Los recuerdos del nacimiento, el trauma del nacimiento y la angustia

27.06.2013 06:37

 
Esto es un ejemplo de la consideración que me induce a pedir que la teoría de la relación entre el trauma del nacimiento y la angustia se mantenga en suspenso mientras se trabaja en la psicología del niño antes, durante y después del nacimiento. Así, pues, mi tesis actual es una tesis compuesta: que las experiencias normales del nacimiento son buenas y susceptibles de promover la fuerza y la estabilidad del yo. Quisiera ahora llamar la atención sobre el modo en que el trauma del nacimiento penetra en la situación analítica, mostrando claramente que el hablar con el paciente acerca del trauma en cuestión es algo que resulta extremadamente semejante a esquivar el tema principal. Tendría dudas sobre el valor de una interpretación que se basara en el trauma del nacimiento en el caso de un paciente que no se hallara en estado de profunda regresión durante la situación analítica y que no estuviera clínicamente enfermo entre las sesiones analíticas. Una de las dificultades de nuestra técnica psicoanalítica estriba en conocer, en un momento dado, qué edad tiene el paciente en la relación de transferencia. En algunos análisis, el paciente tiene su propia edad durante la mayor parte del tiempo; entonces se puede alcanzar todo lo necesario de los estados infantiles por medio de los recuerdos y fantasías del paciente, que él expresa como adulto. Creo que en semejantes análisis no habrá ninguna interpretación útil del trauma del nacimiento, o bien el material natal se manifestará en los sueños, los cuales son interpretables a todos los niveles. Sin embargo, se puede profundizar el análisis si hace falta, no siendo necesario que el paciente esté muy enfermo para que en algunos momentos de la sesión analítica se convierta en un niño pequeño. En tales momentos hay muchas cosas que el analista debe comprender sin pedir una descripción inmediata mediante palabras de lo que está sucediendo. Me estoy refiriendo a algo que es más infantil que el comportamiento de un pequeño que juega con sus juguetes. Según las predilecciones del analista, y según el diagnóstico del paciente, será aconsejable no trabajar con el paciente en estos términos. Lo que estoy procurando dejar bien sentado es que, si las experiencias natales penetran en la situación analítica, habrá muchas pruebas de otra índole que demostrarán que el paciente se halla en un estado extremadamente infantil. 

La experiencia del nacimiento 
Se entiende, pues así lo hizo notar Freud, que la experiencia del nacimiento no tiene nada que ver con ninguna clase de conciencia de una separación de la madre, de su cuerpo.
Nos es posible postular cierto estado mental para el no nacido. Creo que podemos decir que las cosas van bien si el desarrollo personal del yo del pequeño no se ha visto trastornado en su aspecto emocional y físico. Ciertamente, antes del nacimiento existe un principio de desarrollo emocional y es probable que antes del nacimiento exista una capacidad para un progreso falso y nada sano en el desarrollo emocional; en la salud, los trastornos ambientales de cierta consideración constituyen estímulos valiosos, pero más allá de cierto grado estos trastornos no son útiles por cuanto provocan una reacción. En esta fase tan precoz del desarrollo el yo no tiene suficiente fuerza para que se produzca una reacción sin pérdida de identidad. Estoy en deuda con una paciente por una forma de expresar esto que provino de una apreciación muy profunda y acertada de la posición del pequeño en una fase precoz. Esta paciente tenía una madre deprimida, de acentuada rigidez y que siguió, una vez nacida la niña, sosteniéndola fuertemente por temor a que se le cayese. Es por esto que la descripción se hace en términos de presión. Juntos hicimos el siguiente planteamiento que a la larga demostró tener una importancia vital para aquel análisis. La comprensión de esto alcanzó el mismo fondo de sus dificultades, describiendo fielmente el alcance de la regresión que tuvo que efectuar antes de empezar a avanzar de nuevo en su desarrollo emocional. Esta paciente dijo: «Al principio el individuo es como una burbuja. Si la presión exterior se adapta activamente a la presión interior, entonces la burbuja es lo significativo, es decir, el ser del pequeño. No obstante, si la presión ambiental es superior o inferior a la presión existente dentro de la burbuja se adapta a la presión exterior». Junto a su comprensión de esto, la paciente sintió que por primera vez, en el análisis, la sostenía una madre relajada, es decir, una madre que estaba viva, despierta y dispuesta a realizar una adaptación activa a través de su dedicación a la pequeña. Antes del nacimiento, especialmente si éste se retrasa, es muy fácil que se produzcan experiencias repetidas en las que, de momento, el énfasis recae más en el medio ambiente que en el ser; y es probable que el pequeño no nacido se vea más y más atrapado en esta especie de relación con el medio ambiente, a medida que se va acercando la hora del nacimiento.
Así, en el proceso natural la experiencia del nacimiento constituye una muestra exagerada de algo que al pequeño ya le es conocido. Por el momento, durante el nacimiento, el pequeño es un reactor y lo que importa es el medio ambiente; después del nacimiento se produce el retorno a un estado de cosas en el cual lo importante es el pequeño, sea cual fuere el significado de esto. En la salud, antes del nacimiento, el pequeño está preparado para sufrir algún ataque del medio ambiente y ya ha vivido la experiencia de un retorno natural desde la reacción a un estado en que no es necesario reaccionar, único estado en el que el ser puede empezar a existir. No puedo plantear de forma más sencilla el proceso normal del nacimiento. Se trata de una fase temporal de reacción y, por consiguiente, de pérdida de identidad, ejemplo importante -para el cual el pequeño ya está preparado- de la interferencia con el "ir tirando" personal, un ejemplo que no es tan poderoso ni prolongado que quiebre el hilo del proceso personal continuado del pequeño. Habrán notado que no estoy defendiendo la idea de que el comienzo de la respiración resulte algo esencialmente traumático. El nacimiento normal no es traumático por cuanto no es significativo. A la edad que tiene al nacer, el pequeño no está preparado para recibir de forma prolongada los ataques del medio. Precisamente por ser significativa para el pequeño la experiencia del trauma natal es psicológicamente traumática. El «ir tirando» personal del individuo se ve interrumpido por sus reacciones ante una serie de ataques prolongados. Cuando el trauma natal es significativo, todos los detalles del ataque y de la reacción quedan, por así decirlo, grabados en la memoria del paciente del modo a que estamos acostumbrados cuando el paciente revive las experiencias traumáticas de su vida posterior (la clase de experiencias que a veces son afortunadamente recobradas mediante abreacción o hipnosis). Al reunir ejemplos de ataque no trataré de conservar ningún orden ya que no me he decidido sobre cómo hacerlo; en el estudio de un paciente analítico, sin embargo, uno se encuentra con un orden de detalles que no puede por menos que impresionar. Cabe señalar que lo más importante es el trauma que representa la necesidad de reaccionar. En esta fase del desarrollo humano la reacción equivale a la pérdida temporal de identidad. Esto da un sentimiento extremo de inseguridad y pone los cimientos paja la espera de más muestras de pérdida de continuidad del ser, e incluso una desesperanza congénita (pero no heredada) con respecto a la consecución de una vida personal.
Las fases repetidas de inconsciencia (utilizo aquí la palabra en su sentido físico), ya sean debidas a cambios del cerebro o a la anestesia administrada a la madre, no es probable que resulten significativas. Cuando el paciente da muestras de haber quedado inconsciente una o varias veces en esta situación es probable que se trate de una nueva representación del momento en que se rompió el hilo de la continuidad del ser debido a las fases repetidas de reacción prolongada ante los ataques ambientales tales como la presión. La inconsciencia (como sucede después de una conmoción) no es recordada. Entre los rasgos típicos del verdadero recuerdo natal se halla el sentimiento de ser presa de algo externo, de tal manera que uno se ve reducido a la impotencia. Observarán que no estoy diciendo que el bebé sienta que la madre lo está aprisionando. El hecho es que los ataques externos exigen que el bebé se adapte a ellos, mientras que en el momento de nacer lo que hace falta es que el medio se adapte al bebé. El pequeño es capaz de soportar la necesidad de reaccionar ante los ataques durante un período limitado de tiempo. Hay aquí una relación muy clara entre lo que el bebé experimenta y lo que experimenta la madre al verse confinada, como se dice. Se registra un estado durante el parto (4) en el cual, una madre, en la salud, debe ser capaz de resignarse a un proceso comparable casi exactamente a la experiencia que vive el bebé al mismo tiempo. Aeste sentimiento de impotencia pertenece la naturaleza intolerable de experimentar algo sin tener la más mínima idea de cuándo va a terminar ese algo. Un prisionero de guerra nos dirá que lo peor de tal experiencia es el desconocer cuándo va a terminar; esto hace que tres años de cautiverio resulten peores que una sentencia de veinte años. Es fundamentalmente por esta razón que en la música la forma revista tanta importancia. A través de la forma, el fin está a la vista desde el principio. Podríamos ayudar a muchos bebés si nos fuera posible, durante el parto prolongado, decirles o transmitirles la idea de que el proceso del nacimiento durará solamente un tiempo determinado. Sin embargo, el bebé es incapaz de comprender nuestro lenguaje; más aún, el bebé no puede recurrir a ningún precedente, a ninguna vara de medir. El bebé con edad de nacer posee un conocimiento rudimentario de los ataques que provocan reacción, de manera que el proceso normal de nacimiento puede ser aceptado por el bebé a modo de nuevo ejemplo de lo que ya ha sucedido; pero un parto difícil va mucho más allá que cualquier experiencia prenatal de peligros que susciten una serie de reacciones.
En el caso de una paciente en cuyo análisis hubo una oportunidad especialmente buena para observar el proceso natal, toda vez que éste fue revivido repetidas veces, pude detectar cada uno de los núcleos del yo a medida que fueron apareciendo en una reacción adecuada al tipo de ataque recibido. Para citarles algunos les diré que observé el núcleo de las vías urinarias, del flato, del ano, el núcleo fecal, de la piel, de la saliva, de la frente, de la respiración, etc. Puede que estas consideraciones arrojen algo de luz sobre la dificultad que tenemos para describir el débil yo del individuo inmaduro sabiendo como sabemos cuán tremendamente fuerte es cada uno de los núcleos del yo. Lo débil es la integración de una organización total del yo. En el presente contexto hay mucho que decir acerca de lo que sucede cuando, con una organización del yo extremadamente inmadura, el niño debe enfrentarse a un medio que insiste en ser importante. Puede haber una falsa integración que entrañe algún tipo de pensamiento abstracto que sea antinatural. También aquí se presentan dos alternativas: en un caso existe un desarrollo intelectual precoz; en el otro, se produce un fallo en el desarrollo intelectual. Cualquier cosa que esté entre estos dos extremos no sirve para nada. Este desarrollo intelectual constituye un estorbo porque emana de una fase demasiado precoz de la historia del individuo, de manera que patológicamente no está relacionada con el cuerpo y sus funciones y con los sentimientos e instintos y sensaciones del yo total (5). Aquí cabe observar que el pequeño que se ve trastornado al tener que reaccionar a la fuerza, se ve trastornado en su «ser». Este estado de «ser» solamente puede existir bajo ciertas condiciones. Al reaccionar, el pequeño no es un «ser». El medio atacante todavía no puede ser percibido por el pequeño en tanto proyección de la agresión personal, ya que todavía no se ha llegado a la fase en la que esto signifique algo. A mi modo de ver, un severo trauma de nacimiento (de índole psicológica) puede provocar un estado, al que denominaré «congénito», de paranoia, aunque no hereditario. La observación de muchos pequeños en mi clínica me da la impresión de que es posible que inmediatamente después del nacimiento exista una fuerte base paranoide. No puedo dar mejor ejemplo que el de la descripción de un sueño de una paciente (mujer; veintiocho años; diagnóstico: esquizofrenia con rasgos paranoides) como reacción a la lectura de la obra El trauma del nacimiento, de Rank.
Soñó que se hallaba bajo un montón de grava. La totalidad de la superficie de su cuerpo era sumamente sensible, hasta un grado difícil de imaginar. Tenía la piel quemada, que para ella representaba una forma de decir que su piel era extremadamente sensible y vulnerable. Toda ella estaba quemada. La mujer sabía que si alguien acudía en su ayuda, el dolor iba a resultarle insoportable, tanto física como mentalmente. Sabía el peligro que iba a representar que alguien acudiese para quitar la grava y tratar de curarla, y la situación era intolerable. Puso de relieve el hecho de que junto a esto hubiera unos sentimientos comparables con los que corresponden a su intento de suicidio. «Una ya no puede soportar nada. Es lo horrible de poseer un cuerpo, y una mente que ya ha pasado por demasiado. Era todo ello a la vez, el que fuese tan completo, lo que hacía que resultase tan imposible. Si al menos la gente me dejase en paz. Si no me estuvieran atosigando todo el tiempo.» Sin embargo, lo que sucedió en el sueño era que alguien acudía y derramaba aceite sobre la grava dentro de la cual se hallaba ella. El aceite atravesaba la grava y llegaba a su piel, cubriéndola. Luego la dejaban completamente tranquila durante tres semanas, al cabo de las cuales podían quitar la grava sin hacerle daño; y cuando le quitaron su piel había sanado casi por entero. Había, sin embargo, una pequeña llaga entre los pechos, una zona triangular a la que no había llegado el aceite y de la cual surgía algo parecido a un pene pequeño o a un cordel. Hubo necesidad de atender a aquello, lo cual, por supuesto, resultaba levemente doloroso pero perfectamente soportable. Era algo sin importancia y alguien lo arrancó simplemente. Aquí hay un trasfondo mucho menos sofisticado que el del sueño de la paciente H, ya que la paciente no era histérica, sino psicótica. Por eso es evidente el afecto verdadero. La persona que comprendía y vertía aceite sobre la paciente era yo, el analista, y el sueño indicaba un grado de confianza adquirido a través de mi forma de llevar el caso. No obstante, el sueño en sí es una reacción ante un ataque (la lectura del libro de Rank) y el análisis sufrió un retroceso temporal. 

La cabeza. 
En el nacimiento corriente la cabeza del riño constituye la avanzadilla encargada de la tarea de dilatar las zonas blandas de la madre.
Hay diversas formas de recordar esto. Cabe retenerlo como importante modo de progresión que puede ser descrito con la palabra «reptación». Esta palabra aparece en un libro de Casteret llamado My Caves. El autor describe la forma en que atraviesa agujeros al explorar cuevas profundas. Lo que importa de la reptación es que los brazos no intervienen para nada, ni tampoco las manos. A decir verdad, el autor no sabe cómo puede producirse un movimiento de avance. Supongo que en la huella mnémica del nacimiento normal no habría ningún sentimiento de desamparo. El pequeño sentiría que los movimientos natatorios que, como sabemos, es capaz de realizar el feto, así como los movimientos que he llamado de «reptación", producen el avance. El pequeño puede percibir fácilmente el nacimiento en sí; en el caso normal, verá que se trata del resultado afortunado de su esfuerzo personal debido a una sincronización más o menos exacta. No creo que los hechos justifiquen la teoría de que en el proceso natal en sí existe esencialmente un estado dentro del cual el bebé se siente desamparado. Sin embargo, muy a menudo el retraso produce exactamente esto: el desamparo o un sentimiento de retraso infinito. Es muy fácil que haya un retraso en el momento en que existe constricción en torno a la cabeza, y creo firmemente que el tipo de jaqueca que se describe como una cinta atada en torno a la cabeza es a veces un derivado directo de sensaciones natales recordados somáticamente. En el trabajo analítico es posible relacionar esta cinta que oprime la cabeza con la experiencia de verse atrapado en un ataque ambiental que no tiene un fin previsible. Es posible concebir que hay una gran variedad de sensaciones que no son tan claramente delineables, tales como ruidos, afluencia de sangre a la cabeza, sensación de congestión en la parte superior, y la sensación de que «algo cede, como si la sangre estuviera escapándose». Éstos y otros síntomas frecuentes de la cabeza en el campo psicosomático están relacionados con el delirio psicótico en el que se produce una descarga a través de la parte superior de la cabeza, y he podido comprobar que los cascos y las capuchas son importantes por cuanto aportan la confianza de que el self no escapará por el punto mencionado. La acción de arrancar la cabellera tiene una significación primaria y no es un mero desplazamiento de la castración.
Relacionadas con esto están las múltiples variaciones sobre el tema de los cuernos y los unicornios, que tal vez hundan una importante raíz en la extensión de la personalidad hacia adelante que se da en el proceso del nacimiento, y en virtud de la cual el cuerpo se impulsa a sí mismo. Existe aquí una base para la fantasía consistente en el reingreso en la madre con la cabeza por delante. Esto quedó en evidencia durante un análisis. La paciente, la segunda de un par de mellizas, no era esperada y durante largo tiempo después del nacimiento no fue atendida. Durante el análisis hubo un momento en que el dilema de la paciente fue si debía retener la relación que le era conocida o convertirse en una entidad aparte sin que se le presentase ningún objeto externo. La primera alternativa proporcionaba una falsa relación objetal y en el análisis estuvo representada por una compulsión a tener la mano sobre la cabeza, representando la mano el cuerpo de la madre. Con gran facilidad esto se entretejió con una falsa homosexualidad en la que la paciente penetraba de cabeza en el cuerpo de la mujer. En este caso los brazos resultaban notablemente inútiles. En el primer sueño que me presentó la paciente hallaba tratando de efectuar el coito sin valerse de los brazos, habiéndosele desarrollado una artritis reumatoide confinada en principio a los codos y muñecas, de tal manera que los brazos, para los que no tenía ninguna aplicación fundamental, habían sido virtualmente eliminados. Huelga decir que el erotismo oral quedaba severamente inhibido como parte del mismo complejo y la paciente ya se había hecho arrancar todos los dientes. La identificación de todo el cuerpo con los genitales masculinos se presenta en la labor analítica. No hay que olvidar que esto puede tener su base en la experiencia del nacimiento, donde el cuerpo actúa como un todo, y sin los brazos y sin erotismo oral o de ninguna otra clase (excepto el de los músculos utilizados para los movimientos natatorios o de reptación). El cuerpo prosigue sencillamente a través de un medio ambiente que se ha hecho más angosto. 

El pecho. 
Después de las experiencias de la cabeza siguen en importancia las del pecho. Esta parte de mi descripción puede subdividirse en tres partes: primero el recuerdo de unas cintas realmente constrictivas a diversos niveles en torno al pecho. Puede que estas constricciones sean deseadas, hecho que comprobamos especialmente en ciertas perversiones, pero también en detalles ordinarios de nuestra indumentaria.
Cabría decir que el individuo que conserva una fuerte huella mnémica de esto, es decir, de una constricción alrededor del pecho, prefiere sentir una constricción conocida y controlada que seguir sufriendo la falsa ilusión de una constricción basada en huellas mnémicas del nacimiento. La segunda parte de esta descripción se efectúa en términos de función. He comprobado que la huella mnémica de la restricción de la expansión pectoral durante el proceso natal traumático puede ser muy fuerte, y una de las cosas importantes acerca de ello es el contraste existente entre la actividad pectoral reactiva y la actividad pectoral de verdadera ira. Durante el proceso natal, como reacción ante la construcción de los tejidos maternales, el pequeño se ve obligado a realizar lo que (de haber un poco de aire disponible) sería un movimiento de inspiración. Después del nacimiento, si todo marcha bien, el llanto del pequeño instaura la expresión de que está vivo por medio de la espiración. Esto es un ejemplo, en términos de función física, de la diferencia entre reaccionar y simplemente seguir «siendo». Cuando se produce un retraso y alguna dificultad excepcional, el paso hacia el llanto normal no se da de forma lo bastante definida y el individuo se queda siempre con algo de confusión cerca de la ira y su expresión. La ira reactiva obra en menoscabo de la instauración del yo. Sin embargo, bajo la forma de llanto, la ira puede ser egosintónica a partir de una edad muy temprana, una función expulsiva con un objetivo claro: vivir tal como se desea, y no reactivamente. El tercer punto referente al pecho y al nacimiento consiste en la sencilla sensación de falta de algo, una falta que podría ser aliviada si fuese posible liberar la respiración. En un caso donde había antecedentes de placenta previa y nacimiento muy retardado, así como de asfixia aguda, la paciente, que sólo contaba seis años de edad, se quejaba de una constante sensación de «falta de oxígeno». Ya había experimentado antes que al aire parecía faltarle algo, y cuando oyó hablar del oxígeno aprovechó la idea inmediatamente. Esta sensación persistía en forma de síntoma muy importante. No hay que olvidar, en mi opinión, la experiencia de dificultades respiratorias durante el nacimiento cuando uno busca las diversas raíces de los trastornos respiratorios y perversiones que incluyen la obstrucción de la respiración. El deseo de asfixiarse puede ser muy fuerte y se presenta en forma de fantasía masturbatoria, en cuya puesta en práctica (acting out) han fallecido muchos que no tenían ningún propósito suicida.
Se halla presente en el suicidio a la inversa, llamado por lo común «asesinato». En virtud de una inversión de papeles, la asfixia activa puede cobrar la forma de una amabilidad pervertida en la que la persona activa siente que la pasiva anhela ser asfixiada. Hay un poco de todo esto, así como de todo lo demás, en la sana y apasionada relación sexual. El estudio de la necesidad de poder pasarse sin respirar, necesidad que puede encontrarse en las prácticas místicas de diversas religiones orientales, no puede ser completo a menos que el recuerdo corporal del nacimiento del individuo sea tornado en consideración. Existen, por supuesto, otras cosas igualmente importantes que intervienen en la mística negación de la respiración, especialmente en el intento de negar la diferencia entre la realidad interior y la exterior. 

Conclusiones 
Con el fin de conservar su forma personal de ser, el individuo, al principio, necesita un mínimo de ataques ambientales que susciten reacción. Todos los individuos tratan realmente de hallar un nuevo nacimiento en el cual el hilo de su propia vida no se vea trastornado por un número de reacciones superior al que pueda ser experimentado sin pérdida del sentimiento de continuidad de la existencia personal. La salud mental del individuo es establecida por la madre, la cual, por estar dedicada a su pequeño, es capaz de llevar a cabo una adaptación activa. Esto presupone que en la madre existe un estado básico de relajación, así como la comprensión del modo de vivir propio del pequeño, que también nace de la capacidad materna para identificarse con él. Esta relación entre la madre y el pequeño tiene un principio antes de que el niño nazca y en algunos casos continúa a lo largo del proceso natal y después del mismo. Tal como yo lo veo, el trauma del nacimiento es la pausa en la continuidad del "seguir siendo" del pequeño, y cuando esta pausa es significativa, los detalles de la forma en que se perciben los ataques, así como de la reacción del pequeño ante los mismos, son a su vez factores significativos y contrarios al desarrollo del yo. Por consiguiente, en la mayoría de casos el trauma del nacimiento es moderadamente importante y determina gran parte de la necesidad general de renacer. En algunos casos, este factor adverso es tan grande que el individuo no tiene oportunidad (aparte del renacimiento que tiene lugar en el curso del análisis) de realizar una marcha progresiva y natural en su desarrollo emocional, aun cuando los subsiguientes factores externos sean extremadamente buenos.
Si tenemos en cuenta el aspecto teórico del origen de la angustia, sería dar un paso en falso relacionar un fenómeno tal, universal como es la angustia con un caso especial de nacimiento: el traumático. Sería lógico, sin embargo, tratar de relacionar la angustia con la experiencia natal normal, pero en este trabajo sugiero que no sabemos aún lo bastante acerca de cuáles son las experiencias normales del nacimiento desde el punto de vista del pequeño y, por lo tanto, no podemos decir que exista una relación íntima entre la angustia y el nacimiento normal y no traumático. La experiencia natal traumática, a mi entender, determina no tanto el patrón de angustia subsiguiente como el patrón de subsiguiente persecución. 

Resumen 
El estudio del trauma del nacimiento es importante por derecho propio. Las claves que conducen a la comprensión de la psicología infantil, incluyendo el trauma del nacimiento, deben hallarse por medio de la experiencia psicoanalítica allí donde la regresión constituya un rasgo. Esta comprensión cobra prioridad sobre la comprensión intuitiva e incluso sobre el estudio objetivo de los niños y de la relación madre-niño en sus primeras fases. Cuando en el análisis aparece material relacionado con el nacimiento y en forma significativa, el paciente, sin duda, da otras señales de hallarse en un estado extremadamente infantil. Puede que un niño determinado esté jugando a algo que contenga un simbolismo natal, y del mismo modo, un adulto nos dará cuenta frecuentemente de alguna fantasía relacionada, consciente o inconscientemente, con el nacimiento. Esto no es lo mismo que la puesta en práctica (acting out) de las huellas mnémicas derivadas de la experiencia natal, la que aporta el material para el estudio del trauma del nacimiento. Son los pacientes psicóticos quienes tienden a revivir semejantes fenómenos de la primera infancia, dejando a un lado, la fantasía que utiliza símbolos. He postulado una experiencia natal normal que no es traumática. No he podido probarla. Sin embargo, con el fin de que mis ideas queden claras, he dado por sentada la existencia de una experiencia natal normal y he inventado dos grados de nacimiento traumático: uno común y con sus efectos anulados en su mayor parte por el subsiguiente buen control del pequeño, y el otro decididamente traumático, difícil de contrarrestar incluso por medio de los más atentos cuidados, y que deja su huella permanente en el individuo. En el caso de que se comprobase que estas suposiciones son acertadas, habría que formular ciertas consideraciones teóricas.
Toda vez que la angustia es un fenómeno universal, no puede ser puesta en correlación directa con un caso especial de nacimiento, a saber: el nacimiento traumático. Tal es la clave del conocido hecho de que clínicamente haya una relación entre las manifestaciones de la angustia y los detalles del trauma natal esté en que el citado trauma determina el patrón de las subsiguientes persecuciones; de esta manera el trauma natal determina de modo indirecto la forma en que la angustia se manifiesta en algunos casos. Uno de los derivados de esta teoría consiste en que la misma nos proporciona una forma de considerar la paranoia congénita, que es bastante común, pero no heredada. El punto sobre el que tanto insisto se halla contenido en el título y texto de los dos artículos de Greenacre. Greenacre habla de la predisposición a la angustia aunque no afirma exactamente que la experiencia natal traumática determine el patrón de la persecución esperada. Lo que sugiere una experiencia natal traumática puede determinar la existencia así como el patrón de una disposición paranoide. Dicho de otro modo, si se acepta la teoría kleiniana de la angustia paranoide, en la cual el alivio en el análisis procede exclusivamente de la plena aceptación por parte del paciente del sadismo oral y de la ambivalencia para con el objeto "bueno», hay que considerar lo que se piensa acerca de los casos bastante frecuentes en los cuales los antecedentes paranoides datan del nacimiento. Mi sugerencia, que se basa en mi trabajo psicoanalítico, es la de que en ciertos casos, cuyos antecedentes se remontan al nacimiento, hay una predisposición tan fuerte a las ideas de persecución (así como un patrón fijo de la misma) que probablemente en tales casos la paranoia no sea consecuencia del sadismo oral. Dicho de otra manera, en mi opinión hay ciertos casos de paranoia latente en los que el análisis de la paranoia según la línea de recuperación del pleno alcance del sadismo oral no aporta la solución completa, porque hace falta, además, que dentro del marco analítico se reviva la experiencia natal traumática. Se hace necesario desplazar un factor ambiental. Quisiera que se me entendiese claramente. Ningún caso paranoide puede ser analizado simplemente permitiendo al paciente que reviva el trauma del nacimiento. Lo único que les estoy sugiriendo es que en un porcentaje de casos paranoides existe un factor más: que el nacimiento fue traumático y marcó en el pequeño un patrón de expectativa de interferencias con el «ser» básico.
Probablemente, con mayor experiencia, uno podría separar estos casos de otros casos paranoides atendiendo al cuadro clínico así como mediante un historial cuidadosamente preparado. En otro orden de cosas, encuentro un eslabón entre el trauma natal y los trastornos psicosomáticos, especialmente ciertas jaquecas y diversos tipos de trastornos respiratorios. En este caso uno podría decir que el trauma natal puede influir en el patrón de la hipocondría. Ahora es posible hacer una afirmación positiva. Freud reconoce la existencia de una continuidad entre la vida intrauterina y la extrauterina. Me parece que ignoramos en qué medida Freud era capaz de apoyar esta intuición, extraída de su labor analítica. En la observación de un caso determinado he podido darme la satisfacción de que el paciente fuera capaz de traer a la sesión analítica, bajo ciertas condiciones muy especiales, una regresión de parte del ser a un estado intrauterino. En tal caso, el paso de una existencia intrauterina a otra extrauterina y viceversa entraña experiencias que son propias del nacimiento del individuo, y esto hay que distinguirlo del movimiento, generalmente más importante y común, que se registra en la fantasía, de entrada y salida del cuerpo de la madre y del mundo interior del paciente. Ciertamente, cabe dar por sentado que a partir de la concepción el cuerpo y la psique se desarrollan juntos, al principio fundidos entre sí, más tarde separándose gradualmente. Ciertamente, se puede afirmar que antes del nacimiento de la psique (separada del soma) existe un «ir tirando» personal, una continuidad en la experimentación. Esta continuidad, a la que cabría calificar de principios del ser, se ve periódicamente interrumpida por fases de reacción ante los ataques. El ser empieza a incluir recuerdos de fases limitadas en las que la reacción ante algún ataque viene a interrumpir la continuidad. Al llegar el momento de nacer, el pequeño está preparado para tales fases, y lo que sugiero es que en el nacimiento no traumático la reacción ante el ataque que entraña el nacimiento no sobrepasa a la reacción para la cual está preparado el feto. Generalmente se supone que la nueva experiencia de la respiración tiene que ser traumática. Lo más probable es que no sea la iniciación de la respiración sino el retraso de la misma, asociado con un nacimiento retrasado, lo que aporta el factor traumático. Mi experiencia psicoanalítica me induce a pensar que no es necesariamente cierto en todos los casos que la iniciación de la respiración sea significativa.
A mí me parece que es en relación con el límite de las fases intolerables de reacción que el intelecto empieza a funcionar como algo distinto de la psique. Es como si el intelecto recogiera y juntase los ataques a los que hubo que reaccionar y los conservase condetalles y orden exactos, protegiendo de esta manera a la psique hasta que haya un regreso al estado de continuidad existencial. En una situación de índole más traumática el intelecto se desarrolla excesivamente e incluso puede parecer que gana en importancia a la psique y que después del nacimiento el intelecto puede seguir esperando y saliendo al encuentro de las persecuciones con el fin de reunirlas y conservarlas, sin dejar el objetivo de preservar la psique. El valor de esta defensa queda demostrado cuando el individuo se presenta para ser analizado, toda vez que en el marco analítico comprobamos cómo pueden ser recordadas las persecuciones primarias cuidadosamente recogidas. Entonces, por fin, el paciente pude permitirse el lujo de olvidarlas. Estoy en deuda con la doctora Margaret Little por su observación en el sentido de que esto puede explicar la forma en que, en la paranoia, las persecuciones desparramadas se integran y organizan como en el cuadro clínico común. La tarea de organizarlas la lleva a cabo el intelecto del individuo en defensa de la psique, y por esta razón la misma organización de persecuciones desparramadas es ardientemente defendida. Corolario de todo esto es que en algunos casos hay tal confusión en la persecución que el intelecto no logra agruparla y retener su orden. En tal caso, en vez de un intelecto perfeccionado, clínicamente nos encontramos con un aparente defecto mental, y eso a pesar de que el desarrollo originario del tejido cerebral era normal. Sería posible desarrollar este tema mediante una descripción de las sensaciones físicas propias del trauma natal que aparecen en la sintomatología psicosomática común. Lo que importa, sin embargo, es que para el paciente individual el patrón es cuidadosamente fijado, y también que en el revivir que tal vez aparezca en el transcurso del psicoanálisis se mantenga un orden definido en el tiempo. En cualquier análisis de un caso de este tipo uno se familiariza con las sensaciones y su orden en la medida en que sean propias del paciente que se esté tratando. A este respecto, es necesaria una importante consideración de carácter práctico. Me refiero a la forma en que es posible afrontar las cosas una por una, mientras que dos o más factores causan confusión.
Uno de los principios fundamentales de la técnica psicoanalítica es el de aportar un marco dentro del cual el paciente puede afrontar las cosas una por una. Nada hay másimportante en nuestra labor analítica que el tratar de ver qué es lo único que el paciente presenta a la interpretación o la reviviscencia durante una sesión determinada. El buen analista limita sus interpretaciones y actos al detalle presentado exactamente por el paciente. Es mala costumbre interpretar lo que a uno le parece entender, actuando de acuerdo con las propias necesidades y echando a perder el intento del paciente de afrontar las cosas de una en una. Parece que esto es tanto más cierto cuanto más se retrocede. La integración de la psique inmadura en el momento del nacimiento puede verse reforzada una reacción a los ataques, siempre y cuando no dure demasiado. Sin embargo, dos ataques requieren dos reacciones, y éstas dividen a la psique en dos mitades. El esfuerzo del yo que he descrito constituye un intento de mantener a raya los ataques por medio de la actividad mental, de manera que las reacciones que susciten puedan tener lugar de una en una y sin disrupción de la psique. Todo esto es posible demostrarlo muy bien en el trabajo psicoanalítico siempre y cuando uno sea capaz de seguir al paciente tan lejos como quiera remontarse en su desarrollo emocional, por medio de la regresión a la dependencia, con el fin de ir más allá del período en el que los ataques empezaron a ser múltiples e ingobernables. Finalmente, repito que no hay nada que pueda considerarse tratamiento basado exclusivamente en el análisis del trauma natal. Para llegar a estas fases tempranas primero tenemos que demostrarle al paciente nuestra competencia dentro de toda la gama de la comprensión psicoanalítica corriente. Más aún, cuando el paciente ha estado totalmente dependiente y ha vuelto a avanzar, a uno le es necesario poseer una comprensión muy segura de la posición depresiva y del desarrollo gradual hacia la primacía genital, así como de la dinámica de las relaciones interpersonales y de la necesidad acuciante de conseguir la independencia partiendo de la dependencia. Notas: (1) He tenido que volver a escribir esta parte (1954) ya que descubrí la labor de Greenacre después de haber escrito y leído este trabajo, aunque gran parte de los trabajos de Greenacre habían sido publicados cuando yo preparé esta aportación.
 
 

 

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