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“Nosotros interactuamos con una matriz informacional o campo informacional que todo lo abarca y envuelve y que contiene en cada una de sus porciones toda la información. Es una matriz de tipo holográfico. En ese nivel de cualidad de la experiencia no hay objetos separados unos de otros, sino que se trata de un extraordinario campo informacional de enorme complejidad.
Nuestro cerebro interactúa con ese campo informacional que algunos llaman campo cuántico y otros como David Böhm, el orden implicado. Los físicos actuales hablan de un campo espacial y la Teoría Sintérgica de Grinberg la denomina campo sintérgico.
El cerebro interactúa con este campo y a partir de esta interacción, como resultado final del procesamiento cerebral, aparece la realidad perceptual, la que percibimos tal y como la conocemos, es decir, los objetos, formas, colores y texturas.
En ese campo informacional se encuentran la información de esos objetos, pero no la cualidad. El cerebro está encargado de alguna manera de descodificar ese campo informacional y la resultante final es la realidad que percibimos. Nosotros, en general, debido a nuestra incapacidad para entender el proceso, confundimos ese resultado final con un estimulo primario. Pero lo cierto es que no tenemos acceso al proceso de creación de la realidad perceptual, sino solamente a su resultado final. Y es precisamente esta confusión lo que nos lleva a pensar que la resultante final no es un producto creado por nosotros, sino una realidad independiente o ajena a nosotros, cuando en realidad somos nosotros quienes la elaboramos.
La Teoría Sintérgica afirma que en el procesamiento que el cerebro realiza para “ construir” la realidad, uno de los últimos pasos es la creación de “campo neuronal ”. La idea es que cada proceso energético que se lleva a cabo en la estructura de cada neurona, dentrita o axón del cerebro, crea una microdistorsión de la estructura del pre espacio y que las interacciones entre todas estas microdistorsiones dan lugar a una macrodistorsión hipercompleja denominada “campo neuronal”.
Así el “ campo neuronal” es una matriz resultante de la actividad neuronal del cerebro. La teoría sintérgica afirma que este “ campo neuronal” actúa a su vez con la matriz pre-espacial y a partir de esa interacción, aparece la “realidad perceptual”, es decir la que percibimos con los sentidos físicos. Esta es la Teoría Sintérgica.
Dependiendo del “campo neuronal”, de su sintergia, de su coherencia y su densidad informacional, así será el nivel de interacción congruente con el campo cuántico. Se puede predecir o plantear la hipótesis de que una persona con un gran desarrollo debería poseer un “campo neuronal” de alta sintergia, muy coherente y equilibrado, pero funcionando en alta frecuencia.
Siendo el “campo neuronal” una partícula distorsión de la estructura del pre-espacio, se puede inferir que existe un nivel de esta estructura que contiene la información de todos los campos neuronales existente. Esta estructura es lo que en sintergia se ha denominado “hipercampo”.
LA LATTICE DEL ESPACIO TIEMPO
La mecánica cuántica actual ha desarrollado una concepción acerca de la estructura del espacio que nos va a servir de punto de partida para intentar explicar el trabajo de Pachita.
El concepto de la lattice considera que la estructura fundamental del espacio es una red o matriz energética hipercompleja de absoluta coherencia y total simetría. A esta red se le denomina lattice y se considera que en su estado fundamental contribuye al espacio mismo omniabarcante y penetrado de todo lo conocido. La lattice permanece totalmente invisible hasta que alguna de sus porciones (por cualquier causa) altera su estado de coherencia. Una partícula elemental es precisamente una desorganización elemental de la lattice en cualquiera de sus localizaciones. Cualquier átomo o compuesto químico es una particular conformación estructural de la lattice con respecto a su estado fundamental de máxima coherencia. La concepción de lattice surgió de los estudios de cristalografía, porque la estructura de cualquier cristal es una lattice de alta coherencia que se asemeja a la lattice del espacio. A partir de Einstein, el concepto de espacio ha sido inseparable del tiempo, por lo que la consideración de la lattice del espacio tiempo se refiere a ambos unificándolos. Si la lattice desapareciera, el espacio y el tiempo harían lo mismo.
Cualquier objeto “material” es en realidad una organización irrepetible de la estructura de la lattice. En su estado fundamental de total coherencia, fuera de la misma lattice no existen ni objetos ni alteraciones temporales. Es únicamente cuando la lattice cambia su estructura fundamental que el tiempo transcurre y los objetos aparecen.
EL CAMPO NEURONAL
El cerebro humano es la conformación más compleja conocida de la estructura de la lattice (exceptuando la estructura fundamental de la lattice misma). Cada una de las doce mil millones de neuronas del cerebro humano junto con todas sus conexiones anatómicas son otras tantas alteraciones de la estructura fundamental de la lattice. Cada vez que una neurona se activa y su membrana celular cambia su potencial de reposo produciendo cambios eléctricos de superficie, la lattice cambia su conformación. El conjunto de las modificaciones de la estructura de la lattice que resultan de toda la actividad del cerebro crea una alteración colosalmente compleja de la lattice.
Esta alteración ocurre en todas las dimensiones del espacio y se le denomina campo neuronal. El campo neuronal de un cerebro vivo contínuamente interactúa con la lattice produciendo en ella confirmaciones energéticas a las que denominamos imágenes visuales.
En realidad, el campo neuronal y la lattice firman una unidad y es la misma lattice la que sirve de fundamento al campo neuronal. Sin embargo, por razones didácticas, hablaré de interacción entre el campo neuronal y la lattice cuando haga referencia al efecto que el cerebro tiene sobre la estructura de la lattice.
El mundo que conocemos resulta de la interacción entre el campo neuronal y la lattice. Todos vemos un mundo similar porque la estructura de nuestros cerebros es muy parecida y por lo tanto, los campos neuronales que producimos son semejantes aunque irrepetibles y únicos en cada momento.
Existen, sin embargo, diferentes niveles de interacción y prácticamente un infinito número de conformaciones que el campo neuronal puede adoptar.
Las estructuras cerebrales que más se han utilizado durante la evolución son las más fijas estructural y energéticamente hablando. Esto explica la relativa fijeza de nuestra percepción visual. Al mismo tiempo, las estructuras cerebrales más nuevas, evolutivamente hablando, no tienen tal fijeza ni producen campos neuronales tan parecidos. Por ello las creaciones intelectuales y el pensamiento son tan variables y con tante capacidad de originalidad aunque ambos, el mundo visual y el mundo del pensamiento tienen el mismo origen en la interacción del campo neuronal y la lattice.
De acuerdo a los estudios de la conciencia que indican que ésta posee valores discretos dando lugar a niveles cualitativamente diferentes de la experiencia, es posible suponer que la interacción entre el campo neuronal y la lattice posee una congruencia solamente con ciertas bandas o niveles mientras que otras no. Por ello existen mundos auditivos diferentes de los visuales u olfativos y niveles particulares que la conciencia mística oriental conoce tan bien.
Algunos niveles de interacción solamente son accesibles después de un entrenamiento riguroso mientras que otros son más cotidianos y comunes. En todos los niveles, sin embargo, el cerebro afecta la estructura de la lattice.
EL TRABAJO DE PACHITA
Tal como el lector podrá constatar a través de la lectura de este artículo, el nivel de conciencia de Pachita era extraordinariamente diferenciado. Durante las operaciones que realizaba ella era capaz de materializar y desmaterializar objetos, órganos y tejidos. El manejo de las estructuras orgánicas, le permitía realizar transplantes de órganos a voluntad, curaciones de todo tipo y diagnósticos a distancia con un poder y exactitud colosales.
Estar junto a Pachita era una experiencia única en la cual se experimentaba el poder de su mente capaz de conocer los contenidos del pensamiento, las intenciones y las experiencias más íntimas de sus colaboradores y pacientes como si fueran un libro abierto. Además Pachita lograba penetrar en el tiempo prediciendo eventos futuros como si su campo neuronal en interacción con la lattice del espacio tiempo decodificara y modificara la estructura temporal de la realidad.
Todos estos portentos pueden ser explicados si se acepta la posibilidad de que las modificaciones de la lattice producidas por el campo neuronal de Pachita eran capaces de modificar sustancialmente aquélla produciendo conformaciones similares a la de los objetos (en caso de las materializaciones) o retornos a la estructura de la lattice de los objetos (en el caso de las desmaterializaciones).
Pachita poseía un control único sobre su campo neuronal transformándolo y modificando con él a la estructura de la lattice. Aunque sus efectos parecían ser milagrosos se basan, de acuerdo con esta hipótesis, en el mismo mecanismo que todos utilizamos para crear nuestras imágenes o nuestros pensamientos.
LOS ÓRBITALES DE LA CONCIENCIA
La existencia antes mencionada, de niveles discretos congruentes en la interacción del campo neuronal y la lattice explica que el Hermano Cuahutémoc… De acuerdo a la hipótesis que he presentado, el campo neuronal de Pachita era capaz de interactuar en forma congruente con una banda de la lattice que ella denominaba Cuahutémoc. A estas bandas la teoría sintérgica las denomina orbitales de conciencia. La teoría sintérgica sostiene que la experiencia es la interacción del campo neuronal con la lattice.
LA CONCIENCIA DE UNIDAD
El campo neuronal es capaz de mimetizar la estructura fundamental de la lattice. Esto se logra encrementando la coherencia ínter y transhemisférica. Cuando la coherencia cerebral es así incrementada, el campo neuronal deja de modificar la estructura fundamental de la lattice y la conciencia se vuelve de Unidad. en este estado de Unidad total desaparece el ego y el sujeto de la experiencia se vuelve una especie de “rey de la creación” capaz de modificar la realidad desde sus orígenes.
No puedo explicar la existencia de Pachita y sus efectos a menos que acepte que ella había logrado llegar a la conciencia de Unidad. Esto me explicaría su capacidad de reconocer cualquiera de las mentes que se le aproximaba y su habilidad de hacer aparecer su conciencia en diferentes localizaciones del Universo. Pachita decía ser capaz de salirse de su cuerpo y hacer aparecer su experiencia en localizaciones extracorpóreas. Esta capacidad implicaba entre otras la de poder focalizar su atención total en diferentes porciones de la lattice.
EL FACTOR DE DIRECCIONALIDAD Y EL PROCESADOR CENTRAL
Normalmente hacemos algo similar con nuestra atención; la focalizamos en diferentes regiones de la interacción entre el campo neuronal y la lattice. La capacidad atentiva de Pachita era, sin embargo, extraordinariamente acrecentada. En ambos casos; la de la atención normal y la de la acrecentada, se requiere de un factor explicativo además de la interacción entre campo neuronal y lattice. A este factor la teoría sintérgica lo denomina factor de direccionalidad.
El factor de direccionalidad hace aparecer la experiencia consciente en diferentes regiones de la lattice y requiere de la existencia de un controlador del mismo al que la teoría sintérgica denomina procesador central. Acerca de éste último poco se sabe y solamente se puede conjeturar que pertenece al Observador independientemente de la lattice y el campo neuronal.
Este Observador en diferentes tradiciones se ha denominado Ser, Purusha o Atman. La existencia del Observador se encuentra en la frontera del conocimiento científico precisamente por la necesidad de considerarlo independiente de la lattice. La aceptación del Observador como independiente del mundo físico no ha sido aceptada por la ciencia aunque para Pachita era una realidad incuestionable.
EL HIPERCAMPO
Una consecuencia de todo lo que antecede es la idea de que sumada a la organización propia de la lattice y a su interacción con el campo neuronal, sea necesario considerar a las interacciones entre todos los campos neuronales existentes en el seno de la lattice. A esta lattice que incorpora todos los campos neuronales se le denomina hipercampo.
Pachita parecía poseer la capacidad de decodificar el hipercampo conociendo, de esta forma, el estado de la conciencia planetaria. Esta capacidad de decodificación no era pasiva puesto que ella afirmaba que, a través del Hermano Cuahutémoc se realizaban misiones planetarias de direccionalidad y modificación del hipercampo.
Cualquier alteración del hipercampo afecta a todos los campos neuronales y por lo tanto determina cambios en la conciencia individual y colectiva.
Una de las facetas más extraordinarias de Pachita era precisamente su trabajo en el hipercampo y su ideal de transformación para el bien de la humanidad.
Jacobo Grinberg-Zylberbaum
niños y niñas discapacitados, bajo la premisa de que esa práctica ayude a mejorar la calidad de vida de los infantes. Como precisa la Máster en Educación Especial y terapeuta, Idida Rigual, ya en el año 460 antes de nuestra era, el sabio griego Hipócrates se refería alsaludable ritmo del caballo, algo que la medicina europea retomó luego en los siglos XVI, XVII y XVIII, pues algunos galenos de entonces, recomendaban trotar sobre el animal para mantenerse sano.
Sin embargo, no fue hasta después de concluida la Segunda Guerra Mundial que surgió la llamada equinoterapia en el Viejo Continente, fundamentalmente en Alemania y en varios países escandinavos. EL CAMINO DE LA REHABILITACIÓN En términos generales, la equinoterapia consiste en el empleo de caballos para la rehabilitación física y emocional de niños y adultos con autismo, trastornos neuromotores, síndrome de Down, parálisis cerebral, alteraciones de la conducta, problemas de la concentración, síndrome de Rett, hiperquinesia, y otras patologías. Es la monta terapéutica; es una actividad rehabilitadora, reconocida en todo el mundo. Consiste en aprovechar los movimientos tridimensionales del caballo para estimular los músculos y articulaciones. Además, el contacto con el caballo, aporta facetas terapéuticas a niveles cognitivos, comunicativos y de personalidad. Esta terapia, se emplea de forma sistemática desde los años 50 - 60, aunque sus ventajas se conocen desde tiempos muy antiguos. Los antiguos griegos, entre ellos Hipócrates, aconsejaban la práctica de la equitación para mejorar el estado anímico de las personas con enfermedades incurables y más tarde, en el siglo XVII, algunos médicos recomendaban montar diariamente a caballo para combatir la gota. Del griego "Hippos" (caballo), la hipoterapia, es una alternativa terapéutica que aprovecha los movimientos del caballo para tratar diferentes tipos de afecciones. Es un tratamiento que usa el movimiento multidimensional del caballo. Es un entrenamiento especial físico, que se puede usar terapéuticamente como tratamiento médico, para pacientes con disfunciones de movimiento y otras enfermedades. Históricamente, los beneficios terapéuticos del caballo, fueron ya reconocidos hacia el años
Según refiere la literatura internacional especializada en el tema, un caballo entrenado para esta actividad transmite al paciente durante su marcha un número determinado de vibraciones por minuto. Esos impulsos rítmicos llegan al cinturón pélvico, columna vertebral y miembros inferiores, lo cual proporciona una serie de estímulos fisiológicos que regulan el tono muscular y favorecen el movimiento coordinado. Para tener una idea más clara de los efectos terapéuticos, basta señalar que cuando una persona postrada en silla de ruedas monta caballo, ejercita los mismos músculos que emplearía si caminara durante ese tiempo. Más allá de los mencionados beneficios, la equinoterapia fomenta la integración sensorial, desarrolla el equilibrio vertical y horizontal, además de aumentar la concentración, la autoconfianza, la autoestima, y la interrelación social. También permite trabajar en los aspectos referidos a la postura, lenguaje, orientación espacial y memoria. Para cada caso, explica Idida, se traza un plan de trabajo específico de acuerdo con las valoraciones médicas y a las peculiaridades del padecimiento. Generalmente pueden emplearse las modalidades de monta pasiva y activa. En la primera, la persona bajo tratamiento se adapta al movimiento del animal sin hacer ninguna otra acción, mientras la otra incluye la ejecución de diferentes ejercicios, entre ellos hacer círculos con los brazos, cabalgar al revés o abrazarse al cuerpo del equino. Asimismo, contempla un programa adaptado de equitación deportiva para discapacitados. La labor de rehabilitación es apoyada, además, por la combinación de actividades como el dibujo, empleo de juegos didácticos, y la música. En opinión del licenciado Vladimir Picart, especialista en Zootecnia y responsable de la parte ecuestre del proyecto, los animales utilizados en la equinoterapia deben ser ejemplares adultos, saludables, bien mansos y sobre todo que hayan sido preparados de manera específica para este tipo de labor. Me atrevería a decir que el caballo se muestra muy sensible con los niños discapacitados, para mí, incluso, hasta reconoce las limitaciones de los pacientes y es capaz de no hacer nada que pueda asustarlos, sentenció. Hoy existen en Cuba varios equipos de trabajo que aplican la equinoterapia, y a pesar de las dificultades de toda índole, la disciplina gana espacio y credibilidad. Al parecer, Hipócrates tuvo mucha razón cuando en fecha tan lejana habló del vínculo caballo-salud. |
![Foto: .."Si quieres la salud, primero tienes que preguntarte
si estás dispuesto a suprimir las causas de tu enfermedad.
Solo entonces es posible ayudarte".
- Hipócrates](https://fbcdn-sphotos-b-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/p480x480/599550_628130483864705_477574457_n.jpg)
No hay intencionalidad de añar...sino de pedir:<<dejen respirar..hacen mucho, mucho daño cuando con todos sus velos que les impiden ver lo ciegos que están se esgrimen en defensores con derechos de determinar bien-mal de otro hermano, de catequizar a personas donde ustedes fallan...y hacen mucho daño, usar frases como de Allah..es algo muy sagrado y no para justificación de nuestros actos..en verdad enseñan los actos..la religión no son reglas de grabar en disco duro, las personas sólo necesitan confiar en Dios, mirar hacia dentro que ya Él se encarga..nosotros somos seres vedados, amemos,...amemos...amemos....y sintamonos a nosotros..pues conquistar castillos en el aire nos hace olvidarnos de lo que Dios puso en nosotros
![Foto: .."No sirve de nada estar triste, quejarse
y sentirse justificada haciéndolo
en la creencia de que alguien
nos está haciendo siempre algo.
Nadie está haciendo nada a nadie,
y mucho menos a una guerrera".
- Carlos Castaneda
Pintura de Sophia McCloud](https://fbcdn-sphotos-a-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash4/p480x480/998830_628171497193937_1914432133_n.jpg)
Él no ayudará a la nación que es injusta y opresiva...
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"El útero es una bolsa formada por haces de fibras musculares, con una puerta de salida, el cerviz, donde estos haces se concentran para poder cerrar la puerta herméticamente con el fin de sostener el peso del feto, de la placenta, del líquido amniótico, etc. contra la fuerza de la gravedad; y, al mismo tiempo poder abrirse hasta los famosos diez cm. para que salga el bebé a término.
El tejido muscular es fuerte y al mismo tiempo elástico y flexible; elástico para albergar a la criatura según va creciendo, fuerte para apretar las fibras musculares del cuello y aguantar 10 ó 12 kgs. de peso contra la fuerza de la gravedad, y flexible para la total relajación y apertura de la salida.
Y todo esto con un dispositivo de cierre y apertura en el que participa un sistema neuroendocrino y neuromuscular, el cual a su vez depende de la sexualidad de la mujer.
Merelo-Barberá decía que este dispositivo no es otra cosa que el orgasmo y el proceso de excitación previa; en definitiva, que el orgasmo fue el invento evolutivo para accionar la apertura del útero.”
“En el colegio estudiábamos que los seres humanos somos animales racionales, y que era esta cualidad de seres ‘racionales’ lo que nos distinguía del resto de animales ‘irracionales’. Sin embargo, parece ser que lo que más nos distingue de las demás especies no es el conocido desarrollo del sistema neurológico humano, sino un gran desarrollo de la sexualidad. La sexualidad humana no tiene parangón ni en cantidad ni en calidad con la del resto de nuestros parientes animales.
Quizá, el gran desarrollo de la sexualidad humana, su gran capacidad orgástica, está relacionada con todo el paquete de transformaciones que se han asociado a la adquisición de la posición bípeda y que dieron lugar a nuestra especie. Porque al adquirir la hembra la posición erecta, y quedar el útero a merced de la fuerza de la gravedad, se hizo necesario un perfeccionamiento específico para el dispositivo de cierre y de apertura del útero.
No era una característica cualquiera de la especie; sino un cambio imprescindible para no desaparecer. La actividad sexual que supone un parto (que tiene unas bases neuro-endocrino-musculares similares en todas las mamíferas) se tuvo que hacer más intensa: más fibras musculares, más terminaciones nerviosas, más actividad fisiológica (y sexual) para cerrar y para abrir la boca del útero.”
"De alguna manera, las contracciones rítmicas de las fibras musculares uterinas, el latido orgásmico, tenía que tener un sentido, alguna misión en la función del útero de acoger el desarrollo embrionario.
Según la sexóloga francesa Maryse Choisy, que realizó en la década de los 70 un seguimiento con cuestionario, durante diez años, de la sexualidad de ciento setenta y cinco mujeres, el útero es el centro del sistema erógeno de la mujer y actúa como una caja de resonancia del placer. Choisy habla de un orgasmo cérvico-uterino que por lo general se confunde con el orgasmo vaginal, y que es el más intenso y de mayor placer que se extiende por todo el organismo:
“El orgasmo femenino auténtico no se produce ni en el clítoris ni en la vagina. Tiene su origen en el cuello del útero... El orgasmo cérvico-uterino… difiere radicalmente de todos los otros placeres en intensidad, en profundidad, en calidad, en ritmo sobre todo, en extensión. Es más difuso. Termina por abarcar el cuerpo entero.”
“Un día las chicas descubren solas, que el gesto de apretar los muslos o las nalgas, un poco más fuerte de lo habitual, les procura un orgasmo situado en alguna parte profunda de su interior.”
“Cuando una mujer empieza a excitarse sexualmente, el útero empieza primero a temblar, como una medusa suspendida en el océano. Y luego a latir, como un corazón, o como el cuerpo de una rana, como decían nuestras antepasadas, siendo cada latido el origen de una ola de placer.
Cuando se recupera en alguna medida la conexión neuromuscular con el útero, su latido se percibe durante el orgasmo, como una ameba que se encoge un poco para enseguida distenderse suavemente, distensión que se siente como un movimiento del útero hacia abajo, como un movimiento ameboide; o como el de un pez que se deslizase en el interior de la cavidad vaginal.
Sin embargo, la socialización de las niñas en la inhibición sistemática de las pulsiones sexuales, hace que dichas conexiones neuromusculares no se establezcan, y por eso nos hacemos adultas sin sentir o percibir el útero: es la socialización en la ruptura de la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero, que decía Merelo-Barberá.”
“¡Cómo se entiende ahora el triple mandato encadenado de Yavé: el hombre te dominará, pondré enemistad entre ti y la serpiente (la representante en la antigüedad de la sexualidad de la mujer) y parirás con dolor! Verdadero cimiento de la civilización patriarcal.
Tras varios milenios de socialización en el triple mandato, cuando se aborda científicamente la sexualidad de la mujer, lo que se hace en realidad es abordar la sexualidad de una mujer que desde generaciones ya no vive según su deseo, y que se socializa en una desconexión corporal, con el útero espástico.
Entonces se toma la devastación como lo originario -¡como siempre!- y se define una sexualidad femenina que va del clítoris a la vagina, y se habla de orgasmo clitoridiano y de orgasmo vaginal.”
“Ambroise Paré dice concretamente que el deseo y el placer comienzan cuando el útero empieza a temblar (utiliza los verbos franceses ‘titiller’ y ‘frétiller’). Dice textualmente que los juegos amorosos previos a la cópula son necesarios… hasta que ella se embargue de deseos del macho, lo que sucede en el momento en que su matriz le tiembla. (Tant qu’elle soit éprise des désirs du mâle qui est lorsque sa matrice lui frétille).
El temblor del útero siempre es el comienzo de una excitación sexual. Es como un latido muy tenue y muy seguido, pero sostenido, que toma la forma de temblor en vez del oleaje con latido y ritmo más pronunciado. El proceso del orgasmo siempre empieza con temblor y se va convirtiendo en oleaje, lo mismo que la superficie del mar, que incluso cuando está más calmado, tiembla, y cuando empieza a soplar la brisa, el temblor va haciéndose pequeñas olas, y luego con el fuerte viento, se hacen las olas más grandes.
Y al igual que el mar, un útero suelto y relajado tiembla por cualquier cosa, como la medusa suspendida en el mar: cuando está grávido, y se deja llevar sutilmente por la fuerza de la gravedad; cuando menstrúa y tiembla al abrir un poco el cerviz.
Una mujer contaba que en los comienzos de su cuarto embarazo sentía la pesantez del útero hinchado como un foco de placer, y como si estuviera en un estado pre-orgásmico permanente.
Cuando el útero tiembla, irradia placer como una bombilla irradia la luz; y todo el cuerpo de la mujer va siendo invadido por la radiación, hacia abajo, hacia los muslos, y hacia arriba, el vientre, el torso, los pechos; y al igual que el imán imanta una barra de hierro, la irradiación de placer desde el útero, abarca todo el cuerpo y, en cierto sentido, lo transforma.”
Textos extraídos del libro “Pariremos con placer" de CASILDA RODRIGÁÑEZ BUSTOS.
Antes del nacimiento…. Educar más que estimular.
Hoy día existen estudios que comprueban que un niño por pequeño y frágil que parezca, incluso antes de su nacimiento, siente y se da cuenta de todo lo que ocurre “a su alrededor”: percibe los estados anímicos de la madre, escucha cuando le hablan y aunque sea en forma rudimentaria comienza a reconocer las voces y sonidos más familiares. Por este motivo, resulta fundamental comenzar a “educarlo” desde el embarazo. (OMAEP: Organización Mundial de Asociaciones de Educación Prenatal).
Para eso es clave vivir cada día y cada actividad en forma optimista; transmitir seguridad y confianza, buscar siempre la mejor manera de resolver los problemas y conflictos, llevar una vida ordenada, con buenos patrones de sueño y alimentación, porque el pequeño va asimilando estos hábitos en forma natural. En consecuencia se sugiere aprovechar situaciones que se dan en forma natural para comunicarse con el pequeño, incluyendo el conversarle, cantarle y acariciarlo, buscando favorecer su bienestar, antes que las producidas artificialmente con el fin único de provocar reacciones en él, pues el exceso de actividades podría sobreestimularlo antes de su nacimiento.
La presencia del padre es fundamental en esta etapa en cuanto a su influencia en el desarrollo emocional intrauterino del bebe, lo cual le permitirá a éste relacionarse desde ya con su hijo. Así, el niño comienza a reconocerlo como un ser especial que le brinda confianza, sintiéndose querido y esperado, preparándose para ser bienvenido a la vida. Acciones tan sencillas como acariciar el vientre de la madre o hablarle mientras está en el útero, constituyen experiencias claves para el niño.
Algunos de los beneficios…
Este tipo de práctica nos permitirán mejorar nuestra interacción con el pequeño desde antes del nacimiento, desarrollando un vínculo afectivo niño-padres-familia. En cuanto al bebe nos llevará a favorecer el buen desarrollo de todos sus sentidos, promoviendo su salud física y mental, esto implica el desarrollo de la comunicación (lenguaje y vocabulario), la coordinación visomotora, la memoria, el razonamiento, inteligencia social y funciones básicas, que son la base para el desarrollo y aprendizaje posteriores.
¿Qué podemos hacer?… Todos los sentidos trabajando
Las acciones o prácticas que realicemos antes del nacimiento de nuestros hijos, deben involucrar distintas experiencias sensoriales.
Es así como de forma natural, los padres pueden aprovechar los días de calor para exponer el vientre a los rayos solares (con la debida protección) con una frecuencia aproximada de 30 segundos, alternando esta exposición con cubrirlo con una tela oscura o con la propia ropa de la madre, para dar al pequeño la sensación de luz y oscuridad.
En cuanto a la sensorialidad gustativa y sobre todo olfativa, que constituye uno de los aspectos fundamentales de la relación madre-hijo durante el embarazo, y permitirá al recién nacido construir con mayor facilidad su entorno sensorial y afectivo al nacer, ya que reconocerá los olores habituales, fundamentalmente relacionados con la alimentación de la madre, de la cual en su estado fetal recibe como “estímulos” intrauterinos a través del líquido amniótico, es clave oler y comer elementos del entorno cotidiano de la madre, que sin causarle dificultades, le causen placer.
En cuanto al tacto, se favorece al efectuar masajes a la pared abdominal, realizados por la misma madre, el padre u otra persona cercana. Siendo fundamental tener en consideración que junto con favorecer el desarrollo del tacto en el pequeño, este tipo de prácticas permite establecer una profunda relación con él desde antes del nacimiento.
En cuanto la audición, a partir del quinto mes de gestación, el pequeño ya se ha acostumbrado a oír los latidos cardiacos de la madre y todos sus ruidos digestivos. También distingue las voces y otros sonidos que se producen en la placenta. Ante esta precoz capacidad, uno de las mejores prácticas es conversar con el niño y comenzar a llamarlo por su nombre. Otra opción es cantarle canciones infantiles, siendo positivo escoger una, cantársela con mayor frecuencia y utilizarla en momentos determinados. Por último, es también un aporte importante el escuchar música (música clásica o ambiental), considerando que el pequeño percibe los sonidos del exterior a través de vibraciones y resonancias en la estructura ósea de la madre, por lo que si ella se siente a gusto con alguna melodía, le transmitirá ese bienestar.
Después del nacimiento
Cada experiencia ofrecida desde el momento en que un niño nace le ayuda a formar conexiones que favorecen su desarrollo y aprendizaje, fortaleciendo tanto su ser afectivo como cognitivo. Es así como los padres que hablan y leen cuentos a sus bebés están ayudándoles a desarrollar importantes conexiones lingüísticas. Los padres que responden a los llantos de su pequeño están construyendo un vínculo emocional que favorecerá que él establezca relaciones sanas con otros a futuro.
Actualmente diversos estudios y políticas públicas avalan la relevancia de la lactancia materna, la que no sólo es ‘nutritiva’, sino que también ‘protectora o inmunológica’ y ‘afectiva’. El aspecto nutritivo se manifiesta por el crecimiento que alcanzan los niños alimentados con leche materna, el cual es óptimo y equilibrado; favoreciendo la mejor manera de crecimiento de los niños, favoreciendo un equilibrado y óptimo desarrollo. Por otra parte, la lactancia materna promoverá el apego, un vínculo esencial entre madre e hijo, sea positivo para el desarrollo el niño.
Las buenas prácticas desde el momento del nacimiento promueven el desarrollo de la curiosidad y la capacidad de atención y concentración en el niño, potenciando lo realizado en el período prenatal. Por tanto, en esta etapa es clave ofrecer a los niños la mayor cantidad de oportunidades de calidad, para favorecer que desarrollen al máximo todas sus capacidades y se sientan bien; felices y tranquilos.
Algunas sugerencias…
- Es imprescindible atender las necesidades básicas de su hijo; cuidar su cuerpo, y atender sus necesidades emocionales y fisiológicas. Esto es clave para la generación de vínculos seguros.
- Favorecer el desarrollo de la visión: promover que siga el movimiento de un objeto con los ojos, hablarles dentro y fuera de su campo visual, es decir, ponerse delante de él para hablarle e ir moviéndose abarcando distintos puntos del campo visual del niño.
- Favorecer el desarrollo de la audición: aplaudir suave y lentamente, silbar, hablarle desde distintos puntos e incluso colocarse en lugares donde el niño no alcance con la vista. Además podemos mostrarle diversos objetos que hagan ruido para que asocie el sonido a los objetos.
- Favorecer el desarrollo del tacto: proporcionando al niño objetos que presenten distintas características táctiles: objetos duros, blandos, fríos, calientes, rugosos, suaves, húmedos, secos…
- Favorecer el sentido del gusto: Desde que son muy pequeños es aconsejable introducir pequeñas modificaciones en las papillas y comidas, se trata de cambiar algún ingrediente de vez en cuando para que el niño se vaya acostumbrando a los distintos sabores.
- Favorecer el desarrollo de la capacidad de movimiento, moviendo su cuerpo y motivando el movimiento con objetos y sonidos atractivos, de acuerdo a las capacidades que va demostrando.
- Favorecer el desarrollo cognitivo y del lenguaje, por medio del canto de canciones, contarles cuentos, poesías, conversarles, etc.
- Reconocer y favorecer las ganas que tienen todos los niños por conocer cosas nuevas y explorarlas. Más adelante es clave responder a las preguntas que hacen de forma que se despierte aún más la curiosidad y el deseo de saber.
Es importante tener en cuenta que es clave que como padres tengamos claridad en cuanto a la centralidad de EDUCAR desde la cuna e incluso antes, que las experiencias que les entreguemos sean verdaderas oportunidades, partiendo de la base de que la mejor manera de favorecer su desarrollo es preocupándonos que se desarrollen dentro de un ambiente seguro emocionalmente y rico en posibilidades de aprender y desarrollarse en todos sus ámbitos.
Un acto tan natural como el dormir despliega, en una misma sociedad, una multitud de significantes: dormitorios separados, camas gemelas, gran cama familiar, animales fuera o dentro del dormitorio. Los mismos suscitan una confusa nube connotativa: higiene, temor al incesto, miedo a la oscuridad, dependencia, autonomía, necesidad de un cuerpo tibio que respire y palpite junto al nuestro.
A una amiga, la cineasta Suzanne Smith, le debo esta encantadora historia autobiográfica. En la noche de su octavo aniversario, Suzanne le pregunta a su mamá:
—Ya soy grande: ¿estará bien que continúe durmiendo con mi osito? La madre responde: —Todos necesitamos dormir con alguien. Yo también soy grande y duermo con papi.
Cama y matriz
La necesidad de dormir junto al cuerpo de alguien se origina, según el psicoanalista Otto Rank, en el dolor de abandonar la matriz. Siempre según Rank, tal sufrimiento, de modo potencial, acompaña de por vida a los mamíferos. (El humano es el mamífero más estudiado y, por lo tanto, en lo hondo mismo de su enigma, el menos misterioso.) Cada noche, el adulto, al sumergirse en guarida o lecho, persiste en un simulacro de retorno. Tal idea se corrobora por la posición recogida que muchos adultos asumen al dormir. Y, en la lucidez de la vigilia, la habitación, la casa, la ciudad, constituirían otras tantas metáforas subliminales de la matriz. Obsedido por la caricia prenatal, el humano contemplaría tierra y cielo, el universo que le ofrece un hábitat, como similar al útero gozado en tiempos embrionarios. Eso explicaría que, de modo ampliamente transcultural, se atribuya una lectura antropomórfica a los crepúsculos vespertino y matutino: la del retorno del sol al seno materno y la de su alumbramiento.
El significado de los símbolos que pueblan nuestra vida onírica no puede decodificarse plenamente. Pero, según Otto Rank, los sueños del analizante durante su psicoanálisis, cuyo desciframiento permite entrever posibilidades y medios de curación, tienen un significado último. Esos símbolos oníricos, cuando van acompañados de paz, representan la realización del deseo de regreso al período embrionario. Bajo los que tienen una carga de angustia, yace el trauma del nacimiento como expulsión del paraíso. Y eso asociado con las sensaciones y detalles somáticos realmente sentidos por el bebé cuando emprende la desgarradora travesía vaginal que lo traerá a este mundo.
Según otros médicos, en cambio, el viaje hacia el territorio posnatal es vivido de modo muy diferente. Como los demás bebés mamíferos, una de las más importantes necesidades del chico humano radica en tranquilizarse mediante signos que le llegan a través de la piel. En el punto de lanzarse hacia un nuevo ámbito, las contracciones del útero sobre su cuerpo constituyen vigorosas caricias que traen otros tantos mensajes de vida. Algunos médicos sugieren que esas contracciones tienen significados equivalentes a las lamidas que reciben los pequeños de otras especies. Signos táctiles que consuelan de la separación y prometen una vida feliz.
Esta mano viviente
En su poema La mano, John Keats despliega una pesadilla que, gradualmente, se transforma en sueño amoroso y confiado:
Esta mano viviente, ahora cálida y capaz
De asir con firmeza, si estuviese fría
Y en el glacial silencio de la tumba,
Hasta tal punto obsedería tus días y helaría tus noches soñantes
Que tú desearías que tu propio corazón se secase,
Así en mis venas la roja vida podría fluir de nuevo,
Y tú, calmada en tu conciencia -mira mi mano, aquí está-
Yo la tiendo hacia ti.
El poema se desenvuelve en un clima onírico que crece hacia el tormento hasta alcanzar la paz. De la tranquilidad táctil del primer verso se desciende a un pozo pesadillesco. En él, se abren múltiples experiencias afectivas: doloroso contraste entre ardor presente y muerte futura, odio hacia la amada, quien acaso conservará la vida después de morir el amante. Y todas ellas se resuelven a través de la mano del poeta. Asida a una delirante soledad, ésta puede hostigar sin tregua. Viva, pide y convida al amor.
El tacto es, acaso, el principal sentido en los procesos de inmersión en el sueño. Para los pequeños de muchísimas especies, es más fácil dormirse si sienten el cuerpo de la mamá cerca del suyo. Cuando se dan las condiciones necesarias, muchos animales continúan durmiendo con sus madres mientras dura la vida. De lo contrario, si es posible, buscan la compañía física del ser humano o de un amigo de la propia o de diferente especie. La tibieza, el ritmo de la respiración, la suavidad del otro, su presencia, convocan la serenidad de un perdido paraíso. Pero el edén que para el hijo despliega el cuerpo materno entraña un ambiguo privilegio.
El sueño de retorno
Los chimpancés son aquellos primates cuya estructura genética es más parecida a la nuestra. En los bosques de Tanzania, cada noche construyen su nido en la cima de un árbol. La etóloga Jane Goodall ha tomado fotos de esas frondas jaspeadas de lechos aéreos, levantados por miembros de la misma familia. En uno, la abuela, que también es madre, descansa con su bebé. En los otros, las hijas mayores reposan abrazadas a sus chiquitos. Los lazos entre madre, hijos y hermanos se mantienen a lo largo de los años. Los nietos conocen a su abuela y suelen brindarle aquellos momentos de ternura, juego y diversión que las preocupaciones de la maternidad impidieron.
Aunque la sociedad chimpancé es muy rica en lo que se refiere a comunicación táctil, hay intercambios de piel reservados a la mamá y a su hijo pequeño. Durante el primer año de vida, mientras ella, junto con la colectividad a la que pertenece, erra en busca de nuevos espacios, el chiquito viaja colgado de su vientre. Entre los dos y los cinco años, trepa al dorso materno y desde allí, bien abrazado, participa del itinerario de sus compañeros. Por la noche, goza del sueño compartido.
Los cálidos vínculos familiares son para siempre, pero el pequeño chimpancé disfruta de ese paraíso sensorial durante los cuatro o cinco primeros años de vida. Luego la mamá le impedirá subirse a sus espaldas y deslizarse en su nido. Será necesario aprender a hacer la propia cama, andar por sí mismo y dormir solo. A través de sucesivas maternidades, la hembra recobrará la experiencia de abrazarse a un cuerpo amado hasta hundirse en el sueño. El macho, nunca más.
Tanto la pequeña como el pequeño chimpancé reaccionan dolorosamente ante esa separación impuesta. Dejan de jugar, durante el día permanecen pegados al cuerpo de la madre tratando repetidamente de treparse sobre ella y, en la noche, intentan deslizarse en su nido a hurtadillas. Para recuperar el contacto perdido, las hembras se valen de mimos y halagos. En cambio, los machos suelen hacer verdaderos escándalos, arrojándose por el suelo, arrancándose pelos de la cabeza y llorando como niños para convencer a sus madres de que les permitan regresar al antiguo abrazo.
Jane Goodall convivió más de treinta años con los chimpancés de Tanzania. Su meta, alcanzada de modo deslumbrante, era probar las profundas analogías afectivas e intelectuales que nos unen a esos primates. Durante su largo período de observaciones, Goodall registró dos jóvenes que jamás lograron dejar el nido materno ni alcanzar el camino de la independencia.
En el caso de uno de ellos la madre, que era excelente para maternar, tenía más de cincuenta años en el momento del corte. El hijo era un macho vehemente y ella inició una nueva gestación, lo que agotó sus fuerzas. No tuvo vigor para obligarlo a abandonar el cobijo. Rodeado por sus hermanos, ese pequeño había sido especialmente mimado y tenía una conducta caprichosa, con la que todos los miembros de la familia se mostraban condescendientes. Cuando la madre intentó destetarlo e impedirle andar sobre su lomo durante el día, armó bataholas extraordinariamente violentas. Así, logró mamar hasta que su hermanita nació. La necesidad de leche de esa hermana impidió que siguiera con tal forma de alimentación. Pero la madre no consiguió prohibir que se metiera en su nido junto con la bebé ni que trepara a su dorso. A veces hasta se colgaba de su vientre, ocultando con su cuerpo a la hermanita y regresando a la posición de su primer año. Al mismo tiempo, se deprimía más y más, jugaba raras veces y permanecía sentado largas horas junto a la madre, haciéndole caricias. Así ocurrió durante los seis meses de vida de la pequeña. Entonces, la madre contrajo pulmonía y se debilitó tanto que no conseguía subir a un árbol para hacer su nido a la noche. La hermanita murió y la madre, aun después de pasada la enfermedad, estaba agotada, física y psicológicamente. Ya ni siquiera intentaba impedir que el hijo se metiera en su refugio o viajara sobre su lomo. Este sólo dejó de subírsele cuando tenía ocho años y la madre carecía de la energía suficiente para aguantar el peso.
En otro caso, el pequeño tenía cinco años en el momento en que regresó el ciclo menstrual de su madre. Esta era muy atractiva. El cortejo, especialmente en el caso de una hembra codiciada, suele generar un ambiente tenso dentro de la comunidad. No sólo los rivales se agreden entre sí: la propia hembra puede resultar golpeada. En el caso que nos ocupa, el pequeño no se soltó nunca de la madre, ni durante los acoplamientos ni mientras los machos se atacaban u hostilizaban a la compañera. Trataba de interferir mientras la madre copulaba y hacía cuanto le era posible para protegerla cuando la violentaban. En una de esas confusiones, se dislocó la pelvis. Disminuido, rengo, quejándose casi permanentemente con la voz y el gesto a causa del dolor, no podía mantener el ritmo de su familia nómade. La madre, que lo estaba destetando vigorosamente, le permitió andar sobre su lomo. Todavía después de llegar el bebé que esperaba, lo siguió cargando. Cuando pretendía ignorar su llanto, la hermana mayor lo subía sobre sus propias espaldas. Tal vez debido al estado físico del hijo, la madre no hizo ninguna tentativa para alejarlo de su nido. Así, continuó durmiendo abrazado a ella y al bebé. Aún después de los siete años, cuando ya había aprendido a hacer su propia cama, de vez en vez se deslizaba en el lecho materno, junto a la hermanita.
Para cualquier pequeño chimpancé, la muerte de la madre supone un duelo que bordea la muerte propia. Sin embargo, los hermanos mayores suelen acompañar a tal punto a un chico durante ese dolor, que logran devolverle el interés por la vida. La mayoría supera la depresión. Pero, en los casos en que la intimidad física con la madre se ha mantenido ininterrumpidamente, durante sueño y vigilia, su ausencia supone una pérdida generalizada de inclinaciones. Si ella muere, el hijo la acompaña. Como el hombre y otros animales, los chimpancés conocen caminos para despedirse.
No obstante, la pervivencia de un lazo físico tan continuo es muy rara. A la partida obligada del nido sigue, en el curso de aproximadamente diez meses, el nacimiento de un hermanito. Este devuelve al mayor la curiosidad y la alegría permitiéndole, al mismo tiempo, adquirir otras aptitudes, como las de cuidar, proteger y desarrollarse.
El cuerpo de quien cuida
En el ámbito humano, durante la primera infancia especialmente, el contacto con los padres, el ser llevado en brazos, mecido y acariciado, dan modelos de sueño que regirán la vida del adulto. Aun si numerosos psicoanalistas reconocen que el chiquito se beneficia con la presencia de mamá o papá en el momento de dormirse, invocan reglas de higiene según las cuales los hijos deben descansar separados de los adultos. El miedo a que el niño asista a la escena primitiva, manchando definitivamente su propia vida sexual y emocional, persigue hasta hoy a numerosos freudianos ortodoxos. Sin embargo, de acuerdo con la misma Anna Freud, la cultura occidental ignora la urgencia biológica que siente el chico por el cuerpo de quien lo cuida. Con más frecuencia que en tiempos de la hija de Freud, muchos niños de hoy experimentan largas horas de soledad. En general, tales niños ruegan a sus madres para que los dejen descansar a su lado o, por lo menos, compartan la cama hasta que ellos se duerman. Los interminables pedidos de agua, puerta abierta, luz encendida, cantinela o relato, son supersignos de una urgencia física de padres. En su investigación inédita sobre La cama familiar, la psicóloga Tine Thevenin señala las ventajas de dormir en contacto. Según ella, los niños que reposan en la misma cama que sus hermanitos durante los primeros años, mejoran humor y sueño, se muestran más sensibles y afectuosos y resultan más alegres. El hecho de descansar juntos disminuye peleas y rivalidades. La práctica de la cama familiar produce personas más cómodas con sus propios cuerpos y con mayor libertad para comunicar amor.
La cama familiar
En su novela Extraño fruto, la escritora Lillian Smith presenta a Alma, esposa del doctor Tracy (a quienes sus allegados llaman Tut). Alma Tracy plantea una visión de la familia que se funda en la cama compartida: A veces lo único que podía recordar de sus noches con Tut era la forma en que se separaba de ella. Había algo casi disipado en el modo en que Tut dormía, de manera tan descontrolada, podía decirse. Alma había pensado en camas gemelas. Pero no había hecho nada por conseguirlas porque, en el fondo del corazón, dudaba de que esposos y esposas debieran dormir separados. Era bastante vago para ella, pero el hecho de dormir juntos, con tiempo frío o caliente, parecía una hebra necesaria para la construcción del entramado matrimonial. Si esa hebra se rompía, todo el tejido podía deshenebrarse. De qué modo, no estaba segura. Pero creía firmemente que la costumbre que tenía su madre de dormir en una habitación separada de la de su padre había determinado que la vida familiar de su infancia no hubiera sido todo lo cálida que habría podido ser.
En el teleteatro Cuerpo a cuerpo, una familia en crisis encuentra su reconciliación en el lecho de los esposos. Eloa (Debora Duarte) es una floreciente profesional que ha debido despedir a Osmar (Antonio Fagundez), su cónyuge y subordinado, a causa de un grave error cometido en el trabajo. Aunque el hecho deja sus señales en el matrimonio, los esposos están dispuestos a dialogar para resolverlo. Pero el hijo de diez años escapa de la casa. No quiere vivir con una mujer que manda a su marido. Cuando los padres logran hacerlo regresar, los tres conocen un momento de euforia. Tendidos en la gran cama, descalzos, bromean y juegan. La madre muerde un pie del hijo. El padre le hace cosquillas en el estómago. Brazos y piernas vuelan en alegre confusión. Ese es el paisaje de la xora, del que la semióloga y psicoanalista Julia Kristeva nos habla a lo largo de sus investigaciones: paisaje de risas, roces, caricias. Espacio donde los significados precisos y los valores asignados se suspenden para permitir un provisional olvido de jerarquías, deberes y prejuicios.
En su novela La casa de los espíritus, Isabel Allende muestra el contacto entre abuelo y nieta como el único que permite a un hombre de masculinidad opresiva, vivir un poco de cariño: Esteban Trueba, que siempre había tenido dificultad para expresar su necesidad de afecto y que desde que se deterioraron sus relaciones matrimoniales no tenía acceso a la ternura, volcó sus mejores sentimientos en su nieta. La niña le importaba más de lo que nunca le importaron sus propios hijos. Cada mañana ella iba en pijama a su pieza, entraba sin golpear y se introducía en su cama. El fingía despertar sobresaltado, aunque en realidad la estaba esperando y gruñía que no lo molestara. Alba le hacía cosquillas. Con esos juegos matinales, el Senador Trueba satisfacía su necesidad de contacto humano. Las caricias para despabilarse y algunos paseos por el campo de la mano de su nieta, inmensidad de potreros y atardeceres, constituyen para Esteban Trueba, los mejores momentos de su existencia. Contacto con lo infinito de la naturaleza y con lo pequeño e íntimo de una piel de niña.
Cuando la abuela muere y el abuelo, entre su duelo y la política, la descuida, Alba, que ha tenido una niñez solitaria y diferente (por lo que, como es general, se la vitupera y rechaza), sólo cuenta con el amor de su madre. La ausencia de su abuela la acosa con pesadillas y el médico sugiere trasladarla a la habitación materna, para darle tranquilidad: Desde que empezó a compartir el dormitorio con su madre, esperaba con secreta impaciencia el momento de acostarse. Encogida entre sus sábanas, la seguía en su rutina de terminar el día y meterse a la cama. Terminado su ritual, Blanca se introducía en el lecho y apagaba la luz. A través del estrecho pasillo que las separaba, tomaba la mano de su hija y le contaba cuentos que su mala memoria siempre renovaba.
La cama de la amistad
La cama es también el lugar que eligen los amigos para abrigarse en momentos de dolor extremo. En su filme Una historia simple, Claude Sautet cuenta la historia de Marie (Romy Schneider), quien hace años ha abandonado a su marido (Bruno Kremer) por ser compañero y padre ausente. Acorazado en su trabajo, no sabe lo que ocurre en el hogar. Una noche, súbitamente, el pequeño hijo de ambos arde de fiebre. La madre llama la emergencia y se le informa de que la criatura corre peligro. Su marido está de viaje laboral: imposible comunicarse con él. Acude entonces a una pareja de amigos. Son ellos quienes le brindan ese apoyo que se requiere cuando a una persona la despedaza el miedo frente a la posible pérdida de alguien amado. Con la misma rapidez con la que se había agravado, el niño se recupera. Cuando el padre regresa, está sano. Pero su esposa ya no quiere vivir con él. Sus verdaderos compañeros de vida son aquellos contra quienes puede adosarse cuando la angustia no le permite mantenerse en pie. Años más tarde, presa de una depresión, su amigo se arroja de un décimo piso. Sautet concede menos de un minuto del filme a los funerales. En cambio, muestra una larga secuencia donde Marie y su amiga viuda, en la cama matrimonial de la última, brazo a brazo, piel a piel, lo recuerdan, lo lloran y logran reírse con sus dichos, sus gestos, sus chistes. El roce y calor de sus presencias permite trabajar el dolor de la ausencia.
Lecho de vida, amor y muerte
Muchos artistas han visto en el mar una uterina cama, llena de líquido acariciador. En la novela Ulises, Dedalus llama al mar lecho nupcial, lecho de parto, lecho de muerte iluminado por cirios espectrales.
Símbolo de la regeneración en sueño o amor, la cama es, también, el lugar de la despedida. La novelista Katherine Anne Porter recuerda un viaje que hizo a Luisiana con su hermana mayor. Querían comprar muebles antiguos para ésta última, que acababa de casarse. Juntas visitaron una casa, habitada por un caballero anciano quien tenía cosas que vender. Era un hombre viudo, de unos noventa años. Vivía rodeado de sus criados y mantenía su belleza en la vejez. Dijo que, efectivamente, había algunos muebles en venta. Las guió en un recorrido por la residencia y, cuando llegaron al dormitorio, surgió ante los ojos de la novelista y su hermana, una cama matrimonial de deslumbrantes líneas clásicas.
-Ésa es exactamente la cama que deseo, exclamó la hermana de Katherine, a lo que el caballero respondió:
- Señora: ésa es mi cama matrimonial, la que mi esposa trajo consigo como recién casada. En esa cama dormimos juntos durante sesenta años. Todos nuestros hijos nacieron ahí. Ahí moriré yo y después mis herederos podrán disponer de ella como gusten.
Cama de nacimiento, tálamo nupcial, lecho funerario, ese mueble se transforma en objeto de cuidados y de una especie de veneración. No representa la vida en lo que la misma tiene de fluente. Pero es centro sagrado de misterios vitales. Como la tierra, absorbe vida y la comunica.
Lecho y milagro
En la tradición bíblica, el lecho aparece, primero, como lugar desde el que se trasmite la bendición de Yavé de primogénito a primogénito. Es desde el lecho que Isaac, ya ciego, toca el brazo de su hijo Jacob y lo confunde (o finge confundirlo) con el de su mellizo Esaú (el primero en traspasar el umbral de la madre). Así, le confiere una bendición que él creía destinada al primer nacido (Gen 27:1-29). (En esos tiempos bíblicos se creía que el que primero llegaba al mundo era el primogénito. Hoy se sabe que el primogénito, el que se concibe primero, nace último). Rubén, el primogénito de Jacob, pierde esa bendición por haber deshonrado el lecho paterno, uniéndose con una concubina de su padre (Gen. 49:4). Y, desde el lecho, Jacob conversa con sus hijos y decide trasmitir la bendición a Levi, un hijo que tuvo con su primera esposa Lea y no a José, su favorito, vástago de Raquel, la esposa amada (Gen 48:2, 49:32).
En los textos evangélicos, la cama no significa sólo un lugar de reposo. También simboliza el cuerpo como vestidura, especialmente la corporalidad manchada y restaurada por la gracia. Así, algunos exégetas interpretan que, cuando el paralítico curado por Cristo recibe la orden de llevarse su litera, lo que se le está mandando es usar su cuerpo purificado y reforzado por el don divino: Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces Jesús al paralítico): Levántate, toma tu cama y vete a tu casa.
Entonces él se levantó y se fue a su casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres. (Mt. 9: 1-8; Mr. 2: 1-12; Lc. 5: 33-39)
(Este artículo es adelanto de una investigación sobre Caricias. Para una semiótica del contacto, que se realiza en el marco de la Cátedra de Semiótica de la Universidad ORT Uruguay.
Referencias
Ackerman, Diane Una historia natural de los sentidos. Barcelona, Anagrama, 1992 |
CRITERIOS DE VALOR
¿En qué consiste el valor espiritual efectivo —no sólo virtual— de un hombre para quien la cuestión puede o debe plantearse? ¿En su inteligencia, su discernimiento, su conocimiento metafísico? Evidentemente no, si este conocimiento no se combina con una voluntad realizadora y con una virtud global que sean al menos suficientes. ¿Es en su voluntad realizadora, en su poder de concentración? No, si éste no se combina con el mínimo necesario de conocimiento doctrinal y de virtud. Y e1 valor espiritual no consiste tampoco en la virtud, si ésta no va acompañada de una comprensión doctrinal al menos satisfactoria ni de un esfuerzo realizador equivalente.
Todo esto es como decir que el valor espiritual de un hombre reside, no en un grado eminente sea de discernimiento, sea de concentración, sea aún de virtud, sino en un grado al menos suficiente de estas tres capacidades. Ahora bien, este grado suficiente implica que la capacidad ofrece lo esencial: es preciso, por consiguiente, que el conocimiento, para ser suficiente, contenga lo que es indispensable, y lo mismo vale decir, mutatis mutandis, respecto al esfuerzo y a la virtud.
Con toda evidencia, la ciencia intelectual más brillante es vana en ausencia de la iniciativa realizadora correspondiente y en ausencia de la virtud necesaria. Dicho de otro modo: la ciencia no es nada si se combina con la pereza espiritual y con la pretensión, el egoísmo y la hipocresía. De la misma manera, el poder de concentración más prestigioso no es nada si va acompañado de ignorancia doctrinal e insuficiencia moral; y asimismo también, la virtud natural es poca cosa sin la verdad doctrinal y la práctica espiritual que la valoricen con miras a Dios y que le restituyan así toda su razón de ser.
El conocimiento doctrinal indispensable es la distinción entre lo Absoluto y lo contingente. Luego conviene saber que lo contingente se encuentra prefigurado en lo Absoluto, y que lo Absoluto se proyecta en la contingencia; es por una parte el Logos celestial y, por otra parte, el Logos terrestre. Con toda evidencia, es preciso conocer las consecuencias escatológicas de la Naturaleza divina, porque el hombre no sabe nada si no admite la inmortalidad del alma y las exigencias de la vocación humana.
Por lo que se refiere a la concentración, que es la prolongación operativa del conocimiento, ella es estrechamente solidaria de la intención, hasta el punto de no valer más que por ésta. Un hombre que se concentrase poderosamente con la intención de obtener el don de los milagros o el prestigio de la santidad no ganaría nada y lo perdería todo; por el contrario, un hombre que no lograra concentrarse —a pesar de poner en ello su mejor voluntad—, pero que lo hiciera con una intención espiritualmente aceptable, recibiría la aprobación del Cielo. Por lo demás, la legitimidad de la intención produce a fin de cuentas una concentración suficiente: el hombre que es perseguido por un toro huye sin necesidad de hacer un esfuerzo de concentración, y lo mismo ocurre a los amantes que se lanzan el uno hacia el otro para encontrarse; la eficacia, luego la concentración, está en la sinceridad de la intención, y ésta depende de la realidad de la situación. El hombre que reza porque quiere realmente escapar del infierno, o porque siente nostalgia del Paraíso, o porque ama a Dios y gusta de rezar, o porque la realidad de Dios se impone concretamente a su espíritu, un tal hombre realizará sin esfuerzo el fervor y, por consiguiente, la concentración, la unidad de espíritu, la interioridad contemplativa.
En cuanto a la virtud, que es la savia moral de toda operación espiritual, consiste esencialmente en la generosidad, luego en el don de sí mismo con respecto a Dios y la apertura del alma con respecto al prójimo. Y quien dice generosidad, dice desapego, porque el hombre ávido y mezquino no podría ser generoso. La generosidad, por su misma naturaleza, implica la intuición de las buenas intenciones de los demás: es decir, que el generoso no interpretará nunca mal las buenas intenciones, aunque pueda ocurrirle que interprete bien intenciones malas, en cuyo caso no será censurado por Dios, a condición de que se trate de un error accidental y excusable y no de un empecinamiento contrario a la verdad. Muchos hombres están en el infierno porque han sospechado gratuitamente de los hombres honrados; pero ni un solo hombre honrado está en el infierno porque se haya dejado engañar.
La virtud, para ser tal, es objetiva; se conforma a la realidad y no a la ilusión. La generosidad no es nunca complacencia ni debilidad; no es virtud más que por su fuerza interna. Se debe ser generoso hacia el prójimo en cuanto él sea víctima de un error o de una falta, pero nunca si se identifica con ellos. Se puede ser generoso con la pasión, pero no con el orgullo. Y más todavía: se puede ser generoso, en un mismo caso, una o dos veces, pero no una tercera vez. Como no se puede ser generoso con el diablo, puesto que no se le podría convertir, tampoco se puede serlo con hombres que comparten su espíritu. Sin embargo, se tiene el derecho moral, con todo honor, de sobreestimarlos a priori, pero no se tiene nunca el derecho de subestimar a los hombres de bien.
Sería falso concluir que los hombres que no disciernen a la primera ojeada al diablo bajo un disfraz estén influenciados por él por el solo hecho de su error, porque su candor es natural y respetable; por el contrario, están afectados por el diablo aquellos que actúan como él, incluso si creen combatirlo y lo reconocen de entrada bajo cualquier disfraz. En una palabra, vale más ejercer una generosidad que por error absuelve a un culpable, que tener un «sentido crítico» fogoso y acerbo que arrastre en su reprobación a inocentes.
La pobreza ante Dios se convierte en riqueza hacia los hombres: es decir, la receptividad con respecto a Dios se convierte en irradiación y generosidad con respecto al prójimo. Esta irradiación está siempre determinada por la verdad, no por una subjetividad gratuita, e implica por consiguiente un aspecto de rigor diamantino; rigor que, en ciertos casos, es la única caridad posible.
Ciertamente, lo ideal es que un hombre realice en grado eminente las tres condiciones o capacidades —a saber, el discernimiento intelectual, el esfuerzo espiritual y la belleza moral—, o que realice en este grado dos o una sola de ellas, pero poseyendo la otra —o las otras— en un grado suficiente; pero cuando se trata simplemente de saber si un hombre es espiritual o no, si es sincero o mundano, estas cimas no entran en cuenta. Con toda evidencia, vale infinitamente más realizar el equilibrio de las tres capacidades al menos de forma suficiente, que carecer del todo de una de ellas, aún poseyendo una brillante hipertrofia, convertida en aleatoria por el hecho mismo de su aislamiento.
A este sistema de criterios se le podría objetar que el valor espiritual de un hombre no es siempre manifiesto, y que es imposible descubrirlo en personas poco conocidas, pero esto está fuera de la cuestión, pues nosotros no consideramos más que los casos en que una situación espiritual o psicológica se hace patente y debe incluso hacerse patente, y en que además tenemos el derecho o incluso el deber de tener conocimiento de ella. Se trata aquí, no de preocuparnos por personas que no nos conciernen ni práctica ni teóricamente, sino de precavernos contra errores en los casos de personas que corren el riesgo bien de no obtener el debido reconocimiento porque sus talentos son modestos, bien, por el contrario, de gozar de un inmerecido prestigio porque sus talentos son excepcionales. El hombre se expone a los más graves daños espirituales, bien por desconocer un alma superior a causa de una ligera imperfección, o de una apariencia de imperfección, bien por rendir homenaje a un alma inferior por causa de una cualidad sobresaliente pero de hecho inoperante.
Nuestros tres criterios indican el fundamento mismo y, en cierto sentido, la base a la vez esencial y mínima de la vocación humana; y ésta no puede ser sino espiritual si el hombre es realmente hombre. La cima de la primera condición —la comprensión doctrinal— es una intelección directa que se manifiesta mediante una inspiración permanente y que es algo cercano a la profecía; el límite inferior de la comprensión doctrinal es el conocimiento de las verdades indispensables para la salvación, o un conocimiento suficiente de los datos fundamentales de la metafísica.
La cima de la segunda condición —la tensión realizadora— es un estado de unión permanente con Dios; siendo el límite inferior de esta tensión la intención legítima y sincera y el esfuerzo que de ella resulta.
Finalmente, la cima de la tercera condición —la conformidad moral— es una perfecta belleza del alma: una nobleza que hace que el hombre vea las cosas desde arriba, no solamente en el plano de las abstracciones doctrinales, sino también en el de los sentimientos íntimos. Es percibir con el alma sensible la relatividad y la evanescencia de las cosas, y al mismo tiempo, desde el punto de vista opuesto y complementario, la absolutidad y la infinitud —y por consiguiente la permanencia— que ellas manifiestan a su manera y dejan transparentar; de ello resulta que el alma noble tiene siempre algo de incondicional y de diamantino al mismo tiempo que algo de ilimitado e irradiante; y esta irradiación se traduce precisamente en generosidad. En cuanto al límite inferior de la virtud, es esta generosidad elemental, o esta capacidad de poner la dignidad moral por encima del interés, lo que prueba que el hombre es realmente hombre, que lo es por vocación y no por accidente175.
Toda esta criteriología es sin duda elemental, pero, sin embargo, suficiente desde el punto de vista de sus propios principios; los esquemas tienen derecho a la existencia a la vez que no son más que elipsis. En todo caso, los criterios de que se trata —y esto resulta de su propia naturaleza— suministran menos un instrumento para medir a los otros que un medio de verificarse a sí mismo, al menos a priori, y suponiendo que no haya que protegerse contra las ilusiones del prójimo; lo que, sin embargo, no nos autoriza a perder de vista que, potencialmente, los otros están en nosotros y nosotros estamos en los otros. Y por ello no estamos nunca dispensados de perfeccionar en nosotros mismos aquello cuya imperfección observamos a nuestro alrededor.
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