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04.12.2013 11:07

Scott London: Ud. ha escrito y dado clases acerca de la necesidad de revisar la psicoterapia a lo largo de más de tres décadas. Ahora, de improviso, el público parece receptivo a sus ideas: Ud. figura en las listas de bestsellers y en las charlas de TV. ¿Por qué cree que su obra imprevistamente ha tocado una cuerda?

James Hillman: Creo que está habiendo un cambio de paradigma en la cultura. La antigua psicología ya no funciona más. Demasiada gente ha estado analizando su pasado, su niñez, sus recuerdos, sus padres, y dándose cuenta de que no hace nada- o de que no hace lo suficiente.

James Hillman
James Hillman

London: Ud. no es una figura muy popular dentro del mundo institucional de los terapeutas.

Hillman: No soy crítico con la gente que hace psicoterapia. Los terapeutas que están en primera línea tiene que hacer frente a un enorme caudal de los fracasos sociales, políticos y económicos del capitalismo. Son sinceros y trabajan duro con muy poca credibilidad, y el sistema y las compañías farmacéuticas intentan eliminarlos. De modo que realmente no intento atacarlos. Lo que ataco son las teorías de la psicoterapia. Uno no ataca a los heridos de Vietnam, sino a la teoría detrás de la guerra. No es error de nadie que haya luchado en esa guerra. La guerra misma era el error. Lo mismo ocurre con la psicoterapia. Transforma todos los problemas en problemas subjetivos, internos. Y no es de allí de donde vienen los problemas. Provienen del entorno, las ciudades, la economía, el racismo. Provienen de la arquitectura, de los sistemas de enseñanza, del capitalismo, de la explotación. Vienen de muchos sitios que la psicoterapia no trata. La teoría de la psicoterapia lo vuelve todo sobre ti: tú eres el que está mal. Lo que intento decir es que si un muchacho tiene problemas o está desanimado, el problema no está simplemente dentro del muchacho; también está en el sistema, en la sociedad.

London: No se puede arreglar a la persona sin arreglar la sociedad.

Hillman: No lo creo. Pero no creo que nada cambie hasta que no cambien las ideas. El punto de vista corriente de los norteamericanos consiste en creer que algo está mal en la persona. Tratamos a las personas de la misma manera que tratamos a los coches. Llevamos el pobre muchacho al doctor y preguntamos "qué no funciona en él, cuánto costará y cuándo podemos pasar a buscarlo". No podemos cambiar nada hasta que tengamos ideas frescas, hasta que empecemos a ver las cosas diferentemente. Mi objetivo es crear una terapia de las ideas, tratar de aportar nuevas ideas, de modo que podamos ver de modo diferente los mismos viejos problemas.

London: Ud. ha afirmado que escribe a partir de "la rabia, el disgusto y la destrucción"

Hillman: Me he encontrado con que la psicología contemporánea me enfurece con sus ideas simplistas acerca de la vida humana, y también su vacío. En la cosmología que subyace a la psicología, no hay ninguna razón para que estemos aquí o hagamos algo. Nos vemos compelidos por los resultados del Big Bang, hace billones de años, que eventualmente produjo la vida, que eventualmente produjo a los seres humanos, y así sucesivamente. Pero y yo? Soy un accidente, un resultado -y por consiguiente una víctima.

London: ¿Una víctima?

Hillman: Bueno, si sólo soy un resultado de causas pasadas, soy una víctima de estas causas pasadas. No hay mayor significado detrás de las cosas que proporcione una razón para estar aquí. O, si lo considera desde una perspectiva sociológica, soy el resultado de la crianza, la clase, la raza, el género, los prejuicios sociales y la economía. Nuevamente soy una víctima. Un resultado.

London: ¿Y qué acerca de la idea de que nos hacemos a nosotros mismos, de que puesto que la vida es un accidente, tenemos la libertad de transformarnos en lo que queramos?

Hillman: Sí, adoramos la idea del hombre que se ha hecho a sí mismo (self-made man), de otro modo iríamos a la huelga en contra de que Bill Gates tenga todo ese montón de dinero! Adoramos esa idea. Votamos por Perot. Creemos que es un hombre honesto, maravilloso, grande. Enviamos dinero para su campaña, a pesar de que es uno de los capitalistas más ricos en nuestra cultura. Imagínese, enviar dinero a Perot! Es increíble, y sin embargo es parte de ese culto a la individualidad.

Pero la cultura está pasando por una depresión psicológica. Nos preocupa nuestro lugar en el mundo, ser competitivos: ¿tendrán mis hijos tanto como tengo yo? ¿Llegaré a tener mi casa propia? ¿Cómo puedo comprarme un coche nuevo? ¿Me quitarán los inmigrantes mi mundo blanco? Toda esta ansiedad y depresión arroja dudas acerca de si puedo lograrlo como un individuo heroico estilo John Wayne.

London: En "El código del alma" Ud. habla acerca de "la teoría de la bellota". ¿Qué es eso?

Hillman: Bueno, es más un mito que una teoría. Es el mito de Platón de que uno llega al mundo con un destino, aunque él emplea la palabra "paradigma" o arquetipo en lugar de destino. La teoría de la bellota dice que existe una imagen individual que le pertenece a tu alma.

El mismo mito puede encontrarse en la kabbalah. Los Mormones también lo tienen. Los Africanos también lo tienen. Los Hindúes y los Budistas también lo tienen de diferente manera -lo vinculan más con la reencarnación y el karma, pero aún así uno llega al mundo con un destino particular. Los indios americanos también lo tienen y muy fuerte. De modo que todas estas culturas a lo largo del mundo tienen esta comprensión básica de la existencia. Sólo la psicología americana no la tiene.

London: En nuestra cultura tendemos a pensar en la vocación en términos de "profesión" o "carrera".

Hillman: Sí, pero la vocación puede referirse no sólo a maneras de hacer -esto es, trabajo- sino también a maneras de ser. Por ejemplo ser amigo. Goethe decía que su amigo Eckermann había nacido para la amistad. Aristóteles hacía de la amistad una de las grandes virtudes. En su libro sobre ética, tres o cuatro capítulos están dedicados a la amistad. En el pasado, la amistad era algo inmenso. Pero para nosotros es difícil pensar en la amistad como una vocación, porque no es una profesión.

London: La maternidad es otro ejemplo que viene a la cabeza. De las madres se espera que tengan una vocación, por encima y más allá de ser una madre.

Hillman: En efecto, no es suficiente sólo ser madre. No es sólo la presión social sobre las madres por parte de ciertos tipos de feminismo y otras fuentes. También hay presión económica. Es una terrible crueldad del capitalismo depredador: ambos padres tienen que trabajar ahora. La familia debe tener dos fuentes de ingreso a fin de comprar las cosas que son deseables en nuestra cultura. De modo que la degradación de la maternidad -el sentimiento de que la maternidad no es en sí misma una vocación- también surge por la presión económica.

London: Qué implicaciones tienen sus ideas para los padres?

Hillman: Creo que lo que digo debiera aliviarlos enormemente y hacerlos desear prestar más atención a su hijo, este extraño que ha aterrizado en medio de ellos. En lugar de decir "Este es mi hijo" deben preguntarse "¿Quién es este niño que ocurre que es mío?" Entonces tendrán mucho más respeto por el niño y tratarán de tener abierto los ojos para las ocasiones en que el destino del niño pudiera mostrarse -como en la resistencia en la escuela, por ejemplo, o un conjunto de síntomas raros en un año, o una obsesión con una cosa u otra. Quizás allí esté ocurriendo algo muy importante que los padres no habían advertido antes.

London: Los síntomas son vistos usualmente como debilidades.

Hillman: En efecto, de modo que se busca algún tipo de programa médico o terapéutico para liberarse de ellos, cuando los síntomas podrían ser la parte más crucial del niño. En mi libro hay muchas historias que ilustran ésto.

London: ¿Cuánta resistencia ha encontrado a su idea de que eligimos a nuestros padres?

Hillman: Bueno, le molesta a mucha gente que odia a sus padres, o cuyos padres fueron crueles, abusaron de ellos o les abandonaron. Pero si uno considera la idea un momento, es sorprendente cómo puede liberarlo a uno de mucha culpa y resentimiento y fijación en los padres.

London: Tuve una larga discusión sobre su libro con una amiga que es madre de una niña de seis años. Si bien acepta la idea de que su hija tiene un potencial único, acaso incluso un "código", está preocupada de lo que eso puede significar en la práctica. Teme que pudiera abrumar a la niña con muchas expectativas.

Hillman: Esa es una madre muy inteligente. Creo que la peor atmósfera para una criatura de seis años, es aquella en la que no hay ninguna expectativa. Esto es, es peor para el niño crecer en un vacío donde "lo que hagas está bien, estoy segura de que triunfarás". Esta es una manifestación de desinterés. Dice: "Realmente no tengo ninguna fantasía para tí". Una madre debiera tener alguna fantasía sobre el futuro de su hijo. Por lo menos aumentará su interés en su hijo. No se trata de convertir la fantasía en un programa para que el niño vuele en avión a lo largo del país. Eso sería la satisfacción de los propios sueños de los padres. Eso es diferente. Tener una fantasía -la cual el niño intentará cumplir o contra la cual se rebelará furiosamente- da al menos al niño alguna expectativa que cumplir o que rechazar.

London: ¿Y qué piensa de la idea de someter los niños a tests para determinar sus aptitudes?

Hillman: Las aptitudes pueden mostrar la vocación, pero no son el único indicador. Las ineptitudes o limitaciones pueden revelar aún más la vocación que el mismo talento, curiosamente. O puede haber una formación muy lenta del carácter.

London: ¿Cuál es el primer paso para entender la propia vocación?

Hillman: Es muy importante preguntarse a sí mismo: "Cómo puedo ser útil a los demás? ¿Qué quieren la gente de mí?" Esto bien podría revelar para qué está uno aquí.

London: Ud. ha escrito que "la gran tarea de cualquier cultura es mantener los invisibles en contacto". ¿Qué quiere decir con ello?

Hillman: Es una idea difícil de explicar sin abandonar la psicología e introducirse en la religión. No hablo sobre quiénes son los invisibles, o dónde viven o qué quieren. No hay teología en ello. Pero es el único modo en que los humanos podamos dejar de ser tan humano-céntricos: permanecer vinculados a algo otro que humano.

London: ¿Dios?

Hillman: Sí, pero no tiene que ser necesariamente algo tan elevado.

London: ¿Nuestra vocación?

Hillman: Creo que el primer paso es darse cuenta de que cada uno de nosotros tiene tal cosa. Y luego debemos mirar hacia atrás en nuestras vidas y considerar algunos de los accidentes y curiosidades y rarezas y problemas y enfermedades y comenzar a ver más en estas cosas de lo que habíamos visto antes. Plantea preguntas, de modo que cuando ocurren esos pequeños y peculiares accidentes, uno se pregunta si hay algo más en acción en nuestra vida. No tiene que involucrar necesariamente una experiencia extra corporal durante una intervención quirúrgica ni el tipo de magia de alto nivel que la New Age intenta meternos. Es más una sensibilidad, tal como la que tendría una persona que viviera en una cultura tribal: el concepto de que hay otras fuerzas en acción. Un modo de vivir más reverencial.

London: En algunos sentidos UD. es un crítico de la Nueva Era (New Age). Sin embargo he advertido que un par de críticos de "El código del alma" lo han colocado en la categoría de New Age. ¿Qué siente al respecto?

Hillman: Bueno, algunos críticos tienen prejuicios cientificistas. Para ellos, mi libro debería ser ciencia o sino charlatanería new age. Es muy difícil encontrar una tercera alternativa en nuestra sociedad tan competitiva. Tomemos el caso del periodismo, donde todo se presenta como una persona en contra de otra: "Ahora vamos a escuchar la posición opuesta". Nunca hay un tercer enfoque.

Mi libro es acerca de un tercer enfoque. Dice, sí, hay genética. Si, hay cromosomas. Sí, hay biología. Sí, hay entorno, sociología, padres, economía, clase, y todo eso. Pero hay también algo más. De modo que si viene a mi libro desde el ángulo de la ciencia, lo verá como "new age". Si viene al libro desde el ángulo de la new age, dirá que no va lo suficientemente lejos- es demasiado racional.

London: Recuerdo una charla pública que Ud. dio hace tiempo. La gente quería preguntarle todo tipo de cuestiones acerca de su visión del alma, y Ud. parecía un poco irritado con ellos.

Hillman: He estado luchando con estas cuestiones durante treinta y cinco años. A veces me irrito en una situación pública porque pienso, Oh Dios, no puede volver a eso de nuevo. No puedo poner eso en una respuesta de dos palabras. No puedo. Donde quiera que vaya, la gente dice "¿Puedo hacerle una pregunta rápida?" Siempre es "una pregunta rápida". Bueno, mis respuestas son lentas. (Risas)

London: Antes mencionó a Goethe. El observó que nuestra mayor felicidad reside en practicar un talento para el que fuimos hechos. ¿Somos tan desgraciados, como cultura, porque estamos disociados de nuestros talentos innatos, nuestro código del alma?

Hillman: Creo que somos desgraciados en parte porque tenemos solo un dios, y es la economía. La economía es un porteador de esclavos. Nadie tiene tiempo libre, nadie tiene ocio. Toda la cultura está bajo una presión terrible y fraguada de preocupaciones. Es difícil salirse de esa caja. Esa es la situación dominante en todo el mundo.

Además, veo la felicidad como un derivado, no como algo que se persigue por sí mismo. No creo que pueda perseguirse la felicidad. Creo que esa frase es uno de los pocos errores que cometieron los Padres de la Constitución. Quizás querían decir algo distinto a lo que entendemos hoy - la felicidad como el propio bienestar en la tierra.

London: Es difícil perseguir la felicidad. Parece acercarse a uno sigilosamente.

Hillman: Ikkyu, el monje loco japonés, tiene un poema que dice:

Uno hace esto, uno hace aquello
uno discute a la izquierda, uno discute a la derecha,
uno desciende, uno asciende,
esta persona dice no, uno dice sí,
adelante y atrás
uno es feliz
uno es realmente feliz

Lo que está diciendo es: Detén todo ese absurdo. Realmente eres feliz. Detente por un minuto y te darás cuenta de que eres feliz simplemente siendo. Creo que es la búsqueda lo que echa a perder la felicidad.Si abandonamos la búsqueda, está aquí mismo.

04.12.2013 10:51

¿Con cuál se identifican? El reconocerlos despierta la sabiduría interior y resalta las virtudes, como también los posibles desequilibrios en que se puede caer

¿Qué pasó con los hombres? ¿Cómo encajan en estos nuevos tiempos? ¿Han cambiado? O, ¿se quedaron pegados en el estereotipo del macho recio proveedor?

Las psicólogas Nina Bascou y Alejandra Gajardo, expertas en arquetipos masculinos, responden: “Los hombres se transformaron en máquinas de reproducción, tomaron sólo un aspecto de su ser, su masculinidad y la llevaron al límite, explotándose a sí mismos y desconectándose de su sensibilidad, tanto hacia los demás como hacia sí mismos”, afirman las especialistas del Centro Holístico Inana, donde realizan el taller “El Guerrero Retorna a su Origen” (ninabascoub@gmail.com).

Dicen, que los caballeros se perdieron y olvidaron su origen, a "su madre", su esencia y su naturaleza doble, de seres animales y espirituales, y por ende, renegarían de su naturaleza humana.

“Al olvidar su origen y a su madre, no reconocen su conexión con la madre tierra, con su ser animal y por lo tanto, su respeto y valoración por la vida”, declaran. En lo concreto, esto explicaría su afán por lo destructivo, como por ejemplo, en la guerra o la depredación de los recursos naturales.

Pero también, según las psicólogas, se puede constatar en que al estar desconectados de su parte amorosa, olvidan a su madre humana y eso hace que poco o nada se relacionen con lo afectivo, el autocuidado y tengan un desarrollo sano de su autoestima.

“Se aíslan afectivamente, dando rienda desenfrenada a las obligaciones que el sistema les sobre impuso. Por eso decimos, que se han vuelto máquinas que producen, rinden y buscan resultados rápidos, no se detienen en lo que sienten o quieren”, sostienen.

El objetivo, evolucionar

El análisis no es lapidario por qué si. Para ellas, constata una realidad que han podido atender en su consultas y al observar cómo se han desenvuelto en la sociedad y han establecido sus relaciones.

Pero, afortunadamente, el mundo cambia y con todos adentro. Entonces, el conocer los arquetipos masculinos se vuelve una herramienta de trabajo personal para el autoconocimiento, la evolución.

“Es una posibilidad de poner en palabras y hacer consciente la sabiduría que hay dentro de sí mismos, la sabiduría propiamente masculina”, acotan. Para identificarse con ellos, Nina Bascou recomienda hacerlo mediante el estudio de la carta astral. Aunque de todos modos, al tener la información y conocerse un poquito, ya se emprende el camino.

“Para los hombres es muy importante poner en palabras. Si ellos logran hacer eso, de alguna manera, el arquetipo toma realidad dentro de sí mismos y se materializa el don especial que cada uno tiene”, anima. ¿Para qué? Nada menos que para aumentar su sentido de identidad y autoestima.

“Es la posibilidad de volver a encontrarse consigo mismos y con sus iguales, de una manera constructiva, positiva”, agrega Alejandra Gajardo.

Nosotras, las mujeres

Las psicólogas aseveran que esta información también es útil para las mujeres, porque ellas en sus múltiples roles, necesitan conectarse con su capacidad de acción y producción pero sin que eso las desequilibre.

Es decir, sin pasar a llevar nuestra naturaleza femenina para que no haya tensión, dolor ni tanto esfuerzo. “Nosotras tenemos una masculinidad interior, la energía yang, que debemos dejar fluir desde nuestra feminidad, liviana y dulcemente. Y también porque de esa manera, nos complementamos a nosotras mismas. Nos hacemos más libres e independientes y menos vulnerables”, declaran.

Por otro lado, indican que sin desarrollar nuestra masculinidad interior sería imposible conectar y amar verdaderamente a un hombre, a un esposo, a un hijo, a un amigo. “Así también, un hombre que no se ha arriesgado a mirar hacia dentro, hacia sus zonas vulnerables y sensibles, tendrá dificultad de conectar profundamente a una mujer”, comenta Nina Bascou.

Por lo tanto, lo interesante de los arquetipos es que ayudan a integrar en nuestro interior, a nuestro opuesto complementario, “transformándonos así en personas maduras y más capaces de amarnos a nosotros mismos y de amar a otro”, reflexionan.

Dios y arquetipos masculinos

Así como existen los arquetipos femeninos, las psicólogas describen 8 arquetipos basados en el estudio de Jean Shinoda Bolen :

1. Zeus, Dios del Cielo, rey padre celestial: Ejecutivo, creador de alianzas, conquistador. Tienen capacidad de usar el poder, decisión, capacidad generadora. En desequilibrio: Crueldad, inmadurez emocional, vanidad.

2. Poseidón, Dios del Mar, rey padre de la tierra: Instintivo, intuitivo, hombre emocional, enemigo implacable. Lealtad, acceso a los sentimientos. En desequilibrio: Inestabilidad emocional, baja autoestima, destructividad y represión emocional.

3. Hades, Dios del Mundo subterráneo, Rey recluso: Reino de los espíritus y el inconsciente. Poseen un mundo interior rico en imágenes. Desapego. Saben captar la esencia de las personas y las cosas, descubrir tesoros ocultos. En conflicto: Invisibilidad social, depresión, distorsión de la realidad. Baja autoestima. Manipuladores, controladores y hasta sádicos.

4. Apolo, Dios del Sol, hijo predilecto: Establece metas con éxito. Aprecio de la claridad y forma. Sanador a través de la música y poesía. Fidelidad, nobleza. En desequilibrio: Son hombres arrogantes que mantienen distancia emocional. Egocéntricos y orgullosos.

5. Hermes, Dios Mensajero, comunicador, guía: Capacidad para comprender el sentido de las cosas. Amigable. Grandes comunicadores. En desequilibrio: Impulsividad y eterno adolescente. Astutos, mentirosos y hasta manipuladores.

6. Ares, Dios de la Guerra, hijo rechazado: Guerrero, bailarín, amante. Hombre encarnado. Integración de las emociones y el cuerpo. Expresividad de las emociones. Supervivientes, luchadores. Poder de iniciativa. Su conflicto psicológico: Impulsividad, agresividad, autoritarios, baja tolerancia frustración, baja autoestima, poca reflexión.

7. Hefesto, Dios de la Forja, hijo rechazado: Artesano, hombre creativo. Capacidad para ver y crear belleza. Habilidad con las manos. En desequilibrio: No apropiado socialmente, bufón, complejo de inferioridad.

8. Dionisios, Dios del Extasis, hijo protegido: Místico, errante, amante extático. Apreciación de la experiencia sensorial. Amor por la naturaleza. Intensidad pasional. Cuando se enamoran lo hacen para siempre. En desequilibrio: Adicciones, distorsiones de la percepción de si mismo, baja autoestima.

04.12.2013 10:46

Las muchachas de nuestra sociedad participan del mito del héroe masculino porque, al igual que los muchachos, también tienen que desarrollar una identidad del ego que sea digna de confianza y adquirir una educación. Pero hay un estrato de la mente más antiguo que parece surgir a la superficie en sus sentimientos con el fin de hacer de ellas mujeres, no imitaciones de hombres. Cuando este antiguo contenido de la psique comienza a aparecer, la joven moderna puede reprimirlo porque amenaza separarla de la emancipada igualdad de la amistad y la ocasión de competir con los hombres, competición que se ha convertido en un privilegio moderno.

Esta represión puede ser tan eficaz que durante algún tiempo ella mantendrá una identificación con las metas intelectuales masculinas, aprendidas en el instituto o la universidad. Aun cuando se case, conservará cierta ilusión de libertad, a pesar de su ostensible acto de sumisión al arquetipo del matrimonio, con su implícita orden de convertirse en madre. Y así puede ocurrir, como lo vemos con frecuencia hoy día, que el conflicto, al final, obliga a la mujer a redescubrir la enterrada feminidad de una forma penosa pero, en definitiva, recompensadora.

Vimos un ejemplo de esto en una joven casada que aun no había tenido ningún hijo, pero que se proponía tener uno o acaso dos porque eso es lo que se esperaba de ella. Mientras tanto su reacción sexual era insatisfactoria. Esto preocupaba a ella y a su marido, aunque no podían encontrar ninguna explicación. Ella había obtenido la licenciatura con excelente calificación en una buena universidad femenina y disfrutaba de una vida de camaradería intelectual con su marido y con otros hombres. Mientras este lado de la vida le ocupaba gran parte del tiempo, tenía ocasionales explosiones de mal humor y hablaba en una forma agresiva que la enemistaba con los hombres y a ella le proporcionaba un sentimiento intolerable de disgusto consigo misma.

Por ese tiempo, tuvo un sueño que le pareció tan importante que buscó el consejo profesional para entenderlo. Soñó que estaba en una fila de mujeres jóvenes como ella, y cuando miró hacia delante, adonde iban llegando las de la cabecera, vio que, según llegaba cada una, la decapitaban en una guillotina. Sin miedo, la soñante permaneció en su fila, es posible que totalmente dispuesta a someterse a la misma suerte cuando le llegara el turno.

Explicamos a la paciente que ella estaba decidida a prescindir del hábito de “vivir con la cabeza”, tenía que aprender a liberar su cuerpo para descubrir su reacción sexual natural y a desempeñar plenamente su papel biológico en la maternidad. El sueño expresaba eso como la necesidad de realizar un cambio drástico; tenía que sacrificar el papel del héroe “masculino”.

Como era de esperar, esta mujer culta no tuvo dificultad en aceptar esta interpretación en un nivel intelectual y trató de transformarse en un tipo de mujer más sumisa. Luego mejoró su vida amorosa y se transformó en madre de dos hijos encantadores. Cuando fue conociéndose mejor, comenzó a ver que para un hombre (o para la mente educada masculinamente de las mujeres) la vida es algo que hay que conquistar al asalto, como un acto de voluntad heroica; pero para que una mujer se sienta satisfecha de sí misma, la vida se lleva mejor mediante un proceso de despertamiento.

Un mito universal que expresa esa clase de despertar se encuentra en el cuento de hadas de la Bella y la Bestia. Las versión más conocida de esta historia cuenta cómo la Bella, la menor de cuatro hermanas, se convirtió en la favorita de su padrea a causa de su bondad desinteresada. Cuando pide a su padre sólo una rosa blanca, en vez de los regalos más costosos pedidos por las otras hermanas, ella sólo se da cuenta de su sincero sentimiento íntimo. No sabe que está a punto de poner en peligro la vida de su padre y sus relaciones ideales con él. Porque él roba la rosa blanca en el jardín encantado de la Bestia, que se excita llena de cólera por el robo y exige al padre que vuelva dentro de tres meses, para imponerle el castigo, posiblemente la muerte.

(Al conceder al padre ese aplazamiento para que regrese a casa con su regalo, la Bestia se porta de un modo poco consecuente, en especial cuando también ofrece enviarle un cofre lleno de oro cuando llegue a casa. Según comenta el padre de la Bella, la Bestia parece cruel y amable al mismo tiempo.)

La Bella insiste en sufrir ella el castigo de su padre y se dirige, al cabo de tres meses, al castillo encantado. Allí le destinan una hermosa habitación donde no tiene preocupaciones ni nada que temer salvo las ocasionales visiones de la Bestia que una y otra vez le pregunta si alguna vez se casarán. Ella siempre rehúsa. Entonces, al ver en un espejo la imagen de su padre postrado por la enfermedad, ella ruega a la Bestia que le permita regresar para cuidar a su padre prometiendo volver al cabo de una semana. La Bestia le dice que él se moriría si ella le abandonara, pero que puede ausentarse por una semana.

Una vez en casa, su radiante presencia trae alegría a su padre y envidia s sus hermanas, las cuales planean retenerla más tiempo de lo que ella ha prometido. Al fin, ella sueña que la Bestia se está muriendo de desesperación. De ese modo, dándose cuenta de que ha sobrepasado el tiempo acordado, regresa para resucitarla.

Olvidando completamente la fealdad de la agonizante Bestia, la Bella la cuida. La Bestia le dice que le es imposible vivir sin ella y que morirá feliz ahora que ella ha vuelto. Pero la Bella se da cuenta de que tampoco puede vivir sin la Bestia de la cual se ha enamorado. Y así se lo dice y le promete ser su esposa con tal que no se muera.

En ese momento, el castillo se llena de resplandor y de sonidos de música, y la Bestia desaparece. En su lugar está un apuesto príncipe que dice a la Bella que había sido hechizado por una bruja y transformado en bestia. El hechizo duraría hasta que una muchacha hermosa amara a la Bestia sólo por su bondad.

En este cuento, si desciframos su simbolismo, es verosímil que veamos que la Bella es toda muchacha o mujer que haya llegado a una adhesión emotiva con su padre, no menos firme porque sea de naturaleza espiritual. Su bondad se simboliza con su petición de una rosa blanca, pero en un significativo retorcimiento del significado, su intención inconsciente pone a su padre y luego a ella misma en poder de un principio que no expresa la bondad sino la crueldad y amabilidad mezcladas. Es como si ella desease ser rescatada de un amor que la mantiene en una actitud virtuosa e irreal.

Al aprender a amar a la Bestia, ella despierta al poder del amor humano escondido en su forma erótica animal (y, por tanto, imperfecta) pero auténtica. Posiblemente esto representa un despertar de su verdadera función de relacionamiento que la capacita para aceptar el componente erótico de su deseo originario que tuvo que ser reprimido por miedo al incesto. Para dejar a su padre, como en realidad hizo, tuvo que aceptar el miedo al incesto y permitirse vivir en su presencia, en fantasía, hasta que pudiera llegar a conocer al animal hombre y descubrir su verdadera reacción ante él como mujer.

De ese modo, ella se redime, y redime a su imagen de lo masculino, de las fuerzas de la represión, trayendo a la consciencia su capacidad para confiar en su amor como algo que combina espíritu y naturaleza en el mejor sentido de ambas palabras.

El sueño de cierta paciente emancipada representaba esa necesidad de suprimir el miedo al incesto, un verdadero miedo en los pensamientos de esa paciente, a causa de la adhesión excesivamente íntima de su padre hacia ella después de la muerte de su esposa. Soñó que la perseguía un toro furioso. Al principio, ella huyó pero se dio cuenta de que era inútil. Se cayó y el toro quedó encima de ella. Sabía que su única esperanza era cantarle al toro y, cuando lo hizo, aunque con voz temblorosa, el toro se calmó y comenzó a lamerle la mano. La interpretación demostró que ella podía ahora aprender a relacionarse con los hombres en una forma femenina más confiada, no sólo sexualmente, sino eróticamente en el amplio sentido de relaciones al nivel de su identidad consciente.

Pero en los casos de mujeres mayores, el tema de la bestia puede no indicar la necesidad de encontrar la respuesta a la fijación paterna personal o a liberar una inhibición sexual o cualquiera de las cosas que la racionalista mentalidad psicoanalítica pudiera ver en el mito. De hecho, puede ser la expresión de cierta clase de iniciación de la mujer que puede ser precisamente tan significativa al comienzo de la menopausia como en plena adolescencia; y puede aparecer a cualquier edad cuando se haya alterado la unión de espíritu y naturaleza.

Una mujer en edad menopáusica contó el siguiente sueño:

Estoy con varias mujeres anónimas a las que no parece que conozca. Bajamos por la escalera de una casa extraña y nos encontramos de repente ante un grupo de “hombres-monos” de rostro maligno y vestidos de pieles, con anillos grises y negros, con cola, horribles y de mirada codiciosa. Estábamos completamente en su poder, pero, de repente, comprendí que el único modo de salvarnos no era el pánico ni huir, sino tratar a esos seres con humanidad para que se dieran cuenta de su lado mejor. Y así, uno de los hombres-monos llegó hasta mí y yo le saludé como si fuera mi pareja de baile y comencé a bailar con él.

Después, fui dotada de sobrenaturales poderes de curación y hay un hombre que está a las puertas de la muerte. Tengo una especie de cañón de pluma o, quizá, el pico de un pájaro con el que le soplo aire dentro de la nariz y él comienza a respirar de nuevo.

Durante los años de su matrimonio y la crianza de sus hijos, esta mujer se vio obligada a desdeñar sus dotes creadoras con las que en otro tiempo se había creado una reputación pequeña, pero auténtica, de escritora. En la época de sueño, había estado intentando forzarse a volver a escribir a la vez que se criticaba por no ser mejor esposa, amiga y madre. El sueño mostraba sus problemas con la luz de otras mujeres que podían haber pasado por una transición semejante, descendiendo, como en el sueño, a las regiones inferiores de una casa extraña desde un nivel consciente demasiado elevado. Podemos suponer que esto era la entrada a cierto aspecto significativo del inconsciente colectivo, con su reto a aceptar el principio masculino como hombre-animal, esa misma figura heroica y un tanto payasa de Trickster que encontramos al principio de los primitivos ciclos del héroe.

En cuanto a su realización con ese hombre-mono y el humanizarle extrayendo lo que era bueno en él, significa que ella tendría que aceptar primero cierto elemento impredecible de su natural espíritu creador. Con ello, atajaría entre los vínculos corrientes de su vida y aprendería a escribir en forma nueva, más apropiada para ella en su segunda parte de la vida.

Que este impulso se relacionaba con el principio creador masculino lo demuestra la segunda escena en la que ella resucita al hombre insuflándole aire en la nariz por medio de una especie de pico de pájaro. Este procedimiento neumático sugiere la necesidad de una reavivación del espíritu, más que el principio de excitación erótica. Es un simbolismo conocido en todo el mundo: el acto ritual trae el soplo creador de vida a toda nueva hazaña.

El sueño de otra mujer subraya el aspecto “natural” de la Bella y la Bestia:

Algo vuela o entra arrojado por la ventana, análogo a un insecto grande con paras retorcidas en espiral, amarillo y negro. Luego se convierte en un animal extraño, con franjas amarillas y negras, como un tigre, patas de oso, casi humanas y un rostro afilado como el de un lobo. Podía correr libremente y herir a los niños. Es domingo por la tarde y veo una niña toda vestida de blanco camino de la escuela dominical. Tengo que llamar a la policía para socorrerla.

Pero entonces veo que aquel ser se ha transformado en mitad mujer, mitad animal. Se me acerca zalamero, quiere que le acaricien. Veo que es una situación de cuento de hadas, o un sueño, y que sólo la amabilidad puede transformarle. Trato de abrazarle efusivamente, pero no puedo conseguirlo. Le empujo para rechazarlo. Pero tengo la impresión de que debo conservarlo cerca de mí y acostumbrarme a él y, quizá, algún día seré capaz de besarlo.

Aquí tenemos una situación distinta a la anterior. Esta mujer había sido llevada demasiado lejos por su interior función creadora masculina que se había convertido en una preocupación apremiante y mental (es decir, “sostenida en el aire”). Por tanto, eso le impidió cumplir de forma natural su cometido femenino y de esposa. (Como asociación de este sueño, ella dijo: “Cuando mi marido viene a casa, mi lado creador se sumerge y me convierto en el ama de casa superorganizada”.) Su sueño toma ese inesperado cambio de transformar su apetito descarriado en la mujer que ella tiene que aceptar y cultivar en sí misma; de esa forma, puede armonizar su creador interés intelectual con los instintos que la capacitan para relacionarse apasionadamente con otros.

Esto lleva consigo una nueva aceptación del doble principio de vida y naturaleza, de lo que es cruel y amable, o, como podríamos decir en este caso, despiadadamente aventurero, pero, al mismo tiempo, humilde y creativamente doméstico. Evidentemente, estas oposiciones no pueden reconciliarse excepto en un elevado nivel de conocimiento psicológicamente adulterado, y, desde luego, sería dañoso para esa inocente niña con su vestido de escuela dominical.

La interpretación que podríamos dar al sueño de esta mujer es que ella necesitaba vencer cierta imagen de sí misma excesivamente ingenua. Tenía que estar dispuesta a admitir la total polaridad de sus sentimientos, al igual que la Bella tuvo que prescindir de la inocencia de confiar en un padre que no le podía dar la rosa blanca de su sentimiento sin despertar la benéfica furia de la Bestia.

03.12.2013 09:47

a única respuesta a la pregunta que realmente me interesa no la veo en ninguna parte; por lo menos, explícitamente. Y desde luego no hubo referencia a ella tampoco en el debate electoral.

No es culpa del diseño de la evolución que, desde luego ni tiene diseño preconcebido ni propósito. Al contrario, la selección natural a lo largo de millones de años dio como resultado un escenario cercano a la lógica. Los organismos a los que les funcionaba el circuito cerebral de motivación y recompensa para comer, sobrevivían mejor que los dotados con circuitos mediocres. Comían más y sobrevivían. A los que les gustaba hacer el amor, más que a otros, y menos barreras se interponían a su deseo, garantizaban mejor la perpetuación de la especie.

Siendo eso así, cómo explicarse la capacidad infinita de la gente para hacerse infeliz. ¿Cuál es la razón evolutiva detrás de ese propósito estrafalario?

Que nadie me diga ahora -tras los avances de la psicología y neurología-, que para ser creativo había que ser infeliz. Este debate duró demasiados años, desgraciadamente, y alimentó la peregrina idea de que la depresión y hasta la locura eran creativas. Hasta quedaba bien andar por ahí con una depresión constante, mientras se estaba formulando supuestamente, la mejor filosofía. Hoy sabemos que la depresión es, simplemente, una enfermedad como la sífilis, provocada por un gen o por el entorno y que afecta al tamaño del hipocampo, a la sangre y a los huesos. Se puede ser creativo a pesar de la depresión pero no gracias a ella.

¿Cuáles son entonces las causas evolutivas de esa capacidad infinita de la gente para hacerse infeliz?

¿Tiene que ver con la envidia? Es cierto que a la mayoría de las personas no les importa el crecimiento del Producto Nacional Bruto, sino lo que gana de más el vecino.

¿Tiene que ver con la perversión cultural que coarta en nombre de convenciones alambicadas pero indestructibles la capacidad de gozar? Es cierto que, a menudo, se produce una sobre inversión en prudencia posponiendo en exceso un disfrute, en aras de un bien futuro. Es cierto, pero también ocurre, tal vez más a menudo, al revés.

¿Tiene que ver con el conocimiento supuesto de las causas del sufrimiento que se convierte –el supuesto conocimiento, quiero decir-, en una losa repetitiva y asfixiante, como ocurre cuando la culpa de todo lo malo la tienen el imperialismo y los países ricos? Es cierto que el imperialismo es responsable de una buena parte del sufrimiento pero también es innegable que los gobiernos corruptos y dogmáticos de muchos países pobres lo son en mayor medida.

¿Con qué tiene que ver esa capacidad infinita para hacerse infeliz? ¿Está el secreto en el fuero interno de las personas infelices? ¿En su manera equivocada de gestionar sus emociones? ¿Por qué tanta desconfianza, enfurruñamiento y falta de esplendor?

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03.12.2013 09:43

Introducción:

En este trabajo intento conjugar una serie de ideas interesantes que distintos autores han desarrollado, para tratar de hallar una fundamentación astrológica a sucesos que han marcado grandes períodos de la Historia, en este caso la del Occidente Cristiano.

Jung, en su monumental obra Aion, vincula al Eón de Piscis con el Cristianismo. Allí lanza su hipótesis más audaz: el paso del punto vernal por el pez vertical corresponde a la difusión del Cristianismo. Pero ya a mediados del siglo XII, se va aproximando a la primera de las dos últimas estrellas de la comisura que une a los dos peces. La otra coincide con el inicio del Renacimiento y la siguiente, ya en el pez horizontal, hacia 1817 mostraría simbólicamente al Anticristo. Se trata del proceso por el cual el espíritu desciende y se “convierte en antiespíritu y el arquetipo vivificador sucumbe paulatinamente en la forma del racionalismo, el intelectualismo y el doctrinarismo”

Jung fundamentó su idea en el movimiento de precesión de los equinoccios sobre la constelación astronómica, de un tamaño diferente (52°, 12’) que la astrológica (30°).

Boris Cristoff ha desarrollado una interesante idea al subdividir el Mes Platónico o Eón de Piscis en 12 subperíodos de 175 años cada uno, en un intento de mostrar grandes períodos de la Historia bajo la óptica astrológica. Esta concepción, sin embargo al tener como único patrón el zodíaco radical iniciado en Aries, no arroja resultados convincentes, en el plano simbólico, con respecto al Cristianismo y al Eón de Piscis.

Por otro lado, Rudolf Tomaschek (1957), Teodoro Landscheidt (1973) y Michael Erlewine (1977), dieron a conocer una nueva dimensión de la Astrología, al sumar los puntos galácticos: Apex, Centro Galáctico y Super Centro Galáctico, popularizados en las actuales efemérides de Ebertin y Michelsen (Centro Galáctico).

El Apex es el punto del espacio hacia el cual se dirige el Sol, arrastrando a su sistema, a una velocidad de 1000 Km. por segundo. El Centro Galáctico es el punto alrededor del cual nuestro Sol y toda nuestra Galaxia, la Vía Láctea giran en un lapso que media entre 220 y 240 millones de años. Por último, el Super Centro Galáctico, es el punto alrededor del cual un grupo de Galaxias locales, incluida la nuestra gira.

Charles Harvey, en un excelente artículo publicado en Astrología N° 95 , vincula estos puntos, en especial el C.G. (Centro Galáctico) y el S. C.G. (Super Centro Galáctico), con individuos y acontecimientos que marca una evolución o un cambio en la conciencia colectiva de la Humanidad. Como ejemplos de ello, da el acontecimiento del primer vuelo realizado por Orville Wright, el 17 de diciembre de 1903. El Sol estaba en conjunción al C. G. (orbe 1°). Profundiza esta línea, pasando por Von Braun (padre del proyecto espacial americano); Yuri Gagarin (el primer hombre en el espacio) hasta llegar a Neil Amstrong, el primero en pisar la Luna, quien tiene su Luna natal en conjunción al C.G.. También ejemplifica con personas vinculadas a la música, filosofía, política y místicas.
Bruno Huber (1985) y Rosa Sole (1998, ponencia en Cosmovisión Argentina) amplían esta visión vinculada al horóscopo individual. Ellos relacionan al C.G., dada su igual velocidad de desplazamiento, con el PuntoVernal, proponiendo la combinación de ambos. Ellos asocian al Punto Vernal como si fuera el Ascendente y al Centro Galáctico en forma análoga al Sol.

Así, el Eón de Piscis tendría al C. G. en Sagitario, por lo tanto plantearían una era Piscis- Sagitario. Dado el movimiento inverso la próxima sería Acuario (punto vernal), Capricornio (C.G.).

Esta extensión hacia un punto de vista general, nos amplia la mirada individual de Harvey, enriqueciendo la comprensión de la Era. Sole asocia la “tendencia a la agresividad (característica de esta Era), ilustrado claramente tanto por las Cruzadas como por el descubrimiento de América y su “Cristianización”. Y por otra parte (...) el desarrollo de las ciencias naturales y la consiguiente construcción de la civilización tecnológica actual” con la involucración del C.G. desde Sagitario.

Entre esta perspectiva general y la individual de Harvey quedaría un lugar a cubrir. La pregunta surgida es si este espacio podría ser llenado por la división en períodos de Cristoff, pero adaptadas al Eón de Piscis.

Además, si introducimos un Ascendente Precesional con movimiento Simbólico que atraviese los períodos zodiacales, nos permitiría la interacción con estos puntos galácticos en determinadas zonas de tiempo. La pregunta es si este vínculo nos conduciría a resultados realmente significativos, que nos faculten inferir el accionar de estos puntos en el Inconsciente Colectivo y la Historia.

Sumadas a la genial intuición de Jung, quizás nos permitiría ampliarla y tomar conciencia de ciertos hitos en el desarrollo del Cristianismo y su peculiar peso en la Historia de Occidente. Pero, para dar forma a esta idea debemos plantear e intentar solucionar algunas dificultades.

 

El Planteo del Problema:

La Precesión de los Equinoccios.

En la Introducción expuse en forma sucinta la singular visión de Jung acerca del movimiento del punto vernal por los dos peces de la Constelación de Piscis, dando lugar a su interpretación sincronística del tema de los dos hermanos rivales: Cristo y Anticristo. El primero representado por el pez vertical y el segundo por el horizontal mirando hacia el Oeste.

Ampliando la interpretación de Jung, este lugar del espacio ha sido caracterizado en las diferentes tradiciones como el sitio de las tinieblas, del hundimiento de la luz. En la tradición cristiana es el lugar de Satán; en la sufi, el Occidente simbólico corresponde al exoterismo, la literalidad y la materia, que en su extremo extrovertido, “perdidos en el objeto” como diría Heidegger degenera en materialismo y racionalismo. Para completar esta amplificación, siguiendo el principio sincronístico el punto vernal en su viaje al Oeste, pasando la última estrella de la comisura y entrando ya en el segundo pez (principios del siglo XIX), el Occidente simbólico encuentra su lugar en América del Norte, donde se incrementará en nuestros días como pragmatismo tecnócrata.

Jung tuvo en cuenta para su concepción, la constelación astronómica tal como se la observaba en aquel momento, que difiere del “zodión noetón”, las divisiones de 30º en 30º de la Astrología Occidental.

En el año 1969 B. Cristoff expuso su teoría acerca de una Astrología Precesional basada en subperíodos de 30º en 30º. La pregunta surgida es si es posible hacerlos coincidir.

La primer dificultad que nos encontramos para investigar esta posible coincidencia -además de los distintos parámetros tomados por estos autores- es la falta de acuerdo entre los astrólogos, y también entre los astrónomos, para definir en primer lugar la duración de las eras astrológicas. En segundo lugar, los astrólogos difieren también en el inicio de la era de Piscis, dado que cada uno toma en consideración distintas movimientos para establecer su comienzo.

Este problema nace porque el movimiento del plano eclíptico no es uniforme y puede tener una variación de 281.2 años con respecto a la precesión solilunar de 25.694.8 años. De manera que puede ocurrir de 25.413.3 a 25.976 años. Charles Joyce hace notar que “este alcance de variación incluye la proporción actual, 25.868; el período mencionado por Platón, 25.920 y el registrado en la Gran Pirámide de los egipcios de 25.827 años.”

A esta variación algunos astrólogos le agregan la precesión del polo cuyo ciclo es de 25.868 años. De la combinación de ambos ciclos y sus variantes Jayne establece como coincidencia aproximada de los dos Zodíacos Fijo y Móvil el 254 a.C. en concordancia con G. Massey el 255 a.C.. Este autor concluye que puede tomarse un período de transición cuyo punto medio se produjo hacia el 115 a.C., la cual estaría cercana a la dada por Rudhyar: 97 a.C. y Thiorens 125 a.C.

Desde la perspectiva astronómica, considerada por Jung, según la estrella fijada como comienzo nos encontramos a Al Rischa (a 113) coincidiendo en el año 146 a.C.. En cambio tomando en consideración Omicron Piscis, sería hacia el 11 d.C. El astrólogo Robert Hand, quien explora esta línea de Jung, sin embargo difiere en las fechas de coincidencia: toma Al Rischa el 111 a.C.y la Omicron Piscis 7 d.C.

Por último Cristoff toma como punto de inicio el año 0. En cuanto a la duración de las eras Jung toma el mes platónico de 2143 años, Hyde 2156 años, Huber-Sole 2151, varios 2165 y finalmente Cristoff 2100.

Como podemos observar no hay un criterio único para considerar este fenómeno, dados los diferentes puntos de vista de los investigadores. Dado que en realidad todos ellos corresponden a mediciones que reflejan una cualidad cuasi axiomática, por ende condicionada por la psique del observador, seguiré el planteo original de Jung. Ello implica también, por un lado, la conexión a través del principio de Sincronicidad, o sea la noción de hecho único e irrepetible, tal como ocurre en la Historia. Por el otro, también involucra el principio más general de A-Causalidad, donde la regulación de hechos está dada por los arquetipos que colorean con un trasfondo similar a estos sucesos únicos y que el lenguaje astrológico los expresa con elocuencia inigualada.

Por lo tanto, la fecha 11 d.C., coincidiendo con la estrella Omicrón, está en un punto intermedio entre el - 6 a.C. (verdadero año 0, nacimiento de Jesús) y el 25 al 28 dado por Jayne, quien inicia allí un nuevo ciclo de precesión polar, coincidiendo en forma cercana con la probable crucifixión de Jesús.

Cristoff divide el mes platónico de 2100 años en sub-eras de 175 años. Pero su medida no tiene ninguna conexión con el astronómico. Para hacerlo más apropiado debemos elegir entre las diversas variaciones señaladas más arriba. Jung al considerar 2143 años para el mes platónico, toma un total de 25.716 años, muy aproximado a la precesión solilunar promedio dada por Jayne de 25.694.8 años.

Esta medida de 2.143 años es la que tomaré para seguir la investigación por el siguiente motivo: al dividirlo por 12 nos da una era de 178.583 años. Como señalé más arriba, la elección del punto de vista del observador está condicionada por su propia psique, teniendo en cuenta que la psique abarca también a la psique colectiva y sus dominantes los arquetipos, que como demostró W. Pauli en su estudio sobre Kepler, influencian en la conformación de los conceptos científicos . Teniendo en cuenta el descubrimiento del propio Jung del número como factor ordenador de la psique, la elección de Jung pudo haber estado influenciada por el arquetipo de la Era de Piscis. La coincidencia está dada por el ciclo sinódico de los regentes de Piscis, Júpiter y Neptuno. Catorce de estos ciclos resultan 178.923 años. Además el ciclo Júpiter – Saturno, tratado en Aión, coincide con este patrón: 9 períodos sinódicos representan 178.734 años terrestres.

Esta coincidencia en la elección nos hace pensar en la acción del arquetipo por detrás de la conciencia de Jung, aunque él no lo haya aplicado directamente en su investigación.

 

¿Aries o Piscis?

Cristoff subdivide estos doce períodos basándose en el Zodíaco Radical, o sea comenzando en el 0º de Aries. Dada la demostración efectuada por Jung en Aión, el Cristianismo está identificado con el Eón de Piscis. Desde el punto de vista simbólico, sería más coherente iniciar estos períodos en el propio 0º de Piscis, haciendo coincidir la dirección astronómica del Punto Vernal con esta astrológica, aunque funcionen en direcciones opuestas .

Desde esta visión se presentaría que el último período de la era de Aries, o sea Piscis, estaría anticipando y mostrando la transición hacia la era emergente. En la actualidad estaríamos atravesando el período Acuario de la Era de Piscis. La explosión tecnológica, la liberación sexual, el androginismo, la ruptura de los vínculos tradicionales e incluso el intento fallido de la globalización de unificar la diversidad bajo un solo pensamiento, generando movimientos de revalorización de lo tradicional cultural (doble aspecto: lo muy nuevo o lo muy viejo acuariano) son muestras cabales de esta transición hacia la era de Acuario.

Volviendo al período Piscis de la era Ariana, el historiador Morris Berman, en su obra “Cuerpo y Espíritu”, nos muestra este pasaje al señalar los movimientos dentro del judaísmo que precedieron a la formación del Cristianismo. Berman nota la influencia helenizante, a comienzos del siglo II a.C. (final del período de Acuario), en una clase alta interesada en la asimilación, el manejo del idioma griego era fundamental para ascender en la clase social.

Esto generó una reacción entre los hasídicos (que se remontaban al 300 a.C.) quienes sostenían la observancia ritualista de la Torá conocida como Halacha, teniendo sus bases en las clases populares.

En el 175 a.C., a finales del período Acuario, la sucesión griega llevó al poder al gobernador seléucida Antíoco IV, quien ayudado por los estratos altos de la sociedad, quería convertir a Jerusalem en una Polis griega. Para ello declaró una guerra contra el judaísmo halacha marginando de la ley todas las ceremonias religiosas.

Los siguientes doce años se caracterizaron por una guerra de guerrillas por parte de los hasídicos , entre los que se destacaba Judas Macabeo, concluyendo en la instauración de un estado judío, entre el 164-163 a.C., ya en el período de Piscis (iniciado en el 168.5 aproximadamente).

A su vez alrededor del 150 a.C., los hasídicos se dividieron en dos grupos, uno separatista: los Esenios, una secta ubicada en Qumrám junto al Mar Muerto, dirigidos por un Maestro de la Virtud. El otro grupo también antigriego, los fariseos, quienes creían que debían colaborar con el orden institucional, es decir con la situación política. Berman comenta: “ Durante este tiempo surgió una versión del judaísmo que no estaba –ostensiblemente al menos- involucrada con la Halacha sino con la profecía, especialmente en su forma milenarista y apocalíptica. Muy claramente religión y política -a despecho de los esenios- estaban haciéndose inseparables.”

La literatura apocalíptica tiene como característica asociar acontecimientos recientes con profecías de varios siglos atrás, y anunciar la inminencia del final de los tiempos y el juicio divino, manifestaciones asociadas al Piscis astrológico. Eliade señala en el Apocalipsis de Esdras (fines del siglo I a.C.) un cambio en la literatura apocalíptica, anticipando el desarrollo posterior en el Cristianismo de la Era de Piscis. Se trata de la escisión de la figura de Yahvé –influencia del dualismo iranio- con la aparición de Satán, ya no como ángel acusador (libro de Job), sino como el propio adversario de Dios. Esta escisión es mostrada sincronísticamente por los dos Peces en diferentes direcciones de la constelación, pero esto recién aparecerá con posterioridad en el propio Eón de Piscis. En el siglo II a.C., en el planisferio de Timócrates citado por Hiparco de Alejandría se presenta a la constelación con un solo pez, coincidiendo con la astrología india y babilonia. En esta última, en tablillas del 600 a.C. se la muestra como la línea de pesca con el pez prendido. En el zodíaco de Denderah aparecen los dos peces pero siguen la misma dirección.

Como podemos observar, los temas señalados anticipan con claridad el advenimiento de la Era por venir. Sobre este tópico volveré más abajo.

 

El Ascendente Simbólico Precesional

Para poder vincular los puntos galácticos en una dinámica histórica, propongo como hipótesis de trabajo una dirección simbólica del Ascendente que se inicia en el 0º de Piscis, cuyo movimiento es en mismo sentido de los puntos galácticos, o sea en el tradicional directo . De esta forma, este Ascendente interaccionará con los puntos galácticos en los diversos ángulos posibles a lo largo del Eón. La hipótesis a estudiar es si estos contactos marcan algún hito saliente dentro del período de 178.583 años. El movimiento por grado es aproximadamente 6 años (5 años, 11 meses, 15 días).

Harvey, en el artículo citado, al trabajar con estos puntos en temas natales utiliza un máximo de 2 grados de orbe, lo cual en este tipo de direcciones daría un arco de 24 años (superior e inferior). Este orbe sería excesivo para este tipo de investigación. Aunque los acontecimientos históricos se van gestando en períodos de tiempo más extensos que los individuales, utilizaré orbes más pequeños sin superar el grado en lo posible.

Por ejemplo tomando la fecha de la versión definitiva del libro de Daniel y del libro de Henoc, 164 a.C., nos encontramos que correspondería el A.S.P.(Ascendente Simbólico Precesional, de ahora en adelante con estas siglas) en 0º 40’ de Piscis. Estaría en oposición al S.C.G. en 0º 51’ de Virgo, con un orbe de 11 minutos, también coincidiría con la instauración del estado judío con Judas Macabeo.

La división entre las dos corrientes: Esenios y Fariseos hacia el 150 a.C., nos muestra el Apex a 2º 22’ de Sagitario, en cuadratura al A.S.P. en 3º de Piscis (orbe 38’).

Finalmente, y con ciertos recaudos dada la falta de confirmación de los acontecimientos históricos, si tomamos el inicio del ministerio de Jesús a los 12 años (6 d. C.), en la sinagoga donde se declara hijo del Padre celestial (Lucas, 2, 49). Tendríamos al Centro Galáctico en 29º 15’ de Escorpio (Padre Celestial, I derivada) en trígono al A.S.P. en 28º 49’ de Piscis ( hijo, V derivada) con un orbe de 26’.

Es interesante esta relación porque si la era de Piscis según Huber-Sole es Piscis-Sagitario, Jesús nace y responde al Dios de Aries-Escorpio, al Dios señor de los ejércitos, violento, iracundo, posesivo y celoso de los judíos. De allí la interpretación de Jung de su nacimiento como el primer pez de Piscis y su muerte como el último carnero de la era de Aries, concretando el sacrificio prefigurado por Isaías. Esto último así lo entendía también Agustín de Hipona en su Civitas Dei XVI, cap. XXII: “Quien era ese carnero por cuya inmolación se cumplió el sacrificio?. ¿a quien prefiguraba aquel sino a Jesús?”

Sin embargo, el C.G. entrará en Sagitario hacia el 80 de nuestra era (Huber considera 85), lo cual daría un viraje a lo iniciado en el período anterior. La pregunta surgida es si este cambio astrológico tendrá consecuencias en el desarrollo del Cristianismo posterior.

 

La Era de Piscis

Período Piscis (11- 189.583 aprox)

Al tratar el período de Piscis de la era de Aries, señalé una serie de hechos históricos que, según el historiador Morris Berman, crearon las condiciones para el advenimiento del Cristianismo. Berman comenta: “como muchos eruditos lo han reconocido, la tensión de la helenización vs. Halacha fue la que preparó el escenario para el surgimiento del Cristianismo”.

Además en esta transición se anticipaban los temas propios del Eón de Piscis: 1) aparición de la figura del adversario de Dios: Satán. 2) la literatura apocalíptica interpretando los hechos de ese momento en base a profecías “anteriores”. 3) inminencia del fin de los tiempos y el juicio divino.

Ya en el nuevo Eón y en el contexto propiamente judío, estas dos tendencias –representadas por los peces enfrentados- se reflejan en aquellos que se adaptaban a las costumbres paganas y su dominio político (pez occidental) y en la Halacha que se resistía tanto a la cultura como a la política foránea, (pez vertical). A su vez estos se subidividían en aquellos que acordaban con el poder político (fariseos) y los que directamente se apartaban (esenios).

Desde el punto de vista junguiano nos encontraríamos con las tendencias opuestas de extraversión (clase alta judía helenizada) e introversión (esenios) y un punto intermedio en los fariseos.

A través de Juan el Bautista –quien se cree pudo haber vivido unos años con los esenios- Jesús tiene afinidad con esa rama del judaísmo que buscaba recuperar el espíritu de la ley, renovando la costumbre rígida y desvitalizada.

Elaine Pagels comenta: “Jesús advierte que la llegada del juicio final haría zozobrar el mundo social y político. Entonces “muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros (Mateo 19,30) y la llegada del reino se mostrará ante los que entonces eran “despreciados y rechazados”.

Las ideas proclamadas por el rabí Jesús en su ministerio ya en el Eón de Piscis le corresponden simbólicamente, en especial el pez vertical : el abandono de lo material- ritual en aras de lo espiritual; la ayuda al prójimo, el advenimiento del Juicio Final y el reconocimiento de los marginados. Además los símbolos que luego identificarán a sus seguidores: los apóstoles pescadores y pescadores de hombres, el bautismo en las “piscinas”, los discípulos como “pececillos”, el pez como señal de reconocimiento, etc.

Pero como vimos el Eón de Piscis está dominado por el mitema de los hermanos rivales , sus seguidores pasaron a ser una secta de las muchas que existían dentro del judaísmo, aunadas por la observancia de la Torá, más allá de sus concepciones diferentes. Paul Johnson comenta: “para muchas personas seguramente era poco más que una secta judía piadosa y humilde, inclinada a la caridad, a compartir los bienes, a reverenciar a un Jefe injustamente tratado, y dotado de un mensaje apocalíptico.”

Johnson nos confirma en su descripción las características asociadas a Piscis. En el mismo texto, nos comenta que el cristianismo incipiente era atacado por algunos sectores de la ortodoxia, poniendo límites a su acción. El movimiento entero corría el peligro de ser detenido primero y luego reabsorbido, por ello la expansión del mensaje a los gentiles comenzará a cobrar una importancia fundamental.

En ese contexto aparece la figura de Pablo de Tarso, quien será el propulsor de esta expansión –resistida por la ortodoxia del Templo- y el primer teólogo del Cristianismo.

Al igual que en la división anterior entre los radicales esenios y los “helenizados”, con un punto intermedio encarnado por los fariseos, el Cristianismo inicial se había dividido entre los hebreos y los helenistas.

Los “hebreos” eran más conservadores y legalistas, a pesar de que esperaban la parusía, la segunda venida de Cristo. Seguían con fidelidad el código judío de las prescripciones rituales y representaban “mejor que nadie el movimiento llamado judeo-cristianismo.” En cambio, los helenizados no tenían gran estima por el culto celebrado en el Templo. Los helenistas eran un pequeño grupo residente en Jerusalem, luego expandido entre los judíos de la diáspora y en la comunidad pagana de Antioquia donde surgió por primera la designación de “cristianos”. Allí se tradujo el término “mesías” al griego Cristos y terminó por convertirse en nombre propio. Se produce la conjunción del mesianismo judío con la religiosidad y pensamiento griego, decisivas para la evolución posterior del cristianismo. Eliade comenta: “mérito inapreciable de Pablo, fue el haber captado los supuestos del problema y haber tenido el coraje de combatir incansablemente por imponer la única solución que estimaba justa y coherente”.

Pablo, por un lado, nos muestra en sí mismo el carácter arquetípico dual representado en el tema de los hermanos rivales del Eón de Piscis. Primero perseguidor de los cristianos, aprobando la lapidación de Esteban, el primer mártir de la fe cristiana (Hechos, 8,1). Luego en un violento giro hacia el opuesto, se transforma en el más vigoroso defensor luego de su visión de Jesús en camino a Damasco. Allí establece una participación mística con la figura de Cristo. Paul Johnson data esta revelación dos años después de la lapidación de Esteban en el 36, o sea en el 38. La coincidencia significativa está dada por el A.S.P.(4º 31’ Piscis) en oposición al S.C.G.(4º 20’ Virgo, orbe 11’), que coincide también con la época de la crucifixión (ver más abajo), mostrando la visión reveladora. Además está en cuadratura inferior al Apex en 4º 59’ de Sagitario (orbe 28’). Este suceso es el germen de la división posterior entre judeocristianos y cristianos, dada la idea de Pablo de ampliar el círculo a los gentiles (Apex, Sagitario). Esto parece concordar con lo expresado por Tierney acerca de la cuadratura inferior: “La vida nos forzará a apartarnos de las respuestas habituales desarrolladas en el pasado (...)que ya no pueden nutrir ni apoya emocionalmente nuestro desarrollo. Ahora necesitamos establecer un nuevo sistema de apoyo o base vital de operaciones para nosotros mismos, sugiriendo el abandono de los símbolos de seguridad previos.” Este aspecto es el mismo que en el período anterior en la era de Aries coincidía con la separación entre Esenios y Fariseos.

La reflexión paulina sobre su propia vivencia parece confirmarlo. Su identificación mística con Cristo, ritualizado en el bautismo, equivale a la salvación. La redención era un don gratuito de Dios y no un producto de la observancia de la Ley (cambio del ritual de Sagitario por el Don del mismo arquetipo); estar bajo ella supone permanecer “esclavizado a los elementos del mundo” (Gal. 4,3). La redención, por otra parte, era indistinta tanto para los judíos o paganos, esclavos o libres (1Cor. 12,13) (Piscis).

Estas ideas tensionaron al máximo la relación con los judeo-cristianos de Jerusalem, constelando, una vez más, ahora en el exterior, el arquetipo de los hermanos rivales, pero la separación se dará a partir del año 80. Por otro lado aparece en Pablo- como anteriormente en Jesús- la experiencia mística, la disolución de la conciencia en el arquetipo de la Totalidad, expresado en el lenguaje moderno, asociado astrológicamente al Eón de Piscis (Cristo) , según fundamenta Jung en Aión. De allí la idea “nos bautizaron con el único Espíritu” (1Cor. 12,13).

Otro elemento vinculado a Piscis, es la inclusión del enthousiasmus dionisíaco, a través del carisma, concesión hecha a los griegos, transformada en los dones del Espíritu Santo. Estos incluían: el don de sanar, el poder de realizar milagros, la profecía, el don de interpretar lenguas (todos ellos vinculados a Piscis y Sagitario en la profecía).

Pablo los jerarquiza en apóstol, profeta y doctores. Luego agrega un camino excepcional: “ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidos o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber, ya puedo tener toda fe, hasta mover montañas, que si no tengo amor , no soy nada” (1Cor. 12, 31; 13,1-13). Pablo escribe intentando corregir las tendencias extáticas dionisíacas que llevaban al libertinaje (1Cor., 6,12-15-18), a la “vanitas mundana” y a la “voluptas terrena”, el lado oscuro del arquetipo Piscis y de la diosa madre y el amor que le diera forma: Atagartis vinculada por Jung con Ishtar, Astarté y Afrodita, “ésta como Venus planetaria tiene su exaltación en Piscis”.

Pablo apela al lado luminoso del Amor. Podríamos relacionar esta reflexión paulina con su vivencia mística relatada en al segunda carta a los Corintios (12,1-11) donde es arrebatado al tercer cielo. Entre los gnósticos y en el misticismo astral que utilizan el orden caldeo, este cielo corresponde a Venus. Pablo, como lo muestra en Colosenses (2, 14-15) donde Cristo libera de la “nota escrita” de los arcontes planetarios, podría haber estado en conocimiento de este orden.

No sería la única concesión al gnosticismo. Eliade señala en 1Corintios (47,48): “el primer hombre salió del polvo de la tierra, el segundo procede del cielo. El hombre de la tierra fue el modelo de los hombres terrenos, el hombre del cielo es el modelo de los celestes”. El erudito rumano muestra en este texto como hace suya la idea dualista (también en 1Cor,14-15) fundamental en el gnosticismo de un hombre “psíquico” inferior opuesto a un “hombre espiritual”.

Es justamente el gnosticismo el gran rival, el hermano contendiente que ya Pablo percibía y que dará lugar a las violentas contiendas del período de Aries.

Antes de pasar a ese período veamos la incidencia del ingreso del C.G. a Sagitario alrededor del 80. En ese lapso de tiempo mediando entre los 75/80 se empiezan a escribir los primeros textos, el primero el Evangelio de Marcos, que para esos años alcanza su versión definitiva (había sido publicado entre los helenistas un cuarto de siglo antes). De los mismos años se considera la Epístola a Santiago.

El Evangelio según Lucas y los Hechos de los Apóstoles vienen a la luz entre el 80 y el 85, y el de Mateo entre el 85 y el 95. La división entre la religión del dios de Israel (Aries- Escorpio) y su hijo (Piscis- Sagitario) se estaba gestando. El historiador de las religiones Etienne Trocmé concluye: “la separación se ha producido ya y es admitida por todos. Pero ambas religiones han entrado en competencia y el evangelista se esfuerza por armar a la más joven para esa competición, asegurándole sus derechos a la herencia de la otra.”

Alrededor del 85, las autoridades judías ortodoxas anatematizaron a su joven retoño: “que los nazarenos y los herejes sean destruidos rápidamente y apartados del libro de la vida”, este juicio fue incorporado a la liturgia de las sinagogas, mostrando los valores del Eón de Aries-Escorpio. Pero como afirma Paul Johnson al comentar este juicio de la ortodoxia: “la herejía fue otro regalo judaico a la iglesia Cristiana, donde pronto comenzó a florecer lujuriosamente”. Hacia el 125, el C.G.(0º 28’Sagitario) hace su primer aspecto con el A.S.P. (19º 9’, Piscis, orbe 41’) 108º, de la serie creativa del quintil. En ese momento se crea la Apología cristiana, un nuevo género literario donde se intentaba inscribir al cristianismo naciente como en el contexto de la mejor tradición griega constituyendo la filosofía más completa.

Volviendo al año 85, en él nace el primer crítico y hereje expulsado de la Iglesia Cristiana, Marción, de la escuela paulina y su más grande adepto teológico. Para él, el Dios del Antiguo Testamento no podía ser el padre de Jesucristo. “El Dios del Antiguo Testamento era intolerante, celoso, duro, cruel, belicoso y feroz (...) Para él era una enormidad castigar en los hijos los pecados de los padres, y hacer sufrir a los inocentes por los culpables. Por consiguiente, pedía que se destronara a Yahvé, o por lo menos que se limitaran sus atributos.”

Marción percibía en realidad al Dios del Eón Piscis- Sagitario, un “Dios superior, o Dios Redentor, al que calificaba de un Dios extraño, desconocido. Lo enfrentaba al Dios inferior de este mundo”. El Dios superior le parecía la “bienaventuranza y la perennidad, que no se pone dificultades a sí misma ni a nadie”. Su hijo era Cristo, que no tenía nada de terrenal, ni carne ni cuerpo. ¿Cómo iba a manifestarse pues, la substancia del Dios Superior en este mundo? Por lo tanto (...) el Padre y el Hijo eran lo mismo, como el Hijo y el Evangelio. El espíritu vive de espíritu y engendra espíritu”.

Sin embargo desde el punto de vista observado, el joven Jesús captó a su padre del Eón Aries-Escorpio diferente al planteado por Marción. Siendo el cordero del sacrificio, marcando el paso al nuevo Eón y a la nueva concepción del más alto valor psicológico del hombre (definición de Dios para Jung). La pregunta surgida es si habría ocurrido algún fenómeno sincronístico, involucrando a algún punto galáctico, que denote este pasaje?.

Si tomamos la crucifixión de Jesús hacia el año 30 (se la calcula entre el 28 y el 30), nos encontramos que el A.S.P. estaría en 3º 14’ de Piscis haciendo oposición al S.C.G. en 4º 13 de Virgo (orbe 59’). ¿Será el S.C.G., el Dios extraño, desconocido de Marción?.

Si consideramos las especulaciones medievales, recogidas por Jung en Aión para amplificar el tema de los hermanos rivales, sobre la pretérita carta de Jesús, basada en la conjunción Júpiter- Saturno en Piscis, del 27 de Mayo del –6 (Jung toma el 29), utilizada también por Hiriart Corda y con la cual también trabajé en Utopías del Renacimiento (2º parte, en el Congreso de GEA 2003) -agregándole los planetas transaturninos para mostrar la curiosa y peculiar coincidencia de la carta con la descripción de la imagen arquetípica brindada por los evangelios- llegamos a una llamativa configuración.

El Sol está en Géminis (hermanos rivales) en 2º 06’ y el eje MC/FC en 3º 48 de Sagitario- Géminis. Superponiendo la posición de los puntos galácticos sobre la carta en el momento de la crucifixión (utilizando el orbe de Harvey de 2º) nos encontramos con que se forma una Cruz Cósmica-Galáctica entre el A.S.P. en 3º 14’ en conjunción con Urano (5º 46’ de Piscis); el Sol y el FC en Géminis (2º 06’ y 3º 48’); el S.C.G. en Virgo (4º 13’, Plutón está en 7º 16) y el Apex en Sagitario (4º 53’) en conjunción al MC (3º 48’).

Esta configuración parece coincidir con mayor precisión con los ideales del Cristianismo inicial: una religión que llama a la liberación de las ataduras del mundo (A.S.P. Urano en Piscis), del temor a la muerte (Plutón) trascendiendo a un reino “que no es de este mundo” (S.C.G.; Apex), debiendo vencer para ello al hermano rival, el “príncipe de este mundo” (Sol ,Géminis FC).

En la identificación mística de Pablo con Cristo, a través de su visión, se extiende este aspecto de S.C.G., pero, como plantearía Eliade, el estado inicial, “la perfección de los comienzos”, en el illo tempore (aquel tiempo), comienza a sufrir la degradación del tiempo.

 

Período Aries (189,58- 368,16 aprox.)

“Todo comienza en misticismo y todo termina en política”. Esta frase de Charles Peguy resumiría el paso del misticismo inicial de los primeros cristianos y su paulatina degradación hasta la oficialización como religión de Estado del Imperio Romano.

Este proceso se inicia precisamente con la asunción de Víctor I como obispo de Roma en el 189. Gontard comenta: “Corresponde a ese africano el mérito de haber transformado paulatinamente las anteriores comunidades de fe, amor y sacrificio (Piscis), en la forma fija de una Iglesia organizada. El clero obtuvo autoridad y facultades de culto. Estaba la lado de los cristianos y encima de ellos.”

Este accionar se venía preparando desde Clemente de Roma (90-100) y una generación posterior en Ignacio de Antioquia quien la profundiza al sostener que el laicado debía obedecer al obispo como “si fuera Dios” y preside “en el lugar de Dios” (Carta a los de Magnesia 6,1; Efeso 5,3). Visión que finalmente coagulará en este mismo período con el cielo como reflejo de la corte imperial de Constantino hacia el 325.

A Marción, el primer hereje, se sumaron otros quienes sostenían como Valentín (hacia el 140), que el Dios de los Ortodoxos: “reina como rey y señor, que actrúa como Comandante militar, que establece la ley y juzga a quienes la infringen, resumiendo, es el Dios de Israel”.

La acusación de los gnósticos, así se hacían llamar los que diferían de la ortodoxia, era que este Dios al cual los ortodoxos reverenciaban era un Demiurgo, un dios inferior apartado del principio superior y que era representado por el Dios de Israel. Expresado en el lenguaje astrológico era el del Eón Aries-Escorpio. La pregunta surgida es los llamados gnósticos, como vimos en Marción, postulaban su más alto valor en el correspondiente al Eón de Piscis-Sagitario.

¿Quiénes eran los gnósticos? La gnosis se basaba en la transmisión de ciertos conocimientos y ritos secretos reservado a un cierto número de adeptos. Este tipo de transmisión ya se hallaba en los misterios de las grandes religiones paganas, pero también en el judaísmo normativo y en las sectas judías: esenios, samaritanos y fariseos en la forma de la ascensión a los cielos (Merkhabá) cuyo modelo era el profeta Elías y su carro de fuego.

Ellos consideraban las esferas planetarias celestes, pero se perfilan las diferencias con las religiones mistéricas tales como la órfica, incluso el platonismo, debido a que la creación del Mundo se debe a este demiurgo ignorante y maligno, el dios del Antiguo Testamento, por lo tanto es mala. La Gnosis parte del conocimiento de los ritos, oraciones y pasos para escapar de los arcontes y su maléfica influencia.

Esta visión de la Creación y del dios del Antiguo Testamento, sumada también a la negación de la encarnación, muerte y resurrección del hijo, llevó a la ortodoxia a considerar su interpretación del mensaje evangélico como falsa, es decir otra “herejía”.

¿Cómo trataban sus enseñanzas los diferentes maestros gnósticos? Variaba según cada uno de ellos, pero podríamos resumirlo en el siguiente esquema: 1) origen y creación del mundo, del mal ; 2) caída del espíritu y prisión en la materia; 3) descenso del redentor divino para salvar a los hombres; 4) liberación gracias a la Gnosis; 5) victoria final del Dios Trascendente (no el Demiurgo).

Podemos observar este dualismo planteado entre espíritu y materia en los dos peces de la Constelación, el vertical (espíritu) enfrentado al occidental (caída en la materia). Recordemos la asociación tradicional de las prisiones en este caso corporal (Piscis en casa I cósmica del Eón) y por ende la búsqueda mística de trascenderla y fusionarse con la divinidad (Piscis).

Este mismo deseo de unión mística es el que se manifiesta en el mito valentiniano de la caída, donde Sophía, la sabiduría, en su ardiente deseo por fusionarse con el Padre, principio absoluto y trascendente, provoca el origen del mal y las pasiones. Este mito se hallaba presente en el considerado proto-gnóstico Simón el Mago, contemporáneo de los apóstoles, quien exaltó en Elena, una prostituta hallada en un burdel de Tiro, la encarnación de la Sabiduría divina.

Desde la óptica astrológica nos encontramos con la exaltación de Venus en Piscis, como deseo exaltado de Sophía y caída en la materia, en el mito valentiniano, y luego como prostitución sagrada y redención en Elena. Eliade lo expresa: “La unión del mago y de la prostituta sagrada asegura la salvación universal, porque es en realidad la reunión de Dios y de la Sabiduría divina.

Los gnósticos también se apoyaban para afirmar esta figura femenina en la prostituta redimida: María Magdalena. En su disputa con la ortodoxia, la hacen aparecer como la preferida de Jesús (Ev. de Felipe 63,32; 64,3); como la primera que lo vio al resucitar (Diálogo del Salvador 139, 12-15); de una gran sabiduría por encima de Pedro (Pistis Sophia) “Una mujer que conocía el Todo”.

Esta disputa entre María Magdalena y Pedro refleja simbólicamente la lucha entre las dos iglesias, similar a la anterior organización del judaísmo. Desde el punto de vista astrológico este combate es pletórico en significación dado que a Pedro se le atribuye tradicionalmente el lugar de Aries entre los 12 apóstoles. Nicolás Devore lo describe: “Pedro el ardoroso, el impulsivo, el irritable, líder pionero, que a su tiempo se convirtió en la roca sobre la cual se fundó la Nueva Iglesia del “Cordero”.

Por lo tanto nos encontramos una vez más con el conflicto Aries (Pedro-Ortodoxia- Dios de Israel- Eón de Aries), Piscis (María Magdalena-Sophía-Elena, Gnósticos, Eón de Piscis), del cual también se desprende el lugar de lo femenino y la mujer en cada una de las diferentes organizaciones.

Hasta 10 o 20 años después de la muerte de Jesús, sostiene, Pagels, las mujeres ocupaban cargos directivos en las iglesias locales y “ejercían en calidad de profetas, maestras y evangelistas”. Pero hacia el año 200 no existen pruebas de que las sigan desempeñando en las iglesias ortodoxas.

El proceso se había iniciado con Pablo (Corintios 14,34), Clemente de Roma lo continúa. A mediados del siglo II ya las mujeres eran segregadas de los hombres como en las sinagogas. A finales de siglo su participación en el culto es condenada y para el 200 es confirmada la carta pseudo paulina de Timoteo que exagera el sesgo antifemenino de Pablo: ”La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permita que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio.” (I, 2, 11-12).

Es precisamente que el C.G. (1º 41’ de Sagitario) hace su segundo aspecto con el A.S.P. (1º 50’ Aries, orbe 9’). Aunque es muy temprano para sacar conclusiones llama la atención la relación del C.G. con el Cristianismo de la llamada línea ortodoxa, ligado en sus prácticas al judaísmo. Si observamos la secuencia es bastante sugestiva: 1) Jesús proclamándose hijo del Padre, pero en la sinagoga (6 aprox., Trígono desde Escorpio); 2) publicación de los primeros textos (80, entrada en Sagitario) 3) creación del género apologético 4) ahora represión de lo femenino volviendo a lo patriarcal judío (200, trígono desde Sagitario).

La crucifixión, hecho que da origen a todo el movimiento posterior y gran parte de las discusiones entre las distintas facciones, corresponde en primer lugar al S.C.G. y al Apex. Son precisamente estos puntos los que harán coincidencias significativas más que sugestivas con el único movimiento hereje que puso en peligro, durante el período de Aries y con posterioridad, a la Ortodoxia: el Maniqueísmo.

¿ Por qué el Maniqueísmo jaqueó al Cristianismo? Antes de responder esta pregunta quizás deberíamos comprender el triunfo de la Ortodoxia sobre los gnósticos. Los valores de Piscis sostenidos por los últimos, su rechazo al mundo y por ende su debilidad en la organización (introversión desde el punto de vista psicológico), debían palidecer ante la estructuración y la imagen divina que los sustentaba: amo, señor, juez y comandante de los ejércitos, asumida por el clero como su representante, más propio del período Aries. Esto refleja, desde el punto de vista sincronístico, el “espíritu de la época” (extraversión).

Es tal vez Mani (216-277), el fundador de este movimiento, quien se adaptó a este espíritu, dado que su propia constitución arquetípica se lo permitía (14/4, nativo de Aries). García Bazán explica: “ Para Mani la causa de las herejías y de la decadencia de las religiones de los tres grandes enviados que lo precedieron: Buda, Zoroastro y Jesús, fue que ellos no habían fijado sus enseñanzas por escrito. Teniendo el tiempo de la revelación un plazo determinado, una vez aparecido el revelador pleno, “sello de la profecía”, que anula lo anterior y comienza la etapa del final, debe fijar su revelación por escrito, darle la forma de un canon invariable y exigir a los seguidores la reproducción cuidadosa para que lo revelado alcance su fin universal.”

Podemos observar el arquetipo Aries en acción, un nuevo comienzo, “sello de la profecía” anulando lo anterior. Como señalé más arriba, Mani era nativo de Aries (14/4/216) , considerando 2º de orbe (harvey), el C.G. (1º 54’) estaba en biquintil con el Sol natal (23º 58’ Aries, orbe 1º 56’), reflejando su solución creativa (BQ) de colocarse (Sol Aries) como sello de la profecía (C.G. Sagitario), cuyo antecesor inmediato había sido Jesús.

Otro elemento que contribuyó también a su éxito y difusión, es que a diferencia de los gnósticos presentaba un “optimismo anticósmico” (C.G. Sagitario). El mundo es una mezcla de tinieblas y luz formado a partir de los cadáveres de los príncipes-arconte, pero “el acto de Creación del Mundo fue atribuido a un demiurgo bueno llamado Espíritu Viviente.” Este elemento contribuiría, como afirma Bazán, “para actuar misional y exotéricamente hacia fuera, como el primer nivel necesario de la transformación hacia lo estable del Universo, y esotéricamente hacia su interior, como la culminación de ese destino transformador, para que de este modo se alcance la liberación universal de todo lo que debe permanecer y ser salvado dentro del mundo cambiante”. Además del aspecto introvertido (esotérico), Mani se ocupó del aspecto extrovertido: escritura, enseñanza y expansión de la prédica; lo cual hizo que el Maniqueísmo sobreviviera y se convirtiera en “la más perniciosa de las herejías”.

Mani tuvo dos revelaciones, la primera a la edad de 12 años (primer retorno de Júpiter 27º45’ Escorpio), en donde se le instaba abandonar la comunidad elkesíta de fervor cristiano. En el 228, el A.S.P. (6º 27’ Aries) en quincuncio superior -de matiz escorpiano en concordancia con su Júpiter natal- con el S.C.G. (6º 59’ Virgo, orbe 32’). El Dios Supremo y Bueno del Maniqueísmo-Gnosticismo (S.C.G. ¿podemos asociarlo al “puro” y “perfecto” Virgo?) le instaba a abandonar (quincuncio) la comunidad de su padre.

La segunda revelación ocurre a los 24 años, en el 240 (segundo retorno de Júpiter), esta nueva revelación lo instó a actuar: “Ha llegado el tiempo de manifestarte públicamente y proclamar en voz alta tu doctrina”. . El A.S.P. (8º 29’Aries) está en trígono al Apex (7º 49’ Sagitario, orbe 40’); “la fuerza que guía a la personalidad” , como define Landschort al Apex, le anunciaba el tiempo (A.S.P. Aries) de actuar y proclamar su doctrina.

Volviendo al Cristianismo, luego de derrotar a su hermano rival el Gnosticismo, poseyendo el sitial de Pedro (Aries, II cósmica), quedaba la mayor tarea, imponerse a la mayor maquinaria militar de la Historia, el Imperio Romano y “sustituir el poder imperial- militar (Aries) por un régimen mesiánico milagroso (Piscis)”. La dialéctica con los gnósticos se repetía en apariencia, pero en forma invertida; los cristianos volvían a su búsqueda original. Pero la sombra del deseo de poder (II, Aries) constelada en el “espíritu de la época”, conspirará contra este anhelo.

En el año 297, el césar Galerio derrotó al rey Sasánida de los persas, Narsés, lo cual incrementó su influencia sobre el Emperador a quien aconsejó la política de persecución de los cristianos, cortando un período de tolerancia hacia ellos iniciado –con algunos episodios aislados- en el 260.

En el 298, el mismo Galerio provoca una depuración en el ejército, al obligar a los soldados y oficiales cristianos a realizar ceremonias que su culto les impedía. En el 297 el A.S.P. (18º 3’ Aries, ejército) hacía una sesquicuadratura inferior (conflicto) al C.G. (3º 1’ Sagitario, culto religioso) con un orbe de 2’. Galerio se comportaba como dice Tierney de este aspecto: “el impulso por sentirse importante lo llevará a comportarse en forma dominante.” Pero del lado de los cristianos también se expresa este aspecto: “la tendencia a ignorar o desafiar indirectamente las restricciones impuestas por el medio ambiente es característica de este aspecto.”

Con esta combinación de actitudes propiciadas por el trasfondo arquetípico, la consecuencia fue que en el 303 (orbe 1º) se declara la nueva y última persecución. La solución planteada por Tierney para este aspecto es : “nuestra habilidad para crecer a través de los asuntos interpersonales necesitará de nuestra voluntad para ajustarse y reorientar nuestros deseos que se basan en un mayor reconocimiento y respeto por las necesidades ajenas.” Esta es la habilidad y la astucia política que se manifestó en el décimotercer apóstol –como le gustaba nombrarse- el salvador de los Cristianos: Constantino (circa 280 –337). Este emperador aprovechó la fuerza de la religión cristiana para religar un Imperio tambaleante y aseguró su supervivencia.

El emperador asoció su culto del Sol Invictus al cristianismo. Previo a la batalla de Puente Milvio (25/10/312), dice soñar con Cristo, que le revelaba el lábaro, la insignia con la que debía combatir a los enemigos de Cristo. Al día siguiente tiene una nueva visión: la cruz encima del Sol. La sesquicuadratura inferior está vinculada a Leo, este trasfondo, vehiculizado a través de su conjunción Urano- Neptuno en Leo natal (281 partil en 8º9’) se manifestaba como el nuevo Mesías Rey y guerrero que los judíos esperaban. Constantino se transforma en el “señor de los ejércitos”•(Aries) que aguardaban los cristianos ortodoxos para lograr el sueño del “régimen mesiánico milagroso”.

Trece años después, en el 325, convoca el Concilio de Nicea, donde interviene directamente imponiendo su decisión sobre las disputas con el Arrianismo. La Ortodoxia sostenía que Jesús era el hijo unigénito de Dios igual al Padre, de la misma sustancia que él. Para el obispo Arrio, la segunda persona de la Trinidad era inferior al Padre, puesto que había sido engendrado como mortal. Constantino impuso el primer punto de vista bajo la amenaza de destierro; a partir de allí, el Poder imperial comenzó a hacer de “policía (Aries!!) de la fe en el interior del cuerpo episcopal.” Los obispos empiezan a asustarse de esta influencia, algunos de ellos son obligados a renunciar.

El A.S.P. (22º 45’ Aries) hace para el 325, la sesquicuadratura superior con el S.C.G.(8º 21’Virgo, orbe 36’). Esta vez Constantino tomó el lado más oscuro del aspecto: “la ruptura ocurre debido a nuestra compulsión interna por intentar que los demás sean como nosotros queremos.” De esta forma impone (sesquicuadratura) a Jesús como hijo unigénito (Aries) del Dios Trascendente (S.C.G.) y de la misma substancia (Virgo). Pero como ocurre con este aspecto: “nuestros esfuerzos para remodelar a la gente mediante sutiles juegos de poder tropieza a menudo con la resistencia inesperada que nos hacen, suscitando antagonismo y resentimiento mutuos.” Esta imposición de su idea y la expulsión de los arrianos tuvo graves consecuencias posteriores, imprevisibles en aquel momento.

Unos años después, el 11 de mayo del 330, Constantino funda la nueva Roma, la nueva Capital del Imperio, que marcará también consecuentemente la división en la primacía posterior tanto política como religiosa. Además mostraba el doble discurso del Emperador, por un lado decimotercer apóstol, por el otro colocando su propia estatua en el hipódromo que tenía en la mano una estatuilla de oro de la diosa de la fortuna Tiqué. Un decreto disponía que se debía hacer una reverencia ante esta imagen, volviendo al culto del Emperador-Dios , el Sol Invictus. El A.S.P., (23º 40 Aries) hacía la sesquicuadratura superior con el Apex (9º 5’ Sagitario, orbe 25’). Con sutiles juegos de poder, Constantino (A.S.P. Aries) seguía manteniendo la religión anterior y en sus manos estaba la fortuna, la diosa cuyo poder sometía al mundo (Apex, Sagitario, Júpiter como planeta de la fortuna). Desde una perspectiva más amplia podemos observar que una vez más al Apex involucrado en una división: 1) esenios y fariseos (Piscis, era de Aries) 2) la revelación de Pablo, germen de la división entre cristianos y hebreos (Piscis, era de Piscis) 3) la segunda revelación de Mani y la división entre cristianos y maniqueos , y 4) la fundación de Constantinopla, como nueva capital del Imperio y germen de las futuras luchas políticas y religiosas.

Con este último hecho llegamos al final del período de Aries, donde el Cristianismo Ortodoxo se impone a su hermano rival el Gnosticismo y luego es aceptado en el Imperio Romano. Pero los conquistadores han sido conquistados, su religión de fe, compasión e igualdad, se ha degradado y ha dejado lugar al Dios del Eón Anterior y de este período, como señor, amo y comandante de los ejércitos, representado por Constantino y el poder imperial.

 

Período Tauro (368,16- 546,74)

Llegamos al tercer período cerrando el primer cuadrante que sintetiza e intenta una solución a lo ocurrido en los dos períodos anteriores. El tema de los hermanos rivales subyacente en el Eón de Piscis, se había manifestado en el primer período con el conflicto y separación de la religión madre, el Judaísmo. Luego comenzaron las disputas entre las diversas iglesias que se profundizaron en la primera fase del período Aries. Luego, en la segunda, llevaron al enfrentamiento con la propia estructura imperial y la aceptación del Cristianismo como religión del Imperio, conviviendo con las anteriores paganas.

En el período Tauro, podríamos utilizar una expresión del obispo de Roma (90-100), Clemente, que lo caracterizará, coincidiendo con su naturaleza simbólica. En su carta prime el obispo afirmaba que Dios delegaba la autoridad de su reino en los gobernantes líderes en la tierra, es decir, los obispos, sacerdotes y diáconos (organización que se empezará a concretar con Victor I en el 189 iniciando el período de Aries). Quien se oponía a ello a “doblar el cuello” (63,1), “recibe la pena de muerte” (41,3).

La historia de este tercer período corresponde a los cambiantes flujos (III cósmica) en el poder temporal y espiritual que obligaron a “doblar el cuello” (Tauro) y a “muertes simbólicas” a Emperadores, Obispos, y laicos a lo largo de este lapso de tiempo.

En el plano espiritual la conformación del Canon, los textos considerados sagrados y aceptados formando la tradición inamovible (Tauro), se realizará hacia el 367 y continúa el siglo siguiente, donde los evangelios penetrado por el gnosticismo fueron excluidos. La Iglesia Ortodoxa se erige en la autoridad para poder clasificar, separar y explicar los textos sagrados; los laicos debían “doblar el cuello”.

Del lado del poder temporal, al final del período Aries se empezaron a notar los gérmenes de la injerencia de este poder en los asuntos de la Iglesia, con Constantino y luego con su hijo Constancio II dando origen al llamado Cesaropapismo. Los obispos debían “inclinar el cuello”, someterse al poder temporal cambiante, apoyando en ocasiones a la ortodoxia, o a su hermano rival desde el Concilio de Nicea (325), el Arrianismo.

Un segundo momento, cambiando de lado, lo marca el obispo Ambrosio de Milán, en el 386 ante un decreto imperial que imponía la devolución de la “Basílica de la Puerta” a los arrianos, él resistió y proclamó: “El emperador está en la Iglesia y no sobre ella. Un buen emperador procura ayudar a la Iglesia, no a combatirla.” Luego en el 390, el emperador Teodosio ordenó matar 7000 personas en venganza por el asesinato de uno de sus representantes. Ambrosio, obligó a “doblar el cuello” al Emperador quien confesó su pecado ante el pueblo la Navidad del 390.

Este hecho es seguido, en el 391, por la oficialización del Cristianismo como religión y la prohibición del paganismo. El perseguido se convierte en perseguidor, uno de los símbolos de la cultura pagana, la biblioteca anexa de Alejandría, el Templo de Serapis, con 43.000 volúmenes es arrasado, algunos textos son destruidos, otros dispersados. Es interesante la coincidencia significativa con el símbolo de Tauro, ya que Serapis es el sincretismo del dios lunar Osiris y el Buey Apis en el Egipto helenizado. Reemplaza a Osiris en el lugar de hermano (III) y consorte de la diosa lunar Isis, caracterizada con los cuernos lunares sobre su cabeza (Luna exaltada en Tauro). Serapis es la forma humanizada del Toro, sincretizada con otros dioses tales como Hermes y Hades; combinaba la fecundidad (Tauro-Toro) con el reino de los muertos (Osiris-Hades-Hermes como guía de almas, Escorpio astrológicamente), característica de los cultos matriarcales –lunares de vida- muerte. Su reino, siguiendo con esta pauta, estaba debajo de la Gran Madre, la tierra.

A pesar de la similitud con el dios que muere y resucita del Cristianismo, este se eleva al cielo, por lo tanto es solar-patriarcal. Teniendo en cuenta la adición de Constantino en su sincretismo con el Sol Invictus. Fue precisamente Aureliano en el 272, quien había ordenado quemar el Serapeo, en un intento restaurador del Imperio con el culto al Sol Invictus.

Esta denominación es la del dios Mitra, dios de los ejércitos y popular entre los soldados cuyo culto compitió con el Cristianismo hasta el 382. El sacrificio del Toro a manos de Mitra, ha sido interpretado en la actualidad como símbolo del paso de la era de Tauro a la de Aries. La utilización de Aureliano fue para recuperar la mística guerrera (Aries), relajada por la lujuria, el placer sensual y la riqueza (Tauro) y con ello la unidad imperial (Sol). La destrucción del Templo de Serapis con su religión lunar (Tauro) obedecía al mismo principio simbólico; la coincidencia significativa temporal está dada en el período Aries (272). La destrucción en el 391, es terminar “la propia cabeza de la idolatría”, según las palabras del Patriarca Teófilo quien inició el incendio del Serapeo.

Estos hechos concuerdan con el A.S.P. (3º 51’ Tauro) en quincuncio con el C.G. (4º 22’ Sagitario, orbe 31’). En el período anterior, el contacto entre ambos denotaba la represión de lo femenino dentro del mismo Cristianismo (trígono, 200), luego la última persecución de los cristianos (sesquicuadratura, 297); ahora nos muestra la represión del paganismo y los cultos lunares y de la Gran Madre (Isis-Tauro) por la ahora oficial religión celestial-solar (C.G. Sagitario).

Pero el culto lunar-femenino, propio de Tauro, había tomado una nueva forma: la de María, madre de Dios. El quincuncio inferior, ligado a Virgo, depuró la imagen de la hermana –esposa de Serapis, Isis, dos años antes con la concepción de María, explicada por Jerónimo, “sin mezcla alguna de semen masculino”. Jerónimo apela a un argumento protocientífico concretista (Tauro III), ya citado por Orígenes: la de los animales como los buitres que procrean sin acto sexual. Esta parece ser una reelaboración biologista (Tauro) del mito de Isis, quien revoloteando en forma de Halcón sobre el cadáver de su marido-hermano Osiris, concibe a su hijo Horus. Estas elaboraciones sobre el mito mariano coagularán en el Concilio de Efeso de 431, como doctrina apostólica de la adoración de María.

No tuvo la misma fortuna la diosa romana Nice, la Victoria, compañera de la guerrera y racional Atenea. Así como el conocimiento racional es despreciado y sólo importan las escrituras, también en su aspecto guerrero es rechazado siendo retirada del Senado Romano en el 382. Desde el 384 hasta por última vez en el 403, no es admitido su pedido de restauración. Los romanos habían perdido su ánima guerrera, Victoria –Atenea, la compañera de los héroes, y con ella, su vigor marcial (Marte en destierro en Tauro). Los visigodos arrianos, los bárbaros (extranjeros, IX oposición Escorpio) saquean la ciudad en el 410.

Para poder explicar la caída, Agustín de Hipona escribe la monumental Ciudad de Dios, obra que dominará toda la teología cristiana, incluso hasta la actualidad. Esta obra, pese a su polémicas con los maniqueístas, es la puerta de entrada de sus concepciones al Cristianismo, filtradas por su pasada profesión de esas creencias. Eliade comenta: “A pesar de haber rechazado el maniqueísmo conserva, como veremos, una concepción materialista de la “naturaleza mala” del hombre, como consecuencia del pecado original transmitida además por la sexualidad.”

En el período anterior Aries observamos como los contactos del A.S.P. con el S.C.G. y el Apex, correspondían a las revelaciones de Mani y a la introducción del culto solar-imperial dentro del Cristianismo a través de Constantino. En este período es, coincidencia significativa, que se introduce la concepción materialista (tierra) maniquea en la obra de Agustín. En el 426, cuando concluye la obra, el A.S.P. (9º 44’, Tauro) está en trígono (facilitador) con el S.C.G. (9º 46’, orbe 2’) y quincuncio inferior (asimilación conflictiva) al Apex (10º 27’ Sagitario, orbe 43’).

Es interesante notar que en la carta natal de Agustín (13/11/354, Souk Aras, Argelia, 18hs), durante la escritura de la obra, el A.S.P. incidió (junto a las posiciones natales del Apex y el S.C.G.) en la oposición Luna (Aries XI, 8º) – Venus (Libra V, 10º 26’), ambos cuadrados a Neptuno (Capricornio VIII, 14º 52’), reflejándose en su concepción de las ciudades terrenales sometidas a la Vanitas (vanidad, Venus en Libra V) sujetas al fin y a la condenación (Neptuno VIII, Capricornio). Las distingue de las celestiales, donde la comunidad de los elegidos (Luna XI, Aries) lleva a cabo su regeneración espiritual resucitando en cuerpo de carne y ascendiendo al Cielo como Cristo (Neptuno VIII, Capricornio)- tal como lo expresara en el último libro de Civitas Dei (XXII)- al final de los Tiempos (S.C.G. IV, Virgo), luego del Juicio Final (Apex, Sagitario en conjunción al Desc., orbe 1º 30’).

Sin embargo, la gracia para poder estar entre los elegidos sólo la puede otorgar la Madre Iglesia, “sólo hay salvación dentro de la Iglesia” (Luna en XI, Cáncer como punto opuesto de la semicruz en II, pertenecer a la Madre Iglesia), de esta manera obligaba a “doblar el cuello” a todos los fieles, mostrado la otra mitad de la cruz (Venus cuadratura Neptuno). El comentario de Jung lo interpreta con agudeza: “En esta concepción se sitúa el valor de hombre a un gran nivel de inferioridad. En realidad sólo es una abyecta y desdichada criatura a merced del demonio, que sólo la Iglesia, único poder capaz de proporcionar la bienaventuranza puede hacer partícipe de la gracia divina. Con ello no sólo queda rebajado el valor del hombre, sino que también se rebaja, más o menos, su libertad moral y su autodeterminación (Venus- Neptuno), con lo que ciertamente se incrementa tanto más el valor y la significación de la idea de la Iglesia (Luna en XI), lo que respondía perfectamente al programa propuesto en la Civitas Dei agustiniana.”

La popular religión lunar de Serapis e Isis, con sus cultos de fecundidad (Tauro) y promesas de vida posterior a la muerte (Escorpio) fue reemplazada por el “doblar el cuello” (Tauro) para recibir la gracia de la Madre Iglesia (Luna) quien era la única que otorgaba los medios de salvación para superar el pecado original de los padres transmitido por vía sexual (Escorpio). Hubo que esperar hasta el siglo XX, para que la sexualidad reprimida fuera revalorizada en un nivel general. El artífice Sigmund Freud (Tauro, ascendente Escorpio) la “liberaba” de la tiranía agustiniana (Sol conjunción Urano, Tauro, opuesto a Sol conjunción Mercurio, Escorpio de Agustín).

Volviendo a lo anterior, la concepción materialista (Tauro), no sólo se introdujo por Agustín o la interpretación concretista-biologista de Jerónimo de la concepción de María. Con el A.S.P. (4º 52’Tauro) en quincuncio con el C.G. (4º 27’ Sagitario), en el 397 en el primer Concilio de Toledo aparece en el Credo – a diferencia del de Nicea del 325- la afirmación del cuerpo físico de Jesús: “no fue fantasmagórico o imaginario, sino sólido y verdadero”. (También en este Concilio se condena a la Astrología, II, XV). Credo confirmado luego en el Concilio de Calcedonia en el 451, continuando la formación de la tradición y del dogma (Tauro).

Es en este último Concilio, donde la nueva tradición, basada en la autoridad de los Evangelios, del Papa como representante de Pedro, y por ende, superior a los demás obispos, se manifiesta. Su carta al patriarca de Constantinopla donde definía la doble naturaleza de Cristo: humana y divina es aprobada con la famosas palabras: “Pedro ha hablado por la boca de León” (boca: Tauro).

Otra muestra del concretismo taurino es el creciente culto a las reliquias de los santos. Le Goff comenta: “ el culto a los mártires y sus reliquias es prueba de la barbarización de una mentalidad cada vez más apegada a la materia, al objeto.” El historiador francés considera que esto se desarrolla por el retroceso de la medicina, generando temor a la enfermedad y que las reliquias con su poder taumatúrgico sanaban. Los demonios (nueva creencia, Escorpio IX) huían también ante su presencia.

Consideremos a Tauro como tercera casa cósmica. La represión y destrucción de la biblioteca del Serapeo (Apis-Tauro III) como la pérdida del conocimiento de la antigüedad tuvo importantes consecuencias en este período y los subsiguientes del Cristianismo. Con el correr del tiempo fue desapareciendo la instrucción. “La educación, reducida cada vez más a la enseñanza religiosa, se limitaba a la audición de lecturas sagradas y cánticos piadosos . Si exceptuamos al clero, la enseñanza oral tendía a generalizarse”.

A través de la educación (III) se buscaba transformar al hombre y sus instrumentos eran el canto de los salmos, los himnos a capella (Tauro), la expresión del dogma en el culto y la liturgia. El quincuncio inferior, intentaba purificarlo de las influencias paganas o a lo sumo asimilarlas.

En el final del este período, Benito de Nursia, un místico nacido hacia el 480, funda el Monasterio de Monte Cassino, con una regla sencilla, “ora et labora”...orar y trabajar. “El rezo en coro es el alma de la vida de la Orden” y el “ocio es el enemigo del alma”, viviendo en el régimen llamado de “economía agraria doméstica.” El culto lunar agrario de los antiguos dioses de la fecundidad resurgieron a través de los benedictinos; “constituyó, en el plano económico, un renacimiento de la agricultura: el primer renacimiento agrícola realizado en Italia desde la destrucción de la economía aldeana italiana en la segunda Guerra Púnica. La regla benedictina logró (...) porque obró no como lo hace una acción estatal de arriba abajo, sino de abajo a arriba, provocando la iniciativa del individuo al despertar su entusiasmo religioso”. Claramente observamos la acción de “abajo – arriba” de los arquetipos y las manifestaciones simbólicas de Tauro: canto, trabajo, economía agraria y el defecto tradicional asociado: el ocio. Benito muere en el 547, cerrando este período.

 

Período Géminis (546,74- 725,32 aprox.)

Este período inicia un nuevo cuadrante, se ha llegado al Nadir, el punto más oscuro, en forma correspondiente la estructura del Imperio Romano de Occidente y toda su cultura se ha derrumbado, el conocimiento y el arte de la escritura (Géminis) se refugia en los monasterios, es la llamada Edad Oscura, la Edad Media. Los estudiosos de la Historia han denominado este período la Alta Edad Media, desde esta perspectiva astrológica quizás la deberíamos llamar la Baja (posición del Nadir).

Por ser la cuarta casa cósmica corresponde a la tribalización y la formación de las Iglesias Nacionales Bárbaras, lo que se ha denominado barbarización del Cristianismo, denotando la llamada sombra de la psicología junguiana. En otro lugar vinculé a este arquetipo con la casa IV, dado el contacto con lo Inconsciente materno, con las raíces. En su doble vertiente luminosa dado que permitió la gradual renovación de las estructuras imperiales desgastadas por el tiempo. De la irrupción de tribus nómades (Géminis) y su contacto con el Cristianismo surgen nuevas formas de arte y sincretismos en los símbolos religiosos. Desde el lado regresivo continúa el retroceso mental (Géminis sombrío), la lengua es corrompida y el conocimiento más extendido es el de la vida de los Santos (hagiografías) y sus cualidades taumatúrgicas.

Sin embargo aparecen en este período tres individuos que darán “las bases (IV) y los lineamientos intelectuales (Géminis) a los hombres de la Edad Media, E.K. Rnad los ha llamado los fundadores de la Edad Media.” Los dos primeros: San Gregorio Magno e Isidoro de Sevilla concuerdan con este período, la influencia de Bela se dará en el período de Cáncer. El influjo de estos dos fundadores coincide en el tiempo y con el contacto del A.S.P. (6º 55’Géminis)en oposición con el C.G. (7º 6’Sagitario, orbe 11’) hacia el 588. En este caso la oposición mostró su lado más benévolo permitiendo solucionar el conflicto arrastrado desde el siglo IV con el Arrianismo, cuyos seguidores fueron los responsables de los saqueos de Roma: 410 (Alarico- Visigodos); 455 (Genserico- Vándalos) y 546 (Totila –Ostrogodos). Isidoro, arzobispo de Sevilla, logró convertir entre el 587 –589 a los visigodos de la península ibérica, formando un Estado Nacional católico, tras la conversión de Recaredo (587), “con dos cabezas el poder temporal ejercido por el rey, sagrado como los reyes del Antiguo Testamento y el arzobispo de Toledo, jefe de la Iglesia, era controlado por una asamblea de laicos y religiosos importantes, presididos por el arzobispo. A partir del 653 se arrogó el derecho de designar a los reyes.” Podemos observar la división de poderes: temporal y espiritual similares a los gemelos mortal e inmortal de la constelación de Géminis.

Por otro lado, Isidoro es el autor de una de las primeras enciclopedias de la época: etimologías, donde reúne todo el saber de la época y su Historia de los Godos y Crónica Universal; ellas alcanzaron una difusión extraordinaria entre el reducido y selecto núcleo de estudiantes de la Edad Media. Sólo un año después, en el 590 asume el sitial de Pedro, Gregorio I (A.S.P. 7º 15’Géminis; C.G.7º 8’; orbe 7’).

Este Papa, nacido hacia el 540 y fallecido en el 604, representa en sí mismo la dialéctica entre los dos hermanos gemelos de Géminis: el mortal-temporal y el inmortal-eterno, ligada también en el eje con Sagitario. Hijo de una acaudalada familia, llegó a ser prefecto de Roma, la magistratura más alta de la urbe. Pero el llamado del mellizo inmortal- introvertido lo llevó al monasterio de la Orden Benedictina en el Monte Celio, donado por él mismo, junto con toda su fortuna a la Orden. Esto ocurrió tras la muerte de su padre en el 575. Gontar comenta sus propias palabras denotando el desprecio hacia la mitad extravertida-mortal y el conflicto autenticidad- adaptación de esta dialéctica: “Por fin estaba libre de la inteligencia de este mundo que “induce a ocultar el corazón con astucias, a encubrir la verdad con palabras”, duplicidad que se califica de buenos modales”.

Pero el mellizo mortal requería de sus servicios, así el Papa Pelagio II, en el 579 lo envió como nuncio a Constantinopla para intentar conseguir ayuda contra los lombardos que se hallaban próximos a la ciudad, pero no lo consiguió. Esto denotaba el creciente abandono del Emperador Oriental de Occidente y Roma. En el 585, huye hacia la monacal, él creía que la salvación y renovación de la Iglesia estaban allí, “en los eremitas que reuniendo todas sus fuerzas se convertían en educadores del pueblo” (Géminis en IV) En el 590 asumió, muy a su pesar, como Papa. Desde allí comenzó a desplegar una intensa actividad en los dos mundos espiritual y material. Negoció con los lombardos, evitando la invasión de Roma en el 594, acordando pagar un tributo anual.

Se ocupó del problema judío en la baja Italia, a los cuales se les intentó obligar a convertirse al Cristianismo. Gregorio se opuso a la coacción y los defendió llamándoles “hermanos pasajeramente extraviados” (Géminis, hermanos) Restituyó la administración de la Ciudad, distribuyendo dinero y comida para los habitantes (“La Iglesia ha venido a ser el abastecedor general” afirmó Gregorio). Por primera vez en la Iglesia se hizo un inventario (Géminis) de las propiedades inmuebles (IV). Negoció también con el Emperador Mauricio de Oriente el permitirle a los soldados y funcionarios pasar a la vida monacal y aceptó la prohibición a los mismos de que ocuparan cargos eclesiásticos (vida espiritual introvertida –vida espiritual extrovertida).

Recopiló la tradición oral litúrgica (período Tauro), escribiendo el misal, perfeccionado luego por Gregorio II al final del período y después por Gregorio III, lo que se llama canto gregoriano. Por último envía en misión evangelizadora a 40 monjes junto al abad Agustín a Inglaterra (viajes, buena nueva Géminis-Sagitario). Esta es la “buena nueva” completa por Gregorio II al enviar al también benedictino Winifredo a convertir a los alemanes al final del período entre el 718-719. Winifredo, bautizado Bonifacio se había propuesto “viajar por Cristo”.

El período intermedio entre estos dos papas fue de disputas entre Roma y el Emperador, en Constantinopla. El tema arquetípico de los hermanos rivales que dominará en adelante es el poder temporal (Imperio) versus el poder espiritual (Iglesia), en ese momento instalado en Oriente versus Occidente. El germen del contacto entre el A.S.P. y el Apex con la fundación de Constantinopla, mostraba sus primeros brotes. La única excepción fue, coincidencia significativa para este período, la disputa con los monofisistas, quienes sólo reconocían la naturaleza divina de Cristo. El Emperador Hecaclio I, en el 624 intentó recuperarlos para la Iglesia Ortodoxa zanjando las diferencias al proponer la doble naturaleza (divina y mortal) pero una sola voluntad, apoyado por el papa Honorio I, discípulo de Gregorio. Esta doctrina fue llamada monotelismo. Este intento de solución es reflejado por la oposición del A.S.P. (12º 58’ Géminis) con el Apex (13º 12’, orbe 14’). Este propósito fracasó y Honorio fue excomulgado por herejía, junto con esta doctrina, en el III Concilio de Constantinopla (680). Esta controversia, sin embargo, continuará por otras sendas hasta el siglo XIX.

Pero desde el lugar menos esperado, dejado de lado por los dos imperios más importantes de la época: el Bizantino y el Sasánida, surge, coincidiendo con la geografía terrena y celeste, el hermano sombra más temible del Cristianismo: el Islam. Un comerciante iletrado, proveniente de una familia empobrecida , llamado Mahoma (circa 570-632), luego de comenzar a tener visiones y comunicaciones auditivas con el Ángel Gabriel, se propuso restaurar la religión abrahámica de sus antepasados (IV), desterrada por las reformas del siglo III, añadidos con el culto de los ídolos, los betiles y el sincretismo con los dioses de los pueblos vecinos (caldeos, griegos, romanos). Pero sus revelaciones eran objeto de burla por la rica oligarquía árabe pagana, tomadas como su propia invención. Se le reprochaba la falta de milagros. “no te creeremos mientras no hagas brotar un manantial de la tierra...o que tengas un jardín con palmeras y vides entre los que hagas brotar caudalosos arroyos...o nos traigas en tu apoyo a Dios y a los ángeles...o te eleves en el cielo . Pero tampoco vamos a creer en tu ascensión mientras no nos hagas bajar una Escritura que podamos leer” (Corán 17, 90-93).

Como comenta Eliade, para poder demostrar su vocación y restaurar la religión de los antepasados (IV) debía demostrar su “autenticidad” subiendo al cielo y trayendo un libro sagrado (viaje al Cielo- libro, Géminis). “Dicho de otro modo: Mahoma tenía que adaptarse al modelo ilustrado por Moisés, Henoc, Mani y otros “mensajeros” que subieron al cielo, conversaron con Dios y recibieron de su propia mano el Libro que contenía la revelación divina”.

Así como Daniel y Henoc (Piscis, Eón Aries), la crucifixión y ascenso al Cielo de Cristo, la visión de Pablo (sin libro, Piscis, Eón Piscis) y Mani (Aries) , Mahoma entre el 617/619 (varían las versiones realiza su “Viaje Nocturno” (sura 17) y recibe el Corán (de qara’a, leer, recitar). “Se trata de un “ultimo Nuevo Testamento” que no contradice , sino que confirma y supera la Biblia de los Cristianos” . Se trata del último texto, recibido en un Viaje Nocturno (Géminis IV), que completa el origen judío y su continuación cristiana, es el “sello de los profetas y la profecía” (Casa IV, principio y fin). Como en sus predecesores, el A.S.P. (11º 48/ 12º 7’; 617-619) contacta con una cuadratura al S.C.G. (12º 22/24; 617-619; orbes: 34’/17’). Este aspecto denota el reto de la sociedad paganizada y el desafío por superarlos y volver al Dios Uno (S.C.G.), que exige sumisión (Islam- Virgo) a través del mensaje expresado en el Corán (Géminis).

La rápida expansión geminiana fue conquistando nuevos territorios (IV), que recién fue frenada a comienzos del período Cáncer (732, batalla de Poitiers). Sin embargo mostraron un tolerante hacia los nestorianos y judíos que poblaban sus nuevos dominios en Egipto, Siria y Palestina . De este vínculo surgió la conservación de las obras clásicas griegas y latinas que fueron traducidas al árabe; la medicina judía contribuyó a sanar las heridas y frenar la rígida predestinación mahometana. Estas asociaciones permitieron que las conquistas intelectuales y “científicas” del pasado (Géminis IV), sobrevivieran e incluso, en el siguiente período, con Harún Al –Raschid y Al –Mamún, evolucionaran.

 

Período Cáncer (725.32 –903.9)

Este período se podría caracterizar con la desprotección de la Madre Iglesia romana y su búsqueda de contención y resguardo por el poder Temporal (Cáncer). El Emperador León III el Isaurio, acababa de salvar al imperio del asedio de los musulmanes y limitó su avance por el oriente. Carlos Martel los frena en el 732 por el Occidente. Ese mismo año, León le arrebata la juridiscción a Roma sobre todas las provincias griegas de Italia Meridional, Sicilia, Ilira, Grecia, confiscándole tierras. Fue la respuesta ante la condena papal del 731 a la iconoclastia imperial (aunque no se nombrar directamente al emperador).

Roma estaba desprotegida, los vándalos acechaban, el Imperio le había arrebatado sus tierras y rentas poniéndolos en retroceso. Sólo le quedaba pedir protección a Carlos Martel, el vencedor de los musulmanes. Gregorio III le envió reliquias de San Pedro y le ofreció el título de patricio o cónsul de los romanos y “con él, al propio tiempo, el protectorado sobre la Iglesia.” Pero antes de consumarse en el término de un mes, a fines del 741, fallecen ambos.

Recién se puede concretar en el 754, cuando el hijo de Martel, Pipino prometió encargarse de la protección de la amenazada Iglesia y la devolución de sus tierras. Basándose en una supuesta donación de Constantino, el rey franco efectuó la llamada “donación de Pipino”, devolviendo y adjudicando todas las propiedades de Italia, con sus ciudades y terrenos. El Papa Esteban III pasó a ser fundador del Estado Soberano de la Iglesia, bajo la protección del rey de los francos. El Rey (afinidad solar con V) había creado (V cósmica) a la Nueva Iglesia de Roma, al otorgarle los territorios (Cáncer) y estar bajo su protección (Cáncer).

El hijo, Carlomagno, es quien consolida esta alianza y la lleva más allá, el Emperador Romano es coronado por Dios y desplaza al Papa a un lugar de intermediario. Carlomagno pasa a ser Rey y Sacerdote como David buscando establecer una monarquía teocrática, recibe la corona en el 800. Esta dependencia con el poder temporal se extenderá durante todo este período, o sea el siglo IX, nunca el Papa podrá gobernar sin protección política, si ésta era fuerte lo oprimía, si era débil no podía hacerlo. Casi al final del período, siguiendo con la tónica del arquetipo Cáncer, el Papa Esteban VI (885-891), adopta como hijo al duque Guido de Spoleto, a fin de que lo protegiera.

Volviendo a Carlomagno, el verdadero artífice de su programa cultural y religioso fue un monje inglés Alcuino, el hombre más sabio de su tiempo. Fue quien impregnó a Carlomagno del pensamiento agustiniano de la Civitas Dei. En el 789, indujo a Carlomagno a emitir la “Admonitio Generalis, un enunciado magistral de la política de la Iglesia, basad en anteriores capitularios francos y en recopilaciones canónicas romanas y que aborda casi todos los temas” , desde el establecimiento de la paz (art. 62) hasta la creación de escuelas monásticas y catedralicias y de la transcripción y corrección de los textos bíblico y litúrgicos (art. 72).

La aparición de este texto que define el ideal carolingio, como el retorno (Cáncer) a una civilización bíblica, ha dado lugar al llamado Renacimiento Carolingio. Está acompañado por el A.S.P.(10º 41’ Cáncer) en quincuncio con el C.G. (9º 56’Sagitario, orbe 45’). Es el quincuncio superior, vinculado a Escorpio con su carácter regenerativo, las conecciones que se producen, en este caso, son más a nivel de lo psicológico y de los sentimientos, para ello se establecen ritos de pasaje para transformar la energía psíquica; ellos son los ritos y prácticas religiosas encuadrando la vida social. “En adelante el bautismo será la puerta de entrada en la sociedad que durante el siglo IX toma el nombre de Cristiandad.” El bautismo con su capacidad de volver al individuo al Illo Tempore (el tiempo primordial de los orígenes,) y de allí su renacimiento a la Ecclesia, la comunidad cristiana a modo de gran familia dirigida por el padre Emperador.

Este compromiso se renovaba con el ritual de la misa y la eucaristía volviendo una vez más al acontecimiento original , in Illo Tempore, de la última cena de Jesús con sus discípulos. Este retorno al origen para renacer (bautismo, eucaristía también como ritual nutricio), está simbolizado por el arquetipo materno expresado por Cáncer. Para completar, manifestando también al arquetipo, se legisló sobre los aspectos económicos, sexuales y de familia.

También se vuelve a la lengua madre del imperio, el latín clásico y – conectado por el sextil y la afinidad a través de la Luna en Tauro- se profundiza el cierre y el aislamiento canceriano de los monasterios, con su perfecta autarquía. Se lo ha comparado – plantea Eliade- “al sistema feudal de la propiedad, consistente en que las tierras eran adjudicadas por el señor a sus vasallos como recompensa o don anticipado a cambio de sus servicios militares.” La feudalización intercambia con la religión. La amplia elevación del orante se reemplaza por la oración de manos juntas “copia del gesto del vasallo poniendo sus manos entre las del señor (...) el fiel es al mismo tiempo cristiano, súbdito del emperador, vasallo del señor”.

Volviendo a los monasterios y su cerrazón, a la manera del cangrejo, el retorno a la lengua madre el latín, la recopilación de los textos antiguos tuvo como consecuencia que “los monjes de los siglos VIII y IX creían que bajo los romanos la humanidad había poseído la suma del conocimiento humano determinable y que casi todo se había perdido después; todo lo que podía hacerse era transmitir fielmente lo que se había preservado”. Así en los grandes monasterios se conservó y se regeneraron los textos antiguos (Cáncer V), cerrados al presente y al futuro y sólo mirando en forma lunar hacia el pasado.

Como comenta Le Goff: “El monasterio tiende a convertirse en la mónada de Leibniz, sin ventanas al exterior”. El historiador no pudo ser más preciso con su asociación: Leibniz (1/7/1646, Leipzig, Germany, 6h,12m) tiene el Sol en XII en Cáncer (Mónada cerrada- Monasterio) y en el grado 9, 14’ en conjunción con Júpiter en 15º 19’. Curiosa asociación dado que el A.S.P. (15º 13’) hacía sextil con el S.C.G. en Virgo (15º 33’, partil) y es en ese año que se celebra el Concilio de Aquisgrán (816-817) donde se reforma el monaquismo occidental. Además se decretó la construcción de casas (Cáncer) para los viajeros sin recurso, las viudas y los muchachos pobres, y contempló la creación de hospitales de aislamiento y colonias para leprosos (Virgo). Esta vez el ideal cristiano de protección (Cáncer) al servicio del más débil (Virgo) se veía facilitado por el sextil. En cuanto a la comparación de Le Goff, podemos observar, a través del simbolismo astrológico, que en realidad brota de la misma fuente arquetípica atemporal.

El contacto del A.S.P. en el período entre el 787 (C.G.) y el 816 (S.C.G.) marca el renacimiento (quincuncio superior C.G.) de la cultura árabe con Harún al Rachid, donde se inicia la traducción de los filósofos, médicos y alquimistas griegos, y quien hizo que a cada mezquita se agregase una escuela. Pero el florecimiento es con el sextil al S.C.G. durante el califato de Al-Mamún (813-33) quien creó la “casa de la sabiduría” en Bagdad, e hizo de esta ciudad, el centro de la ciencia, reunió grandes bibliotecas y se rodeó de sabios.

Durante su califato se hicieron grandes adelantos en geometría, la invención del álgebra y la adopción de los números indios en la aritmética. La diosa de los números y la filosofía, la Virgen Atenea, protectora de la Academia platónica, expulsada en el período de Tauro (estatua de la Victoria), renacía en los árabes, pero sin desmerecer a la patrona de los alquimistas, la diosa Isis (Lunar –Cáncer, Tauro), de allí los descubrimientos en la química (Virgo. S.C.G.), y en astronomía el uso de astrolabios y cuadrantes. Las bibliotecas están repletas de obras antiguas y nuevas en todas las disciplinas: matemática, astronomía, geografía, química, alquimia. Entre ellas el texto el “Secreto de la Creación” donde se incluye la famosa “Tabla De Esmeralda” atribuida a Hermes o a Apolonio de Tiana (siglo I).

Una declaración de Al-Mamún, el protector de los sabios, resume este sextil superior progresista (Acuario) y su brillo creativo: “son los elegidos de Dios, sus mejores y más útiles servidores, aquellos cuyas vidas están consagradas al adelanto de sus facultades racionales”.

Para cerrar este capítulo de la historia, en este período se suscitó el conflicto por el culto a las imágenes, concesión hecha al paganismo (Luna, la señora de las Imágenes), durante los siglos IV y V (período Tauro, Luna en exaltación) y que alcanzan su esplendor durante los siglos VI y VII, donde el ícono es una “extensión de la divinidad”.

Pero al iniciarse este período en el 726, Constantino V, lo prohíbe. A pesar de la reacción de Roma en el 731, el sínodo iconoclasta de Constantinopla lo declara anatema (784). El argumento teológico era la idolatría. El segundo sínodo iconoclasta, celebrado en el 815 (A.S.P. sextil S.C.G.), rechaza el culto en nombre de la cristología. Como comenta Eliade, este rechazo sigue la misma línea gnóstica espiritualista, para quienes el cuerpo de Cristo era espiritual y no físico. Una vez más reaparece con el S.C.G., la tendencia espiritualista del Dios Desconocido. Pero también se le agrega a este conflicto doctrinal el quincuncio entre el A.S.P. (15º 3’Cáncer) al Apex (15º 52’ orbe, 49’), dando lugar a la división en el Oriente , además de la ya dada con Roma, entre iconoclastas e iconódulos. En el 821 (A.S.P., 16º 4’-Apex 15º 58’, orbe 6’) esta división alcanza su culminación cuando Tomás- antiguo compañero de armas del Emperador Miguel II (820-829)- es coronado Emperador por el patriarca de Antioquia y se desata una guerra civil. Tomás quería restaurar el culto a las imágenes, se consideraba el salvador de los pobres, y por ello esta revuelta tomó un cariz fuertemente social. Fue derrotado en el 823, tras haber sitiado Constantinopla, pero esta guerra desangró al imperio Bizantino, perdió protagonismo en el mar Adriático y el Mediterráneo y así los musulmanes conquistaron Sicilia, además de las pérdidas de Egipto y Creta.

Volviendo al conflicto doctrinal, para los iconoclastas la verdadera imagen es la Eucaristía, pues se impregnaba del Espíritu Santo. Pero esto también podía ser considerado una blasfemia.”En efecto la Eucaristía es idéntica esencial y sustancialmente a Cristo, es Cristo, no su imagen”. De la misma forma que observamos en la sociedad Carolingia la Eucaristía como un retorno al Illo Tempore del acontecimiento original de la Última Cena, para Eliade, los íconos y reliquias de los santos y objetos depositarios de la “potencia divina” reactualizaban el prodigioso illo tempore en que Cristo, la Virgen y los santos apóstoles vivían entre los hombres.” Se confirma la acción del arquetipo: retorno y renacimiento, Cáncer, que en otra faceta, y en el mismo II Concilio de Nicea (789, quincucio con el C.G), se establece la superreverencia (hyperdouleia) a María, la madre de Dios, sobre la reverencia a los Santos.

Una curiosidad arquetípica también se establece en este período de Cáncer, hacia el 855, al parecer una mujer disfrazada, Juana, ocupó la sede papal y fue descubierta, según cuenta la leyenda, al dar a luz durante una procesión. Esta leyenda parece ser también la fuente arquetípica de la carta del Tarot “La Papisa”, ligada a la Luna o Cáncer según la opinión de diversos expertos en el tema. Gontard, cita a Leibniz – mostrando la afinidad arquetípica con Cáncer- quien acepta una leyenda sobre una joven inglesa que deslumbró a roma y se instaló en Letrán, luego de ser elegida Papa. Esta leyenda parece coincidir con un período posterior, la llamada “ginecocracia”, donde durante 67 años, Papas indignos ocupan la sede apostólica y, junto con ellos, aparecen mujeres de familias aristocráticas. El primero que inicia esta “ginecocracia o pornocracia” es Sergio II en el 903, iniciando el nuevo período de Leo, mostrando el lado oscuro degradado, vicioso del arquetipo leonino. La leyenda, al ubicarlo en el período de Cáncer (855) corrige y compensa las tendencias denigradoras del arquetipo femenino dadas en el siguiente período.

 

Período Leo (903.9-1082.48)

Llegamos al tercer período del segundo cuadrante iniciado en Géminis, donde se intenta solucionar lo acaecido en los anteriores. En Géminis se perfilaba el tema de los hermanos rivales (temporal-espiritual) en las relaciones entre el Imperio de Oriente y la Iglesia de Roma. La irrupción del Islam, el gran hermano rival, pospuso esta contienda. En Cáncer, Roma pidió protección a los francos y allí surgió el Imperio Carolingio, profundizando la división entre Oriente y Occidente. Ahora en el período Leo, podremos ver el conflicto desplazado al Imperio de Occidente y la Iglesia.

Esta lid parece seguir el lineamiento del “espíritu de la época”, reflejado por la casa VI (dependencia - sometimiento) en Leo (poder imperial). Le Goff comenta: “este período (cristianismo del siglo X) se caracteriza por el yugo del poder de los laicos sobre la Iglesia.” Se producen toda clase de intromisiones en las elecciones episcopales, dinastías de ellas formadas por miembros de la aristocracia (Leo), dominio de las abadías para beneficio de los laicos.

Sergio III inicia el período de 20 papas indignos, la llamada “ginecocracia” o “pornocracia”. El Papa vivía en concubinato con su protectora de la aristocracia romana. La enfermedad (VI) del poder (Leo) había estallado. La característica de estos papas es su juventud, eran protegidos por las familias poderosas de Roma, en particular las dominadas por matriarcas. Desde el punto de vista junguiano, nos encontramos con el arquetipo del Puer Aeternus, el adolescente vinculado a la Gran Madre. Desde el lado luminoso, es el dios joven que muere y resucita como Balder o el mismo Cristo, representados en este período por los papas Esteban VIII y León VI, de gran piedad y debilidad, el lado oscuro lo detentaban las matriarcas de turno. Desde esta faceta, dado su sentimiento inferior, éste es tomado por el lado sombrío de la Gran Madre, “la vanitas mundana”, desarrollando el lado perverso, los vicios, la crueldad y el abuso de poder (Leo). Este es el lugar ocupado por el Puer Alberico de 23 años, desplaza a su madre Marozia y domina como senador la política de Roma.

Gontard comenta acerca de este largo período en la Iglesia: “las degradaciones de Letrán mostraban indicios infernales. En aquel mundo profanado se agitaban todavía figuras horrendas de pequeño formato. Pero que ocurriría si un día se entregaran al mal figuras gigantescas, si los sucesores de Pedro actuaran como demonios? ¡Cuan lejos parecía en aquellos días la figura del pobre Apóstol Pescador! Máscaras de fanatismo, vicio y maldad, ocultaban la pura imagen primitiva”.

Gontard parece captar en su exaltado comentario el espíritu que también oprimía el ambiente, la inminencia del milenio, la destrucción y el juicio final. La decadencia de la Iglesia y del Imperio, hacían pensar en el advenimiento del Anticristo. En el 954, el Abad Adson escribió su Tratado sobre el Anticristo, en el cual decía que el fin del mundo llegaría cuando los reinos sometidos al imperio se separen de él. Desde la perspectiva psico-astrológica se comprende este espíritu, dado que refleja las dos caras del Puer Cristo, luminoso, el “león de Judá” (desciende de esa tribu) y la oscura del Puer, el Anticristo, cuyo animal también es el León.

Es justamente Juan XII en el 962, otro papa Puer que asumió a los 18 años, quien quería acallar estos temores y proteger a Roma contra los lombardos, quien coronó al “rojo León”(como lo llamaban), Otón I el Grande como Emperador, dando origen al Sacro Imperio Romano Germánico. El “león rojo” se caracterizaba por su honorabilidad y por su devoción religiosa que le ganó la denominación de “Piadoso”, Tolerando la misma traición de Juan XII, cuando conspiró con los antiguos enemigos de los cuales había solicitado ayuda a Otón. “El Papa es todavía casi un niño y se deja engañar. El ejemplo de hombres probos lo mejorará.” Pero no fue así, luego de volverlo a traicionar, ser depuesto y entronizarse nuevamente, muere en el 964. Su final es digno de un Puer donjuan, molido a golpes por el esposo de la dama con la que yacía. Un cronista de la época lo describió: “el diablo le dio muerte en el momento que cometía adulterio”.

Otón murió en el 973, subió al trono papal Benedicto VI, de la “ginecocracia”. Luego de un breve interludio, dado el corto reinado de Otón II, siguieron las disputas, encarcelamientos y destituciones en el trono de San Pedro. Hasta que Otón III sube e impone un papa alemán, de 24 años, Gregorio V, pero su debilidad de poder, influencia y dinero, lo hizo presa del partido nacional quien colocó a Juan XVI.

Otón III regresó a Roma e impuso a su antiguo mentor y consejero, Gerberto, quien asume como Silvestre II, en una alusión simbólica al Papa Silvestre I, mentor espiritual y político de Constantino, en el período de Aries, dando lugar a la misma similitud observada con la reacción monacal en el mismo período. Ambos soñaban con la Renovatio Imperi. Asume en el 999, es el Papa del Milenio, su proyecto era el de Roma como sede de los Emperadores y sintetizar la eficacia del carolingio (Occidente) con la solemnidad litúrgica de Oriente, la iconografía sigue el modelo grandilocuente bizantino: el emperador como pantokrator. La asociación de Gerberto con los Otones comienza con el primero en el 970, donde es presentado por el Papa Juan. Luego en el 981, defendió su tesis, delante de Otón II, sobre la coherencia de las ciencias. El A.S.P.(12º 55’ Leo) hacía el trígono superior (Sagitario) al C.G. (12º 37’, orbe 18’), predisponiendo la visión más general y universal de este aspecto. Gerberto lo representa en él mismo, es formado en la España mora; de gran erudición, introduce el uso de los números arábigos, se dice también que fue el inventor del reloj de péndulo. También conocía todo lo referente a la magia, de allí que, sumado a su conocimiento y contacto con los árabes, se sospechaba que había hecho un pacto con el diablo y lo relacionaron con el Anticristo. Esta faceta de Gerberto está acompañada por el S.C.G., siguiendo el tono iniciado en este cuadrante con la revelación del Corán y luego el florecimiento de Bagdad (Cáncer). Estudia con los árabes en el 967, el A.S.P. (10º 36’ Leo) en semiquintil al S.C.G. (17º 20’, orbe 44’) . Addey señala con elocuencia este vínculo de la serie de los quintiles “conectada con la mente y la facultades gnósticas”. Rudhyar lo completa “muestra la libertad creativa del individuo para moldear materiales y darles una forma que sea coherente con la idea que se quiera expresar”. En su breve reinado (999-1003) expandió, propio del trígono superior, la acción de la Iglesia a Polonia y coronó al recién convertido rey de los Húngaros.

Pero tras su muerte y la de Otón III, con meses de diferencia, siguieron tiempos de inestabilidad en la Iglesia. Los intentos de reforma provinieron una vez más de los introvertidos eremitas, San Romualdo funda en Camaldoli (1012), una comunidad de la que salieron los camaldulenses. Esto coincide con el semisextil superior del A.S.P. (18º 9’ Leo) con el S.C.G. (17º 58’ Virgo, orbe 11’). Se trata del semisextil vinculado a Piscis, el lugar de retiro monacal del mundo, de allí se adapte el comentario de Le Goff: “es más rechazo, huída, ante el desarrollo material de la cristiandad (...) Es el tema del contemptus mundi, del desprecio del mundo”. Los temas vinculados al Gnosticismo y el Maniqueísmo y a la Ciudad Terrena de Agustín, toman una nueva forma en el Cristianismo con este contacto con el Dios Trascendente (S.C.G. Virgo).

No fue el único movimiento que surgió, sincronísticamente, con este contacto, con lentitud los herederos de los gnósticos y maniqueos, los bogomiles se introdujeron a través de Constantinopla por Bulgaria y también por el Occidente, predicando el dualismo del mundo creado por el hermano de Cristo, Satanael, el Dios del Antiguo Testamento. Todos los sacramentos de la ortodoxia, su íconos y ceremonias son inútiles para ellos. Criticaban a los ricos y fomentaban la resistencia pasiva desobedeciendo a los nobles y señores. La mujer volvía a ocupar un lugar de igualdad. En el 1018, con el trígono superior del A.S.P. (19º 9’ Leo) al Apex (18º 43’ Sagitario, orbe 26’), se expandió a pesar de la división en dos sectas: una más moderada en su dualismo, la otra más extrema (dragoritsianos) que se toleraban correspondiendo a la naturaleza amplia del trígono. Este movimiento continuará en el próximo período, dando lugar a uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia de la Iglesia.

Llegamos a 1048 y parecía que la enfermedad del poder corrupto (Leo VI) se había generalizado. La simonía, el tráfico de dignidades eclesiásticas era moneda corriente. Reyes y emperadores la practicaban con impunidad, al igual que los Papas. También el nicolaísmo, el matrimonio de los sacerdotes se había expandido en Alemania, Francia e Italia.

Pedro Damián escribe en 1049 el “Libro de Gomorra”, donde señala, quizás en forma exagerada, los vicios del clero italiano. Se lo entrega al nuevo pontícife quien le agrega una bula afirmando que sus contenidos son verdaderos. Este nuevo Papa es el que intenta hacer una depuración radical del sacerdocio, el remedio (VI) para la enfermedad que los aquejaba, el nombre elegido por el obispo Bruno es, coincidiendo con el período, León IX. Otro león, como el emperador Otón siguiendo el principio que lo similar cura lo similar, se preocupa por sanar la corrupción. Combate la simonía, el nicolaísmo y para ello convocó varios Concilios, donde también pudo frenar el poder de los reyes (Leo) y sus intenciones separatistas. Pero su labor se ve empañada al final de su papado ante la irrupción de los normandos en el territorio papal. Allí, él que estaba en contra de la intervención en la guerra, en un violento giro hacia el opuesto, salió a comandar el ejército papal, pese a los reiterados ofrecimientos de reparación de los normandos cristianos, sufriendo una tremenda derrota. La inflación yoica, uno de los símbolos alquímicos representativos es el león devorando al Sol, se había apoderado de él, alimentada por uno de sus consejeros, continuador y profundizador de la reforma, el monje benedictino Hildebrando. Prisionero y gravemente enfermo, intentó solucionar el problema entre Roma y Constantinopla, pero no pudo y se precipitó el cisma definitivo hacia julio de 1054; León había fallecido en abril. El problema se venía arrastrando del Concilio de Toledo II en 589 (A.S.P. Géminis oposición C.G. Sagitario), sobre una fórmula agregada al Credo sobre la procedencia del Espíritu Santo (filioque). Occidente le había agregado que el Espíritu Santo provenía también del hijo. Oriente lo rechazaba. En 1054, en Leo, sumada al tema ritual sobre el pan a utilizar en la misa, esta diferencia no pudo zanjarse y se decretó el cisma, con excomuniones cruzadas de ambos lados. El A.S.P. (25º 12’ Leo) hacía un aspecto de 108º -serie quintil- con el C.G. (13º 38’, orbe 36’), sólo que mostró el lado oscuro de uso y abuso de la autoridad o poder. Tierney hace una sagaz observación que se adecua a esta discusión: “para que la promesa del quintil resulte productiva el individuo debería primero comprender que la mente y la materia son en esencia una”.

La reforma de León IX quedó truncada, pero fue su colaborador , Hildebrando, quien lo fue de los Papas siguientes, el que la concluyó bajo el nombre de Gregorio VII. Había nacido en el 1020, aún con el trígono superior del A.S.P. (19º 30’ Leo) con el Apex (18º 45’ Sagitario, orbe 45’) y dada la firmeza de su carácter, sus amigos lo apodaban, coincidiendo con el período, como el “Tigre”. Esta característica felina fue la que talló en su batalla con el emperador Enrique IV en 1077, a quien –como su predecesor Ambrosio con el Emperador Teodosio en el 391 (Tauro)- lo humilló haciéndolo esperar fuera de un castillo 3 días y noches vestido con un sayo en señal de penitencia, antes de recibirlo y perdonarlo.

En 1074, impulsa la “cura” del padecimiento de la cristiandad. Su remedio: “una cristiandad pura, obediente” (VI Leo en transición hacia Virgo). Para ello debe imponer su autoridad absoluta (Leo). En 1075 publicó sus 27 proposiciones, las Dictatus Papae, en las que no sólo se limitaba a afirmar su independencia de los poderes laicos, sino que “pretendía instaurar una teocracia pontificia”. Algunos puntos son elocuentes:
“ Solo el pontífice romano puede llamarse, a justo título universal (II); El Papa es el único hombre al que todos los príncipes besan los pies (III); Puede deponer emperadores (IV); Nadie debe juzgarlo (XIX); La Iglesia Romana nunca ha errado y, según el testimonio de las escrituras, no errará jamás (XXII). No hay duda alguna en que el pontífice romano, canónicamente ordenado, es santo por los méritos del Bienaventurado Pedro (XXIII).

Gregorio muere en el 1085, pero como el principio homeopático sostiene, el remedio es una enfermedad más poderosa que desplaza a la instalada, pero esta nueva muestra de despotismo leonino se alojó junto a la corrupción anterior y es el prólogo del papado autoritario que continúa en el próximo período.

 

Período Virgo (1082,48-1261,06)

Iniciamos el tercer cuadrante del ciclo, por encima del horizonte cósmico, en oposición al momento inicial en Piscis. Un Cristianismo como una forma de solucionar las fuerzas dividas arrastradas desde el período anterior, proyecta el enemigo al exterior (Enemigos Declarados VII cósmica). Así sale pujante buscando reconquistar la Ciudad Celeste: Jerusalem, perdida (638) en el inicio del anterior cuadrante, ante el poderoso hermano rival (Géminis- Islam). Por otro lado se producen cambios en la estructura social, anticipados en la literatura polémica por Aldaberon de Laon (hacia 1027) y Gerardo de Cambrai (hacia 1044). La uniformidad carolingia (Cáncer) se ha perdido, pasando a tener la Iglesia como la estructura social un nuevo orden triple: oratores, bellatores y los laboratores. Estos últimos identificados con la clase de los campesinos, hasta incluir en ella, en el siglo XIII, la mano de obra artesanal de las ciudades (Virgo). Esta inclusión es doble, por un lado Gregorio VII, recurría a su intervención para combatir a los poderosos en caso de abuso de poder o su desobediencia (Leo). Por el otro, los pobres, los que no lograban entrar en la élite económica de los que mediante el trabajo conquistaban su promoción social, lo hacía por el motor vocacional de las Cruzadas, donde tendrán una participación relevante, (como los vagabundos que acompañaban a los caballeros).

Este nuevo orden virginiano se manifiesta en los cambios experimentado en los oratores: el clero dominado por el modelo monástico, pero de una línea más austera, penitencial (Virgo). Recién iniciado este período, en el 1084, un noble renano Bruno, funda la Cartuja, donde también se ordena el fenómeno del eremitismo espontáneo –compensador de la corrupción del período Leo. De esta forma esta manifestación vuelve a la sociedad (VII), representa “una institución estable del eremitismo” formando parte de la Conciencia Colectiva (Virgo, según los astrólogos junguianos).

En 1098, surge otro movimiento decisivo en Citeaux, quienes llevan adelante dentro de sus monasterios la evolución socio-económica, reflejando un cambio con respecto al final del período anterior de “rechazo del mundo”, adaptándose y desarrollando sistemas de granjas, cría de corderos, incluyen los molinos, sus aplicaciones industriales y, al modo de los alquimistas se hacen “maestros herreros” (Virgo, Eliade los vincula a ambos en su obra “Herreros y Alquimistas”). Estos adelantos estaban al servicio de la oración, dado que el maquinismo los liberaba para su práctica.

Es interesante notar la controversia dada entre el Abad de Cluny (fundada al principio del período Leo), Pedro el Venerable, y San Bernardo de Citeaux (Virgo) que ejemplifica esta diferencia. El primero estaba irritado “por esta “manía” de trabajo , por este celo de ser monjes- labradores o monjes-obreros” . En coincidencia con la maldición bíblica del trabajo (Virgo), resultado de la expulsión de la Unidad Original (Piscis), “la pasión por el trabajo es, esencialmente una forma de penitencia, aunque también conlleva aspectos más claramente positivos. Si el nuevo monaquismo es trabajador es porque es penitencial” . Parecería que el monaquismo volvía – dada la afinidad por elemento tierra- al ora et labora de San Benito (Tauro); pero en este período el modelo jerárquico heredado se mantiene a través de los famuli (sirvientes) domésticos y la presencia de los converso sustituyendo a los siervos (Virgo).

Es precisamente Bernardo de Citeaux (1098-1153) quien va a ser el personaje influyente en la primer parte de este período. En su doble vía monacal y como secretario papal (Virgo) de Inocencio II, y consejero de su antiguo discípulo Eugenio III (1145–1153); predicando por la segunda Cruzada y su combate contra los Cátaros en el Sur. En el plano intelectual , su disputa con Abelardo y la escolástica. Los cisterciences bajo su cargo en Claraval pasaron a ser la nova militia Christi (Virgo, ejército en Astrología Mundial) y fue el autor de las reglas de la Orden de los Templarios, donde el nuevo fenómeno de sociedades (VII) que combinaban el espíritu caballeresco guerrero con el monástico (Virgo) se inaugura también en este período. Junto a la Orden Hospitalaria, los Templarios se constituyeron, luego de la primer Cruzada, para defender a los peregrinos y curar a los enfermos (Virgo). En 1128, Bernardo consiguió que esta Orden fuese reconocida por el pontificado.

Por último, y no menos importante desde el punto de vista simbólico, es el devoto de “Nuestra Señora” por excelencia (definición popularizada por Citeaux). A pesar de seguir el modelo ortodoxo, combatiendo la inmaculada concepción, pone en gran fervor y escribe sobre el papel mediador de María (Virgo, Mercurio, signo mutable) y sobre la maternidad de gracia, culto que se extenderá , como reacción al Amor Cortés (ver más abajo), con la devoción popular y con la construcción de Catedrales, dedicadas en su mayoría a Notre Dame (Nuestra Señora), que surgen en el norte de Francia a partir de 1150.

Estos acontecimientos están acompañados en su inicio (1098, nacimiento de Bernardo, fundación de los Cisterciences) por el aspecto creativo de la serie quintil 108º entre el A.S.P. (2º 36’ Virgo) y el Apex (19º 51’ Sagitario, orbe 45’). Esta posición coincidirá también con la prédica y finalización de la Primer Cruzada. El 26 de Noviembre de 1095 (orbe 18’) en el Concilio de Clermont, Urbano II gana para la causa a los caballeros y príncipes occidentales. Varias corrientes confluían en la idea de una “guerra santa” (ejército: Virgo, santo: Sagitario) contra los infieles. 1). La purificación (Virgo): “los que fueron bandidos, se hagan soldados” , 2) la dificultad presentada por los seljúcidas para la peregrinación de los fieles (Sagitario), 3) la esperanza escatológica de reunir a las naciones en la ciudad santa y Madre del Mundo: Jerusalem. Bernardo tomaba su conquista terrena (Virgo) como una etapa hacia la Jerusalém Celeste (Piscis), pregonada en la Civitas Dei (Tauro, afinidad por Tierra).

Los cruzados lograron tomarla en 1099 (orbe 58’) y la mantuvieron hasta 1187. Los sucesivos fracasos en reconquistarla, hasta la VII en 1270 (ya en el período de Libra), fueron interpretados por los contemporáneos- imbuidos del espíritu virginiano de la época- por “la indignidad de los grandes y de los ricos. Incapaces de penitencia, lo príncipes y los ricos no alcanzarían el reino de Dios ni conquistarán a la Tierra Santa. Esto pertenece a los pobres, los elegidos de la Cruzada.” De esos hechos indignos se resalta el saqueo despiadado de Constantinopla a manos de la IV Cruzada (1204), donde instauran el Imperio Latino de Oriente. Una reacción espontánea, por lo tanto arquetípica, se dio en 1212, cuando dos cruzadas de niños, una proveniente del Norte de Francia, la otra de Alemania, fueron movidos por el afán de encarnar el arquetipo virginiano de la pureza, y dada esta condición , recuperar el Santo Sepulcro. La de Alemania, movilizada por el niño Nicolás quien afirmaba haber recibido el mensaje de un ángel, se detuvo en el norte de Italia dada la desaprobación de Inocencio III. La otra llegó a embarcarse, pero sufrieron el lado oscuro de Virgo: fueron vendidos en Alejandría como esclavos a los sarracenos.

Para reconquistar los Santos Lugares- escriben Alphandry y Dupont- “no puede esperarse sino de un milagro y el milagro solo puede producirse a favor de los más puros, de los niños y de los pobres”. Estos autores nos muestran el accionar del eje Piscis (milagros) – Virgo (pureza). La condición sincronística para este hecho simbólico estaba dada tanto en la IV Cruzada como en la de los niños, por la conjunción del A.S.P. (20º 24’/21º 45’Virgo, 1204/1212) con el S.C.G. (20º 40’/20º 46’; Virgo, orbes:16’/59’) y la cuadratura al Apex (21º 20’/21º 26’ Sagitario, orbes: 56’/19’)

Ya no era el lado creativo del aspecto de 108º (Apex, 1095), de exaltación escatológica inicial, sino que mostraba el lado oscuro (cuadratura menguante). En la fase de oposición, un rabí oscuro de Galilea había sido crucificado (Piscis, I oposición S.C.G.); ahora con la conjunción una sociedad, Constantinopla, un grupo de niños puros (VII, Virgo ) lo eran. Pero no fueron los únicos “puros” que sufrieron las cruzadas. En noviembre de 1207, se inicia la cruzada interna, contra los herejes, los “puros”, los Cátaros. Los bogomiles instalados desde el período anterior en Occidente comienzan a llamarse así a partir de 1163. La búsqueda de la perfección, de la pureza, del Dios bueno y luminoso lejos de este mundo y el rechazo de éste dominado por Satán - Yavhé, nos permiten ligarlo al S.C.G. en Virgo. La leyenda de Astrea, diosa de la Constelación, es que caminaba en la tierra en los míticos tiempos de la Edad Dorada, pero ante la maldad de los hombres se refugió en el Cielo en forma de Constelación.

También en este período se funda una de las instituciones que muestran el lado oscuro de la “purificación “ de Virgo: la Inquisición (1231). La Cruzada se extiende hasta el 1244 con la caída del último bastión en Montsegur. Pero la cultura cátara occitana está también ligada al AMOR trovadoresco, lo contrario de ROMA en el clus de los trovadores. Ellos, como los caballeros, servían a una dama con la cual mantenían una relación platónica, inalcanzable, pero esto los inflamaba hasta alcanzar la experiencia mística. El culto creciente a la Virgen, fue el antídoto para que este “mal” no se expandiera dentro de la Cristiandad.

En el año 1085, los Reinos de Castilla y León unidos reconquistan la ciudad de Toledo, antigua capital de los Visigodos. Siguiendo con la tendencia hacia el Pez occidental que el eje de precesión había iniciado con el paso por la antepenúltima estrella de la comisura hacia el 990 y coincidiendo con el oeste simbólico cósmico de la subdivisión del Eón de Piscis. El A.S.P. (0º 25’ Virgo) hacía un aspecto de la serie quintil: 18º con el S.C.G. (19º Virgo, orbe 35’).

Los tesoros de la civilización árabe, sus conocimientos clásicos, fueron absorbidos por el Occidente Cristiano y se iniciaron las traducciones al latín de las obras de Aristóteles, cuya adaptación da nacimiento a la Escolástica: forma racional de pensamiento que se elabora consciente y voluntariamente a partir de un texto considerado como autoridad. Combinado con que las primeras universidades surgen de las escuelas asociadas a las Catedrales de Nuestra Señora (París es fundada en 1158) podemos observar el espíritu virginiando de la época. Un nuevo poder aparece en la cristiandad asomándose el siglo XII: “Junto al Sacedocio y la Realeza, el Saber (Studium) (...) Studium es un saber nuevo, el saber universitario”. Junto a la división tripartita de oratores, bellatores y laboratores, esta nueva división tripartita nos refiere al arquetipo de la conciencia, según Jung, representado por el número, que en el sistema astrológico está ligado también a Mercurio como mediador, la casa III en Géminis y también en su regencia en Virgo a la que los astrólogos adjudican la Conciencia Colectiva , de esta forma en estas divisiones tripartitas se expresa las nuevas tendencias en ella. Disfrazada de “Nuestra Señora”, la Virginal Atenea, protectora de la Academia, había retornado luego de su expulsión del Senado en el 382, también acompañando a las órdenes en su mística guerrera.

Entre los poderes sacerdotal-espiritual y la realeza-terrenal, aún se producirán algunos choques con Enrique II (1170) y Federico Barbarroja (1177). Con el Emperador Federico la disputa es resuelta con el tratado de Venecia donde la Iglesia establece un principio de autoridad. En el caso de Enrique II de Inglaterra, está implicado el asesinato del arzobispo de Canterbury, Thomas Becket, producto de las discusiones entre la Iglesia y el Estado. Tras su muerte Enrique fue obligado a doblegarse al Derecho Canónico y a la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos contra el clero. Ambas figuras, Enrique y Becket, fueron tomadas como símbolo de este conflicto. La canonización de Becket como mártir en 1173, dio la conclusión a este episodio.

Es en 1173 que el A.S.P. (15º 12’ Virgo) hacía la cuadratura menguante- ligada a Capricornio y su orientación al poder- con el C.G. (15º 18’, orbe 3’). El asesinato de Becket en 1170 (orbe 33’), mostraba en Enrique “ el afán de autopreservación, que prescinde de toda ética”. La iglesia responde de la misma forma y también con “la presión consciente de responsabilidad social” al permitirle la solución de compromiso de aceptar la mayoría de las costumbres inglesas. Por el lado del acuerdo con Federico también estaba el trasfondo de este aspecto (orbe 30’, 1177).

También bajo esta cuadratura un rico comerciante de Lyon, Pedro Valdo renunció a su fortuna y comenzó a predicar la pobreza voluntaria, su movimiento fue conocido como “los pobres de Lyon” o valdenses. Era su respuesta ante la presión social, su forma de enfrentar las ambiciones del mundo. Como eran contrarias al modelo productivo/ trabajador del período Virgo, son anatematizados en 1184 por Lucio III. Pero Inocencio III, se conciliará con una fracción de ellos y su versión italiana, los humillati, a principios del siglo XIII (con la conjunción del A.S.P. al S.C.G.) al adoptar una nueva forma, favorable al sistema, de conventos talleres en donde trabajaban la lana. Inocencio III también autorizó en el 1210, a un joven que en el 1205, luego de una grave enfermedad estando prisionero en la guerra había cambiado sus ricos vestidos por una humilde túnica y empezó a ayudar a los pobres y leprosos. En 1208 recibió un mandato de expandir su prédica; así lo fue a ver a Inocencio en 1210, quien lo autorizó a fundar su orden, luego de resistencias conscientes que fueron compensadas por un sueño con Cristo que le hizo rever su decisión. La voz de Francisco de Asís, parecía provenir de otro mundo cristiano.”Era una voz próxima a la Iglesia primitiva” , lo cual le hacía sospechar de herejía, pero Francisco prometió obediencia y respeto al Papa. Como ya vimos el A.S.P. hizo conjunción durante esos años con el S.C.G., trayendo los ecos del Cristianismo olvidado, del Hermano Sol y Hermano Luna, del vínculo con los animales, lobo, pájaros, peces y cordero (Virgo), símbolos de Francisco y también de los estigmas en su cuerpo de la crucifixión de Cristo.

No se podía dejar de mencionar la aparición de la literatura caballeresca, vinculada al Amor Cortés, que surge precisamente con Chretien de Troyes hacia 1170 (cuadratura del A.S.P. con el C.G.), quien era protegido de la esposa de Enrique II, Leonor de Aquitania y de su hija María de Champaña, creadora de las “Cortes de Amor”. Las canciones épicas que emulaban a Carlomagno son reemplazadas por el Rey Arturo y su mítica Camelot, otra forma de la Ciudad Celestial. Quizás el punto culminante de esta saga sea el “Perceval o el Cuento del Grial”, que Chretien no alcanza a terminar y que varios autores le ensayan un final. La versión que más ha trascendido es la de Wolfran Von Esenbach, y en ella se mezclan diversos elementos: gnósticos, herméticos y orientales. Wolfram se coloca a sí mismo como el transmisor de un conocimiento esotérico proveniente del misterioso Preste Juan, rey sacerdote de la India, sobrino de Perceval quien se lo transmite a un sabio pagano (musulmán o judío) Flegétanis.

Por lo tanto el libro sintetiza todos los elementos orientales y occidentales que se ven reflejados en el hecho que Parzival (Perceval) tiene un medio hermano Feferiz pagano, y en una solución insólita para la época, resulta vencedor el pagano en el enfrentamiento de ambos. Sin embargo, es el Amor Fraternal la idea que los aúna, simbolizan a una nueva sociedad universal tolerante. En el otro signo mercurial, Géminis, Mahoma se había colocado como sello de la profecía, integrando a sus antecesores el Judaísmo y el Cristianismo. Wolfram lo hace ahora con la idea del Cristianismo , pero sin la Iglesia, siempre ausente en la obra, “ en una sociedad (utópica) en que los cristianos y los paganos viven en armonía y tolerancia. Oriente y Occidente quedan subsumidos en esa sociedad universal, regida inmediatamente por Dios y orientada a conseguir el orden, la justicia, la paz y el bienestar de todos los súbditos.” Ese Dios que no era el de la Iglesia, parece estar reflejado en el momento de su escritura entre los años 1200 y 1210, cuando el A.S.P. hacía la conjunción con el S.C.G. en Virgo, iniciando un nuevo ciclo.

Se especuló con que la copa del Grial o Graal, fue en realidad el tesoro que los cátaros se llevaron al escaparse de Montsegur. En el siglo XX Hitler organizó una expedición para hallarlo allí. El símbolo del Grial – que algunos lo derivan del griego kráter aparecida en el Corpus Hermeticum IV 3,6 explicando allí su función redentora - trascendió su época y llegó hasta nuestros días, en donde el “Choque de las Civilizaciones” oriental y occidental aún es una herida “incurable” para nuestro Rey Amfortas cuya estrechez racionalista y materialista conduce al mundo hacia una “tierra desvastada” como la del mito.

Es justamente en 1205, con la misma sincronicidad del S.C.G., que Ibn Al Arabi recibe por tercera vez la investidura del al-Khidri, esa ceremonia le equivalía a una ordenación que daba autenticidad a su misión y le destinaba a difundir su mensaje. Ibn al Arabi es el renovador del misticismo musulmán y el reforzador de la tradición esotérica musulmana. En él aparece también, al igual que en los trovadores y caballeros, el Amor como medio de alcanzar la Divinidad y la Imaginación Creadora como otra instancia, ambas se combinan en su teosofía y teofanía. Una joven de familia iraní fue su fuente de inspiración del Dwan, refiriéndose a la joven en el prólogo de la obra dice: “pues ella es el objeto de mi búsqueda y mi esperanza , la Virgen purísima” denotando la acción del arquetipo y prefigurando lo que en el período Libra será el dolce stil nuovo de Dante y su Beatriz inspiradora.

Para concluir el monje cisterciense Joaquín de Fiore, luego de una serie de visiones entre el 1190 y 1195, concluye en 1199 sus comentarios al Apocalipsis (A.S.P. 19º 35’ conjunción S.C.G. 20º 35’, orbe 1º), de la misma forma que en la oposición había surgido los primeros Apocalipsis de Daniel y Henoc. Comentando el pasaje del Apocalipsis de Juan 11,3, donde 2 testigos profetizarán durante 1260 días, De Fiore interpreta que representan tres varones: Henoc, Moisés y Elías. Henos significaría la Edad del Padre, el dios tremendo del Antiguo Testamento; Moisés prefigura al hijo y finalmente Elías al Espíritu Santo. Esta estructura tripartita propia del arquetipo, vuelve a aparecer e influenciará en Comte y su idea del Progreso y en Hegel . De Fiore, de acuerdo al Apocalipsis (11,3-4) predice que el advenimiento de la Era del Espíritu Santo empezará en el 1260 . Uno de los símbolos del Espíritu Santo es la paloma, el animal atribuido a Venus. Es justamente en el 1261 (apenas 1 año de diferencia) que comienza el período Libra y en él los primeros soplos del Renacimiento, el comienzo de la progresiva liberación del yugo eclesial de la Iglesia del Hijo que adora al Dios Padre.

 

Algunas Reflexiones

Dado el límite requerido de la exposición, me veo en la obligación de detenerme aquí en el desarrollo. De los trece períodos a considerar (incluyendo el período Piscis de la Era de Aries) pude desarrollar ocho, lo cual me permite aventurar algunas conclusiones al respecto de la hipótesis planteada en este lapso de tiempo que abarca entre el 168 a.C. y el 1261 d.C.

En primer lugar podemos concluir que al utilizar el mismo punto de inicio, el 11 d.C. y la misma división del mes platónico usada por Jung, los dos posturas, astronómica y astrológica simbólica desarrollada aquí, coinciden. Las primeras estrellas vinculadas al pez vertical, coinciden con las etapas de formación-consolidación (Piscis-Tauro) y mayor desarrollo-expansión (Géminis - Virgo) de la Iglesia Cristiana. Las dos últimas estrellas de la comisura, antes del Pez Occidental, son atravesadas por el eje de precesión hacia el 1274, la primera, y 1431, la segunda, concordando con el período Libra (VIII), en el que el Renacimiento comienza a conmover las estructuras medievales. La estrella que inicia el segundo pez en 1821, inaugurando la era del materialismo y racionalismo que nos dominan, según Jung, corresponde, coincidencia significativa, al período Capricornio, opuesto al de Cáncer, en donde se origina la Cristiandad, bajo Carlomagno, inspirada en la Ciudad de Dios (Tauro), alcanzando la sociedad católica su mayor expresión. En el saturnino Capricornio se coagula la lava de Escorpio (IX), en donde el temperamento melancólico exaltado de los sabios saturninos , el ensanchamiento del mundo físico y espiritual (IX 1439-1618) terminó de disolver la Cosmovisión Medieval. Pero esta sigue siendo una mirada de telescopio, al estudiar a través de la lupa, los períodos desarrollados, pudimos observar la coherencia simbólica entre los acontecimientos, ideas y el sustrato arquetípico representado por el simbolismo astrológico, generando el “espíritu de la época”.

A través del simbolismo astrológico se pueden observar redes de conexión que por otro lado quedarían ocultas o pasarían desapercibidas. No se limitan a los períodos en sí mismos, sino que estas redes vinculantes se conectan por afinidad de elementos y/o de temas arquetípicos subyacentes. Por ejemplo considerando el arquetipo femenino-materno observamos que en el período Piscis, el lugar de lo femenino está igualado al de lo masculino dentro del Cristianismo, pero la Ortodoxia lentamente irá desplazando el lugar de las mujeres hasta que en el 200, en el masculino Aries desaparecen sus privilegios. Pero lo femenino reprimido surge en el venusino-lunar Tauro; María desplaza a la lunar Isis y en el Concilio de Efeso, se la estatuye como Madre de Dios. Siguiendo este lineamiento, en Cáncer, Concilio II de Nicea, se establece la “superreverencia” de María sobre los santos. En Virgo, Bernardo la populariza como la “mediadora” mercurial entre Dios y los hombres, oponiéndose a la inmaculada concepción, en Tauro. Es justamente en el signo opuesto, Escorpio, en 1477, que se establece la fiesta de la Inmaculada Concepción, librando a María del pecado sexual escorpiano, establecido por el escorpiano Agustín en el período opuesto de Tauro. Finalmente en Capricornio, en 1854 Pío IX la termina de establecer doctrinariamente y en 1950, se establece el dogma de Asunción. Hubo motivos políticos (Capricornio), para ello, la defensa contra el materialismo comunista, al igual que en forma más espontánea, en Virgo, la popularización del culto a la Virgen, junto con las catedrales en su honor, fueron un freno para el culto a la Dama del Amor Cortés.

Pasemos ahora a la mirada del “telescopio- microscopio”, los aspectos del postulado A.S.P., con los puntos galácticos, nos han mostrado sincronísticamente, los hitos de los períodos tratados. Una mirada más amplia de ellos nos permite observar la afinidad del C.G. con el movimiento cristiano, luego más específicamente con Roma. Aún con el C.G. en Escorpio, era la religión de las catacumbas. Con la entrada a Sagitario en el 80, se le agrega la escritura de los primeros evangelios. En el 125 (108º) se crea el nuevo género de la Apología, para conquistar al público culto y presentarlo como la filosofía más completa (Sagitario). En el 200 (120º), la tendencia fueguina de Sagitario, se combina con el período ariano y lo femenino es definitivamente erradicado del sitial de privilegio en las Iglesias Ortodoxas. En el 297 (135º), se produce la última persecución y el advenimiento del Mesías solar Constantino, el décimotercer apóstol. En Tauro en el 391, se oficializa la religión (150º) y en el 397 se afirma el credo en el cuerpo físico de Jesús. En el 588 (180º), en Géminis se convierten los herejes que saquearon Roma, los arrianos, en el 589 se siembra la semilla de la futura separación de Oriente y Occidente, la filioque. En el 590, surge Gregorio, el gran reformador y evangelizador de la Iglesia. En Cáncer (150º), Alcuino y Carlomagno publican la Admonitio Generalis, los lineamientos del Renacimiento Carolingeo. El mismo año en el Concilio de Nicea se eleva a María sobre los santos. En Leo, en el 981, el futuro ideólogo del Imperio Gerberto, impresiona al “rojo león” Otón. En el 1054 (108º), el viento de la filioque (Géminis) desató la tempestad del cisma entre Oriente y Occidente, cisma particular, a diferencia de los conflictos del Apex, dado que ambas corrientes siguen siendo, coincidiendo con el C.G., la llamada Ortodoxia. En Virgo esta tendencia continúa pero con el poder temporal, con victorias sobre el Rey Enrique II, 1170/73 (90º) y 1177 sobre el Emperador Federico.

Al finalizar la exposición del período Piscis, había quedado flotando la pregunta de los dos Cristianismos, el de la Iglesia del Padre, continuadora del eón de Aries/Escorpio, con la posible discusión de Jesús en la Sinagoga (C.G. 120º) y el Cristo de la crucifixión, (S.C.G. 180º), de la visión de Pablo que parecía encarnar el primer hereje Marción, de la escuela paulina. De acuerdo al desarrollo presentado, la Iglesia, salvo la excepción de Gregorio I , siguió el lineamiento arquetípico este hecho fundante.

El lado del eón de Piscis propiamente dicho, la Iglesia del Hijo con su igualdad entre los hombres y mujeres (excepción de Pablo) y los valores del Amor, fe y compasión, pareció estar del lado de los herejes y del S.C.G. En Aries, en el 228 (150º), el herético Mani tiene su primer revelación. Pero, en el 325, desde el lado oscuro, el pagano Constantino, establece una iglesia imperial (135º), con Cristo como poderoso gobernante (pantokrator); la reacción introvertida, es el establecimiento de los primeros eremitas y monasterios en el desierto. En Tauro, el maniqueísmo, dentro de esta misma línea, se introduce en la ortodoxia con la Ciudad de Dios de Agustín (120º). En Géminis, surge el gran rival del Cristianismo, el Islam, Mahoma recibe el Corán del ángel Gabriel (90º). En Cáncer en el 816 (60º), parece restablecerse el lado luminoso en el cristianismo y se establecen los cuidados a los pobres. En el 813, el Islam alcanza su etapa de florecimiento cultural y se edita la “Tabla de Esmeralda”. En Leo, desde el lado oscuro de lo femenino, las Matriarcas imponen los Papas, como contrapartida al avasallamiento laico, se funda la Abadía de Cluny (45º), que alcanza su primacía en el 951 (40º). Gerberto estudia, integrando oriente y occidente con los árabes en Toledo (36º) y se establece el monacato de los camalduenses con su rechazo del mundo (1012, 30º). Del lado del Islam, el mártir Al –Hallaj es crucificado.(45º). Finalmente en Virgo, con la conjunción surgen el eco lejano de la Iglesia primitiva: San Francisco, los intentos de integración de Oriente y Occidente con el Parzival de Wolfram, la profecías de De Fiore y el reformador de la mística árabe Ibn al-Arabi. En el lado oscuro, la IV Cruzada y la Cruzada de los niños y la aniquilación de los Cátaros. Aunque faltan períodos para revisar en los cuales la tendencia se va a modificar por la secularización progresiva, hasta aquí podríamos concluir, la afinidad del C.G. con la ortodoxia y el S.C.G., con los movimientos visionarios, heréticos -como lo fue el cristianismo original y también Pablo como motor de la conquista de los gentiles- y a la inclusión de estos movimientos en la forma del monacato y el eremitismo dentro de la tradición de Roma. Esto parecería estar de acuerdo con la convicción gnóstica del Dios de Israel (Aries-Escorpio, C.G.) como demiurgo que ignora al Dios desconocido trascendente (S.C.G.)

Sin embargo, la excepción de Pablo, con su paulatina degradación de lo femenino, del Concilio de Nicea, de la Ciudad de Dios, y de Gerberto, donde el S.C.G. está involucrado, nos parecería mostrar una faceta diferente de este Dios Trascendente, más acorde con el dios gnóstico Abraxas, dios y demonio al mismo tiempo, que manifiesta este lado terrible en aquellos que asumen sólo el lado luminoso (Jesús, Mani, Al-Hallaj, Cátaros, Cruzada de los Niños, Papas puer dominados por las Matriarcas). En el caso de Pablo, Constantino y la Ciudad de Dios, donde ambas facetas se conjugan, al igual que en Mahoma con su mística guerrera, los resultados parecen tener una raigambre profunda que se extiende en el tiempo , dado que se adaptan al mundo exterior. En un grado diferente de conjugación de ambos aspectos tenemos a Gerberto, el ideólogo del Sacro Imperio Romano Germánico, uniendo oriente y occidente; a San Francisco, los movimientos monacales, Ibn al-Arabi, el movimiento hermético que dio origen a la “Tabla de Esmeralda” y la Alquimia y la Ciencia del florecimiento de Al-Mamún. Con lo cual también podemos concluir que el S.C.G. representa el impulso más profundo, visionario, creativo, introvertido psicológicamente, con la doble faceta oscura y luminosa. En el caso extremo provocan la escisión con la extroversión, la falta de adaptación al mundo, deviniendo este negativo y amenazante, como el Demiurgo gnóstico. El C.G., parece haber actuado en de qué forma se integran estos aspectos creativos (por ejemplo los evangelios), o como se los sostiene en el tiempo, adaptándolos a los cambios (el género apologético), desde el lado más extrovertido, en la configuración del dogma, en los aspectos políticos, el lado oscuro se muestra al rigidizarse el dogma o el impulso al poder, de allí surgen los contenidos compensatorios del S.C.G.. El Papa Adriano VI, muestra simbólicamente esta dialéctica en la Dieta de Nuremberg en 1522 (período Escorpio): “Las escrituras dicen abierta y enérgicamente que los pecados del pueblo se han acrecentado con los pecados de los sacerdotes, y por eso, como dice el Crisóstomo, cuando Nuestro Redentor quiso curar a la ciudad de Jerusalén enferma, fue primero al templo, a fin de castigar los pecados de los sacerdotes, como buen médico que cura el mal en su raíz”.

¿Qué papel ha jugado el Apex?. Hemos observado su accionar a través de divisiones y semillas de futuros conflictos. Pero en este punto más cercano a nuestro sistema solar, podría pensarse, en este contexto, que estaría más cerca de la conciencia. Al moverse en cuadratura constante con el S.C.G, podríamos pensar también que estos impulsos creativos, estarían mediatizados por el Apex e irrumpirían o tomarían alguna forma a través de él. Estando en cuadratura, esta forma es a través del conflicto. En el período Piscis de la era de Aries, por ejemplo, se producen con el S.C.G., la aparición de los primeros Apocalipsis, con su interpretación de los hechos presentes de acuerdo a profecías del pasado. Unos años después, la interpretación de estos hechos y su diferente posturas ante él, llevaron a la división entre los esenios (introvertidos) y fariseos (con un grado mayor de integración de lo extrovertido).(Apex, 90º).

En el período Piscis del Eón de Piscis, luego de la crucifixión (S.C.G.), Saulo de Tarso, persigue a los cristianos y en un violento giro hacia el opuesto, luego de la visión de Cristo (Apex, 90º), se convierte y es el iniciador del movimiento que integrará a los gentiles y luego terminará dividiéndose del judaísmo tradicional. En el período Aries, Mani, recibe la primer revelación (S.C.G.) y en la segunda (Apex, 120º) inicia su propio camino, separándose de su colectividad original cristiana. En el mismo período, Constantino gobierna el Concilio de Nicea, preparando su cristianismo imperial pagano (S.C.G); con el Apex (135º) funda la nueva Roma, Constantinopla, germen de la futuras divisiones políticas y religiosas. En Tauro ambos, S.C.G. y Apex, están en orbe para la culminación de la Ciudad de Dios de Agustín, permitiendo la intromisión del dualismo gnóstico / maniqueo en el Cristianismo. Pero en el 431, aún en orbe con el Apex, se produce una división en la Iglesia, los nestorianos son excomulgados por su creencia en María como Madre de Jesús (físico) y no como Madre de Dios (espiritual), reeditando el conflicto dualista.

En Géminis, en el 624, aparece una continuación de este conflicto, dado que Honorio I, trata de integrarlos de vuelta, con su concepción del monotelismo, pero fracasa y es excomulgado. Aparentemente, el S.C.G, que en ese período 617/19, coincidió con la revelación del Corán, está fuera de esta discusión. Sin embargo, hay un punto de contacto, dado que Mahoma se contactó con el Cristianismo nestoriano, recibiendo sus enseñanzas de él. Por ello, afirma Draper, “nunca hablaba como de Jesús hijo de Dios, sino siempre como Jesús, hijo de María” . Los primeros conversos, los consigue en Medina, entre los judíos y nestorianos. Algunos historiadores como “Whately lo considera como una corrupción del cristianismo. Creció como una rama del nestorianismo” . De allí que Draper comente que los desastres que abrumaban a la Cristiandad, con la expansión musulmana, eran debido a las disensiones de las propias sectas. Por este motivo el Emperador Heracleo, al mismo tiempo que intentaba defenderla por las armas “trataba con gran interés de dirimir las diferencias de los sectarios. Con tal objeto intentó hacer aceptar la doctrina monotelista de la naturaleza de Cristo, pero ya era demasiado tarde”.

En el período Cáncer, nos encontramos con una reedición de una problemática gnóstica, del illo tempore original del período de Piscis – facilitada por el mismo elemento y la tendencia al pasado del símbolo, continuando y culminando lo iniciado en el período Tauro- pero colocada en la veneración de los íconos. La tendencia iconoclasta, y su espiritualismo, los situaba en la misma línea que los gnósticos, para los cuales el cuerpo de Cristo era espiritual, por lo tanto negaban la crucifixión y por ende el propio martirio. Esta discusión conecta el hecho fundante de la Crucifixión (S.C.G., 180º, A.S.P. Piscis) en conexión con el II sínodo Iconoclasta del 815 (S.C.G., 60º A.S.P. Cáncer). Además estaba el Apex (Sagitario, 150º, A.S.P.) conectado a este concilio y a los sucesos posteriores del 821, la revuelta de Tomás contra el Emperador iconoclasta, apoyado por los iconódulos.

En Leo, encontramos la reacción monástica ante la corrupción de Roma con la fundación en el 909 (S.C.G., 45º, A.S.P., Leo) de la Abadía de Cluny, que se expandió durante el período hasta alcanzar su culminación hacia el 951 (40º). Esta reforma se distinguía de las anteriores por la conexión entre las diversas abadías y un poder centralizado en el abad de la casa madre en Cluny. Constituía así un verdadero imperio monástico, siguiendo la peculiaridad de que desde su fundación sólo dependía del poder papal. Si bien volvía a la regla benedictina, con sus rituales y cánticos, el aspecto laboral (Tauro) era esta vez, siguiendo el espíritu leonino, delegado en los conversos y siervos. De allí que, junto a la buena alimentación, se convirtiera en refugio de aristócratas y caballeros, apoyando el régimen feudal, pero utilizando esos vínculos para mantener la independencia. En el año 1020 con el Apex (120º al A.S.P. Leo) nace el monje benedictino Hildebrando, luego Gregorio VII, el reformador quien llevó a cabo en la Iglesia, lo que Cluny había realizado en la vida monacal: la independencia de y sobre el poder laico.

En Virgo, con la conquista de Toledo en 1085 (S.C.G. 18º al A.S.P Virgo) se inicia una etapa donde el conocimiento acumulado por los árabes, llega a Occidente. En 1095, en orbe aún (58’) y con la intervención del Apex (108º al A.S.P Virgo), Urbano II convoca la Cruzada para recuperar Jerusalem. Pero además, siguiendo con la misma línea de la reforma gregoriana (Leo) de la supremacía del Papa en este caso sobre Alfonso VI, designa a Santiago de Compostela, el otro lugar de peregrinación para los cristianos, como sede papal, de la misma jerarquía que Roma, y se da el cambio del rito romano por el mozárabe visigodo y el de la letra carolina por la visigótica. Con la conjunción del A.S.P. al S.C.G. entre el 1200 y 1212, apoyados por el Apex (90º) devienen los sucesos quizás más trágicos, manifestando el lado “demoníaco” de Abraxas. La IV Cruzada (1204), la Cruzada contra los Cátaros (1208) y la Cruzada de los Niños (1212). Por el lado luminoso: San Francisco, el Parzifal de Wolfram y en el Islam, el inicio de la misión de Ibn al-Arabi, el gran renovador de la mística musulmán.

Como ejemplo del funcionamiento creador de nuevos contextos históricos, pero ahora en un momento secular, tomaremos los recientes contactos en el período Acuario que estamos transitando. En 1985, asume Mikhail Gorbachov como secretario general de la U.R.S.S., e inicia la reestructuración (perestroika) y la apertura (glasnot) del imperio soviético, esto coincide con el A.S.P (1º 36’ Acuario) en trígono al S.C.G. ahora en Libra (1º 34’) y en semisextil con el Apex (2º 15’ Capricornio). Los aires renovadores e idealistas, lograban superar (trígono y semisextil) las dificultades de la cúpula conservadora gerontocrática (Apex Capricornio) e iniciar las reformas y cambios en la política exterior. Con el primer tratado de reducción del armamento nuclear, 1987, marcando el inicio del fin de la guerra fría, reforzado por la retirada de Afganistán en 1989 (S.C.G,. 1º 38’ Libra; A.S.P. 2º 16’ Acuario; Apex 2º 18’ Capricornio) y ese mismo año se produce espontáneamente la caída del Muro de Berlín que llevará a la culminación del proceso con la disolución de la U.R.S.S. en 1991 (A.S.P. 2º 37’ Acuario; S.C.G. 1º 40’ Libra; Apex 2º 20’ Capricornio). En el mismo contexto del 89, surge el trabajo de Fukuyama, el profeta secular, anunciando el fin de la historia, coincidiendo con el último período de la era de Aries, donde aparecen con el S.C.G., los primeros Apocalipsis.

Este último ejemplo nos permite comprobar el funcionamiento de estos puntos galácticos en un ámbito diferente del que hemos tratado, el secularizado. El proceso de secularización que abarca desde mediados del período Libra hasta Capricornio (1796,8-1975.38) no lo he podido tratar aquí, pero creo que el material aportado, junto con el hallazgo del A.S.P., permite ampliar la comprensión de estos puntos galácticos en un contexto general, como ya lo hicieron otros autores en un plano individual. Por lo tanto podemos observar en forma general hasta el período tratado de Virgo y en el contexto propiamente cristiano, que el S.C.G. aporta los nuevos contenidos, que emergen a través del conflicto con el Apex, integrándose o siendo rechazados por la corriente ortodoxa representada por el C.G.. Cuando estos contenidos creativos no pudieron surgir en el ámbito cristiano, ya sea ortodoxo o heterodoxo, lo han hecho a través del Islam.

Como todo trabajo inicial no pretende establecer ninguna verdad, sino abrir el panorama hacia nuevos rumbos y nuevas investigaciones. De la misma forma que el material seleccionado lo ha sido dentro de un contexto histórico determinado y no general, por lo tanto ruego al lector sepa disculpar todas las omisiones, que en todo trabajo inicial ocurren. Se abren algunas vías de investigación con estos puntos galácticos y el A.S.P., como por ejemplo el contacto con los planetas en tránsito . Se deberían explorar también otros acontecimientos y vínculos de estos puntos con las cartas individuales de los actores de los acontecimientos generales, como algunos fueron desarrollados aquí. Quedará para más adelante su realización.


Alberto Chislovsky
Aljanus@tutopia.com


Apéndice I: Tablas de posición de los Puntos Galácticos

Adjunto la tabla de posiciones de estos puntos tal como las expone Harvey en el artículo citado, o sea 2000-1400. Los demás años han sido calculado en base a esta tabla con un error posible de +- 5’, dado que Harvey señala un movimiento, cada centuria, entre 1º 24’ y en algunos 1º 23’, uniformé el criterio en 1º 24’, de allí el error posible, representando 5 años en 1400 años.
C.G - Apex S.C.G.

2000 27º 02’ Sagitario 2º 27’Capricornio 1º 47’Libra

1900 25º 28’ 1º 03’ 0º 23’

1800 24º 04’ 29º 39’Sagitario 28º 59’Virgo

1700 22º 41’ 28º 16’ 27º 36’

1600 21º 17’ 26º 52’ 26º 12’

1500 19º 53’ 25º 28’ 24º 48’

1400 18º 29’ 24º 04’ 23º 24’

1300 17º 05’ 22º 40’ 22º

1200 15º 41’ 21º 16’ 20º 36’

1100 14º 17’ 19º 52’ 19º 12’

1000 12º 53’ 18º 28’ 17º 48’

900 11º 29’ 17º 04’ 16º 24’

800 10º 05’ 15º 40’ 15º

700 8º 41’ 14º 16’ 13º 36’

600 7º 17’ 12º 52’ 12º 12’

500 5º 53’ 11º 28’ 10º 48’

400 4º 29’ 10º 04’ 9º 24’

300 3º 05’ 8º 40’ 8º

200 1º 41’ 7º 16’ 6º 36’

100 0º 17’ 5º 52’ 5º 12’

0 28º 53’ Escorpio 4º 28’ 3º 48’
Apéndice II: Ejemplo de Cálculo

Cálculo de los Puntos Galácticos:

Se trata de una regla de tres simple. Por ejemplo quiero calcular la posición para el año 1075:

100 años: 1º 24’
75 años: x a lo cual sigue: 84’x 75%100: 63’ o sea 1º 3’

utilizando la tabla para el C.G.: año 1000: 12º 53’ Sagitario

año 1075: 13º 56’ Sagitario

Cálculo del A.S.P.

Tomemos el mismo ejemplo. Cada período es de 178.583 años, por lo tanto el movimiento por grado es de 5,952 años, que transformados en días resulta: 2172.7 días por grado. Tomando en consideración el 1075, tendríamos que ir al período Leo que abarca entre el 903.9 y el 1082.48.

Así tenemos: 1075 -903.9: 171.1 años

Sigue el simple cálculo:
Si 5,952 años: 1º
171,1 años: x

Con lo cual se reduce a días: 171.1 x 365: 62451.5 días. Luego se divide por 2172.7 días (5,925años) y da como resultado en grados: 28,74º . Transformando 0,74 al sistema sexagesimal: 0,74 x 60: 44’ o sea : 28’44’ de Leo.


Bibliografía Complementaria


1) BAIGENT M., LEIGH R., El Retorno de la Magia, Plaza Janés, España, 1999.

2) BAZÁN F., Gnosis, La Esencia del Dualismo Gnóstico, Castañeda, Bs. As, 1978.

3) BURCKHARDT J, Del Paganismo al Cristianismo, F.C.E., México, 1996.

4) CHEVALIER J., El Sufismo y la Tradición Islámica, Kairós, España, 1986.

5) ELIADE M., El Mito del Eterno Retorno, Planeta- Agostini, España, 1984.

6) EVOLA J, El Misterio del Grial, Plaza & Janes, España, 1977.

7) HOELLER S., Jung el Gnóstico, Héptada, España, 1990.

8) JUNG C.G., Recuerdos, Sueños y Pensamientos, Seix Barral, España, 1981

9) JUNG C.G., Interpretación de la Naturaleza y la Psique, Piados España, 1983

10) JONAS J, La Religión Gnóstica, Ediciones Siruela, España, 2000.

11) LEDUC J.P., Los Cátaros, Circulo Latino, España, 2002

12 RAHN O, Cruzada contra el Grial, Hiperión, España, 1986.

13) ROUGEMONT de D., Amor y Occidente, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1993

14) Sede de G., El tesoro Cátaro, Plaza & Janes, España, 1976.

15) Enciclopedia Católica (página de Internet: www.Enciclopediacatólica.com)

16) ArteHistoria (www.artehistoria.com)

17) Encuentra.com, portal católico (www.encuentra.com)

Los Puntos Galácticos
El Eon de Piscis y el Cristianismo

Alberto Rubén Chislovsky
Buenos Aires - 2004

02.12.2013 19:53

Capítulo III

HISTORIA Y PSICOLOGIA DE UN SIMBOLO NATURAL

No querría defraudar la curiosidad filosófica, mas prefiero no perderme en una discusión de los aspectos éticos e intelectuales del problema planteado por el símbolo de la cuaternidad. Su importancia psicológica es por cierto notable, sobre todo desde el punto de vista práctico. Es verdad que no nos ocupamos aquí de la psicoterapia sino del aspecto religioso de ciertos fenómenos psíquicos, pero quisiera puntualizar que fue la investigación psicopatológica el objetivo que me indujo a exhumar símbolos y figuras históricas de sus tumbas polvorientas. En mi época de joven psiquiatra no tenía la más mínima idea de que alguna vez haría yo algo así. Y no tomaré a mal si alguien encuentra que esta larga exposición en torno al símbolo de la cuaternidad, el circulus cuadratus y los intentos heréticos de completar el dogma de la Trinidad, son demasiado rebuscados y tratados con desmedida morosidad. No obstante, todo mi discurso acerca de la cuaternidad no constituye, en rigor, sino una introducción lamentablemente breve e insuficiente a la última parte (remate de toda la cuestión) del caso elegido por mí a guisa de ejemplo.
Muy al comienzo de nuestra serie onírica aparece ya el círculo. Toma, verbigracia, la forma de una serpiente que circunscribe un círculo alrededor del soñador. En sueños ulteriores se presenta como un reloj, como un círculo con punto central, como blanco redondo para ejercicios de tiro, como reloj que representa un aparato de movimiento perpetuo, como pelota, como bola, como mesa redonda, como fuente, etc. Aproximadamente hacia el mismo tiempo el cuadrado adopta también la forma de plaza o jardín cuadrangular con un surtidor en el medio. Poco más tarde, el cuadrado aparece en conexión con un movimiento circular: gente que se pasea dentro de un cuadrado; una ceremonia mágica (la transformación de animales en seres humanos) se lleva a cabo en un ambiente de forma cuadrangular en cuyos rincones se hallan cuatro víboras, y hay gentes que circulan alrededor de los cuatro rincones; el soñador viaja en un taxi alrededor de una plaza cuadrangular; una celda cuadrangular: un cuadrado vacío que gira, etc. En otros sueños, el círculo se halla representado por la rotación: por ejemplo, cuatro niños llevan un "anillo oscuro" y marchan describiendo un círculo. El círculo aparece también combinado con la cuaternidad, como fuente de plata con cuatro nueces en los cuatro puntos cardinales, o como mesa con cuatro sillas. El centro parece especialmente acentuado. Está simbolizado por un huevo en el centro de un anillo; por una estrella formada por un destacamento de soldados; por una estrella que gira en círculo, representando los cuatro puntos cardinales y las cuatro estaciones del año; por el polo; o por una piedra preciosa, etc.
Finalmente, todos estos sueños remataron en una imagen que se presentó al paciente como impresión visual repentina. En varias oportunidades había percibido ya semejantes imágenes o visualizaciones fugaces, mas esta vez se trató de una vivencia sumamente impresionante. Según dice él mismo: "Fue una impresión de la armonía más sublime". En un caso así no importa en absoluto cuál es nuestra impresión o qué es lo que pensamos nosotros acerca del asunto. Sólo cuenta lo que experimenta el sujeto. Es su experiencia, y si ella ejerce una influencia esencial sobre su estado, todo argumento en contra es inútil. El psicólogo no puede sino tomar nota del hecho y, con tal que se sienta a la altura de la tarea, puede asimismo tratar
de comprender por qué esta visión obró sobre esa persona justamente en tal forma. La visión constituyó un momento crítico en el desarrollo anímico del paciente.
He aquí el texto literal de la visión:
"Es un círculo vertical y otro horizontal con punto central común. Este es el reloj del universo. Lo lleva el pájaro negro.
"El círculo vertical es un disco azul de margen blanco, dividido en 4 X 8 = 32 partes; encima de él gira una manecilla.
"El círculo horizontal está formado de cuatro colores. Sobre él hállanse parados cuatro hombrecitos con péndolas, y alrededor de él se encuentra el anillo, anteriormente oscuro y ahora de oro (que antes fue llevado por los cuatro niños).
El "reloj" tiene tres ritmos o pulsos:
"El pulso pequeño: la manecilla del círculo vertical azul adelanta 1/32.
"El pulso mediano: una rotación entera de la manecilla. Simultáneamente, el círculo horizontal adelanta 1/32.
"El pulso grande: 32 pulsos medianos constituyen una vuelta del anillo de oro".
La visión reúne todas las alusiones de los sueños anteriores. Parece un intento de lograr un conjunto significativo que agrupe los símbolos fragmentarios de antes, que por entonces fueron caracterizados como círculo, bola, cuadrado, rotación, reloj, estrella, cruz, cuaternidad, tiempo, etc.
Naturalmente, es difícil comprender por qué esta figura abstracta es capaz de producir un sentimiento de "la armonía más sublime". Pero si pensamos en los dos círculos del Timeo de Platón y en la armoniosa forma esférica de su alma del mundo, tal vez nos resulte posible dar con el camino para esa comprensión. Además, el concepto de "reloj del universo" evoca la antigua concepción de la musical armonía de las esferas. Por lo tanto, trataríase de una especie de sistema cosmológico. Si fuera una visión del firmamento y de su rotación silenciosa, o del movimiento acompasado del sistema solar, fácil sería para nosotros comprender y apreciar la armonía perfecta de la imagen. También nos es dable admitir que la visión platónica del cosmos se vislumbra vagamente a través de la niebla de una conciencia de carácter onírico. Pero hay en esta visión algo que no concuerda enteramente con la perfección armoniosa de la imagen platónica. Los círculos son diferentes en cuanto a su naturaleza. No sólo difieren en su movimiento, sino también en su color. El círculo vertical es azul, y el horizontal, que contiene cuatro colores, tiene color de oro. Es muy verosímil que el círculo azul simbolice el hemisferio del firmamento, y que el círculo horizontal represente el horizonte con los cuatro puntos cardinales personificados por los cuatro hombrecitos y caracterizados por los cuatro colores. (En un sueño anterior los cuatro puntos fueron representados en una ocasión por cuatro niños, y en otra por las cuatro estaciones del año). Esta imagen de inmediato nos recuerda las representaciones medievales del mundo en forma de un círculo o en la figura del Rey de la Gloria con los cuatro evangelistas o la melotesia, en la que el horizonte está formado por el zodíaco. La representación de Cristo triunfante parece guardar parentesco con imágenes parecidas de Horus y sus cuatro hijos. También en Oriente encontramos analogías: en los mandalas o círculos budistas, casi siempre de origen tibetano. Por regla general, consisten en un padma o loto redondo que contiene un edificio sagrado de forma cuadrangular y con cuatro portones que aluden a los cuatro puntos cardinales y a las estaciones del año. En el centro hállase un Buda o, con más frecuencia la unión de Siva con su Sakti o un equivalente símbolo de dorje (belemnita) . Son yantras o instrumentos rituales que sirven para la contemplación y la transformación final de la conciencia del yoga en la divina conciencia del todo.
Por muy evidentes que sean, estas analogías, no satisfacen enteramente, por cuanto todas acentúan en tal forma el centro que parecen servir a la exclusiva finalidad de destacar la importancia de la figura central. En nuestro caso, empero, el centro está vacío. No consiste sino en un punto matemático. Los símiles citados retratan a la divinidad que crea el mundo o que lo domina, o también al hombre en su dependencia de las constelaciones divinas. Mas nuestro símbolo es un reloj que representa al tiempo. La única analogía de este símbolo la constituye, que yo sepa, el horóscopo. También éste tiene cuatro puntos cardinales y un centro vacío. Otra singular correspondencia es la del movimiento de rotación, mencionado en los sueños anteriores y casi siempre descrito como de paso izquierdo. El horóscopo tiene doce casillas, cuya numeración se efectúa en el sentido opuesto al de las manecillas del reloj.
Pero el horóscopo está compuesto de un solo círculo, y además no contiene contraste alguno entre dos sistemas evidentemente contrarios. De ahí que tampoco el horóscopo ofrezca ninguna analogía satisfactoria, si bien arroja alguna luz sobre el aspecto temporal de nuestro símbolo. Si no poseyéramos el tesoro del simbolismo medieval nos hallaríamos obligados a desistir de nuestros esfuerzos dirigidos a encontrar fenómenos psicológicos paralelos. Por una feliz coincidencia di con un poco conocido autor medieval de los albores del siglo XIV, Guillaume de Digulleville, prior del monasterio de Châlis y poeta normando, quien, entre 1330 y 1335, escribió tres "Peregrinajes" . Se llaman "El peregrinaje de la vida humana, del alma y de Jesucristo". En la última Canción del peregrinaje del alma encontramos una visión del paraíso.
El paraíso hállase formado de 49 esferas giratorias, llamadas “siècles”, siglos, que son los prototipos o arquetipos de los siglos terrestres. Pero -según explica el ángel que sirve de guía a Guillaume- la expresión eclesiástica “in saecula saeculorum” refiérese, no al tiempo común, sino a la eternidad. Un cielo de oro rodea todas las esferas. Cuando Guillaume levantó la mirada hacia el cielo de oro, de pronto percibió un pequeño círculo color de zafiro cuyo diámetro era tan sólo de tres pies. Dice de este círculo: "En un punto salía del cielo de oro y en otra parte volvía a entrar en él y daba toda la vuelta" Evidentemente, el círculo azul, a semejanza de un disco, corría encima de un círculo grande que cortaba en dos la esfera de oro del cielo.
Henos aquí con dos sistemas diferentes, el uno de oro, el otro azul, y el uno corta en dos al otro. ¿Qué es el círculo azul?. El ángel vuelve a explicar a Guillaume, que está admirado:

“Este círculo que ves es el calendario
Que, dando una vuelta entera,
Muestra los días de los Santos,
Cuando hay que celebrarlos.
Cada estrella corresponde allí a un día,
Cada sol, al lapso
de treinta días o zodíaco”.

El círculo azul es el calendario eclesiástico. De este modo tenemos otro rasgo parecido, el elemento del tiempo. Se recordará que el tiempo es caracterizado o medido en nuestra visión por tres pulsos o ritmos. El círculo del calendario de Guillaume tiene un diámetro de tres pies. Además, mientras Guillaume está mirando el círculo azul de súbito se le aparecen tres espíritus vestidos de púrpura. El ángel le explica que en ese momento se celebra la fiesta de los respectivos tres santos, y pronuncia un discurso acerca del zodíaco entero. Al llegar a los peces menciona la fiesta de los doce pescadores que precede a la de la Santísima Trinidad. En este instante le interrumpe Guillaume y le confiesa al ángel que nunca ha comprendido del todo el símbolo de la Trinidad. Le ruega tener la gentileza de explicarle este misterio. A lo cual respóndele el ángel: "Pues bien, hay tres colores principales en él: el verde, el rojo y el oro". Se les puede ver juntos en el abanico del pavo real. Y agrega: "El rey todopoderoso que pone en unidad tres colores, ¿no puede también hacer que una sustancia sea tres?" El color oro, así dice, le pertenece al Padre, el rojo al Hijo y el verde al Espíritu Santo. Luego el ángel le previene al poeta que no pregunte más y desaparece.
Por la información del ángel sabemos, felizmente, que el tres se vincula con la Trinidad. Y así sabemos también que nuestra anterior digresión en el campo de la especulación mística acerca de la Trinidad no fue del todo absurda. Simultáneamente, damos con el motivo de los colores; mas, por desgracia, nuestro paciente tiene cuatro, en tanto Guillaume, o más bien el ángel, no habla sino de tres: oro, rojo y verde. Podríamos citar las palabras con que empieza el Timeo: "Son tres, ¿dónde ha quedado el cuarto?" O también, podría agregarse las palabras exactamente iguales del Fausto de Goethe, de la escena de los cabiros, en la segunda parte de la obra donde los cabiros levantan del mar aquella misteriosa y "severa figura".
Los cuatro hombrecitos de nuestra visión son enanos o cabiros. Representan tanto los cuatro puntos cardinales y las cuatro estaciones del año, como los cuatro colores y los cuatro elementos. En el Timeo, al igual que en el Fausto y en el Peregrinaje, parece ocurrir algo con el número cuatro. El cuarto color que falta es, evidentemente, el azul. Es el color que pertenece a la serie oro, rojo y verde. ¿Por qué falta el azul?. ¿Qué no concuerda con el calendario?. ¿O con el tiempo?. ¿O con el color azul? 
El viejo Guillaume, sin duda alguna, habrá tropezado con idéntico problema: "Son tres, pero ¿dónde está el cuarto?". Está curioso por saber algo de la Trinidad, a la cual -según dice- nunca había comprendido del todo. Y resulta un tanto sospechoso que el ángel muestre tanto apuro de retirarse antes que Guillaume formule nuevas preguntas capciosas.
Pues bien, me imagino que Guillaume hallábase bastante inconsciente frente al reino de los cielos; de otro modo no habría dejado de derivar ciertas conclusiones de lo que observaba allí. Y, en verdad ¿qué pudo ver allí?. Primero percibió las esferas o “siècles”, habitadas por aquellos que habían llegado a la eterna bienaventuranza. Luego vio el cielo de oro, el “ciel d'or”; allí, el Rey de los cielos sentado sobre un trono de oro, y junto a él, la Reina de los cielos sobre un trono redondo de cristal marrón. Ese último detalle se refiere al supuesto de que María había entrado con su cuerpo en el reino de los cielos -único ser mortal al cual habíasele permitido reunirse con su cuerpo antes de la resurrección universal de los muertos. En estas representaciones y en otras por el estilo, el rey es Cristo triunfante junto con su esposa, la Iglesia. Ahora resulta que -y éste es el hecho más importante- Cristo como Dios es también, al par, la Trinidad, que se convierte en cuaternidad por agregarse una cuarta persona- la reina. La pareja real representa en forma ideal la unidad del dos bajo el dominio de lo uno, “binarius submonarchia unarii” -según diría Dorneus-. Además, en el cristal marrón, aquella región cuaternaria y elemental en la cual había caído en su tiempo el "binario de los cuatro cuernos", se halla elevada al trono de la mayor abogada. Con ello, la cuaternidad de los elementos naturales preséntase en la más grande proximidad, no sólo del cuerpo místico de la Iglesia desposada o de la Reina de los Cielos -a menudo es difícil distinguir entre las Idos- sino también en inmediata relación con la Trinidad.
Azul es el color del manto celestial de María. Ella es la tierra cubierta por la bóveda celeste. ¿Pero por qué no se hace mención de la Madre de Dios? Según el dogma ella no es divina, sino sólo beata. Además, representa a la tierra, que asimismo es el cuerpo y sus oscuridades. Ese es el motivo de que ella, la madre llena de gracias, sea la abogada autorizada de todos los pecadores, y de que también ella -no obstante su posición privilegiada (la propiedad seráfica de no poder pecar)- con la Trinidad-se encuentre en una relación que no se capta con la razón y que es estrecha y lejana a la vez. En la medida en que es matrix, receptáculo y tierra, es decir, lo que contiene, ella es, para la intuición alegorizante, lo redorado, que se determina por los cuatro puntos cardinales, vale decir, el orbe con las cuatro regiones del cielo, como el escabel de la divinidad, o el cuadrado de la ciudad santa o "la flor del mar en la cual se esconde Cristo'' : el mandala. En la representación que del loto tienen los tantras, por razones fácilmente comprensibles el mandala es femenino. El loto es la eterna sede de nacimiento de los dioses. Corresponde a la rosa occidental en que está sentado el Rey de la Gloria, a menudo sobre la base formada por los cuatro evangelistas, que corresponden a los puntos cardinales.
Partiendo de este precioso trozo de psicología medieval nos es dable hacernos cierta idea acerca del significado del mandala de nuestro paciente. Reúne a los "cuatro", y ellos funcionan juntos, en armonía. Mi paciente había sido criado en la fe católica y se hallaba, pues, desprevenido ante ese mismo problema que, para el viejo Guillaume, probablemente había constituido una suerte de rompecabezas. En verdad para la Edad Media fue un gran problema de un lado, este misterio de la Trinidad, y de otro, ese reconocimiento tan sólo condicional del elemento femenino, la tierra, en fin, del cuerpo y de la materia que, sin embargo, en la forma del seno de María, fueron la sede sagrada de la divinidad y el imprescindible instrumento de la obra de salvación divina. La visión de mi paciente constituye una respuesta simbólica a la cuestión de los siglos. Tal sería la razón de que la imagen del reloj del universo produjera la impresión de "suma armonía". Fue la primera referencia a una posible solución del conflicto fatal entre la materia y el espíritu, entre los apetitos del mundo y el amor a Dios. El pobre e ineficaz compromiso que se da en el sueño de la iglesia, hállase por completo superado con esta visión mandálica en la que se reconcilian todos los contrastes fundamentales. Si es lícito aludir en esta conexión a la vieja idea de los pitagóricos, según la cual el alma es un cuadrado, el mandala expresa a la divinidad por medio del ritmo triple, y al alma por la cuaternidad estática, el círculo dividido en cuatro colores. Y así, el significado íntimo de la visión no sería nada menos que la unión del alma con Dios.
En la medida en que el reloj del universo representa también la cuadratura del círculo y el movimiento perpetuo, ambas preocupaciones del espíritu medieval hallan en nuestro mandala su adecuada expresión. El círculo áureo y sus contenidos representan la cuaternidad en la forma de los cuatro cabiros y de los cuatro colores, en tanto el círculo azul representa a la Trinidad y al movimiento del tiempo de acuerdo con Guillaume. En nuestro caso, la manecilla del círculo azul tiene el movimiento más rápido, al paso que el círculo de oro se mueve despaciosamente. En el cielo de oro, de Guillaume, el círculo azul parece algo incongruente, pero en nuestro caso los círculos vincúlanse en forma armoniosa. La Trinidad es la vida, el "pulso" del sistema entero con un ritmo triple que, sin embargo, se constituye sobre el 32, o sea, un múltiplo del cuatro. Esto corresponde al concepto arriba mencionado de que la cuaternidad se presenta como una conditio sine qua non del nacimiento de Dios y, por tanto, también de la vida intratrinitaria en general. De un lado, círculo y cuaternidad, ritmo triple del otro, compenétranse mutuamente, de suerte que el uno se halla contenido también en el otro. En la versión de Guillaume la Trinidad es evidente, pero la cuaternidad está oculta en la dualidad del Rey y de la Reina de los Cielos. Además, el color azul no pertenece a la Reina, sino al calendario, que representa al tiempo y se encuentra caracterizado por atributos trinitarios. Eso parece corresponder a una mutua compenetración de los símbolos, de un modo parecido al de nuestro caso.
Las mutuas compenetraciones de propiedades y contenidos son típicas, no sólo de los símbolos en general, sino igualmente de la semejanza de carácter de los contenidos simbolizados. Sin la última, tampoco la recíproca compenetración sería posible. Por eso, en el concepto cristiano de la Trinidad hallamos asimismo la interpenetración, en que el Padre aparece en el Hijo, el Hijo en el Padre, el Espíritu Santo en el Padre y en el Hijo y ambos en aquél, como Paráclito. El paso del Padre al Hijo y su aparición en un determinado momento representan un elemento temporal, mientras que el elemento espacial sería personificado por la Madre de Dios. (La cualidad de madre fue, originariamente, un atributo del Espíritu Santo, y un tipo de cristianos de la época temprana lo llamó Sophia -Sapientia). No era posible aniquilar del todo esta propiedad femenina y por lo menos sigue adherida al símbolo del Espíritu Santo: la paloma del Espíritu Santo. Pero en el dogma la cuaternidad falta por completo, si bien aparece en el simbolismo eclesiástico de los primeros tiempos. Me remito a la cruz de los palos iguales que se halla encerrada en el círculo, al Cristo triunfante con los cuatro evangelistas, al tetramorfo, etc. En el simbolismo tardío de la Iglesia se presentan la rosa mística, el vaso de la devoción, la fuente casta y el huerto cerrado como atributos de la Madre de Dios y de la tierra espiritualizada.

Si las representaciones de la Trinidad no fueran sino sutilezas de la razón humana, casi no valdría la pena mostrar todas estas conexiones bajo la luz de la psicología. Pero siempre he defendido el punto de vista que considera que estas representaciones forman parte del tipo de la revelación, es decir, de lo que Koepgen últimamente califica de “gnosis” (¡a lo que no debe confundirse con gnosticismo!). La revelación es, en primer término, un descubrimiento de las profundidades del alma humana, una “manifestación”, ante todo un modo psicológico, que -como es sabido- nada dice acerca de lo que podría ser además de esto. Lo último trasciende la ciencia. A esta concepción aproxímase la fórmula lapidaria de Koepgen, que tiene el imprímatur de la Iglesia y dice: “De modo que la Trinidad no sólo es una revelación de Dios, sino a la vez también del hombre”.
Nuestro mandala es una representación abstracta, casi matemática, de algunos de los principales problemas discutidos en la filosofía cristiana de la Edad Media. En rigor, la abstracción alcanza tal punto que sin la ayuda de la visión de Guillaume no habríamos advertido su vastísima raigambre histórica de esa visión. Nuestro paciente no poseía conocimiento alguno de estos materiales históricos. No sabe más de lo que puede saber toda persona a la cual en su temprana infancia se le enseñó un poco de catecismo. El mismo no percibió ninguna relación entre su reloj del universo y algún simbolismo religioso. Eso es fácil de advertir, por cuanto la visión no encierra nada que de primer intento haga recordar en forma alguna la religión. Pero su visión sobrevino un poco después del sueño que se ocupaba de la “Casa de la Meditación”. Y este sueño, a su vez, constituyó la respuesta al problema del tres y del cuatro, representado en un sueño aún anterior. Allí se refería a un ambiente cuadrangular a cuyos lados hallábanse cuatro vasos llenos de agua coloreada; una amarilla, otra roja, la tercera, verde, y la cuarta no tenía color. Faltaba, evidentemente, el azul; pero en una visión previa éste se hallaba combinado con los colores restantes, cuando, en la profundidad de una cueva, apareció un oso. El animal poseía cuatro ojos que irradiaban luz roja, amarilla, verde y azul. El azul había desaparecido extrañamente en el sueño ulterior. Al mismo tiempo, el cuadrado de costumbre se transformó en un rectángulo, que antes jamás se había presentado. La causa de esa evidente alteración fue una resistencia contra el elemento femenino representado por el anima. En el sueño de la "Casa de la Meditación", la voz afirma este hecho. Dice “Lo que haces, es peligroso. La religión no es el impuesto que debes pagar a fin de que te sea posible prescindir de la imagen de la mujer, pues esta imagen es imprescindible”. La “imagen de la mujer” es exactamente lo que llamaríamos anima.
Es normal en el hombre que se oponga resistencias al anima, porque -según he mencionado antes- ella representa lo inconsciente con todas las tendencias y contenidos hasta el momento excluídos de la vida consciente. Así ocurría en nuestro caso, por una serie de razones verdaderas y ficticias. Algunos contenidos hallábanse suprimidos y otros reprimidos. De ordinario, las tendencias que en la estructura psíquica del hombre representan la suma de los elementos antisociales (las llamo el “criminal estadístico” de cada cual) son suprimidas, eliminadas consciente e intencionalmente. Pero las tendencias sólo reprimidas tienen, por lo general, carácter dudoso. No son necesariamente antisociales, pero tampoco aquello que se llamaría convencional y ajustado a las normas de la sociedad. Igualmente dudoso es el motivo por el que se las reprime. Algunas personas lo hacen simplemente por cobardía, otras por moral convencional, y las terceras por cuidado de su reputación. La represión es una especie de dejar pasar las cosas en un acto semiconsciente e indeciso, o un menosprecio de las uvas inalcanzables o un mirar hacia otra dirección a fin de no ver los propios deseos. Fue Freud quien descubrió que la represión constituye uno de los principales mecanismos en la formación de una neurosis. La supresión corresponde a una decisión moral consciente, en tanto la represión constituye una inclinación, bastante inmoral, a deshacerse de decisiones desagradables. La supresión puede causar penas, conflictos y sufrimientos, pero nunca una neurosis. La neurosis es siempre un sustituto del sufrimiento legítimo.
Cuando se hace caso omiso del “criminal estadístico”, resta el extenso campo de las propiedades inferiores y de las tendencias primitivas, que pertenecen a la estructura psíquica del hombre, el cual es menos ideal y más primitivo de lo que querríamos que fuese. Abrigamos ciertas ideas acerca de cómo debería vivir un hombre civilizado, culto o moral y, de vez en cuando, ponemos todos nuestros afanes en observar nosotros mismos estas exigencias ambiciosas. Pero como la madre naturaleza no favoreció a todos sus hijos con idénticos bienes, hay seres más dotados y seres que lo están menos. Así, existen personas capaces de vivir “como se debe” y en forma respetable, o dicho en otros términos, en los que no hallamos nada malo. Cuando cometen faltas, o bien trátase de pecados menores o bien no tienen conciencia de ellas. Es sabido que nos mostramos más indulgentes con los pecadores que no tienen conciencia de sus actos. Pero en modo alguno obra así la naturaleza. Los castiga con la misma dureza que si hubieran cometido la falta a conciencia. Así tenemos -como en su tiempo señaló Drummond -que es precisamente la gente muy piadosa la que, inconsciente de esas cualidades suyas, muestran un carácter especialmente infernal que la hace insoportable a sus prójimos. La gloria de una santidad puede propagarse muy lejos y, sin embargo, la convivencia con el santo ocasiona un complejo de inferioridad y hasta una violenta irrupción de inmoralidad en individuos de más pobres atributos morales. La moral parece un don igualable en este respecto con la inteligencia. No es posible inculcarla sin perjuicio de un sistema al que no le es congénita.
Es, por desgracia, innegable que considerado en forma total, el hombre es menos bueno de lo que se figura o desea ser. A todo individuo síguele una sombra, y cuanto menos se halle ésta materializada en su vida consciente, tanto más oscura y densa será. El que es consciente de una inferioridad, tiene siempre la posibilidad de corregirla. Esta inferioridad encuéntrase también en continuo contacto con otros intereses, de modo que siempre se halla sometida a modificaciones. Pero si se encuentra reprimida y aislada de la conciencia nunca es corregida. Además, existe el riesgo de que, en un momento de descuido, lo reprimido estalle súbitamente. De todos modos, constituye un obstaculo inconsciente que hace fracasar los empeños mejor intencionados.
Con nosotros llevamos nuestro pasado, es decir, al hombre primitivo e inferior, con sus apetitos y emociones, y tan sólo nos es dable librarnos de este peso mediante un esfuerzo enorme. En los casos de neurosis enfrentamos siempre una sombra considerablemente aumentada. Y si se quiere curarla, antes habrá que encontrar un lugar donde la personalidad consciente, y la sombra puedan convivir.
Constituye éste un serio problema para todo el que se halle en tal desagradable situación, o deba auxiliar a los enfermos a retornar a la vida normal. La mera supresión de la sombra no es remedio alguno, como tampoco lo es la decapitación en caso de dolor de cabeza. Tampoco sirve de ayuda la destrucción de la moral de un hombre, porque ello antes mataría a su “sí mismo”, sin el cual ni la sombra tiene sentido. La reconciliación de estos contrastes es uno de los más importantes problemas que -inclusive en la antigüedad- ocupó a ciertos espíritus. Así sabemos que una -por lo demás legendaria- personalidad del siglo II, Carpócrates, filósofo neoplatónico cuya escuela -según el relato de Ireneo- defendió la doctrina de que el bien y el mal no son sino meras opiniones humanas y que, por lo contrario, antes de la muerte, las almas debían conocer hasta las heces todo lo humanamente experimentable, a no ser que quisieran volver a caer en la prisión del cuerpo. El alma, por decirlo así, podría redimirse de su arresto en el mundo somático del demiurgo únicamente mediante la perfecta satisfacción de todas las exigencias vitales. La existencia corpórea -tal como se da- es una suerte de hermano hostil cuyas condiciones deben observarse en primer lugar. Los carpocracianos interpretaron en este sentido a San Lucas, XII, 58 s. (res. San Mateo, V. 25 s.): “Pues cuando vas al magistrado con tu adversario, procura en el camino librarte de él; no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allá, hasta que hayas pagado hasta el último maravedí”. En conexión con otra doctrina de los gnósticos, según la cual nadie puede ser salvado de un pecado no cometido, advertimos aquí (no importa que esté oscurecido por el antagonismo cristiano) un problema de alcance sumo, planteado por los filósofos neoplatónicos. En la medida en que el hombre está somáticamente comprometido, el "adversario" no es otra cosa que el “otro dentro de mí”. Es evidente que el pensar de los carpocracianos remata en el siguiente pasaje de Mateo, V. 22 ss: “Pero yo os digo, que cualquiera que se enojare consigo mismo, será culpado del juicio; y cualquiera que dijere, a sí mismo, Necio, será culpado del consejo; y cualquiera que dijere, Fatuo, será culpado del infierno del fuego. Por tanto, si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tienes algo contra ti mismo, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad contigo mismo, y entonces ven y ofrece tu presente. Concíliate contigo mismo presto, entre tanto que estás con él en el camino; porque no acontezca que tú mismo te entregues al juez”, etc. No dista mucho de este conjunto de problemas la palabra no canónica del Señor: “Cuando tú sabes qué es lo que haces, bienaventurado eres; pero cuando no sabes qué es lo que haces, condenado eres” y muy próximo se halla el símil del administrador injusto (Lucas, XVI), que, desde varios aspectos, constituye una "piedra de escándalo". “Et laudavit Dominus villicum iniquitatis, quia prudenter fecisset”. “Prudenter” corresponde a “phronimos” del texto primitivo, que quiere decir: “considerado, sensato, razonable”. Es innegable que aquí la razón aparece como una instancia de decisión ética. Es posible que en contra de Ireneo se les conceda a los carpocracianos esta comprensión, suponiendo que también ellos, a semejanza del administrador injusto, meritoriamente sabían salvar las apariencias. Es natural que, con su mentalidad más robusta, los padres de la Iglesia no supieran apreciar la fineza y valor de este argumento sutil y, desde el punto de vista moderno, singularmente práctico. Es un problema vital, mas también peligroso, y éticamente el más delicado de la civilización moderna, que ya no sabe ni comprende por qué la vida del hombre, en un sentido más elevado, debería ser un sacrificio. El hombre puede vivir cosas asombrosas, con tal que tengan sentido para él. Mas crear tal sentido es lo difícil. Naturalmente, debe tratarse de una convicción; pero ocurre que las cosas más persuasivas de que es capaz el hombre son todas medidas con vara idéntica y valen demasiado poco para también socorrerle con eficacia contra sus deseos y miedos personales.
Si las tendencias reprimidas de la sombra no fuesen más que malas, no habría problema alguno. Pero, de ordinario, la sombra es tan sólo mezquina, primitiva, inadecuada y molesta, y no absolutamente mala. Asimismo contiene propiedades pueriles o primitivas que en cierto modo vivificarían y embellecerían la existencia humana; mas choca uno con las reglas tradicionales. El público culto -flor y nata de nuestra civilización actual- hállase un tanto separado de sus raíces y envías de perder su conexión con la tierra. En la actualidad son contados los países civilizados cuyas capas de población inferiores no se encuentran en un inquieto estado de conflictos de opinión. En muchas naciones europeas este temple apodérase también de las capas superiores. Tal estado de cosas exhibe, en escala aumentada, nuestro problema psicológico, pues las colectividades no son sino acumulaciones de problemas individuales. Una parte se identifica con el hombre superior, y no puede descender, en tanto la otra, identificada con el hombre inferior, desea asomar a la superficie.
Tales problemas nunca se solucionan mediante legislación o artimañas. Sólo puede resolvérselos mediante un cambio universal de actitud. Y este cambio no se emprende con propaganda o mitines de masas o, menos aún, con la fuerza. Se inicia con la transformación interior del individuo. Producirá sus efectos en forma de una alteración de sus inclinaciones y antipatías personales, de su concepción de la vida y de sus valores, y sólo el acopio de esos cambios individuales traerá la solución colectiva.
El hombre culto procura reprimir en sí mismo al hombre inferior, sin reparar que con ello oblígale a la rebelión. Es característico de mi paciente el que en una ocasión soñara con una unidad militar que intentaba “estrangular por completo el ala izquierda”. Alguien observó que el ala izquierda era de suyo débil, mas los soldados replicaron que justamente por ello se la debía "estrangular". El sueño revélanos cómo procedió mi paciente con su propio “hombre inferior”. Evidentemente, éste no es el método adecuado. Por el contrario, el sueño de la "Casa de la Meditación" muestra una actitud religiosa como respuesta acertada a su pregunta. El mandala impresiona exactamente a manera de ampliación de este punto especial. Hemos visto que el mandala histórico servía de símbolo para aclarar filosóficamente la naturaleza de la divinidad o representarla en una forma visible con el objeto de que se la adorara; un uso semejante hacíase de él en Oriente, como yantra en los ejercicios yoga. La totalidad ("perfección") del círculo celestial y la forma cuadrada de la tierra, que contiene los cuatro principios, o elementos o cualidades psíquicas , expresan la perfección y unión. Así, el mandala ocupa el rango de un “símbolo de conjunción”. En cuanto la unión de Dios y el hombre se traduce con el símbolo del Cristo o de la cruz, podríamos esperar que el reloj del universo de nuestro paciente tuviera un significado conciliador parecido. Pero prevenidos como estamos por las analogías históricas, esperaríamos que el centro del mandala lo ocupara una divinidad. El centro, empero, está vacío; la sede de la divinidad hállase desocupada. Sin embargo, examinado a la luz de los modelos históricos, advertimos que el dios está simbolizado en el mandala por el círculo, y la diosa por el cuadrado. En lugar de "diosa" podríamos decir también “tierra” o “alma”. Mas, en oposición al prejuicio histórico, hemos de sostener que (como en la “Casa de la Meditación”, donde el lugar de la imagen sagrada estaba ocupado por la cuaternidad) no encontramos en el mandala rasgo alguno de divinidad, sino, muy a la inversa, un mecanismo. Pero no deberíamos pasar por alto un hecho tan importante en favor de una opinión preconcebida. Un sueño o una visión son exactamente lo que parecen ser. No son disfraz de cosa alguna, sino un producto natural, una cosa en sí, sin motivación externa a ella. He visto muchos mandalas en pacientes nada influidos, y casi siempre he dado con idéntico hecho: nunca hubo una divinidad en el centro. Por lo regular, el centro hállase destacado. Pero lo que allí encontramos es un símbolo de muy distinto significado. Es, por ejemplo, una estrella, un sol, una flor, una cruz de brazos iguales, una piedra preciosa, una fuente llena de agua o vino, una víbora enroscada o un ser humano, mas nunca un Dios.
Si en el rosetón de una iglesia encontramos a un Cristo triunfante supondremos, con razón, que éste debe ser un símbolo central del culto cristiano. Supondremos igualmente que toda religión enraizada en la historia de un pueblo es una manifestación de su psicología, como lo es, verbigracia, la forma de gobierno instaurada por dicho pueblo. Si aplicamos idéntico método a los modernos mandalas que los hombres ven en sueños o visiones, o que desarrollan por “imaginación activa”, arribamos a la conclusión de que los mandalas expresan una cierta actitud que no podemos menos que llamar “religiosa”. La religión es una relación con el valor supremo o más poderoso, sea éste positivo o negativo. Relación que es tanto voluntaria como involuntaria, es decir, que alguien puede hallarse inconscientemente obsesionado por un “valor”, o sea por un factor psíquico pleno de energía, o bien puede aceptar tal factor conscientemente. Aquel hecho psicológico que dentro de un hombre posee el poder máximo, obra como “Dios”, puesto que siempre es el factor psíquico avasallador al cual se da el nombre de “Dios”. Tan pronto como un dios deja de ser un factor avasallador, conviértese en mero nombre. Lo esencial en él ha muerto; su poder se ha disipado. Los antiguos dioses olímpicos perdieron su prestigio y su influencia sobre las almas humanas, porque habían cumplido su cometido y comenzaba entonces un nuevo misterio: Dios se hizo hombre.
Al atrevernos a inferir conclusiones partiendo de mandalas modernos, quizá deberíamos antes preguntar a la gente si veneran estrellas, soles, flores o víboras. Se comprobará que lo negarán, asegurando al propio tiempo que las esferas, estrellas, cruces y otras cosas por el estilo son símbolos de un centro de ellos mismos. Y cuando se les pregunta qué quieren decir con tal centro, se mostrarán un tanto embarazados y aludirán a una que otra experiencia -según hizo, por ejemplo mi paciente, que resumió todo cuanto de positivo sabía decir del “reloj del universo”, en la confesión de que la visión había dejado en él un sentimiento de armonía perfecta. Otros dicen que una visión semejante presentóseles en un momento de dolor supremo o de desesperación profunda. En otros se trata del recuerdo de un sueño impresionante o de un momento de culminación de largas y estériles luchas y de advenimiento de la paz. Cabe resumir aproximadamente así lo que la gente comunica acerca de sus experiencias: retornaron hacia sí mismos; pudieron volver a aceptarse; fueron capaces de reconciliarse consigo mismos y, con ello, reconciliáronse también con situaciones y acontecimientos ingratos. Trátase casi del mismo hecho que antes se expresaba con palabras:
“Ha hecho las paces con Dios, ha sacrificado su voluntad propia sometiéndose a la voluntad divina”.
Un mandala moderno es una confesión involuntaria de un particular estado espiritual. En el mandala no hay divinidad alguna, y tampoco se alude a ninguna sumisión a la divinidad o reconciliación con una divinidad. Parece que el lugar de la divinidad hállase ocupado por la totalidad del hombre.
Cuando se habla del hombre, cada uno se refiere a su yo -a su disposición personal, en la medida en que tiene conciencia de ella-; al hablarse de otros se los supone de una naturaleza bastante parecida. Mas como la investigación moderna ha demostrado que la conciencia individual se basa en una psique inconsciente, cuyas dimensiones no es posible precisar, y se halla como incrustada en esta última, despréndese la necesidad de revisar el prejuicio -un poco anticuado- de que el hombre no es más que su conciencia. A este ingenuo supuesto debe oponerse, acto seguido, la cuestión crítica: ¿la conciencia de quién?. Sería en verdad difícil tarea hacer concordar la imagen que yo tengo de mí con la que otras personas se han formado a mi respecto. ¿Quién está en lo cierto? ¿Y cuál es el verdadero individuo? Cuando se avanza todavía más y se atiende al hecho que el hombre es además todo aquello que no saben ni él mismo ni otras personas, un algo por de pronto desconocido pero cuya existencia es demostrable, el problema de la identidad tórnase harto más complejo todavía. En rigor, es imposible establecer la amplitud y carácter definitivo de la existencia psíquica. Cuando aquí hablamos del hombre, aludimos a su totalidad ilimitable, no susceptible de formulación y sólo simbólicamente expresable. He elegido la expresión “sí-mismo” (“Selbst”) para designar la totalidad del hombre; la suma de todo cuanto nos es dado de él, tanto consciente como inconscientemente. Tal expresión la he adoptado en el sentido de la filosofía oriental, interesada desde hace siglos en los problemas que se suscitan cuando se va más allá de la humanización de los dioses. La filosofía de los Upanishad corresponde a una psicología que desde mucho tiempo atrás advirtió la relatividad de los dioses. No debe confundirse esto con un error tan ingenuo como el del ateísmo. El mundo es lo que siempre fue, pero nuestra conciencia hállase sometida a extrañas transformaciones. Al parecer, en un principio, en tiempos remotos -aunque lo mismo puede observarse en los primitivos contemporáneos- la parte fundamental de la vida psíquica ocurría afuera, en los objetos humanos y no humanos: estaba proyectada - según diríamos hoy-. En un estado más o menos completo de proyección apenas puede haber conciencia. Por el abandono de las proyecciones, fue desarrollándose lentamente el conocimiento consciente. La ciencia -sorprende observarlo- comenzó con el descubrimiento de las leyes astronómicas, o sea, anulando la casi más lejana proyección. Fue ésta la primera fase de la “desanimación” del mundo. A un paso siguió otro: ya en la antigüedad los dioses fueron separados de las montañas y de los ríos, de los árboles y de los animales. Verdad es que nuestra ciencia moderna ya ha refinado sus proyecciones al punto de tornarlas casi irreconocibles, pero nuestra vida cotidiana rebosa de proyecciones. Abundan en diarios, libros, rumores y chismes corrientes. Allí donde hay una laguna, allí donde falta un saber efectivo, llénase con proyecciones. Todavía hoy estamos casi seguros de saber qué piensan o cuál es el verdadero carácter de los demás. Estamos convencidos de que ciertas personas poseen aquellas malas calidades que no encontramos en nosotros, o que se entregan a todos esos vicios que nunca, naturalmente, serían los nuestros. Todavía hoy debemos tener sumo cuidado para no proyectar nuestra propia sombra de un modo harto vergonzoso, y estamos como inundados por ilusiones proyectadas. Al representarse a una persona suficientemente valiente como para desprenderse por entero de toda proyección, piénsase en un individuo consciente de poseer una sombra considerable. Tal hombre se ha cargado de nuevos problemas y conflictos; se ha convertido en tarea seria para sí mismo, dado que no puede decir ya que son otros quienes hacen tal o cual cosa, ni que son ellos los culpables, y que hay que combatirlos. Vive en la “casa del autoconocimiento”, de la concentración íntima. Sea cual fuera la cosa que ande mal en el mundo, este hombre sabe que igual ocurre también dentro de él mismo, y si aprende sólo a “componérselas” con su sombra, habrá hecho en verdad algo para el mundo. Habrá logrado entonces dar respuesta a una ínfima parte, al menos, de los enormes problemas que se plantean en el presente, buena parte de los cuales oponen tantas dificultades en razón de hallarse como envenenados por las mutuas proyecciones. ¿Y cómo podrá ver claramente quien ni se ve a sí mismo ni aquellas oscuridades que, inconscientemente, está transfiriendo en todas sus acciones?
El desarrollo psicológico moderno nos conduce a una mejor comprensión de aquello de que en verdad se compone el hombre. Primero, los dioses de poder y belleza sobrenaturales vivieron en las nevadas cumbres de las montañas o en las oscuridades de las cuevas, bosques y mares: más tarde se fundieron en un solo Dios, que luego se hizo hombre. Pero en nuestra época parece que hasta el Dios hombre desciende de su trono para esfumarse en el hombre común. Por tal motivo hállase vacía su sede. A causa de esto, el hombre moderno sufre de una hybris de la conciencia que se está aproximando a lo patológico. A tal constitución psíquica del individuo, corresponde, en gran escala, la hipertrofia y pretensión de totalidad de la idea del estado. Así como el estado trata de “captar” al individuo, también el individuo figúrase haber “captado” su alma; e inclusive hace de ello una ciencia, sobre la base de la absurda suposición de que el intelecto -mera parte y simple función de la psique- basta para comprender el todo anímico, muchísimo más grande. En verdad, la psique es madre, sujeto y posibilidad de la conciencia misma. Trasciende ampliamente los límites de la conciencia, siendo así lícito comparar a ésta con una isla en el océano. Al paso que la isla es pequeña y estrecha, el océano es infinitamente ancho y profundo y encierra una vida que sobrepasa en todos los aspectos la vida isleña, tanto en su índole cuanto en su extensión. Cabría objetar a esta imagen el no haber aducido prueba alguna de que la conciencia no tenga más importancia que la asignada a una pequeña isla en medio del océano. Mas por cierto tal demostración es de por sí imposible, pues frente a la conocida extensión de la conciencia, se yergue la desconocida "extensión" de lo inconsciente, del cual en rigor sólo sabemos que existe y que, en virtud de su existencia opera sobre la conciencia y su libertad en un sentido restrictivo. Dondequiera señoree lo inconsciente se da también falta de libertad e inclusive obsesión. La amplitud oceánica no es al fin sino un símil alegórico de la capacidad de lo inconsciente de limitar y de amenazar a la conciencia. Es verdad que hasta hace poco el empirismo psicológico gustaba explicar lo “inconsciente” -según lo indica también el propio término- por una mera ausencia de la conciencia; más o menos como se explica la sombra por la ausencia de luz. No sólo en épocas anteriores, también en el presente, la observación rigurosa de los procesos inconscientes ha reconocido que lo inconsciente posee cierta autonomía creadora que jamás podría atribuirse a algo cuya naturaleza consistiese en una mera sombra. Cuando C. G. Carus, Ed. von Hartmann y en cierto sentido, igualmente Arturo Schopenhauer, equipararon lo inconsciente con el principio creador del mundo, no hicieron sino extraer la síntesis de todas las doctrinas del pasado que, sobre la base de la constante experiencia íntima, percibían lo que obraba misteriosamente como personificado en forma de dioses. A la moderna hipertrofia de la conciencia débese, precisamente, su mencionada hybris, y el hecho de que los hombres no reparen en esa peligrosa autonomía de lo inconsciente. El supuesto de la existencia de dioses o demonios invisibles constituye una formulación de lo inconsciente psicológicamente mucho más adecuada, aún cuando se trata de una proyección antropomórfica. Pues bien, como el desarrollo de la conciencia exige la renuncia a todas las proyecciones asequibles, tampoco es posible seguir sosteniendo ninguna mitología en el sentido de una existencia no psicológica. Si el proceso histórico de “des-animación” del mundo, o lo que es lo mismo, si la renuncia a las proyecciones, continúa progresando como hasta el presente, todo cuanto se halle afuera, sea de carácter divino o demoníaco, habrá de volver al alma, al interior desconocido del hombre, de donde aparentemente partió.
Parece que el error materialista fue en un comienzo inevitable. Como entre los sistemas galácticos no pudo descubrirse el trono divino, se concluyó que Dios no existía. Segundo error insalvable lo constituye el psicologismo: si después de todo Dios es algo, habrá de ser una ilusión motivada, por la voluntad de poder o por la sexualidad reprimida. Tales argumentos no son nuevos. Cosas parecidas dijeron los misioneros cristianos que derrumbaron los ídolos paganos. Pero al paso que en su lucha contra los antiguos dioses los misioneros primitivos tenían conciencia de servir a un Dios nuevo, los modernos iconoclastas no saben en nombre de quién destruyen los viejos valores. Al romper las viejas tablas, Nietzsche sintióse por cierto responsable: en efecto, sucumbió a la extraña necesidad de proteger sus espaldas con un Zaratustra redivivo, a la manera de segunda personalidad, de un alter ego (otro yo), con el cual se identificó en su gran tragedia “Así habló Zaratustra”. Nietzsche no fue ateo, pero su dios había muerto: Resultado de ello fue su escisión interior, y el sentirse compelido a personificar su otro “sí-mismo” por Zaratustra, o -en otras épocas- por Dionisos. En su enfermedad fatal firmó sus cartas como “Zagreus”, el Dionisos despedazado de los tracios. La tragedia de “Así habló Zaratustra” finca en que el propio Nietzsche, que no era ateo, convirtióse en Dios por haber muerto su dios. Tenía una naturaleza demasiado positiva para soportar la neurosis atea propia de los habitantes de las grandes ciudades. Aquel a quien se le “muere Dios”, será víctima de la inflación. Dios es, en rigor, la posición anímica efectivamente más fuerte, muy en el sentido del pasaje de San Pablo: “su dios es el vientre” (Filip. III, 19). El factor resueltamente más poderoso, y por tanto decisivo de una psique individual, a la fuerza obtiene la fe o el miedo, la sumisión o la lealtad que un dios exigiría del hombre. Lo predominante e inevitable es, en este sentido, “Dios”, y es lo absoluto si frente a este hecho natural la decisión ética de la libertad humana no logra establecer una posición igualmente invencible. En cuanto esta posición prueba su completa eficacia, se hace por cierto acreedora a que se le dé el predicado de Dios y, en efecto, el nombre de un Dios espiritual, dado que esta posición anímica ha procedido de la libre decisión ética, es decir, de la intención. A la libertad humana queda librado resolver si “Dios” es un “espíritu” o un fenómeno de la naturaleza, como la manía del morfinista, con lo cual establécese también si “Dios” ha de significar un poder benéfico o destructor.
Por indudables y claramente comprensibles que sean tales sucesos o decisiones anímicas, igualmente nos llevan a la errónea y no psicológica conclusión de que -por así decirlo- queda librado al criterio del hombre el engendrar o no a su “Dios”. Lejos de ello, cada cual hállase con una disposición anímica que limita su libertad en alto grado y que inclusive la torna casi ilusoria. La “libertad de la voluntad” no sólo constituye un serio problema desde el punto de vista filosófico sino también desde el práctico, pues rara vez se encuentran personas que no estén amplia y aun preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos. La suma de estos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos, y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes les rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos. Por eso, siempre hay algo en el alma que se apodera y limita o suprime la libertad moral. Para disimular por un lado esa verdadera pero desagradable realidad, y por el otro animarse a gozar la libertad, la gente se ha acostumbrado a usar el modismo -en el fondo apotrópico- que reza: “Tengo la inclinación, o el hábito, o el presentimiento...”, en lugar de hacer constar, según corresponde a la verdad: “Tal inclinación, o tal costumbre, o tal presentimiento me tienen a mí”. Este último modo de expresarnos también nos costaría la ilusión de la libertad. Pero, es de preguntar si, al fin de cuentas -en un sentido más elevado-, no sería ello mejor que ofuscarse inclusive con el lenguaje. De hecho y en verdad no gozamos ninguna libertad sin dueño, sino que de continuo nos hallamos amenazados por ciertos factores anímicos capaces de incautarse de nosotros bajo la forma de “hechos naturales”. La amplia renuncia a ciertas proyecciones metafísicas entréganos poco menos que desamparados a tales hechos, por cuanto en seguida nos identificamos con todo impulso, en lugar de darle el nombre de “otro”, con lo cual lo mantendríamos alejado -aunque no fuese más que el largo de un brazo- y no podría adueñarse acto seguido de la ciudadela del yo. Los “dominios” y los “poderes” existen siempre; no nos es dable producirlos ni falta hace que lo hagamos. Sólo es de nuestra incumbencia la elección del “amo” al que deseamos servir para así protegernos contra el dominio de los “otros”, a los cuales no hemos elegido. “Dios” no es producido, sino elegido. Nuestra elección designa y define a “Dios”. Pero nuestra elección es obra humana, y por ello la definición que la acompaña es finita e imperfecta. (Tampoco la idea de la perfección pone perfección alguna). La definición es una imagen que no eleva a la esfera de la comprensibilidad a la realidad desconocida indicada por la imagen. De otro modo sería lícito decir que se ha creado a un dios. El “amo” que hemos escogido no es idéntico a la imagen de él esbozada por nosotros en el tiempo y en el espacio. Al igual que siempre, actúa dentro de las profundidades anímicas como una magnitud no cognoscible. En realidad, ni conocemos cuál es la índole de un pensamiento sencillo, y mucho menos los principios últimos de lo psíquico en general. Tampoco podemos disponer, en manera alguna, de la vida íntima del alma. Pero como tal vida hállase sustraída a nuestro albedrío y a nuestras intenciones y se yergue libremente ante nosotros, puede darse el caso de que lo vivo elegido y designado por la definición, también contra nuestra voluntad desborde el marco de la imagen hecho por manos humanas. Entonces tal vez cabría decir con Nietzsche: “Dios ha muerto”. No obstante, mas acertado sería afirmar: “Abandonó la imagen que habíamos hecho de Él, ¿y dónde volveremos a encontrarle?”. El interregno está erizado de peligros, pues los hechos naturales impondrán sus derechos bajo la forma de diversos “ismos”. De ello no surge sino el anarquismo y la destrucción, porque a causa de la inflación, la hybris humana elige al yo, en su más ridícula mezquindad, para que enseñoree sobre el universo. Tal es el caso de Nietzsche, síntoma incomprendido de toda una época.
El yo humano individual es demasiado pequeño, y su cerebro en exceso débil para asimilarse todas las proyecciones retiradas del mundo. Es a consecuencia de ello que el yo y el cerebro estallan en pedazos (lo que el psiquiatra denomina esquizofrenia). Cuando Nietzsche dijo “Dios ha muerto”, enunció una verdad válida para la mayor parte de Europa. Los pueblos sufrieron su influencia, no porque verificaran tal hecho, sino porque constituyó la reafirmación de un hecho psicológico generalmente extendido. Las derivaciones no tardaron en hacerse notar: el oscurecimiento y la confusión por los “ismos”, y la catástrofe. Nadie supo extraer una conclusión del anuncio nietzscheano. ¿No guarda éste un parecido con aquella antigua frase: “Pan, el grande, ha muerto” , que señaló el final de las divinidades de la naturaleza?
La Iglesia comprende la vida de Cristo, de un lado, como un misterio histórico, y de otro, como un misterio eternamente existente. Esto se hace en especial notorio en la doctrina del sacrificio de la misa. Desde un punto de vista psicológico, cabría interpretar así esta concepción: Cristo vivió una vida concreta, personal y única, que en todos sus rasgos esenciales tenía a la vez carácter de arquetipo. Este carácter reconócese por las múltiples relaciones entre los detalles biográficos y motivos místicos de amplia difusión. Tales relaciones innegables explican por qué la investigación de la vida de Cristo choca con tantas dificultades en su empeño de extraer de los relatos de los Evangelios una vida individual despojada del mito. En los propios Evangelios los relatos de hechos, la leyenda y el mito hállanse entrelazados en un todo que precisamente constituye el sentido de los Evangelios. Este carácter de totalidad se pierde tan pronto se intenta separar con el escalpelo crítico lo individual y lo arquetípico. La vida de Cristo no es ninguna excepción, pues no pocas grandes figuras históricas han realizado de modo más o menos patente el arquetipo de la vida heroica con sus peripecias características. Pero, inconscientemente, también el hombre común vive formas arquetípicas que, sólo a causa del general desconocimiento psicológico no se hacen más visibles. Inclusive los fugaces fenómenos oníricos transparentan a menudo una formación claramente arquetípica. En rigor, todos los sucesos psíquicos fúndanse en el arquetipo y hállanse entretejidos con él de tal suerte que, en cualquier caso, requiérese un notable esfuerzo crítico para deslindar con seguridad el tipo y lo que se da una sola vez. De ello resulta que, en definitiva, toda vida individual es al propio tiempo la vida del eón de la especie. Lo individual es en todos casos “histórico” por hallarse rigurosamente vinculado con el tiempo. En cambio, la relación entre tipo y tiempo es indiferente. Pues bien, siendo la vida de Cristo en alto grado arquetípica, en igual medida representa la vida del arquetipo. Pero como el último constituye el supuesto inconsciente de toda vida humana, su vida evidente revela también la vida fundamental, secreta e inconsciente de todo individuo, o sea, que lo que acontece en la vida de
Cristo se da siempre y por todas partes; lo cual equivale a decir que toda vida de esta índole hállase preformada en el arquetipo cristiano y de continuo vuelve a expresarse en él, o se expresa de una vez. Así, en ese arquetipo también anticípase de un modo perfecto la cuestión de la muerte de Dios, que aquí nos ocupa. Cristo mismo es el tipo del dios que muere y se transfigura.
La situación psicológica de que partimos corresponde a las palabras: “¿quid quaeritis viventem cum mortuis? Non est hic”. (“¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos?. No está aquí”). Mas ¿dónde volveremos a encontrar al resucitado?
No espero que ningún cristiano creyente siga el curso de esas ideas, las que tal vez le parezcan absurdas. No están dirigidas tampoco a los beati possidentes (felices poseedores) de la fe, sino a muchas personas para las cuales se ha apagado la luz, se ha hundido el misterio y Dios ha muerto. Para la mayoría de ellas no hay retorno posible, y tampoco se sabe a ciencia cierta si en realidad sería el retorno lo mejor. A objeto de comprender las cosas religiosas, no hay en el presente otro camino que el psicológico; de ahí me empeño en refundir formas del pensar históricamente petrificadas y en transformarlas en conceptos de experiencia inmediata. Es, por cierto, difícil empresa reencontrar el puente que reúna la concepción del dogma con la inmediata experiencia de los arquetipos psicológicos; mas el estudio de los símbolos naturales del inconsciente facilita los materiales necesarios.
La muerte de Dios (o su desaparición) en modo alguno constituye un símbolo exclusivamente cristiano. La búsqueda que sigue a su muerte, repítese aún en el presente cuando muere un Dalai-Lama, así como en la antigüedad todos los años se celebraba la búsqueda de Coré. Esta amplia difusión se pronuncia en favor de la existencia general de este proceso típico del alma: se ha perdido el valor sumo que da vida y sentido. Este proceso constituye una experiencia típica, una experiencia que se repite a menudo, de ahí que se halle expresada también en un punto central del misterio cristiano. Esa muerte o pérdida tiene que repetirse de continuo. Cristo muere y nace siempre: pues, comparada con nuestro sentimiento de ligazón con el tiempo la vida psíquica del arquetipo es intemporal. Escapa a mi conocimiento el precisar las leyes que determinan la eficaz manifestación ya de este aspecto del arquetipo ya de aquel otro. Tan sólo sé -y con ello implico el saber de innumerables personas- que actualmente se da una época de muerte y desaparición de Dios. Dice el mito que no se le encontró allí donde se había depositado su cuerpo. El “cuerpo” corresponde a la forma exterior, visible, de la versión conocida hasta ahora, pero pasajera, del valor sumo. Pues bien, el mito agrega, además, que el valor resucita de modo milagroso, pero que ha cambiado. Esto parece un milagro, pues toda vez que un valor desaparece semeja definitivamente perdido. Por eso, su vuelta es un hecho por completo inesperado. El descenso a los Infiernos que se efectúa durante los tres días de la muerte, describe el hundimiento del valor desaparecido en lo inconsciente, donde -con la victoria sobre el poder de las tinieblas- establece un nuevo orden y de donde vuelve a emerger hasta elevarse a las alturas del cielo, o sea, a la claridad suma de la conciencia. La escasez de personas que ven al Resucitado, prueba que no son pocas las dificultades con que se tropieza cuando se aspira a reencontrar y reconocer el valor transformado.
Utilizando un sueño a manera de ejemplificación, en lo dicho hasta aquí he mostrado cómo lo inconsciente produce un símbolo natural al que, técnicamente, denominé mandala, y cuyo significado funcional es el de una reconciliación de los contrastes: la mediación. Tales ideas especulativas, signos de un arquetipo naciente, se remontan -y ello es significativo- aproximadamente a la época de la Reforma, cuando se trataba de formular mediante figuras físico-simbólicas de sentido ambiguo la naturaleza del “Deus terrenus” (Dios terrestre), a saber, el Lapis Philosophorum (piedra filosofal). En el comentario del Tractatus Aureus leemos, por ejemplo: "Esto a lo cual hay que hacer volver los elementos, es aquel círculo pequeño que tiene su lugar céntrico en esta figura cuadrada. Constituye, para ellos, el mediador que restablece la paz entre los enemigos, o sean los elementos, para que, en unión provechosa, se quieran mutuamente: o, para mejor decir, él solo lleva a cabo la cuadratura del círculo, hasta ahora buscada por muchos mas encontrada por pocos". Acerca de este “mediador", que es la piedra milagrosa, dice el epílogo de Orthelius. "Pues así como... el bien sobrenatural y eterno, el Mediador y Salvador nuestro, Cristo Jesús que nos libra de la muerte eterna, el diablo y todo mal, participa de dos naturalezas, es decir, la divina y la humana, así también este salvador terrestre consiste de dos partes, la celestial y la terrestre, con las cuales nos restituye la salud, y nos libra de las enfermedades celestiales y terrestres, espirituales y corporales, visibles e invisibles". Trátase aquí de un “salvador” que no proviene del cielo, sino de las profundidades de la tierra, es decir, de aquello que está por debajo de la conciencia. Estos “filósofos” supieron que allí había un “espíritu” encerrado en el recipiente de la materia, una “paloma blanca”, comparable al nous divino en el “kráter” de Hermes, del cual se dice: “sumérgete, si puedes, en este “kráter”, y conoce para qué finalidad se te ha creado y creyendo en que ascenderás hacia Él, que mandó a la tierra el “kráter” .
A este nous o “espíritu” se le denominó “Mercurio” , y a ese arcano refiérese también la sentencia de los alquimistas: “Est in Mercurio quidquid quaerunt sapientes” (se halla en Mercurio aquello que buscan los sabios). Una muy vieja noticia que Zósimo atribuyó al Ostanes legendario, reza así: “Vete a las corrientes del Nilo, y allí encontrarás una piedra que tiene un espíritu (pneuma)”. De una observación del texto, que sirve de comentario, despréndese que se refiere al mercurio (hydrargiron). Este espíritu que procede de Dios es también causa del verdor muy elogiado por los alquimistas, la viriditas benedicta (el verdor o vigor bendecido). De ello dice Mylius: “Inspiravit Deus rebus creatis... quandam germinationem, hoc est viriditatem”(Dios inspiró a las cosas creadas la germinación, es decir, el verdor {vigor}. Leemos en el Himno acerca del Espíritu Santo, de Hildegard de Bingen, que comienza con las palabras “O ignis Spiritus paraclite”: “De ti (el Santo Espíritu) fluyen las nubes, vuela el éter, tienen las piedras el agua, extraen las aguas los arroyuelos y suda la tierra el verdor". Este agua del Espíritu Santo, a partir de los tiempos más viejos, desempeña en la alquimia un papel importante como hydor theion o aqua permanens, constituyendo un símbolo del espíritu aproximado a la materia, que, según la concepción de Heráclito, se había convertido en agua. El paralelo cristiano lo constituía, naturalmente, la sangre de Cristo, y por eso el agua de los filósofos fue llamada también spiritualis sanguis (sangre espiritual).
A la sustancia misteriosa se la llamó también simplemente lo “rotundum”, y por ello se entendió el “anima media natura”, que es idéntica al “anima mundi”. Esta última es una “virtus Dei” (virtud de Dios), un órgano o una esfera que rodea a Dios de la cual dice Mylius: "(que Dios se tiene) amor a sí mismo. Al cual otros le llamaron espíritu intelectual e ígneo, que no tiene forma, sino que quiso transformarse en cualquier forma e igualarse a todas. El cual, el proporción múltiple y de algún modo, se halla vinculado a sus criaturas". A esta imagen del dios encerrado por todas partes por el anima corresponde el símil que Gregorio El Grande da de Cristo y de la Iglesia: “Vir a femina circundatus” (un hombre rodeado por una mujer). Este es, además, un paralelo exacto a la concepción que los tantras tenían de Siva, abrazado por su Sakti De esta representación fundamental de los contrastes masculino-femeninos, reunidos en el centro, proviene la denominación de “hermafrodita” que se da al lapis (piedra); y esta representación es, a la vez, la base del motivo del mandala. La extensión de Dios, como anima media natura, a todo ser individual significa que, inclusive en la materia muerta, es decir, en las tinieblas extremas, habita una chispa divina, la “scintilla”. Los filósofos medievales de la naturaleza se esforzaron por hacer que del “recipiente redondo” resurgiera esta chispa como forma divina. Tales representaciones no se puede basar sino en la existencia de ciertas condiciones psíquicas inconscientes, pues de otro modo sería en absoluto incomprensible el que siempre y en todas partes vuelvan a manifestarse las mismas representaciones fundamentales. El ejemplo del sueño que hemos aducido nos muestra hasta qué punto tales imágenes no son sofisterías del entendimiento sino revelaciones naturales. Es probable que hayan sido encontradas siempre de modo parecido. Los propios alquimistas dicen que, a veces, el arcano es inspirado por un sueño.
Amén de sentirIo de modo vago, los viejos filósofos de la naturaleza inclusive han dicho que la sustancia milagrosa -cuya naturaleza expresaron con el círculo dividido en cuatro- era el hombre mismo. En Aenigmate Philosophorum se habla del “homo albus” (hombre blanco) que nace en el recipiente hermético. Con esta figura se corresponde el sacerdote de las visiones de Zósimo. En el Libro de Crates, trasmitido por los árabes, hállase también una importante referencia en el diálogo entre el hombre espiritual y el hombre mundano: (el “pneumatikós” y “sarkikós” de la época de los gnósticos): “ ¿Eres tú capaz de conocer de manera completa tu alma?. Si la conocieras como conviene y si supieras qué es lo que la puede mejorar, serías capaz de reconocer que los nombres que antaño le dieron los filósofos no son, en modo alguno, sus nombres verdaderos... ¡Oh nombres dudosos que os asemejáis a los nombres verdaderos, cuántos errores y angustias habéis causado entre los hombres!” Los nombres se refieren, otra vez, a la piedra filosofal. Con un tratado atribuído a Zósimo que más bien pertenecería al género literario árabe-latino –dícese de modo inequívoco acerca de la piedra: “et ita est ex homine et tu es eius minera... et de te extrahitur . . . et in te inseparabiliter manet”. (Y así proviene del hombre y tú eres su fuente... y de ti la extraen... y en ti permanece de modo inseparable). Me parece que del modo más claro lo dice Solomón Trismosim:
“Estudia, pues, de qué consistes,
Entonces verás lo que existe.
Lo que tú estudias, aprendes y es,
es justamente aquello de que consistes.
Todo cuanto está fuera de ti,
está también dentro de nosotros,
está también dentro de nosotros, amén”

Y Gerardus Dorneus exclama: “Transmutemini in vivos lapides philosophicos”. (Transformaos en piedras filosofales vivas). Apenas si puede averiguarse alguna duda acerca del hecho de que a no pocos de aquellos buscadores se les haya impuesto el conocimiento de que la naturaleza secreta de la piedra era el “sí-mismo” humano. Es evidente que este “sí mismo” no fue concebido nunca como entidad simplemente idéntica al yo y, por tanto, fue descrito en el comienzo como una “naturaleza escondida” inclusive en la materia muerta, como un espíritu, demonio o chispa. Mediante la operación filosófica a la que, en su mayor parte, se la concibió como mental, este ser fue liberado de la oscuridad y del cautiverio y, finalmente, experimentó una resurrección a la que a menudo se representa en forma de una apoteosis, estableciéndose la analogía a la resurrección de Cristo. De ello despréndese que en esas representaciones no puede tratarse de un ser identificable con el yo empírico, sino más bien de una “naturaleza divina”, diferente de ése, o sea, en términos psicológicos, de un contenido que se origina en la región de lo inconsciente y trasciende a la conciencia.
Así volvemos a las experiencias modernas. Es evidente que son de índole parecida a las de las ideas capitales de la Edad Media y, asimismo, de la Antigüedad; de ahí su posibilidad de expresarlas con símbolos iguales o, al menos, semejantes. Las representaciones del círculo de la Edad Media básanse en la idea del microcosmos -concepto éste que también se aplicó a la piedra. La piedra era un “mundus minor” (mundo menor), como el propio hombre, y por tanto en cierto modo una imagen interior del cosmos, la que se extiende, empero, no a una distancia inconmensurable, sino a una profundidad igualmente inmensurable, es decir, desde lo pequeño a lo ínfimo inimaginable. De ahí que Mylius denominara a este centro también“punctum cordis” (punto del corazón).
La experiencia formulada en el mandala moderno es típica de los hombres que no saben ya proyectar la imagen divina. En razón de la renuncia a la imagen y de su introyección hállanse amenazados por la inflación y la disolución de la personalidad. Por eso, las delimitaciones redondas o cuadradas del centro tienen por finalidad la erección de muros protectores o de un vas hermeticum (recipiente hermético) que evite una irrupción o un desmoronamiento. Así, el mandala significa y apoya la concentración exclusiva en el centro, es decir, el “sí-mismo” (Selbst). Tal estado no es egocentricidad, ni mucho menos. Por el contrario, representa una muy necesaria autolimitación, a objeto de evitar la inflación y la disociación.
Según hemos visto, la delimitación significa asimismo aquello que se denomina témenos –recinto de un templo o algún lugar sagrado y aislado. En este caso, el círculo protege o aísla un contenido o proceso interior que no ha de mezclarse con las cosas de afuera. Así, el mandala repite en forma simbólica medios y métodos arcaicos que antaño constituyeron realidades concretas. Según se mencionó antes, el morador del témenos era el dios. Mas el prisionero o el habitante bien protegido por el mandala no parece ser dios alguno, por cuanto los símbolos empleados -verbigracia, estrellas, cruces, esferas, etc.-, no se refieren a ningún dios, sino antes bien a una parte, notoriamente importante, de la personalidad humana. Diríase que el hombre mismo, o su alma íntima, es prisionero o habitante protegido del mandala. Como los mandalas modernos representan sorprendentes paralelos cercanos a los viejos círculos mágicos, en cuyo centro de ordinario hallamos la divinidad, es evidente que, en el mandala moderno, por decirlo así, el hombre, o sea, la base profunda del “sí mismo”(Selbst), no ha sustituído a la divinidad sino que la ha simbolizado.
Es notable que este símbolo constituya un acontecimiento natural y espontáneo y que siempre y decididamente sea una creación de lo inconsciente, según lo denota claramente nuestro sueño. Si queremos saber qué sucederá en caso que la idea de Dios no se halle proyectada ya como una existencia autónoma, la respuesta del alma inconsciente será: lo inconsciente crea la idea de un hombre deificado o divino, encarcelado, escondido, protegido, casi siempre privado de su personalidad y representado por un símbolo abstracto. Los símbolos contienen frecuentes alusiones a la representación medieval del microcosmos, como sucede, por ejemplo, en el reloj del universo de mi paciente. Muchos de los procesos que llevan hacia el mandala, e inclusive este último, parecen confirmaciones directas de la especulación medieval. Es como si la gente hubiera leído los viejos tratados acerca de la piedra filosofal, el agua divina, la redondez, la cuadratura, los cuatro colores, etcétera., y, sin embargo, no tuvieron jamás contacto con esta filosofía y su oscuro simbolismo.
Difícil es apreciar tales hechos en su justo valor. Si, en primera línea, quisiera hacerse hincapié en su evidente e impresionante semejanza con el simbolismo medieval, precisaría explicarlos mediante una suerte de regresión a los modos medievales y arcaicos de pensar. Mas donde se verifican tales regresiones, invariablemente se origina una adaptación defectuosa y una correspondiente falta de aptitudes. Pero tal resultado no es, en modo alguno, típico del desarrollo psíquico aquí descrito. Por el contrario, los estados neuróticos y disociados mejoran considerablemente y la personalidad total experimenta una transformación positiva. Por esta razón opino que no debe juzgarse el proceso en cuestión como mera regresión, lo cual equivaldría a comprobar un estado patológico. Tiendo más bien a considerar ese aparente retroceso a fenómenos anteriores, tal cual lo efectúa la psicología del mandala, como una continuación de un proceso del desarrollo espiritual iniciado en los albores de la Edad Media y, acaso, más temprano aún, en tiempos de los primeros cristianos. Existen pruebas documentales de que sus símbolos esenciales en parte existieron ya en el siglo I. Me refiero al tratado griego, intitulado: Comario, el arcipreste, le enseña el arte divino a Cleopatra. El texto es de origen egipcio y no acusa influencia cristiana alguna. A esta dirección pertenecen también los textos místicos del Pseudo Demócrito y en Zósimo. En el último autor se dejan ver, empero, influencias judías y cristianas, no obstante ser neoplatónico el simbolismo principal y hallarse íntimamente vinculado con la filosofía del Corpus Hermeticum.
El hecho de que el simbolismo relacionado con el mandala tenga una gran afinidad con ciertas pistas que se remontan a fuentes paganas, ilumina estos fenómenos modernos de un modo particular. Continúan una dirección mental de los gnósticos sin que medie el apoyo de la tradición directa. Si es en general acertado mi supuesto de que toda religión constituye la manifestación espontánea de un cierto estado anímico, el cristianismo constituyó la formulación de un estado predominante al comienzo de nuestra era y durante una serie de centurias siguientes. Pero el que una señalada situación anímica prevaleciese en cierta era, no excluye la existencia de estados anímicos diferentes en otra época. Dichos estados son asimismo capaces de expresión religiosa. Durante un tiempo el cristianismo debió defender su vida contra el gnosticismo, que correspondía a un estado un tanto diverso del alma. El gnosticismo fue aniquilado por completo, y sus residuos hállanse en tal medida mutilados, que para obtener alguna comprensión de su significado íntimo precísase un estudio especializado. Pero si las raíces históricas de nuestros símbolos se retrotraen más allá de la Edad Media, a la Antigüedad, su parte mayor encuéntrase, indudablemente, en el gnosticismo. No me parece ilógico que un estado anímico anteriormente suprimido vuelva a presentarse cuando las ideas capitales de la condición supresora van cediendo en su influencia. No obstante habérsela extinguido, la herejía gnóstica perduró a través de toda la Edad Media bajo formas de que ella misma era inconsciente: tras el disfraz de la alquimia. Es harto sabido que la alquimia componíase de dos partes mutuamente complementarias: de un lado la investigación química propiamente dicha, y de otro, la “teoría” o “filosofía” . Según indica el título de los escritos del Pseudo Demócrito, que pertenece al siglo I, "ta physiká kai ta mystiká" , ambos aspectos iban aparejados ya en el comienzo de nuestra era. Lo mismo cabe decir de los papiros de Leyden y de los escritos de Zósimo. Los puntos de vista religiosos o filosóficos de la alquimia antigua fueron decididamente gnósticos. Los puntos de vista de los tiempos ulteriores giraron en torno a la siguiente idea central: el alma del mundo, el Demiurgo o el espíritu divino, que incubó las aguas caóticas del comienzo, quedó en estado potencial dentro de la materia y con ello se conservó también el estado caótico inicial. Por eso los filósofos o “hijos de la sabiduría” – como se llamaron- opinaron que su primera materia era una parte del caos primitivo, grávido de espíritu. Por “espíritu” entendieron un pneuma semi-material, una especie de“Subtle body” (cuerpo de materia fina) al cual llamaron también “volatile”, identificándolo químicamente con óxidos y otros compuestos solubles. Llamaron Mercurio al espíritu, lo que corresponde al término químico, pero que, como “Mercurius noster”, no era el Hg común; desde el punto de vista filosófico mentaba a Hermes, el Dios de la revelación que, como Hermes Trismegistos, fue el primer padre de la alquimia. Abrigaban ellos la intención de extraer del caos al espíritu divino primitivo, y este extracto fue llamado quinta essentia, aqua permanens,hydor theion, baphe o tinctura. Un insigne alquimista, Johannes de Rupescissa (muerto alrededor de 1375) llama a la quinta esencia “el cielo humano”. Era para él, un líquido azul e indestructible como el cielo. Dice que la quinta esencia tiene el color del cielo “y nuestro sol la ha adornado del mismo modo que el sol adorna el cielo”. El sol es una alegoría del oro. “Este sol es el oro verdadero”, y continúa diciendo: “Estas dos cosas juntas influyen sobre nosotros... las condiciones del cielo de los cielos y del sol celestial”. Evidentemente, su idea es que la quinta esencia, el firmamento celeste y el sol en él, producen en nosotros las correspondientes imágenes del cielo y del sol celestial. Es la imagen de un microcosmos azul y de oro que yo quisiera comparar directamente con la visión celestial de Guillaume. Sin embargo, los colores están cambiados: en Johannes de Rupescissa el disco es de oro, y el cielo azul. Mi paciente, en el que el ordenamiento es semejante, se halla, al parecer, más bien del lado de los alquimistas.
El líquido milagroso, el agua divina que es llamada cielo, refiérese a las “aguas supracelestiales” del Génesis I, 6. En su aspecto funcional se la figuraron como una especie de agua bautismal que, como el agua sagrada de la Iglesia, posee una propiedad creadora y transformadora. La Iglesia católica todavía hoy efectúa el rito de la bendición del agua, propio del Sábado Santo que precede a la Fiesta de la Resurrección. El rito consiste en una repetición del descenso del Espíritu Santo al agua. Con ello, el agua común adquiere la propiedad divina de transformar y de dar al hombre el renacimiento espiritual. Esto es, precisamente, la idea que del agua divina tenían los alquimistas, y no habría dificultad alguna en deducir del rito de la bendición del agua el aqua permanens de la alquimia, de no mediar el hecho que el “agua eterna” es de origen pagano y, sin duda, de mayor edad que la otra. Encontramos el agua milagrosa en los primeros tratados de la alquimia griega, que pertenecen al siglo I . Por lo demás, el descenso del espíritu en la physis es también una representación de los gnósticos que ejerció suma influencia sobre Manes. Y posiblemente fueron influencias maniqueas las que contribuyeron a convertir esa idea en la idea principal de la alquimia latina. Fue la intención de los filósofos transformar en oro la materia imperfecta, químicamente en la Panacea o el elixir vitate, y filosófica o místicamente, en el hermafrodita divino, el segundo Adán, el cuerpo de resurrección, glorificado e inmortal, o ellumen luminum (la luz de las luces), la iluminación del espíritu humano o la sapientia(sabiduría). Según pude mostrarlo con Richard Wilhelm, la alquimia china produjo la misma idea al decir que la meta del opus magnum (la gran obra) . la constituía la creación del “cuerpo diamantino” .
Todos esos paralelos no significan más que un mero intento de ordenar históricamente mis observaciones psicológicas. Sin la conexión histórica quedarían suspendidas en el aire sin pasar de una mera curiosidad, a pesar de que se podrían comparar con los sueños descriptos en este estudio una considerable cantidad de otros testimonios modernos. A guisa de ejemplo menciono la serie de sueños de una joven señora: el sueño inicial refiérese principalmente al recuerdo de una experiencia real, a una ceremonia bautismal de una secta protestante, que se efectuó bajo condiciones particularmente grotescas e inclusive repugnantes. El material asociado fue un precipitado de todas sus desilusiones religiosas. El sueño siguiente, empero, le mostró una imagen que ella no comprendió en absoluto y que, menos aún, supo relacionar con el sueño anterior. Con sólo anteponer al sueño las palabras “en cambio”, habría sido posible facilitarle el entendimiento. El sueño en cuestión reza: “Ella se encuentra en un observatorio planetario, un ambiente muy impresionante, cubierto por la bóveda celeste. Arriba, en el firmamento, brillan dos astros: uno es blanco; es Mercurio. El otro, en cambio, irradia ondas de luz cálidas y rojizas, y ella no lo conoce. Ahora ve que las paredes por debajo de la bóveda están adornadas con frescos. Sólo reconoce claramente una de las pinturas: es una representación antigua de cómo Adonis nace de un árbol”.
La sujeto interpreta las “ondas de luz rojizas” como “afectos calurosos”, como “amor”. Y opina que entonces el astro sería Venus. La pintura del nacimiento del árbol pudo verla en cierta ocasión en un museo y, en esta oportunidad, llegó a conocer también que Adonis (Attis), en su carácter de dios que muere y resucita, es también un dios del renacimiento.
En el primer sueño se hace, pues, una crítica violenta a las religiones según la observan las iglesias, y en el segundo continúa la visión mandálica de un reloj del universo, en virtud de que el observatorio descrito corresponde en forma ajustada a semejante reloj. En el firmamento se halla unida la pareja de los dioses, blanco él y roja ella, a la inversa de la famosa pareja alquimista, donde él es rojo y ella blanca, llamándose ella, por lo tanto, Beya (en árabe: el baida), la blanca y él servus rubeus (el esclavo rojo) a pesar de que él, en su carácter de Gabricio, (en árabe: kibrit: azufre) es el hermano de ella, de sangre real. La pareja de dioses tiene parentesco con las alegorías cristianas de Guillaume de Digulleville. La alusión al nacimiento de Adonis corresponde a aquellos sueños de mi paciente que se ocuparon de los misteriosos ritos de creación y restauración.
Ahora bien, ambos sueños en principio constituyen una amplia repetición de los pensamientos de mi enfermo, si bien no tienen nada en común con los sueños de éste -excepción hecha de la miseria espiritual de nuestra época. Según expuse antes, la vinculación del simbolismo espontáneo moderno con las teorías antiguas y las creencias antiguas, no se llevó a cabo ni por la tradición directa ni por la indirecta, y ni siquiera por tradición secreta -como se supone a menudo sin testimonios concluyentes de ello. La más cuidadosa investigación jamás reveló posibilidad alguna de que mis pacientes hubieran conocido los libros pertinentes o pudiesen haber recibido otras informaciones acerca de esas ideas. A lo que parece, su inconsciente ha trabajado en la misma dirección mental que ha vuelto a manifestarse constantemente durante los últimos dos milenios. Semejante continuidad tan sólo puede darse si suponemos que existe cierta condición inconsciente como un a priori herezado. Con tal supuesto, no me refiero, naturalmente, a una herencia de representaciones -cuya demostración, si no enteramente imposible, sería muy difícil. Supongo más bien que la propiedad heredada es algo así como la posibilidad formal de volver a producir las mismas ideas o, al menos, parecidas. A esta posibilidad la he llamado “arquetipo”. Entiendo pues por arquetipo una propiedad o condición estructural, propia de la psique que, de algún modo, se vincula con el cerebro.
A la luz de semejantes paralelos históricos, el mandala simboliza al ser divino que dormido hasta el momento hallábase escondido en el cuerpo y ahora está extraído y revivificado, o el recipiente o lugar donde ocurre la transfiguración del hombre en ser “divino”. Me hago perfecto cargo de que tales formulaciones inevitablemente evocan ciertas extravagantes especulaciones metafísicas. Es de lamentar tal vecindad con lo extravagante, mas eso es, precisamente, lo que produce y lo que siempre ha producido el espíritu humano. A una psicología que supone la posibilidad de prescindir de esos hechos, no le queda otro recurso que excluirlos artificialmente. A tal proceder yo lo estimaría como un prejuicio filosófico, ilícito desde el punto de vista empírico. Acaso debiera subrayar que mediante aquellas formulaciones no establecemos verdad metafísica alguna. Trátase, meramente, de una comprobación de que así funciona el espíritu. También es un hecho la considerable mejoría de mi paciente tras la visión del mandala. Si se comprende el problema que solucionó esa visión se comprenderá asimismo por qué el paciente experimentó esa sensación de “armonía sublime”.
De ser posible, no vacilaría un instante y suprimiría toda especulación en torno a las posibles consecuencias de la tan oscura y lejana experiencia del mandala. Mas dicho tipo de experiencia no es, para mí, ni oscura ni lejana. Bien al contrario, trátase de un asunto que casi todos los días observo en mi profesión. Conozco un número bastante grande de personas que si quieren vivir deben tomar en serio su experiencia íntima. Para expresarlo en forma pesimista, sólo pueden elegir entre el diablo y Belcebú. El diablo es el mandala o algo equivalente, y Belcebú su neurosis. Un racionalista bien intencionado podría decir que expulso a Belcebú y al diablo y que reemplazo una neurosis honrada por el engaño de una fe religiosa. En lo tocante a lo primero, nada puedo contestar, dado que no soy un experto metafísico, mas con referencia a lo último he de señalar que no se trata de una cuestión de fe, sino de experiencia. La experiencia religiosa es absoluta. No cabe discutirse acerca de ella. Una persona puede decir tan sólo que nunca tuvo una experiencia de esa índole, a lo cual replicará el opositor: “Lo lamento mucho, pero yo sí”. Y ello pondrá término a toda discusión. Es indiferente lo que piensa el mundo en punto a la experiencia religiosa: quien la tiene, posee, como inestimable tesoro, algo que se convirtió para él en fuente de vida, sentido y belleza, otorgando nuevo brillo al mundo y a la humanidad. Tiene pistis y paz. ¿Cuál es el criterio que permite afirmar que semejante vida no es legítima, que semejante experiencia no es valedera, y que-esa pistis es una mera ilusión? ¿Existe en rigor verdad mejor acerca de los novísimos que aquella que nos ayuda a vivir? He aquí por qué he tomado en seria consideración los símbolos creados por el inconsciente. Son lo único capaz de persuadir al espíritu crítico del hombre moderno. Convencen subjetivamente por motivos muy pasados de moda: son avasalladores, expresión ésta que corresponde aproximadamente al sentido de la palabra latina “convincere”, que significa “vencer” y “convencer”. Lo que cura una neurosis debe ser tan convincente como la neurosis; y como la última es de enorme realidad, la experiencia benéfica ha de estar provista de una realidad equivalente. De formularse de un modo pesimista, cabe afirmar que debe de tratarse de una ilusión muy real. Pero ¿qué diferencia media entre una ilusión real y una experiencia religiosa curativa?. Una simple diferencia de palabras Podría decirse, por ejemplo, que la vida es una enfermedad con una prognosis muy mala: se prolonga durante años para terminar con la muerte; o que la normalidad es un defecto constitucional que prevalece comúnmente, o que el hombre es un animal cuyo cerebro tiene un fatal hiperdesarrollo. Este modo de pensar es el privilegio de los criticones habituales, cuya digestión sufre desarreglos. Nadie puede saber qué son los novísimos; por tanto, hemos de tomarlos tal cual los experimentamos. Y si semejante experiencia contribuye a hacer mas sana o más bella o más perfecta o más razonable la vida –tanto la nuestra como la de quienes amamos-, con toda tranquilidad podemos decir: “Fue una gracia de Dios”. Con ello no se ha comprobado verdad sobrehumana alguna, y debe confesarse, con toda humildad que, extra ecclesiam, la experiencia religiosa es subjetiva y se halla expuesta al peligro del error ilimitado. La aventura espiritual de nuestra época consiste en la entrega de la conciencia humana a lo indeterminado e indeterminable, si bien nos parece –y esto no sin razón- como si también en lo ilimitado rigieran aquellas leyes anímicas que el hombre no imaginó, pero cuyo conocimiento adquirió por la “gnosis” en el simbolismo del dogma cristiano, el que tan solo socavarán los necios negligentes y no los amantes del alma.

02.12.2013 19:48

Capítulo II

EL DOGMA Y LOS SIMBOLOS NATURALES

El primero de estos sueños (el que precede al de la iglesia) refiérese a una ceremonia con la cual se intenta reproducir a un mono. Una explicación suficiente de ese punto demandaría excesivo pormenor. Me reduciré sólo a señalar que el “mono” connota la personalidad instintiva del soñador, descuidada por éste en favor de una actitud puramente intelectualista, cuya consecuencia fue que vencieran sus instintos, acometiéndole de tanto en tanto en forma de estallidos indómitos. La “reproducción” del mono significa la reconstrucción de la personalidad instintiva dentro del marco de la jerarquía de la conciencia -reconstrucción posible sólo cuando la acompañan importantes modificaciones de la actitud consciente. Como es natural, temía las tendencias de lo inconsciente, pues hasta entonces habíansele presentado en su forma más desfavorable. El sueño siguiente, el de la iglesia, constituye un intento de -apelar ante este miedo- al amparo de la religión establecida por una iglesia. El tercer sueño –que alude a la “transformación de animales en seres humanos” - prosigue evidentemente con el tema del primero: el mono es reproducido con el único fin de ser más tarde metamorfoseado en ser humano. El paciente, sería entonces otra persona, lo cual equivale a decir que, mediante la sustitución de su vida instintiva, hasta ahora separada de él, debe someterse a un cambio importante y devenir así un hombre nuevo. El espíritu moderno ha olvidado esas antiguas verdades alusivas a la muerte del viejo Adán, a la creación de un nuevo hombre, al renacimiento espiritual y a otros “absurdos místicos” pasados de moda. Moderno hombre de ciencia, en más de una oportunidad mi paciente sentíase presa de pánico cuando reparaba hasta qué punto tales pensamientos apoderábanse íntimamente de su ser. Temía enloquecer, aunque dos milenios antes los hombres se habrían alegrado sobremanera ante semejantes sueños, en la esperanza de que fueran el anuncio de un renacimiento del espíritu y de una vida renovada. Pero nuestra actitud moderna habla con orgullo de las tinieblas de la superstición y de la credulidad medieval o primitiva, olvidando por completo que con nosotros llevamos todo el pasado, escondido en los sótanos del rascacielos que es nuestra conciencia racional. Sin esos estratos inferiores nuestro espíritu hállase en el aire; no debe sorprendernos, pues, que en tal situación alguien se vuelva nervioso. La verdadera historia del espíritu no se conserva en los libros doctos, sino en el organismo vivo, anímico, de cada individuo.
Sin embargo, debo admitir que la idea de renovación adoptó formas que en verdad podrían resultar chocantes a un espíritu moderno. Efectivamente; si no imposible, es cuando menos difícil hacer concordar aquello que comprendemos por “renacimiento” con la forma descrita en los sueños. Mas antes de ocuparnos de la singular e inesperada transformación a que hemos hecho referencia, debemos aún hablar del otro sueño, claramente religioso, que mencioné arriba.
En tanto que el sueño de la iglesia se halla más bien al comienzo de la larga serie, el siguiente pertenece a los estadios más tardíos del proceso. El texto literal reza así:
“Entro en una casa sumamente solemne, la "Casa de la Meditación". En el fondo hay muchas velas dispuestas en forma especial, de modo que cuatro puntas señalan hacia arriba. Afuera, junto a la puerta de la casa, se encuentra un hombre viejo. Hay gente que entra. No dicen nada y quedan parados, sin moverse, a fin de concentrarse. El hombre de la puerta dice a propósito de los visitantes de la casa: "Tan pronto salgan serán puros". Ahora entro yo mismo en la casa y me puedo concentrar por completo. Entonces una voz dice: Lo que haces, es peligroso. La religión no es el impuesto que debes abonar a fin de poder prescindir de la imagen de la mujer, pues esta imagen es imprescindible. ¡Guay de aquellos que usen la religión a manera de sustituto de otro aspecto de la vida del alma! Están equivocados y se hallarán condenados. La religión no es ningún sustituto, sino que, como última perfección, ha de ser agregada a las otras actividades del alma. De la plenitud de la vida habrás de engendrar tu religión; sólo entonces serás bienaventurado”. Junto con la última frase, pronunciada especialmente fuerte, oigo una música lejana, acordes simples tocados en un órgano. Alguna cosa en ellos me hace recordar el motivo del fuego mágico, de Wagner. Ahora, al salir de la casa, veo una montaña en llamas y pienso que "un fuego que no se puede apagar, es un fuego sagrado”.

El paciente está hondamente impresionado por este sueño. Constituye para él una vivencia solemne e importante: una de las que produjeron una profunda transformación de su actitud frente a la vida y a la humanidad.
No resulta arduo ver que este sueño representa un paralelo del sueño de la iglesia; sólo que esta vez la iglesia se convierte en una “Casa de la Solemnidad” y de la “Meditación íntima”. No hay alusión alguna a ceremonias ni a otros atributos conocidos de la Iglesia católica, con la única excepción de las velas encendidas, dispuestas en una forma simbólica, acaso proveniente del culto católico. Forma cuatro pirámides o puntas que, posiblemente, anticipan la visión final de la montaña en llamas. En efecto, el número cuatro aparece con frecuencia en los sueños del paciente y desempeña un papel de suma importancia. El fuego sagrado se refiere a “Santa-Juana” de Bernard Shaw, según señala el propio sujeto. De otra parte, el fuego que "no se puede apagar" es un bien conocido atributo de la divinidad, mencionado no sólo en el Viejo Testamento sino también como alegoría de Cristo en una sentencia no canónica del Señor que se halla en las Homilías de Orígenes: “Ait ipse salvator: qui iuxta me est, iuxta ignem est, qui longe est a me, longe est a regno”. (Quienquiera está cerca de mí, está cerca del fuego; quienquiera está lejos de mí, está lejos del reino). A partir de Heráclito la vida ha sido representada como un pyraeizoon, es decir, como un fuego eternamente vivo, y dado que Cristo mismo se caracteriza como “la Vida”, compréndese la sentencia no canónica. El símbolo del fuego con el significado de “vida”, armoniza con la índole del sueño que destaca que la “plenitud de la vida” es la única fuente legítima de la religión. Así, las cuatro puntas de fuego casi desempeñan la función de un icono que indica la presencia de la divinidad o de un ser parecido, es decir, de igual valor. En el sistema de los Barbelistos, el autogenés (el nacido de sí mismo, o el increado) hállase rodeado de cuatro velas. Esta extraña figura correspondería asimismo al monogenés de la gnosis copta del Códice Bruciano. También allí el monogenés está caracterizado como símbolo de la cuaternidad.
Según expliqué arriba, el número cuatro cumple en esos sueños un papel destacado y alude siempre a una idea afín con la tetractis de los pitagóricos.
El cuaternario o la cuaternidad tiene larga historia. No se presenta sólo en la iconología y especulación mística cristiana; acaso desempeñe un papel mas significativo aún en la filosofía gnóstica, y a partir de ésta a través de toda la Edad Media hasta entrar en el siglo XVIII .
En el sueño tratado, la cuaternidad se presenta como el más elevado exponente del culto religioso tal como lo había creado lo inconsciente. En su sueño el paciente entra solo en la “Casa de la Meditación”, en lugar de hacerlo con un amigo, según ocurre en el sueño de la iglesia. En el interior se encuentra con un hombre viejo, que ya en un sueño anterior habíasele aparecido como el sabio, indicándole en aquella oportunidad un sitio especial de la tierra como apropiado para que viviera allí. El viejo le explica que el culto es un ritual de purificación. Mas del texto del sueño no se desprende a qué tipo de purificación se refiere o de qué ha de purificarse. El único rito que en verdad ocurre, parece una concentración o meditación que nos lleva al fenómeno extático de la voz.
En esta serie onírica se halla a menudo la voz, haciendo siempre una declaración autoritaria o dando una orden que, o bien exhibe un sorprendente sentido común, o bien constituye una observación de sentido filosófico. Por lo regular trátase de una comprobación definitiva y de ordinario aparece hacia el final de un sueño y, casi invariablemente, es tan clara y convincente que el soñador no halla réplica alguna. Lo que dice la voz tiene, de hecho, carácter de verdad incontrastable, de modo que resulta poco menos que imposible no ver en ello sino la conclusión irrefutable de una prolongada e inconsciente meditación y ponderación de argumentos. A menudo proviene ella de un individuo imperioso, por ejemplo, de un jefe militar o del capitán de un buque o de un viejo médico. Algunas veces trátase simplemente de una voz que, al parecer, viene de la nada. Resultó interesante ver cómo recibió la voz este hombre, intelectual y escéptico. Muchas veces era contraria a su conveniencia y sin embargo la aceptó sin preguntar, e inclusive con humildad. Así, en el curso de varios centenares de sueños, cuidadosamente apuntados, la voz se reveló como representante esencial y aun categórica del inconsciente. Como de ningún modo constituye el paciente el único caso en el cual haya observado el fenómeno de la voz en sueños y en otros estados especiales de conciencia, debo admitir que lo inconsciente suele manifestar una inteligencia y una finalidad superiores a la comprensión consciente de que somos actualmente capaces. Es incuestionable que este hecho observado en un caso cuya actitud espiritual consciente apenas parecía capaz de producir fenómenos religiosos -constituye un fenómeno religioso básico. No raras veces me ha sido dable hacer observaciones parecidas en otros casos, y he de confesar que no puedo formular los hechos de otra manera. Con frecuencia he debido encarar la objeción de que los pensamientos pregonados por la voz no son sino los propios pensamientos del individuo. Tal vez sea así: pero yo tan sólo designaría un pensamiento como mío si lo hubiera pensado yo, así como únicamente consideraría mía una suma de dinero que yo hubiese adquirido consciente y legítimamente. Si alguien me lo hubiese regalado, no le diría ciertamente a mi bienhechor: “Te agradezco mi dinero”; aunque podría decir luego a una tercera persona: “Este dinero me pertenece”. En una situación parecida hállome respecto a la voz. La voz me facilita ciertos contenidos, del mismo modo que un amigo me comunicaría sus ideas. Si afirmase que lo que él dice, originariamente y en primer lugar, son mis propias ideas, ello no sería decente, ni correspondería a la verdad, sino que se trataría de un plagio.
De ahí que yo distinga entre lo que he creado o adquirido por mi propio empeño consciente y lo que, clara e inequívocamente, constituye una creación de lo inconsciente. Podría objetarse que lo llamado inconsciente es meramente mi propia psique y que por ende sobra tal discriminación. Mas de ningún modo estoy persuadido de que lo inconsciente sea, en rigor, tan sólo mi psique, pues el concepto de “inconsciente” significa que no tengo conciencia de ello. El concepto de inconsciente es, en verdad, un mero supuesto cómodo. En realidad, me hallo inconsciente acerca de ello; en otras palabras, no sé ni siquiera dónde se origina la voz. No sólo soy incapaz de producir voluntariamente el fenómeno, sino que tampoco me es posible conocer anticipadamente el contenido del mensaje. En estas condiciones sería una audacia calificar el factor productor de la voz como mi inconsciente o mi espíritu. Por lo menos no sería exacto. El hecho de que percibamos la voz en nuestros sueños no demuestra nada, pues también podemos percibir el ruido de una calle y a nadie se le ocurriría considerar este ruido como suyo propio.
Existe una única condición bajo la cual con toda licitud podríamos llamar nuestra a la voz: cuando suponemos que la personalidad consciente constituye una parte de un todo o es un círculo menor contenido en otro mayor. Un auxiliar de banco que al mostrar a un amigo la ciudad le indicase el edificio donde trabaja diciéndole: “Y éste es mi banco”, utilizaría el mismo privilegio.
Podemos suponer que la personalidad humana comprende dos cosas: primero, la conciencia y todo cuanto ésta abarca, y segundo, el amplio fondo indeterminablemente grande que constituye la psique inconsciente. La personalidad consciente es definible con menor o mayor claridad; tratándose de la personalidad humana en su conjunto, hemos de reconocer la imposibilidad de una descripción completa. En otros términos: en toda personalidad hay, inevitablemente, algo adicional, ilimitado e indefinible, puesto que la personalidad muestra una parte inconsciente y observable; ahora bien, a fin de explicar determinados hechos nos vemos obligados a postular ciertos factores no contenidos en dicha parte consciente. Estos factores desconocidos constituyen aquello que designamos como la parte inconsciente de la personalidad.
No podemos penetrar la naturaleza de esos factores, en razón de que sólo nos es dable observar sus efectos. Los suponemos de índole psíquica, semejante a la de los contenidos conscientes, pero,en este respecto, no existe seguridad alguna. Supuesta tal analogía, impónense casi por fuerza algunas inferencias más. Dado que los contenidos anímicos sólo son conscientes y perceptibles en la medida en que se asocian a un ego, sería factible que el fenómeno de la voz, con su carácter decididamente personal, procediera asimismo del centro de un ego, que no sería, empero, idéntico al yo consciente. Tal conclusión será admisible siempre que consideremos al yo subordinado o contenido en un “sí-mismo” (Selbst) superior que constituye el centro de la personalidad psíquica total, ilimitada e indefinible.
No soy partidario de argumentos filosóficos que se recrean con las complicaciones inventadas por ellos mismos. Si bien mi planteamiento parece sofístico, representa, cuando menos, una bien intencionada pretensión de formular hechos observados. Verbigracia, podría decirse muy simplemente: dado que no lo sabemos todo, prácticamente toda experiencia, hecho u objeto, involucran algo desconocido. Por consiguiente, si hablamos de la totalidad de una experiencia, el término “totalidad” sólo puede referirse a la parte consciente de la misma. Como no cabe suponer que nuestra experiencia abrace la totalidad del objeto, es claro que la totalidad absoluta de éste necesariamente habrá de contener una parte no experimentada. Esto mismo es válido -según dije antes- para toda experiencia y, asimismo, para la psique,
cuya totalidad absoluta abarca en todos los casos una extensión harto mayor que la conciencia. En otras palabras: la psique no constituye excepción alguna a la regla general según la cual la esencia del universo sólo puede conocerse en la medida permitida por nuestro organismo psíquico.
La experiencia psicológica invariablemente me ha mostrado que ciertos contenidos proceden de una psique más amplia que la conciencia. Con frecuencia encierran un análisis, una comprensión o un saber superiores al que la conciencia sería capaz de producir. El término apropiado para estos acontecimientos es intuición. Al oírlo, la mayoría de la gente experimenta un sentimiento agradable, como si con él se dijera algo. Pero jamás reparan que la intuición no se hace, sino que, por el contrario, siempre adviene espontáneamente: se tiene una ocurrencia, originada de por sí, y a la que podemos captar sólo cuando le echamos mano con suficiente rapidez.
Por lo tanto, explícome la voz escuchada en el sueño de la casa solemne como un producto de la personalidad más completa -parte de la cual representa la faceta consciente del soñador. Y opino que ahí reside el motivo de que la voz muestre una inteligencia y claridad superiores a la conciencia simultánea del paciente. Esa superioridad explica la autoridad absoluta de la voz.
El mensaje implica una crítica notable a la actitud del soñador. En el sueño de la iglesia intentó éste reunir los dos aspectos de la vida mediante una suerte de compromiso barato. Ya sabemos que la mujer desconocida -el anima- no estaba de acuerdo con ello y desapareció del escenario. En este sueño la voz parece haber ocupado el lugar del anima. Es cierto que no formula una protesta de carácter meramente afectivo, sino que avanza una verdadera explicación, de dos tipos de religión. Prueba ello que el paciente inclínase a usar la religión a manera de sustituto de la “imagen de la mujer”, según reza el texto. La palabra “mujer” hace referencia al anima, tal como se desprende de la oración siguiente, donde se alude a la religión utilizada a título de reemplazante del “otro lado de la vida del alma”. Conforme expliqué antes, el anima es el “otro lado”; representa la minoría femenina oculta bajo el umbral de la conciencia: a lo inconsciente. La crítica vendría, pues, a decir: “Tú ensayas la religión a fin de huir de tu inconsciente. La usas como sustituto de una parte de la vida de tu alma. Pero la religión es fruto y culminación de la vida conducida a la perfección, de una vida que entraña ambos aspectos”.
Una atenta confrontación con otros sueños de esa misma serie denuncia en forma inequívoca qué es ese “otro lado”. El paciente de continuo buscaba esquivar sus necesidades afectivas, pues temía que pudieran causarle inconvenientes -- el matrimonio, etc., etc., y enredarle en nuevas responsabilidades, como el amor, la entrega de sí, la fidelidad, la confianza, la dependencia afectiva y, en general, la subordinación a las exigencias del alma. todo ello era ajeno a la ciencia o a una carrera académica; además, la palabra “alma” sólo significaba una inconsciencia intelectual en la que a todo precio no debía incurrirse.
El “secreto” del anima es la alusión religiosa –gran enigma para mi enfermo que, como es natural, de la religión no sabía sino que era una confesión, y nada más. También sabía que la religión podía ocupar el lugar de ciertas exigencias afectivas desagradables, acaso eludibles mediante la religiosidad. Los prejuicios de nuestra época refléjanse con toda nitidez en los temores del soñador. La voz, por lo demás nada ortodoxa, resulta inclusive chocante en su falta de convencionalismo: toma en serio la religión, la instala en la cumbre de la vida, de una vida con “ambos lados”, quebrantando así los más estimados prejuicios intelectualistas y racionalistas. Ello significó para mi paciente tan enorme subversión, que a menudo temía enloquecer. Pues bien, como que conocemos al intelectual adocenado de hogaño y de antaño, nos es dable compadecer su ingrata situación. Tomar en seria consideración la “imagen de la mujer”, lo inconsciente, ¡qué fiasco mayúsculo para el ilustrado sentido común! 
Inicié el tratamiento personal luego de haber examinado su primera serie de aproximadamente 350 sueños. Hacia entonces, sufría una violenta reacción a causa de sus vivencias íntimas. Habría querido escapar de su propia ventura. Pero el hombre, felizmente, poseía “religio”: “tomó en consideración cuidadosa su experiencia”, y tenía en relación con sus experiencias, la suficiente pistis o lealtad como para atenerse a ellas y proseguirlas. Poseía la gran ventaja de ser neurótico y, por eso, cada vez que intentaba apartarse de su experiencia o de negar la voz, el estado neurótico reaparecía de inmediato. No pudo “apagar el fuego”, y debió finalmente admitir el carácter inconcebiblemente numinoso de su experiencia. Hubo de reconocer que el fuego es inapagable, “sagrado”. Fue ésta la conditio sine qua non de su curación.
Tal vez se arguya que se trata de un caso de excepción, en la medida que son excepciones los hombres completos. Es innegable que la enorme mayoría de la gente culta está integrada por personalidades fragmentarias, así como que en reemplazo de los bienes genuinos apélase a una gran variedad de sustitutos. Mas, para este hombre, el ser un fragmento equivalió a una neurosis, y lo mismo ocurre con un amplio número de personas. Lo que corrientemente y por lo general acostúmbrase denominar “religión” representa en tal asombroso grado un sustituto, que me pregunto con toda seriedad si tal religión –a la que yo prefería denominar “confesión”- no desempeñará una importante función en la sociedad humana. El sustituto persigue la finalidad evidente de reemplazar la experiencia inmediata por una selección de símbolos adecuados envueltos en un dogma y ritual firmemente organizados. La Iglesia Católica los sostiene en virtud de su autoridad absoluta; la “Iglesia” protestante (si es permisible emplear aquí el concepto de “iglesia”) por su acentuación de la fe en el mensaje de los Evangelios. En tanto ambos principios sean eficaces, los hombres se ven adecuadamente protegidos contra la experiencia religiosa inmediata . Y es más; si no obstante ello ocúrreles algo inmediato, pueden acudir a la Iglesia, que está en condiciones de decidir si la experiencia provino de Dios o del diablo, si hay que aceptarla o rechazarla.

En mi profesión he tratado individuos con esa experiencia inmediata que, o no querían someterse a la decisión de la autoridad eclesiástica, o no podían hacerlo. Debí acompañarles a través de sus crisis y violentos conflictos, a través del miedo a la locura, de desequilibrios y de depresiones a un tiempo desesperadas, grotescas y horribles, de modo que estoy plenamente persuadido de la extraordinaria importancia del dogma y del ritual, al menos como métodos de higiene espiritual. Si el paciente es un católico practicante, aconséjole, sin excepción, que se confiese y comulgue para resguardarse contra una experiencia inmediata, acaso superior a sus fuerzas. Con los protestantes la tarea no es de ordinario tan fácil, porque dogma y rito se han decolorado y debilitado tanto que han perdido en alto grado su eficacia. Por lo común la confesión no existe, y los pastores comparten la general antipatía hacia los problemas psicológicos y, por desgracia, también la extendida ignorancia psicológica. El sacerdote católico que hace de consejero, por lo general exhibe mayor habilidad psicológica, y acaso, asimismo una más profunda comprensión. Por otra parte, los pastores protestantes han pasado por el entrenamiento científico de la Facultad de Teología, que con su espíritu crítico mina la ingenuidad de la fe; al paso que en la educación de un sacerdote católico, una grandiosa tradición histórica habitualmente fortalece la autoridad de la institución.
En mi carácter de médico, fácil me resultaría adherir a la llamada creencia “científica”, con arreglo a la cual una neurosis no contiene sino sexualidad infantil o afán de poder reprimidos. Mediante tal depreciación de los contenidos anímicos, en alguna medida sería posible resguardar a cierto número de pacientes contra el peligro de las experiencias inmediatas. Pero sé que esta teoría sólo es verdadera en parte; que no penetra más que algunos aspectos de la psique neurótica. Y no puedo decir a mis pacientes nada de lo cual no me halle cabalmente convencido.
Dado que soy protestante, podría ahora observárseme: “Pero también cuando recomienda al católico en cuestión que vea a su sacerdote para confesarse, indica usted algo en que no cree”. A fin de contestar a esa objeción debo señalar antes que -en tanto me es dable evitarlo de algún modo- nunca predico yo mi fe. Si se me pregunta, defiendo, claro esta, mis convicciones, que no van más allá de lo que estimo mi saber. Estoy persuadido de aquello que sé. Lo restante es hipótesis; por lo demás hay sinnúmero de cosas que puedo abandonar a lo desconocido. Esas últimas no me inquietan. Pero, sin duda alguna, empezarían a preocuparme en cuanto sintiera que debería saber algo a su respecto. Por consiguiente, si un enfermo está persuadido del origen exclusivamente sexual de su neurosis, no contrariaría su opinión, porque sé que tal convencimiento, sobre todo si está hondamente arraigado, constituye una excelente defensa contra el asalto de la terrible ambigüedad de la experiencia inmediata. Mientras esta defensa resulte eficaz, no la derribaré, porque tengo presente que han de existir poderosos motivos para que el paciente se vea constreñido a pensar dentro de tan estrecho círculo. Pero si sus sueños empiezan a socavar la teoría protectora, debo acudir en apoyo de la personalidad más amplia -según lo hice en el caso del sueño que acabo de describir. De idéntico modo, y por el mismo motivo, refuerzo la hipótesis del católico practicante en tanto ella le auxilie. En ambos casos apuntalo un medio defensivo contra un riesgo grave sin entrar en la cuestión académica de si la forma de defensa es algo así como una verdad última. Me contento cuando y mientras obre.
En nuestro paciente, el muro de protección católico habíase derribado mucho antes de haber visto yo el caso. Si le hubiera aconsejado que se confesara, o algo parecido, habríase reído de mí, como se reía de la teoría sexual, que tampoco era preciso sostener ante él. Pero en todas las oportunidades hacíale notar que yo estaba por entero del lado de la voz, a la que reconocía como una parte de su futura personalidad más amplia, destinada a librarle de su actitud unilateral.
Para cierta mediocridad intelectual –caracterizada por un racionalismo ilustrado- una teoría científica que simplifique las cosas constituye un excelente recurso de defensa, debido a la inquebrantable fe del hombre moderno en todo cuanto lleve la etiqueta de “científico”. Tal rótulo de inmediato tranquiliza el entendimiento, con resultados casi tan buenos como los de“Roma locuta causa finita”. En mi opinión, desde el punto de vista de la verdad psicológica, toda teoría científica, por sutil que sea, posee en sí menos valor que el dogma religioso, y ello por el simple motivo de que una teoría es por fuerza abstracta y exclusivamente racional, al paso que el dogma expresa por su imagen una totalidad irracional. Este método garantiza una reproducción sobremanera mejor de un hecho tan irracional como la existencia psíquica. Además, el dogma debe su existencia y su forma, por un lado, a las experiencias de la “gnosis” -llamadas inmediatas y reveladas, como, por ejemplo, el Hombre-Dios, la cruz, la partereogénesis, la Inmaculada Concepción, la Trinidad, etcétera-, y por otro a la ininterrumpida colaboración de muchos espíritus y siglos. Acaso no resulte del todo clara la razón por la que denomino ciertos dogmas “experiencias inmediatas”, dado que un dogma es en sí mismo precisamente lo que excluye la experiencia “inmediata”. Mas hay que tomar en cuenta que las imágenes cristianas a que he hecho referencia, no son exclusivas del cristianismo (si bien éste les ha dado un desarrollo y una perfección de sentido que apenas admiten parangón con las de otras religiones). Con idéntica frecuencia encontramos estas imágenes en religiones paganas y, además, con todas las variaciones posibles, pueden reaparecer espontáneamente en forma de fenómenos psíquicos -tal como en un pasado remoto habían provenido de visiones, sueños y estados hipnóticos. Esas ideas no fueron inventadas nunca; nacieron cuando la humanidad no había aprendido aún a emplear el espíritu como actividad que se ajusta a fines. Antes de que los hombres aprendieran a producir pensamientos, les vinieron los pensamientos. No pensaron, sino que percibieron su función espiritual. El dogma se asemeja a un sueño que refleja la actividad espontánea y autónoma de la psique objetiva, de lo inconsciente. Semejante expresión de lo inconsciente constituye un arbitrio de protección contra nuevas experiencias inmediatas harto más eficaz que una teoría científica. Esta última ha de descuidar los valores afectivos de la experiencia; y, justamente en este aspecto, el dogma es, por el contrario, muy expresivo. Una teoría científica pronto es superada por otra; el dogma perdura por siglos incontables. El Hombre-Dios que sufre tiene, por lo menos, 5.000 años; y la Trinidad acaso sea aún más vieja.
El dogma constituye una expresión del alma más completa que una teoría científica, pues esta última sólo es formulada por la conciencia. Además, para la representación de algo vivo, la teoría únicamente puede valerse de conceptos abstractos, en tanto el dogma, sirviéndose de la forma dramática del pecado, de la penitencia, del sacrificio y de la salvación, logra expresar adecuadamente el proceso vivo de lo inconsciente. Desde este punto de vista, no puede sino sorprender que no se haya podido evitar la separación protestante. Mas, como el protestantismo convirtióse en el credo de los germanos, siendo acompañado por la avidez de aventuras, la curiosidad, la sed de conquistas y la desconsideración características de estas tribus, es lícito suponer que su índole especial no armonizaba--al menos a la larga- con la paz de la Iglesia. Parece ser que aún no habían alcanzado el punto de poder soportar un proceso de salvación y someterse a una divinidad que se había manifestado en la grandiosa construcción de la Iglesia. Acaso la Iglesia tenía demasiado del Imperio Romano y de la Pax Romana, al menos para sus energías que -como en el presente- también hallábanse aún poco domesticadas. Tal vez necesitaban una experiencia de Dios inmitigada y menos templada, según suele acontecer con los pueblos aventureros e inquietos, harto jóvenes para cualquier forma de conservatismo o domesticación. De ahí que, unos menos otros más, eliminaran la intercesión eclesiástica entre Dios y el hombre. A consecuencia de la destrucción de los muros de salvaguardia, los protestantes perdieron las imágenes sagradas como expresión de importantes factores inconscientes, y, asimismo, el rito, que desde tiempos inmemoriales ha constituído un camino firme para acomodarse con los poderes insondables de lo inconsciente. Así se liberó gran cantidad de energías, que en seguida fluyó por los viejos canales de la curiosidad y de la sed de conquistas, convirtiendo a Europa en madre de dragones que devoraron casi toda la tierra.
A partir de esos días, el protestantismo se erigió en almácigo de cismas y, a la vez, de un rápido desarrollo científico y técnico que atrajo tan intensamente a la conciencia humana que se echó en olvido las fuerzas insondables del inconsciente. Se necesitaron la catástrofe de la guerra del 14 y las extraordinarias manifestaciones ulteriores de honda conmoción espiritual para que se cuestionase si en verdad estaba todo en su sitio en lo que respecta al espíritu del hombre blanco. Antes del estallido de la conflagración del 14, todos estábamos absolutamente persuadidos de que era posible ordenar el mundo con medios racionales. Ahora presenciamos el cuadro singular de ver estados enteros proclamar la viejísima exigencia de la teocracia, de la totalidad, a la que inevitablemente acompaña la supresión de la libertad de opinión. Volvemos al espectáculo del degollamiento mutuo entre las gentes a causa de teorías pueriles sobre cómo realizar el paraíso en la tierra. No resulta difícil comprender que las potencias del mundo subterráneo -para no decir del infierno-, antes con menor o mayor éxito encadenadas dentro de un gigantesco edificio del espíritu, ahora están creando –o al menos tratando de crear- una esclavitud estatal y una prisión estatal desprovistas de todo encanto anímico o espiritual. No son pocos los hombres que en el presente están convencidos de que la mera razón humana no está verdaderamente a la altura de la enorme empresa de contener la erupción del volcán.
Todo este proceso es destino. No inculparía por ello ni al protestantismo ni al Renacimiento. Mas una cosa tengo por segura: el hombre moderno -no importa si es o no protestante- ha quedado excesivamente falto de protección de los muros de la Iglesia que desde los días de Roma se habían erigido y fortificado cuidadosamente; y debido a esta pérdida, se ha acercado a la zona ígnea destructora y creadora del mundo. La vida se ha vuelto más veloz e intensa y nuestro mundo se ve sacudido e inundado por olas de inquietud y de miedo.
El protestantismo era -y continúa siendo- un gran riesgo y al propio tiempo una gran posibilidad. De avanzar el proceso de su desintegración como iglesia, ello tendrá por resultado que el hombre se verá despojado de todos sus dispositivos de seguridad y medios de defensa espirituales que le resguardan contra la experiencia inmediata de aquellas fuerzas, radicadas en el inconsciente, que aguardan su liberación. ¡Contémplese toda la increíble crueldad de nuestro llamado mundo civilizado, todo ello no tiene más origen que la naturaleza humana y su estado espiritual!. ¡Contémplese los diabólicos medios de destrucción!. Los inventaron señores enteramente inocentes, ciudadanos sensatos y respetados, que son cuántos deseamos. Y si todo esto estalla y se abre un infierno indescriptible de destrucción, nadie será en apariencia responsable. Simplemente, ocurre. Sin embargo, todo es obra de los hombres. Mas como cada uno para sí hállase ciegamente persuadido de no ser más que una mera conciencia, harto humilde y nada importante, que cumple sus tareas y se gana el modesto sustento de la vida, nadie repara en que toda esa masa racionalmente organizada que se llama estado o nación, está empujada por una potencia, al parecer impersonal, invisible, pero horrible, que nadie ni nada pueden contener. Por lo general se intenta explicar esa terrible potencia como el miedo a la nación vecina, a la que se supone impulsada por un demonio mal intencionado. Como nadie puede conocer en qué punto y con cuánta fuerza él mismo está poseído e inconsciente, proyéctase simplemente el propio estado sobre el vecino, y llega a constituirse en un deber sagrado el poseer los cañones más grandes y el gas más venenoso. Y lo peor, es que con razón. Pues, al igual que uno mismo todos los vecinos hállanse poseídos por un miedo incontrolado e incontrolable. Es hecho bien conocido en los manicomios que los enfermos de miedo son harto más peligrosos que los impulsados por la ira o el odio.
El protestante está entregado a Dios sólo. No hay para él ni confesión, ni absolución, ni posibilidad alguna de cumplir una obra de divina expiación. Tendrá que digerir solo sus pecados, y no confía mucho en la gracia divina que, por falta de un ritual adecuado, se ha vuelto inaccesible. A esta situación débese que la conciencia protestante se haya tornado alerta convirtiéndose en una mala conciencia que reúne las desagradables propiedades de una enfermedad perniciosa y que pone a los hombres en estado de malestar. Pero en virtud de ello el protestante disfruta la oportunidad única de concienciar el pecado hasta un grado apenas accesible a la mentalidad católica, que siempre tiene a su alcance la confesión y la absolución que habrá de equilibrar un exceso de tensión. El protestante se halla, en cambio, librado a su tensión, que puede continuar aguzando su conciencia. La conciencia, y muy en particular la mala, utilizada con miras de alcanzar una más elevada autocrítica, puede ser un don divino, una verdadera gracia. Como actividad introspectiva, discriminante, la autocrítica es imprescindible para todo intento de comprender la propia psicología. Cuando se ha incurrido en algo inexplicable, y se pregunta por su causa, requiérese el acicate de la mala conciencia y de su facultad discriminatoria inherente a fin de descubrirla. Sólo así puede el hombre incautarse de los motivos que dominan sus actitudes. El aguijón de la mala conciencia inclusive estimula al descubrimiento de cosas antes inconscientes, y de este modo tórnasele posible al hombre franquear el umbral de su inconsciente y percibir las fuerzas impersonales que lo convierten en instrumento inconsciente del asesino múltiple instalado en su interior. Al protestante que sobrevive a la completa pérdida de su Iglesia y se conserva, empero, protestante, es decir, hombre ante Dios, desamparado y desprotegido por muros o comunidades, bríndasele la posibilidad espiritual de alcanzar la experiencia religiosa inmediata.

No sé si he logrado trasmitir el significado que en mi paciente tenía la experiencia del inconsciente. De todo modos, no se dispone de medida objetiva alguna para evaluar la magnitud de tal experiencia. Hemos de estimarla en el justo valor que tiene para la persona de la experiencia. Acaso nos impresiona el hecho de que ciertos sueños, aparentemente insignificantes, puedan ser de importancia para un hombre inteligente. Pero si no nos es posible aceptar sus afirmaciones al respecto, o si no nos es dable ubicarse en su lugar, más valdría no entrar a juzgar su caso. El genius religiosus es un viento que “sopla donde quiere”. No existe punto de Arquímedes alguno desde el cual juzgar, porque no es posible distinguir a la psique de su manifestación. La psique constituye el objeto de la psicología e, infortunadamente, también su sujeto, y esto ha de tenerse muy en cuenta.
Los escasos sueños que elegí a fin de ilustrar lo que designo como “experiencia inmediata”, seguramente resultarán muy poco atractivos para una mirada inexperta. No son espectaculares, sino modestos testimonios de una experiencia individual. Se presentarían ciertamente mejor si me fuera dable describirlos dentro de su serie y acompañado por el rico material simbólico que se ha ido acumulando en el transcurso del proceso entero. Mas tampoco la serie onírica entera podría compararse ni en belleza ni en fuerza de expresión con un aspecto cualquiera de una religión tradicional. El dogma es siempre resultado y producto de muchos espíritus y de muchos siglos. Hállase purificado de todo lo extravagante, de todo lo insuficiente y perturbador de la experiencia individual. Ello no obstante, la experiencia individual es, justamente en su pobreza, vida inmediata, cálida sangre roja que pulsa hoy las venas de los modernos. Quien busque la verdad, la encontrará más persuasiva que la mejor de las tradiciones. Y la vida inmediata es siempre individual, pues el individuo es el sustentáculo de la vida. Todo cuando proceda del individuo es, en cierto modo, único y, por ello, pasajero e imperfecto; en especial cuando se trata de productos anímicos espontáneos, como los sueños y otras cosas semejantes. Aun cuando algunos padezcan problemas idénticos a los míos, nadie tendrá los mismos sueños que yo. Pero así como no existe un individuo a tal punto diferenciado que presente un estado en absoluto singular, tampoco hay creaciones individuales de índole absolutamente única. Así como los sueños -y en muy alto grado- están hechos con material colectivo, así en la mitología y en el folklore de diversos pueblos repítense ciertos motivos en forma casi idéntica. A estos motivos los he llamado “arquetipos” : designación con la que significo formas o imágenes de naturaleza colectiva, que se dan casi universalmente como constituyentes de los mitos y, al propio tiempo, como productos individuales autóctonos de origen inconsciente. Los motivos arquetípicos provienen, verosímilmente, de aquellas creaciones del espíritu humano trasmisibles no sólo por tradición y migración sino también por herencia. Esta última hipótesis es ineludible, dada la reproducción espontánea de las imágenes arquetípicas, inclusive las complejas, aun en casos en que no existe posibilidad alguna de tradición directa.
La teoría de las ideas primitivas, anteriormente conscientes, no es, en absoluto, invención mía -según lo demuestra la palabra “arquetipo”, que pertenece a los primeros siglos de nuestra era. Con referencia especial a la psicología, encontramos esta teoría en las obras de Adolf Bastian y luego en Nietzsche. En la literatura francesa, Hubert y Mauss, y Lévy-Bruhl mencionan ideas parecidas. Con mis investigaciones minuciosas no he hecho más que dar fundamento empírico a la teoría de lo que antes solía denominarse ideas primitivas o elementales, “categorías” o “hábitos directores de la conciencia”, etc.
En el segundo de los sueños arriba tratados, hemos encontrado un arquetipo que aún no he tomado en consideración. Me refiero a la rara disposición cónica de las velas encendidas, formando cuatro pirámides. Esta ubicación destaca el significado simbólico del número cuatro, pues lo hallamos en el lugar del altar o iconostasio, es decir, allí donde esperaríamos encontrar las imágenes sagradas. Como el templo es llamado la “Casa de la Meditación”, podremos suponer que este carácter se halla expresado por la imagen o el símbolo que aparece en el sitio de adoración La tetractis (la cuaternidad) -para emplear la expresión de los pitagóricos- refiérese de hecho a la “meditación íntima”, según lo muestra con toda claridad el sueño de nuestro paciente. En otros sueños el símbolo se presenta, por lo general, en la forma de un círculo dividido en cuatro partes o conteniendo cuatro partes principales. En otros sueños de la misma serie, el símbolo adopta asimismo la apariencia de un círculo no dividido, de una flor, de una plaza o un espacio cuadrado, de un cuadrado, de una bola, de un reloj, de un jardín simétrico con surtidor en el medio, de cuatro personas en un bote, en un avión o ubicadas alrededor de una mesa, de cuatro sillas que rodean una mesa, de cuatro colores, de una rueda de ocho rayos, de una estrella, de ocho rayos o de un sol, de un sombrero redondo seccionado en ocho partes, de un oso de cuatro ojos, de una celda cuadrangular, de las cuatro estaciones del año, de una fuente que contiene cuatro nueces, del reloj del mundo cuya esfera está dividida en 4 por 8 = 32 partes, etc. 
Esos símbolos de la cuaternidad preséntanse en 400 sueños nada menos que 71 veces. El ejemplo en cuestión no es en este respecto excepcional. He observado muchos otros en que se presentó el cuatro, y en todos los casos el número era de origen inconsciente, o sea que el soñador lo recibió primero por un sueño sin tener idea alguna de su significado ni haber oído hablar jamás del sentido simbólico del cuatro. Naturalmente, si se tratase del tres sería otra cosa, dado que la Trinidad representa un número cuyo reconocido simbolismo es asequible a todos. Pero a nosotros, así como a un hombre de ciencia moderno, el cuatro no le dice más que cualquier otro número. El simbolismo de los números y su historia secular constituyen un campo científico completamente ajeno a los intereses espirituales de nuestro paciente. Si, en tales condiciones, los sueños insisten en la importancia del cuatro, con todo derecho podremos considerarlo de origen inconsciente. En el segundo sueño el carácter numinoso de la cuaternidad hácese evidente. Partiendo de este hecho debemos suponerla dotada de un significado que debemos llamar “sagrado”. Como el soñador no es capaz de referir este carácter especial a una fuente consciente, aplico un método comparado a fin de aclarar su sentido simbólico. Naturalmente, dentro del marco de estas conferencias no es posible suministrar una descripción completa de este método comparativo. Debo constreñirme, pues, a meras alusiones.
Dado que muchos de los contenidos inconscientes son, al parecer, residuos de estados históricos del espíritu, hemos de remontarnos sólo unos pocos siglos hasta alcanzar aquella etapa de la conciencia que constituye el paralelo de nuestros sueños. En nuestro caso son apenas trescientos los años que debemos retrotraernos a fin de reunirnos con estudiosos de las ciencias naturales y filósofos de la naturaleza que con toda seriedad discutían el problema de la cuadratura del círculo. Este insólito problema constituyó, a su vez, una proyección psicológica de cosas harto más viejas e inconscientes. Pero en aquellos días sabíase que el círculo significaba la divinidad: “Deus est figura intellectualis, cujus centrum est ubique, circumferentia vero nusquam” (Dios es la figura intelectual cuyo centro se halla por doquier, y por ninguna parte la circunferencia) -según dijo uno de estos filósofos, repitiendo así a San Agustín. Un hombre tan introvertido e introspectivo como Emerson, apenas pudo evitar la misma idea y citar, también él, a San Agustín. La imagen del círculo que a partir del Timeo de Platón -autoridad suprema de la filosofía hermética- considérase la forma más perfecta, "fue atribuída también a la sustancia mas perfecta, el oro, y además la anima mundi o anima media natura y a la primera luz creada. Y como el macrocosmos, el gran mundo, fue hecho por su creador en “forma redonda y de globo” , aún la más íntima parte del todo, el punto, está dotada de esta naturaleza perfecta. Según dice el filósofo: “La más simple y la más perfecta de todas las figuras es, en primer lugar, la redonda que descansa en el punto” . Esta imagen de la divinidad, que duerme y se esconde en la materia, fue lo que los alquimistas llamaron el primer protocaos o la tierra del paraíso o el pez redondo en el mar, o el huevo, o, simplemente, lo redondo. Este círculo poseía la llave mágica que abría la puerta cerrada de la materia. Según el Timeo, tan sólo el Demiurgo, el ser perfecto, es capaz de disolver la tetractis, el abrazo de los cuatro elementos. Dice la Turba Philosophorum -una de las grandes autoridades a partir del siglo XIII- que lo redondo puede disolver el cobre en cuatro. Así, el tan buscado oro filosófico fue redondo. Las opiniones dividíanse en punto al procedimiento con el cual sería posible apoderarse del Demiurgo dormido. En tanto unos confiaban en poder atraparle en forma de una materia primaria que contenía una particular concentración o una especie singularmente apropiada de esta sustancia, esforzábanse otros por crear la sustancia redonda mediante una suerte de síntesis, llamada “conjunctio”. El autor anónimo del Rosarium Philosophorum expresábase al respecto: “Haz del hombre y de la mujer un círculo redondo, extrae de él un cuadrado, y un triángulo de éste. Haz redondo el círculo, y recibirás la piedra filosofal” .
Esta piedra milagrosa fue simbolizada como un ser vivo perfecto de naturaleza hermafrodita, correspondiente al Esferos de Empédocles, al Eudaimonéstatos Theós y al hombre hermafrodita, redondo como una esfera, de Platón. Ya a comienzos del siglo XIV, Petrus Bonus comparó allapis (piedra filosofal) con Cristo, como una “alegoría” . Pero en la Aurea Hora -tratado de un Pseudo-Tomás del siglo XIII-, considérase el misterio de la piedra más sublime que los misterios de la religión cristiana. Menciono estas cosas sólo a objeto de mostrar que para no pocos de nuestros doctos antepasados el círculo o la esfera que contienen el cuatro significaban una alegoría de la divinidad.
De los tratados latinos despréndese también que el Demiurgo latente que duerme y se oculta en la materia es idéntico al llamado hombre filosófico, al segundo Adán. Este último es el hombre espiritual, superior, el Adán Kadmón que, a menudo, es identificado con Cristo. En tanto el primer Adán era mortal, porque se componía de los cuatro elementos perecederos el segundo Adán es inmortal porque está formado de una esencia pura e imperecedera. Dice el Pseudo Tomás: “El segundo Adán que se compone de elementos puros ha pasado a la eternidad. Por eso, porque consiste de una esencia simple y pura, permanece eternamente” . El mismo tratado interpreta como “segundo Adán” la sustancia de la cual habría dicho el viejo maestro Senior que “nunca muere sino que permanece en aumento continuo”.
De esas citas se sigue que la sustancia redonda, perseguida por los filósofos, fue una proyección de índole muy parecida a nuestro simbolismo onírico. Disponemos de testimonios históricos que nos demuestran que los sueños, las visiones e inclusive las alucinaciones hallábanse con frecuencia mezclados con el la obra filosófica. Nuestros antepasados, que aún tenían una constitución espiritual más ingenua, transfirieron sus contenidos inconscientes a la materia. Fácil le resultó a ésta aceptar semejantes proyecciones, ya que por ese entonces constituía un ser casi desconocido e incomprensible, y dondequiera halle el hombre algo enigmático transfiérele sus supuestos, sin la menor autocrítica. Pero hoy, que conocemos bastante bien la materia química, no nos es ya posible hacerle atribuciones con esa misma libertad que nuestros antepasados. Finalmente, debemos admitir que la tetractis es algo psíquico; y todavía no sabemos si, en un futuro más o menos lejano, se probará que asimismo esto es una proyección. Por ahora contentámonos con el hecho de que una idea de Dios -por completo ausente al espíritu consciente del hombre moderno- vuelve a presentarse en una forma que, tres o cuatro siglos ha, era un contenido de la conciencia.
Sobra subrayar que el paciente ignoraba esta parte de la historia del espíritu. Podría decirse con las palabras de un poeta clásico: “Que expulses la naturaleza en la horca y, sin embargo, volverá”.
Era idea de estos viejos filósofos el que Dios se reveló primero en la creación de los cuatro elementos. Estos fueron simbolizados con las cuatro partes del círculo. Así leemos en un tratado cóptico del Codex Brucianus acerca del Hijo Unigénito (Monogenés o Anthropos): “Es éste mismo que vive en la mónada, la cual se halla en el setheus (Creador) y provino de un lugar del cual nadie puede decir dónde se encuentra.. De él vino la mónada, a la manera de un barco cargado con todas las cosas buenas, y a la manera de un campo, lleno o poblado de todas las especies de árboles, y a la manera de una ciudad colmada de todas las razas de la humanidad... en su velo que la envuelve como un muro de protección hay doce portones. .. la misma es la ciudad-natal (metrópolis) del Hijo Unigénito”. En otro pasaje, el ánthropos mismo es la ciudad y sus miembros son los cuatro portones. La mónada es una chispa luminosa (spinther), un átomo de la divinidad. El monogenés es imaginado como si se hallara parado sobre una tetrápeza, una plataforma sostenida por cuatro pilares, correspondientes a la cuaternidad cristiana representada por los evangelistas, o al tetramorfo, la caballería simbólica de la iglesia, consistente en los símbolos de los cuatro evangelistas, el ángel, el águila, el buey y el león. La analogía con la Nueva Jerusalén de la Revelación tampoco parece fuera de lugar.
La división en cuatro, la síntesis del cuatro, la aparición maravillosa de los cuatro colores y las cuatro frases de la obra: la nigredo, dealbatio, rubefactio y citrinitas constituyen una preocupación constante de los viejos filósofos. El cuatro simboliza las partes, las cualidades y los aspectos de lo Uno. ¿Mas por qué hubo de repetir mi paciente estas viejas especulaciones?.
Lo ignoro. Sólo sé que en modo alguno se trata de un caso aislado. Muchos otros sujetos observados por mí o por mis colegas han producido, espontáneamente, el mismo simbolismo. No quiero decir, claro está, que éste se originó hace tres o cuatro siglos. Por entonces sólo se discutió particularmente el asunto; la idea es mucho más vieja que la Edad Media, según demuestran el Timeo o Empédocles. Tampoco constituye una herencia clásica o egipcia, pues podemos encontrarla asimismo en lugares bien diversos de la tierra. Piénsese, por ejemplo, en la enorme importancia que los indios adjudican a la cuaternidad.
Si bien el cuatro es un símbolo antiquísimo, probablemente prehistórico, invariablemente relacionado con la idea de una divinidad creadora del mundo, sorprende observar que el hombre moderno difícilmente lo interpreta así cuando se le presenta en la actualidad. Siempre ha acuciado muy especialmente mi interés ver cómo la misma gente interpreta este símbolo cuando se la abandona a sus propias ocurrencias y no están enterados de su historia. Por eso me he cuidado mucho de no influir con mis opiniones y, por regla general, he encontrado que, según su modo de ver, simboliza a ellos mismos o, más bien, algo de ellos mismos. Lo sentían como algo que les pertenecía muy íntimamente, como una especie de fondo creador y como un sol dador de vida en las honduras de lo inconsciente. Aunque no era nada difícil advertir que ciertas representaciones mandálicas a menudo eran casi una repetición de la visión de Ezequiel, muy contadas veces ocurrió que se conociera la analogía, aun cuando la gente tuviera conocimiento de la visión; conocimiento -dicho sea de paso- muy raro en la actualidad. Lo que casi cabría denominar una ceguera sistemática es, simplemente, el efecto del prejuicio de que la divinidad se halla fuera del hombre. Si bien este prejuicio es exclusivamente cristiano, ciertas religiones no lo comparten en absoluto. Por el contrario, a semejanza de ciertos místicos cristianos, insisten en la identidad esencial de Dios y hombre, ya en forma de una identidad a priori, ya como una meta alcanzable mediante ciertos ejercicios o iniciaciones, como las conocemos, por ejemplo, por las Metamorfosis de Apuleyo, para no mentar ciertos métodos yogas.
La aplicación del método comparativo muestra, de un modo inconcuso, que la cuaternidad es una representación más o menos directa de un Dios que se manifiesta en su creación. Por eso podríamos concluir que el símbolo espontáneamente producido en los sueños de los hombres modernos, mienta una cosa parecida: el Dios interno. A pesar de que por lo regular la gente no repara en esta analogía, nuestra interpretación es muy probablemente acertada. Si tomamos en consideración que la idea de Dios es una hipótesis “no científica”, resultará fácil comprender por qué los hombres olvidaron pensar en este sentido. Y aun cuando tengan cierta fe en Dios, rechazarían la idea del Dios interior debido a su educación religiosa que, tildándola de “mística”, siempre despreció esta idea. Sin embargo, es precisamente esta idea “mística” la que se impone a la conciencia a través de sueños y visiones. Al igual que mis colegas yo mismo he visto tantos casos que desarrollaron idénticas clases de simbolismos, que resulta imposible ya cuestionar su existencia. Además, mis observaciones remóntanse al año 1914, y he esperado catorce años antes de mencionarlas en una publicación.

Incurriría en error lamentable quien estimase mis observaciones como una suerte de demostración de la existencia de Dios. Ellas sólo demuestran la existencia de una imagen arquetípica de la divinidad y, en mi entender, esto es todo cuanto es dable afirmar psicológicamente acerca de Dios. Pero como es un arquetipo de gran significado y de poderosa influencia, su existencia relativamente frecuente parece constituir un hecho digno de consideración para toda teología natural. Como la vivencia de ese arquetipo a menudo tiene, en alto grado, la cualidad de lo numinoso, le corresponde la categoría de experiencia religiosa.
No puedo menos que llamar la atención acerca del hecho interesante de que en tanto la fórmula de lo inconsciente representa una cuaternidad, el simbolismo cristiano central es una trinidad. Cierto que, en rigor, la fórmula cristiana ortodoxa no es del todo completa, por cuanto carece del aspecto dogmático del principio malo de la Trinidad que, sin embargo, en la persona del diablo lleva una existencia separada de índole más o menos incierta. Sea como fuere, la Iglesia Católica no excluye, al parecer, una relación íntima del diablo con la Trinidad. Respecto a esta cuestión una autoridad católica se expresa del siguiente modo: “La existencia de Satanás, empero, no puede comprenderse sino partiendo de la Trinidad” . “Toda discusión teológica del diablo que no se refiera a la conciencia trinitaria de Dios constituye un desacierto con relación a la verdadera realidad” . Según esa concepción, el diablo tiene personalidad y libertad absoluta. De ahí que pueda ser el verdadero y personal “adversario de Cristo”. “En esto se nos revela una nueva libertad de la naturaleza de Dios: por libertad tolera a su lado al diablo y permite que su reino exista para siempre”. “La idea de un diablo poderoso es incompatible con la representación de Jehová. Pero no ocurre lo propio con la representación trinitaria. En el secreto del Dios tripersonal revélase una nueva libertad divina en las profundidades de su ser, que posibilita también la idea de un diablo personal junto a Dios y contra él” . Por lo tanto, el diablo tiene una personalidad autónoma, libertad y eternidad, y posee estas propiedades metafísicas en común con la divinidad, en tal forma que hasta puede existir contra Dios. Según ello, no es posible negar ya que sea católica la idea de la relación del diablo con la Trinidad y aún su pertenencia (negativa) a ésta.
El incluir al diablo en la cuaternidad no es, en absoluto, una especulación moderna o un inaudito producto de lo inconsciente. En un filósofo de la naturaleza y médico del siglo XVI, el Dr. Gerardus Dorneus, encontramos una larga exposición en la que contrapónese el símbolo de la Trinidad al de la cuaternidad, atribuyéndose la última al diablo. Dorneus rompe con toda la tradición cuando, de modo rigurosamente cristiano, sostiene el punto de vista que el tres es lo Uno y no el cuatro, que alcanza su unidad en la quinta esencia. Conforme a este autor, la cuaternidad es, de hecho, “diabolica fraus” (engaño del diablo). Así, opina que el diablo, en la caída de los ángeles, decidióse por la región cuaternaria y elemental (in quaternariam et elementariam regionem decid). Trae también una minuciosa descripción de la operación simbólica mediante la cual el diablo creó la “serpiente doble (dualidad) de los cuatro cuernos (cuaternidad)”. En rigor, la dualidad es el diablo mismo, el “quatricornutus binarius” (el binario de los cuatro cuernos).
Dado que un dios idéntico al hombre individual significa un supuesto harto complejo, lindante con la herejía , también el “Dios interior” constituye una dificultad dogmática. Pero la cuaternidad tal como es producida por la psique moderna, remite, en forma muy directa, no solo al Dios interior sino también a la identidad de Dios con el hombre. Hay aquí, en contraposición con el dogma, cuatro aspectos, y no tres. Fácil sería concluir que el cuarto representa al diablo. Si bien tenemos la palabra del Señor, que dice: “Yo y el Padre somos uno. Quien me ve a mí, ve al Padre”, estimaríase una blasfemia o una locura hacer hincapié en la humanidad dogmática de Cristo en grado tal que el hombre mismo se identificara con Cristo y su homoousia (identidad esencial) . Mas parece que el símbolo natural se refiere precisamente a esto. Por ello, desde el punto de vista ortodoxo podría calificarse la cuaternidad natural de“diabolica fraus”, y la principal prueba de ello residiría en la asimilación del cuarto aspecto, que representa la parte condenable del cosmos cristiano. Entiendo que la Iglesia debe rechazar todo intento de considerar seriamente tales resultados. E inclusive es posible que deba reprobar toda tentativa de reconciliación con esas experiencias, pues no le es dable permitir que la naturaleza reúna lo que ella separó. La voz de la naturaleza percíbese claramente en todas las vivencias vinculadas con la cuaternidad, y esto da lugar a todas las viejas sospechas frente a cuanto -aunque sea muy remotamente- recuerde lo inconsciente. El estudio científico de los sueños es la vieja oniromancia con ropaje nuevo, de ahí que acaso sea él tan condenable como las otras artes “ocultas”. En los tratados alquimistas se nos dan rasgos muy parecidos a los del simbolismo onírico, y unos y otros son igualmente heréticos . Parece que esto constituía una razón esencial para mantener en secreto todos estos conceptos, encubriéndolos con metáforas protectoras. Los enunciados simbólicos de la vieja alquimia proceden del mismo inconsciente que los sueños modernos, y en ellos se revela, en forma parecida, la voz de la naturaleza.
Si aún viviéramos bajo las condiciones medievales, época de pocas dudas acerca de los problemas últimos y en que toda historia universal comenzaba con el Génesis, fácil nos resultaría dejar de lado los sueños y cosas parecidas. Desgraciadamente, vivimos en condiciones modernas, que nos hacen parecer cuestionable cuanto de esencial se diga acerca del hombre; en las cuales existe una prehistoria de prodigiosa extensión y en las que la gente tiene plena conciencia de que, si existe una experiencia numinosa, ésta es propia de la psique. No podemos figurarnos ya un empíreo que gira alrededor del trono de Dios y, ni en sueños, buscaríamos a Dios en algún lugar más allá del sistema de la Vía Láctea. Pero nos parece como si el alma humana escondiera secretos, en razón de que para el empírico toda experiencia religiosa consiste en un especial estado anímico. Si queremos averiguar algo con respecto al significado de la experiencia religiosa para quienes la tienen, bríndasenos en el presente una oportunidad óptima para estudiarla en toda forma imaginable. Y si significa algo para quienes la tienen, este algo es: “todo”. Tal es, al menos la ineludible conclusión a que se arriba en el estudio cuidadoso de las pruebas. Inclusive cabría definir la experiencia religiosa como aquella caracterizada por la valoración suma, haciendo caso omiso de todos sus contenidos. La actitud espiritual del hombre moderno, bajo el veredicto de “extra ecclesiam nulla salus” (fuera de la iglesia no hay salvación alguna), se dirigirá al alma como a una esperanza última. ¿En qué otra parte se podría encontrar la experiencia?. La respuesta será aproximadamente de la índole descrita por mí. La voz de la naturaleza contestará, y todos los que se preocupen del problema espiritual del hombre enfrentarán nuevas cuestiones desconcertantes. A causa del desamparo espiritual de mis pacientes me he visto obligado a hacer el serio intento de comprender por lo menos algunos de los símbolos producidos por lo inconsciente. Como llevaría demasiado lejos entrar en los pormenores, tanto de las consecuencias intelectuales como de las éticas, he de contentarme aquí con la simple mención del hecho.
Las principales figuras simbólicas de una religión son siempre la expresión de las especiales actitudes morales y espirituales que le son inherentes. Cito, por ejemplo, la cruz y sus diferentes significados religiosos. Otro símbolo principal lo constituye la Trinidad. Posee carácter exclusivamente masculino; sin embargo, el inconsciente lo transforma en una cuaternidad que es, a la vez, unidad, así como las tres personas de la Trinidad son uno y el mismo Dios. Los antiguos filósofos de la naturaleza representaron la Trinidad -en cuanto estaba “imaginata in natura” (representada en la naturaleza)- como las tres asómata o “spiritus” o “volatilia”, a saber: el agua, el aire y el fuego. La cuarta parte integrante era el sómaton, la tierra o el cuerpo. Esta última parte, simbolizábanla por la Virgen. De este modo, a su trinidad física agregaron el elemento femenino, creando así la cuaternidad o el círculo cuadrado, cuyo símbolo era el rebis hermafrodita, el filius sapientiae (hijo de la sabiduría). Con el cuarto elemento los filósofos medievales de la naturaleza referíanse, sin duda alguna, a la tierra y a la mujer. Al principio del mal no se lo mencionaba abiertamente; sin embargo, aparecía en la cualidad venenosa de la prima materia, así como en otras alusiones. En los sueños modernos la cuaternidad es una creación de lo inconsciente. Según expliqué en el primer capítulo, el inconsciente a menudo se halla personificado por el anima -una figura femenina-. Al parecer, el símbolo de la cuaternidad proviene de ella, que sería, entonces, lamatrix, la tierra madre de la cuaternidad, una teotokos o madre de Dios, del mismo modo que se consideró a la tierra como madre de Dios. Pero como la mujer, al igual que el mal, queda excluída de la divinidad en el dogma de la Trinidad, el elemento del mal constituiría también una parte del símbolo religioso, si el último fuese una cuaternidad. No demanda ningún esfuerzo especial a la fantasía adivinar la amplia consecuencia espiritual de este simbolismo.

02.12.2013 19:44

En efecto, al lado de declaraciones en que se afirma tratar la materia desde un ángulo rigurosamente científico, natural, tropezará con numerosas hipótesis y planteamientos de problemas que le parecerán trascender con mucho del dominio de la empiria científica. Semejante actitud ante escritos de Jung -en particular si pertenecen a la última fase de su producción--, no es cosa rara. Muchas veces se lo ha tildado de místico, se ha dicho que sus teorías descansaban o desembocaban en especulaciones metafísicas que muy poco tenían que ver con la psicología. Tales juicios--diríamos más bien prejuicios--débense en parte a una escasa comprensión de su criterio metodológico, en parte a determinados temas que el desenvolvimiento de su labor le ha llevado a indagar, pero sobre todo arraigan en causas más hondas y nucleares. Es cierto que encontrar en una obra, de psicología práctica, según su autor, largas digresiones relativas a símbolos gnósticos y medievales, o intentos de demostrar la existencia en la psique de una auténtica función religiosa, no puede menos que chocar a los espíritus formados en una concepción del mundo positivista, y presuntamente empiristas como la que prevaleció en el campo de la psicología profunda a partirde las enseñanzas de Freud. No creemos necesario insistir que en esa última circunstancia es donde vemos nosotros las causas hondas y nucleares anotadas.
Si quisiéramos resumir lo esencial de la psicología analítica, nada mejor que recordar una frase apotegmática que figura en el presente libro: “La psique existe, en efecto, es la existencia misma”. “Es un prejuicio casi ridículo suponer que la existencia no puede ser sino corpórea. De hecho, la única forma de existencia de la que poseemos conocimiento inmediato, es anímica”.
Esta afirmación absoluta de la realidad de lo psíquico, así como el rechazo terminante de cualquier reducción de lo psíquico a categorías biológicas, constituyen dos de los principios fundamentales de Jung, quien califica su método de fenomenológico: “que trata de sucesos, de acontecimientos, de experiencias, en resumen, de hechos. Su verdad es un hecho, no un juicio”. No incumbe a la psicología el problema de si determinada idea es verdadera o falsa. “Solo se ocupa del hecho de su existencia y en tanto existe es psicológicamente verdadera”. El tercero, implícito en los anteriores, es la actividad creadora de lo inconsciente.
Pero no corresponde aquí extendernos sobre estos puntos. De otro lado, el lector los encontrará ampliamente desarrollado en el texto del autor. Interésanos más destacar el enfoque junguiano del problema psicológico de la religión y en qué difiere sustancialmente de las teorías psicoanalíticas.
En numerosas ocasiones se ha puesto de relieve las ingentes dificultades que entraña el estudio psicológico de los fenómenos religiosos, y de tales dificultades quizás la más ardua y principal sea la que Scheler formula como sigue: “Esta es la situación peculiarísima que se encuentra en la psicología de la religión, que sólo en la fe puede darse la realidad del objeto de cuya reacción psíquica se trata”. ¿Salva Jung estos obstáculos? Previamente, el carácter mismo de la pregunta hará que unos respondan en forma afirmativa y otros negativa. En nuestro concepto, parécenos factible establecer cierto vínculo de parentesco entre la exploración junguiana de la vivencia religiosa y lo que Scheler llama fenomenología concreta de los objetos y actos religiosos, aunque convenimos en la crítica que se le hace a Jung en razón de calificar a su método de fenomenológico, puesto que el conocimiento de los estratos profundos de la psique alcánzase a través de inferencias, y no mediante la intuición fenomenológica. Pero baste con mentar la objeción, no entremos a iscutirla. Señalemos sí, en lo atinente a la dificultad apuntada por Scheler, que en diversas oportunidades afirma Jung categóricamente la subjetividad forzosa de toda psicología e incluso declara que “nuestra psicología es una confesión mejor o peor elaborada de unos cuantos individuos”. Y es justamente en ésta su opinión acerca del carácter subjetivo de cualquier ciencia sobre el ama que ve él uno de los rasgos que más lo separan del creador del psicoanálisis, a quien entre otras cosas repróchale no entrar nunca a criticar filosóficamente sus premisas personales.
El analisis freudiano –dice Jung- es el antídoto más eficaz contra las ilusiones idealistas acerca del hombre. Merced a sus minuciosos estudios de la “parte sombría del alma”, incorpórase en forma definitiva al acervo del saber el conocimiento de que la naturaleza humana posee su lado oscuro, “y no solo el hombre sino también sus instituciones y convicciones”. Pero –y aquí estriba la divergencia primordial entre ambos psicólogos- procurar reducir toda manifestación anímica a ese lado oscuro condúcelo a Freud a postular la existencia de instintos, postulados envidentemente metafísicos. Condicionado históricamente, Freud “ve como su época le obliga a ver”. En otras palabras, no pudiendo liberarse del materialismo científico de fines el siglo XIX, concibe lo inconsciente de modo exclusivamente racionalista e intenta esclarecer toda creación espiritual compleja con arreglo a su imagen mecanicista del universo. De aquí su teoría de la sublimación y el considerar toda la cultura humana como mera derivación del instinto sexual. De aquí también su valoración negativa de los factores irracionales y su imposibilidad de entender todo lo irreductible a la razón.
Lo irracional, empero, existe; es un hecho psicológico. Por tanto, como tal hemos de considerarlo, cuidando de no violentar su idiosincrasia. Tarea ésta en verdad difícil dado que nos hallamos constreñidos por las categorías lógicas que nos obligan a expresarnos en términos de razón, mas que toda psicología verdaderamente empírica debe afrontar. Lo contrario equivale a su arbitrario estrechamiento del campo de la experiencia.
Fácilmente cabe inferior de lo antedicho que cuanto el psicoanálisis dice de la religión le resultará a Jung, como a quienquiera examine las múltiples actividades del alma con mente desprejuiciada y atienda a la singularidad de cada una de ellas inquiriéndose respecto de su sentido, harto insuficiente. Pues de reflexionar aunque solo por n instante acerca del papel capital desempeñado por la religión en la historia, no es posible seguir explicándola como una gran neurosis obsesiva. Es incontestable que siempre y en todas partes el hombre ha cumplido funciones religiosas, que no solo constituye la religión un fenómeno histórico y social sino un “importante asunto personal para crecido número de individuos”. ¿Por qué es así? ¿Qué puede decirnos la psicología al respecto? Tales son los problemas en que Jung contra su atención en estas lecciones de Terry y a los cuales, sabedor de las limitaciones que su propia concepción del mundo le impone, no pretende aportar una solución definitiva sino únicamente sus personales experiencias y observaciones.
Ahora bien, con miras a una justa valoración del libro sería deseable que se tuviera en cuenta que en todo momento el autor procura mantenerse en lo que él entiende como plano estrictamente psicológico, y que su tratamiento de la religión, si bien importa, en nada afecta las cuestiones propiamente filosóficas y teológicas que ésta plantea. No es propósito suyo demostrar la existencia o la no existencia de un se supremo; su único objetivo consiste en elucidar los fenómenos emocionales y simbólicos de la religión. En las contadas ocasiones en que traspone dichos límites, es él mismo quien advierte al respecto. Y si las soluciones que recomienda o las conclusiones a que arriba pueden parecer muy discutibles, o equivocadas, téngase presente dos cosas. En primer lugar, lo arduo del tema y hasta qué punto –ya se ha señalado- interviene la actitud personal en los asuntos de esta índole. Luego que en el ámbito de una ciencia tan joven como la psicología, el enfoque de Jung representa una novedad mayor aún. Sus resultados, sin duda, son susceptibles de crítica e inevitablemente han de superarse y corregirse en el futuro, mas poseen ya gran valor en sí mismos. Las analogías que comprueba entre las producciones de la fantasía de enfermos o sanos y los símbolos, mitos o leyendas creadas por el hombre en el curso de la historia no dejarán indiferentes a quienes sientan vitalmente los problemas del espíritu. Asimismo creemos de sumo interés para el historiador de las religiones el método junguiano de “amplificación”, esto es, la interpretación de todo símbolo considerando, además de su significado individual, su afinidad con las creaciones espirituales de sentido similar tanto del presente cuanto del pasado. Un eminente estudioso de esta última rama del saber, Baruzi, expresaba hace poco que hasta ahora nos hemos conformado con una psicología religiosa superficialmente descriptiva, carente de contenido social y señalaba la necesidad de una psicología que interpretara “desde adentro” ciertos hechos inaccesibles al mero análisis externo. En este sentido no cabe cuestionar la contribución de Jung, que –como se ha dicho- ha abierto nuevos horizontes y ofrecido mayores posibilidades de explicación y probabilidades de exactitud. Prueba de ello son sus obras en colaboración con hombres de tanto prestigio en la materia como Wilhelm y Kerenyi.
Para terminar, llamemos la atención sobre un error en que se suele incurrir con bastante frecuencia. La importancia asignada por Jung a los factores inconscientes ha llevado a muchos a adjudicarle una filosofía irracionalista. En nuestro parecer, nada más desacertado. La psicología analítica representan, es verdad, “una reacción contra la racionalización exagerada de la conciencia”, y sostiene que “cuando el espíritu ha creado origínase merced a contenidos que en último grado fueron gérmenes inconscientes”, pero de ningún modo implica ello una depreciación de la conciencia o de la razón. La psique humana hállase integrada según Jung por dos esferas, conciencia e inconsciente, que, no obstante poseer cualidades opuestas, solo existen la una en función de la otra y se comportan entre sí de manera compensadora.
Esperemos que PSICOLOGIA Y RELIGIÓN, libro breve en páginas pero rico en nuestras perspectivas y de extraordinaria erudición y agudeza, concurra a disipar éste y otros malentendidos en torno a una de las más interesantes y valiosas direcciones actuales de la ciencia del alma.

Capítulo I

LA AUTONOMIA DE LO INCONSCIENTE

Parece ser propósito del fundador de las Conferencias de Terry el brindar, tanto a los representantes de las ciencias naturales cuanto a los de la filosofía y de otros campos del saber humano, la ocasión de aportar su grano de arena al esclarecimiento del problema eterno de la religión; y dado que la Universidad de Yale me ha hecho el honor de encargarme lasTerry Lectures (Lecciones Terry) de 1937, considero tarea mía mostrar qué tiene que ver la psicología con la religión, o qué puede decir acerca de ella o, más bien, esa rama especial de la psicología médica que yo represento. En virtud de que la religión constituye, ciertamente, una de las más tempranas y universales exteriorizaciones del alma humana, sobrentiéndese que todo tipo de psicología que se ocupe de la estructura psicológica de la personalidad humana, habrá por lo menos de tener en cuenta que la religión no sólo es un fenómeno sociológico o histórico, sino, también, un importante asunto personal para crecido número de individuos.
Si bien se me ha llamado a menudo filósofo, soy empírico y como tal sustento el punto de vista fenomenológico. Opino que no infringimos los principios de la empiria científica si de vez en cuando hacemos reflexiones que trascienden el mero cúmulo y clasificación del material suministrado por la experiencia. Creo de hecho que no hay experiencia posible sin consideración reflexiva, porque la “experiencia” constituye un proceso de asimilación sin el cual no se da comprensión alguna. De ese aserto síguese que abordo los hechos psicológicos no desde el ángulo filosófico, sino desde un punto de vista científico-natural. En la medida que el fenómeno de la religión presenta un aspecto psicológico muy significativo, trato el tema con enfoque exclusivamente empírico. Me restrinjo, pues, a la observación de fenómenos, absteniéndome de todo trato metafísico o filosófico. No niego la validez de otras maneras de consideración, mas no puedo pretender una correcta aplicación de tales criterios.
Sé que la mayoría de los hombres cree estar al tanto de todo cuanto puede conocerse acerca de la psicología, pues opinan que la psicología no es sino lo que ellos saben de sí mismos. Pero la psicología es en verdad mucho más. Al paso que guarda escasa vinculación con la filosofía, se ocupa considerablemente más de los hechos empíricos, buena parte de los cuales es difícilmente accesible a la experiencia corriente. Propóngome, por lo menos, facilitar algunas nociones de cómo la psicología práctica enfrenta el problema religioso. Es claro que la amplitud del problema requeriría, no tres conferencias, sino un número muy superior, dado que a la necesaria discusión de los detalles concretos debería dedicarse mucho tiempo y sería preciso extenderse en una buena cantidad de explicaciones. El primer capítulo de mi trabajo será una suerte de introducción al problema de la psicología práctica y a sus relaciones con la religión; el segundo, se ocupará de los hechos que muestran la existencia de una auténtica función religiosa en lo inconsciente, y el tercero versará sobre el simbolismo religioso de los procesos inconscientes.
En razón de que mis exposiciones son de índole bastante inusitada, no debo suponer que mis oyentes se hallen completamente familiarizados con el criterio metodológico del tipo de psicología que represento. Trátase de un punto de vista exclusivamente fenomenológico, lo cual equivale a decir que trata de sucesos, de acontecimientos, de experiencias, en resumen, de hechos. Su verdad es un hecho, no un juicio. Cuando la psicología habla, por ejemplo, del tema de la partenogénesis, sólo se ocupa de la existencia de semejante idea, sin abocarse a la cuestión de si tal idea es verdadera o falsa en algún sentido. La idea, en tanto existe, es psicológicamente verdadera. La existencia psicológica es subjetiva puesto que una idea sólo se da en un individuo; mas es objetiva en cuanto mediante un consensus gentium es compartida por un grupo mayor.
Ese es también el punto de vista de la ciencia natural. La psicología trata las ideas y otros contenidos espirituales del mismo modo que, por ejemplo, ocúpase la zoología de los diversos géneros animales. Un elefante es verdadero porque existe. El elefante no es una conclusión lógica, ni un aserto ni un juicio subjetivo de un intelecto creador. Es, sencillamente, un fenómeno. Pero estamos tan habituados a opinar que los hechos psíquicos son productos arbitrarios del albedrío, e inclusive inventos de su creador humano, que apenas si podemos librarnos del prejuicio de considerar a la psique y a sus contenidos meramente como una caprichosa invención nuestra o como un producto más o menos ilusorio de conjeturas y opiniones. Es un hecho el que ciertas ideas se dan casi en todas partes y en todos los tiempos, y que hasta pueden aparecer de por sí y espontáneamente con entera independencia de la migración y la tradición. No son hechas por el individuo, sino que ocurren y aún irrumpen en la conciencia individual. Lo dicho no es filosofía platónica, sino psicología empírica.
Antes de hablar de religión he de explicar qué quiero significar con este término. Religión es--como dice la voz latina religare--la observancia dudadosa y concienzuda de aquello que Rudolf Otto (1) acertadamente ha llamado lo “numinoso”: una existencia o efecto dinámicos no causados por un acto arbitrario, sino que, por el contrario, el efecto se apodera y domina al sujeto humano que siempre, más que su creador, es su víctima. Sea cual fuere su causa, lo numinoso constituye una condición del sujeto, independiente de su voluntad. En cualquier caso, al igual que el consensus gentium, la doctrina religiosa señala invariablemente y en todas partes que esa condición ha de coordinarse con una causa externa al individuo. Lo numinoso es, o la propiedad de un objeto visible, o el influjo de una presencia invisible que producen una especial modificación de la conciencia. Tal es, al menos, la regla universal.
Sin embargo tan pronto abordamos el problema de la práctica o el ritual religiosos, se dan ciertas excepciones. Gran número de funciones rituales cúmplense con la exclusiva finalidad de suscitar deliberadamente el efecto de lo numinoso mediante ciertas argucias mágicas, como la invocación, el encantamiento, el sacrificio, la meditación, las prácticas yoga, las mortificaciones de diversa naturaleza autoimpuestas por el hombre, etc. Más siempre una creencia religiosa en una causa exterior y objetiva divina precede a todas esas funciones rituales. La Iglesia católica, verbigracia, administra los sacramentos con la finalidad de brindar los beneficios espirituales que éstos comportan a los creyentes. Mas como dicho acto terminaría en un forzar la presencia de la gracia divina mediante un procedimiento sin duda mágico, se arguye, lógicamente, así: nadie puede obligar a la gracia divina a que se presente en el acto sacramental; no obstante, ella se encuentra inevitablemente presente en él, dado que el sacramento es una institución divina que Dios no habría establecido de no haber intentado apoyarla. (2) 
Entiendo que la religión es una actitud especial del espíritu humano, actitud que -de acuerdo con el empleo originario del concepto “religión”- podemos calificar de consideración y observancia solícitas de ciertos factores dinámicos concebidos como “potencias” (espíritus, demonios, dioses, ideas, ideales o cualquiera fuere la designación que el hombre ha dado a dichos factores) que, dentro de su mundo, la experiencia le ha presentado como lo suficientemente poderosos, peligrosos o útiles para tomarlos en respetuosa consideración; o lo suficientemente grandes, bellos y razonables para adorarlos piadosamente y amarlos. En inglés suele decirse de una persona interesada entusiastamente por alguna empresa, “que se consagra a su causa de un modo casi religioso”. William James, por ejemplo, señala que un hombre de ciencia a menudo no tiene fe, “pero que su temple es religioso” (3).
Quisiera poner en claro que con el término “religión” (4) no me refiero a un credo. Es cierto, empero, que toda confesión, por un lado, se funda originariamente en la experiencia de lo numinoso, y por otro, en la “pistis”, en la fidelidad (lealtad), la fe y la confianza ante una señalada experiencia de efecto numinoso y el cambio de conciencia que resulta de éste. La conversión de Pablo es evidente testimonio de ello. Cabría decir, pues, que el término “religión” expresa la particular actitud de una conciencia transformada por la experiencia de lo numinoso.
Las confesiones son formas codificadas y dogmatizadas de experiencias religiosas primitivas (5). Los contenidos de la experiencia son sagrados, y por regla general, se han vuelto rígidos dentro de una construcción mental inflexible y a menudo compleja. El ejercicio y repetición de la experiencia primitiva han llegado a constituirse en rito e institución inmutable. Eso no significa necesariamente que se trate de una petrificación. Antes bien, durante siglos enteros y para innumerables personas ello puede representar la forma de la experiencia religiosa, sin que surjan necesidades que lleven a modificarla. Aun cuando a menudo acúsase a la Iglesia católica por su rigidez especial, ella admite que el dogma es vivo y que, por lo tanto, su formulación es en cierto sentido susceptible de modificación y desarrollo. Tampoco el número de dogmas se halla limitado y puede aumentar en el curso del tiempo. Lo mismo vale para el ritual. De todos modos, cualquier cambio o desarrollo determínase dentro del marco de los hechos originariamente experienciados, por lo cual se establece un tipo particular de contenido dogmático y de valor afectivo. Hasta el protestantismo -que al parecer se ha entregado a una liberación casi ilimitada respecto de la tradición dogmática y del ritual codificado, desintegrándose así en más de cuatrocientas denominaciones, hasta el protestantismo -repetimos- hállase obligado a ser, por lo menos, cristiano, y a expresarse dentro del esquema de la convicción de que Dios se reveló en Cristo, que padeció por la humanidad. Es éste un marco preciso, con contenidos precisos a los que no es posible vincular con ideas y sentimientos budistas o islámicos. Y, sin embargo, es indudable que no sólo Buda, Mahoma, Confucio o Zoroastro constituyen fenómenos religiosos, sino también Mitra, Atis, Cibeles, Manes, Hermes, así como muchas religiones exóticas. El psicólogo orientado científicamente ha de desatender la pretensión de todo credo a proclamarse verdad única y eterna. Dado que se ocupa de la vivencia religiosa primordial, debe centrar su atención en el aspecto humano del problema religioso, haciendo caso omiso de lo que con ella han hecho las confesiones.
Como soy médico y especialista en enfermedades nerviosas y mentales, no tomo mi punto de partida en un credo cualquiera, sino en la psicología del hombre religioso, del hombre que considera y observa cuidadosamente ciertos factores que obran sobre él y sobre su estado general. La tarea de denominar o de definir esos factores según la tradición histórica o el saber etnológico es fácil, pero será inusitadamente difícil hacerlo desde el punto de vista de la psicología. Mi posible contribución a la cuestión religiosa proviene, con exclusividad, de mi experiencia práctica, tanto con mis pacientes cuanto con las llamadas personas normales. En razón de que nuestras experiencias con los seres humanos dependen, en grado considerable, de lo que hacemos con ellos, mi única vía de acceso al tema que percibo es la de proporcionar al menos una idea general de cómo procedo en mi trabajo profesional.
Puesto que toda neurosis está en relación con lo más íntimo de la vida del hombre, siempre experimentará ciertas inhibiciones el paciente al que se le pide que describa, en forma detallada, todas las circunstancias y complicaciones que le hicieron enfermar. Mas ¿por qué motivo no puede hablar abiertamente de ello? ¿Por qué es miedoso, tímido o mojigato? La causa reside en la “observancia cuidadosa” de ciertos factores exteriores que se llaman opinión pública o respetabilidad o buen nombre. Y aun cuando confíe en su médico, aun cuando no sienta ya vergüenza ante él, vacilará en confesarse ciertas cosas a sí mismo -e incluso tendrá miedo de hacerlo- como si fuera peligroso adquirir conciencia de sí mismo. De ordinario tenemos aquello que parece aplastarnos ¿Pero es que hay en el hombre algo más fuerte que él mismo? No hemos de olvidar que toda neurosis va acompañada por una cantidad equivalente de desaliento. El hombre es neurótico en la medida en que ha perdido la confianza en sí mismo. Una neurosis es un fracaso humillante, y como tal es asimismo sentida por todos los que no son enteramente inconscientes de su propia psicología. Y el hombre queda derrotado por algo “irreal”. Tal vez desde hace mucho los médicos vienen diciéndole que no le falta nada, que realmente no está enfermo del corazón, ni tiene carcinoma alguno. Sus síntomas sólo son imaginarios. Pero cuanto más cree ser un “malade imaginaire”, tanto más se apodera de su personalidad entera un sentimiento de inferioridad. “Si mis síntomas son imaginarios -se dirá- ¿de dónde he sacado yo esta maldita imaginación y por qué me empecino en semejante locura?”. Es ciertamente conmovedor ver ante sí a un hombre inteligente asegurarle a uno en forma casi implorante que padece de un carcinoma intestinal, para acto seguido agregar con voz temerosa que, claro está, sabe que su carcinoma sólo existe en su fantasía.
Me temo que la corriente concepción materialista de la psique no nos ayude a muchos en los casos de neurosis. Si el alma estuviera provista de un cuerpo de materia fina, podría al menos decirse que este cuerpo vaporoso sufre de un carcinoma real, si bien un tanto aéreo, en forma parecida a como el cuerpo de más macizo material es susceptible de padecer dicha enfermedad. En tal caso al menos existiría algo real. De ahí que la medicina general experimente una fuerte aversión a todo síntoma de naturaleza psíquica: o el organismo está enfermo o a uno no le falta nada; y si no es dable verificar que en verdad el organismo está enfermo, débese ello a que los medios disponibles en el presente no permiten aún al médico encontrar la verdadera naturaleza del trastorno incuestionablemente orgánico.
¿Qué es en el fondo la psique? Un prejuicio materialista indica que no es sino un mero epifenómeno, un producto secundario de los procesos orgánicos del cerebro. Se opina que todo trastorno psíquico debe de tener una causa orgánica o física, sólo que no puede probarse dada la imperfección de nuestros actuales recursos diagnósticos. La innegable conexión entre psique y cerebro confiere a este punto de vista cierta significación, mas no tanta como para instituirlo en verdad exclusiva. No sabemos si en la neurosis existe o no un efectivo trastorno de los procesos orgánicos cerebrales; y si se trata de trastornos de índole endocrina resulta imposible decidir si ellos son causa o efecto del trastorno.
De otro lado, es incontrovertible que las neurosis reconocen causas anímicas. Es, por cierto, sobremanera difícil figurarse cómo mediante la sola confesión pueda un trastorno orgánico curarse en un momento. Pero he visto un caso de fiebre histérica, con temperatura de 39°, que tras confesar la causa psicológica curó en escasos minutos. ¿Y cómo explicaríamos los casos de enfermedades evidentemente físicas influidas y aun curadas por la simple discusión de ciertos conflictos anímicos penosos ? He visto un caso de psoriasis, prácticamente extendido al cuerpo entero, que luego de unas pocas semanas de tratamiento psicológico sanó en sus nueve décimas partes. En otro caso, a un paciente sometido a una operación por la dilatación del colon habíasele extirpado 40 centímetros, más pronto se hizo notar una notable dilatación del colon restante y, desesperado, el paciente se rehusó a la segunda intervención, no obstante afirmar el cirujano su absoluta necesidad. Y bien, tan pronto se descubrieron ciertos hechos psíquicos de carácter íntimo, el colon empezó a funcionar normalmente.
Experiencias de esa índole –nada raras por lo demás- tornan muy difícil creer que la psique
no sea nada o que un hecho imaginario sea irreal. Ocurre sólo que la psique no se encuentra allí donde lo busca un entendimiento miope. Existe, pero no en forma física. Y es un prejuicio casi ridículo suponer que la existencia no puede ser sino corpórea. De hecho, la única forma de existencia de la que poseemos conocimiento inmediato, es anímica. Idéntico derecho nos asistiría si, a la inversa, dijésemos que la existencia física es una mera inferencia, pues sólo entramos en conocimiento de la materia en la medida en que percibimos imágenes psíquicas trasmitidas por los sentidos.
Es seguro que incurrimos en grave error si echamos en olvido esta verdad sencilla pero fundamental; pues aun cuando la imaginación fuese la única causa de neurosis, ella sería, no obstante, algo muy real. Si un hombre se figurase que yo soy su enemigo declarado y me matara, yo estaría muerto a causa de una mera imaginación. Las imaginaciones existen y pueden ser tan reales y tan nocivas y peligrosas como los estados físicos. Opino, inclusive, que los trastornos anímicos son harto más peligrosos que las epidemias o terremotos. Ni las epidemias de peste o de viruela medievales han matado a tantos hombres como ciertas discrepancias de opinión en el año 1914 o ciertos “ideales” políticos en Rusia.
Nuestro espíritu no puede aprehender su propia forma de existencia, porque no tiene su punto de Arquímedes en lo exterior; empero, existe. La psique existe, en efecto, es la existencia misma.
¿Qué le contestaremos, pues, a nuestro enfermo del carcinoma imaginario? Yo le diría: “Sí, mi amigo, sufres en verdad de una cosa de índole cancerosa. Cobijas, en efecto, un mal mortal que, sin embargo, no matará tu cuerpo porque es imaginario. Mas acabará por matar tu alma. Ya ha estropeado y envenenado tus relaciones humanas y tu felicidad personal, y seguirá extendiéndose cada vez más, hasta devorar tu entera existencia anímica, hasta el punto que tú mismo terminarás siendo un tumor maligno y destructor”.
Nuestro paciente se percata de que él no es autor de su imaginación mórbida, a pesar de que su entendimiento lógico le sugerirá, sin duda, que es el dueño y productor de su imaginación. Si un hombre padece de un carcinoma real, nunca cree ser él mismo creador de semejante mal, no obstante hallarse éste instalado en su propio organismo. Pero cuando se trata de la psique en seguida sentimos una especie de responsabilidad, como si fuéramos los productores de nuestros estados psíquicos. Este prejuicio es de fecha relativamente reciente. Hasta hace mucho, aun la gente sumamente civilizada creía en agentes anímicos capaces de influir sobre nuestro entendimiento y nuestro ánimo. Había magos y brujas, espíritus, demonios, ángeles y hasta dioses que podían provocar ciertos cambios psicológicos en el hombre. En tiempos anteriores, el hombre del carcinoma imaginario habría abrigado muy distintos sentimientos con respecto a su idea. Tal vez hubiera creído que alguien lo hechizó o que estaba poseído, y nunca se le hubiera ocurrido considerarse a sí mismo como el causante de semejante fantasía.
En verdad, supongo que su idea del carcinoma constituye una excrecencia espontánea originada en aquella parte de la psique no idéntica a la conciencia y que aparece como una formación autónoma que irrumpe en la conciencia. De la conciencia cabe decir que es nuestra existencia psíquica propia; mas también el carcinoma tiene su existencia psíquica propia, independientemente de nosotros mismos. Si sometemos a ese hombre al experimento de asociación (6), no tardaremos en descubrir que no es dueño de su propia casa;  sus reacciones son demoradas, suprimidas o reemplazadas por otras que operan como intrusos autónomos. Algunas palabras-estímulo no son contestadas por su intención consciente, sino por ciertos contenidos autónomos, de los cuales el sujeto examinado carece a menudo de conciencia. En nuestro caso es seguro que recogeremos respuestas procedentes del complejo psíquico en el que arraiga la idea del carcinoma. Toda vez que una palabra.estímulo toca alguna cosa vinculada con el complejo escondido, la reacción de la conciencia del yo es perturbada e inclusive reemplazada por una respuesta originaria de dicho complejo. Ocurre precisamente, como, si el complejo fuese un ser autónomo, capaz de estorbar las intenciones del yo. En rigor, los complejos se comportan a la manera de personalidades secundarias o parciales dotadas de vida espiritual propia (7). Ciertos complejos están meramente apartados de la conciencia, pues ésta ha preferido deshacerse de ellos mediante la represión; pero hay otros que nunca estuvieron antes en la conciencia y que, por lo tanto, nunca fueron reprimidos arbitrariamente. Brotan de lo inconsciente e invaden la conciencia con sus convicciones e impulsos extraños e inalterables. El caso de nuestro paciente pertenece a la última categoría. No obstante su cultura y su inteligencia, se convirtió en víctima infeliz de algo que se le imponía y lo poseía. Era completamente incapaz de cualquier forma de autodefensa contra el poder demoníaco de su estado patológico. En efecto, la idea obsesiva iba creciendo en él al modo de un verdadero carcinoma. Un buen día apareció y desde entonces perduraba inalterada; sólo se daban breves intervalos de libertad.
La existencia de semejantes casos explica, hasta cierto punto, el miedo de los hombres a adquirir conciencia de sí mismos. Tal vez se esconda realmente algo detrás de este telón (nunca puede saberse a ciencia cierta) y por eso se prefiere considerar y observar solícitamente los factores exteriores a la conciencia. En la mayoría de los hombres hay una especie de deisidemonia primitiva respecto a los posibles contenidos de lo inconsciente. Más allá de toda esquivez natural, de todo pudor y tacto, ocúltase un secreto temor a los “perils of the soul” - a los peligros del alma. Es comprensible que nos desagrade admitir tan ridículo miedo; pero deberíamos tener presente que no se trata de un temor infundado, sino harto justificado. Jamás estamos seguros de que una nueva idea no se apodere de nosotros o de nuestro vecino. Tanto la historia contemporánea cuanto la antigua nos enseñan que a menudo esas ideas son tan extrañas, e incluso tan extravagantes, que la razón difícilmente las acepta. La fascinación que por lo regular comporta semejante idea de suscita una obsesión fanática que, a su turno, hace que a todos los disidentes -no importa cuán bien intencionados o sensatos sean- se los queme vivos, se les corte la cabeza o se los aniquile en masa con la ametralladora moderna. Ni siquiera cabe el consuelo de pensar que esos hechos corresponden a épocas ya sumamente lejanas. Por desgracia, no sólo parecen pertenecer al pasado, sino que es de esperarlos aún en el futuro, ello en forma muy especial. “Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre), es una sentencia triste, pero de validez eterna. El hombre tiene, pues, motivos suficientes para temer esas fuerzas impersonales inconscientes. Hallámonos en feliz inconsciencia a su respecto, en razón de que en nuestras acciones personales y bajo circunstancias normales no se presentan nunca, o al menos, casi nunca. Mas, por otro lado, convertidos los hombres en turba, desencadénanse los dinamismos del hombre colectivo, las bestias o demonios que dormitan en todo individuo, hasta convertirlos en partículas de una masa. En la masa el hombre inconscientemente desciende a un nivel moral e intelectual inferior, al nivel existente siempre por debajo del umbral de la conciencia, listo para emerger tan pronto medie la ayuda o la atracción de una masa.
Conceptúo un error funesto considerar a la psique humana como algo sólo personal y explicarla exclusivamente desde un punto de vista personal. Tal explicación es sólo válida para el individuo en tanto se halla entregado a sus ocupaciones y relaciones comunes, habituales; pero en cuanto se presenta una ligera variante, verbigracia, en forma de acontecimiento imprevisto y algo inusitado, en seguida se dejan ver las fuerzas instintivas, que dan la impresión de completamente fortuitas, nuevas e inclusive extrañas, y a las que ya no es dable explicar por motivos personales, pues, antes bien son comparables con sucesos primitivos, tales como un pánico en ocasión de un eclipse solar u otra cosa parecida. El intento de reducir, por ejemplo, la ejecución sangrienta de las ideas bolcheviques a un complejo paterno personal, me parece sobremanera insatisfactorio.
Es sorprendente la transformación que se opera en el carácter de un individuo al irrumpir en él las fuerzas colectivas. Un ser humano afable y sensato puede tornarse un maníaco o una bestia salvaje. Propendemos en todos los casos a inculpar a las circunstancias exteriores, mas nada explota en nosotros que no existiese de antemano. En rigor, vivimos siempre como sobre un volcán y, por lo que sabemos, la humanidad carece de medios preventivos contra una eventual erupción que aniquilaría a toda persona a su alcance. Es por cierto bueno predicar la razón y el sentido común, pero ¿qué hará uno en medio de un auditorio integrado por inquilinos de un manicomio o una masa fanatizada?. Entre ambos no media gran diferencia, pues al igual que la turba, el enajenado hállase dominado por fuerzas impersonales que le subyugan.
En verdad, basta una neurosis para que se evoquen las potencias incontrolables por los medios racionales. Nuestro caso del carcinoma revela con toda nitidez la impotencia de la razón y de la comprensión humanas frente al más notorio absurdo. Siempre aconsejo a mis pacientes que consideren esa sinrazón evidente y, sin embargo, invencible, como exteriorización de un poder y de un sentido aun incomprensible para nosotros. La experiencia me ha enseñado que constituye un método harto más eficaz tomar ese hecho en serio y buscarle una explicación adecuada. Pero una explicación es suficiente sólo si conduce a una hipótesis que equivalga al efecto patológico. Nuestro sujeto enfrenta una potencia volitiva y una sugestión a las cuales su conciencia no puede oponer equivalente alguno. En esa situación precaria, sería una mala estrategia persuadir al sujeto de que, en alguna forma, si bien incomprensible, es él mismo quien está por detrás de su síntoma, inventándolo y alimentándolo en secreto. Semejante interpretación de inmediato paralizaría su ánimo combativo y le desmoralizaría. Mucho mejor será que comprenda que su complejo es una potencia autónoma dirigida contra su personalidad consciente. Por lo demás, tal explicación se ajusta más fielmente a los hechos efectivos que una reducción a motivos personales. Es cierto que también se da una motivación de innegable carácter personal, pero ella no es intencional: meramente le “ocurre” al paciente.
Cuando, en la epopeya babilónica, Gilgamesh provoca a los dioses con su presunción e hybris, éstos inventan y crean a un hombre equivalente en fuerza a Gilgamesh a fin de que contrarreste la ilegítima ambición del héroe. Exactamente lo mismo ocurre con nuestro paciente: es un pensador que de continuo trata de ordenar conceptualmente el mundo esgrimiendo el poder de su intelecto y de su entendimiento. Con su ambición ha logrado forjar, por lo menos, su destino personal. Lo ha sometido todo a la inexorable ley de su entendimiento; pero en alguna parte se le escurrió la naturaleza y se vengó de él con un disparate -por completo inaprehensible: la idea del carcinoma. Este plan inteligente fue ideado por lo inconsciente a objeto de echarle crueles y despiadadas cadenas. Fue el más rudo golpe que pudo darse a todos sus ideales racionales, y, ante todo, a su fe en el carácter omnipotente de la voluntad humana. Semejante obsesión únicamente se da en un hombre habituado a abusar de la razón y del intelecto al servicio de fines egoístas de poder.
Sin embargo, Gilgamesh se salvó de la venganza de los dioses. Tuvo sueños que le previnieron contra ese peligro y los tomó en cuenta. Le mostraron cómo podía vencer a su enemigo. Nuestro paciente, hombre de una época en que los dioses han sido aniquilados y en que inclusive gozan de mala reputación, también tenía sueños, pero no los escuchó. ¡Cómo un hombre inteligente podría ser tan supersticioso y tomar en serio los sueños! La muy difundida aprensión contra los sueños no es sino uno de los síntomas de la harto más grave subestimación general por el alma humana en conjunto. Al magnífico desarrollo científico y técnico por un lado, corresponde, por otro, aterradora falta de sabiduría e introspección. Es verdad que nuestras doctrinas religiosas hablan de un alma inmortal; pero son muy contadas sus palabras amables para con la psique humana real que, a no mediar un acto especial de la gracia divina, iría derecho a la perdición eterna. Esos importantes factores son grandemente responsables -si bien, no en forma exclusiva- de la corriente subestimación de la psique. Mucho más viejos que estos desarrollos relativamente recientes, son el miedo y la antipatía auténticos a todo cuanto linda con lo subconsciente.
Es de suponer que en sus comienzos la conciencia fue muy precaria. Aún hoy podemos observar con cuánta facilidad se pierde la conciencia en las comunidades primitivas. Uno de los “peligros del alma” (8) lo constituye, por ejemplo, la pérdida de un alma, que ocurre cuando una parte anímica vuelve a hacerse inconsciente. Otro ejemplo lo brinda el estado de correr amok (9), que corresponde a la actitud de los guerreros furibundos (Berserker) de las sagas germánicas (10). Trátase de un estado de trance, más o menos completo, a menudo acompañado de funestas consecuencias sociales. Hasta una emoción común es susceptible de causar una considerable pérdida de conciencia. De ahí que los primitivos empleen formas de exquisita delicadeza, hablen con voz tenue, se quiten las armas, se arrastren por el suelo, inclinen la cabeza, muestren las palmas de la mano. Aun nuestras maneras de cortesía traducen una observancia “religiosa” de posibles peligros psíquicos: al darnos los “buenos días”, tratamos de captar de un modo mágico la simpatía del destino; estímanse malos modales conservar la mano izquierda en el bolsillo o en la espalda al saludar, y cuando nos queremos mostrar especialmente obsequiosos, saludamos con ambas manos; ante gente de elevada autoridad inclinamos la cabeza descubierta, lo que vale tanto como ofrecer la cabeza desprotegida al poderoso a fin de conquistarnos su benevolencia, ya que él, fácilmente, podría tener un súbito acceso de rabia. Es tal él punto de excitación al que los primitivos llegan en sus danzas guerreras, que suelen verter sangre.
La vida del primitivo está cubierta por una continua consideración de la posibilidad, siempre en acecho, de peligros psíquicos, y son innumerables los intentos y procedimientos tendientes a reducir el riesgo. La expresión exterior de este hecho la constituye la creación de áreas tabúes: los innumerables tabúes son áreas psíquicas delimitadas que se observan muy religiosamente. Cierta vez que visité una tribu en las faldas meridionales del Monte Elgon, cometí un error terrible: quise preguntar por las casas de los espíritus, que a menudo encontraba en los bosques, y mencioné la voz “seleltenii”, que significa “espíritu”. En seguida, en medio de la más penosa perplejidad, todos callaron y desviaron la vista de mí, que había pronunciado en alta voz esa palabra cuidadosamente evitada, abriendo con ello el camino a consecuencias harto peligrosas. Hube de cambiar de tema a fin de poder seguir la conversación. Ellos mismos me aseguraron que nunca tenían sueños, privilegio del jefe de la tribu y del hechicero. Este último me confesó luego que ya no tenía sueños, pues en sustitución, la tribu disponía ahora del comisario del distrito. “Desde que los ingleses están en el país, no tenemos ya sueños -dijo-; el comisario de distrito lo sabe todo respecto de las guerras y de las enfermedades y dónde debemos vivir”. Esta extraña afirmación débese a que anteriormente los sueños constituían los supremos conductores políticos, siendo ellos la voz de “mungu” (lo numinoso, Dios). Habría sido, pues, imprudente que un hombre común dejara sospechar que tenía sueños.
Los sueños son la voz de lo desconocido que de continuo amenaza con nuevas intrigas, peligros, sacrificios, guerras y otras cosas molestas. Un negro africano que soñó una vez que sus amigos le habían capturado y quemado vivo, llamó al día siguiente a sus parientes, suplicándoles que le quemaran, y éstos accedieron hasta tal punto que le ataron los pies y lo colocaron en el fuego. Naturalmente, quedó bastante mutilado, pero se había salvado de sus enemigos (11).
Hay sinnúmero de ritos mágicos cuya única finalidad es defenderse contra las insólitas y peligrosas tendencias de lo inconsciente. El extraño hecho de que el sueño represente, por un lado, la voz y el mensaje divino, y por otro, la inagotable fuente de pesadumbres, no preocupa al espíritu primitivo. Todavía en la psicología de los profetas judíos hallamos evidentes residuos de ese hecho primitivo (12). A menudo tardan en escuchar la voz. Y -hay que admitirlo- nada fácil resultóle a un hombre piadoso como Oseas casarse con una mujer pública para acatar el mandamiento del Señor. Desde los albores de la humanidad se observa una decidida propensión a limitar la indómita y arbitraria influencia “sobrenatural” mediante fórmulas y leyes determinadas. Y a lo largo de la historia, este proceso ha continuado realizándose en forma de un aumento de ritos, instituciones y convicciones. En los últimos dos milenios vemos a la institución de la Iglesia cristiana desempeñar una función mediadora y protectora entre estas influencias y el hombre. En los escritos eclesiásticos de la Edad Media no se niega que en algún caso pudiera ejercerse una influencia divina a través de los sueños, pero no se insiste en este punto de vista y la Iglesia se reserva el derecho de resolver en cada caso acerca de si un sueño constituye o no una revelación genuina (13). Pese a que la Iglesia admite que ciertos sueños proceden de Dios, no está dispuesta a tratarlos con seriedad y, más aún, pronúnciase positivamente en contra de ellos, si bien reconoce que algunos podrían contener una revelación inmediata. De ahí que a la Iglesia no le desagrade del todo el cambio de actitud espiritual realizado en los últimos siglos -al menos en lo que a este punto concierne-, pues con ello se ha debilitado enérgicamente la anterior postura introspectiva favorable a la consideración seria de los sueños y las experiencias interiores.
El protestantismo -que derrumbó algunos de los muros cuidadosamente levantados por la Iglesia- no tardó en sentir los efectos destructivos y cismáticos de la revelación individual. Tan pronto se hubo derribado la barrera dogmática y el rito hubo perdido la autoridad de su eficacia, el hombre enfrentó una experiencia interior sin el amparo y guía de un dogma y de un culto que son la quintaesencia incomparable de la experiencia religiosa, tanto de la cristiana como de la pagana. El protestantismo ha perdido, en especial, todos los más finos matices del cristianismo tradicional: la misa, la confesión, la mayor parte de la liturgia y el significado del sacerdote como representante de Dios.
Debo hacer hincapié en que esa afirmación no constituye ninguna valoración ni quiere serlo. Me constriño a señalar los hechos. En compensación de la pérdida de la autoridad eclesiástica, el protestantismo, por su parte, reforzó la autoridad de la Biblia. Pero, según prueba la historia, ciertos pasajes bíblicos pueden interpretarse de diversas maneras; además, la crítica científica del Nuevo Testamento no se reveló como especialmente apta para fortalecer la fe en la naturaleza divina de los escritos sagrados. También es un hecho que, bajo la influencia del llamado esclarecimiento científico, grandes masas de personas cultas o se han apartado o se han tornado totalmente indiferentes a la Iglesia. Si no se tratase sino de racionalistas empedernidos o de intelectuales neuróticos, cabría consolarse de esa pérdida. Pero muchos de ellos son hombres religiosos, sólo que incapaces de coincidir con las formas existentes de fe. De no ser así resultaríanos difícilmente explicable la notable influencia del movimiento de grupos humanista sobre los círculos en menor o mayor grado cultos, de los protestantes. El católico que ha dado la espalda a la iglesia, por lo general abriga una secreta o abierta inclinación hacia el ateísmo, en tanto el protestante, a ser posible, adhiérese a un movimiento sectario. El absolutismo de la Iglesia católica requiere, al parecer, una negación igualmente absoluta, al paso que el relativismo protestante permite variaciones.

Acaso se piense que he divagado demasiado en torno a la historia del cristianismo sólo para explicar el prejuicio contra los sueños y la experiencia individual. Pero lo dicho bien podría ser una parte de mi conversación con el paciente del carcinoma. Le dije que sería mejor tomar su obsesión seriamente que calificarla de disparate enfermizo. Pero tomarla en serio significaba reconocerla como una suerte de información diagnóstica de que en una psique realmente existente se ha dado un trastorno en forma de excrecencia cancerosa. “¿Pero -me preguntará seguramente- qué puede ser esta excrecencia?”. A lo cual contestaré: “No lo sé”, porque en verdad no lo sé. Aunque -según mencioné arriba-, es indudable que se trata de una formación inconsciente, compensatoria o complementaria: aún se ignora en absoluto su índole específica o su contenido. Es una exteriorización espontánea de lo inconsciente, en cuya base se hallan contenidos que no se encuentran en la conciencia.
Ahora mi paciente experimenta una aguda curiosidad por saber cómo logro incautarme de esos contenidos que constituyen la raíz de su idea dominante. Entonces -so peligro de desconcertarle- le comunicóle que sus sueños nos suministran todos los datos necesarios. Los consideraremos como si provienen de una fuente inteligente, dirigida a fines y, por decirlo así, personal. Ello, claro está, es una hipótesis audaz y, al propio tiempo, una aventura, porque de esta suerte depositamos extraordinaria confianza en una entidad muy poco confiable, cuya existencia real sigue negando buen número de psicólogos y filósofos contemporáneas. Un conocido hombre de ciencia al cual había explicado mi modo de proceder, hizo la observación muy característica: “Todo esto es muy interesante, pero peligroso”. Sí, lo admito, es peligroso, tanto como una neurosis. Cuando se quiere curar una neurosis, hay que correr un riesgo. Hacer una cosa sin arriesgar nada es, como bien sabemos, completamente inútil. La operación quirúrgica de un carcinoma constituye también un riesgo y, sin embargo, hay que hacerla. A objeto de que se me comprendiera mejor, a menudo me he inclinado a aconsejar a mis pacientes que se figuren la psique como una especie de “cuerpo sutil” en cuyo seno podrían crecer tumores de una materia fina. Tan fuerte es la prejuiciosa creencia de que la psique o no es concebible -y por consiguiente es menos que el aire- o constituye un sistema más o menos intelectual de conceptos lógicos, que la gente da como inexistentes ciertos contenidos si no tiene conciencia de ellos. No se tiene confianza ni fe en la exactitud del funcionamiento psíquico fuera de la conciencia, y considérase los sueños como simplemente ridículos. En tales circunstancias, mi propuesta hace sospechar lo peor. Y de hecho he oído argüir todo lo imaginable contra los vagos esquemas del sueño.
Sin embargo, en los sueños encontramos e inclusive antes de un análisis minucioso -los mismos conflictos y complejos cuya existencia cabe asimismo deducir por el experimento de asociación. Además, constituyen estos complejos una parte integrante de la neurosis existente. Por eso, con suficiente razón, suponemos que los sueños, cuando menos, pueden facilitar tantas explicaciones acerca del contenido de una neurosis como el experimento de asociación. En rigor, sus informaciones van mucho más lejos. El síntoma se parece a un retoño que se halla sobre la tierra y la planta principal a un extenso rizoma subterráneo (una raigambre). Este rizoma es el contenido de la neurosis: es la tierra madre de los complejos, de los síntomas y de los sueños. Suponemos asimismo, y con sobrada razón, que los sueños reflejan con fidelidad los procesos subterráneos de la psique. Y si logramos penetrar en este rizoma, llegaremos, literalmente, a la “raíz” de la enfermedad.

Como no intento llegar a los pormenores de la psicopatología de las neurosis, tomaré como ilustración otro caso a fin de mostrar cómo los sueños descubren los hechos interiores desconocidos de la psique y en qué consisten estos hechos. El hombre a cuyos sueños me refiero es un intelectual de notable inteligencia. Era neurótico y buscó mi ayuda porque sentía que su neurosis había llegado a dominarlo y que, lenta pero seguramente, iba minando su moral. Por suerte, su intelecto estaba aún intacto y podía disponer libremente de su aguda inteligencia. Por ese motivo, le encargué que él mismo observara y anotara sus sueños. No se analizó ni explicó los sueños, y sólo mucho más tarde abordamos su análisis; de modo que de los sueños que relataré a continuación no se hizo interpretación alguna. Constituyen una sucesión natural de hechos no forzada por influencia ajena alguna. E1 paciente nunca había leído nada sobre psicología, ni mucho menos sobre psicología analítica.

Como la serie se compone de cuatrocientos sueños, resúltame imposible dar una idea del material entero. Pero he publicado una selección de cuarenta y siete de estos sueños, que contienen temas de inusitado interés religioso (14). Debo agregar que el hombre de cuyos sueños nos ocupamos fue educado como católico, pero que no practicaba ni se interesaba por los problemas religiosos: pertenece a ese grupo de intelectuales o científicos que se mostrarían simplemente sorprendidos si se les atribuyera ideas religiosas de alguna clase. Si se sostiene el punto de vista de que lo inconsciente posee una existencia psíquica independiente de la conciencia, un caso como el que discutimos puede ofrecer un particular interés, siempre que nuestro concepto del carácter religioso de ciertos sueños no sea equivocado. Y si se confiere importancia a la conciencia solamente sin adjudicarle existencia autónoma a lo inconsciente, será interesante estudiar si el sueño deriva su material o no de contenidos conscientes. Si la investigación se pronunciara en favor de la hipótesis de lo inconsciente, debería considerarse a los sueños como posibles fuentes de información de las tendencias religiosas de lo inconsciente.
No es de esperar que los sueños hablen explícitamente de la religión, en la forma que acostumbramos hacerlo nosotros. Pero entre los cuatrocientos sueños hay dos que, evidentemente, tratan de religión. Reproduciré ahora el texto del sueño, anotado por él mismo:
“Todas las casas parecen como si estuvieran en un escenario, en un teatro. Hay bastidores y decoraciones. Se oye pronunciar el nombre de Bernard Shaw. La pieza se desarrollará en un futuro lejano. Sobre uno de los bastidores está escrito en inglés y en alemán:
“Esta es la Iglesia católica universal.
“Ella es la Iglesia del Señor.
“Que entren todos aquellos que se sientan instrumentos del Señor.
“Debajo hállase impreso en tipos más chicos: La Iglesia fue fundada por Jesús y Pablo -como si se propusiera destacar la antigüedad de una firma comercial. Le digo a mi amigo: "Vamos a mirar”. El contesta: “No comprendo por qué es necesario que se reúnan personas cuando tienen sentimientos religiosos”. A eso le replico: “Tú, como protestante, no lo comprenderás nunca”. Una mujer está muy de acuerdo conmigo. Ahora veo una especie de proclamación en la pared de la iglesia. Reza así:
“¡Soldados!
“Si sentís hallaros en poder del Señor, evitad dirigirle palabras directas. El Señor es inaccesible a las palabras. Además, os encarecemos mucho no discutir entre vosotros acerca de los atributos del Señor. Es inútil, pues lo valioso y lo importante son inexpresables.
'Firmado: Papa... (el nombre es indescifrable).
“Ahora entramos. El interior se parece al de una mezquita, sobre todo a la de Santa Sofía. No hay bancos; el recinto como tal produce un bello efecto; nada de imágenes; en la pared, como ornamentos, sentencias puestas en marcos (como lo están allá los apotegmas del Corán). Una de las sentencias reza: “No aduléis a vuestro bienhechor”. La mujer, antes de acuerdo conmigo, prorrumpe en llanto y exclama: “Entonces no queda nada”. Le contesto: “Todo esto me parece muy acertado”, pero ella desaparece. Primero estoy colocado de modo tal que tengo delante un pilar y no puedo ver nada. Luego cambio de sitio y percibo ante mí una multitud de personas. No pertenezco a ellas y me hallo solo. Pero están claramente delante de mí y veo sus rostros. Todos dicen a una voz: “Confesamos estar en el poder del Señor. El reino de los cielos está dentro de nosotros”. Dicen esto tres veces con gran solemnidad. Después se toca el órgano, se canta una fuga con coro de Bach. Se ha omitido el texto primitivo. A veces, nada más que una especie de coloratura, luego, repetidas veces, las palabras: “todo lo demás es papel” (quiere decir, no me parece vivo). Una vez terminado el coro, comienza, en forma digamos estudiantil, la parte íntima de la reunión. Todos los concurrentes son gente alegre y equilibrada. Se pasean, hablan unos con otros, se saludan, y se sirve vino (de un seminario episcopal de sacerdotes) y refrescos. Se desea a la Iglesia un progreso feliz y, como para expresar la alegría que causa el aumento de miembros, un altoparlante trasmite una canción de moda, con el estribillo: 'Ahora Carlos es también de la partida'. Un sacerdote me explica: 'Estas diversiones, más bien de segundo orden, están aprobadas y permitidas oficialmente. Tenemos que adaptarnos un poco a los métodos americanos. En una organización de masas, como la nuestra, ello es inevitable. Pero nos distinguimos fundamentalmente de las iglesias americanas por una dirección marcadamente antiascética”, Despues me despierto. Sentimiento de gran alivio”.

Como es sabido, menudean las obras acerca de la fenomenología de los sueños, pero son muy pocas las relativas a su psicología. Y, ciertamente, por la evidente razón de que la interpretación psicológica de los sueños constituye una empresa sobremanera delicada y arriesgada. Freud ha cumplido un esfuerzo valiente a fin de aclarar las obscuridades de la psicología de los sueños, sirviéndose de criterios que tomó del campo de la psicopatología (15).
Aunque admiro la osadía de su intento, no puedo coincidir con sus métodos ni con sus conclusiones. Según él, los sueños son una mera fachada, tras la cual se ha escondido deliberadamente algo. Es innegable que los neuróticos ocultan lo desagradable, tal vez del mismo modo que la gente normal. Mas resta decidir si semejante categoría es aplicable a un fenómeno tan normal y universalmente difundido como los sueños. Dudo de la libertad de suponer que un sueño sea otra cosa de lo que parece ser; inclinándome más bien en favor de otra autoridad judía: el Talmud, que dice que el sueño es su propia interpretación. En otros términos, tomo el sueño por lo que es. Constituye el sueño tan difícil y enredada materia, que de ningún modo me atrevo a conjeturar acerca de una posible tendencia a engañar inherente a él. El sueño es un fenómeno natural y no existe motivo evidente alguno para creerlo un invento ingenioso destinado a llevar a engaño. El sueño ocurre cuando la conciencia y la voluntad hállanse atenuadas. Parece ser un producto natural igualmente encontrable en individuos no neuróticos. Además, es tan reducido nuestro saber en punto a la psicología del proceso onírico que conviene proceder con suma cautela si en nuestro trabajo de interpretación introducimos elementos extraños al sueño mismo.
Por todas estas razones, creo que el sueño que estamos examinando trata, en verdad, de religión. Coherente y bien formado, impresiona como dotado de cierta lógica y finalidad, esto es, que arraiga en una motivación con sentido directamente expresada en el contenido onírico.
La primera parte del sueño es una seria argumentación en pro de la Iglesia católica. El soñador rechaza cierto punto de vista protestante –según el cual la religión constituye una mera vivencia individual. La segunda parte, más bien grotesca, muestra una adaptación de la Iglesia a un punto de vista decididamente mundano, siendo el final una argumentación en favor de una tendencia antiascética que jamás merecería el apoyo de la Iglesia real. Pero en el sueño del paciente el sacerdote antiascético convierte en principio esta tendencia. La espiritualización y la sublimación son conceptos esencialmente cristianos, y toda insistencia en lo contrario equivaldría a un paganismo sacrílego. El cristianismo nunca fue mundano ni desarrolló una política de buena vecindad fundada en el buen comer y beber, y la introducción de la música de jazz en el culto difícilmente constituiría una innovación recomendable. La gente “alegre y equilibrada” que de un modo más o menos epicúreo pasea charlando, hace recordar un ideal filosófico antiguo que el cristianismo contemporáneo más bien rechaza. En la primera parte del sueño, e igualmente en la segunda, acentúase la importancia de las masas, es decir, de las muchedumbres.
Así, la Iglesia Católica, no obstante hallarse muy encarecidamente recomendada, aparece junto a un punto de vista extrañamente pagano o incompatible con una postura de auténtico fondo cristiano. El efectivo antagonismo no se presenta en el sueño. Hállase disimulado por un ambiente íntimo donde los contrastes peligrosos se mezclan y esfuman. La concepción protestante en torno a una relación individual con Dios queda suprimida por la organización de las masas y el correspondiente sentimiento religioso colectivo. La importancia conferida a las masas y la infiltración de un ideal pagano ofrecen una rara semejanza con hechos de la Europa actual. A todo el mundo sorprendió ciertas tendencias paganas de la Alemania contemporánea porque nadie supo interpretar la vivencia de Nietzsche. Nietzsche no fue sino un caso entre millones y millones de alemanes -por entonces no nacidos aún- en cuyo inconsciente se fue desarrollando, durante la guerra mundial, el primo germano de Dionisos: Wotan (16). De los sueños de algunos alemanes que yo atendía por aquella época, pude desprender con toda claridad el futuro estallido de la revolución de Wotan, y en 1918 publiqué una nota donde señalaba el carácter insólito del nuevo desarrollo que debía aguardarse en Alemania (17). Aquellos alemanes no eran, en modo alguno, gentes que habían estudiado “Así habló Zaratustra”: y es seguro que esos jóvenes que celebraban sacrificios paganos de corderos ignoraban la vivencia de Nietzsche (18). Por eso llamaron a su Dios Wotan, y no Dionisos. En la biografía de Nietzsche encuéntranse testimonios irrefutables de que el dios a que él se refirió originariamente fue, en realidad, Wotan; pero como filósofo clásico de allá entre el setenta y ochenta del siglo XIX, le denominó Dionisos. Confrontados, ambos dioses exhiben, un rigor, mucho en común.
En todo el sueño de mi paciente no hay, al parecer, ninguna oposición contra el sentimiento colectivo, contra la religión de las masas y el paganismo, a excepción del amigo protestante a quien pronto se hace callar. Sólo un insólito episodio llama nuestra atención: la mujer desconocida que primero le apoya en el elogio del catolicismo y luego, de pronto, irrumpe en llanto, diciendo: “Entonces no queda nada”, después de lo cual desaparece definitivamente.
¿Quién es esa mujer? Para nuestro enfermo es una persona indeterminada y desconocida, pero -aclara- en el sueño la conocía ya muy bien como “la mujer desconocida”, que frecuentemente se le había aparecido en sueños anteriores.
Como esa figura desempeña un importante papel en los sueños de los hombres, se la designa con el término técnico de anima (19) en razón de que, desde tiempos inmemoriales, siempre ha expresado en los mitos del hombre la idea de la coexistencia de lo masculino y de lo femenino dentro del mismo cuerpo. Tales intuiciones psicológicas por lo general se hallaban proyectadas en la forma de la syzygia divina, de la pareja divina, o en la idea de la naturaleza hermafrodita del Creador (20). En nuestros días, Edward Maitland, biógrafo de Anna Kingsford, nos cuenta una experiencia interior de la bisexualidad de la divinidad (21). Hay, además, la filosofía hermética, con su hermafrodita y su hombre interior andrógino (22), el “homo Adamicus”, que “si bien se presenta en forma masculina, siempre lleva consigo escondida en su cuerpo la Eva, es decir, su mujer” -según reza un comentario medieval del Tractatus Aureus. (23) 
Es posible que el anima sea una producción de la minoría de los genes femeninos dentro de un cuerpo masculino. Ello es tanto más verosímil cuanto que esa figura no se encuentra en el mundo de imágenes de lo inconsciente femenino. Hay allí, sin embargo, una figura equivalente que desempeña un papel de valor igual; mas no es la imagen de una mujer, sino la de un hombre. Dicha figura masculina en la psicología de la mujer, ha sido denominadaanimus(24). Una de las más típicas exteriorizaciones de ambas figuras es lo que desde hace mucho, acostumbrase llamar la “animosidad”. El anima es causa de caprichos ilógicos; elanimus suscita irritantes trivialidades y opiniones insensatas. Ambas figuras preséntanse en los sueños con frecuencia. De ordinario personifican a lo inconsciente y le otorgan su carácter extrañamente desagradable e irritante. Lo inconsciente en sí no posee semejantes propiedades negativas, aparecen sobre todo cuando lo inconsciente se halla personificado por estas figuras, y cuando ellas empiezan a obrar sobre la conciencia. Dado que no son sino personalidades parciales, tienen el carácter de un hombre inferior o de una mujer inferior, a lo cual débese su acción irritante. Bajo esta influencia, el hombre hállase sujeto a caprichos imprevistos, en tanto la mujer tórnase porfiada y sus opiniones eluden lo esencial (25).
La reacción negativa del anima en el sueño sobre la Iglesia indica que el lado femenino del paciente -su inconsciente- no está de acuerdo con su modo de pensar. Esta divergencia de opiniones comienza a mostrarse respecto de la sentencia que pende sobre la pared: “No halaguéis a vuestro bienhechor”, con la cual está de acuerdo el paciente. El significado de la frase parece bastante sensato, de suerte que resulta incomprensible por qué la mujer muestra tanta desesperación. Sin profundizar en este secreto, por el momento, hemos de contentarnos con el hecho de que en el sueño se da una contradicción y de que, bajo enérgica protesta, una importante minoría abandona el escenario y no presta atención a los sucesos ulteriores.
Por el sueño sabemos, pues, que la función inconsciente del soñador establece un compromiso bastante superficial entre el catolicismo y una pagana “alegría de vivir”. El producto de lo inconsciente no expresa un punto de vista sólido ni una opinión definitiva; corresponde más bien a la exposición dramática de un acto de consideración. Acaso sea posible formularlo así: “¿Y qué tal anda tu asunto religioso? Tú eres católico, ¿verdad? ¿No es suficiente esto? Pero el ascetismo; y bien, hasta la Iglesia tiene que adaptarse un poco al cine, la radio, el jazz, etc. ¿Por qué no ofrecerte también un poco de vino eclesiástico y unas relaciones alegres?” Mas esa mujer desagradable y misteriosa, conocida por muchos sueños anteriores, por algún motivo parece hondamente desilusionada y se retira.
Debo confesar que simpatizo con el anima. Evidentemente, el compromiso es demasiado barato y superficial, pero característico del paciente y de muchas otras personas para las cuales la religión no tiene gran significado. Para mi paciente la religión estaba totalmente desprovista de importancia y, sin duda, no esperaba que alguna vez pudiera interesarle en modo alguno. Más habíame consultado a causa de una experiencia de mucho peso. Era racionalista e intelectual de pura cepa, pero su neurosis y sus intensos efectos desmoralizadores, habíanle hecho sentir que su actitud espiritual y su filosofía habíanle fallado por completo. Nada hallaba en toda su concepción del mundo que le otorgara satisfactorio autodominio. Encontrábase, pues, aproximadamente en la situación del hombre abandonado por las convicciones e ideales abrigados hasta poco antes. De ningún modo es un caso extraordinario el que, bajo semejantes circunstancias, un individuo retorne a la religión de su infancia con la esperanza de encontrar algún auxilio en ella. No se trataba, empero, de un intento o decisión consciente de revivir las formas anteriores de su fe religiosa. No hizo nada más que soñarlo: es decir, su inconsciente produjo una singular verificación acerca de su religión. Es exactamente como si el espíritu y la carne -eternos enemigos en la conciencia cristiana- hubieran hecho las paces sobre la base de una extraña debilitación de sus naturalezas antagónicas. Lo espiritual y lo mundano se reúnen con inesperada apacibilidad. El resultado es bastante grotesco y cómico: la austera seriedad del espíritu aparece minada por una alegría casi del tipo que conocían los antiguos, con olor a vino y rosas. Sea como fuere, el sueño describe un ambiente sagrado y mundano que embota la intensidad del conflicto moral y hace olvidar todo dolor y pena anímicos.
De tratarse de la satisfacción de un deseo, ésta había sido, seguramente, consciente, pues tal cosa era precisamente lo que ya había hecho el paciente hasta la exageración. Y en este aspecto tampoco fue él inconsciente, pues el vino era uno de sus más peligrosos enemigos. Por el contrario, el sueño constituye un testimonio imparcial del estado espiritual del paciente. Suministra la imagen de una religión degenerada, corrompida por el espíritu mundano y los instintos del vulgo. A lo numinoso de la experiencia divina sustitúyese el sentimentalismo religioso: conocida característica de una religión que ha perdido el misterio vivo. Es fácil comprender que una religión así será incapaz de prestar apoyo o de surtir cualquier otro efecto moral.
El aspecto general del sueño es, por cierto, desfavorable, si bien se vislumbran con vaguedad algunos otros aspectos más bien positivos. Ocurre pocas veces que los sueños sean exclusivamente positivos o exclusivamente negativos. De ordinario, enlázanse ambos aspectos, aunque por lo común uno de los dos es más fuerte. Naturalmente, semejante sueño no facilita al psicólogo material suficiente para abordar el problema de la actitud religiosa. Si sólo poseyéramos el sueño en cuestión, apenas podríamos esperar descubrir su significado íntimo; pero disponemos de toda una serie que alude a un insólito problema religioso. En la medida de lo dable, jamás interpretó un sueño por sí mismo. El sueño de ordinario integra una serie. Del mismo modo como existe una continuidad en la conciencia (a pesar de que el sueño la interrumpe con regularidad), tal vez también existe una continuidad de los procesos inconscientes, y quizás más probablemente aún que en los procesos de la conciencia. En todo caso, mi experiencia favorece la verosimilitud de que los sueños constituyen los eslabones visibles de una cadena de procesos inconscientes. Si se busca aclarar la cuestión en base a la motivación profunda del sueño referido, deberemos fundarnos en la serie y averiguar en qué punto de la larga cadena de cuatrocientos sueños encuéntrase éste.
Lo hallamos como eslabón entre dos importantes sueños de carácter lúgubre. El sueño anterior habla de una reunión de muchas personas y de una extraña ceremonia de carácter aparentemente mágico, cuyo fin es “reproducir a un gibón”. El sueño ulterior se extiende sobre un tema parecido: la transformación mágica de animales en seres humanos.
Ambos sueños son sobremanera desagradables y alarmantes para el paciente. Al paso que el de la iglesia evidentemente permanece en la superficie y expresa opiniones que, en otras circunstancias, lo mismo podrían pensarse conscientemente, ambos sueños son de carácter extraño y desacostumbrado, y es tal su efecto emocional que, de serle posible, el paciente les negaría la existencia. El texto del segundo sueño dice, literalmente: “Cuando uno se escapa, todo está perdido”. Estas palabras coinciden sorprendentemente con las de la mujer desconocida: “Entonces no queda nada”. De tales expresiones inferimos que el sueño de la iglesia constituyó un intento de rehuir otros pensamientos que poblaban los sueños y cuyo significado era harto más profundo. Dichos pensamientos se presentan en los sueños anterior y ulterior..

Notas

(1) Rudolf Otto: Das Heilige. 1917. Hay traducción castellana. Lo Santo. Madrid, 1925.
(2) La gratia adiuvans y la gratia sanctificans son los efectos del sacramentum ex opere operato. El sacramento debe su eficacia al hecho de haber sido instituído inmediatamente por Cristo mismo. La Iglesia es incapaz de vincular el rito con la gracia en forma que el actus sacramentalis produzca la presencia y el efecto de la gracia, es decir, res et sacramentum. Por lo tanto, el rito ejecutado por el sacerdote no es causa instrumentalis sino mera causa ministerialis.
(3) “Pero nuestro respeto por los hechos no ha neutralizado en nosotros toda religiosidad. El mismo, es casi religioso. Nuestro temple científico es piadoso". William James, Pragmatism 1911. Hay traducción castellana: El pragmatismo. Madrid, 1928.
(4) "Religio est, quae superioris cujusdam naturae (quam divinam vocant) curam caerimoniamque affert”, “La religión es lo que otorga veneración y reverencia a alguna naturaleza más alta (que es llamada divina)” (Cicerón, De invent. Rhetor., Lib. II).
(5) Heinrich Scholz (Religionsphilosophie, 1921) insiste en un punto de vista parecido; véase también H. R. Pearcy: A Vindication of Paul. 1936
(6) Jung: Diagnostische Assoziationsstudien. 1910-11.
(7) La “autonomía del complejo” constituye uno de los principios básicos de Jung, que en ocasiones llama a su sistema “psicología de los complejos”. Considera Jung los complejos como una suerte de "unidades vivientes de la psique inconsciente, que disfrutan de cierta autonomía… llevan una existencia particular en las oscuras regiones del inconsciente, desde donde pueden perturbar en cualquier momento los actos de la conciencia. (La psique y sus problemas actuales. Madrid-Buenos Aires, Poblet, 1935). Son “formaciones psíquicas que al principio se desarrollan mas bien inconscientemente y solo cuando alcanzan nivel-umbral pueden irrumpir en la conciencia. La autonomía del complejo revélase en que aparece o desaparece “de acuerdo con su propia tendencia intrínseca: es independiente de la opción de la conciencia”. (Contributions to Analytical Psychology, Londres, Kegan Paul, 1927)
(8) J. G. Frazer: Taboo and the Perils of the Soul. 1911. A. E. Crowley, The Idea of Ihe Soul. Londres, 1909; L. Lévy-Bruhl: La Mentalité Primitive, París, 1922.
(9) Feun: Running Amok. 1901.
(10) M. Ninck: Wodan und germanischer Schiaksalsglaube. Jena, 1935.
(11) L. Lévy-Bruhl: Les Fonctions Mentales dans les Sociétés Inférieutes. 1910, La Mentalité Primitive. Capítulo III, Les Rêves.
(12) Fr. Haeussermann: Wortempfang undl Symbol in der alttestamentlichen Prophetie. Giessen, 1932.
(13) En un tratado excelente sobre los sueños y sus funciones dice Benedictus Pererius, S. J. (De Magia. De observatione Somniorum et de Divinatione Astrologica libri tres. Coloniae Agripp., 1598, pág, 114 ss): “Deus nempe, istius modi temporum legibus non est alligatus nec opportunitate temporum eget ad operandum, ubicunque enim vult, quando cumque, et quibuscumque vult, sua inspirat somnia…” (pág. 147). (“Pues Dios no está constreñido por tales leyes del tiempo, ni tampoco espera momentos oportunos para su acción; pues inspira sueños allí donde quiere, cuando quiere y en quien quiere”). El párrafo siguiente ilumina en forma interesante la relación entre la iglesia y el problema de los sueños: “Legimus enim apud Cassianum in collatione 22. veteres illos monachorum magistros et rectores, in perquirendis, et excutiendis quorundam somniorum causis, diligenter esse versatos” (pág. 142 (“Pues leemos en la 22a. colación de Casiano, que los antiguos magistrados y rectores de los monjes, eran expertos en determinar y verificar las causas de ciertos sueños”). Pererius clasifica los sueños del siguiente modo: “Multa sunt naturalia, quaedam humana, nonnulla etiam divina” (pág. 145 (“Muchos sueños son naturales, algunos son de origen humano, y algunos también son divinos”)). Los sueños tienen cuatro causas: I. Una dolencia física; II. Un afecto o una violenta emoción, producidos por el amor, la esperanza, el miedo o el odio (pág. 126 s.); III. El poder o la astucia del demonio, es decir, de un dios pagano o el diablo cristiano. (“Potest enim daemon naturales effectus ex certis causis aliquando necessario proventuros, potest quaecunque ipsemet postea facturus est, potest tam praesentia quam praeterita, quae hominibus occulta sunt, cognoscere, et hominibus per somnium indicare” (“Porque el diablo puede conocer efectos naturales que en un tiempo futuro neceesariamente se seguirán de causas fijas; él puede saber de cosas que él mismo habrá de producir más tarde; puede conocer cosas, presentes y pasadas, que están ocultas a los hombres, y hacérselas conocer en los sueños”)(pág. 129). Respecto al interesante diagnóstico de los sueños demoníacos, dice el autor: “… conjectari potest, quae somnia missa sint a daemone: primo quidem, si frequenter accidant somnia significantia res futuras, aut occultas, quarum cognitio non ad utilitatem vel ipsius, vel aliorum, sed ad inanem curiosae scientiae ostentationem, vel etiam ad aliquid mali faciendum conferat…” (“podemos conjeturar que los sueños son enviados por el diablo; primero, cuando ocurren a menudo sueños que significan acontecimientos futurosw u ocultos, cuyo conocimiento no tiene finalidad útil alguna para uno o para los demás, sino sólo cierto vano despliegue de informacióncuriosa, o incluso la comisión de algún acto maligno…)(pág. 130); IV. Los sueños enviados por Dios. Con referencia a los signos que indican la naturaleza divina de un sueño, dice el autor: “… ex praestantia rerum, quae per somnium significantur: nimirum, si ea per somnium innotescant homini, quorum certa cognitio, solius Dei concessu ac munere potest homini contingere, hujus modi sunt, quae vocantur in scolis Theologorum, futura contingentia, arcana idem cordium, quaeque intimis animorum reccessibus, ab omni penitus mortalium intelligentia oblitescunt, denique praecipua fidei nostrae mysteria, nulli, nisi Deo docente manifesta” (!!) “…deinde, hoc ipsum (divinum esse) maxime declaratur interiori quadam animorum illuminatione atque commotione, qua Deus sic mentem illustrat, sic voluntatem afficit, sic hominen de fide et auctoritate eius somnii certiorem facit, ut Deum esse ipsius auctorem, ita perspicue agnoscat et liquido iudicet, ut id sine dubitatione ulla credere et velit et debeat” (pág. 131 ss.). Como –según hemos mencionado arriba- también el demonio es capaz de producir sueños con predicciones exactas acerca de sucesos futuros, el autor agrega una cita de Gregorius (Dialog., Lib, IV, cap. 48): “Sancti viri illusiones atque revelationes, ipsas visionum voces et imagines, quondam intimo sapore discernunt, ut sciant quid a bono spiritu percipiant et quid ab illusore patiantur. Nam si erga haec mens hominis cauta non esset, per deceptorem spiritum, multis se vanitatibus immergeret, qui nonnumquam solet multa vera praedicere, ut ad extremum valeat animam ex una aliqua falsitate laqueare” (pág. 132). Ante esta incertidumbre parecía ofrecer una conveniente seguridad el que los sueños se ocuparan de los “misterios principales de nuestra Fe”. Atanasio, en su biografía de San Antonio, habla de lo hábiles que son los demonios para predecir los sucesos futuros (cf. E. A. Wallis Budge: The Book of Paradise, Londres, 1904, I, pág. 37 s.). Según el mismo autor, aparecen a veces, hasta bajo figuras de monjes, salmodiando, leyendo en voz alta la Biblia y pronunciando perturbadores comentarios acerca de la conducta moral de los frailes (pág. 33 ss.). Pererius, sin embargo, parece confiar en su criterio y afirma: “Quemadmodum igitur naturale mentis nostrae lumen facit nos evidenter cernere veritatem primorum principiorum, namque statim citra ullam argumentationem, assensu nostro complecti: sic enim somniis a Deo datis, lumen divinum animis nostris affulgens, perficit, ut ea somnia et vera et divina esse intelligamus certoque credamus”. Pererius no aborda la peligrosa cuestión de si todo convencimiento firme procedente de un sueño, comprueba en forma necesaria el origen divino del sueño. Tan sólo considera evidente que semejante sueño tendrá naturalmente un carácter que corresponde a los “misterios más importantes de nuestra Fe” y de ninguna manera el carácter de otra fe. El humanista Gaspar Peucer (en su Commentarius de Praecipuis Generibus Divinationum, etc. Witebergae, 1560, de divinat. ex somn, pág. 270) se pronuncia en este respecto de modo mucho más determinante y restrictivo. Dice: “Divina somnia sunt, quae divinatus immissa sacrae literae affirmant, non quibusvis promiscue, nec captantibus aus expectantibus peculiares αποχαλυψειs sua opinione, sed sanctis Patribus et Prophetis Del arbitrio et voluntate, nec de levibus negociis, aut rebus nugacibus et momentaneis, sed de Christo, de gubernatione Ecclesiae, de imperiis et eorundem ordine, de aliis mirandis eventibus: et certa his semper addidit Deus testimonia, ut donum interpretationis et alia, quo constaret non temere ea objici ex natura nasci, sed inseri divinitus”. Su cripto-calvinismo se manifiesta de modo palpable en sus palabras, sobre todo, cuando las comparamos con la teología natural de sus contemporáneos católicos. Es probable que en su alusión a las “revelaciones”, Peuer se refiera a innovaciones heréticas. Por lo menos dice en el párrafo siguiente: en el que trata de los sueños de carácter diabólico (somnia diabolici generis): “Quaeque nunc Anabaptistis et omni tempore Enthusiastis et similibus fanaticis,,, diabolus exhibet”. Con más perspicacia y comprensión humana, Pererius dedica un capítulo al problema: “An licitum sit christiano homini, observare somnia?” y otro capítulo a la cuestión: “Cuius hominis sit rite interpretari somnia?” En el primero llega a la conclusión de que se deben tomar en cuenta los sueños importantes. Cito sus propias palabras: “Denique somnia, quae nos saepe commovent, et incitant ad flagitia, considerare num a daemone nobis subjiciantur, sicut contra, quibus ad bona provocamur et instigamur, veluti ad caelibatum, largitionem eleemosynarum et ingressum in religionem, ea ponderari num a Deo nobis missa sint, non est superstitiosi animi, sed religiosi, prudentis ac salutis suae satagentis atque solliciti”, Pero en el segundo capitulo señala que nadie debe o puede interpretar los sueños: “nisi divinitus afflatus et eruditus”, “Nemo enim –así agrega- novit quae Dei sunt, nisi spiritus Dei” (Corintios, I, 2. 11). Esta afirmación, sumamente acertada en sí, reserva el arte de la interpretación de los sueños a aquellas personas dotadas ex officio con el donum spiritus sancti. Es evidente que un autor jesuita no pudo pensar en un descensus spiritus sancti extra ecclesiam.
(14) Jung: Traumsymbole des Individuationsprozesses, “Eranos-Jahrbuch”, 1935. Zurich, 1936. Si bien también se mencionan en la presente obra los sueños transcritos en di-cho libro, allí se estudian desde un punto de vista distinto. Como los sueños tienen muchos aspectos, cabe también enfocarlos desde ángulos diferentes.
(15) S. Freud: Interpretación de los sueños. Buenos Aires, 1941. Herbert Silberer (Der Traum, 1919) desarrolla un punto de vista más cuidadoso y más equilibrado. Respecto a la diferencia entre las concepciones de Freud y las mías, remito al lector a mi breve ensayo sobre este tema en: La Psique y sus problemas actuales. Madrid, 1925. Más material en: Lo inconsciente. Buenos Aires, 1941. Véase también: W. M. Kranefeldt: Die Psychoanalyse. Berlín, 1930. Gerhard Adler: Entdeckung der Seele, Zürich, 1934. Toni Wolff: Einfuhrung in die Grundlagen der Komplexen Psychologie, en Die kulturelle Bedeutung der Komplexen Psychologie. Berlín, 1935, págs. 1-168.
(16) Cf. la relación de Odín como dios de los poetas, de los vientos y de los entusiastas delirante, y de Mimir, el sabio, con Dionisos y Sileno. La palabra Odín se relaciona en su raíz, con el galo ουατειs, el irlandés "faith", el latin "vates", a semejanza de μαντιs y μαινομαι. Martín Ninck: Wodan und germanicher Schicksalsglaube, 1935.
(17) En: Über das Unbewusste. "Schweizerland", 1918.
(18) En: Wotan. “Neue Schweizer Rundschau”, N° 11, 1936. Los paralelos de Wotan en la obra de Nietzsche se hallan: 1) en el poema de 1863-64 Al Dios desconocido; 2) en "La lamentación de Ariadna" en Así habló Zaratustra; 3) Así habló Zaratustra; 4) El sueño de Wotan, del año 1859, en E. Foerster-Nietzsche: Der wervende Nietzsche. 1924
(19) Cf.: El yo y lo inconsciente. Barcelona, 1936; Tipos psicológicos. Buenos Aires, 1943; Über die Archetypen des kollesktiven Unbewussten. “Eranos-Jahrbuch 1934”, Zürich, 1935; Über den Archetypus mit besonderer Berücksichtigung des Animabegriffes. “Zentralblatt für Psychotherapie”, IX, 1936.
(20) “Zentralblatt für Psychotherapie”, IX, pág. 259.
(21) Edward Maitland: Anna Kingsford, Her Life, Letters, Diary and Work. Londres, 1896.
(22) La declaración acerca de la naturaleza hermafrodita de la divinidad en el Corpus Hermetictum, Lib. I (ed. W. Scott: Hermetica, I, pág. 118 (o δε νουs o πρϖτοs αρρενοθηλυs ϖν) probablemente fue tomada de Platón (El Banquete, XIV). No sabemos si las posteriores representaciones medievales del hermafrodita provienen del Poimandres. (Corpus Herm., Lib. I), ya que en occidente la figura era casi desconocida hasta que Marcilio Ficino, en el año 1471, imprimiera el Poimandres. Existe, sin embargo, la posibilidad de que uno de los pocos hombres de ciencia de aquella época que sabían el griego haya recogido la idea de uno de los -por entonces existentes- Codices Graeci, por ejemplo, el Cod. Laurentianus, 71, 33, del siglo XIV, el Parisnus Graec. 1220, siglo XIV, el Vaticanus Graec. 237 y 951, siglo XIV. No hay códices más viejos. La primera traducción latina, realizada por Marcilio Ficino, produjo un efecto sensacional. Sin embargo, son anteriores los símbolos hermafroditas del Cod. Germ. Monac. 598 del año 1417. Me parece más probable que el símbolo hermafrodita provenga de manuscritos árabes o sirios, traducidos en el siglo XI o en el XII. En el viejo Tractatulus Avicennae latino, sobremanera influido por la tradición árabe, leemos: "{Elixir) Ipsum est serpens luxurians, seipsum impraegnans” (Artis Auriferae, etc., 1593, T. I, pág. 406). Si bien trátase de un Pseudo Avicena y no del Ibn Sina auténtico (970-1037), pertenece a las fuentes árabe-latinas de la literatura hermética medieval. Encontramos el mismo pasaje en el tratado Rosinus ad Sarratantam (Art. Aurif., 1593, I, 309): “Et ipsum est serpens seipsum luxurians, seipsum impraegnans”, etc, "Rosinus" es una corrupción árabe-latina de "Zósimo", el filósofo neoplatónico griego del siglo III. Su tratado Ad-Sarratantam pertenece al mismo género literario, mas como la historia de estos textos se halla todavía en completa oscuridad, por el momento nadie puede decir quién copió a quién. La Turba Philosophorum, Sermo LXV, un texto latino de origen árabe, trae también la alusión: "compositum germinat se ipsum” (J. Ruska: Turba Philosophorum. Quellen und Studien zur Gesahichte der Naturwissenschaften und der Medizin. 1931, pág. 165). Por lo que he podido averiguar, el primer texto que seguramente menciona al hermafrodita es el Liber de Arte Chimica incerti autoris, del siglo XVl (en Art. Aurif, 1593, I, 575 s), pág. 610: “Is vero mercurius est omnia metalla, masculus et foemina, et monstrum Hermaphroditum, in ipso animae et corporis matrimonio”. De la literatura posterior sólo menciono: Pandora (un texto alemán del año 1588); "Splendor Solis" en: Aureum Vellus, etc., 1598; Michael Majer: Symbola aureae mensae duodecim nationum, 1617, ídem: Atalanta Fugiens, 1618; J. D . Mylius:: Philosophia Reformata, 1622.
(23) El Tractatus Aureus Hermetis es de origen árabe y no pertenece al Corpus Hermeticum. No conocemos su historia (fué impreso por primera vez en Ars Chemica, 1566). Dominicus Gnosius escribió un comentario del texto en Hermetis Trismegisti Tractatus vere Aureus de Lapidis Philosohiei Secreto cum Scholiis Dominici Gnosii, 1610. Dice (pág. 101): "Quem ad modum in sole ambulantis corpus continuo sequitur umbra… sic hermaphroditus noster Adamicus, quamvis in forma masculi appareat semper tamen in corpore occultatam Evam sive foeminam suam secum circumfert". Este comentario, junto con el texto, se halla reproducido en J. J. Mangetus: Bibl. Chem., 1702, I, pág. 401 s.
(24) Véase una descripción de ambas figuras en El yo y lo inconsciente y sus definiciones en Tipos psicológicos y en Emma Jung: Ein Beitrag zum Problem des Animus, en Wirklichkeit der Seele. 1934.
(25) El anima y el animus no se presentan únicamente en forma negativa. A veces hasta constituyen una fuente de iluminación, son mensajeros (αγγελοι) y mistagogos.
Muhyi l’Din Ibn Al Arabi.

02.12.2013 19:41

En la psicología profunda la problemática del cristianismo siempre ha sido importante: ya Freud afirmó que el judaísmo es la religión del Padre y el cristianismo es la religión del Hijo.  La relación padre-hijo con su idea del "parricidio",  puede así transladarse al plano de las religiones, siendo la religión un tema que fascinó críticamente al gran psicoanalista vienés, y que lo trató en distintas obras: Totem y Tabú, El porvenir de una ilusión, Moisés y el monoteísmo.

Para C. G. Jung el tema del cristianismo es esencial. Por ello escribió: “Mi problema es luchar con el gran mostruo del pasado histórico, la gran serpiente de los siglos... la carga histórica que el cristianismo nos ha echado encima... Hay personas que se preocupan por la gran batalla entre el presente y el pasado o el futuro. Es un problema humano tremendo. Algunos enfrentan la historia , mientras otros se construyen una casita en las afueras”. Jung intentó con su psicología prfounda compensar lo que el veía como “la unilateralidad” del Cristianismo (intentando rescatar lo femenino, lo sombrío, lo material, incluso lo demoníaco del excesivo dominio "patriarcal", para lograr una integración de todas las facetas del alma)

En la obra James Hillman se intenta retornar a un politeísmo psicológico (descentralismo de la psique) y cuestionar el mono-centrismo cristiano: las ideas de salvación, renacimiento, de lucha con el Hades (el submundo). Así, escribió: “En mi intimidad, temo al inconsciente cristiano porque, a diferencia del budismo o incluso el judaísmo, el cristianismo vive mitos deliberadamente, insistiendo en que no son mitos, y esto tiene terribles consecuencias paranoicas”, y también: “El alma ingresa sólo vía síntomas, vía fenómenos marginados como la imaginación de los artistas o la alquimia o los “primitivos” y, por supuesto, disfrazada como psicopatología. Eso es lo que quería decir Jung cuando afirmó que los Dioses se han vuelto enfermedades: el único camino de regreso para ellos, en un mundo cristiano, es vía lo marginado”.

W. Giegerich ve en cambio en el cristianismo como “la auto-expresión, auto-articulación de aspectos del alma”, y como “una realidad espiritual transpersonal y una fuerza histórica que se realiza en la historia de Occidente, una realidada objetiva independiente, a la que los seres humanos nos hallamos expuestos de un modo u otro”.  Partiendo del motivo básico del cristianismo -la encarnación del logos, el vaciamento (kenôsis) en Cristo de la divinidad a fin de volverse hombre- la tecnología es entendida como una forma de consumación del Cristianismo, y no como algo opuesto a su espíritu. Al contrario, el ímpetu del cristianismo se realizaría necesariamente en la superación de la naturaleza, en la tecnología y la transformación de lo natural en lógico, y por ello sería un proceso fundamental de transformación de la sintaxis del alma misma, el salto a un plano inédito de la conciencia y del modo de ser en el mundo.

A lo largo del curso se leerán y comentarán dos artículos fundamentales de Giegerich: “El descuido patriarcal del principio femenino.Una falacia psicológica de Jung” y “¡Dios no debe morir! La tesis de C. G. Jung de la unilateralidad del cristianismo”

02.12.2013 12:36

plurifacético y se extiende y amplía infinitamente. Su señor supremo es el Dios Sol. Los dioses oscuros forman el mundo de la tierra. Son simples y se empequeñecen y disminuyen infinitamente. Su señor supremo es el Diablo, el espíritu de la luna, el satélite de la tierra, más pequeño y más frío que la tierra. No existe diferencia alguna entre el poder de los dioses del cielo y de la tierra. Los del cielo engrandecen, los de la tierra empequeñecen. Incalculable es la dirección de ambos. Los muertos se burlaron y gritaron: instrúyenos, bufón, acerca de la Iglesia y de la santa comunidad. El mundo de los dioses se manifiesta en la espiritualidad y en la sexualidad. Los del cielo aparecen en la espiritualidad, los terrenales en la sexualidad. Espiritualidad recibe y capta. Es femenina y por ello la denominamos la MATER CAELESTIS, la madre celestial. Sexualidad produce y crea. Es masculina y por ello la denominamos FALO, el padre terrenal. La sexualidad del hombre es más terrena, la sexualidad de la mujer es más espiritual. La espiritualidad del hombre es más celestial aspira a lo más grande. La espiritualidad de la mujer es más terrena, te dirige a lo pequeño. Mentirosa y diabólica es la espiritualidad del hombre que se dirige a lo pequeño. Mentirosa y diabólica es la espiritualidad de la mujer que se dirige a lo grande. Cada uno debe orientarse a su lugar. Hombre y mujer se convierten en diablo cuando no separan sus caminos espirituales, pues la esencia de la Creatur es diferenciación. La sexualidad del hombre se dirige a lo terreno, la sexualidad de la mujer se dirige a lo espiritual. Hombre y mujer se convierten mutuamente en diablo cuando no separan su sexualidad. El hombre conoce lo pequeño, la mujer lo grande. El hombre se diferencia de la espiritualidad y de la sexualidad. Llama a la espiritualidad Madre y la sitúa entre el cielo y la tierra. Llama a la sexualidad Falo y la sitúa entre él y la Tierra, pues la madre y el Falo son demonios sobrehumanos y patentizaciones del mundo de los dioses. No son más eficaces que los dioses porque están más próximamente unidos a nuestra esencia. Si no os distinguís de la sexualidad y de la espiritualidad, ni las consideráis como esencia sobre vosotros, entonces las degradáis con propiedades del Pleroma. Espiritualidad y sexualidad no son vuestras propiedades, no son cosas que poseáis y abarquéis, sino que os poseen y abarcan a vosotros, pues son poderosos demonios, formas de manifestación de los dioses, y por ello cosas que van más allá de vosotros y existen por sí mismas. No se trata de que uno tenga una espiritualidad para sí o una sexualidad para sí, sino que se encuentra bajo la ley de la espiritualidad y de la sexualidad. Por ello ninguno puede ir en contra de estos demonios. Vosotros debéis verlos como demonios y como asunto y peligro común, como lastre común que la vida os ha impuesto. Así también la vida os es asunto y peligr

Los muertos llenaron el

espacio de quejas y dijeron: Háblanos de los Dioses y Diablos, réprobo. Dios Sol es el supremo bien, el Diablo lo contrario, así pues tenéis dos dioses. Sin embargo, hay muchos bienes elevados y muchos males graves, y bajo ello hay dos dios-diablo: uno es lo ARDIENTE y el otro lo CRECIENTE. Lo Ardiente es el Eros en la forma de llama. Alumbra al consumirse. Lo Creciente es el ÁRBOL DE LA VIDA, reverdece al acumular materia viva. El Eros llamea y muere por ello; el Árbol de la vida, por el contrario, crece lenta y constantemente a través de los tiempos incalculables. Bien y mal se unen en la llama. Bien y mal se unen en el crecimiento del árbol. Vida y amor se enfrentan en su divinidad. Incalculable, como es el ejército de estrellas, es el número de dioses y diablos. Cada estrella es un dios y cada espacio que llena una estrella es un diablo. Pero el lleno-vacío del todo es el Pleroma. La acción del todo es Abraxas, sólo lo irreal se contrapone a él. Cuatro es el número de los dioses principales, pues cuatro es el número de las medidas del mundo. Uno es el principio, el Dios Sol. Dios es el Eros, pues unifica a dos y se extiende iluminante. Tres es el Árbol de la vida, pues llena el espacio con cuerpos. Cuatro es el Diablo, pues abre todo lo cerrado; disuelve todo lo configurado y corporal; es el destructor en el que todo deviene nada. Feliz yo, a quien es dado conocer la pluralidad y diversidad de los dioses. Desgraciados vosotros, que sustituís esta indestructible pluralidad por un Dios. De este modo origináis el tormento de la no-comprensión y la mutilación de la Creatur, cuya esencia y a~ es diferenciación. ¿En qué sois fieles a vuestra esencia, a queréis convertir al mucho en uno? Lo que hacéis con los dioses os sucede también a vosotros. Todos os volvéis iguales y vuestra esencia se mutila. Por la voluntad del Hombre impera igualdad y no por la voluntad de Dios, pues las de los dioses son muchas; en cambio, las de los hombres son pocas. Los dioses son poderosos y soportan su diversidad, pues, como las estrellas, están aislados y a una inmensa distancia entre sí. Los hombres son débiles y no soportan su diversidad, pues habitan casi juntos y necesitan la comunidad para poder soportar su carácter peculiar. Para la salvación os enseño lo inadmisible por causa de lo cual soy condenado. La pluralidad de dioses corresponde a la pluralidad de hombres. Innumerables dioses aguardan devenir hombres. Innumerables dioses han llegado a ser hombres. El Hombre participa de la esencia de la diosa, proviene de los dioses y va a Dios. Del mismo modo que no resulta posible meditar sobre el Pleroma, tampoco es posible adorar a la multiplicidad de los dioses. Siquiera es posible adorar al primer Dios, la Plenitud activa y el summum bonum. Nosotros no podemos hacer nada para ello ni tomar nada de ello, pues el vacío activo lo traga todo en sí. Los dioses diáfanos forman el mundo del cielo, éste es

plurifacético y se extiende y amplía infinitamente. Su señor supremo es el Dios Sol. Los dioses oscuros forman el mundo de la tierra. Son simples y se empequeñecen y disminuyen infinitamente. Su señor supremo es el Diablo, el espíritu de la luna, el satélite de la tierra, más pequeño y más frío que la tierra. No existe diferencia alguna entre el poder de los dioses del cielo y de la tierra. Los del cielo engrandecen, los de la tierra empequeñecen. Incalculable es la dirección de ambos. Los muertos se burlaron y gritaron: instrúyenos, bufón, acerca de la Iglesia y de la santa comunidad. El mundo de los dioses se manifiesta en la espiritualidad y en la sexualidad. Los del cielo aparecen en la espiritualidad, los terrenales en la sexualidad. Espiritualidad recibe y capta. Es femenina y por ello la denominamos la MATER CAELESTIS, la madre celestial. Sexualidad produce y crea. Es masculina y por ello la denominamos FALO, el padre terrenal. La sexualidad del hombre es más terrena, la sexualidad de la mujer es más espiritual. La espiritualidad del hombre es más celestial aspira a lo más grande. La espiritualidad de la mujer es más terrena, te dirige a lo pequeño. Mentirosa y diabólica es la espiritualidad del hombre que se dirige a lo pequeño. Mentirosa y diabólica es la espiritualidad de la mujer que se dirige a lo grande. Cada uno debe orientarse a su lugar. Hombre y mujer se convierten en diablo cuando no separan sus caminos espirituales, pues la esencia de la Creatur es diferenciación. La sexualidad del hombre se dirige a lo terreno, la sexualidad de la mujer se dirige a lo espiritual. Hombre y mujer se convierten mutuamente en diablo cuando no separan su sexualidad. El hombre conoce lo pequeño, la mujer lo grande. El hombre se diferencia de la espiritualidad y de la sexualidad. Llama a la espiritualidad Madre y la sitúa entre el cielo y la tierra. Llama a la sexualidad Falo y la sitúa entre él y la Tierra, pues la madre y el Falo son demonios sobrehumanos y patentizaciones del mundo de los dioses. No son más eficaces que los dioses porque están más próximamente unidos a nuestra esencia. Si no os distinguís de la sexualidad y de la espiritualidad, ni las consideráis como esencia sobre vosotros, entonces las degradáis con propiedades del Pleroma. Espiritualidad y sexualidad no son vuestras propiedades, no son cosas que poseáis y abarquéis, sino que os poseen y abarcan a vosotros, pues son poderosos demonios, formas de manifestación de los dioses, y por ello cosas que van más allá de vosotros y existen por sí mismas. No se trata de que uno tenga una espiritualidad para sí o una sexualidad para sí, sino que se encuentra bajo la ley de la espiritualidad y de la sexualidad. Por ello ninguno puede ir en contra de estos demonios. Vosotros debéis verlos como demonios y como asunto y peligro común, como lastre común que la vida os ha impuesto. Así también la vida os es asunto y peligro

común, al igual que los dioses y principalmente el temible Abraxas. El Hombre es débil, por ello es comunitario inevitablemente; la comunidad si no está bajo el signo de la madre entonces está bajo el signo del Falo. Ninguna comunidad es desgracia y enfermedad. Comunidad en cada uno es ruptura y disolución. La diferenciación conduce al ser único. El ser único se enfrenta a la comunidad. Pero, en virtud de la debilidad del hombre frente a los dioses y demonios y a su ley invencible, es necesaria la comunidad. Por ello sois tan sociales como es necesario no por la voluntad de los hombres, sino a causa de los dioses. Los dioses os fuerzan a la comunidad. En la medida en que os fuerzan, la comunidad origina necesidad, más desgracia hay. En la comunidad cada uno se clasifica por encima de otro, de modo que cada uno llegue a sí mismo y evite la esclavitud. En la comunidad rige abstención, en el estar solo rige disipación. La comunidad es lo profundo, el aislamiento es la altura. La medida correcta de comunidad purifica y clarifica. La medida correcta de aislamiento purifica y complementa. La comunidad nos da el calor, La soledad nos da la luz. El demon de la sexualidad entra en nuestra alma como una serpiente. Es como la mitad del alma humana y significa deseo de pensamiento. El demon de la espiritualidad se sumerge en nuestra alma como el pájaro blanco. Es la mitad del alma humana y se llama pensamiento de deseo. La serpiente es un alma terrena, semidemoníaca, un espíritu, y unifica los espíritus de los muertos. Al igual que éstos, revolotea en las cosas de la tierra y origina que nosotros las temamos, o que inciten nuestra concupiscencia. La serpiente es de naturaleza femenina y busca siempre la comunidad de los muertos que están retenidos en la tierra, aquellos que no hallaron el camino que lleva más allá, a saber: a la soledad. La serpiente es una puta y tiene amoríos con el diablo y con los malos espíritus, un maligno tirano y espíritu de tortura, siempre seduciendo a la peor comunidad. El pájaro blanco es un alma semidivina del hombre. Permanece junto a la madre y de vez en cuando se eleva. El pájaro es masculino y es idea actuante. Es casto y solitario, un mensajero de la madre. Vuela muy por encima de la tierra. Ordena la soledad. Trae de las lejanías noticias que han sucedido ya, lleva nuestras palabras a la madre. Hace de intercesora, advierte, pero no tiene poder alguno frente a los dioses. Es un recipiente del sol. La serpiente desciende y paraliza con astucia al demon fálico o lo incita. Eleva las ideas clarividentes de lo terreno, que se originan por todas partes y que con codicia se aspiran por todas partes. La serpiente no quiere, pero debe sernos útil. Libera nuestro encadenamiento y de este modo nos muestra el camino que no hallábamos a partir del ingenio de los hombres. Los muertos me miraron con desprecio y dijeron: Deja de hablar de dioses, demonios y almas. Todo

esto en general lo sabíamos ya desde hace tiempo. Por la noche, sin embargo, volvieron los muertos con ademanes acusatorios y dijeron: Olvidamos hablar de una cosa, instrúyenos acerca de los hombres. El hombre es una puerta a través de la cual penetran del mundo externo los dioses, demonios y almas en el mundo interno, del mundo grande al mundo pequeño. Pequeñez y nadería es el hombre, vosotros lo habéis ya pasado, pero volvéis a encontraros en el espacio infinito, en la pequeña o interna infinitud. A distancia incalculable está una estrella sola en el cenit. Éste es el Dios de este uno, éste es su mundo, su Pleroma, su divinidad. En este mundo el hombre es el Abraxas, que da a luz o devora su mundo. Esta estrella es el Dios y el fin de los hombres. Ate es su Dios que le guía, o él va el hombre para hallar descanso, o él conduce el largo viaje del alma hacia la muerte, en él todo brilla como luz, todo cuanto remite al hombre al gran mundo. A éste reza el hombre. El rezo acrecienta la luz de la estrella, lanza un puente sobre la muerte, prepara la vida del mundo pequeño, y aminora el deseo falto de esperanza del gran mundo. Cuando el gran mundo se torna frío, la estrella ilumina. No hay nada entre el hombre y su Dios, en cuanto el Hombre puede separar su mirada del espectáculo llameante de Abraxas. Aquí Hombre, allí Dios. Aquí debilidad y nadería, allí eterna fuerza creadora. Aquí oscuridad total y frío húmedo, Allí Sol pleno. A esto los muertos guardaron silencio y se elevaron hacia arriba como humo sobre el fuego del pastor, que por la noche esperaba a su rebaño.

ANAGRAMA: NAHTRIHECCUNDE GAHINNEVERAHTUNIN ZEHGESSURKLACH ZUNNUS.

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