”LA PSICOTERAPIA ANTE EL SUFRIMIENTO EMOCIONAL”. PART 2

11.12.2013 16:53

Función de la Psicoterapia y de las técnicas terapéuticas.

 

Aprovechando el desarrollo de esta exposición me gustaría aclarar la diferencia entre lo que sería un “proceso psicoterapéutico” y una “técnica terapéutica”.

Suele ser habitual, especialmente entre las revistas norteamericanas de psicología o psiquiatría, como “The american journal of psychiatry”, la publicación de artículos donde se utiliza el término “psicoterapia” para describir técnicas de intervención conductual o de apoyo psicosocial[3] , lo cual no es correcto. Considero que esta confusión proviene de no reconocer la identidad propia que tiene el psicoterapeuta, al que se suele identificar erróneamente con otros profesionales como el psicólogo clínico o el psiquiatra.

En realidad, el psicoterapeuta, si bien es cierto que generalmente es psicólogo clínico o psiquiatra, utiliza una herramienta básica propia, el análisis y la elaboración de la realidad de la persona dentro de una relación propia entre paciente y terapeuta cuyas particularidades forman parte del “setting” o encuadre clínico:”la psicoterapia es un tratamiento de naturaleza psicológica, que se desarrolla entre un profesional especialista y una persona que precisa ayuda a causa de sus perturbaciones emocionales, se lleva a cabo de acuerdo con una metodología sistematizada y basada en determinados fundamentos teóricos y tiene como finalidad eliminar o disminuir el sufrimiento y los trastornos del comportamiento derivados de tales alteraciones, a través de la relación interpersonal entre el terapeuta y el paciente” (Coderch, 1978, citado en Garrido-García, 1994)

Desde la perspectiva de la psicoterapia, la cura se concibe como un proceso donde la posición activa del paciente es imprescindible:“La psicoterapia puede ser definida como una relación de ayuda clínica que busca, con la participación del sujeto prevenir, contener, modificar o erradicar trastornos, alteraciones o disfunciones de salud mental o física que se dan en él” (Ávila, 1989, citado en Garrido-García, 1994)

Se da un valor total a la independencia y el ritmo del paciente, evitando todo tipo de inducciones y condicionantes personales o ideológicos del terapeuta:

“El fin ideal de la psicoterapia es permitir al paciente resolver por sí mismo los conflictos intrapsíquicos sin tener en cuenta su ideología, ni la del psicoterapeuta” (Scheneider, P. B., 1976)

De hecho el filósofo griego Sócrates, con su método mayéutico (ayudar a “parir”), practicó la “psicoterapia” sin ser consciente de ello, en cuanto que su método consistía en ayudar a que el propio alumno descubriera la respuesta a su propia pregunta. A través de señalamientos, cuestionamientos, reflexiones, etc., conseguía que el alumno por si mismo llegara al lugar, a la respuesta que, según la intuición del filósofo, era la más adecuada.

Por tanto la psicoterapia es un proceso de investigación y análisis de la realidad de la persona y de las causas de su enfermedad, dentro del cual se pueden utilizar herramientas clínicas, pero siempre y cuando no se perturbe la complicidad paciente-terapeuta ni el ritmo personal de su proceso, para que sea él quien realmente vaya alcanzando los objetivos.

Por otro lado, en la práctica clínica existen técnicas terapéuticas que tienen una acción eficaz, en algunos casos, sobre la sintomatología, pero donde el paciente siempre es el receptor pasivo, se “deja curar”, lo que las convierte siempre en medidas parciales.Entre ellas destacamos: el uso del psicofármaco, la acupuntura, el masaje, la hipnosis o las técnicas de modificación de conducta, entre otras muchas. Todas ellas se caracterizan por esa pasividad del paciente frente a su enfermedad. Característica que también se da con las técnicas que se utilizan dentro de lo que se conoce como “desarrollo personal”: el yoga, la biodanza, la meditación, la expresión corporal, la biorrespiración... Las cuales se suelen realizar en grupos que coordinan monitores con una formación específica y que no pretenden solucionar conflictos psicológicos o emocionales ni mucho menos curar alguna enfermedad. Su objetivo es que las personas puedan estar mejor en su vida cotidiana tomando contacto con su cuerpo y con algunas de sus potencialidades. Se da la circunstancia de que algunas de estas técnicas, por las dinámicas neurofisiológicas que movilizan, tienen indirectamente una repercusión, la mayoría de las veces positiva, sobre algunos trastornos psicosomáticos.

Pero el hecho de que estas herramientas sean eficaces y muy válidas para conseguir objetivos concretos con algunas personas en determinadas situaciones, no significa que haya que confundirlas con la psicoterapia. La diferencia fundamental está en la relación terapéutica, el compromiso que se establece entre paciente y terapeuta. Ambos son cómplices y toman una posición activa, asumiendo sus funciones propias y diferenciadas desde una mirada crítica y una postura de investigación, de búsqueda de las causas del sufrimiento tanto en el pasado como en la realidad presente del paciente. Este es uno de los aspectos básicos que caracterizan la psicoterapia, más allá del modelo que el profesional utilice. La relación terapéutica, con la adecuada elaboración de todo lo que gira en torno a ella, -tanto lo racional, lo actual, propio de una relación entre dos adultos, como la vivencia de afectos infantiles positivos y negativos sentidos hacia figuras parentales -“objetos relacionales”- que de forma inconsciente se desplazan hacia la persona del terapeuta (transferencia) y los sentimientos y reacciones involuntarias que percibe el terapeuta de si mismo (contratransferencia)- es la que permite, junto al resto de herramientas clínicas psíquicas y / o somáticas, utilizadas de forma adecuada, alcanzar los objetivos clínicos que se plantean en un proceso psicoterapéutico.

Es evidente, como señalaba anteriormente que nuestra tendencia a evitar el dolor y el malestar nos lleva a la búsqueda de soluciones rápidas e indoloras. Pero así como en otras áreas de la salud la intervención externa es necesaria y eficaz, a través de la cirugía o de los fármacos, en el área que nos atañe este tipo de intervenciones han ido perdiendo validez. De hecho, siguiendo esta tendencia se utilizaron, y todavía hoy se emplean, los electroshocks, las curas de sueño, la “hidroterapia” agresiva,... Pero los resultados empíricos no hablan de mejorías estables, sino de reacciones temporales de estabilidad con empeoramientos posteriores. Hace ya algunas décadas que se manifestaba esta diferencia:”Psicoterapia: término genérico para cualquier tipo de tratamiento basado principalmente en la comunicación verbal y no verbal con el paciente, específicamente distinto de los tratamientos electrofísicos, farmacológicos o quirúrgicos” (Asociación de Psiquiatría Americana, 1969, citado en Garrido-García, 1994)

Hoy en día, tan sólo la hipnosis en el abordaje de las adicciones y los psicofármacos en el tratamiento de algunos trastornos psicopatológicos están reconocidos como útiles para facilitar esa adaptación “calmante”, si bien tienen como consecuencia inevitable la dependencia, que en el caso de los psicofármacos se agrava con efectos secundarios como la disminución o anulación de la libido o deseo sexual, o la predisposición al desarrollo de trastornos neurovegetativos y neurohormonales de todo tipo.

 

Por ello en ocasiones puntuales y de forma controlada, vemos adecuado el uso de fármacos alopáticos u homeopáticos y de otras técnicas psíquicas o “corporales” que reduzcan el sufrimiento agudo del paciente, siempre que se utilicen como herramientas convergentes dentro de un proceso psicoterapéutico, que es lo que realmente puede facilitar radicalmente la erradicación de la enfermedad y el cambio psicosomático.

 

Teniendo en cuenta todo lo anterior, considero que es muy importante concienciar a la administración pública de la necesidad de adecuar los centros de salud a la práctica de la psicoterapia, facilitando las condiciones infraestructurales necesarias para ello y poniendo los medios para la formación adecuada de los profesionales. Además como esas medidas no serían suficientes para responder la demanda clínica, se debería permitir que el paciente eligiera libremente un psicoterapeuta que ejerciera en su consulta privada creando acuerdos económicos, como los que existen en otros países donde, por ejemplo, la administración paga la mitad del tratamiento de una psicoterapia a un profesional reconocido y elegido por el paciente.

Esta será la única vía, junto con el empeño honesto de los profesionales, para que la psicoterapia deje de ser una práctica elitista que implica un dinero al mes del que poca gente dispone, al ejercerse fundamentalmente en clínicas privadas, entre otras cosas, porque el Ministerio de Sanidad sentenció la psicoterapia como una práctica de lujo, poco científica y poco necesaria para los usuarios. Visión muy diferente a la que se reflejan en algunas enciclopedias o diccionarios especializados:

“La psicoterapia es un método científicamente fundamentado de tratamiento de un paciente, una pareja, una familia o un grupo, destinado a detectar conflictos inconscientes o experiencias fallidas y problemas, con el fin de ayudar al o los pacientes a alcanzar un conocimiento profundo de su estado y mejorar su relación con la realidad”

 (Diccionario de Psiquiatría, Battegay et al. , 1984, citado en Garrido-García, 1994)

En este sentido, recuerdo una mesa redonda donde participé junto a otros colegas entre los que se encontraba una representante de salud mental del Ministerio de Sanidad. Gran parte de la discusión giró en torno al gasto económico que supondría la psicoterapia para el Ministerio (2 ó 3 sesiones semanales durante varios años). Creo haber demostrado que, junto al hecho de que existe la psicoterapia breve donde con 3 ó 4 meses puede haber una solución parcial pero más humana y coherente que el puro psicofármaco, incluso con la psicoterapia profunda, la administración gastaría menos dinero que con la dinámica clínica actual, si se tienen en cuenta el tiempo de bajas y los gastos médicos y de los psicofármacos (los hay de uso corriente que suponen para la seguridad social un reembolso medio por paciente de más de 100 euros mensuales). A sabiendas de que en los seguimientos de pacientes medicados, sobre todo con ciertos síndromes, hay una tendencia a la repetición de síntomas, a la cronicidad e incluso a la invalidez total (como en algunas depresiones o esquizofrenias), con lo que el coste total rebasa cualquier comparación. Dejando claro desde el principio de la discusión que en lo que concierne a la salud, incluida la salud psíquica, sexual y emocional, se supone que un gobierno tiene que velar por ella más allá de cual sea el coste económico, tal como lo proclama la O.M.S.

Ahora bien, una cosa es cierta, la administración no tiene control sobre lo que ocurre en el espacio de la psicoterapia, ni sobre el psicoterapeuta. Porque no se trata de una transfusión, de un transplante, de una intervención quirúrgica o de una prótesis. Se trata de resolver situaciones y conflictos humanos comunes, en mayor o menor grado, al resto de los mortales y con claras implicaciones sociales. Quizás por ello la administración no quiera asumir esta práctica para sus usuarios. Porque está comprobado que en muchos casos, un proceso de psicoterapia produce cambios estructurales en la persona que repercuten en su vida cotidiana, cuestionándose su trabajo, su relación de pareja, su actitud ante lo establecido y ante su propia existencia, y eso no va acorde a la adaptación social y a la estabilidad productivista con la que se computa la validez de una técnica. Desde esa perspectiva lo que cuenta es que una persona con depresión esté sin trabajar el menor tiempo posible, menospreciando la posibilidad de que el paciente sienta y descubra aquello que le ha llevado a ese estado para, desde ahí, poder enfrentarse a ello y transformarlo. Para lo primero se busca el uso de técnicas que cualquier médico puede manejar con un corto y económico aprendizaje. Para lo segundo hace falta un proceso psicoterapéutico con profesionales cualificados para su desarrollo.

Pero lo evidente es que, a pesar de los avances de la psicofarmacología, hay cada vez más personas que conviven con su sufrimiento psíquico o emocional. ¿Deberíamos dar al menos una oportunidad a la psicoterapia para demostrar su validez de forma empírica y constatada, o la negamos a priori con el consiguiente quebranto para los usuarios? Es responsabilidad de todos el cambiar este estado de cosas.

En esta línea, desde 1993 funciona una institución que coordina las escuelas de formación de psicoterapeutas en nuestro país, la Federación de Asociaciones de Escuelas de Psicoterapeutas (FEAP), en cuyo acto fundacional estuve presente representando a la “Escuela Española de Terapia Reichiana” (Es.Te.R.),siendo uno de sus promotores principales el profesor Alejandro Avila. La FEAP[4] está en contacto con los colegios de psicólogos y médicos, con las universidades y con las instituciones políticas y gubernamentales interesadas en el tema, tanto de nuestro país como del resto de los países europeos así como con la European Asociation Psychoterapy (EAP) para regular el estatuto europeo del psicoterapeuta. Su presidenta actual es Begoña Olabarría.

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