos; porque el Señor aparece en Divina forma angélica, que es la humana, a aquellos que reconocen y creen en una Divinidad visible, pero no a aquellos que creen en una Divinidad invisible. Los primeros pueden ver a su Divino; estos últimos no pueden verlo.

80. Siendo así que los ángeles no perciben un Divino invisible, cuyo Divino llaman un Divino sin forma, sino un Divino visible en forma humana, tienen por costumbre el decir que sólo el Señor es Hombre, y que ellos son hombres por Él, y que cada uno tanto es hombre cuanto recibe a Él. Por recibir a Él entienden recibir bien, y la verdad que emanan de Él, puesto que el Señor mora en Su bien y en Su verdad; a esto llaman también sabiduría é inteligencia; dicen que todos saben que la inteligencia y la sabiduría hacen el hombre, y no el rostro sin ellos; que esto es así consta también por los ángeles del cielo interior; por hallarse estos por el Señor en el bien y en la verdad, y por ello en sabiduría é inteligencia, tienen la más bella y más perfecta forma humana; y los ángeles de los cielos inferiores la tienen menos perfecta y bella, siendo lo contrario en el infierno; los que están allí, vistos en la luz del cielo, apenas parecen hombres, sino monstruos; porque se hallan en el mal y en el error, y no en el bien y en la verdad, por consiguiente en oposición a la sabiduría y a la inteligencia, por cuya razón la vida de ellos tampoco se llama vida sino muerte espiritual.

81. Puesto que el cielo en totalidad y en parte representa a un hombre debido a lo Divino-Humano del Señor, los ángeles dicen que están en el Señor, y algunos que están en su cuerpo, por lo cual entienden estar en el bien de su amor; como también el Señor enseña diciendo:

Estad en Mí y Yo en vosotros; como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo si no estuviere en la vid, así ni vosotros si no estuviereis en Mí... porque sin Mí nada podéis hacer... estad en Mi amor, si guardareis Mis mandamientos, estaréis en Mi amor (Juan 15: 4-10).

82. Por existir en el cielo tal percepción de lo Divino se halla implantado en todo hombre que recibe algún influjo del cielo el pensar de Dios bajo forma humana; así pensaban los hombres primitivos, así piensan también los actuales, tanto los de la iglesia cuanto los de fuera de ella. Los simples le ven a Él con el pensamiento como el anciano en resplandeciente luz; pero este sentimiento íntimo ha sido extinguido en aquellos que han rechazado el influjo del cielo por su propia inteligencia y por su mala vida; aquellos que lo han apagado mediante su propia inteligencia quieren un Dios invisible; los que por otra parte lo han hecho por su mala vida no quieren Dios alguno. Aquellos y estos últimos no saben que hay tal (percepción) implantada, puesto que no se halla en ellos, siendo, sin embargo, así que esta percepción es lo Divino celestial mismo, que del cielo influye en primer lugar en el hombre, puesto que el hombre ha nacido para el cielo, y nadie viene al cielo sin idea de lo Divino.

83. Por esta razón, el que no tiene idea del cielo, es decir idea de lo Divino de lo cual viene el cielo, no puede ser elevado (siquiera) al primer umbral del cielo; apenas llegue allí, experimenta resistencia y fuerte aprensión. La causa es que los interiores en él, que son receptáculo del cielo, están cerrados por no hallarse en la forma del cielo, y cuanto más se acerca al cielo tanto más fuerte se cierran.

Tal es la suerte de aquellos dentro de la iglesia ""que niegan al Señor y de los que, como los Socinianos, niegan Su Divinidad. Cual, por otra parte, es la suerte de los que han nacido fuera de la iglesia, por quienes el Señor no es conocido por no tener ellos el Verbo, se verá en lo que sigue.

84. Prueba de que los ancianos tenían la idea de lo Divino como siendo un Humano se ve en las apariciones de la Divinidad ante Abrahán, Lot, Josué, Gedeón, Manoach, su esposa y otros, quienes, por más que vieron a Dios como Hombre, sin embargo adoraron a Él como el Dios del Universo, llamándole el Dios del cielo y de la tierra, y también Jehová. Que era el Señor a quien vio Abrahán, enseña Él mismo según Juan (8: 56); que también era Él quien apareció a los otros es evidente por las palabras del Señor:

Que nadie vio al Padre, ni a su parecer ni oyó su voz (Juan 1: 18; 5: 37).

85. Pero aquellos que juzgan de todo por las cosas sensuales del hombre exterior pueden difícilmente comprender que Dios es hombre, porque el hombre sensual puede pensar de Dios únicamente según el mundo y las cosas que en el mismo hay; o sea que no pueden pensar del Hombre Divino y espiritual de otra manera que del hombre corporal y material. Concluye, por lo tanto, que si Dios fuese hombre habría, en cuanto a tamaño, de ser como el universo, y si gobernase el cielo y la tierra habría de ser por conducto de muchos como gobiernan los reyes en el mundo. Si se les dijese que en el cielo no. hay extensión de espacio como en el mundo no lo concebirían en manera alguna, porque el que piensa por la naturaleza, y tan sólo por la luz de ella, piensa siempre con respecto a extensión, de tal manera cual se manifiesta delante de los ojos. Pero se engañan en el más alto grado cuando piensan de igual manera acerca del cielo. La extensión que hay allí no es como la extensión que hay en el mundo; en el mundo la extensión es determinada y, por lo tanto, mensurable, pero en el cielo la extensión es indeterminada y, por lo tanto, inmensurable.

Pero de extensión en el cielo se verá más adelante, donde se tratará del espacio y del tiempo en el mundo espiritual. Además todos saben cuanto se extiende la vista de los ojos, es decir, hasta el sol y las estrellas, que tanto distan. Los que piensan más a fondo saben también que la vista interior, que es la del pensamiento, se extiende aun más lejos; ¿hasta dónde, pues, no se extiende la vista Divina, la más interior y la más suprema? Por tener los pensamientos tal extensión todo el cielo comunica con cada uno allí, por consiguiente todo lo Divino, que hace el cielo y que le llena, según queda manifestado en los artículos que preceden.

86. Los que están en el cielo se asombran de que se creen entendidos los hombres que, al pensar en Dios, piensan en una cosa invisible, o en una cosa que sería incomprensible si estuviera bajo cualquier forma, y de que estos hombres llaman no entendidos y también simples a los que piensan de otra manera, siendo sin embargo así que es todo lo contrario. Dicen que si aquellos, que por estas cosas se creen entendidos, se examinaran a sí mismos—¿en vez de Dios, acaso no verían la naturaleza?—algunos de ellos la que se halla delante de los ojos, otros, la que no se halla delante de los ojos—¿no se sentirían ciegos hasta el punto de ignorar lo que es un Dios, lo que es un ángel, un espíritu, y lo que es su alma que ha de vivir después de la muerte; lo que es la vida del cielo en el hombre y mil otras cosas pertenecientes al entendimiento?—mientras que los que califican de simples sin embargo saben todo esto a su manera, tienen la idea de su Dios de que Él es la Divinidad en forma Humana, la idea de un ángel de que es un hombre celestial, de su alma que ha de vivir después de la muerte, la idea de que es como un ángel y de la vida del cielo en el hombre de que es vivir conforme los Divinos mandamientos. A estos los ángeles llaman por lo mismo entendidos y aptos para el cielo, a los primeros, por el contrario, no inteligentes.

 

Hay una correspondencia de todas las cosas del Cielo con todas las cosas del hombre

87. Hoy día se ignora lo que es correspondencia; se ignora por varias causas; la principal es que el hombre se ha apartado del cielo por amor a sí mismo y al mundo; porque quien ama a sí mismo y al mundo sobre todas las cosas mira únicamente a lo mundano, puesto que esto halaga a los sentidos externos y alegra a su genio, y no (mira) a lo espiritual, porque esto halaga a los sentidos internos y alegra a la mente, por lo cual rechaza esto bajo pretexto de que es demasiado elevado para ser objeto del pensamiento. Los ancianos opinaban de otra manera, para ellos la ciencia de la correspondencia era la más excelente de todas las ciencias; por conducto de ella adquirieron también entendimiento y sabiduría, y los que eran de la iglesia tenían por medio de ella comunicación con el cielo, porque la ciencia de la correspondencia es ciencia angélica. Los primitivos ancianos, los cuales eran hombres celestiales, pensaban por la correspondencia misma como los ángeles; por ello hablaban también entre sí como los ángeles y por lo mismo el Señor apareció más a menudo a ellos, instruyéndoles. Pero actualmente esta ciencia se halla extinguida hasta el punto de que se ignora lo que es correspondencia.

88. En vista de que por falta de percepción de lo que es correspondencia, actualmente nada se puede saber con claridad acerca del mundo espiritual, del influjo de este en el mundo natural, de cosas espirituales con respecto a cosas naturales, y que tampoco puede saberse algo con claridad acerca del espíritu del hombre, que se llama alma, de su operación en el cuerpo ni del estado del hombre después de la muerte; se dirá lo que es correspondencia y cual es su carácter, preparando así la vía también para lo que luego ha de seguir.

89. Primero se dirá lo que es correspondencia. El mundo natural entero corresponde al mundo espiritual, y no tan solo al mundo espiritual en generalidad, sino también particularmente hasta en sus más mínimos detalles. Por lo tanto todo cuanto en el mundo natural nace por el mundo espiritual se llama correspondiente. Hay que saber que el mundo natural existe y subsiste por conducto del mundo espiritual, precisamente cómo el efecto por su causa eficiente. Mundo natural se llama cuanto se halla en la extensión debajo del sol, recibiendo de este (su) calor y luz, y a este mundo pertenecen todas las cosas que por el mismo subsisten; pero el mundo espiritual es el cielo y a ese mundo pertenece todo cuanto hay en el cielo.

90. Puesto que el hombre es cielo y también mundo en mínima forma al imagen del mayor (véase arriba n. 57), se encuentran por lo tanto en él el mundo espiritual y el mundo natural; las cosas interiores que son de su mente y que se refieren a la inteligencia y a la voluntad, forman su mundo espiritual; las cosas exteriores, por otra parte, que pertenecen a su cuerpo y que se refieren a sus sentidos y a su actividad, forman su mundo natural; y por lo cual todo cuanto en su mundo natural o sea su cuerpo (sus sentidos y actos) existe por medio de su mundo espiritual, es decir por su mente (su inteligencia y voluntad), se llama correspondiente.

91. De que naturaleza es la correspondencia se puede ver en el hombre por su rostro; en un rostro que no ha aprendido a disimular se manifiestan todas las inclinaciones de la mente visibles en forma natural como en su tipo; por esto mismo el rostro se llama el índice del alma, o sea su mundo espiritual en su mundo natural; del mismo modo (se vé) las cosas que pertenecen a la inteligencia en el habla, y las que son de la voluntad en los gestos del cuerpo; por lo tanto todo cuanto se efectúa en el cuerpo, sea en el rostro sea en el habla, sea en los gestos, se llama correspondencia.

92. Por esto puede también verse lo que es el hombre interior y lo que es el exterior; es decir que el interior es él que se llama el hombre espiritual, y el exterior el natural, y asimismo que el uno se distingue del otro como el cielo se distingue del mundo; así como que todo cuanto nace y acontece en el exterior, o sea en el hombre natural, nace y acontece por virtud del interior, o sea del espiritual.

93. Esto queda dicho con respecto a la correspondencia del hombre interior, o sea del hombre espiritual, con su hombre exterior, o sea con su hombre natural, pero en lo que sigue se tratará de la correspondencia de todo el cielo con las diversas cosas en el hombre.

94. Queda manifestado que el cielo entero representa a un solo hombre; que es Hombre en imagen y que por ello es llamado el Mayor Hombre. También se ha manifestado que en su consecuencia las sociedades de ángeles, de los cuales se compone el cielo, se hallan dispuestas como los miembros, órganos y vísceras en el hombre, es decir, que algunas se hallan en la cabeza, otras en el pecho, otras en los brazos y otras en sus más mínimas partes (véase arriba, n. 59-72). Así es que las sociedades que allí se hallan en algún miembro corresponden a similar miembro en el hombre; las que allí se hallan en la cabeza corresponden a la cabeza en el hombre, las que allí se hallan en el pecho corresponden al pecho en el hombre, las que allí se hallan en los brazos corresponden a los brazos en el hombre y así también en cuanto a lo demás; por esta correspondencia subsiste el hombre, porque el hombre no subsiste sino por virtud del cielo.

95. En su artículo más arriba se ha visto que el cielo se distingue en dos reinos, de los cuales el uno es llamado el reino celestial, el otro el reino espiritual. El reino celestial corresponde en general al corazón y a todo cuanto al corazón pertenece en todo el cuerpo, y el reino espiritual a los pulmones y a sus dependencias en todo el cuerpo; el corazón y los pulmones forman en efecto dos reinos en el hombre; el corazón reina allí por las arterias y las venas, el pulmón por las fibras nerviosas y motrices, ambos (juntos) en cada energía y acción. En todo hombre, en su mundo espiritual, que es llamado su hombre espiritual, hay también dos reinos; uno pertenece a la voluntad, el otro a la inteligencia; la voluntad reina por medio de las inclinaciones al bien, y la inteligencia por las inclinaciones a la verdad; estos reinos corresponden asimismo a los reinos del corazón y de los pulmones en el cuerpo. De igual manera en el cielo. El reino celestial es lo voluntario del cielo y allí reina el bien del amor; y el reino espiritual es lo intelectual del cielo y allí reina la verdad; estos son los que corresponden con las funciones del corazón y de los pulmones en el hombre. Es por esta correspondencia que "Corazón" en el Verbo significa la voluntad y también el bien del amor, y que el "Espíritu" (respiración de los pulmones) significa la inteligencia y la verdad de la fe; es también por esta misma correspondencia que al corazón se atribuyen las inclinaciones, por más que estas no se hallan en él ni vienen de él.

96. La correspondencia de los dos reinos del cielo, con el corazón y los pulmones, es la correspondencia común del cielo con el hombre; una menos común existe con sus diversos miembros, órganos y vísceras; de que naturaleza esta es se dirá también. Los que en el Mayor Hombre, que es el cielo, se hallan en la cabeza están en todo bien con preferencia de los demás; porque están en amor, paz, inocencia, sabiduría, inteligencia y por ello en goce y felicidad. Estos influyen en la cabeza y en las cosas que pertenecen a la cabeza en el hombre y corresponden con ellas. Los que en el Mayor Hombre, que es el cielo, se hallan en el pecho están en el bien de la caridad y de la fe, y estos influyen también en el pecho del hombre y corresponden con él. Por otra parte, los que en el Mayor Hombre, o sea el cielo, se hallan en los lomos y en los órganos allí dedicados a la engendración están en el amor conyugal; los que se hallan en los pies están en el bien del último cielo, el cual es llamado bien espiritual-natural; los que se hallan en los brazos y en las manos están en potencia de la verdad por el bien; los que se hallan en los ojos están en inteligencia; los que se hallan en los oídos están en atención y obediencia; los que están en las narices están en percepción; los que están en la boca y en la lengua tienen facultad oratoria por entendimiento y percepción; los que están en los riñones están en verdad escudriñadora, distinguidora y castigadora; los que se hallan en el hígado, el páncreas y el bazo están en varias clases de bien y verdad purificadora; y de varias maneras en las demás partes. Influyen en similares partes en el hombre y corresponden con ellas. El influjo del cielo tiene lugar en las funciones y usos de los miembros, y los usos (provechos), siendo del mundo espiritual, toman forma en aquellas cosas que se hallan en el mundo natural, y así se ultiman en el efecto: de allí viene la correspondencia.

97. Por esto es que estos mismos miembros, órganos y vísceras en el Verbo significan cosas semejantes, porque allí todo tiene significación conforme las correspondencias; allí por cabeza se significa inteligencia y sabiduría; por pecho, caridad; por lomo, amor conyugal; por brazos y manos, la potencia de la verdad; por pies, lo natural; por ojos, entendimiento; por narices, percepción; por oídos, obediencia; por riñones, el escrutar de la verdad, y así sucesivamente. De allí viene también la costumbre en el hombre de decir, cuando se trata de alguien que es inteligente y sabio, que este tiene cabeza; cuando se trata de uno que tiene caridad, que este es hombre de pecho; de uno que tiene percepción, que tiene nariz fina; de un entendido, que tiene penetrante vista; de él que tiene poder, que tiene el brazo largo; de él que quiere y hace algo por amor, que es todo corazón. Estas y varias otras expresiones del lenguaje del hombre vienen de las correspondencias, porque tales cosas proceden del mundo espiritual, por más que el hombre lo ignora.

98. El que existe tal correspondencia entre todas las cosas del cielo y todas las cosas del nombre me ha sido demostrado por mucha experiencia y por tanta que he llegado a convencerme de ella como de un hecho evidente y en ninguna manera dudoso. Pero no es necesario el referir aquí toda esta experiencia; tampoco sería posible a causa de su abundancia. Puede verse referida en "Arcana Coelestia," donde se trata de correspondencias, de representaciones, del influjo del mundo espiritual en el mundo natural y del comercio del alma con el cuerpo.

99. Pero por más que todas las cosas del hombre, con respecto al cuerpo, corresponden con todo en el cielo, el hombre no es, sin embargo, imagen del cielo con respecto a la forma exterior, sino con respecto a la interior; porque las cosas interiores del hombre reciben el cielo y sus cosas exteriores reciben el mundo; por lo tanto, en la medida en que sus cosas interiores reciben el cielo, en esta medida el nombre, con respecto a ellas, es cielo en mínima forma, según la imagen del mayor; por otra parte, tanto como sus cosas interiores no reciben (el cielo) tanto no es cielo é imagen del mayor; las cosas exteriores que reciben el mundo pueden, sin embargo, tener forma según el mundo, y por esto, variada hermosura, porque la hermosura externa, que es del cuerpo, lleva su causa de los padres y de la formación en las entrañas de la madre, siendo después mantenida por el influjo general del mundo; por esta razón la forma del hombre natural se distingue mucho de la forma de su hombre espiritual. Varias veces me ha sido manifestado como es el espíritu del hombre en cuanto a forma, y he visto que en algunos que de rostro eran hermosos y agraciados el espíritu era deforme, negro y monstruoso, pudiéndose llamar imagen del infierno más bien que del cielo; por otra parte, en algunos que no eran hermosos era de perfecta forma, blanco, resplandeciente y angelical. El espíritu del hombre aparece asimismo después de la muerte tal cual ha sido en el cuerpo mientras vivió en el mundo.

100. Pero la correspondencia se extiende más allá del hombre, porque hay correspondencia de los cielos entre sí; el tercer cielo, o sea el íntimo, corresponde con el segundo cielo, o sea el intermedio; y el segundo, o sea el intermedio corresponde con el primero, o sea el último, y este corresponde con las formas corporales en el hombre, llamadas sus miembros, órganos o vísceras; es pues sobre las cosas corporales del hombre, en las cuales ulteriormente termina el cielo, que este descansa como sobre su base; pero este secreto será más ampliamente desarrollado en otro lugar.

101. Es necesario saber que toda correspondencia que existe con el cielo tiene lugar con lo Divino-Humano del Señor, puesto que el cielo procede de Él y Él Mismo es el cielo, como queda manifestado en los artículos precedentes; porque si lo Divino-Humano no influyera en todas las cosas del cielo, y según la correspondencia en todas las cosas del mundo, no habría ángeles, ni habría hombre. Por esto es también claro el porque el Señor se hizo hombre, y revistió la Divinidad con la Humanidad desde lo primero hasta lo último, sea que fue porque lo Divino-Humano, de lo cual venía el cielo antes de la venida del Señor, no bastaba ya ampliamente para el mantenimiento de todo, puesto que el hombre, que es la base del cielo, había deshecho y destruido el orden. Acerca de cual y como era lo Divino-Humano que había antes de la venida del Señor y cual era entonces el estado del cielo, véase en las notas aplicadas al precedente capítulo.

102. Los ángeles quedan como estupefactos cuando oyen que hay hombres quienes atribuyen todas las cosas a la naturaleza y nada a lo Divino, que también hay quienes creen que sus cuerpos, en los cuales se hallan concentradas tantas cosas maravillosas del cielo, son formados por la naturaleza, y—lo que es más—que la racionalidad del hombre también procede de ella, cuando, sin embargo, con elevar algún tanto la mente, pueden ver que semejantes cosas vienen de lo Divino y no de la naturaleza, la cual es creada con el único fin de revestir el espíritu y representarlo en formas correspondientes en el último grado del orden; pero a tales hombres comparan con lechuzas, que ven en las tinieblas y no en la luz.

 

Hay una correspondencia del Cielo con todas las cosas de la Tierra

103. Lo que es correspondencia se ha dicho en el artículo precedente; asimismo se ha manifestado allí que todas las cosas del cuerpo animal, en general y en cada detalle, son correspondencias. Procede ahora manifestar que todas las cosas de la tierra y, en general, todas las cosas del mundo, son correspondencias.

104. Todo cuanto pertenece a la tierra se distingue en tres géneros, llamados reinos: el reino animal, el reino vegetal y el reino mineral. Las cosas que se hallan en el reino animal son correspondencias en el primer grado porque viven; las que se hallan en el reino vegetal son correspondencias en el segundo grado, puesto que solamente crecen; las que hay en el reino mineral son correspondencias en el tercer grado, puesto que ni viven ni crecen. Las correspondencias en el reino animal son seres vivientes de varias clases, tanto los que andan y se arrastran por la tierra cuanto los que vuelan por el aire, los cuales no nombraremos por sus especies, por ser conocidos. Las correspondencias en el reino vegetal son todos los vegetales que crecen y florecen en jardines, selvas, huertas y campos, los cuales tampoco nombraremos, siendo también conocidos. Las correspondencias en el reino mineral son metales ricos y pobres, piedras preciosas y comunes, varias clases de tierra y también agua. Además de estas cosas son también correspondencias las que por medio de la industria humana son manufacturadas de ellas para uso y provecho; como toda clase de alimentos, vestidos, casas, templos (aedes) y otros.

105. Las cosas que están encima de la tierra, tales como el sol, la luna, las estrellas y también las que hay en la atmósfera, como nubes, nieblas, lluvias, relámpagos, truenos, son asimismo correspondencias; las que provienen del sol, de su presencia y ausencia, como luz, oscuridad, calor y frío, son también correspondencias; igualmente las que por ellos siguen, como las estaciones del año, llamadas primavera, verano, otoño é invierno; y las divisiones del día:  la mañana, el mediodía, la tarde y la noche.

106. En una palabra, todo cuanto existe en la naturaleza, desde lo más pequeño hasta lo más grande en ella, son correspondencias. La razón por la cual son correspondencias es que el mundo natural con todo lo suyo existe y subsiste por el mundo espiritual, y ambos por lo Divino. Digo que también subsiste, porque todo subsiste por aquello de lo cual nace (existe), puesto que la subsistencia es un perpetuo nacimiento (existencia), y porque nada puede nacer de y por sí mismo, sino de un anterior, así pues de un primero, y por lo tanto si es separado de este, al momento perece y desvanece.

107. Todo cuanto en la naturaleza existe y subsiste en virtud del Divino orden es una correspondencia. El Divino orden existe por el. Divino bien que sale del Señor; empieza en Él, procede de Él, pasando por los cielos sucesivamente al mundo y termina allí en las últimas cosas. Las cosas que allí se hallan en arreglo al Divino orden son correspondencias. En arreglo al orden se hallan allí todos los objetos que son buenos y perfectos al uso, porque todo bien es bien con arreglo al uso y al provecho; la forma se refiere a la verdad, puesto que la verdad es la forma del bien. Es por esto que todas las cosas que en el universo y en la naturaleza del mundo se hallan en arreglo al Divino orden se refieren al bien y a la verdad.

108. Que todas cosas que hay en el mundo nacen de lo Divino y se revisten de tales formas en la naturaleza mediante cuales pueden estar allí, prestar uso y así corresponder, consta claramente por las cosas singulares que se presentan tanto en el reino animal cuanto en el reino vegetal. En ambos hay cosas tales que toda persona, si piensa desde su interior, puede ver que son del cielo. Para ilustrar, se puede, entre innumerables otras, citar unas pocas; he aquí primero, algunas en, el reino animal. Que un especie de .saber se halla allí, por así decir implantado en cada animal, es conocido por varias personas. Las abejas saben recoger el miel de las flores, construir celdas de cera en las cuales guardan su miel, y de esta manera proporcionarse alimento a sí mismas y a los suyos, también para el venidero invierno. La hembra deposita huevos, las demás prestan sus servicios, cubriéndolos por todos lados, para que nazca de ellos una nueva prole.   Viven bajo cierta forma de gobierno, la cual todas ellas conocen por (un saber) implantado; guardan las útiles, expulsan las inútiles y las despojan de sus alas; aparte de otras cosas maravillosas, que del cielo tienen a causa del provecho, porque la cera sirve al género humano para luz en todas partes del mundo, y la miel para agregar dulzor a los alimentos. ¿Qué no sucede con las orugas, que en el reino animal son los más inferiores? Saben nutrirse del jugo de sus hojas especiales y, transcurrido el plazo exacto, circundarse de un filamento, y por así decir meterse en útero, así empollando la prole de su género. Algunas se convierten en ninfas y crisálidas, produciendo hilos, siendo después de cumplido trabajo dotadas de otro cuerpo y adornadas con alas, vuelan por el aire como en su cielo, celebran nupcias, depositan huevos y se proporcionan su prole. Además de estos especialmente, todo volátil bajo el cielo, en general, conoce su alimento del cual se ha de nutrir, no tan solo cual es, sino también donde se encuentra; saben construir sus nidos, una especie diferentemente de otra especie, depositar en ellos huevos, empollar las crías, alimentarlas y echarlas del nido cuando pueden cuidarse ellas mismas. Nada diré de las maravillosas cosas en los mismos huevos, donde se hallan dispuestas por su orden cuantas cosas hacen falta para la formación y la nutrición de la naciente cría, aparte de innumerables otras cosas. ¿Quién, pensando algún tanto por sabiduría racional, diría jamás que estas cosas son de otra parte que del mundo espiritual, el cual al mundo natural sirve para revestir de cuerpo, aquello que es de allí, o sea para presentar en efecto lo que en la causa es espiritual? La causa de que los animales de la tierra y las aves del cielo nacen con este saber, y no así el hombre, el cual sin embargo es superior a ellos, es que los animales se hallan en el orden de su vida y no han podido destruir lo que del mundo espiritual se halla en ellos, puesto que no tienen sentido racional; no así el hombre, el cual piensa por medio del mundo espiritual; este, puesto que ha pervertido en sí aquello (que viene del mundo espiritual) por una vida contraria al orden, cuya vida su razón aprueba, no puede menos de nacer en completa ignorancia y luego por medios Divinos ser reconducido al orden del cielo.

109. De que modo corresponden las cosas que hay en el reino vegetal puede ser claro por muchas cosas, como estas, que las pequeñas simientes crecen hasta llegar a ser árboles, echan hojas, producen flores, y luego fruta, en la que otra vez depositan semillas, y que esto se verifica sucesivamente en tan admirable orden que no se puede describir con pocas palabras; resultarían volúmenes y aún así los secretos interiores más próximos a sus usos no podrían agotarse por medio del saber. Puesto que estos son del mundo espiritual, es decir del cielo, el cual se halla en forma de hombre, según se ha manifestado arriba en su artículo, las diversas cosas en este reino tienen por lo tanto también cierta relación con cosas parecidas, que se hallan en el hombre, lo cual es asimismo conocido por ciertos hombres de la clase erudita. Que son correspondencias también todas las cosas que hay en este reino me ha sido manifestado por mucha experiencia; estando en jardines y contemplando allí árboles, flores, frutas y hortalizas, he observado con frecuencia las correspondencias en el cielo y he hablado con aquellos en quienes se encontraban, siendo informado de donde eran y cual era su naturaleza.

110. Pero saber las cosas espirituales en el cielo a las cuales corresponden las naturales que hay en el mundo, no lo puede actualmente nadie, sino por el cielo, porque la ciencia de las correspondencias se halla en la actualidad completamente perdida. Cual y como es la correspondencia de las cosas espirituales con las naturales ilustraré sin embargo mediante algunos ejemplos. Los seres animados de la tierra, en su generalidad, corresponden a las inclinaciones; los mansos y útiles a las buenas inclinaciones, los fieros y nocivos a las malas inclinaciones; especialmente corresponden los carneros y los bueyes a las inclinaciones de la mente natural; las ovejas y los corderos a las inclinaciones de la mente espiritual; los volátiles, por otra parte, corresponden según su especie a lo intelectual de ambas mentes. Por esto es que en la iglesia israelita, la cual era una iglesia representativa, varios animales como (por ejemplo) los bueyes, los novillos, los carneros, las ovejas, las cabras, los machos cabríos y los corderos, así como también las palomas y las tórtolas, fueron ordenados para uso sagrado, haciéndose con ellos sacrificios y holocaustos, porque en este uso correspondían a las cosas espirituales, cuyas cosas se entendían en el cielo según las correspondencias. Que también los animales, según sus géneros y sus especies, son inclinaciones es porque viven y la vida de cada uno no viene sino de la inclinación y conforme esta; por esto tiene todo animal un saber innato con arreglo a la inclinación de su vida; el hombre es como ellos en cuanto a su hombre natural; por lo cual, también, hablando familiarmente, se compara con ellos; como por ejemplo, siendo manso, es llamado una oveja o un cordero; siendo fiero, un oso o un lobo; siendo astuto, una zorra o una serpiente, y así sucesivamente.

111. Una correspondencia parecida tiene lugar con las cosas que hay en el reino vegetal. Un jardín corresponde, en general, al cielo con respecto a la inteligencia y sabiduría, por lo cual el cielo se llama el jardín de Dios y un Paraíso, y por el hombre es llamado el Paraíso Celestial. Los árboles según sus especies corresponden a percepciones y conocimientos del bien y de la verdad, de los cuales vienen la inteligencia y la sabiduría. Por esto mismo, los antiguos, que poseían la ciencia de las correspondencias, celebraban sus cultos santos en boscajes; y por esto es que en el Verbo a menudo se hace mención de árboles, y con ellos se comparan el cielo, la iglesia y el hombre, como (por ejemplo) la vid, el olivo, el cedro y otros, y los bienes que proporcionan con la fruta. Los alimentos que vienen de ellos, en primer lugar el que viene de la simiente de los trigos del campo, corresponden también a las inclinaciones del bien y de la verdad, por la causa de que estas nutren la vida .espiritual como los alimentos terrestres la vida natural.1 Por la misma razón el pan corresponde en general a las inclinaciones de todo bien, puesto que este, con preferencia a los demás, sustenta la vida y que por el mismo se entiende toda clase de alimento. A causa de esta correspondencia se llama también el Señor el Pan de la Vida, y a causa de la misma estaban también los panes en sagrado uso en la iglesia israelita, porque se colocaban sobre la mesa en el Tabernáculo y llamaban los "los panes de los rostros";  también se llamaba "pan" a todo culto Divino, que se celebraba mediante sacrificios y holocaustos. A causa de esta correspondencia la Santa Cena, en la cual hay pan y vino, es asimismo lo más sagrado del culto en la iglesia cristiana. Por estos pocos ejemplos puede ser claro cual es el carácter de la correspondencia.

112. La manera en que se verifica la conjunción del cielo con el mundo por medio de la correspondencia se dirá también brevemente. El reino del Señor es un reino de fines que son usos, ó, lo que es lo mismo, un reino de usos que son fines. Por esto mismo el universo ha sido creado y formado por lo Divino de tal manera que los usos puedan en todas partes revestirse de cosas, mediante las cuales puedan presentarse en actos o sea en efectos, primero en el cielo, luego en el mundo, por grados y sucesivamente, hasta las últimas cosas de la naturaleza. Es por lo tanto evidente que la correspondencia de las cosas espirituales con las naturales, o sea la del mundo con el cielo, se verifica por medio de los usos y que los usos determinan la conjunción; así como que las formas, de las cuales se hallan revestidos los usos, tanto son correspondencias y tanto conjunción, cuanto son formas del uso. En la naturaleza del mundo, en su triple reino, todas las cosas que existen con arreglo al orden son formas de usos o sea efectos formados de usos al objeto de usos, por lo cual las cosas que allí hay son correspondencias. Cuanto más vive el hombre según el orden Divino, es decir, en amor al Señor y en amor al prójimo, tanto más sus actos son usos en forma y son correspondencias, por medio de las cuales entra en conjunción con el cielo. Amar al Señor y al prójimo es, en general, prestar usos. Conviene saber además que es mediante el hombre que el mundo natural tiene conjunción con el mundo espiritual; es decir, que él es el medio de conjunción, porque en él está el mundo natural y también el mundo espiritual (véase arriba, n. 57), por lo cual, tanto como el hombre es espiritual tanto es medio de conjunción; por otra parte, tanto como es natural, y no espiritual, tanto no es medio de conjunción. No obstante continua, sin el hombre como medio, el influjo de lo Divino en el mundo y también en aquellas cosas que del mundo están en el hombre, pero no en su sentido racional.

113. Así como corresponden al cielo todas las cosas que se hallan según el Divino orden, así corresponden al infierno todas aquellas que están en contra del Divino orden; las que corresponden al cielo se refieren todas al bien y a la verdad; las que corresponden al infierno, al mal y a la falsedad.

114. Ahora se dirá algo acerca de la ciencia de las correspondencias y de su utilidad. Arriba se ha dicho que el mundo espiritual, que es el cielo, está unido al mundo natural por correspondencias; por esto se da al hombre, mediante correspondencias, comunicación con el cielo; porque los ángeles del cielo no piensan por cosas naturales como el hombre; por lo cual, estando el hombre en la ciencia de las correspondencias, puede estar en compañía de los ángeles en cuanto a los pensamientos de su mente, y así unirse a ellos en cuanto a su hombre espiritual o interior. A fin de que haya conjunción entre el cielo y el hombre, el Verbo se halla escrito mediante correspondencias exclusivamente, porque todo y cada mínimo detalle que hay en él corresponde; por lo cual, si el hombre poseyera la ciencia de las correspondencias, entendería el Verbo con respecto a su sentido espiritual, y por ello le sería dado conocer secretos de los cuales nada ve en el sentido literal; porque en el Verbo hay un sentido literal y un sentido espiritual; el sentido literal consiste de tales cosas cuales hay en el mundo; el sentido espiritual, por el contrario, de tales cuales hay en el cielo, y viendo que la conjunción del cielo con el mundo tiene lugar por medio de correspondencias, por esto mismo es dado un Verbo en el cual todo y cada detalle, hasta la menor jota, corresponde.

115. Del cielo he sido informado que los antiguos, primitivos, en nuestra tierra, los cuales eran hombres celestiales, pensaban por virtud de la correspondencia misma; y que las cosas naturales que estaban delante de los ojos les servían de medios para pensar de esta manera, y que siendo tales, tenían trato con los ángeles y hablaban con ellos; que de este modo tenía el cielo por conducto de ellos conjunción con el mundo. La edad aquella fue por esto llamada la edad de oro; acerca de la cual se dice en las obras de los antiguos escritores que los habitantes celestes vivían con los hombres, teniendo trato con ellos como amigo con amigo; pero después de esa era siguieron hombres que no pensaban por virtud de las correspondencias mismas, sino por la ciencia de las correspondencias; y entonces también había conjunción entre el cielo y el hombre; pero no una conjunción tan íntima; la edad de estos nombres es la que se llama la edad de plata. Después siguieron hombres que ni conocían las correspondencias, ni pensaban por la ciencia de las mismas, a causa de hallarse en un bien natural, y no como los predecesores, en un (bien) espiritual; la edad esta fue llamada la edad de cobre; después del tiempo de estos hombres el hombre se volvió sucesivamente exterior y finalmente corporal, y entonces la ciencia de las correspondencias se extinguió completamente, y con ella el conocimiento del cielo y de varias cosas pertenecientes al cielo. El llamarse aquellas edades la edad de oro, de plata y de cobre, fue también a causa de la correspondencia, viendo que oro, por correspondencia, significa el bien celestial, en el cual se hallaban los primitivos hombres; plata, por correspondencia, el bien espiritual, en el cual se hallaban los antiguos después de aquellos; y cobre, el bien natural, en el cual se hallaba la inmediata posteridad; por otra parte, el hierro, del que tuvo su nombre la edad última, significa una verdad dura, sin bien.

 

El sol en el Cielo

116. En el cielo no aparece el sol del mundo ni cosa alguna (derivada) de este sol, porque todo esto es material, siendo así que la naturaleza empieza por este sol, y todo cuanto es producido por medio del mismo se llama natural; por otra parte, lo espiritual, en lo cual se halla el cielo, es superior a la naturaleza y completamente distinto de lo natural; tampoco hay entre ellos comunicación salvo por medio de correspondencias. Cual y como es la distinción se puede comprender por lo que en él (n. 38) se ha dicho del sujeto de los grados, y cual es la comunicación, por lo que en los dos precedentes artículos se ha dicho acerca de las correspondencias.

117.     Pero por más que en el cielo no aparezca el sol del mundo ni cosa alguna que de este sol viene, hay sin embargo allí un sol, hay luz y hay calor; hay cuantas cosas existen en el mundo é innumerables cosas más, aunque no de igual origen, viendo que las que hay en el cielo son espirituales, y las que hay en el mundo son naturales. El sol del cielo es el Señor; la luz allí es la Divina verdad, y el calor allí es el Divino bien, que proceden del Señor como sol. De este origen son todas las cosas que existen y aparecen en el cielo. Pero acerca de la luz y del calor y de las cosas que mediante ellos existen en el cielo, se hablará en los artículos que siguen; aquí solamente del sol allí. La razón por la cual el Señor aparece en el cielo como un sol es que Él es el Divino amor, por virtud del cual existen todas las cosas espirituales, como mediante el sol natural todas las cosas naturales. Aquel amor es lo que brilla como el sol.

118.     Que efectivamente el Señor aparece en el cielo como un sol, no tan solo me lo han dicho los ángeles, sino que también me ha sido dado ver algunas veces; por lo cual referiré aquí en pocas palabras lo que he oído y visto con respecto al Señor como sol. El Señor aparece como un sol, no en el cielo, sino en lo alto por encima de los cielos; no por encima de la cabeza, o en el zenit, sino delante del rostro de los ángeles, a una altura media; aparece en dos lugares; en uno por delante del ojo derecho, en otro por delante del ojo izquierdo, a una notable distancia. Por delante del ojo derecho aparece exactamente como un sol de igual fuego, por así decir, y de igual magnitud que el sol del mundo. Por delante del ojo izquierdo, por otra parte, no aparece como un sol, sino como una luna, de igual reluciente claridad, pero más resplandeciente, y de igual magnitud que la luna de la tierra; pero aquella aparece rodeada de varias lunas diminutas, por decirlo así, cada una de las cuales reluce y resplandece. Que el Señor aparece en dos lugares, de diferente aspecto, es porque aparece a cada uno según la cualidad de su recibimiento del Señor, y por lo tanto de cierta manera a aquellos que reciben a Él en el bien del amor, y de otra manera a los que reciben a Él en el bien de la fe; a aquellos que reciben a Él en el bien del amor aparece como un sol, ardiente y fulguroso según el recibimiento; estos están en su Reino Celestial; pero a los que reciben a Él en el bien de la fe aparece como una luna, reluciente y resplandeciente según el recibimiento; estos están en su reino espiritual. La causa es que el bien del amor corresponde al fuego; por esto, fuego, en sentido espiritual, es amor, y el bien de la fe corresponde a la luz, y luz, igualmente, en sentido espiritual, es fe. La razón porque aparece delante de los ojos es que las cosas interiores, que son de la mente, ven por los ojos; las del bien del amor por el ojo derecho y las del bien de la fe por el ojo izquierdo; por qué todas las cosas que están en la parte derecha del ángel, y asimismo del hombre, corresponden al bien, del cual procede la verdad, y las que están a la parte izquierda, a la verdad, que procede del bien. El bien de la fe es en su esencia la verdad del bien.

119. Por esto es que en el Verbo se compara al Señor con el sol con respecto al amor, y con la luna con respecto a la fe; por eso es también que por sol se significa amor al Señor (procedente) del Señor, y por luna, fe del Señor en el Señor, como en los siguientes lugares:

Y la luz de la luna será como la luz del sol; y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días (Isaías 30: 26).

Y cuando te habré extinguido, cubriré los cielos y haré oscurecer las estrellas; el sol cubriré con nublado y la luna no hará resplandecer su luz; todas las lumbreras de luz en los cielos haré entenebrecer encima de ti y pondré tinieblas sobre tu tierra(Ezequiel 32. 7, 8).

El sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no dará su resplandor (Isaías 13: 10).

El sol y la luna se oscurecerán y las estrellas retraerán su resplandor el sol se tornará en tinieblas y la luna en sangre (Joel 2: 2, 10, 31; 3; 15).

El sol se puso negro como un saco de cilicio y la luna se puso toda como sangre y las estrellas cayeron sobre la tierra (Apocalipsis 6: 12, 13).

Y luego después de la aflicción de aquellos días el sol se oscurecerá y la luna no dará su lumbre y las estrellas caerán del cielo (Mateo 24: 29).

Y en otros lugares. En estos pasajes por el sol se significa el amor, por la luna la fe, y por las estrellas los conocimientos del bien y de la verdad; de los cuales se dice, que se entenebrecen, pierden la luz, y caen del cielo, cuando cesan de existir; que el Señor aparece como un sol en el cielo es claro también por Su transfiguración delante de Pedro, Jacobo y Juan,

Que Su rostro resplandeció como el sol (Mateo 17: 2).

Así apareció el Señor a estos discípulos, apartados del cuerpo y en la luz del cielo. Era por esta causa que los antiguos, entre quienes la iglesia era representativa, al celebrar culto Divino, volvían los rostros hacia el sol en oriente. Por ellos vino la costumbre de edificar los templos con vista hacia el oriente.

120. La cantidad y cualidad del Divino amor puede constar por una comparación con el sol del mundo, es decir que es sobremanera ardiente, y si lo queréis creer, muchísimo más ardiente (que este sol); por cuya razón el Señor como sol no influye directamente en los cielos, sino que el ardor de Su amor es gradualmente moderado durante su descenso. La moderación se manifiesta en forma de radiantes círculos alrededor del sol, y además los ángeles se hallan convenientemente envueltos en una ligera nube para no sufrir perjuicio por el influjo; por la misma razón los cielos se hallan a distancias según el recibimiento; los cielos superiores, puesto que están en el bien del amor, se hallan mas próximos al Señor como sol; por otra parte, los cielos inferiores, que están en el bien de la fe, se hallan más remotos; mientras que los que no están en bien alguno, como aquellos que están en el infierno, se hallan inmensamente remotos, y allí tanto más remotos cuanto más se hallan en oposición al bien.

121. Pero cuando el Señor aparece en el cielo, lo que acontece a menudo, no aparece rodeado del sol, sino en forma de ángel, distinguiéndose de los ángeles por lo Divino que trasluce por el rostro; no está allí en persona; porque el Señor en persona se halla siempre rodeado del sol, pero está presente por vista, porque en el cielo es común el aparecer presente en el lugar en que se fija la vista, o sea en donde termina, aunque este punto esté muy distante del lugar en que efectivamente se halla. Esta presencia se llama presencia por vista interior, de la cual se tratará más adelante. El Señor ha aparecido también a mí fuera del sol en forma de ángel, un poco por debajo del sol en lo alto, y también cerca de mí en la misma forma con rostro radiante, una vez también en medio de los ángeles como flamante aureola.

122. El sol del mundo aparece a los ángeles comió una cosa tenebrosa, intensamente negra, directamente opuesta al sol del cielo; y la luna como una cosa oscura directamente opuesta a la luna del cielo, y esto continuamente. La causa es que el fuego del mundo corresponde al amor a sí mismo, y la luz del mismo a la falsedad de este amor, siendo el amor a sí mismo directamente opuesto al amor Divino, y la falsedad que viene de ese amor es directamente opuesta a la Divina verdad; y lo que es opuesto al Divino amor y a la Divina verdad es negro para los ángeles. Esta es la razón por la cual, por adorar el sol del mundo y la luna, e inclinarse ante ellos, se significa en el Verbo amarse a sí mismo, y la mentira que procede del amor a sí mismo y que serán exterminados los que así hacen (Deuteronomio 4:19; 17: 3-5; Jeremías  8:1, 2; Ezequiel 8: 15, 16, 18; Apocalipsis  16: 8; Mateo 13: 6).

123. Siendo así que el Señor aparece en el cielo como un sol, a causa del Divino amor que mora en Él y que procede de Él, se vuelven por ello continuamente hacia El todos los que están en el cielo; los que están en el reino celestial hacia Él como un sol, los que están en el reino espiritual hacia Él como una luna; pero aquellos que están en el infierno se vuelven hacia el punto tenebroso y el punto oscuro, que se hallan opuestos, de consiguiente en dirección opuesta al Señor, por la causa de que todos los que están en el infierno se hallan en amor a sí mismo y al mundo, es decir opuestos al Señor. Los que se vuelven hacia el punto tenebroso, que está en lugar del sol del mundo, se hallan en la región posterior del infierno y se llaman genios, pero los que se vuelven hacia el punto oscuro, que está en lugar de la luna, se hallan en la región anterior de los infiernos, y se llaman espíritus; es por esto que se dice de los que están en los infiernos, que están en las tinieblas, y de los que están en el cielo, que están en la luz; tinieblas significan la mentira que viene del mal, y luz, la verdad que procede del bien. La causa de que así se vuelven es que en la otra vida todos miran hacia aquello que reina en su interior, por consiguiente hacia sus amores; también es porque las cosas interiores forman los rostros de los ángeles y de los espíritus y que en el mundo espiritual no hay puntos cardinales, determinados como en el mundo, sino que son determinados por el rostro. El hombre, en cuanto a su espíritu, se vuelve igualmente así; en dirección opuesta al Señor si está en amor a sí mismo y al mundo, y hacia el Señor si está en amor a Él y al prójimo; pero el hombre ignora esto, porque se halla en el mundo natural, donde los puntos cardinales son determinados por la salida y la puesta del sol; pero viendo que el hombre puede difícilmente comprender esto, se explicará más adelante, donde se tratará de los puntos cardinales, de espacio y de tiempo en el cielo.

124. Por ser el Señor el sol del cielo, y por mirar hacia Él todo cuanto es de Él, es también el centro común, del cual viene toda dirección y determinación; y por esto se halla asimismo en presencia Suya y bajo Su auspicio, todo cuanto hay por debajo, tanto en los cielos cuanto en la tierra.

125. Por lo aquí expuesto puede verse en una luz más clara, lo que en los anteriores artículos se ha dicho y manifestado, es decir: que el Señor es el Dios del cielo (n. 2-6); que Su Divino hace el cielo (n. 7-12); que lo Divino del Señor en el cielo es amor a Él y amor al prójimo (n. 13-19); que hay correspondencia de todas las cosas en el mundo con todas las cosas en el cielo y por conducto del cielo con el Señor (n. 87-115); y que el sol del mundo y la luna corresponden (n. 105).

 

La luz y el calor en el Cielo

126. El haber luz en los cielos no pueden comprender los que piensan solamente por la naturaleza, siendo sin embargo así que en el cielo hay luz, y tanta que en muchos grados excede la luz de mediodía en el mundo. La he visto muy a menudo y también en sus fases la tarde y la noche. Al principio me asombraba el oír decir a los ángeles que la luz del mundo es apenas más que sombra en comparación con la luz del cielo, pero habiéndolo visto puedo testificarlo. Su fulgor y resplandor son tales que no se pueden expresar. Las cosas que han sido vistas por mí en los cielos me han aparecido en esa luz, y por consigui­ente más clara y distintamente que en el mundo.

127. La luz del cielo no es natural como la luz del mundo, sino espiritual, porque procede del Señor como sol, y el sol es el Divino amor, según queda manifestado en el precedente artículo. Lo que procede del Señor como sol se llama en los cielos Divina verdad, por más que en su esencia es el Divino bien unido a la Divina verdad; por ello tienen los ángeles luz y calor; por la Divina verdad tienen luz y por el Divino bien, calor; puede por esto ser claro que la luz en el cielo, siendo de tal origen, es espiritual y no natural; igualmente el calor.

128. La razón por la cual la Divina verdad es luz para los ángeles es que son espirituales, y no naturales; los seres espirituales ven por su sol espiritual, y los naturales por su sol natural. Por la Divina verdad tienen los ángeles entendimiento y el entendimiento es su vista interior, que influye en su vista exterior, produciéndola. Por eso las cosas que aparecen en el cielo procedentes del Señor como sol aparecen en luz. Siendo tal el origen de la luz en el cielo, varia por lo mismo allí con arreglo a la recepción de la Divina verdad (que viene) del Señor, o lo que es lo mismo, con arreglo a la inteligencia y sabiduría, en las que se hallan los ángeles; es pues otra en el reino celestial que en el reino espiritual, y diferente en cada sociedad. La luz en el reino celestial aparece flamante, puesto que reciben la luz del Señor como sol; pero la luz en el reino espiritual es reluciente, porque allí los ángeles reciben la luz del Señor como luna (véase arriba, n. 118). La luz tampoco es la misma en una sociedad y en otra; también dentro de cada sociedad varia: están en más luz los que allí están en el medio, y en menos los que allí están a los lados (véase n. 43). En una palabra, en la medida en que los ángeles reciben la Divina verdad, es decir, cuanto están en inteligencia y sabiduría por el Señor (en esta medida), tienen la luz. Por esta razón los ángeles del cielo se llaman ángeles de luz.

129. Puesto que en los cielos el Señor es la Divina verdad y que la Divina verdad es allí luz, se llama el Señor en el Verbo Luz, así también toda verdad que de Él procede; como en los siguientes lugares:

Jesús dijo: yo soy la luz del mundo; él que me sigue no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida (Juan 8: 12).

Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo (Juan 9: 5).

Jesús... dijo... aún por un poco tendréis luz; andad entretanto que tenéis luz a fin de que no os sorprendan las tinieblas… mientras tenéis la luz creed en la luz a fin de que seas hijos de la luz... Yo, la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mi no permanezca en tinieblas (Juan 12: 35, 36, 46).

La luz vino al mundo pero los hombres amaron las tinieblas más que la luz (Juan 3:19).

Juan, del Señor:

Aquel es la verdadera luz, que ilumina a todo hombre (Juan 1: 9).

El pueblo, asentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los sentados en.... sombra de muerte apareció luz (Mateo 4: 16).

Te daré por alianza del pueblo, por luz de las gentes (Isaías 42: 6).

Te he dado por luz de las gentes a fin de que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra (Isaías 49: 6).

Las gentes que estuvieren preservadas andarán en su luz (Apocalipsis. 21: 24).

Envía tu luz y tu verdad, ellas me guiarán (Salmo 43: 3).

En estos y otros lugares el Señor es llamado la luz a causa de la Divina verdad, que procede de Él; de igual manera la verdad misma se llama luz. Puesto que la luz en los cielos viene del Señor como sol, por esto mismo, al ser transfigurado delante de Pedro, Jacobo y Juan:

Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos como la luz, blancos y relucientes como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos(Marco 9: 3; Mateo 17: 2).

La causa de que los vestidos del Señor aparecieron así era que representaban la Divina verdad que procede de Él en los cielos. "Vestidos" en el Verbo significan verdades; por eso se dice en David:

Jehová, te cubres de luz como de vestidura (Salmo 109: 2).

130. Que la luz en los cielos es espiritual y que esta luz es la Divina verdad puede deducirse también del hecho que el hombre asimismo tiene una luz espiritual, y que por esta luz tiene ilustración tanto como se halle en entendimiento y sabiduría por la Divina verdad: la luz espiritual del hombre es la luz de su entendimiento, cuyos objetos son verdades, las cuales arregla analíticamente por orden, formando de ellas razonamientos, y deduciendo de estos, en series, conclusión sobre asuntos.  Que la luz, mediante la cual el entendimiento ve tales cosas, es una luz real y verdadera lo ignora el hombre natural, porque no la ve con los ojos ni la percibe con el pensamiento: muchos lo saben sin embargo, y la distinguen también de la luz natural, en la que se hallan los que piensan naturalmente y no espiritualmente. Naturalmente piensan los que no miran más que al mundo, y que atribuyen todas las cosas a la naturaleza; pero espiritualmente piensan los que miran al cielo, atribuyendo todas las cosas a lo Divino. Que la luz que ilumina la mente es una verdadera luz, del todo distinta de la luz que se llama luz natural, me ha sido dado percibir varias veces y también efectivamente verlo. He sido elevado interiormente por grados a aquella luz, y en la medida en que fui elevado el entendimiento fue ilustrado, hasta que percibí cosas que antes no percibía, y finalmente cosas, que ni entender hubiera podido por el pensamiento de la luz natural. A veces he sentido enojo por no haberlas podido entender, cuando sin embargo las percibía clara y distintamente en la luz celestial. Puesto que para la inteligencia existe (una) luz, se dice del sujeto de ella, como del ojo, que ve, y que se halla uno en luz cuando percibe; que se halla uno en oscuridad y en la sombra cuando no percibe, y otras locuciones parecidas.

131. Por ser la luz del cielo la Divina verdad es esa luz asimismo la Divina sabiduría einteligencia, por cuya razón lo mismo se entiende por ser elevado a la luz del cielo que por ser elevado a la inteligencia y sabiduría, e ilustrado. La luz en los ángeles está por lo tanto en exacta proporción a su inteligencia y sabiduría. En la luz del cielo se conocen todos, cuales y como son; las cosas interiores se manifiestan allí en los rostros exactamente cuales son, ni lo más mínimo falta. Los ángeles interiores aman también lo que se les manifiesta claramente cuantas cosas hay en ellos, porque no quieren más que el bien; otra cosa sucede con los que se hallan debajo del cielo, y que no quieren el bien; estos tienen, por lo mismo, grande temor de que se les vea en la luz del cielo; y, lo que es asombroso, aquellos que están en el infierno parecen unos a otros como hombres, pero en la luz del cielo como monstruos, con caras horribles y cuerpos atroz, siendo formas exactas de su mal. De igual manera aparece el hombre, en cuanto a su espíritu, cuando está observado por los ángeles; si es bueno presenta aspecto de hombre hermoso, según su bien; si es malo aparece como monstruo, deforme, según su mal. Por esto es evidente que todas las cosas se manifiestan en la luz del cielo; son reveladas porque la luz del cielo es la Divina verdad.

132. Por ser la Divina verdad la luz en el cielo, resplandecen todas las verdades en donde se hallan, sea en el interior del ángel, sea fuera de él, sea dentro de los cielos, sea fuera de ellos. Las verdades fuera de los cielos no resplandecen, sin embargo, como las verdades dentro de los cielos; las verdades fuera de los cielos relucen frías, como la nieve, sin calor, siendo así que no sacan su esencia del bien como las verdades dentro del cielo; por cuya razón esta luz también desaparece con el influjo de la luz del cielo, y si hay mal por debajo, se convierte en tinieblas. Esto he visto varias veces y también otras cosas dignas de memoria relativas a verdades relucientes, cuyas cosas dejamos de referir aquí.

133. Ahora se dirá algo con respecto al calor en el cielo. El calor del cielo es en su esencia amor; procede del Señor como sol, y que este calor es el Divino amor en el Señor, procedente del Señor, se puede ver en el precedente artículo. Por esto es evidente que el calor del cielo es tan espiritual como la luz del cielo, siendo del mismo origen. Hay dos cosas que salen del Señor como sol: la Divina verdad y el Divino bien; la Divina verdad se presenta en los cielos como luz y el Divino bien como calor; pero la Divina verdad y el Divino bien se hallan unidos de tal manera que no son dos, sino una sola cosa; se hallan, sin embargo, separados en los ángeles; porque hay ángeles que reciben el Divino bien en más alto grado que la Divina verdad y hay ángeles que reciben la Divina verdad en más alto grado que el Divino bien. Los que reciben más del Divino bien están en el reino celestial del Señor; los que reciben mas de la Divina verdad están en el reino espiritual del Señor. Los ángeles más perfectos son los que reciben ambos en igual grado.

134. El calor del cielo es, como la luz del cielo, en todas partes diferente; otro en el reino celestial, otro en el reino espiritual, y otro en cada una de las sociedades; allí varia no solamente en grado sino también en calidad; más intenso y más puro es en el reino celestial del Señor; puesto que allí los ángeles perciben más el Divino bien; menos intenso y puro en el reino espiritual, porque allí los ángeles reciben más la Divina verdad; varia también en cada sociedad según el recibimiento. En los infiernos hay asimismo calor pero un calor inmundo. Es el calor del cielo que se entiende por fuego santo y celestial, y es el calor del infierno que se entiende por fuego profano e infernal; y por ambos se entiende amor: por el fuego celestial el amor al Señor y el amor al prójimo, y todas las inclinaciones que nacen de estos amores; y por el fuego infernal amor a sí mismo y amor al mundo, y toda concupiscencia, que viene de estos amores. Que el amor es calor de origen espiritual es evidente por la calefacción que tiene lugar con arreglo al amor, porque el hombre se enciende y enardece, según la intensidad y calidad del mismo, y su fuego se manifiesta al ser contrariado. De aquí viene también la costumbre universal de decir encender, quemar, hervir, arder, cuando se trata de las inclinaciones, que pertenecen al amor del bien, así como cuando se trata de las concupiscencias, que pertenecen al amor del mal.

135. La causa de que el amor, procedente del Señor como sol, en el cielo se siente como calor, es que las cosas interiores de los ángeles se hallan en amor por el Divino bien que viene del Señor, hallándose por ello en calor las cosas exteriores calentadas por aquellas. Es por esto que en el cielo el amor y el calor corresponden de tal manera, que allí cada uno se halla en calor cuanto se halla en amor, según más arriba se ha dicho. El calor del mundo no entra en manera alguna en los cielos, siendo demasiado crudo, y además natural y no espiritual; pero en los hombres es diferente, porque los hombres están en el mundo espiritual tanto como en el mundo natural; estos, con respecto a su espíritu, son calentados exactamente con arreglo a sus amores, pero, con respecto al cuerpo, por ambos calores; tanto por el del espíritu cuanto por el del mundo; aquel influye en este", porque se corresponden. La naturaleza de ambos calores puede conocerse por los animales; porque sus amores, de los cuales el predominante es el de la procreación de su género, despiertan y obran con la presencia y la afluencia del calor del sol del mundo, cuyo calor tan solo existe en las estaciones de primavera y verano. Se equivocan en el más alto grado los que piensan que el calor del mundo, que influye, excita el amor, porque no hay influjo de las cosas naturales en las espirituales, sino de las espirituales en las naturales: este último influjo viene por el Divino orden, pero el primero es contrario al Divino orden.

136. Los ángeles tienen, como los hombres, inteligencia y voluntad; la vida de su inteligencia viene de la luz del cielo; porque la luz del cielo es la Divina verdad y por lo tanto la Divina sabiduría; la vida de su voluntad viene del calor del cielo, porque el calor del cielo es el Divino bien, y por consiguiente el Divino amor. La vida misma de los ángeles viene del calor y no de la luz, sino en la medida en que hay en ella calor; que la vida viene del amor es evidente, porque separado este, perece aquella. Lo mismo sucede con la fe separada del amor, o sea con la verdad separada del bien, porque la verdad, llamada la verdad de la fe, es luz, y el bien, llamado el bien del amor, es calor. Esto se ve aun más claro por el calor y la luz del mundo, a los cuales corresponden el calor y la luz del cielo; por el calor del mundo, unido a la luz, se vivifica y florece todo cuanto hay en los campos; unidos se hallan en las estaciones de la primavera y del verano; y por la luz separada del calor nada se vivifica ni florece, sino que todo yace entorpecido y muere; separados se hallan en la estación de invierno, estando entonces presente la luz y ausente el calor; a causa de esta correspondencia el cielo se llama un paraíso, porque allí la verdad se halla unida al bien, o sea la fe al amor, como la luz al calor en la estación del verano en la tierra. Por lo aquí expuesto resulta más clara la verdad, de la que se ha tratado en su artículo más arriba (n. 13-19); es decir, que lo Divino del Señor en el cielo es amor a Él y amor al prójimo.

137. Se dice en Juan:

En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y Dios era el Verbo... todas las cosas por Él fueron hechas... en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... en el mundo estaba y el mundo fue hecho por El; y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria (1: 1-14).

Que es el Señor el que se entiende por el Verbo es evidente, porque se dice que el Verbo fue hecho carne; pero lo que especialmente se entiende por el Verbo no es aún conocido; por lo cual se dirá. En el citado pasaje, "el Verbo" es la Divina verdad que se halla en el Señor y que procede del Señor; por cuya razón se llama allí también la luz; y que esta es la Divina verdad queda explicado en lo que antecede del presente artículo. Que todas las cosas son hechas y creadas por la Divina verdad se explicará ahora. En el cielo toda potencia es de la Divina verdad, y fuera de ella no hay absolutamente ninguna. A causa de la Divina verdad todos los ángeles son llamados potencias, y en la medida en que son recipientes o receptáculos de ella son también potencias; por ella prevalecen contra los infiernos y contra todo cuanto se opone; y mil enemigos no pueden allí resistir un solo rayo de la luz del cielo, que es la Divina verdad; puesto que los ángeles son ángeles por recibir la Divina verdad, sigue de sí mismo que el cielo entero no viene de otra cosa, porque el cielo consiste de los ángeles. El haber tal potencia en la Divina verdad no lo pueden creer los que de la verdad no tienen otro concepto que de un pensamiento o de un discurso, los cuales en y por sí no tienen potencia más que en la medida en que otros, por obediencia, los hacen; pero la Divina verdad tiene potencia en y por sí misma, y tanta que mediante ella son creados el mundo y el cielo, con todas las cosas que en ellos hay; la existencia de tal potencia en la Divina verdad puede ilustrarse mediante dos comparaciones. Por la potencia de la verdad y del bien en el hombre: todo cuanto el hombre obra lo obra por la inteligencia y por la voluntad; por la voluntad mediante el bien y por la inteligencia mediante la verdad, porque todo cuanto hay en la voluntad se refiere al bien, y todo cuanto hay en la inteligencia se refiere a la verdad; por estos obra por lo tanto el hombre con todo el cuerpo, y mil cosas a la vez se ponen en este espontáneamente en movimiento al señal y antojo de aquellos. Es pues evidente que todo en el cuerpo está formado al obsequio del bien y de la verdad, por consiguiente por virtud del bien y de la verdad. Por la potencia del calor y de la luz del sol del mundo: todo cuanto crece en el mundo, sea árboles, cereales, flores, hierba, fruta y simiente, existen sencillamente por el calor y la luz del sol; es pues claro, cuan grande potencia de producir tienen estos en sí, cuanta no debe tener la Divina luz que es la Divina verdad, y el Divino calor que es el Divino bien; por los cuales, siendo por ellos formado el cielo, también lo es el mundo, porque por el cielo es formado el mundo, según se ha manifestado en lo que antecede. Puede por esto ser claro de que modo ha de entenderse aquello de que por el Verbo fueron hechas todas las cosas y sin él nada fue hecho de lo que es hecho, y que también el mundo fue hecho por Él Mismo, es decir que fue hecho por la Divina verdad del Señor; de ahí viene asimismo que en el libro de la creación se habla primeramente de la luz y luego de aquello que viene de la luz (Génesis. 1: 3,4), y también es por esto que todas las cosas en el uni­verso, tanto en el cielo cuanto en el mundo, se refieren al bien y a la verdad y a la unión de estos para poder ser algo.

 [Este número no existe en el escrito original.]

139. Hay que saber que el Divino bien y la Divina verdad, que proceden del Señor como sol, se hallan en el cielo, pero no existen dentro del Señor, sino que existen por el Señor. En el Señor está solamente el Divino amor, que es el SER por el cual existen aquellos; existir por el SER es lo que se entiende por proceder. Esto puede también ilustrarse por una comparación con el sol del mundo: el calor y la luz que existen en el mundo no se hallan dentro del sol, sino que existen por el sol; en el sol hay únicamente fuego, y de este nacen y proceden aquellos.

140. Puesto que el Señor como sol es el Divino amor, y que el Divino amor es el Divino bien en sí mismo, se llama, para distinguir, Divina verdad lo Divino que procede de Él yque es su Divino en el cielo, por más que es el Divino bien unido a la Divina verdad. Esta Divina verdad es lo que se llama lo Santo que procede de Él.

 

 

Las cuatro partes del Cielo o los cuatro puntos cardinales

141. En el cielo hay como en el mundo cuatro puntos cardinales, oriente, mediodía, occidente y septentrión, en ambos determinados por su sol; en el cielo por el sol del cielo, que es el Señor, en el mundo por el sol del mundo; pero hay, sin embargo, entre ellos mucha diferencia; la primera diferencia es que en el mundo llaman mediodía donde el sol se halla a mayor altura sobre la tierra, y norte donde en posición opuesta se halla por debajo de la tierra; oriente donde sale en el equinoccio y occidente donde entonces se pone: en el mundo se determinan, pues, todos los puntos cardinales por el mediodía; pero en el cielo se llama oriente donde aparece el Señor cómo sol; directamente opuesto es el occidente; a la derecha en el cielo es el mediodía, y a la izquierda, el septentrión, y esto en cada vuelta de los rostros y cuerpos; en el cielo todo punto cardinal se determina por lo tanto por el oriente. La causa de que llaman oriente, donde el Señor aparece como sol, es que todo origen de vida sale de Él como sol, y cuanto los ángeles reciben de Él calor y luz, o sea amor e inteligencia, tanto se dice que el Señor se levanta en ellos; por la misma causa es también que el Señor en el Verbo se llama el Oriente.

142. La segunda diferencia es que los ángeles tienen siempre el oriente delante de sus rostros, el occidente a sus espaldas, el mediodía a la derecha, y el septentrión a la izquierda; pero viendo que esto puede difícilmente comprenderse en el mundo, por la causa de que el hombre vuelve su rostro hacia todos puntos cardinales, .se explicará. El cielo entero se vuelve hacia el Señor como hacia su centro común; por eso se vuelven todos los ángeles hacia este centro; que toda dirección tiende hacia el centro común es conocido también en la tierra; pero la dirección en el cielo difiere de la dirección en el mundo, en que en el cielo son las fronteras los que se vuelven hacia su centro común, pero en el mundo son las partes inferiores; la dirección en el mundo es lo que se llama centrípeta y también gravitación: en efecto, las cosas interiores de los ángeles miran también hacia delante; y puesto que las cosas interiores se presentan visibles en los rostros, es por lo tanto el rostro que determina los puntos.

143. Pero esto de que los ángeles tienen delante de sí el levante en cada vuelta del rostro y cuerpo es más difícil de comprender en el mundo, por la causa de que el hombre tiene delante de sí los puntos cardinales según vuelva el rostro; por lo tanto será también explicado. Los ángeles, igualmente que los hombres, vuelven y tornan sus rostros y sus cuerpos en todas direcciones, y, sin embargo, tienen siempre ante los ojos el oriente; pero estos movimientos de los ángeles no son como los de los hombres, porque son de otro origen; parecen, por cierto, idénticos, pero no lo son. El origen es el amor reinante; de este viene toda determinación en los ángeles y en los espíritus, porque, según más arriba se ha dicho, sus cosas interiores se hallan en efecto mirando hacia su centro común, así pues en el cielo hacia el Señor como sol; por lo cual, hallándose el amor reinante siempre ante sus cosas interiores, y siendo el rostro derivación de las cosas interiores por ser la forma extrema de ellas, se halla siempre delante del rostro este amor reinante. Así también es el Señor como sol en el cielo, puesto que Él es el origen de su amor, y puesto que el Señor mismo habita en Su amor en los ángeles; es por lo tanto el Señor quien hace que miran hacia Él, por doquiera que se vuelvan. Estas cosas no pueden aún explicarse más claramente, pero en artículos siguientes, especialmente donde se tratará de Representaciones y Apariencias, así como de tiempo y espacio en el cielo, se explicarán más claramente. Que los ángeles tienen al Señor delante del rostro constantemente me ha sido dado saber por mucha experiencia y asimismo percibir; porque siempre, cuando he estado en compañía de los ángeles, he podido notar la presencia del Señor delante de mi rostro; por más que no le he visto se ha dejado percibir en la luz; que así es, han asegurado a menudo también los ángeles. Por hallarse el Señor constantemente delante de los rostros de los ángeles, se dice en el mundo, con respecto a los que creen en el Señor y que aman a Él, que tienen a Él delante de sus ojos y rostros, que miran a Él y que ven a Él. El hablar así el hombre es por el mundo espiritual porque de allí proceden varias cosas en el habla humana por más que el hombre ignora el que son de allí.

144. Esa manera de volverse hacia el Señor es una de las cosas maravillosas del cielo, pudiendo allí varios hallarse en un mismo sitio y volver los rostros y cuerpos en diferentes direcciones sin dejar de ver todos al Señor delante de sí; teniendo cada uno de ellos a su derecha el mediodía, a la izquierda el septentrión y a sus espaldas el poniente. Entre las cosas maravillosas es también esta, que los ángeles, a pesar de ser su mirar hacia el oriente, sin embargo, tienen un mirar hacia los tres demás puntos cardinales, pero hacia estos su mirar se verifica desde su vista interior, que es la de su pensamiento. Otra cosa maravillosa es que en el cielo a nadie es permitido colocarse detrás de alguien y mirarle la parte posterior de la cabeza, porque haciendo esto se introduce confusión en el bien y la verdad, que son del Señor.

145. Los ángeles ven al Señor de una manera, y el Señor ve a los ángeles de otra manera; los ángeles ven al Señor con los ojos; pero el Señor ve a los ángeles en la frente; la causa de que sea en la frente es que la frente corresponde al amor y el Señor influye por el amor en su voluntad, haciendo que le vean a Él por la inteligencia, que corresponde a los ojos.

146. Los puntos cardinales en los cielos que constituyen el reino celestial del Señor difieren de los puntos cardinales en los cielos que constituyen el reino espiritual del Señor, por la causa de que el Señor aparece a los ángeles que están en el reino celestial como un sol, pero a los ángeles que están en su reino espiritual como una luna, y porque el oriente es donde se divisa al Señor. La distancia entre el sol y la luna es allí de treinta grados; entre los puntos cardinales igualmente. Que el cielo se distingue en dos reinos, que se llaman el reino celestial y el reino espiritual, puede verse en su artículo (n. 20-28); y el aparecer el Señor en el reino celestial como un sol y en el reino espiritual como una luna (n. 118) no causa, sin embargo, confusión en los puntos cardinales, viendo que los ángeles espirituales no pueden subir a los ángeles celestiales ni estos descender entre aquellos (véase arriba, n. 35).

147. Por esto se ve claramente cual y como es la presencia del Señor en los cielos, sea que en todas partes y en cada uno se halla en el bien y en la verdad, que procede de Él: por consiguiente que se halla en lo Suyo en los ángeles, según se ha dicho antes (n. 12). La percepción de la presencia del Señor está en las interiores de ellos; por virtud de estas ven los ojos; viendo por consiguiente a Él al exterior de ellos, puesto que existe una continuidad. Puede por ello ser claro que el Señor está en ellos y ellos en el Señor, según las palabras del Señor:

Permaneced en mí y yo en vosotros (Juan 15: 4).

Él que come mí carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (Juan 6: 56).

La carne del Señor significa el Divino bien y la sangre la Divina verdad.

148. En los cielos todos habitan con distinción según los puntos cardinales; al oriente y occidente habitan los que se hallan en el bien del amor; al oriente los que se hallan en percepción clara, al occidente los que se hallan en percepción oscura del mismo. Al mediodía y al septentrión habitan los que se hallan en sabiduría procedente del bien del amor; al mediodía los que están en la clara luz de la sabiduría, al septentrión los que están en una débil luz de la misma. Los ángeles que están en el reino espiritual del Señor habitan de la misma manera que los que están en Su reino celestial; con distinción, sin embargo, según el bien del amor, y la luz de la verdad, que procede del bien; porque el amor en el reino celestial es amoral Señor, y la luz de la verdad, que del mismo procede, es sabiduría; pero en el reino espiritual hay amor al prójimo, que se llama caridad, y la luz de la verdad, que de este amor viene, es inteligencia, también llamada fe (véase arriba, n. 23). Además difieren con respecto a los puntos cardinales, porque los puntos cardinales distan entre sí de treinta grados, como se acaba de decir arriba (n. 146).

149. Dé la misma manera habitan los ángeles entre sí en cada sociedad del cielo; al oriente los que se hallan en mayor grado de amor y caridad, al occidente los que se hallan en menor grado, al mediodía los que se hallan en mayor grado de luz de la sabiduría é inteligencia, al septentrión los que se hallan en menor grado. La causa de que habitan con esta distinción es que cada sociedad representa el cielo y es también cielo en menor forma (véase arriba, n. 51-58). Cosa idéntica tiene lugar en las reuniones. Son inducidos a observar este orden por la forma del cielo, por la cual cada uno conoce su lugar. El Señor dispone también que en cada sociedad haya ángeles de todo género, por la causa de que el cielo en cuanto a forma debe ser igual en todas partes; pero a pesar de esto, la disposición del cielo en conjunto difiere de la de una sociedad como lo común de lo particular, porque las sociedades que están al oriente sobresalen a las sociedades que están al occidente, y las que están al mediodía sobresalen a las que están al septentrión.

150. De aquí viene el que todos puntos cardinales en los cielos significan tales cosas, cuales hay en los que viven allí; es decir, oriente, amor y su bien en clara percepción; occidente, lo mismo en oscura percepción; mediodía, sabiduría y entendimiento en clara luz, y septentrión lo mismo en débil luz; y puesto que por esos puntos cardinales se entienden semejantes cosas, se entienden por ellos en el sentido interior o espiritual del Verbo cosas parecidas; porque el sentido interior o espiritual del Verbo es exactamente conforme a las cosas que hay en el cielo.

151. Lo contrario acontece con los que se hallan en los infiernos; los que están allí no miran al Señor como sol o como luna, sino en dirección opuesta al Señor, hacia el punto intensamente negro, que se halla en lugar del sol del mundo, y hacia el punto oscuro, que está en lugar de la luna de la tierra; los llamados genios, hacia el punto negro, que está en lugar del sol del mundo, y los llamados espíritus, hacia el punto oscuro, que está en lugar de la luna de la tierra. Que el sol del mundo y la luna de la tierra no aparecen en el mundo espiritual, sino, en lugar de este sol, un punto intensamente negro opuesto al sol del cielo, y en lugar de esta luna, un punto oscuro opuesto a la luna del cielo, puede verse más arriba (n. 122). Por esto los puntos cardinales para ellos son opuestos a los puntos cardinales del cielo; levante para ellos es donde se hallan el punto negro y el punto oscuro mencionados; poniente para ellos es donde está el sol del cielo, mediodía a la derecha, y septentrión a la izquierda; y esto en toda vuelta de sus cuerpos; no puede resultar otra cosa, por la causa de que toda dirección interior en ellos, y por consiguiente toda determinación de la misma, miran y tienden hacia estos puntos; que en la otra vida toda dirección interior y por consiguiente toda dirección efectiva es con arreglo al amor se puede ver en el n. 143; el amor de los que están en los infiernos es amor a sí mismo y al mundo, y estos amores son los que se significan por el sol del mundo y la luna de la tierra (véase n. 122); estos amores son además opuestos al amor al Señor y al prójimo. Por esto es que se vuelven hacia aquellas negras tinieblas en dirección opuesta al Señor. Los que están en los infiernos habitan igualmente con arreglo a sus puntos cardinales; los que están en el mal del amor a sí mismo, de oriente a occidente; los que están en las falsedades del mal, del mediodía al septentrión, pero de esto se dirá más cuando trataremos de los infiernos.

152. Cuando entre los buenos viene algún espíritu malo suelen confundirse los puntos cardinales de tal manera que los buenos no saben donde es su oriente; lo cual he sentido ocurrir varias veces y también lo he oído decir a espíritus que se han lamentado de ello.

153. A veces malos espíritus aparecen vueltos hacia los puntos cardinales del cielo, y entonces tienen entendimiento y percepción de la verdad, pero ninguna inclinación al bien, por lo cual tan pronto como de nuevo se vuelven hacia sus propios puntos cardinales, no tienen ya entendimiento ni percepción alguna de la verdad; dicen entonces que las verdades que oyeron y percibieron no son verdades sino mentiras; también quieren que las mentiras sean verdades. Acerca de esta conversión se me hainformado que en los malos lo intelectual puede convertirse de esta manera pero no así lo voluntario, y que esto es así dispuesto por el Señor a fin de que cada uno pueda ver las verdades y reconocerlas, pero que nadie las recibe, si no está en el bien, puesto que es el bien que recibe las verdades y nunca el mal. Que lo mismo tiene lugar en el hombre a fin de que mediante las verdades pueda mejorarse, pero que no se mejora más que en la medida en que está en el bien; siendo esto la causa de que el hombre puede igualmente volverse hacia el Señor, pero si está en el mal con respecto al vivir, en seguida se retira y confirma en sí mismo las mentiras de su mal en contra de las verdades que concebía y veía, y que esto tiene lugar cuando piensa por sí mismo desde su interior.

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