El Concepto de Sí mismo como Destino. Nathaniel-Branden

29.04.2013 12:15

 

  
 
El concepto que cada uno de nosotros tiene de sí mismo consiste en quién y qué pensamos que 
somos consciente y subconscientemente, nuestros rasgos físicos y psicológicos, nuestras cualidades y 
nuestros defectos y, por encima de todo, nuestra autoestima. La autoestima es el componente evaluativo 
del concepto de si mismo. 
Este concepto modela nuestro destino, es decir, que la visión más profunda que tenemos de 
nosotros mismos influye sobre todas nuestras elecciones y decisiones más significativas y, por ende, 
modela el tipo de vida que nos creamos. 
Las breves ilustraciones que siguen procuran clarificar cómo el concepto de sí mismo afecta a los 
sentimientos y a la conducta. Lea estas historias con esa perspectiva en mente. 
Alicia tenía treinta y cuatro años y trabajaba de vendedora en unos grandes almacenes. Aunque 
mantenía con un hombre una relación que ella describía como "confortable", nunca se había casado. En 
nuestro primer encuentro explicó que no tenía ninguna queja específica, sino más bien una sensación de 
insatisfacción general, la sensación de que "la vida debe ser algo más que esto". Luego agregó: 
"Me gustaría entenderme mejor, y me gustaría ser más emprendedora". 
Le pedí que cerrara los ojos y se sumergiera en la siguiente fantasía: 
"Piense que está al pie de una montaña, cualquier clase de montaña que desee imaginar. Hay un 
sendero que conduce hasta la cima. Comienza a caminar. A medida que sube, siente el esfuerzo en los 
músculos de las piernas. ¿Hay árboles y flores en la ladera de esta montaña?... Mientras sube va tomando 
conciencia de algo muy interesante: Todos los miedos, dudas e inseguridades de su vida cotidiana 
parecen desaparecer, como si fueran un exceso de equipaje que usted ya no necesita. Cuanto más 
asciende, más libre se siente. A medida que se acerca a la cima se da cuenta de que casi no pesa nada. 
Tiene la mente despejada. Se siente más fuerte, más segura de si misma que durante toda su vida 
anterior. Imagine ese estado y explórelo. ¿Le gusta? ¿Y, cómo se siente su cuerpo cuando usted tiene 
confianza en sí misma y está libre de dudas y de miedos?... Ahora está apenas a unos pasos de la cima 
de la montaña. Ahora se detiene en la cima y contempla el mundo. ¿Cómo se siente? ¿Qué sensación 
tiene ahora de su relación con el mundo? ¿Cómo es estar sin las viejas y conocidas dudas? Tómese unos 
minutos para explorar ese estado... Y ahora dé la vuelta y comience a bajar. Y mientras sigue el sendero 
montaña abajo, fíjese en si lleva consigo su fuerza y su libertad nuevas, o si dejó esos sentimientos en la 
cima. ¿Vuelve a sentir los viejos pesos mientras va acercándose al pie de la montaña?. Y al regresar al 
punto desde el cual partió, ¿puede contemplar al mundo desde una nueva perspectiva? ¿Cómo se siente? 
¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Se experimenta a usted misma de una manera diferente?". 
Al cabo de unos instantes abrió los ojos. 
-Me encantó estar en la cima. Me sentí yo misma, aunque es un yo que nunca fui. Y me sentía 
sola. Y asustada. Y oí la voz de mi madre que me decía: "Este no es tu lugar". Cuando bajaba por la 
montaña sentí que volvía mi vieja pesadez, pero no del todo. Había algo diferente. Y allá arriba hubo un 
momento en que... en que fui libre. Realmente libre. Sabía que podía hacer cualquier cosa. Sabia que 
nada me detenía, salvo yo misma. Realmente podía sentir eso, experimentarlo, no como una teoría, ¿me 
entiende?, sino como algo real, algo que sentía en el cuerpo y veía con toda mi mente. Fue casi como un 
momento de embriaguez. Pero era una embriaguez que no me apartaba de la realidad. Era más bien un 
aumento de la visión. 
-¿Tal vez subir más alto podría significar ir en contra de su madre? -sugerí-. ¿Contradecir la 
opinión que ella tiene de las cosas? 
-Supongo que sí... dejar de ser su hija. 
-Y, visto de ese modo, parece una elección difícil. 
-¿Puedo gustarme a mí misma si no le gusto a mi madre?. 
-¿Puede? -le insinué
-No veo por qué no. Y tal vez ella aprenda también. Tal vez ella se adapte a mí en lugar de ser yo 
quien se adapte a ella. 
-¿Ha pensado alguna vez en que casi todos los viajes iniciáticos empiezan cuando el héroe deja 
su hogar, cortando el lazo que lo une como una fuerza de gravitación, a su familia?. 
Lo principal de mi trabajo con Alicia consistió en enseñarle a adquirir un mayor conocimiento de sí 
misma (conocimiento de sus sentimientos, deseos, pensamientos y aptitudes), autoaceptación (aprender a 
no rechazar su experiencia y a no mantener consigo misma una relación de rivalidad) y autoexpresión en 
la acción (autoafirmación), que son algunos de los pilares más importantes de la autoestima. Alicia utilizó 
la imagen de embarcarse en un viaje para romper sus ataduras familiares, y eso le proporcionó una nueva 
perspectiva. Después de varios meses de terapia dijo que había alcanzado su meta, y la terapia finalizó. 
Seis meses más tarde recibí una alentadora carta en la cual me informaba con alegría que una 
semana después de terminar la terapia había dejado su trabajo y abierto su propio negocio, "algo que 
deseaba hacer desde hacía años, pero nunca me sentía con fuerzas para ello", y que le iba muy bien. "En 
mi familia se suponía que las mujeres no sirven para los negocios, pero ahora ya he olvidado del todo esas 
tonterías. Lo que obtuve mediante la terapia fue saber que mi vida me pertenece a mí -¿no es esto 
fundamental para la autoestima?- y que si hay algo que quiero de verdad, ¿por qué no voy a tratar de 
conseguirlo? Ahora ya estoy preparada para empezar a pensar en mis relaciones." 
Alicia no carecía de autoestima la primera vez que me consultó. Sin embargo, una parte de ella 
estaba invertida en valores falsos: en la creencia de que la aprobación de su madre era necesaria para su 
bienestar y para su respeto por si misma. Al aprender a eliminar esa inversión, al volver a tomar la vida en 
sus propias manos y vivir según su propio juicio, elevó su autoestima de manera natural y abrió la puerta a 
posibilidades que antes había creído fuera de su alcance. 
¿Hay algo en la historia de Alicia que tenga relación con la experiencia que ha vivido usted?. 
Carlos, de cincuenta años, banquero de gran éxito, vino a verme a causa de una profunda 
infelicidad en sus relaciones personales y un miedo muy arraigado, oculto tras una máscara de aparente 
calma y seguridad. "Es increíblemente fácil engañar a la gente con respecto a mi autoconfianza -dijo-. Y es 
porque ellos también se sienten inseguros". Divorciado después de quince años de matrimonio, hacía tres 
años que estaba con una misma mujer, separándose, reconciliándose y volviendo a separarse. "La verdad 
es que no tengo mucha consideración por ella. Pero ella me adora, se aferra a mí, quiere estar conmigo 
todo el tiempo. Es una relación segura y simple. Peleamos porque yo no quiero casarme. Yo la humillo, le 
reprocho sus aventuras anteriores. Ella me echa en cara que yo tengo miedo a comprometerme. Pero, 
¿por qué tendría que comprometerme con una mujer que, en realidad, en el fondo, no me interesa?. ¿Qué 
estoy haciendo, pues, con ella?". 
Lo que yo vi cuando miré el rostro de este hombre de mediana edad, cuyos cabellos comenzaban 
a escasear, fue un chico asustado, confundido, angustiado, que parecía salir a pedir ayuda desde las 
profundidades de alguna pesadilla de su pasado. Yo sabía perfectamente que no era así como lo veían 
sus socios, pero me pregunté cómo hacían para no verlo de ese modo. Y pensé que su sensación de 
invisibilidad debía de aumentar aun más sus sufrimientos. 
Hijo único de una pareja de inmigrantes rusos venidos a menos, lo habían criado, según dijo, sin 
amor, sin el más ligero gesto de calidez o de afecto, y con una buena dosis de humillante brutalidad física.
Pero yo sabía que era inteligente y que podría sobrevivir. Sabía que podía ver cosas que los 
demás no veían. 
Cómo hacer dinero, por ejemplo. A los catorce años ya tenía mi primer negocio, que administraba 
con éxito. Yo quería dinero para ser libre. Hoy tengo mucho. A mí, los negocios me resultan muy fáciles. 
No sé por qué, pero así es. Las jugadas correctas me resultan obvias. En cuanto a mi vida personal, un 
par de veces traté de confiarme a uno de mis socios, y hablarle de mis inseguridades. Se rió de mí, no me 
creía, ni siquiera quería escucharme. Vivo en un apartamento de dos dormitorios y no me interesan los
lujos personales. Creo que no los merezco. Creo que no merezco casi nada... ¿Sabe qué es lo que me 
gusta de usted? Que ve mi miedo y mi dolor y cree en ellos, no le asustan, no trata de cambiar de tema. 
-Ya que hablamos de eso -le dije-, me pregunto cómo sería vivir en su casa cuando usted tenía 
cinco años. 
Mientras me contaba cómo y por qué esa época había sido verdaderamente terrible, se le llenaron 
los ojos de lágrimas. A medida que hablaba, el niño que había sido emergía en su rostro cada vez con 
mayor claridad. 
Era evidente que de niño, pese a su feroz voluntad de sobrevivir, Carlos se había formado un 
concepto de sí mismo asombrosamente desfavorable, que explicaba tanto su sentimiento de no ser 
merecedor de nada como su elección de una mujer a la que tenía en baja estima. ¿Quién era él para 
poseer el amor de una mujer admirable? Y aunque se permitía hacer dinero, no se permitía disfrutarlo. 
Decidí que el niño (o, más precisamente, la parte de niño que había en el si-mismo del adulto) era 
el que encerraba la clave para recuperar la autoestima de Carlos. Ya que el concepto del "sí-mismo niño" 
[child-self) es importante y volverá a aparecer más adelante en este libro, detengámonos un poco para 
comprenderlo mejor. 
Todos nosotros hemos sido niños una vez y, aunque quizá no nos demos cuenta, llevamos ese 
niño dentro de nosotros, como un aspecto del sujeto que somos. A veces nos trasladamos al estado de 
conciencia del niño que fuimos, y respondemos a situaciones de nuestra vida adulta como si, para todos 
los fines prácticos, fuéramos todavía ese niño, con sus valores, emociones, perspectivas y su peculiar 
manera de interpretar la experiencia. A veces esto es conveniente, por ejemplo, cuando experimentamos 
la espontaneidad y la capacidad lúdica de los niños. Sin embargo, no lo es cuando reactivamos las 
inseguridades, la dependencia y la limitada percepción del mundo, propias de los niños. 
Podemos aprender a reconocer a ese niño, intimar con él y escuchar atentamente lo que necesita 
decirnos, aunque sea doloroso. Podemos, en verdad, permitir que el niño se sienta cómodo dentro de 
nosotros y, por lo tanto, permitir que el sí-mismo niño se integre en el sí-mismo adulto. O podemos 
rechazar a ese niño, por miedo, dolor o vergüenza ignorando su existencia o sus necesidades. En este 
último caso, el sí-mismo niño, abandonado y no integrado, empieza por lo general a causar estragos en 
nuestra vida, de maneras que es probable que no reconozcamos; haciéndonos imposible vivir una vida 
amorosa feliz, llevándonos a conductas impropias en el trabajo, negándonos la libertad de formas de juego 
adultas, etcétera. 
Yo quería explorar la hipótesis de que los primeros años de Carlos habían sido tan dolorosos que 
él se había entumecido psicológicamente para sobrevivir, que en el proceso de maduración había 
abandonado a su sí-mismo niño en una habitación cerrada donde sus gritos apenas pudieran oírse, y que 
la redención de su autoestima no comenzaría hasta que redimiera a ese sí-mismo niño. Mientras su simismo niño siguiera sintiéndose rechazado y repudiado por su sí-mismo adulto, mientras una parte de él 
siguiera tan implacablemente condenada por otra de sus partes, no habría modo de que su autoestima 
sobreviviera incólume. 
Los primeros estadios de la terapia, por lo tanto, se concentraron en recorrer junto con él los años 
de su infancia, y permitirle que experimentara en niveles más y más profundos las indignidades, las 
humillaciones y el sentimiento general de peligro y caos que habían coonstituido sus primeras impresiones 
de la vida. Esto se consiguió principalmente mediante una técnica de completar oraciones gramaticales 
que ocupa un lugar preponderante en mi método de terapia. Le expliqué a Carlos que le daría el principio 
de una oración, una oración incompleta, y que él repetiría ese principio y terminaría la oración cada vez 
con un final diferente, sin preocuparse de que cada final fuera literalmente cierto, o de que alguno de los 
finales pareciera oponerse a otro. Lo que sigue son unos extractos de nuestras primeras sesiones. 
Le di el principio Si el niño que tengo dentro pudiera hablar, diría..., y éstos son los finales que él 
añadió: 
Tengo miedo.
No entiendo. 
¿Por qué mamá siempre me grita?. 
¿Por qué papá me pega?. 
¿Por qué nada tiene sentido?. 
¿Por qué nadie juega conmigo?. 
No sé cómo hablar con la gente. 
Siempre tengo pesadillas, y cuando lloro papá me grita. 
¿Por qué, cuando me estoy bañando, papá entra y se burla de mí?. 
¿Por qué nadie me protege?. 
Después le di el principio Una de las cosas que tuve que hacer para sobrevivir fue... 
Ser cauteloso. 
No sentir. 
Esconderme. 
Leer. 
Mantener los ojos bien abiertos cada instante. 
Estar siempre alerta al peligro. 
No confiar en nadie. 
Aprender a ser independiente. 
En una sesión posterior: Una de las cosas que mi sí mismo niño necesita de mí es... 
Permiso para ser espontáneo. 
Que lo escuche. 
Que lo haga sentir seguro. 
Que lo deje llorar. 
Que lo abrace. 
Que no lo castigue como hizo papá. 
Que atienda a su dolor. 
Que lo consuele. 
Que esté a su lado. 
Que no huya de él. 
Si yo fuera más compasivo y amable con mi sí-mismo niño... 
Lo dejaría jugar más. 
Se sentiría menos solo
No se sentiría abandonado por todos. 
Yo podría ser el padre que él nunca tuvo. 
Lo dejaría disfrutar de las cosas. 
Él podría sentirse seguro. 
Ambos podríamos sentirnos seguros. 
Podría curarlo a él y a mí mismo. 
Cuando ya habíamos explorado estos temas con bastante detalle, le pedí a Carlos: 
-¿Podría cerrar los ojos, por favor, e imaginar al pequeño Carlos frente a usted? ¿Cómo lo mira? 
¿Cuál es la expresión de sus ojos? Y quisiera saber cómo se sentiría usted, en este momento, si pudiera 
alargar los brazos, sentarlo en su regazo y abrazarlo, y permitir que sus brazos le digan que esta a salvo, 
que ahora usted está con él, y que lo acompañará siempre, que al fin puede confiar en alguien y tenerle fe. 
Quería que Carlos experimentara a su sí-mismo niño como una entidad separada, sabiendo al 
mismo tiempo que estaba tratando con un aspecto rechazado de sí mismo, al que posteriormente, tendría 
que integrar. 
Carlos empezó a sollozar suavemente Parece herido, y enfadado, y desconfiado, pero con una enorme necesidad de creer... Me siento 
muy bien -susurró. 
-Está bien... permítale llorar con usted... los dos lloran juntos... Ahora realmente entienden las 
cosas... mucho más de lo que se puede expresar con palabras... las palabras no son necesarias... y usted 
puede sentir que... 
Mediante la imaginación y la fantasía, Carlos retrocedió en el tiempo para rescatar a su sí-mismo 
niño, calmar su dolor y darle un consuelo, un apoyo y una firmeza que no había conocido nunca. Al 
hacerlo, Carlos empezó a "perdonar" a ese niño, a "perdonar" a su sí-mismo niño -a comprender que no 
era necesario ningún perdón- por el hecho de que no hubiera sabido apañárselas mejor; el niño había 
luchado por sobrevivir de la única forma que conocía... A medida que Carlos fue asimilando e integrando 
esta perspectiva, su autoestima comenzó a aumentar. 
Y a medida que su autoestima se fortalecía, empezó de inmediato a parecer más adulto y más 
masculino. Su si-mismo niño daba vida a su rostro, y no dolor. En las semanas siguientes realizó más 
cambios, enteramente por iniciativa propia. Empezó a vestirse mejor, ya sin avergonzarse de poder 
comprar ropa cara. Dejó su modesto apartamento y se mudó a una hermosa casa. Terminó su 
insatisfactoria relación amorosa de tres años y comenzó a salir con mujeres más inteligentes, realizadas e 
independientes. Proyectaba más energía y decisión. Parecía más vital. 
Al recuperar e integrar una parte importante pero rechazada de sí mismo, creció en estatura ante 
sus propios ojos. Al transformar su autoestima, transformó su vida. 
Sugiero que se tome usted un momento para explorar sus sentimientos hacia el niño que fue una 
vez, para preguntarse sobre el papel que su sí-mismo niño podría ocupar en su vida actual. 
A Eva, de quince años, le iba mal en los estudios. Rara vez volvía de la escuela o de sus paseos a 
la hora que había prometido. Sus padres se quejaban de sus frecuentes mentiras. Su madre, que 
confesaba que su propia vida había sido bastante "disparatada" hasta que se casó, me dijo: "Estoy 
aterrada. Eva se parece mucho a como era yo a su edad." El padre de Eva, corredor de bolsa, confesó: 
“yo también fui adolescente y sé lo que puede pasar. Yo tampoco era un ángel, y Eva lo sabe, ya que nos 
ha oído hablar a su madre y a mí. Quiero a mi hija y me preocupa su comportamiento." 
El hermano mayor de Eva era buen alumno y un hijo modelo. En la terapia, Eva admitió que lo 
consideraba el más guapo e inteligente de los dos. Sabía que ella era única para provocar peleas con él. 
Para mí enseguida resultó evidente que el único modo que conocía Eva de llamar la atención era ser 
"mala". En otras palabras, tenía un pobre concepto de sí misma y parecía empeñada en traducirlo en una
vida infeliz. La cuestión era: ¿cómo generar un cambio en su concepto de sí misma y en su conducta? 
Le pedí que se sentara ante un espejo y se estudiara. Dijo que hacer eso le molestaba muchísimo; 
veía reflejado en el espejo todo lo que no le gustaba de ella misma. 
Le sugerí que si podía pasar una semana entera sin decirle a nadie una sola mentira, se 
sorprendería del cambio que encontraría en el espejo en nuestra sesión siguiente, aunque quizás el 
cambio fuera sutil y tuviera que observarlo con ojos muy agudos. Le pareció una tontería, pero aceptó la 
consigna. Aparte les pedí a los padres que admitieran cualquier cosa que ella les dijese esa semana y que 
no desconfiaran de ella. 
En la sesión siguiente se sentó frente al espejo y dijo: 
-Me veo peor. 
Después confesó que le había dicho tres mentiras a su madre. Estaba sorprendida de que no la 
hubieran regañado. Nos pusimos de acuerdo en repetir la tarea la semana siguiente. 
Esta vez llegó temprano y, antes de entrar en mi consultorio, anunció en la sala de espera: 
-¡No he dicho una sola mentira en toda la semana! 
-Se apresuró a mirarse. -Mmmm... Dijo en voz baja; luego se dio vuelta y me preguntó: 
-¿Usted ve algo?. 
-Veo una chica que eligió ser sincera durante una semana Pero ella insistió: 
-¿Me veo diferente? -Le sugerí que volviera a contemplarse en el espejo y lo decidiera ella misma. 
-Me veo más contenta -anunció. 
-Bueno, es una diferencia, ¿no?. 
Le sugerí que averiguáramos qué pasaría si volviera a su casa todos los días precisamente a la 
hora en que les había dicho a sus padres que lo haría. 
La próxima sesión giró en parte alrededor de sus padres. 
-Mis padres tuvieron una pelea terrible. No me sorprendió. 
-¿Por ti? -le pregunté. 
-No, por su relación. 
Se sentó frente al espejo y le dijo a su imagen: 
-¿Ves lo que pasa cuando no te cogen como excusa para pelear? -Yo permanecí en silencio, 
complacido por su conclusión. -Creo que me estoy volviendo más guapa -declaró. 
Era su modo de decirme que había logrado cumplir la consigna de mantener su palabra. 
En una sesión posterior trabajamos completando oraciones. Los siguientes son sus finales para el 
principio Me gusto más cuando... 
No trato de ser como todos los demás. 
Hago lo que digo que haré. 
No hago el gandul en clase. 
Hago mis deberes. 
Digo la verdad. 
Me divierto con papá. 
Uso la cabeza en lugar de hacerme la estúpida. 
No me meto en líos. 
No fumo marihuana. 
Me gusto menos cuando... 
Me hago la idiota. 
Me comporto como una inútil. 
Hago un escándalo para llamar la atención. 
Como demasiado. 
Actúo impulsivamente. 
No me callo mis opiniones ante la gente. 
Miento. 
No cumplo mis promesas. 
Durante este período mantuve varías sesiones paralelas con los padres de Eva, y les alerté sobre 
el hecho de que, a medida que ella cambiara y mejorara, ellos podrían experimentar más dificultades en su 
matrimonio, puesto que Eva ya no les serviría de distracción. También les advertí que en realidad, podrían 
llegar a sabotear el progreso de su hija para no tener que enfrentarse a sus propios problemas como 
matrimonio. Nos pusimos de acuerdo en reunirnos a intervalos regulares, junto con Eva y su hermano, 
para controlar las respuestas de la familia a los cambios de Eva. Así se satisfaría su deseo de atención, 
pero de un modo beneficioso para todos los miembros de la familia. Habíamos comprometido su 
sensación de utilidad (además de su sensación de sentirse querida y empezar a verse atractiva) junto con 
su sinceridad y su integridad. 
Mientras Eva aprendía a vivir de una manera más responsable, su autoestima aumentó. Se veía 
mejor. Su deseo de vivir de un modo responsable se hizo más fuerte. Sus notas en la escuela mejoraron. 
Comenzó a elegir mejor a sus amigos y actividades. Ella y su hermano intimaron más. Uno de los 
resultados del tratamiento de Eva fue que sus padres vieron que sus propios problemas contribuían a 
aumentar las dificultades de Eva, y buscaron consejo profesional.
Eva aprendió a diferenciar entre los rasgos de sus padres que admiraba y los que no. Comenzó a 
diferenciar mejor cuáles eran los rasgos que ella imitaba, y a rechazar aquellos con respecto a los cuales, 
según percibía, sus propios padres se sentían culpables. Cuando esto se hizo evidente, sus padres se 
sintieron aliviados. Abandonaron parte de la culpa que experimentaban como padres y aprendieron a 
apoyar los esfuerzos de su hija para convertirse en una adulta fuerte y responsable. 
En la ayuda que se le proporcionó a Eva para que fortaleciera su autoestima, el paso más 
importante fue el primero: necesitaba dejar de mentir. No sólo mentía a los demás sobre sus acciones, 
sino que se mentía a sí misma con respecto a quién era, simulando una ineptitud que sus potencialidades 
desmentían. También hacía falta trabajar con muchas otras cosas, pero su voluntad de experimentar con 
la sinceridad fue esencial para el comienzo del cambio. 
¿Hay algún aspecto de la psicología de Eva que pueda ser de importancia para usted? 
Confío en que el lector comprenda que en mi relato de estas historias he omitido algunos 
episodios. No es éste un libro sobre el arte de la psicoterapia. Las historias se han simplificado para 
destacar claramente los puntos principales que tienen relevancia para nuestros objetivos. Las he relatado 
para que podamos comprender mejor que el sujeto y la entidad que pensamos ser influyen sobre el modo 
en que actuamos; para que apreciemos mejor el enorme poder del concepto de sí mismo. 
Lo que principalmente nos interesa aquí es lo que nosotros, como adultos, podemos hacer para 
elevar el nivel de nuestra autoestima, para aprender a queremos y confiar más en nosotros mismos, y para 
sentirnos más seguros con respecto a nuestra eficacia. 
Es cierto que algunos tal vez necesitemos de la psicoterapia para resolver plenamente nuestras 
dificultades; pero la mayoría podemos lograr bastante por nuestra cuenta, siempre que deseemos hacer el 
esfuerzo. La situación es más o menos similar a la que se plantea con los ejercicios de gimnasia: es 
innegablemente más fácil practicarlos con un profesor o entrenador, pero con la ayuda de un libro 
adecuado, es posible lograr una mejora importante de nuestro estado físico. Todo se reduce a una 
cuestión de voluntad y determinación. 
Queremos tener éxito en nuestra vida. Queremos para nosotros mismos lo mejor. Si la clave es la 
autoestima, ¿cómo conseguirla?
 

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María del Carmen

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