El Dr. José Luis Vethencourt. Dios en la Psicoterapia: del encuentro a la intimidad 1.parte

11.12.2013 17:38
El Dr. José Luis Vethencourt en el único libro que publicó en vida titulado “Lo Psicológico y la Enfermedad”, habla sobre la unidad del hombre y expone a su vez “cuatro planos absolutamente trabados entre sí, pero claramente diferenciables y caracterizables” en el ser humano (1977, p. 133). Estos cuatro planos en recíproca dependencia son: 1) el celular, propio de la fisiología intracelular; 2) el inter-celular, propio del agrupamiento celular somato-orgánico visible en los órganos del cuerpo humano; 3) el psicológico, en el que conviven lo instintivo, lo reflejo, lo motivacional, lo afectivo y lo cognitivo, el cual abarca desde la actividad anímica en estrecha relación con lo fisiológico, neuronal y endocrinológico, hasta lo que surge de la vida social característicamente humana, lo que la psicología social llama representaciones sociales y la sociología ideología, y 4) el existencial, que surge del libre albedrío, que le da al hombre la posibilidad característicamente humana de crear, lo cual le permite al hombre ir más allá de las limitaciones o condicionamientos de los planos anteriores. Los tres primeros planos también se dan en el animal, en alguna medida el tercero y exclusivamente el cuarto pertenece al ser humano.
 
      En función de este sencillo y muy didáctico esquema, aunque no exhaustivo, y prácticamente obviando los dos primeros planos, me permitiré hacer algunas ampliaciones y profundizaciones para demostrar que la experiencia de la trascendencia es una experiencia universal y necesaria, que aparece en el material de la consulta psicoterapéutica psicoanalítica y que no necesariamente está ligada al “hablar de Dios” sino que va surgiendo del “encuentro” terapéutico en el que se va profundizando en la vida interior del paciente, tanto en lo diacrónico del análisis de su historia personal hasta en el acontecer sincrónico vivido como inesperado, numinoso y cargado de significado, todo lo cual habla de un Dios de sutil presencia que no es experimentable sino vivible en la intimidad más honda y subjetiva de una consciencia particular, que dada su dificultad para describirla en categorías científicas, y prefiriendo el lenguaje poético o mítico, es mejor describirla como “corazón”.
 
   Debemos atrevernos a reflexionar sobre el hombre en la totalidad de lo que es, de lo que vive y necesita, de lo que anhela y da sentido a su existencia. Nuestra cultura sufre del grave error del reduccionismo al creer que el hombre es sólo cuerpo, o sólo mente, o sólo espíritu, o sólo representaciones sociales, o sólo ideologías, o sólo “chispa divina”. Dios es precisamente esa verdad que unifica, que integra, que acontece diacrónica y sincrónicamente como experiencia interna y externa para darle sentido a las experiencias últimas de sufrimiento. Dios se vive en el misterio de la profunda intimidad incomunicable de cada persona, en el encuentro con la total “otredad” donde no hay palabras ni condicionamientos. Dios es lo verdaderamente real, es la realidad “tal y como es”, lo infinitamente simple y la perfecta unidad, verdad, belleza y bien que toda persona humana desea. Dios es el totalmente Otro. Entendido así, Dios es quien puede sanar de raíz la enfermedad existencial del hombre, enfermedad que se origina en la contemplación narcisista del ego y la consiguiente ruptura de la función de la realidad cuya gravedad oscila entre la neurosis y la ansiedad hasta el atrapamiento urobórico de la psicosis.
 
  Algunas de estas afirmaciones no son de carácter científico, Dios no es una experiencia científica y nunca podrá serlo pero paradójicamente es “vivible”, más no por eso es una abstracción o una ideología aunque debamos de reconocer que la religión (y no sólo la cristiana) ha sido utilizada a lo largo de la historia como ideologización. Dios es un encuentro personal e íntimo, incomunicable, Real y al mismo tiempo imposible de objetivar en el sentido científico, totalmente objetivo en la vivencia subjetiva, que sale al paso y acontece en todos y con independencia de la cultura. Dios es el arcano por excelencia, es el fundante creacional y existencial y el fin último del sentido de la vida. En una reflexión personal el Dr. Vethencourt se hace estas preguntas:
 
 
 
 
 
      “Y si resultase que la necesidad de adorar fuese algo tan vital para el hombre como la necesidad de prestigio o de pertenencia a un grupo o de poseer una identidad definida? ¿Cómo quedaría tanta psicología científica ante tamaño descubrimiento? Hasta el presente la obsesión de la psicología ha sido reducir la pluralidad de necesidades humanas y la obsesión de los historiógrafos la de reducir la variedad de tramas significativas de la historia… ¡Ay del reduccionismo freudiano! ¡Ay del esquematismo conductista el día en que se llegue a aceptar que existe la necesidad de adorar como algo autónomo, inobjetable y definido a su propio objeto! ¡Ay de la antropología cultural cientificante! y ¡ay de la aséptica sociología el día que se descubra que la necesidad del rito constituye un meollo irreductible de lo humano enlazada con su hambre de trascendencia!... Ese día será el crujir de dientes por la sedicientes ciencias de la conducta que en su ignorancia audaz habrían contribuido a corromper la necesidad de adoración por haberle cerrado el camino a fuerza de cientifizazos” (2009, p. 280).
 
   El campo propio de trabajo de la psicoterapia clínica es el sufrimiento mental, pero no cualquiera sino el positivo, el sintomático, el objetivable del trastorno y la enfermedad, el de los signos y síntomas, el psicodinámico y sólo a este nos vamos a referir. El sufrimiento mental es la vivencia de fragmentación de la experiencia interna, la esquizofrenia de la mente dividida o disociada, la autonomía de aquella parte del psiquismo que se impone a la consciencia, a la voluntad y se des-liga de la totalidad de la existencia. En términos somáticos el sufrimiento es la pérdida de la armonía orgánica, la ruptura del orden interno biológico en el cuerpo.
 
   Debemos advertir antes de continuar que Freud no estuvo equivocado al denunciar que lo que mucha gente experimenta y describe como Dios es reflejo de las introyecciones familiares, sea como expresión directa, el padre castigador que sigue punitivamente su castigo dentro de la mente, o compensatoria, ante la madre ausente se genera una idea sobrevalorada de una “Virgen María” que está presente en todas partes dando amor. Lo que muchos pacientes describen como Dios, santos, espíritus, Espíritu Santo, la virgencita, José Gregorio Hernández, la energía cósmica o universal, una voz que me guía, Jesús en mis sueños, el oráculo de los ángeles, las apariciones o posesiones diabólicas, etc., pueden ser en buena medida proyecciones de dramas psicológicos internos, complejos patológicos autónomos que toman la forma de una representación cultural y social, y por tanto son susceptibles de ser analizadas bajo la óptica psicopatológica y científica como auténticas proyecciones patológicas. La autonomía de la psique es un hecho incuestionable. Los pensamientos y las emociones tienden a imponerse compulsivamente en la esfera de la consciencia hasta el punto de la posesión.
 
 
 
 II. Posesión
 
 
 
   La posesión de los complejos autónomos ha sido hartamente descrita por los psicoanalistas. Cuando la voluntad cede ante la fuerza de la autonomía de los complejos, que se comportan como personalidades autónomas internas cargadas de emoción, la función de realidad cede y la neurosis de repetición o la actividad delirante toman la vida anímica del enfermo. A veces la posesión por parte de los complejos no llega a niveles de interferencia patológica. La mente de una persona sana puede generar errores e ilusiones, provenientes de la actividad discursiva y emocional de los complejos, con lo cual su comprensión del mundo externo e interno es igualmente errónea. La posesión surge del plano de lo psicológico, y tiene bases neurofisiológicas y sociales muy claras y definibles. Es en esta mente ordinaria aquella condicionada por los aprendizajes y la larga cadena de reforzamientos, repleta de errores y cegueras paradigmáticas, que se agrupan en lo que la psicología analítica llama los complejos, en donde con claridad se da la posesión, sea esta proveniente de un error ideológico o cultural o de un delirio psicótico. No podemos negar que nuestra psique estructurada verbalmente, con una actividad discursiva constante, en el que bullen automáticamente pensamientos y emociones, es una psique plagada de errores e ilusiones. Morin lo dice claramente:
 
   “Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y la ilusión… El mayor error sería subestimar el problema del error; la mayor ilusión sería subestimar el problema de la ilusión. El reconocimiento del error y la ilusión es tan difícil que el error y la ilusión no se reconocen en absoluto. Error e ilusión parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapiens” (1999, p. 5).
 
    El mismo autor le da tanta importancia a la posesión que la presenta como “Noología”, el estudio de la posesión. Dice  Edgar Morin (1999, p. 10):
 
 
“Debemos ser bien conscientes que desde el comienzo de la humanidad nació la noosfera –esfera de las cosas del espíritu- con el despliegue de los mitos, de los dioses; la formidable sublevación de estos seres espirituales impulsó y arrastró al homo sapiens hacia delirios, masacres, crueldades, adoraciones, éxtasis, sublimidades desconocidas en el mundo animal. Desde entonces, vivimos en medio de una selva de mitos que enriquecen las culturas”.                         
 
 
 
     Podemos dar mucha evidencia de la constante actividad de los complejos armando una trama mítico-narrativa en la mente humana. La psique distorsiona la percepción tanto de la realidad externa como del mundo interno y la percepción de uno mismo. Los complejos psicológicos tienden a afirmarse, a imponerse y a poseer la experiencia real del aquí y ahora. La mente condicionada tiende a la pulsión, al automatismo y a la repetición neurótica. No corresponde ahora profundizar en este punto, por ahora vamos a dar como hecho comprobado la fuerza de la mente inconsciente que genera imágenes, fantasías, pensamientos y emociones al punto de hacerse omnipresentes, haciéndonos creer en sus errores e ilusiones. En definitiva la mente posee una estructura narrativa que deriva en una  complejidad  mítica que continuamente interpreta o distorsiona la experiencia sensible. Es decir que la mente interpreta todo lo que es ser humano vive.
 
  Pero cuidado, la psicología no puede ni debe pretender comprender ni mucho menos patologizar reductivamente la compleja variedad de realidades humanas que no son propiamente psicológicas. En otras palabras la psicología no es una antropología ni mucho menos un sistema de trascendencia; debemos advertir con seriedad que ella corre el peligro de ser considerada como tal. El Dr. Vethencourt advirtió sobre este peligro (1977, p. 141): una antropología fundamentada en el paradigma psicológico conllevaría a la tentación de un pan-psiquismo donde todo es justificable psicológicamente y entonces el libre albedrío, el compromiso social del hombre, la justicia, el amor o el respeto quedarían totalmente anulados.
 
    Por otro lado también demostró claramente que tarde o temprano un paciente enfrentado a conflictos propiamente existenciales, en relación con los valores, con lo transpersonal y lo trascendente, pero que sólo cuenta con una aproximación psicológica colapsa y termina reforzándose más aún el complejo patológico, se cierra en sí mismo y el sufrimiento se vuelve intolerable al punto de la auto o hetero-destrucción. Digámoslo con algunos ejemplos: un intenso sufrimiento que se deriva de una experiencia infantil terriblemente traumática cuando se analiza desde lo estrictamente psicológico en alguna medida se hace imposible su elaboración, sería el de una paciente que quiere ajustar cuentas con su madre maltratadora o el de un hombre que auto-condena su identidad ante la ausencia paterna, o el de una niña violada por su propio padre quien le marcó de por vida su sexualidad y que sólo expresando su ira o poniéndola en palabras puede hacer catarsis o sanar. Todas estas experiencias son transformables desde la apertura hacia lo existencial, hacia los valores, y desde aquí hacia la trascendencia, hacia el misterio y la profundidad de lo totalmente Otro, en la gama de opciones del vacío e impermanencia de la que habla el budismo.
 
   El Dr. Vethencourt no pretendió desarrollar una filosofía y estaba plenamente consciente de lo ambiguo del término “existencial”, más bien buscaba describir aquella instancia no psicológica que parte del libre albedrío, de la autoconsciencia y que luego llevaría al paciente al terreno de los valores e incluso más allá, a lo trans-individual o lo supraindividual, a lo espiritual (1977, p. 142). Lo psicológico no abarca toda la vivencia íntima en el hombre. La consciencia, la mismidad, la intimidad, los valores, la belleza y el discernimiento ético, entre otros, no son instancias psicológicas aunque se describan desde la mente. Aquello que se viven en lo más íntimo de lo subjetivo no es comunicable por tanto no es una experiencia objeto de la ciencia, pero es universalmente vivida.
 
       Me he ubicado en un plano netamente humanista y por los momentos prefiero evitar toda digresión sociológica, jurídica o filosófica. Digo esto porque también es un hecho indiscutible que al hombre también debemos entenderlo como ser social cuya conducta tiene un impacto en los demás y que por tanto la sociedad tiene todo el derecho de regir el comportamiento individual anómalo. A pesar de esta limitación la casuística psicoterapéutica da evidencias de lo aquí expresado, gracias a ella puedo dar fe de la complejidad de los dramas y sufrimientos en el ser humano que en muchos casos no son comprensibles ni juzgables por la lógica y la razón. Mucho más difícil sería captar el acontecimiento de la transformación del hombre, sólo se que ocurre, se que acontece, se que algo misterioso sale al paso de la persona enferma y despierta en él un potencial creador justo cuando todo parecía perdido. Sería inflado creer que es sólo el análisis quien lleva al enfermo al puerto de la sanación, aunque ciertamente la actitud reflexiva y analítica pone en alerta hacia lo sobrenatural. La clínica psicoterapéutica puede referirse sólo a remisión o mejoría en los síntomas. Para describir una fenomenología de la sanación, curación y transformación debemos echar manos de otras áreas de las humanidades como la literatura, la poesía, las artes, la filosofía y la teología.
 

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María del Carmen

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