La atención en el Budismo

03.04.2013 18:19

 
 

La atención

La primera fase, la atención, provoca la ruptura de los hábitos de la percepción estereotipada. La tendencia natural es “habituarse” al mundo circundante, sustituir los patrones cognitivos abstractos o las preconcepciones perceptivas por la cruda experiencia sensorial. La práctica de la atención tiene como fin la pérdida de las costumbres: afrontar los hechos desgastados por la experiencia, viendo cada hecho como si ocurriera por primera vez. El medio de perder las costumbres es la observación continua de la primera fase de la percepción cuando la mente está en un  estado “receptivo” y un poco reactivo. La atención se limita a la mera observación de los objetos. Los actos de percepción se observan desde el momento en que aparecen por cualquiera de las cinco puertas de los sentidos, lo que en el “Visuddhimagga” constituye el sexto sentido. Mientras el meditante se ocupa de las impresiones sensoriales, la reacción se guarda para un mero registro de los actos de impresión observados. Si apareciese en la propia mente, con posterioridad a esto, algún comentario, juicio o reflexión mental, se convertirían en objetos de mera atención; ni son repudiados ni perseguidos, pero sí sustituidos después de su observación. La esencia de la atención es, en palabras de Nyanaponika Thera (1962), “el claro y decidido conocimiento de lo que  nos sucede a nosotros y en nosotros, en los sucesivos momentos de percepción”.

 

En la búsqueda global de la atención es donde tiene su mayor utilidad el desarrollo de la concentración. Para adquirir y servirse de este nuevo hábito se necesita la simple percepción, la concentración y demás factores concomitantes de la concentración.

 

El nivel óptimo de concentración para practicar la atención es, como siempre, el más bajo: el acceso. Se debe poner atención a los procesos perceptivos de la consciencia normal, que cesan a partir del primer jhana. Un nivel de concentración menor que el de acceso, por otro lado, se vería eclipsado por pensamientos inoportunos y elucubraciones mentales y no sería útil para poner en práctica la atención. Sólo en el nivel de acceso es donde hay un equilibrio perfecto: la percepción y el pensamiento conservan todo su vigor; per la concentración es lo suficientemente poderosa para evitar que la mente se aparte de la atenta observación de los procesos de percepción y pensamiento.

 

El mejor método para cultivar la atención es empezar con el entrenamiento de las jhanas. Si tiene alguna habilidad en samadhi, el meditante aplica entonces su poder de concentración a la tarea de la atención. Hay, de todos modos, un método de “mera percepción”, en el que estas prácticas se acometen sin ningún logro previo en la absorción. Con la mera percepción, el nivel requerido de absorción se consigue mediante la práctica de la misma atención. Durante los primeros estados de mera  percepción, la mente del meditante estará interrumpida intermitentemente por la divagación y los pensamientos molestos que surgirán durante los momentos de observación. Algunas veces se dará cuenta y otras, no. La concentración momentánea de la mente en la observación se irá fortaleciendo poco a poco, hasta que se observen  virtualmente todos los pensamientos descarriados; tales pensamientos se podrán dominar tan pronto como se observan, para seguir inmediatamente después con la práctica que nos ocupa. Finalmente llegaremos a un punto en el que la mente no tendrá tendencia a divagar. Entonces, la observación de procesos perceptivos y cognitivos continuará sin interrupción; esto supone un funcionamiento equivalente a la concentración de acceso.

 

En la práctica hay cuatro tipos de atención, idénticos en funciones pero diferentes según su punto de vista. La contemplación puede centrarse en el cuerpo, en los sentimientos, en la mente o en los objetos mentales. Cualquiera de ellos sirve como un punto fijo para la mera atención en los procesos de experiencia. La atención del cuerpo consiste en estar pendiente en todo de la actividad del cuerpo, como es la posición y el movimiento de los miembros, sin tener en cuenta la naturaleza de la actividad que estamos realizando. Todas las funciones del cuerpo, en la experiencia diaria, deben captarse claramente observándolas, simplemente, según se van produciendo. Hay que olvidarse de la finalidad de la acción y considerar que el punto focal de nuestra atención está en el acto corporal en sí. La atención a los sentimientos supone el enfoque de las sensaciones internas, observando tan sólo si son agradables, molestas o indiferentes, pero sin detenerse en ellas. Todos los estímulos de la propia receptividad se observan, sencillamente, cuando llegan a la atención. Algunos se producirán como una primera reacción a la entrada sensorial, otros como consecuencias fisiológicas de los estados psicológicos, otros como subproductos de procesos fisiológicos vitales. Se registra la sensación, cualquiera que sea su origen.

 

En la atención de la mente, son sus estados, tal como llegan al conocimiento, los que sirven de tema. Cualquiera que sea el humor, el modo de pensamiento, o el estado psicológico, ha de registrarse como tal. Si, por ejemplo, hay indignación por un ruido molesto, en este momento uno observa, simplemente, “indignación”. La cuarta

 técnica, la atención de objetos-mente, es en esencia la misma, tal como se ha descrito, con la excepción del nivel en que se observen los trabajos de la mente. Más que advertir la calidad de los estados mentales tal como surgen, el que medita observa los temas de los pensamientos que ocupan estos estados, como, por ejemplo, “ruido molesto”. Cuando surge un pensamiento se advierte como un plan para clasificar los contenidos mentales que considera, de forma general, todas las formas del pensamiento como obstáculos o factores de iluminación

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María del Carmen

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