respuesta a Job. C.G. Jung

22.04.2014 15:50
 
El hecho de que las afirmaciones religiosas estén a menudo en contradicción con fenómenos físicamente comprobables prueba la independencia del espíritu respecto de la percepción física; y manifiesta que la experiencia anímica posee una cierta autonomía frente a las realidades físicas. El alma es un factor autónomo; las afirmaciones religiosas son conocimientos anímicos, que, en último término, tienen como base procesos inconscientes, es decir, trascendentales. Estos procesos son inaccesibles a la percepción física, pero demuestran su presencia mediante las correspondientes confesiones del alma. La conciencia humana trasmite estas afirmaciones y las reduce a formas concretas; éstas, por su parte, pueden estar expuestas a mútiples influencias de naturaleza externa e interna. Ello hace que, cuando hablamos de contenidos religiosos, nos movamos en un mundo de imágenes, las cuales señalan hacia algo que es inefable. No sabemos hasta qué punto son claros u oscuros estos conceptos, imágenes y metáforas con respecto a su objeto trascendental. Si, por ejemplo, decimos la palabra "Dios", damos expresión a una imagen o concepto que ha sufrido a lo largo del tiempo muchas transformaciones; pero no podemos indicar con cierta seguridad —a no ser por la fe— si estas transformaciones se refieren únicamente a los conceptos e imágenes, o si se refieren también a la realidad inexpresable. Lo mismo puede imaginarse uno a Dios como una acción eternamente fluente, llena de vida, que se encarna en figuras sin fin, que como un ser eternamente inmóvil e inmutable. Nuestro entendimiento está seguro sólo de que posee imágenes, representaciones, las cuales dependen de la fantasía y de su condicionamiento especial y temporal; y por ello, en su larga historia, estas imágenes se han transformado innumerables veces. Pero no puede dudarse de que en la base de estas imágenes se encuentra algo trascendente a la conciencia, y esto hace que las afirmaciones no varíen caóticamente y sin limitación alguna; así podemos reconocer que estas imágenes se refieren » a unos pocos "principios" o arquetipos. Estos arquetipos son incognoscibles por sí mismos, lo mismo que lo son el alma o la materia; lo único que cabe hacer es diseñar modelos, de los que sabemos de antemano que son insuficientes; esta insuficiencia se halla confirmada también por las afirmaciones religiosas.
 
Quede, pues, bien claro, que cuando en las páginas siguientes hablo de estos objetos "metafísicos", me doy perfecta cuenta de que me muevo en un mundo de imágenes, y que ninguna de mis reflexiones llega a tocar lo incognoscible. Conozco muy bien la limitación de nuestra imaginación —para no hablar de la estrechez y pobreza de nuestro lenguaje— como para poder imaginarme que mis afirmaciones signifiquen más que lo que significan las afirmaciones de un hombre primitivo cuando dice que su Dios salvador es un conejo o una serpiente. Aunque todo nuestro mundo de ideas religiosas está formado de imágenes antropomórficas, las cuales, en cuanto tales, no podrían resistir una crítica racional, no podemos olvidar que estas imágenes se apoyan en arquetipos numinosos, es decir, en una base emocional, la cual es inexpugnable a la razón crítica Estos hechos anímicos pueden ser no vistos, pero su no existencia no puede ser demostrada. En este sentido, ya Tertuliano invocó con razón el testimonio del alma. En su obra De testimonio animae, cap. V, dice: "Hdec testimonia animae quanto vera, tanto Simplicia: quanto Simplicia, tanto vulgaria: quanto vulgaria, tanto communia: quanto communia, tanto naturalia: quanto naturalia, tanto divina, non putem cuiquam frivolum et frigidum videri posse, si recogitet naturae majestatem, ex qua censetur auctoritas animae. Quantum dederis magistrae, tantum adiudicabis discipulae. Magistra natura, anima discipula. Quidquid aut illa edocuit, aut ista perdidicit, a Deo traditum est, magistro scilicet ipsius magistrae. Quid anima possit de principaü institutore praesumere, in te est aestimare de ea quae in te est. Senti illam, quae ut sentios efficit: recogita in praesagüs vatem, in ominibus au gurem, in eventibus prospicem. Mirum si a Deo data homini novit divinare. Tam mirum, sí eum a quo data est, novit." *
 
* "Mientras más verdaderos son estos testimonios del alma tanto más simples son; cuatro más simples tanto más vulgares; cuanto más vulgares tanto más comunes; cuanto más comunes tanto más naturales; cuanto más naturales tanto más divinos. Creo que a nadie podrán parecerle frivolos y superficiales si contemplamos la majestad de la naturaleza de la que proviene la autoridad del alma. Lo que se concede a la maestra, ha de reconocerse a la discípula: la naturaleza es la maestra, el alma la discípula. Lo que aquélla enseñó o ésta aprendió les fue dado por Dios, que es el maestro de la maestra misma, y lo que el alma recibe de su maestro supremo puedes juzgarlo en ti mismo por tu propia alma: siente a la que te hace sentir, considérala como la vidente que te señala los acontecimientos del futuro, la que interpreta los signos y te protege en los resultados. ¡Qué maravilloso sería si aquella que Dios ha dado a los hombres pudiera predecir! Más maravilloso es que reconozca por quién ha sido dada." (Migue, Patr. lat„ t. I, col. 615 ff)
 
 
Yo voy un paso más allá, y considero que también las afirmaciones de la Sagrada Escritura son afirmaciones del alma, aunque con ello corra el peligro de hacerme sospechoso de psicologismo. Las afirmaciones de la conciencia pueden ser engañosas, mentirosas y caprichosas; pero esto no ocurre con las afirmaciones del alma. Las afirmaciones del alma son trascendentes a nosotros, pues apuntan hacia realidades trascendentes a la conciencia. Estas realidades son los arquetipos del inconsciente colectivo, los cuales producen complejos de ideas en la forma de motivos mitológicos. Estas ideas no son inventadas, sino que, en los sueños, por ejemplo, se presentan a la percepción interna como productos ya acabados; son fenómenos espontáneos, que se sustraen a nuestro capricho; por ello es justo atribuirles cierta autonomía. En consecuencia, estos fenómenos no pueden ser considerados como objetos, sino como sujetos autónomos. Naturalmente desde el punto de vista de la conciencia pueden ser descritos y aun explicados hasta cierto grado como objetos, del mismo modo que se puede describir y explicar un hombre vivo. Pero cuando se hace esto, hay que prescindir de su autonomía. Desde el momento en que se tiene en cuenta esta autonomía, hay necesariamente que tratarlos como sujetos, y en consecuencia hay que concederles espontaneidad e intencionalidad, es decir, una especie de conciencia y de liberum arbitrium; hay que observar su comportamiento y prestar atención a lo que dicen. Este doble punto de vista, que es necesario adoptar frente a todo organismo relativamente independiente, da naturalmente un doble resultado: de una parte, una descripción de lo que yo hago con el objeto, y de otra, lo que el sujeto hace (también, eventualmente, conmigo). Sin duda esta inevitable duplicidad creará cierta confusión en la cabeza del lector al principio, sobre todo porque* en las páginas siguientes vamos a hablar del arquetipo de la divinidad.
 
Si alguno estuviese tentado a decir que las imágenes de Dios que nosotros intuimos son "solamente" imágenes, estaría en contradicción con la experiencia, que pone fuera de toda duda la extraordinaria numinosidad de estas imágenes. La eficacia ("mana") de estas imágenes es tan extraordinaria, que uno no sólo tiene el sentimiento de apuntar con ellas hacia el ens reálíssimum, sino que llega a estar convencido de pensar y aun de "poner", por así decirlo, con ellas el ens realissimum. Todo esto dificulta extraordinariamente el tratamiento de estos temas, si es que no lo hace imposible. Pero de hecho no se puede hacer patente la realidad de Dios sino haciendo uso de imágenes, las cuales han surgido la mayoría de las veces de modo espontáneo y han sido santificadas por la tradición. Pero el entendimiento ingenuo no ha separado nunca la naturaleza psíquica y la función de estas imágenes de su incognoscible fundamento metafísico. El entendimiento ingenuo identifica sin más la imagen que le impresiona con el X trascendental hacia el que esta imagen apunta. Es bien evidente la aparente justificación de esta manera de obrar, y todo marcha bien en tanto no se presentan serias objeciones contra lo que se afirma. Pero si hay motivos para criticar una afirmación, hay que recordar que las imágenes y las afirmaciones son procesos psíquicos diferentes de su objeto trascendental; no le ponen, sino que simplemente hacen alusión a él. Y en el ámbito de los procesos psíquicos la crítica y la discusión no sólo están permitidas, sino que son inevitables.

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María del Carmen

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