Nerval o el delirio

11.01.2014 01:55
Gérard de Nerval fue uno de los escritores más representativos del romanticismo francés. Entre sus méritos se cuentan la elaboración de poemas y libros de relatos llenos de turbación; tradujo al francés a Goethe, Schiller y Heine; viajó por Oriente y Europa; entabló amistad con algunas de las figuras culturales más notables de su tiempo, y se dice que inventó la palabra “surrealismo”, que André Breton y los suyos tomaron de él. Fue un prodigio en acaparamiento de desarreglos psíquicos tales como el trastorno bipolar, el sonambulismo o la esquizofrenia; hizo célebre la imagen del poeta paseando a una langosta con una cinta rosa, y cuentan de él que pasaba el tiempo en los internados psiquiátricos instruyéndose sobre magia y cábala. En general, Nerval representa el arquetipo del “poeta maldito” por excelencia.
 
La inclinación de este autor por los planos más oscuros y fluctuantes de la imaginación es incuestionable, pero asimismo, Nerval padecía la misma compulsión irrefrenable y autodestructiva que parece ser la seña de identidad de tantos otros espíritus turbulentos que como él han hollado la tierra; nos referimos a su gusto por las experiencias visionarias y el empleo de psicotrópicos, tal vez como intento de vislumbrar el mundo de los sueños, particularmente agitado y convulso en su interior. No es casual la poderosa semejanza que existe entre las experiencias con fármacos o psicotrópicos y las metáforas poéticas de lo onírico, de las que Nerval era todo un maestro.
 
Junto a Téophile Gautier, quien compartiera una fecunda amistad con el alucinante poeta, solían acudir con asiduidad al llamado “club de los hachisianos”, un fumadero de opio situado en los bajos fondos de París. Allí pasaban tardes de infinito delirio, recostados en el mullido colchón de la enajenación, y quién sabe si no proyectarían en ese lugar algunas de las historias que más tarde hicieron populares en sus narraciones. Posteriormente los dos amigos recordarían un capítulo que podría tener cierta relevancia en lo concerniente al trágico final de Nerval, aunque no por ello se ajuste a la razón.
 
En la correspondencia privada que durante su vida mantuvieron Nerval y Gautier, se encuentra por cuatro ocasiones la mención a una vieja gitana que provenía del este de Europa, la cual practicaba la adivinación y toda suerte de encantamientos con la habilidad que sólo estas personas manejan. Es destacable, a la vez que extraño, que ninguno de ellos se prodigue en detalles sobre este misterioso personaje, así como la patente disparidad entre la descripción física que uno y otro hacen del mismo. Según uno, la anciana tenía un solo ojo y era completamente calva; según el otro, ésta exhibiría una abundante melena y un muñón en el lugar de la mano derecha. El único punto en el que ambos parecen coincidir es que la anciana era una asidua del “club de los hachisianos”.
 
Años más tarde, al morir prematuramente la amada y musa de Nerval, el poeta confesaría en una carta a su amigo que la hechicera había ocasionado su muerte. Esta afirmación tal vez deba achacarse a uno de los tantos delirios del escritor, si bien tampoco esclarece la existencia efectiva de la anciana.
 
Según pudo dilucidar Gautier de entre la bruma intoxicada que rodeaba la memoria así como las cartas de su amigo, la anciana le habría propuesto al poeta un trato abominable: como si de una princesa fáustica se tratase, se cree que pudo ofrecerle el dominio de la palabra a cambio del alma de una joven de espíritu puro. Según parece Nerval se debatió largamente contra esta perspectiva, e incluso se especula que su viaje por Oriente estuviese motivado por el deseo de encontrar a la vieja hechicera y ofrecerle su propia alma a cambio.
 
Ninguno de ellos volvió a saber nunca de la anciana, ni nadie, entre los regentes y la clientela del fumadero de opio, pudo dar fe de una persona así descrita.
 
En 1855, Nerval se ahorcó colgándose de una farola en una calle de París.
 
Cierto o no, alucinación o fantasía, este apunte no pretende establecer juicio alguno sobre la figura del genial escritor francés. En última instancia, sólo puede dudarse de estas reflexiones y las de sus protagonistas, en un caso que trasciende el historicismo y la veracidad para sumergirse de lleno en el terreno del delirio
 

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María del Carmen

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