maltrato infantil abuso de poder de los padres<mermando sutilmente el yo interior> al niño 1

15.11.2013 10:42

El objetivo de esta investigación fue describir los vínculos de apego que establecen los niños víctimas de la violencia intrafamiliar activa y pasiva con las personas de su ambiente más próximo. El estudio se realizó con una muestra de 27 niños, entre 9 y 12 años de edad, que viven en sectores socioeconómicamente en desventaja de la ciudad de Barranquilla (Colombia). El método fue el de la Teoría Fundada o Grounded Theory de Glasser & Strauss (1967), el cual contribuyó a generar posturas a partir de la interpretación que los niños tenían de los vínculos de apego que establecen con sus padres o cuidadores y otras personas de su entorno. Se diseñó una entrevista semi-estructurada, que contempló cuatro categorías de análisis: Confianza, Comprensión de Sentimientos, Intimidad y Disponibilidad. Los resultados permitieron determinar, en primer lugar, la presencia activa de diferentes personas y contextos en la vida de estos niños trascendiendo el ámbito de la familia nuclear. Estas figuras subsidiarias, abuelos, tíos, primos, hermanos (cumpliendo roles parentales), amigos, vecinos y profesores, entre otros, son percibidos como personas que contribuyen a la construcción de una imagen de sí mismos, les brindan afecto, confianza y se preocupan por ellos, ayudando a mitigar así las carencias de base que encuentran en una relación inadecuada con los padres. También se encontró que los niños víctimas de la violencia activa perciben mayor inaceptación por parte de sus cuidadores principales que los víctimas de la violencia intrafamiliar pasiva, hecho que se relaciona con una marcada búsqueda de reafirmación de su valía en otras figuras, sean estos sus amigos u otros adultos.

Palabras claves: Vínculos de apego; Figuras de apego central y subsidiarias; Violencia intrafamiliar.

INTRODUCCIÓN

Desde la perspectiva de la psicología del desarrollo, la teoría del apego ilustra la relación entre las experiencias parentales tempranas y la capacidad para establecer relaciones cercanas, confortantes y compasivas con otros a lo largo de la vida. En este marco, Jonh Bowlby, pionero de la teoría del apego, sostuvo hace más de una década, que la violencia doméstica ocurre debido a una versión distorsionada de la conducta de apego que se desarrolla en la infancia y que luego es reactivada en la relación de pareja, declaración apoyada a partir de los estudios retrospectivos con adultos, (Bowlby, 1988 citado por Lewis y colaboradores, 2004).

En el caso de la violencia contra los niños, investigaciones nacionales e internacionales demuestran que las consecuencias de los actos violentos tienden a repetirse en los hijos de las víctimas, y se transmiten de generación en generación, lo cual hace que el problema se incremente, a menos que medien mecanismos para romper la cadena de violencia. Los vínculos de apego que los niños víctimas de la violencia intrafamiliar establecen íntima y socialmente con otras personas son el punto de partida de la transmisión de patrones transgeneracionales de violencia.

En Colombia, el Instituto de Bienestar Familiar, icbf, registró en el 2003, 26.824 casos de maltrato infantil, de los cuales 4.88% (1.309) correspondieron a abuso sexual; el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en 1999, informó sobre 62.123 casos de lesiones por violencia intrafamiliar; el 81% de las víctimas fueron mujeres; el número de niños y niñas víctimas del maltrato fue de 4.297 en el 2000, de los cuales el 55% fue en niñas. De los niños y niñas víctimas, 741 tenían menos de 4 años y 2.329 entre 5 y 14 años. En el 2003, informa el mismo organismo, cada tres horas hay violación de menores y se realizaron 14.239 dictámenes de violencia sexual, de los cuales el 84,4% fue contra mujeres con un promedio de edad de 13 años (Ortega, 2004).

En el 2004, el Instituto de Medicina Legal registró 3.030 casos de maltrato a menores cometidos por el padre, y 2.476, en los que la madre fue la responsable (Universidad del Norte, 2005). Todo esto lleva a estimar la violencia intrafamiliar como un problema de salud pública que afecta la integridad física y mental de los niños de un sector muy amplio de la población infantil colombiana y consecuentemente de la sociedad.

En esta investigación se considera relevante indagar sobre la forma cómo los niños víctimas de la violencia intrafamiliar se relacionan con sus padres y otras personas importantes en su vida, los encargados de su cuidado y protección, dado que esto constituye una vía para comprender mejor el problema, con miras a proponer estrategias de intervención en la familia que favorezcan el establecimiento de vínculos de apego sano y la transmisión de éstos a futuras generaciones.

Conocer sobre los vínculos de apego en niños víctimas de la violencia intrafamiliar acrecienta la comprensión del desarrollo socio-emocional del niño, de la forma cómo interactúa con su medio, cómo asume su realidad, sus emociones, necesidades y cómo en su proceso de desarrollo evoluciona hasta hacerse adulto y miembro de una familia, estableciendo modos particulares de relación.

El punto de partida de esta investigación lo constituye la revisión del estado del arte sobre vínculos de apego, que aunque muestra una amplía documentación teórica y práctica sobre el curso del apego desde la infancia hasta la adultez, carece de una profundización en lo que se refiere a la infancia media, que es el grupo poblacional que se eligió para esta investigación puesto que, como lo declaran Target M., Fonagy & Schmueli-Goetz (2003), sólo en los últimos años se ha empezado a incursionar en el estudio de los vínculos de apego en la infancia media. De hecho, no se cuenta con instrumentos estandarizados para nuestras poblaciones que favorezca la indagación en estas edades.

Por lo tanto, la elaboración e implementación de una entrevista semi-estructurada hizo posible orientar esta exploración a la población infantil vulnerada por la violencia intrafamiliar, de modo que este proyecto se constituya en un innovador aporte no sólo respecto a lo conceptual sobre violencia intrafamiliar, sino también con referencia a líneas de investigación que puedan derivarse sobre vínculos de apego.

La falta de estudios en Colombia sobre violencia intrafamiliar en el marco de las relaciones de apego, y sobre los vínculos de apego de los niños en la infancia media, convierten a esta investigación en la primera en su género en nuestro medio. Como tal, aporta una descripción del modo cómo los niños colombianos víctimas de la violencia intrafamiliar establecen vínculos afectivos, con lo cual revelan los patrones potenciales de sus relaciones adultas. Los resultados de este estudio orientarán el diseño de estrategias de intervención en comunidades de población vulnerable, a través de programas de sensibilización, prevención de patrones de relación violentos y promoción de vínculos afectivos sanos, dentro de los contextos educativos, social y familiar.

 

CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE EL VÍNCULO DE APEGO

Los conceptos científicos sistemáticos sobre el vínculo de apego comienzan con John Bowlby en 1969 (Bowlby, 1993). Su observación de los problemas emocionales de los niños criados en instituciones, le llevaron a concluir que éstos tenían una gran dificultad en formar y mantener relaciones cercanas. Atribuyó este problema a la carencia de estos niños de un fuerte apego con sus madres durante la infancia. Su interés en este campo le condujo a dar una explicación etológica de cómo y por qué se establece el vínculo entre la madre y su hijo. Apoyado en la experimentación, Bowlby (1993) planteó la hipótesis de que la necesidad de vinculación entre el niño y su madre constituye una necesidad primaria y fundamental en el desarrollo de la personalidad que cumple una función de supervivencia y protección para el niño.

El sistema de apego fue considerado por Bowlby como un sistema conductual preadaptado para combatir y reducir el estrés y mantener un sentimiento de seguridad. Bajo condiciones normales, una relación de apego con un funcionamiento normal, en la cual el infante puede señalar abiertamente el malestar y recibir una respuesta sensible por parte del cuidador, servirá para amortiguar el choque del infante – y del adulto – contra niveles extremos de la situación atemorizante (Lyons-Ruth, K., 2004).

La experiencia de seguridad, afirma Fonagy, P. (1999), es el objetivo del sistema de apego que es por tanto, primero y por encima de todo, un regulador de la experiencia emocional. Este autor explica que en el desarrollo del niño, las experiencias pasadas con el cuidador son incorporadas en sus sistemas representacionales, a los cuales Bowlby denominó modelos internos activos, traducible también como modelos internos de trabajo. Según Bowlby, todo individuo elabora sus propios modelos del mundo y de sí mismo, con ayuda de los cuales percibe los hechos producidos, prevé el futuro y elabora sus planes. En estas representaciones tempranas, una característica clave es el criterio del individuo para establecer quiénes son sus figuras de apego, dónde puede encontrarlas y qué puede esperar de ellas. De allí que los conceptos de figura central y figuras subsidiarias constituyan uno de los ejes de la teoría del apego.

 

FIGURAS DE APEGO CENTRAL Y SUBSIDIARIAS

Generalmente la figura de apego central es la madre, quien provee los cuidados. Los estudios realizados con niños de diferentes culturas mostraron que si bien éstos preferían una figura central, buscaban otras subsidiarias como hermanos mayores y abuelos, dependiendo de la estructura familiar. La figura de apego central es buscada por el niño para proveerse de afecto, cuando está cansado, hambriento, enfermo, o se siente alarmado, y también cuando no sabe con certeza donde se encuentra (Bowlby, 1993). Cuando la encuentra busca su proximidad y obtiene la seguridad deseada; este patrón se mantiene con las figuras de apego en las distintas etapas de la vida.

Bowlby (1958) postuló que la conducta de apego tiende a dirigirse fundamentalmente hacia una figura en particular, que despierta en el niño fuertes sentimientos posesivos. El autor sostuvo que sería erróneo suponer que el niño reparte su afecto entre varias figuras, de tal manera que no lo une un fuerte vínculo con ninguna de ellas y, en consecuencia, que no extraña a ninguna persona en particular durante su ausencia. Bowlby (1993) utilizó el término monotropía para definir la tendencia manifiesta del niño a apegarse a una figura específica.

Sin embargo, las investigaciones sobre relaciones de apego han ido mostrando el papel de otros cuidadores diferentes a la madre o a su cuidador principal. Howes, Hamilton & Althusen, citados por Howes (1999), postularon tres criterios que permiten identificar relaciones de apego con múltiples cuidadores. Primero, el cuidador puede reconocerse, ya que ofrece al niño cuidado físico y emocional. En segundo lugar, el cuidador está presente a lo largo de la infancia del niño de manera continua o consistente, y en tercer lugar, el cuidador hace una inversión emocional en pro del bienestar del niño. Estos tres aspectos presentes en la relación entre otros cuidadores y el niño permite afirmar con certeza que se trata de un vínculo de apego y no de otro tipo de relación que el niño puede llegar a establecer con quienes le rodean.

Sobre el papel de las figuras subsidiarias, Ainsworth (1989) citado por Maldonado & Carrillo (2002), se refiere a los hermanos mayores como las figuras subsidiarias más frecuentes, además del padre, por el rol de cuidadores que suelen cumplir en ausencia de los padres. En un estudio exploratorio sobre el vínculo de apego con niños colombianos de estrato bajo, Maldonado & Carrillo (2002) indagaron sobre la potencialidad del hermano mayor para actuar como figura de apego subsidiaria en un contexto en el que las condiciones socioculturales exigen que con frecuencia sea el hermano mayor quien asuma el cuidado de los menores durante la ausencia de los padres; las autoras señalaron entre sus conclusiones que los hermanos mayores constituyen una fuente de seguridad y una base segura desde la cual los menores pueden explorar el ambiente.

Otra investigación realizada en Colombia (Carrillo, S., Maldonado, C., Saldarriaga, L. Vega, L. & Díaz, S. 2004) destaca el papel de la abuela como figura subsidiaria en el contexto colombiano y latinoamericano, en el que la responsabilidad del cuidado de los niños se comparte con la sí mismo positivo y un sentimiento de confianza. En el dominio interpersonal, las personas seguras tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias, y en el dominio intrapersonal tienden a ser más positivas, integradas y con perspectivas coherentes del sí mismo”.

Los niños con apego evitativo, también llamado apego inseguro ansioso/evitativo (Fonagy, 1999), se caracterizan porque no muestran enfado ni ansiedad cuando la madre se va de la sala, sino cuando se quedan solos. No se resisten al contacto físico con su madre, pero se acercan sin ninguna prisa a saludarla y no les provoca ninguna reacción especial de alegría. Fonagy (1999) dice que aparecen como menos ansiosos por la separación y pueden no preferir al cuidador más que al extraño. Mikulincer (1998), citado por Valdés (2002), señala que el apego ansioso se da cuando el cuidador deja de atender constantemente las señales de necesidad de protección del niño, lo que no le permite el desarrollo del sentimiento de confianza que necesita. Se sienten inseguros hacia los demás y esperan ser desplazados sobre la base de las experiencias pasadas de abandono.

Main & Solomon (1990) describieron el patrón de apego desorganizado/desorientado, el cual parece reflejar una gran inseguridad en el vínculo con la madre. Los niños de este grupo exhiben conductas aparentemente no dirigidas hacia un fin, y dan la impresión de desorganización y desorientación cuando se reencuentran con la madre. La mayoría de estos niños no suelen mirar a su madre cuando les coge en brazos y mantienen una expresión facial atónita. Algunos lloran después de haberse calmado y se muestran fríos y distantes. Main & Salomón (1986), citados por Lyons-Ruth (2004), escogieron el término desorganizado o desorientado para describir los comportamientos antes no reconocidos de miedo, inusual, desorganizado o conflictivos. Aparecen aprensivos, lloran se caen o ponen las manos en la boca, arquean los hombros en respuesta al retorno de sus padres; otros infantes dan vueltas en círculo, mientras simultáneamente van hacia sus padres, otros parecen desorientados, congelando todos sus movimientos, mientras exhiben una expresión como de trance o disociativo. Numerosos estudios señalan con relación al ambiente familiar, que los niños maltratados presentan una distorsión en el proceso de interacción padre-hijo, adicional a los incidentes específicos de abuso.

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María del Carmen

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