”LA PSICOTERAPIA ANTE EL SUFRIMIENTO EMOCIONAL” part1

11.12.2013 16:43

 

Hace unos días Ángeles celebró su 37 cumpleaños. En general está satisfecha con su vida. La relación con su marido es estable y agradable. Tienen una hija de 8 años a la que aman y se siente bien con su trabajo en una empresa de transportes. Pero, desde hace algunas semanas muchas noches se despierta a las 5 de la mañana empapada en sudor, con taquicardia y asustada. Imágenes catastróficas invaden su mente :su hija se ahoga, su marido tiene un accidente, sus padres fallecen... O bien se llena de pensamientos que cuestionan el tipo de madre, hija o amante que es, sintiéndose después cansada y fracasada.

No le cuenta a nadie esta experiencia, como tampoco habla de sus dolores de cabeza, su agotamiento casi constante y esas ganas de llorar que le aparecen sin más ni más a lo largo del día. Últimamente ha ido más allá y se provoca vómitos después de alguna comida, consume mas alcohol y siente como va perdiendo el apetito sexual.

Se preocupa más que antes por las cosas que ocurren a su alrededor y no sabe como resolverlas, creándole ansiedad , confusión y rabia .

Cuando repasa su vida, en ocasiones se pregunta si le habrá influido de alguna manera el hecho de que con seis meses sus padres la dejaran con sus abuelos para irse a vendimiar a Francia, o las riñas y castigos de su abuelo cuando sacaba malas notas... Sabe que algo le ocurre pero no puede concretarlo ni tampoco modificarlo.

No quiere ir al médico porque intuye que la va a mandar al psiquiatra y no quiere tomar pastillas. Conoce amigas que están a todas horas con sus “píldoras” y le dan la sensación de estar “enganchadas”. Lo de ir al psicólogo le resulta fastidioso porque no le gusta contar sus intimidades a nadie. Además, no está loca y piensa que debe y puede solucionarlo sola.

Pero su mutismo, su soledad y su sufrimiento siguen en aumento...

 

En nuestra sociedad ese sufrimiento íntimo y sordo que vive Ángeles es algo habitual. Como lo es su reacción.

Cuando nos duele algo o tenemos síntomas físicos nos resulta fácil y natural acudir a nuestro médico. Pero por esas otras cosas, que son mas invisibles, no tanto. Pensamos:”Seguramente son normales”...”Nos ocurre a todas las personas antes o después... Será el estrés, la edad, las preocupaciones”...”Tal vez con unas vacaciones…”

Son esos casi cotidianos estados depresivos, angustia existencial, miedos, obsesiones, pensamientos recurrentes, insatisfacción sexual… por los que vamos dejando de sentirnos alegres y perdemos progresivamente nuestra sensibilidad y capacidad afectiva. Las muestras de afecto son cada vez mas escasas o forzadas.

Todo nos parece anodino, repetitivo , absurdo...

Nos ocurre a la mayoría de personas, en mayor o menor medida, sin por ello llegar a alterar nuestro funcionamiento cotidiano y, puesto que es algo frecuente en nuestro entorno, acabamos aceptándolo como normal.

Pero estos síntomas de sufrimiento emocional no son propios de nuestra naturaleza humana, y por tanto, si aparecen debemos prestarles atención, y solicitar la ayuda pertinente,no sólo para cambiar ese estado de cosas, sino para prevenir las enfermedades que pueden estar larvadas tras ellas y que llegan a provocar estados más graves, en los cuales nos encontramos bloqueados, extraños, confusos, o invadidos por pensamientos e impulsos que no controlamos y que laceran nuestro orden establecido.

Melancolía, ideaciones de suicidio, impulsos agresivos, miedos que llegan al pánico, trastornos sexuales, amenazas infundadas, percepciones perturbadas hasta llegar al delirio o la alucinación... Todo ello relacionado, en muchos casos, con esos otros sufrimientos visibles, fácilmente objetivables a través de las pruebas pertinentes (análisis clínicos, radiografías...) y por los que sí solemos buscar ayuda: cefaleas, problemas respiratorios, alergias, colon irritable, dolores de estómago, malas digestiones, estreñimiento, hemorroides, varices, dolores musculares, lumbagos…

            Generalmente esa imbricación entre sufrimiento emocional y trastornos somáticos, o bien se ignora, o se aborda de un modo parcial y un tanto ilusorio. Por ejemplo, cuando un paciente acude a un centro de salud con un cuadro fóbico de miedo a los espacios cerrados que está limitando su actividad profesional y social, generalmente el psiquiatra le mandará un ansiolítico o antidepresivo para reducir su angustia y el psicólogo le ayudará a modificar sus hábitos conductuales y sus procesos cognitivos hasta conseguir erradicar esa limitación. Sin embargo no se suele abordar la relación que pueda tener ese síntoma con las predisposiciones o dolencias físicas que seguramente padece, o con los problemas de pareja, familiares o laborales que seguramente sufre.

            Lo mismo ocurre con otras especialidades médicas ,donde ciertas patologías están condicionadas pro factores emocionales y psicosociales.

Por ejemplo, ante un trastorno cardiovascular.Creo que no es del todo real ,pensar que se ha curado a una persona que ha tenido un infarto cardíaco solo porque la intervención haya sido exitosa y , después de haber estado unos días atendido en el hospital regulando sus funciones vitales, se mantenga normalizado y se le da el alta, sin haber puesto en marcha una estrategia de intervención clínica sobre las posibles causas psicosomáticas que puedan haber influido en esa respuesta patológica. En ocasiones ni tan siquiera se pregunta al paciente por sus preocupaciones, por su actividad laboral, social o familiar, con el fin de detectar posibles focos de angustia (llamados “moduladores de estrés”) que puede estar viviendo debido a presiones internas o externa y de los que, tal vez, ni la misma persona es del todo consciente. El corazón se ve afectado y no se suele ver la relación que tiene con su sufrimiento emocional. Seguramente sea porque no hay condiciones infraestructurales propias que permitan establecer una mínima relación terapéutica a través de la cual se pueda comunicar, o bien porque tocar esos temas “escabrosos” e íntimos resulta también conflictivo para el profesional. En cualquier caso, el hecho es que la realidad de nuestra intervención médica queda así muy limitada y resulta parcial.

Es evidente que el profesional de la salud no puede influír directamente en un conflicto laboral que conduce a una persona al paro laboral, en las exigencias y objetivos de logro que le marca su empresa, en la soledad afectiva ni en tantas situaciones sociales que provocan dinámicas de embrutecimiento emocional, distrés y vacío existencial.Pero sí podemos abordar su sufrimiento,acompañarla , y ayudarle a que tome conciencia de algunos aspectos de su realidad interna y de la realidad social, de su carácter, sus condicionantes históricos inconscientes, y de otras cosas que le permitan gestionar mejor su realidad y sus posibilidades humanas.Adquiriendo una mayor capacidad para afrontar las dificultades y los conflictos, tanto a nivel individual como de forma colectiva , amplíando su capacidad de resolución y goce.En mi opinión esto si es competencia del ámbito de la Salud y podría hacerlo, en mayor o menor medida, cualquier profesional. Pero para ello es necesario adoptar ,más allá de la especialidad sanitaria, una posición “psicoterapéutica”. Lo cual no se suele enseñar.

Ante este estado de cosas las instituciones académicas también tienen su responsabilidad, porque en nuestra sociedad occidental cada vez más especializada, los profesionales de la salud recibimos una formación donde el foco de atención son los síntomas visibles que muestran una enfermedad concreta, y no el enfermo. Lo que predispone a una praxis certera y efectiva en muchos aspectos, pero parcial y sesgada. Se olvida la funcionalidad psicosomática del ser humano y los factores psicosociales que influyen en su perturbación, así como las fuentes teóricas que lo demuestran.

                                   

 

1.2.Surge la psicoterapia

 

 

A lo largo de la historia de la humanidad, filósofos y médicos como Hipócrates, Galeno, Paracelso… se han aproximado a la comprensión de la enfermedad a partir del conocimiento de la persona que la sufre, sus hábitos higiénicos y alimentarios, su conducta social, sus relaciones familiares y laborales, su forma de pensar, de sentir, de comunicarse. Pero no será hasta el siglo XX cuando S. Freud mostrará de forma empírica y por tanto científica, esa interrelación funcional entre los trastornos psíquicos y los somáticos. Sus estudios dan pie al desarrollo de la praxis psicoterapéutica y de la “medicina psicosomática” al que han contribuido de forma brillante profesionales de nuestro país como A. Garma, Laín Entralgo, Rof Carballo y J. López Sánchez, entre otros muchos. Abriéndose líneas de investigación vanguardistas como es el caso de la “psiconeuroinmunología” (Roustan, M., 2004)

 

Esta perspectiva también se refleja en la carta fundacional de la O.M.S. cuando manifiesta: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no simplemente la ausencia de enfermedad o afección”. Desde mi punto de vista, esto significa que nuestro bienestar, y por tanto nuestra salud, depende de las dinámicas que se establecen en nuestras familias, centros de trabajo, instituciones educativas, etc. y de nuestros hábitos y conductas cotidianas. Lo cual implica una intervención sanitaria global donde el profesional de la salud, desde su compromiso con lo humano, ejerce una función social, en cuanto que conociendo las causas que provocan el sufrimiento a sus enfermos puede determinar los factores de riesgo patógeno (no solo “médicos” sino también psicológicos y emocionales) que se gestan en los sistemas humanos. Y por tanto, a partir de su información, instituciones sociales y políticas pueden tomar medidas consecuentes en pro de la salud.

                                               

Si bien fue S. Freud y su modelo psicoterapéutico, el psicoanálisis, quien puso las bases para el desarrollo de la psicoterapia y marcó las directrices que debían seguir los profesionales que quisieran formarse en esta especialidad clínica (que son en gran medida las que se siguen utilizando actualmente), otros profesionales como C. Jung, A. Adler, W. Reich, F. Perls, partiendo de sus enseñanzas desarrollaron sus propios modelos y crearon escuelas que siguen vigentes en la actualidad avalando el trabajo de sus miembros y su actuación deontológica en pro de la defensa de los derechos y del buen trato que el paciente tiene que recibir durante su proceso.

Es por ello que “El término psicoterapia no presupone una orientación o enfoque científico-profesional especializado, en cuanto se especifica en diversos y peculiares orientaciones teóricas, prácticas y aplicadas” [1] , sino más bien una forma de entender la enfermedad psíquica y de acompañar y abordar el sufrimiento humano.

En esta ocasión sólo recordaré que los modelos psicoterapéuticos imperantes en este momento son: el psicoanálisis (y dentro del mismo, la corriente freudiana, kleiniana, lacaniana, la denominada “psicología del yo“, y la corriente “de la intersubjetividad”), el análisis jungiano, la psicoterapia existencial, la psicoterapia sistémica, la terapia gestalt y la psicoterapia corporal (vegetoterapia caracteroanalítica, análisis bioenergético, corenergética, radix, grito primal ...) 

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María del Carmen

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