Nuestro Yo superior habita en el Sol

04.06.2013 12:25

Debéis saber que hemos venido a la Tierra para evolucionar y que,
por tanto, no hay nada más importante que trabajar sobre nosotros
mismos para mejorarnos; ésa es la base de nuestro éxito, de nuestro
futuro, de nuestra felicidad. Fuera de este trabajo, no hay que esperar
nada...
Y ahora, puesto que estamos ocupándonos del Sol, también
añadiré hoy algunas palabras... Os he dicho, a menudo, que teníais que
prepararos ya desde el día anterior para la salida del Sol: no comer
demasiado, no acostaros demasiado tarde, no hacer nada que sea
susceptible de preocuparos o de atormentaros al día siguiente, sino
arreglar todas las cosas de forma que podáis estar libres, con el
pensamiento límpido y el corazón en paz, sin tener nada que resolver,
que lamentar o que reparar. Esto es muy importante.
Y así, por la mañana, en este reposo, en esta paz, lentamente,
suavemente, empezáis a meditar, sin concentraros de inmediato
fuertemente en el Sol. Echáis primero un vistazo en vuestro fuero
interno para ver en qué estado se encuentran sus habitantes, si hay ruidos, barullos, revoluciones, y procuráis serenarlo y equilibrarlo todo,
porque sólo después de haberos liberado, después de haber instalado
la armonía y la paz en vosotros, podéis proyectaros hacia el Sol,
imaginarlo como un mundo maravilloso, poblado por las criaturas más
perfectas, por unos seres absolutamente luminosos, que viven en la
inteligencia sublime, en el amor absoluto, en la pureza absoluta, y
pensar que, allí arriba, reinan un orden, una cultura, una civilización que
sobrepasan toda imaginación...
Anteayer os decía que, allí arriba, existen ciudades enteras,
palacios, montañas... y estabais asombrados, horrorizados. “¡Cómo!,
¡esto es algo insensato!, ¿cómo pueden vivir seres en este calor, en
este fuego?” Pero, ¿qué conocéis vosotros de las posibilidades de la
vida, de las condiciones en las que ésta puede aparecer, mantenerse y
desarrollarse? La vida está difundida por todas partes en el universo,
¿por qué no en el Sol? Evidentemente, son unas condiciones
inimaginables para los humanos y, de momento, nadie querrá creerme...
Entonces, hay que verificarlo. Por eso, preparaos para ir a verificarlo:
cada uno hará personalmente estas verificaciones, ya no debéis creer a
los demás, ni escuchar historias, ¡ahora debéis equiparos para ir de
excursión hasta el Sol! “¿Pero cómo?, diréis. No hay aviones, ni cohetes
para ir allí”. Es cierto, pero el Señor nos ha dado todos los aparatos,
todos los medios necesarios: ¿no tenemos, acaso, el pensamiento y la
imaginación, que son unos poderes formidables? Con el pensamiento y
la imaginación vamos directamente al Sol.
¿Y si os dijera que, sin daros cuenta, ya estáis en el Sol? No lo
sentís, pero hay una pequeña parte de vosotros, un elemento muy, muy
sutil, que ya habita en el Sol. La ciencia todavía no ha llegado a estudiar realmente al hombre, no sabe todo lo que éste representa de inmenso,
de rico, de vasto y de profundo. Lo que vemos de él, su cuerpo físico,
no es enteramente él, ya lo sabéis; el hombre posee otros cuerpos que
están hechos de materias cada vez más sutiles. Os decía lo mismo a
propósito de la Tierra: la Tierra no es únicamente lo que vemos de ella.
Alrededor de ella existe una atmósfera que se eleva hasta decenas de
kilómetros y que la ciencia ha dividido en diferentes capas a las que ha
dado nombres. Pero lo que no sabe la ciencia es que en estas capas se
encuentran una infinidad de elementos, de entidades, y que, más allá de
la atmósfera, la Tierra posee aún un cuerpo etérico que va hasta el Sol,
que toca el Sol...
El cuerpo etérico de la Tierra se fusiona, pues, con el cuerpo etérico
del Sol, porque el Sol posee también un cuerpo etérico que se extiende
más allá de su propia esfera, hasta la Tierra, y más lejos aún, hasta los
demás planetas. Por eso el Sol y la Tierra se tocan, están ya
fusionados. Y como el hombre está construido a imagen del universo,
posee en el mundo sutil emanaciones, rayos, que van hasta el Sol... Y
así es como el hombre, considerado en su aspecto superior, sublime,
divino, habita ya en el Sol, pero sin ser consciente de ello, porque sólo
hace trabajar su cerebro, y las posibilidades del cerebro están limitadas
al mundo físico.
Lo que aquí os digo os parece increíble, porque estáis habituados a
unas concepciones demasiado prosaicas y limitadas para
comprenderme y aceptar una filosofía semejante. Estas son, sin
embargo, mis queridos hermanos y hermanas, unas verdades que hay
que conocer y estudiar. Cuando el hombre empieza a estudiar en la
Escuela divina de la Fraternidad Blanca Universal, se desplaza progresivamente desde esta región limitada de la conciencia
únicamente sensorial y física hacia una región superior, que es la de la
supraconsciencia. Esta región de la supraconsciencia es inmensa, tiene
miles de grados que hay que recorrer hasta sentir que ya somos
habitantes del Sol, que ya existimos en el Sol.
Esta parte de nosotros mismos, este ser, esta entidad que habita en
el Sol, es nuestro Yo superior.1 Nuestro Yo superior no habita en
nuestro cuerpo físico, porque, si así fuese, éste realizaría prodigios; de
vez en cuando solamente, viene, se manifiesta, toma contacto con
nuestro cerebro. Pero, como el cerebro todavía no está preparado para
soportar sus vibraciones y ponerse al unísono con él, el Yo superior se
va. El Yo superior trabaja sobre el cerebro, lo prepara, y, el día en que
el cerebro sea capaz de albergarle, el Yo superior se instalará en
nosotros.
Nuestro Yo superior no es otra cosa que Dios mismo, una parte de
Dios; por eso, en las regiones superiores, somos Dios mismo, porque
fuera de Dios no hay nada. Dios se manifiesta a través de la creación y
de las criaturas, y nosotros somos, por tanto, una parcela de Él, no
existimos separadamente de Él. La verdadera ilusión es creernos
separados. Cuando los sabios de la India hablan de maya, de la ilusión,
no hablan del mundo material: el mundo no es maya, es nuestro yo
inferior el que es maya porque nos da la ilusión de existir como seres
separados de la Divinidad. El mundo, en cambio, es una realidad, la
materia también, y hasta las mentiras y el infierno son realidades; la
ilusión, os lo repito, viene de nuestro yo inferior que nos incita siempre a
considerarnos como seres separados. Mientras existimos demasiado
abajo, al nivel de nuestro yo inferior, nos engañamos, vivimos en la ilusión, no podemos sentir esta vida única, esta vida universal, este Ser
cósmico que está en todas partes; nuestro yo inferior nos impide sentirle
y comprenderle. Y, justamente, el trabajo que hacemos, por la mañana,
con el Sol, mediante las oraciones y las meditaciones, tiene el objetivo
de restablecer la conexión, de construir un puente entre el yo inferior y
el Yo superior que está en el Sol. Cuando el puente esté construido, se
establecerá la comunicación y volveremos hacia nuestro Yo superior
que vive en la dicha, en la felicidad, en una libertad sin límites, que vive
junto a Dios. Sí, una parte de nosotros habita ya en Dios en una
felicidad indescriptible.
Esta es una cosa que debéis comprender, mis queridos hermanos y
hermanas. Ya sé que habéis sido educados e instruidos en unas
concepciones que no tienen ninguna relación con estas verdades y que
es difícil para vosotros aceptar una idea semejante, pero si vivís
únicamente con la conciencia de la separatividad, con la convicción de
estar siempre desconectados, alejados de la vida colectiva, de la vida
universal, entonces estaréis siempre en las ilusiones, las aberraciones y
las mentiras; lucharéis, os pelearéis, sufriréis, y nunca encontraréis la
paz, porque, en este estado de separatividad, la paz está
absolutamente excluida. Mientras que, si salís de esta filosofía, si hacéis
al menos esfuerzos para salir de ella, empezaréis a sentiros penetrados
por la vida universal, viviréis en el espacio infinito, en la eternidad. Se
trata de algo tan extraordinario que no comprendemos al principio lo que
nos sucede... Pero lo único que nos sucede es que hemos encontrado,
por fin, la realidad, la vida divina.
Miles de personas han llegado a encontrar este estado de
conciencia, entonces ¿por qué no vosotros? Es muy sencillo, muy fácil,
mis queridos hermanos y hermanas, sólo que es algo imposible de
realizar mientras conservéis la idea de la separatividad, la idea de que
sois seres exteriores, extraños a los demás, que los demás no están en
vosotros, y que podéis impunemente hacerles daño, destrozarles,
perjudicarles... Entonces, sin tener conciencia de ello, os hacéis daño a
vosotros mismos, porque vosotros habitáis también en los demás. Pero
ésta es una cosa que todavía no podéis comprender. Un día, cuando
empecéis a acercaros a vuestro Yo superior que habita en el Sol, que
habita en los demás planetas, que habita en la Tierra, en los árboles, en
los océanos, en las montañas, y también en todos los seres, este día,
los sufrimientos que inflijáis a los demás serán también vuestros
sufrimientos, cuando les hagáis daño, vosotros seréis los que gritéis,
porque sentiréis que este daño os lo habéis hecho a vosotros mismos.
Sí, lo sé, os hablo de cosas inhabituales, pero son absolutamente
verídicas y conocidas por los Iniciados desde hace milenios. Toda esta
luz me ha llegado a mí desde el fondo de las edades, y yo os la
transmito.
Sabed, de ahora en adelante, que el Sol nos ayuda enormemente a
restablecer este puente entre nosotros y nuestro Yo superior. Sin esta
ayuda, el hombre pasaría quizá aún miles de años en la filosofía de la
separatividad y no encontraría nunca esta plenitud que busca. Debe
introducir en él la filosofía de la unidad universal, este punto de vista
que consiste en sentirse uno con el Creador, con todas las entidades
luminosas, con los ángeles, los arcángeles, las divinidades...2 Gracias a
esta filosofía se acerca rápidamente, eficazmente a la fuente, quema las
etapas...
Os daré ahora un método que os ayudará: cuando vayáis a ver la salida del Sol, pensad que ya estáis en el Sol y que, desde allí arriba,
miráis, sobre la Roca, a este ser que sois vosotros; os desdobláis, os
separáis de vuestro cuerpo, os entretenéis mirándoos y sonriéndoos a
vosotros mismos diciendo: “¡Pobre!, ¡mírale qué pequeño, qué curioso!
¡Y decir que soy yo!... Pero voy a ayudarle, ¡voy a ayudarle!” Y ya, con
este ejercicio de imaginación, empezáis a restablecer el puente, cada
día... Cuánto tiempo os va a llevar esta reconstrucción, no lo sé, porque
no debe hacerse con hierro, con cemento o con acero, sino con otra
materia, con la más sutil, la del plano mental. Todos estáis invitados a
hacer este trabajo, pero ¿hay muchos candidatos para ir hasta allí?...
Y, una vez llegados al Sol, os imagináis aún que hacéis una visita al
Arcángel que lo gobierna, que habláis con él, que os toma en sus
brazos, os revela secretos, os da su luz, y que vosotros enviáis unos
rayos de esta luz a este ser que está ahí abajo, sentado en la Roca, a
este ser que aparentemente sois vosotros, pero que realmente no lo
sois. De esta manera, empezáis a sentir una gran expansión de la
conciencia, una paz celestial, y, después, llegan revelaciones,
revelaciones... Así desarrolláis nuevas facultades y comprensiones y,
poco a poco, os convertís en un ser excepcional que exteriormente
sigue pareciéndose a los demás, pero que interiormente ya no es el
mismo, puesto que nuevas posibilidades se han desarrollado en él.
Pero, evidentemente, no podemos concentrarnos todos los días en
el mismo tema; por eso os daré aún otros métodos que podréis practicar
sucesivamente: cada día pensaréis en el Sol de una manera diferente, y
habrá tal variedad de métodos que no os aburriréis nunca. No podemos
hacer el mismo ejercicio cada día: se diría que el intelecto está
construido exactamente como el estómago, que tiene necesidad de un alimento variado y, si le imponemos todos los días la misma comida, no
puede soportarla, se encabrita, da coces... ¿Qué hacer, pues, cuando
sentimos que el mental ya no quiere concentrarse en los mismos temas
que los días precedentes? Buscad otro tema, siempre que sigáis,
simbólicamente hablando, en los temas “vegetarianos”, es decir,
espirituales. Sí, buscad un tema que os diga algo. Echad un vistazo al
menú: “¿Peras? No... ¿Huevos? No... ¿Limones?... sí, muy bien”, y os
lanzáis a por los limones... Y al día siguiente... ¿Pimientos? Vale,
¡vamos, pimientos! Y así sucesivamente: tenéis un surtido indescriptible.
Veis, pues, que en el trabajo espiritual también hay que tener
experiencia, hay que conocer los factores psicológicos, porque, si no, es
imposible avanzar. Y yo estoy aquí, precisamente, para indicaros
medios, métodos que os facilitarán el trabajo, pero siempre en la misma
dirección. Debemos variar los métodos, pero trabajar siempre en la
misma dirección, es decir, dirigirnos siempre hacia el centro, hacia el
Creador, hacia la luz, hacia la libertad, hacia el esplendor...
Estas revelaciones sobre vuestro Yo superior pueden aportaros una
gran esperanza, aumentar vuestro ánimo. Ahora, ya no podéis sentiros
miserables, insignificantes, perdidos. Todos vosotros, sin excepción,
tenéis vuestro Yo superior en el Sol. La única diferencia es que unos lo
encontrarán antes y otros más tarde, porque eso depende de
numerosos factores, entre otros, del estado en que se encuentra el
cuerpo físico: aquéllos que han trabajado durante mucho tiempo para
preparar su cuerpo, su cerebro, sus pulmones, para acercarse a estas
verdades, llegarán mucho antes a la realización de sí mismos. Esto que
os revelo debe alejar de vosotros la amargura y el desánimo, y daros
una esperanza absoluta para vuestro futuro: sí, un día, todos llegaréis a
puerto.
Lo que deseáis lo obtendréis, no puedo deciros en cuanto tiempo,
pero lo obtendréis, porque, de acuerdo con las leyes de la naturaleza
viviente, todo aquello que el hombre desea ardiente y constantemente,
acaba por obtenerlo. Seguid, pues, deseando las mejores cosas. El que
desea la belleza, por ejemplo, llegará a ser tan bello, tan expresivo, que,
por dondequiera que vaya, todos estarán maravillados y dirán: “Señor
Dios, hoy te he visto, te he contemplado, te he sentido. ¡Qué bello eres,
Señor Dios!” Al que le gusta el poder, pero un poder que restablece,
cura, serena y mejora a los hombres, un poder que lleva a todas partes
la armonía, lo obtendrá, y las criaturas dirán a su paso: “Señor Dios, te
he sentido, hoy has pasado por aquí. ¡Qué feliz soy! Quiero seguirte,
quiero ir hacia ti.” Y otro, que haya deseado la ciencia, la inteligencia,
proyectará por todas partes la luz, y con sus revelaciones llevará a los
hombres hacia el Creador. El que desea el amor, será la encarnación
del amor divino, de su calor, de su perfume, y, dondequiera que pase,
derramará en los corazones y en las almas algo bueno, cálido y
afectuoso. El que ama la pureza, se volverá una fuente y, por todas
partes, a su alrededor, hará desaparecer todas las manchas, todas las
suciedades. Llegar a ser como un río, como una cascada, como un
lago, ¿acaso no es maravilloso?
Así que, concentraos, escoged la virtud que os atraiga más y
trabajad con ella. Más tarde, trabajaréis también con las demás virtudes,
porque debemos llegar a ser perfectos como nuestro Padre Celestial,
debemos llegar a ser seres de pureza, de luz, de inteligencia, de
bondad, de amor, de poder, de belleza...
Vale la pena, pues, venir a la salida del Sol, para tender, para subir
con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra energía hacia semejante
ideal... Mirad qué ideal os dan los hombres: el dinero, los placeres, la
rebeldía. Aquí camináis hacia el esplendor, hacia la plenitud, hacia la
verdadera riqueza... Si abandonáis estas maravillas para seguir
filosofías extravagantes, ¿dónde está vuestro discernimiento?
Saciaos, pues, de estos alimentos celestiales. Y cuando venís a la
Roca, dad gracias, dad gracias por tener estas posibilidades, dad
gracias por tener estas buenas condiciones, esta paz, esta pureza, este
frescor. ¡Qué purificación, qué limpieza se hace en vosotros! Es esta
purificación la que trae y aporta todas las otras cualidades divinas.
Os daré, además, ejercicios para hacer con los cuatro elementos, y
aprenderéis a trabajar con el fuego, con el aire, con el agua y con la
tierra.3 ¡Si supieseis qué trabajo hace la tierra, y, sobre todo, esta Roca
sobre la que estamos! Todavía no os he hablado de ello. Esta Roca es
un ser vivo, inteligente, está ahí para servirnos, toma muchas de
nuestras impurezas, las engulle, las envía hacia el centro de la Tierra en
donde se encuentran unas fábricas y unos obreros que trabajan para
transformar estas impurezas y devolvernos después una materia
cristalina, sutil. ¿No lo sabíais? Yo quiero a esta Roca, porque, a
menudo, nos quita nuestra fatiga, nuestras impurezas, pero hay que
saber dirigirle la palabra; no acepta ayudar a cualquiera y hay que estar
muy atentos, ser muy respetuosos con ella.
Sí, sí, creedme, ¡hay tantos trabajos que hacer! Sólo que, un ser
que está sumergido en preocupaciones prosaicas no puede
consagrarse a ellos, ni siquiera sospecha que existan. Hay que liberarse
para poder dedicarse a estos trabajos. Yo no invento nada: estos
ejercicios los practico desde hace mucho tiempo. Pero, generalmente,no lo digo, espero a que el mundo invisible me pida que os hable de
ellos. ¡Cuántos ejercicios hago, desde hace mucho tiempo, de los que
no tenéis ni idea!
Dad gracias al Cielo, preguntaos qué le habéis hecho al buen Dios
para recibir tales revelaciones. Nos olvidamos siempre de dar gracias al
Señor por el buen lado de la existencia; cuando se produce una
desgracia es cuando decimos: “¿qué he podido hacerle al buen Dios
para que me suceda una cosa así?” En realidad, la cosa está clara, ni
siquiera tenemos que preguntárnoslo: hemos sido demasiado tontos, o
demasiado malos, o demasiado débiles; no hay otra explicación.
¿No os estaré atormentando reteniéndoos a pleno Sol, en esta
Roca? Hay, de todos modos, un poco de frescor, una brisa agradable
que viene a visitarnos... Bueno, no temáis, vamos a bajar,
continuaremos en otra ocasión. De momento, retened sólo esto: cuando
lleguéis, por la mañana, dejad todo de lado, y tomad al Sol como lo más
importante, concentraos, buscaos en él, y construid el puente...

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María del Carmen

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