Sabina Spielrein y C.G. Jung : Amor y Ética Por Horacio Ejilevich Grimaldi- 1 parte

11.12.2013 03:15
Hace ya algún tiempo que me interesa la figura de Sabina Spielrein y su relación con C. G. Jung. Existen escritas obras de teatro como "Blue Room" en Broadway, y "The Talking Cure" en Londres, sobre ella, así como libros, ensayos (ver bibliografía) y películas que ilustran, a su manera, la relación entre ambos; entre ellos, los filmes "The Soul's keeper" (Prendi la mia anima), del director italiano Roberto Faenza, y "Yo fui Sabine Spielrein" de Elizabeth Márton. Por último, como próximo y cercano estreno, se avecina el film de David Cronenberg “The talking cure” en el que trabajan entre otros, Vigo Mortensen, de El Señor de los Anillos y Keira Knightley, de Piratas del Caribe. La figura de Sabina es importante, no ya por lo circunstancialmente anecdótico, sino por haber sido una precursora de la divulgación de la Psicología Profunda, a la par que una mente tan brillante como olvidada. Este texto es mi manera de rendir homenaje a la mujer y al ánima, al mismo tiempo que plantear algunas problemáticas derivadas de la práctica psicoterapéutica en función de la propedéutica del psicoanalista y del psicólogo.  
 
            Sabine Spielrein -Sabina Nicolaievna Spielrein- nace el 25 de octubre de 1885, bajo el signo de Escorpio con probable ascendente Sagitario, en la ciudad de Rostov, Rusia, la llamada puerta al Cáucaso, a orillas del río Don, dentro del el seno de una familia judía de clase media alta. Es hija de un comerciante y una odontóloga que, sin embargo, no ejercía su profesión, dedicándose a las labores del hogar.
 
Sabina, la mayor de los cinco hijos del matrimonio, era una niña, inquieta y curiosa a la que le preocupaban muchos temas, entre ellos, los americanos. Así lo escribió en uno de sus primeros diarios: "Como la tierra es una bola, debían caminar por debajo de nosotros con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba". No fue extraño entonces que durante mucho tiempo Sabina estuviera cavando laboriosamente un hoyo en la tierra y preguntándole a su madre si faltaba mucho para atravesarla y sacar a un americano por las piernas.
 
Algunos informes de sus primeros años la describen como una niña difícil, que con frecuencia debía ser castigada, con un interés sexual precoz y para nada reprimido al que se le agregaban desbordantes dosis de imaginación e inteligencia. A los cuatro años ya presentaba algunos síntomas traumáticos; por aquella época, acostumbraba a retener –a veces durante casi dos semanas- sus deposiciones, clausurando en ocasiones el ano con su talón. 
 
Mientras estos episodios se repetían, por orden expresa del padre se hablaba en determinados días de la semana, solamente francés, alemán o alguna otra lengua extranjera; quien no cumplía con la consigna era castigado con rigor. Los golpes eran moneda corriente en casa de los Spielrein, a veces los daba el padre y otras obligaba a sus hijos a que se castigaran entre ellos.
 
Las nalgas desnudas recibían golpes aleccionadores ante la mirada de todos. Años después y durante una sesión con Jung, Sabina recordará las suyas, exhibidas y afiebradas, cuando tenía once años. Fue otra paliza la que dejó también una huella indeleble; esta vez uno de sus hermanos estaba desnudo y mientras recibía la paliza paterna, Sabina lo miraba y no dejaba de pensar en que había defecado en la mano de su padre. Con el tiempo, la defecación le cedió el paso a la masturbación compulsiva, manifestando además ideas obsesivas de índole sexual asociadas con la violencia, los castigos corporales y la comida –en algunos momentos dejó de comer en público. Para Sabina, un elemento central del castigo era que su padre era un hombre y cuando ese hombre pegaba, ella no podía dejar de masturbarse. En la adolescencia su estado desmejoró notoriamente y comenzó a experimentar constantes cambios de humor, pasaba de la risa al llanto, planeaba auto castigos, como aquella vez en la que se encerró en el sótano después de haberse regado con agua fría en pleno invierno, quería morir y lograr que esa muerte sea una verdadera tortura para sus padres. En otoño de 1901, luego de un viaje curativo en el verano, su hermana Emilia contrae tifus y muere: "Más tarde me alejé de todo el mundo; fue aproximadamente en el sexto curso, después de la muerte de mi hermana pequeña; ahí comenzó mi enfermedad. Escapé a la soledad". La patología más seria que presentaba, era sentir excitación sexual al ser castigada. 
 
            El 17 de Agosto de 1904, la situación se precipita y la joven de diez y nueve años es internada en Burghölzi. El informe -parcial- del ingreso de Sabine al hospital Burghölzi  dice lo siguiente: 
 
“17 de agosto de 1904.  
Anoche a las 10.30 ingresa paciente, acompañada por un tío. La paciente, llora, ríe de manera convulsiva y extraña. Presenta tic, gira la cabeza con movimientos rotatorios, saca la lengua, estira las piernas, dice no estar loca, sólo molesta ya que en el hotel no soportaba el ruido ni a la gente. Diagnóstico, histeria.” 
 
            A un joven médico de guardia de 29 años, que se desempeñaba en el Hospital desde el 1º de Diciembre de 1900, le tocó hacerse cargo del caso de Sabine; su nombre era Carl Gustav Jung. 
  
El curioso incidente del paraguas
 
Jung inició con Sabine un tratamiento psicoanalítico que fue, por lo demás sumamente exitoso, pero siempre omitió el hecho que Sabine, se había enamorado de él. Sin embargo, en su autobiografía "Recuerdo Sueños, Pensamientos" (Seix Barral), Págs. 149-150  Jung escribe lo siguiente: 
 
"Recuerdo muy bien el caso de una joven judía que había perdido la fe. Comenzó con un sueño que tuve donde se me presentaba una muchacha desconocida. Me expuso su caso y mientras hablaba pensé: no comprendo nada de lo que ella me dice ¡No comprendo de que se trata! Pero, de repente comprendí que ella tenía un extraño complejo paterno. Tal fue el sueño. 
 
Al día siguiente en mi agenda constaba: consulta, a las cuatro. Apareció una muchacha. 
Una judía, hija de un rico banquero, elegante bonita y muy inteligente. Se había sometido ya a un análisis, pero el médico se sintió atraído por ella y le rogó finalmente que no le visitara más, de lo contrario, peligraba su matrimonio."  
 
Jung, prosigue con estos recuerdos: 
 
"La noche siguiente tuve otro sueño. En mi casa se daba una fiesta y he aquí que la muchacha estaba también presente. Vino hacia mí y me preguntó: ¿Tiene usted paraguas? ¡Llueve tanto! 
Encontré efectivamente un paraguas, lo hice girar para abrirlo y quise dárselo. ¿Pero qué sucedió en lugar de esto? Se lo entregué de rodillas como si fuera una divinidad". 
 
Volviendo a la noche de la internación, Sabina ingresó como paciente con 47 kilos de peso. La decisión inicial de Jung fue darle de comer, lo cual presumiblemente, hizo él mismo. Esa noche bautizó el encuentro entre C. G. Jung y Sabina Spielrein.
 
En las primeras notas de la historia clínica, Jung describió así a la familia de su nueva paciente: "su padre: nervioso, agotado, neurasténico, irascible a más no poder. La madre es ¡histérica!, nerviosa (al igual que la paciente), el primer hermano tiene llantos histéricos, el segundo padece tics y es iracundo y el más joven sufre, es histérico y comete injusticias para sufrir". La relación de los padres con sus hijos aparece en la historia clínica como "tumultuosa" y "sadomasoquista".
 
Durante los nueve meses en los que estuvo internada, la evolución de Sabina tuvo altibajos; era agresiva, dejaba de hablar, solía cambiar bruscamente de humor y empeoraba cuando recibía noticias familiares, pero también empeoraba cuando, por algún motivo personal, Jung se ausentaba. El diagnóstico siempre fue el mismo: histeria. Jung ubicó los síntomas desde la primera infancia y señaló incluso que en la primera entrevista y en plena crisis de convulsiones, se destacaban "miradas seductoras".
 
Voy a detenerme en este punto para tratar de recapitular y organizar mis propias ideas. Es un hecho, del cual es muy fácil hablar a la distancia, que Sabina padecía, sin duda, de un cuadro histérico. Son fuertes y suficientes razones de peso, el núcleo familiar rígido y estricto, casi bizarro, en el cual vivía. Asimismo, es sabido que la Histeria posee, debido básicamente a lo que Jung posteriormente llamará “Hipertrofia del Yo”, rasgos seductores sumamente importantes, dado que trata de captar mediante ellos la atencionabilidad del medio ambiente, o, como diría J. Lacan de ejercer una “demanda de amor”, tal como el propio Jung consignara en la primera entrevista de su historia clínica. Su patología, la lleva incluso a un fuerte sentimiento de baja autoestima, traducido en pulsiones de tipo masoquista, que, posteriormente plasmará en sus escritos, pues es sabido que uno escribe siempre acerca de sus propias necesidades. 
 
Sin embargo, estos son hechos parciales y hacen falta dos para un tango. Jung, relata esta seriada de sueños, que culminan en la entrega del bastón-mando-falo, en una actitud reverente que semeja al cuadro L’Acollade de Burton. En estos sueños sincronísticos, sin lugar a dudas, se preanuncia el inminente surgimiento de la relación pasional. 
 
Es sabido el grado de importancia que el propio Jung adjudicaba a los sueños y como también podrían reconstruirse los hitos fundamentales de su vida, mediante los mismos. Efectivamente, fue un sueño el que le indicó la prosecución de sus estudios como médico y, también fue un sueño, el que le indicó la existencia del Inconsciente Colectivo. Es inadmisible, conociendo un tanto la psicología del personaje, que este no se hubiera dado cuenta o, que pasara esta seriada de sueños que culmina en el del paraguas, desapercibida. 
Muy por el contrario, creo que el haberlos consignado en su autobiografía, escrita hacia el final de su vida, es un indicio revelador, porque a los 84 años, no se está ya en condiciones de ocultar nada, ni tampoco se tienen ganas.
 
Hay otro sueño que considero importante. Aldo Carotenutto menciona el siguiente sueño de Jung, que fue el primero que le envió a Freud, pues es sabido el intercambio onírico que ambos sostuvieron. Jung hace una muy buena interpretación del mismo. El sueño en cuestión es el siguiente:
 
Veía que unos caballos eran izados a una grandísima altura mediante cables, me llamó especialmente la atención que uno de ellos, un vigoroso caballo obscuro, estaba atado con correas de cuero y lo izaban como un paquete. En cierto momento la cuerda se rompe y el caballo se precipita sobre la calle. Debía de estar muerto pero repentinamente se puso de pie y se alejó galopando. Observé que el caballo arrastraba un pesado tronco y me maraville, de que, a pesar de ello se alejara a tanta velocidad. Era evidente que iba desbocado y que podría provocar alguna desgracia…
 
El propio Jung interpreta este sueño como un deseo sexual, pasionalmente desbocado, fuera de su situación matrimonial. Jung sabía o, al menos intuía lo que habría de pasar con Sabina, aún antes de conocerla. El ya estaba enamorado y fascinado por su propia ánima, la cual se encarnaría en Sabina. 
 
            Jung coronó la expectativa del caso con un exitoso tratamiento; el propio Bleuler, su jefe en Burghölzi, le comenta al padre de Sabina en una carta que: "En la próxima primavera la señorita Spielrein ha decidido comenzar la carrera de Medicina en Zurich". Estaba formalmente curada.
 
Así fue; cuando Sabina recibió el alta y abandonó el hospital, comenzó a estudiar medicina en la Universidad de Zurich y continuó siendo paciente ambulatoria de Jung, La relación era cada vez más intensa. Jung se arrogó un papel paternal en la relación en varias ocasiones. Él, sin duda, fue el factor determinante del hecho de que Sabina se recibiera como médica y posteriormente ingresara como psicoterapeuta en el círculo freudiano. Como contracara, Sabina quería estudiar música y tenía una pasión por el piano, a la cual Jung se opuso, prohibiéndoselo, tal vez como un turbio recuerdo de una supuesta violación que el recibió por parte de su profesor de violín cuando era niño.
 
A esta altura del relato, seria ridículo pretender negar las implicancias sexuales de la relación.
 Es más que evidente que fueron amantes.
 
Sabina esconde su dolor en la intimidad de su diario: "Mi amor (...) me acarreó exclusivamente dolor; existieron tan sólo unos instantes en que descansé en tu pecho, en que podía olvidarlo todo". 
 
Por su parte Jung escribe: "¡Mi querida! Me arrepiento de muchas cosas, me arrepiento de mi debilidad y maldigo el destino que me amenaza"

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María del Carmen

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