...Un cuento sufi

02.04.2013 22:00

Cierto día se encontraba el maestro Nasruddin ayudando a cruzar el río en su barca a un gran erudito, cuando el hombre le pregunta:
- ¿Conoce usted la gramática?
- No, en absoluto, responde tranquilamente Nasruddin.
- Bueno, permítame decirle que ha perdido prácticamente la mitad de su vida – replica con desprecio el estudioso.
Poco después el viento empieza a soplar con más fuerza, llega una gran tempestad y la barca está a punto de ser tragada por las olas. Justo antes de irse a pique, el maestro sufi pregunta a su pasajero:
- ¿Sabe usted nadar?
- ¡No! – contesta, aterrorizado, el erudito.
- Bueno, ¡permítame decirle que ha perdido usted toda su vida!



 

El sufismo es la dimensión esotérica o mística del Islam. Su propósito es alcanzar el conocimiento directo de lo Real, al Haqq, que dentro de la cosmovisión sufi es uno de los atributos de Lo divino. De ahí la expresión extática del gran Maestro Sufi Sheij Mansūr al-Hallāj: “Anā l-Ḥaqq”, “Soy lo Real.
 
El método principal de los sufis es el dhikr. En el dhikr -literalmente recuerdo, remembranza, o invocación,- se recitan letanías con los nombres y atributos divinos, hasta que la diferenciación entre el invocado, la invocación y el invocante se diluye. O en otras palabras, hasta que el amante, el amor y el Amado son uno. El dhikr o recuerdo se extiende más allá de la práctica ritual concreta, y debe abarcar todos los momentos y actividades del día, manifestándose entonces como un estado de presencia del corazón, de ahí que otro de los nombres para el sufi sea ibn al waqt, hijo del momento.
 


 

Al sufismo, que concibe distintas disciplinas artísticas como vías de autoconocimiento, también se le conoce como el camino del corazón, pues el secreto del ser humano reside en su interior, en su corazón. Por eso dijo el venerable Maestro Zen Kodo Sawaki: “Cada uno ha de volverse hacia sí mismo”. Nuestra naturaleza original, más allá del nombre que a ésta se le asigne, yace ahí, en el sí mismo atemporal de cada uno, conservando fresca su pureza primigenia, naturaleza tan sólo oscurecida por los velos de nuestro nafs, o ego. Desprenderse de esos velos es entonces el camino, velos a menudo representados por un animal, en el Zen un buey, en el Sufismo, un burro. Domesticar al animal con nuestra naturaleza genuina permite a ésta manifestarse, manifestarnos. Dicho de otro modo, al diablo, que se había apoderado de ti, le arrebatas de nuevo el botín.


 

 


 

Pero sobre todo, hay que incidir en que el proceso del despertar es un proceso que brota de la experiencia, de la vivencia en lo cotidiano, y que ésta no se halla ni en los libros ni en la mente, siendo estos tan sólo soportes o dedos que apuntan a la luna, y no la luna en sí. Aunque todos hemos oído el dicho no todos nos aplicamos el cuento, cuando los cuentos son para eso, para aplicarlos.


 

 



 

A mi sentir, Zen y Sufismo son dos tradiciones misteriosamente hermanadas, y por ello, si nos encontramos con Nasrudin en la orilla del río nos recordará lo importante, que no perdamos el tiempo y la vida con lo que no lo merece, y nos dediquemos a lo que es verdaderamente esencial y necesario. ¿Y qué será entonces lo que oiremos de Sawaki recorriendo la otra orilla? Seguramente cosas como: En cada instante eres por completo tu auténtico yo […] Pero ese instante es único, tan irrepetible como la vida entera. Si lo pierdes de vista, pierdes con él tu vida.
 


 

Tal vez ambos contemplen el mismo río y nos estén invitando, cada uno a su modo, a compartir con ellos una mirada única

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María del Carmen

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