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03.04.2013 12:32

 

Ven y visita mi casa por algún tiempo
Que la luz del Amor puede brillar
Desde Kenya a Samarcanda
Y Bojará por algún tiempo…
RUMI
Foto: Que todos los seres sean felices .
Que todos los seres sean dichosos,
Que todos los seres sean en paz..

Hasta Mañana..♥

 

03.04.2013 11:23

 

EL LINAJE Y LA TRANSMISIÓN INICIÁTICA
 
 
 
Este es un tema harto complejo al cual intentaremos acercarnos delicadamente ya que es fácil herir susceptibilidades y soberbias instauradas en el tiempo.
 
Es bastante conocida por cualquier estudiante de esoterismo la existencia de escuelas iniciáticas tanto en la antigüedad como en la época contemporánea. Sin embargo no es tan conocido el modus operandi de dichas escuelas y los detalles de lo que constituye la posesión de una tradición y un linaje espiritual auténtico. Esto se debe a que increíblemente se cree que cualquier organización que se tilde de iniciática lo es realmente, cuando en general no es así.
 
 
Por qué entonces se presentan como escuelas iniciáticas? Por un tema de marketing, suena mejor decirlo aunque no lo sean y en algunos casos ignoran lo que realmente tienen y lo que no tienen.
 
 
 
Para entender esto entra otro factor muy importante: la existencia de un guía vivo que posea el contacto con el mundo del espíritu. La esencia de una vía iniciática reside en esto, ese guía vivo posee en su corazón un tesoro espiritual, esto le faculta para convertirse en iniciador.
 
Ese guía vivo se transforma en un bendito, aquel que puede irradiar un poder divino a su alrededor, la bendición, al ser él mismo una manifestación de ese tesoro. Y todo esto se extenderá en el tiempo a través de la cadena iniciática que habla Eliphaz Levi, la silsilah de los sufíes, la selsheleth de los hebreos, el gurú Kula de los tántricos o el linaje del zen.
 
 
¿Por qué los grandes maestros no escribieron libros? 


Por que la enseñanza es de corazón a corazón, “I shin den shin” dicen los japoneses, de mi alma a tu alma. Esto nos remite al lenguaje de los pájaros, ese lenguaje que está más allá de la racionalidad, de la palabra escrita o hablada, de lo descriptivo. Eso que se comunica con la presencia, con el movimiento, con el símbolo, el signo, la mirada, el estar en compañía de lo sagrado.
 
 
Este lenguaje es el que permite la comprensión de los dos mundos: el mundo real y el mundo aparente. Uno es lo que se ve y el otro lo que no se ve, se siente.
 
 
La transmisión del conocimiento va más allá del lenguaje común, no lo que estamos viendo hoy en día: supuestos gurúes que dicen qué hacer y qué no hacer; filósofos que a través de la deducción o la inducción manejan los conceptos; personas que hablan bonito de amor y mística. Dicen que cuando uno se une con Dios no necesita más palabras, el lenguaje de un guía apunta a esto, de ahí aquello de “el que sabe no habla”.
 
 
Por eso la conceptualización que se está haciendo del camino espiritual es completamente nociva. La respuesta está en el silencio, pero a mucha gente le encanta las explicaciones, nos brindan seguridad y fortalecen nuestra necesidad de control.
 
 
 
En el sufismo el lenguaje de los pájaros tiene tres aspectos muy interesantes: la metáfora, la anécdota y el símbolo, siendo este último el que lanza al discípulo a la experiencia espiritual directa. 

 
 
 
 
Es así que la primera enseñanza a la que uno accede es el saber que esa vivencia mística es un sabor (“dhawq” para los sufíes, “rasa” para los tántricos), como decimos en nuestro mundo mágico:
 
saborear tu naturaleza original
 
 
Es interesante ver que sabor y saber tienen la misma raíz y nos conducen a lo mismo.
 
 
 
El objetivo de cualquier tradición iniciática es que el aspirante viva de acuerdo al sendero de lo real, el camino de lo auténtico, el vivir de acuerdo al Principio Divino, al Tao, a la Presencia Divina. Esto último se llama ser uno con el Hombre Universal.
 
 
Esta vivencia en realidad es espontánea y completamente natural como lo afirman todas las tradiciones iniciáticas llámense zen, taoísmo, tantrismo, sufísmo, etc. 

Toda inventiva y mecanicidad para producir algún estado es propio de mentes occidentales egoístas que olvidan que “los lirios del campo van creciendo sin fatigarse ni tejer”, que “la canción se canta por sí misma” como dicen los taoístas y que “no es trabajar y sembrar la tierra lo que hace que caiga la lluvia, sino que la preparamos para recibirla” como dicen los sufíes. Esa es la síntesis del trabajo de una organización iniciática, preparar la tierra, no producir la lluvia.
 
 
 
Volviendo a las agrupaciones esotéricas diremos que no pueden ofrecer lo que no tienen. No puede surgir una escuela esotérica sin una tradición que la respalde, tampoco puede ser producto de la fantasía de personas que han leído doscientos libros y que creen que la erudición y el conocimiento de ciertos rituales y procedimientos resuelven todo. Una escuela iniciática no es un grupo de amigos de lo esotérico que encontraron viejos pergaminos y rituales antiguos y armaron un grupo de trabajo.
 
 
Tal vez estas últimas apreciaciones parezcan rígidas, pero no lo son, son parte del respeto que hay que tener por las vías tradicionales del conocimiento y que por no tenerlas actualmente vemos la proliferación de sectas y gurúes que son más bien empresas de explotación y enriquecimiento económico.
 
 
El objetivo de las escuelas iniciáticas es reestablecer en el adepto el “estado natural”, el “sahaja” de los tántricos, esa alegría innata del sabio liberado.
 
 
 
La clave para golpear la puerta del templo es la pureza de corazón y la pasión de un intenso anhelo de ser verdaderamente uno con lo sagrado.
 
 
 
 
EL SECRETO DE LA MUJER DE FUEGO
 
 
 
 
 
(Nada sabía yo de estos secretos, ni la mujer en su interior protegiendo el fuego sagrado, ni el porqué pronunciaba yo aquella palabra, tantra, ni expresaba un deseo de experimentar algo que ni si quiera conocía...hoy vienes a mí conocimiento, recordando que aún en mi interior hay cosas que sin saber sabía...que sin querer quería, e intuyo que con el tiempo podré experimentar tendiendo al UNO, fundida en O...)
 

“La Mujer inicia mediante el mismo yoni a través del cual nació el hombre, en una vida anterior. La Mujer inicia mediante los mismos senos que alimentaron al hombre, en una vida anterior. La Mujer inicia con la misma boca que, en alguna ocasión, calmó al hombre. La Mujer es la iniciadora suprema del Tantra” Kaularahasya
 
 
¿Qué significa que la mujer es la iniciadora? Que tiene activados los fuegos de la diosa.
 

Esos fuegos se encuentran en lugares específicos del cuerpo y son energía-conciencia activa que permiten, por medio de una resonancia, que otras personas pueden sentir la totalidad. 


Por eso en la tradición tántrica es la mujer, la hechicera, la conductora, la guía del clan (kula). Esto nos remite a una civilización que existió hace miles de años desde Europa hasta la India y que compartió una concepción similar: la adoración de la Gran Madre en todas sus facetas ya sea doncella, madre, bruja, anciana. Ya sea como la creadora o como la destructora.
 

 
 
 
La mujer de fuego representa la que enciende el poder de la pasión, pero para eso debe encenderse a sí misma encontrando su poder perdido.
 
 
 
 

Debido a este secreto el poder masculino establecido tomó las enseñanzas tántricas y taoístas y las volvió patriarcales. Lo mismo pasó en occidente con la llegada de griegos y romanos. Quizás los celtas fueron los únicos descendientes de indo-europeos que conservaron el secreto de la mujer de fuego.
 
 
De esta manera cuando el conocimiento salió a la luz quedó la idea de que la mujer es una especie de "talismán", nuevamente un objeto de uso, pero en este caso "sagrado".
 
 
El tantra nos enseña que no es el hombre más que la mujer ni viceversa, sino que son la posibilidad de contactar con dos fuerzas del universo que están en permanente unión. Esa unión es éxtasis y podemos participar de ella al hacernos concientes de su existencia principalmente en nuestro cuerpo.
 
 
El cuerpo en el tantra es el templo de Dios, pero no solo se concibe lo material, sino todo el entramado de energías que somos. De lo cual también deducimos que el cuerpo energético es ese templo también. Cada canal de energía es un proceso de crecimiento, la posibilidad de integrarnos a la totalidad de nosotros mismos. Cada punto o chakra es un portal que al abrirse permite a la conciencia expandirse a niveles cada vez más amplios.
 
 
Los secretos del cuerpo energético incluyen conocimientos que se perdieron sobre puntos de energía que circulan el cuerpo y son entradas a nuevos niveles de percepción. Dichos puntos están alrededor del aura, digamos "fuera del cuerpo" y eran conocidos en la antigua China.
 
 
Entonces el secreto de la mujer de fuego también está en el conocimiento de estos puntos y canales y su activación. Sin embargo no hay que creer que esta sacerdotisa conocía técnicas solamente, sino que la magia de su sacerdocio estaba en que había encontrado en su interior el poder mágico de la diosa y podía ser un canal para su manifestación.
 
 
 
 
Hoy esa posibilidad también está al ser el tiempo de la diosa y su presencia en el aura del planeta.
Solo resta comenzar a reconocer nuestro tremendo potencial espiritual.
 
 
03.04.2013 11:10

 

El Cultivo de la Virtud 
 

Cuando la educación meditativa de la atención se abrió camino por primera vez en Occidente desde Asia, uno de los primeros grupos en aprovecharse de ella fue el Mossad, la versión israelí de la CIA. La utilidad del samadhi o “atención enfocada en un punto” era obvia para ellos. Los objetivos a los que se dirigían eran clasificados. Desde entonces muchas organizaciones militares, equipos de baloncesto, y empresas han utilizado métodos contemplativos para mejorar su rendimiento y reducir el stress. Planteo esta cuestión no tanto porque quiera debatir la idoneidad de la enseñanza de la meditación a los comandos (las artes marciales han combinado durante mucho tiempo la meditación con la acción) sino porque deseo señalar la desconexión entre la virtud y la práctica contemplativa. La meditación, incluso el logro meditativo, no garantiza automáticamente que el meditante posea un juicio moral bueno o que practique una vida ética. 
 
Las historias en este aspecto son innumerables, tanto antiguas como modernas. Se dice que el sabio indio Milarepa (1052-1135) utilizó sus milagrosos siddhis o poderes psíquicos para destruir a un terrateniente avaricioso que trató a sus parientes de un modo inhumano. Los problemas de control de la ira han sido evidentemente un tema importante durante mucho tiempo, incluso entre maestros. En años recientes parece que casi toda tradición espiritual ha estado plagada de escándalos financieros o sexuales. Los maestros habilidosos y bienintencionados no son inmunes a estas tentaciones. Todo esto señala a una verdad fundamental, es decir, para que la práctica meditativa tenga valor como contribución positiva al mundo debe descansar sobre los fundamentos de un esfuerzo separado comprometido con el desarrollo moral. En la tradición budista esto es llamado sila o “virtud”, y se afirma que es la piedra angular del Noble Óctuple Sendero. En el seno de esta tradición las prácticas del correcto discurso, la correcta acción, y el ganarse la vida de un modo correcto se entienden como esenciales para el desarrollo moral. Aquellos que emprenden el entrenamiento dentro de la tradición budista, han de observar preceptos o reglas éticas: cinco para los practicantes seglares y 227 para un monje plenamente ordenado. 
 
En nuestro tiempo la estricta adherencia a un conjunto de  preceptos, no importa cuán cuidadosamente formulados y bienintencionados sean, viola con toda la razón nuestro sentido de autonomía. Podemos valorar la orientación moral, pero nosotros mismos nos hemos convertido en los jueces finales del juicio moral. Poseemos la habilidad, si aquietamos nuestras pasiones, de discernir claramente la decisión correcta en cualquier situación. Cuando la mística medieval Marguerite Porete escribió sobre las virtudes, “me alejo de ti”, fue quemada en la hoguera por la “Herejía del Espíritu Libre”.[7] Ella estaba avanzada a su tiempo al afirmar que su amor por Dios sería suficiente para guiar su vida. Enlazando sus opiniones con su renombrado predecesor, citó la famosa frase de San Agustín, “Ama y haz lo que quieras”, pero eso no la ayudó. La Iglesia sólo pudo imaginarse el caos que seguiría si todos siguieran su propio sentido del bien y el mal. Aunque podamos simpatizar con ellos, parece claro que las condiciones morales para la práctica contemplativa no pueden y no necesitan ser impuestas desde el exterior, en cierto sentido, todos nosotros somos (o deberíamos ser) “herejes” seguidores del libre espíritu. 
 
En vez de reglas, el practicante puede cultivar un conjunto de disposiciones o actitudes fundamentales que conducen a la virtud. Cuando la práctica está basada en estas disposiciones o actitudes uno siente que se ha establecido un fundamento moral adecuado. La primera actitud es la de humildad. Steiner llama a la humildad el portal o puerta que el contemplador debe franquear.[8] A través de ella ponemos el propio interés a un lado y reconocemos el gran valor de nuestros semejantes. La humildad conduce al “sendero de reverencia”. Aquí no estoy hablando de la reverencia a una persona, sino más bien de la reverencia hacia los elevados principios que buscamos encarnar. Las actitudes fundamentales de la humildad y la reverencia son incompatibles con el egoísmo, que es origen de mucha confusión moral.
 
 
 
 
 
 
¿Cómo cultivamos estas actitudes al comienzo de una sesión práctica? Aquí, como siempre, debe tenerse en cuenta al individuo. Lo que funciona para uno entorpecerá a otro. Para los místicos medievales, la plegaria era una entrada segura; estos meditantes, como muchos hoy, utilizaban las palabras de las Escrituras para cultivar la humildad y le devoción. Otros contemplativos modernos, sin embargo, pueden encontrar su asociación con la religión tradicional tan problemática que la plegaria es simplemente imposible. 
 
Muchos encuentran el camino hacia la humildad y la reverencia más fácilmente a través de la maravilla y el sobrecogimiento inspirados por el esplendor de la naturaleza. Evocar en la mente el cielo estrellado nocturno o la bóveda azul del cielo, o quizás un refugio favorito propio, tal como una roca, un árbol o el margen de un río especiales, puedan ayudarnos a encontrar nuestro camino hacia el portal de la humildad y el sendero de la reverencia.
 
 
 
En muchos individuos con los que he trabajado, he sentido la profunda paz y el simple gozo que experimentan al encontrar el lugar de la devoción interior cuando pasaban tiempo practicando la plegaria o la meditación sobre la naturaleza. A menudo desean quedarse ahí y profundizar su devoción, cultivarla no como un paso en el sendero hacia la investigación contemplativa, sino como una práctica con derecho propio. Como hablaré de esta posibilidad más tarde, para nuestros propósitos ahora reconoceremos el poder de la humildad, la reverencia y la devoción, y reconoceremos que estas actitudes proporcionan un sólido fundamento moral para la meditación. Su cultivo es una práctica en la virtud. 
 
Toda sesión práctica contemplativa debería comenzar atravesando el portal de la humildad y encontrando el sendero de la reverencia. 
 

 
 
Bienestar Interior 
 
Cuando nos retiramos por primera vez de la actividad exterior y nos ocupamos de la mente nos sorprendemos ante la traviesa confusión que generalmente prevalece. Los pensamientos se mueven con rapidez y sin control, como proviniendo de ninguna parte.
 
Nuestro planificador mental” cotidiano repentinamente aparece con tres compromisos acuciantes y olvidados que simplemente deben ser anotados antes de que los olvidemos. O nuestra mente se dirige hacia una discusión reciente con nuestro cónyuge, y lo que deberíamos haber dicho para defendernos, etc. Al principio la idea misma de que la mente pueda estar quieta, lúcida y bajo mi control parece una remota posibilidad si no una imposibilidad. Emociones olvidadas hace mucho o suprimidas vuelven a emerger; los pensamientos parecen poseer una vida incontenible, produciendo nuevos pensamientos a través de una lógica completamente propia. Con la mente en este estado, poco puede  esperarse de la meditación. 
 
Por tanto la tarea inicial es el cultivo de un equilibrio  mental y emocional o bienestar interior. Piensen en ello como una higiene interior, si lo desean. Es una parte esencial y recurrente de la práctica, y nunca debemos abandonarla.  
 
 
 
La clasificación de las aflicciones mentales y emociones negativas pueden encontrarse en la psicología Occidental así como en la Budista. Ciertamente, ¡el Budismo habla de 84.000 clases de emociones negativas! Aunque las 84.000 se reducen a cinco problemas fundamentales: odio, deseo, confusión, orgullo y envidia.[9] Otra forma útil de organizar las alteraciones se basa en una imagen triformada de la vida interior humana: pensamiento, sentimiento y voluntad. Cada una de estas áreas puede mostrar tendencias patológicas, que pueden ser notadas por el meditante y para las cuales se pueden aportar ejercicios contemplativos. El primer orden del asunto, por tanto, concierne a la práctica diseñada para mitigar tales alteraciones. Mientras que hay muchos ejercicios de ese estilo, varios de los cuales los daré en el capítulo 3, el ejercicio que doy aquí está basado en un ejercicio sugerido por Rudolf Steiner y se refiere al cuidado de nuestra vida emocional.[10] 
 
 
Normalmente vemos las experiencias, las emociones y los pensamientos desde el interior. Nos identificamos con ellos. Ellos son nosotros, nosotros somos ellos. En este sentido estamos enredados en nuestras emociones y pensamientos, y experimentamos un sentido de identidad personal a través de ellos. Tal experiencia del yo es una ilusión y una fuente de problemas. El primer ejercicio, por tanto, ha sido seleccionado para proporcionarnos algún distanciamiento de nuestras propias experiencias, permitiéndonos considerarlas desde el exterior y trabajar con ellas desde un nuevo punto de vista. El descubrimiento de ese nuevo y elevado punto de vista no siempre es fácil, pero una vez que aprendemos el camino hasta él, entonces el estrecho sendero hacia la ecuanimidad emocional puede abrírsenos y permitirnos considerar con soltura las más intensas luchas emocionales de la vida diaria desde el punto de vista con el que nos hemos familiarizado gracias a la meditación. A modo de introducción, relataré un episodio de la vida del líder americano de los derechos civiles, el doctor Martin Luther King. 
 
 
Durante sus años de trabajo en defensa de los negros americanos, Martin Luther King abogó incesantemente por la acción no-violencia como medio de llamar la atención sobre la opresión de los negros, especialmente en el Sur (de Estados Unidos). Recibió muchas amenazas y sufrió varios atentados contra su vida. En una ocasión su hogar en Montgomery, Alabama, fue volado con una bomba mientras se hallaba en una reunión en la iglesia.[11] El porche y la parte frontal de la casa fueron gravemente dañados. Su mujer, Coretta, y su hija Yoki estaban en la parte trasera de la casa en ese momento, y nadie resultó herido. Cuando llegó el señor King, se había reunido una agitada multitud de cientos de vecinos negros, listos para tomar represalias contra los policías que había allí. Su amadísimo líder y su familia habían sido atacados. Enfrentados ante la inminente posibilidad de un disturbio callejero, la policía le pidió a King que se dirigiera a la multitud. King salió a lo que quedaba se su porche delantero, alzó sus manos y todo el mundo se quedó en silencio. 
 
Él dijo: Creemos en la ley y el orden. No hagáis nada precipitado. No cojáis vuestras armas. Quien a hierro mata a hierro muere. Recordad que eso es lo que dijo Dios. No abogamos por la violencia. Queremos amar a nuestros enemigos. Yo quiero que améis a vuestros enemigos. Sed buenos con ellos. Amadles y dejadles saber que les amáis. Yo no empecé este boicot. Vosotros me pedisteis que os sirviera como portavoz. Quiero que se sepa a lo largo y ancho de este país que si se acaba conmigo este movimiento no se acabará. Si se acaba conmigo nuestro trabajo no parará. Pues lo que estamos haciendo es correcto. Lo que estamos haciendo es justo. Y Dios está con nosotros. 
 
Cuando Martin acabó, todos se fueron a sus casas sin violencia, diciendo “Amén” y “Dios te bendiga”. Había lágrimas en muchos rostros. Seguramente King había sentido las mismas emociones de ira ante el atentado contra su vida y las vidas de sus familiares, pero también fue capaz de encontrar un lugar en sí mismo desde el que pudo hablar y actuar, desde el que no respondió al odio con odio, sino que se enfrentó al odio con amor. 
 
En nuestras propias vidas experimentamos afrentas similares aunque seguramente menores, pero pueden conducirnos a largos períodos de ira perturbadora y agitación interna. El ejercicio contemplativo comienza seleccionando de nuestras experiencias pasadas una ocasión de odio, envidia, deseo, ira, etc. Debería ser fuerte pero no sobrecogedora ni demasiado reciente. 
 
Entonces, después de haber encontrado nuestro camino hasta el portal de la humildad y el sendero de la reverencia, revivimos la ocasión seleccionada. Según evoquéis la situación de nuevo en la mente, es importante permitir que las emociones negativas asociadas (deseo, orgullo, ira…) surjan de nuevo una vez más. Sentid su fuerza, sentid la agitación de los sentimientos y la resaca emocional que, si se deja libre, podría conduciros de vuelta a las oscuras e incontroladas emociones de la situación original. 
 
Sólo al ceder un poco las riendas a estos sentimientos podemos practicar su superación y aprender a controlar la situación bajo una nueva luz. Cuando las emociones comienzan a tomar el control, como la llegada de los vecinos furiosos de Martin Luther King, buscad dentro de vosotros un terreno más elevado, buscad un lugar desde el que contemplaros interiormente a vosotros mismos y al conjunto de la situación. Abarcad las partes conflictivas del drama con vuestro campo de atención. Sentid la contención entre dos yoes. Alejaos de la resaca de las emociones destructivas y ocupad vuestro lugar como testigos. Encontrad vuestro camino desde la mentalidad de la multitud hasta el Martin Luther King de vuestro interior. Desde vuestro nuevo punto de observación, proceded a experimentar la dinámica interior que hay en juego en la situación. 
 
Caer bajo el dominio de las emociones negativas es como quedarse ciego. Cuando nos dejamos llevar por la ira, el deseo o la envidia no vemos realmente quién o qué hay ante nosotros. No podemos juzgar las fuerzas en juego o intuir el camino correcto. Ahora, desde el nuevo punto de observación, tratad de ver quién está realmente ante vosotros y qué fuerzas se encuentran realmente activas. En medio del suceso, sentid la historia que hay detrás y la posibilidad que existe más allá de él. Los sucesos del día y ciertamente vuestra vida entera os han conducido al encuentro y a las emociones negativas. Son factores que pueden verse y apreciarse. 
 
Si hay otras personas involucradas, imaginadlas de una manera similar. Ellas también traen una historia y un futuro al encuentro; ellas también vivieron durante el día sucesos desconocidos para vosotros. No os psicoanalicéis a vosotros mismos ni a las otras personas. 
 
Más bien, apreciad simplemente, simpática y objetivamente, la complejidad y múltiples dimensiones del drama que se está desarrollando. No se trata de hallar lo correcto o incorrecto sino de comprensión compasiva. La fuerza emocional del intercambio, aunque aún presente, se ve y se experimenta ahora de forma diferente. Cuando hablamos y actuamos desde este lugar de comprensión compasiva, somos más capaces de dispersar el ataque de ira, y responder al odio con amor. 
 
Si estamos navegando en mar abierto y nos golpea una tormenta, ¿cómo respondemos? Maldecir simplemente el viento y los golpes de las olas sería inmaduro así como inefectivo. Es mucho mejor aceptar el hecho de la tormenta, sobre la que no tenemos control alguno, y dirigir nuestra atención a aquello sobre lo que sí tenemos control, es decir, nosotros mismos y el barco. ¿Cuánta vela deberíamos tener izada, cuál debería ser el rumbo, está la carga atada y las escotillas cerradas? La vida nos presenta tormentas y pruebas. A menudo no tenemos responsabilidad alguna en su creación, pero sí tenemos responsabilidad en cómo nos ocupemos de ellas. Este ejercicio, por tanto, no está diseñado para vaciarnos de emociones sino para guiarnos a través de los mares. 
 
Debería estar claro que no cultivamos la ecuanimidad para estar mejor preparados para un contraataque, sino para poder encontrar una oportunidad para la comprensión y la reconciliación. 
 
Desde el punto de observación del timón o del terreno elevado podríamos descubrir la insignificante base para nuestra envidia o los motivos ilusorios de nuestros deseos. El conocimiento así obtenido no conduce automáticamente a la destrucción de la envidia o el deseo. ¡Es mucho más duro vivir nuestros conocimientos que tenerlos! Sin embargo, un buen comienzo es no entregarnos a nuestras emociones, sino pararnos para dejar a un lado el ego, buscar un terreno más elevado, descubrir al Martin Luther King en nosotros, y mantener así el conflicto con un par de manos mucho más generosas. A veces llamo a esto el ejercicio Martin Luther King porque King, aunque tenía debilidades humanas, a menudo parecía vivir, hablar y actuar desde un elevado lugar más allá del ego, lugar al que podemos llamar “el yo silencioso”.
 
 
 
 
 
El Nacimiento del Yo Silencioso 
 
 
En un ensayo para un periódico estudiantil, Thomas Merton escribió acerca de la importancia del silencio creativo, en el que uno se dirige desde lo que llamó el “yo social”, que está definido por nuestras múltiples interacciones con los demás, hacia un “yo silencioso más profundo”[12], el tranquilo capitán del barco o el observador desde “la colina”. 
 
King había encontrado innumerables veces el camino hasta ese yo silencioso, más profundo, y así podía hablar y actuar desde él en vez de sucumbir a la mentalidad grupal. Para despertarnos, según nos exhorta a hacer Thoureau, necesitamos dar nacimiento al yo silencioso en medio de nuestra vida convencional de deberes y deseos. El cultivo del profundo bienestar interior puede culminar en el nacimiento del yo silencioso que usualmente queda oscurecido y olvidado. 
 
El poeta Juan Ramón Jiménez captura el misterio de nuestra más profunda identidad –nuestro yo silencioso- en su poema “Yo no soy yo” 
 
 
 
 
Yo no soy yo. 
Soy este 
Que va a mi lado sin yo verlo; 
Que, a veces, voy a ver, 
Y que, a veces, olvido. 
El que calla, sereno, cuando hablo, 
El que perdona, dulce, cuando odio, 
El que pasea por donde no estoy, 
El que quedará en pie cuando yo muera.[13] 
 
 
Jiménez trata aquí el gran misterio de nuestra verdadera identidad. No se puede desentrañar en unas pocas líneas, pero la experiencia es inconfundible. Habiendo atravesado el portal de la humildad y habiendo encontrado el sendero de la reverencia, la calma gradual de la mente, junto con la mejora de la atención, silencian al yo social. En el espacio contemplativo que se abre entonces en nosotros, el yo común se desvanece y comenzamos a operar con lo que Jiménez llama el no-yo. Típicamente desapercibido, sólo él perdura, sólo él quedará en pie cuando yo muera. Es decir, todos los aspectos exteriores de mi persona (género, profesión, conocimientos factuales…) pasarán, y sólo el no-yo perdurará. En el Budismo esto es el giro hacia an-atman o No-Yo; en el Cristianismo es el descubrimiento del “No yo, sino Cristo en mí” de San Pablo. Es como si desplazáramos nuestro modo de consciencia desde el centro hacia la periferia, y al hacerlo lo experimentáramos todo de nuevo.[14] Un hecho que despertó ira, o un encuentro que estimuló el deseo, cambian con el nacimiento del no-yo. La ira puede estar justificada, y podemos incluso valorar el sentimiento de indignación moral antes de dirigirnos hacia el no-yo. Aunque una vez que damos nacimiento al no-yo, tratamos con nuestra ira o nuestras penas de un modo diferente, como King trató con la multitud iracunda. 
 
Rumi comenzó su vida no como poeta y místico, sino como sabio de la literatura y la filosofía islámica. Su encuentro con el místico Shams-i-Tabriz a los 37 años comenzó la profunda transformación, pero hizo falta la trágica muerte de Shams tres años después, y el incontrolable duelo que le siguió, para abrir de par en par las compuertas de la poesía, la música y la comunión espiritual. 
 
Rumi necesitó muchos meses para dirigirse desde el yo que sólo veía la pérdida, hasta el no-yo o yo silencioso que pudo redescubrir una relación interior con Shams incluso después de su muerte. Al leer el poema de Rumi “La Casa de Huéspedes”, nos hace rememorar la profundidad de su sufrimiento y su pena.[15] 
 
 
Esto de ser un ser humano es como administrar una casa de huéspedes. 
Cada día una nueva visita. 
 
Una alegría, una tristeza, una decepción, 
alguna consciencia momentánea viene  
como un visitante inesperado. 
 
Dales la bienvenida y acógelos a todos ellos, 
incluso aunque sean un grupo de penas, 
que desvalija violentamente  
el mobiliario de tu casa. 
 
Trata a cada huésped honorablemente pues 
podría estar haciendo espacio  
para un nuevo deleite. 
 
El pensamiento oscuro, la vergüenza, la maldad, 
recíbelos en tu puerta sonriendo 
e invítalos a entrar. 
 
Sé agradecido a todo el que venga 
porque todos han sido enviados 
como guías del más allá. 
 
 
Todo lo que tenemos de Rumi, su poesía y su danza derviche, surgió con el nacimiento de su yo silencioso, o con el nacimiento de un yo superior que no tiene nada en común con el yo social convencional. 
 
Incluso aprendió a dar la bienvenida y tratar honorablemente la pérdida de su querido Shams. Seguramente, su encuentro con Shams –su verdadero amigo espiritual- fue “enviado como un guía del más allá”, pero también lo fue su pérdida. A partir de esa pérdida surgieron las miles de líneas que conforman su extraordinaria obra poética, el Mathnawi, conocido durante siglos como “el Qur’an in Pahlavi”. 
 
Según mi experiencia, si hemos practicado el ejercicio Martin Luther King en la quietud de la contemplación, entonces cuando nos encontremos una situación comparable en la vida real tendremos a nuestra disposición un nuevo recurso. Aún nos enfrentaremos a nuestra némesis, tendremos esa terrible y temible confrontación, pero ahora cuando nuestras emociones surgen y la resaca empieza a arrastrarnos, nos dirigimos automáticamente a un terreno más elevado. Buscamos y encontramos el estrecho sendero que nos conduce hasta el yo silencioso, un sendero que a menudo no encontrábamos en el pasado. Cuando el violento ataque nos golpea caminamos por un sendero que hemos limpiado de emociones destructivas y ahora tiene generosidad. Como consecuencia, nuestras palabras y acciones tienen un origen distinto, un origen que busca la comprensión mutua y la reconciliación en vez de la victoria. También podemos encontrarnos que esta forma de ser en ese momento produce una respuesta similar en la persona que tenemos delante. La gente con que nos topamos puede encontrarse hablando con una generosidad poco frecuente. A veces sucede que, en lugar de violencia, puede surgir un respeto por el otro, y con ello surge un nuevo comienzo para una relación. 
 
Esta práctica habla sólo de un aspecto problemático de la vida interior, pero puede resultar de enorme ayuda si se asume y se practica sistemáticamente. Describiré otras prácticas para el bienestar interior en el capítulo 3. A través de ellas no buscamos en último término un mero control de nuestras emociones sino transformarnos hasta tal punto que seamos generosos y compasivos por naturaleza en la vida. En vez de controlar nuestras emociones, hemos de llegar a ser personas diferentes, en las que estas características positivas sean intrínsecas. 
 
Tales cambios no suceden con rapidez. Somos un medio extraordinariamente resistente al cambio. Utilizando la metáfora de una escultura, nosotros seríamos al mismo tiempo la testaruda piedra, el cincel transformador y las manos del artista. El físico Erwin Schrödinger escribió:[16] 
 
 
Y así en cada paso, en cada día de nuestras vidas, como si dijéramos, algo que hasta entonces ya poseíamos y que tenía una determinada forma, ha de cambiar, ser superado, ser eliminado y reemplazado por algo nuevo. La resistencia de nuestra primitiva voluntad está correlacionada físicamente con la resistencia de la forma existente al cincel transformador. Pues nosotros mismos somos el cincel y la estatua, conquistadores y conquistados al mismo tiempo, es una verdadera y continua “auto-conquista” (Selbstüberwindung) 
 
 
Si recorremos, aunque solo sea una parte, del sendero hacia la meta de la auto-transformación, entonces el mundo a nuestro alrededor cambia también. Se ve con deleite y con un corazón firme y abierto. Nos sentimos como nutridos por una corriente oculta; tenemos paciencia y manifestamos buen juicio. El primer Salmo podría haberse escrito teniendo en cuenta esto:[17] 
 
 
 
 
Dichoso el hombre 
que no sigue el consejo del impío, 
ni en el camino del errado se detiene, 
ni en la reunión de los malvados toma asiento, 
sino que en la ley divina se complace 
y sobre ella medita, día y noche. 
 
Es como el árbol plantado en los arroyos, 
que da el fruto a su tiempo 
y sus hojas no se secan, 
en todo lo que hace tiene éxito. 
 
 
 
 
 
Meditación e Investigación Contemplativa 
 
 
El ejercicio Martin Luther King se ocupaba del establecimiento de una vida interior estable y saludable, y con el nacimiento del yo silencioso o no-yo. 
 
Si falta este cimiento entonces todo trabajo ulterior será en vano, conduciendo sólo a engaños y proyecciones. Por esta razón, la preparación es esencial para toda la práctica contemplativa subsiguiente. Porque la práctica contemplativa no se ocupa exclusivamente, ni siquiera fundamentalmente de nuestros problemas, falta de atención y aflicciones, por muy importantes que puedan resultar para nosotros personalmente. 
 
En el centro de la práctica está la meditación adecuada, que se ocupa de aquello que tiene valor para todos los seres humanos. Quizás mejor dicho, se ocupa de la verdadera naturaleza de las cosas. 
 
Nosotros comprendemos que las leyes de la geometría de Euclides no dependen ni de mí ni de mis preferencias. Asimismo, los descubrimientos de la ciencia son verdaderos en todos los países y en todos los tiempos, de otro modo los medicamentos antivirales y los teléfonos móviles no funcionarían en África como funcionan en América. El mundo no está organizado alrededor de mí, sino que tiene entidad propia. 
 
Cuando profundizamos en los ejercicios diseñados para promover la higiene interior, meditamos sobre la forma de ser de las cosas. Buscamos aquello que trasciende nuestros problemas personales. Esto no implica que nos desinteresemos de la condición humana, sino que dejamos a un lado los problemas particulares que afrontamos. Buscamos, a través de la meditación, confrontarnos con lo profundo y lo elevado, las realidades espirituales y morales que subyacen a todas las cosas. 
 
Yo veo esto como una progresión. Habiendo entrado a través del portal de la humildad, habiendo encontrado el sendero de la reverencia, habiendo cultivado una higiene interior, y habiendo dado nacimiento al yo silencioso, emprendemos la meditación correcta. 
 
En la meditación nos movemos a través de una secuencia de prácticas que comienza con la simple captación contemplativa y después profundiza esa captación hasta la investigación contemplativa sostenida, que con buena voluntad puede conducir al conocimiento contemplativo. 
 
Aunque requiere objetividad igual que la ciencia convencional, la investigación contemplativa difiere de la ciencia en un aspecto muy importante. Donde la ciencia convencional se esfuerza por desvincularse o distanciarse de la experiencia directa por el bien de la objetividad, la investigación contemplativa hace exactamente lo contrario.
 
Busca el compromiso con la experiencia directa, una participación mayor y más plena en los fenómenos de la consciencia. Logra la “objetividad” de una manera distinta, esto es, a través del auto-conocimiento y lo que Goethe denominó en sus escritos científicos un “delicado empirismo”[18] 
 
Después de trabajar higiénicamente sobre sus distracciones mentales y la inestabilidad emocional, el practicante aleja su atención del yo y la dirige a un conjunto de pensamientos y experiencias que van más allá de la vida personal. Las formas y contenidos posibles de la meditación en esta etapa son infinitamente variados. 
 
 
 
 
Las meditaciones pueden basarse en palabras, en imágenes, en captaciones de los sentidos, etcétera. Cada uno de estos aspectos tiene algo especial que ofrecernos, y cada uno de ellos será descrito en el capítulo 4. 
 
Escogiendo una sencilla flor de este hermoso ramo, podemos dirigirnos hacia la excepcional literatura espiritual de todos los tiempos, o a los poetas y sabios que han dado expresión a pensamientos y experiencias que tienen valor universal. Encontramos en ellos multitud de recursos para la meditación. Por ejemplo un pasaje de la Biblia o del Bhagavad Gita, o una línea de un poema de Emily Dickinson, puede utilizarse como tema de meditación. 
 
Tomad por ejemplo las palabras atribuidas a Tales y que se dice que se inscribieron en el muro del Templo de Delfos: “¡Hombre, conócete a ti mismo!” Al principio este mandato parece sumergirnos de nuevo en nosotros mismos, pero este no es necesariamente el caso. 
 
Podemos acoger estas palabras de forma que se dirijan a la condición humana en general y no a nosotros en particular. Al comenzar la meditación, podemos simplemente pronunciar las palabras, repitiéndolas una y otra vez. Entonces podemos profundizar para “vivenciar las palabras”, manteniendo cada una de ellas en el centro de nuestra atención. Con cada palabra o frase hay una imagen o concepto asociado. Nos abrimos camino hacia delante y atrás repetidamente entre la palabra, la imagen y el concepto. 
 
Las palabras “conocer” y “ti mismo”, por ejemplo, asumen un carácter multifacético, con muchas capas, incluso infinito. El verso o línea meditativa es como una estrella en el horizonte, infinitamente lejana pero proporciona orientación e inspiración. 
 
A causa de su riqueza existen innumerables formas de trabajar con cada meditación. Por ejemplo, primero pronuncio lentamente la frase varias veces de manera interior, pronunciándola silenciosamente para mí mismo. Le dedico a cada palabra toda mi atención, sintiendo su significado particular. Una vez que he centrado mi atención en estas palabras, “¡Hombre, conócete a ti mismo!”, desplazo entonces la voz que habla, de tal forma que las palabras sean pronunciadas desde fuera de la periferia, como si provinieran de los lejanos confines del espacio o de las “atalayas”, del cielo, y de la tierra. Las palabras se me dirigen; son una llamada desde el entorno más amplio que me rodea. La llamada se dirige específicamente a mí como ser humano. Es una llamada al auto-conocimiento. Escucho la llamada, hago una pausa, y asumo el mandato. 
 
Me dirijo primero hacia mí mismo como ser humano físico. Siento el aspecto terrenal, substancial de mi ser: mi cuerpo físico. Comienzo con mis extremidades, mis manos y brazos, mis pies y piernas. Puedo incluso moverlas ligeramente para sentir su presencia física con mayor plenitud. 
 
Entonces me centro en mi sección media, mi pecho y mi espalda. Siento mi respiración y mi latido. Estos también forman parte de mi naturaleza física. Finalmente me centro en mi cabeza, que descansa tranquilamente en lo alto de mi cuerpo; su sólida forma redonda alberga los sentidos, cerrados ahora al mundo. Las extremidades, el torso y la cabeza forman el ser humano físico. Me imagino cada uno de ellos y su relación mutua. Conozco al ser humano físico. Descanso durante un tiempo con esta imagen y experiencia en mi interior. 
 
Después me dirijo a la vida interior de pensamientos, sentimientos e intenciones. Siento cómo mi voluntad se deja llevar misteriosamente. Mis intenciones para pensar o actuar culminan, a través de formas que me son desconocidas, en un flujo coordinado de movimiento. Vivo en esa actividad, que puedo dirigir. Es parte de mi naturaleza. Además tengo una vida plena de sentimientos. Los sentimientos de simpatía o antipatía, de agotamiento o alerta, de excitación o remordimiento están presentes en mi interior. Siento la importancia que tienen para mí, cuánto en mi vida está determinado por ellos o se refleja en ellos. Normalmente sólo soy parcialmente consciente de su importancia y sólo los controlo parcialmente. Su dominio se halla parcialmente velado aunque abierto a mi interés y respondiendo a mi actividad. Estos sentimientos constituyen una parte de mi naturaleza en no menor medida que mi cuerpo físico. 
 
Finalmente me dirijo a mis pensamientos. Mi vida de pensamiento es a la vez mi vida y además participa en algo que me trasciende. Me puedo comunicar con otras personas, compartir mis pensamientos con ellas. Esto indica algo universal en el pensamiento: como todos los demás, participo en una corriente universal de actividad pensadora. Sé, gracias a haberlo vivenciado interiormente, que el pensamiento es parte de mi naturaleza. 
 
 
Los tres –pensamiento, sentimiento y voluntad- 
se entrelazan para formar uno solo yo.
 
 
Todos y cada uno de los pensamientos de mi meditación (a menos que me haya distraído) han sido premeditados, intencionados, y siento el flujo y el reflujo de sentimientos asociados con cada pensamiento. De estos pensamientos bien pueden resultar acciones. Los tres forman una unidad natural. Son como las extremidades, el tronco y la cabeza: separables aunque en realidad se encuentran entrelazados. Los tres son necesarios. Los tres son yo. Tranquilamente vivo en los tres y en el uno. 
 
Finalmente, dirijo mi atención lejos del cuerpo, incluso lejos de mis pensamientos, sentimientos e intenciones. Dirijo mi atención a una presencia o actividad que anima pero trasciende todo esto. Se enciende en el pensamiento pero no es el contenido de pensamiento que vivencio. Este tercer aspecto de mí mismo es el más esquivo e invisible, y aun así siento que es el aspecto esencial y universal que es verdaderamente yo y no sólo yo. Sólo lo siento en su reflejo. Podría considerarse mi Yo, pero en una forma que no tiene género ni edad ni posee ninguna característica particular. Sin él sólo sería cuerpo y mente, materia física, sentimientos, pensamientos y hábitos, pero faltarían mi originalidad y mi genio. En el lenguaje de las reflexiones matutinas de Thoureau, estaría condenado a dormir para siempre, porque sólo este ser tiene la posibilidad de despertarme a una vida poética y divina. Al dirigir mi atención hacia este yo silencioso siento los indicios de un Yo que es un no-yo. Lo reconozco también como parte de mí, o quizás yo soy parte de él. 
 
Entonces reúno los tres aspectos –cuerpo, alma y espíritu- en el espacio de mi meditación. Todos ellos conforman el yo; cada uno es real y está presente. Siento su presencia, su realidad, por separado y juntos. Mantengo este sentimiento el mayor tiempo posible, y entonces con una clara intención, vacío mi consciencia de estas imágenes e ideas. Me vacío completamente, pero mantengo mi atención abierta y viva silenciosamente en el espacio meditativo así preparado. He dado forma al vacío con mi actividad. Ahora que el espacio de mi meditación está vacío de mi contenido, de mis pensamientos y sentimientos, puedo mantener una atención abierta sin expectativas y sin tratar de captar nada. Sin tratar de ver o escuchar, sin embargo, puedo sentir o vivenciar algo reverberando en ese espacio, haciéndose sentir durante un tiempo más o menos largo, cambiando y después desapareciendo. Esperando, sin tratar de captar nada, uno se siente agradecido. En las palabras del Tao Te Ching,[19] 
 
 
 
 
¿Tienes la paciencia de esperar 
hasta que tu lodo se deposite en el fondo 
y el agua sea clara? 
 
¿Puedes permanecer inmóvil 
hasta que la acción correcta  
surja por sí misma? 
 
El Maestro no busca el éxito. 
No busca, no espera. 
 
Él está presente y puede dar la bienvenida a todo. 
 
 
He aprendido a dar la bienvenida a todas las cosas. Una profunda paz se establece en el cuerpo y en la mente. Descanso dentro de esa paz con gratitud. Sintiendo que la meditación está completa, regreso. 
 
En la meditación nos movemos entre la atención enfocada y la atención abierta. Entregamos nuestra plena atención a las palabras individuales del texto que hemos elegido, y a sus imágenes y significados asociados. Entonces avanzamos hacia la relación que mantienen entre ellos de tal forma que se vivencia un organismo vivo de pensamiento. Dejamos que esta experiencia se intensifique al mantener el conjunto de pensamientos interiormente ante nosotros. Puede que necesitemos volver a pronunciar las palabras, elaborar las imágenes, reconstruir los significados, y sentir de nuevo su interrelación para encontrar apoyo e intensificar la experiencia. Después de un período de vívida concentración sobre el contenido de la meditación, liberamos el contenido. Aquello que sujetábamos se ha ido. Nuestra atención se abre. Estamos completamente presentes. Se ha preparado intencionadamente un espacio psíquico interior, y permanecemos en ese espacio. Esperamos, sin expectativas, sin esperanza, tan sólo presentes para recibir lo que pueda o no surgir dentro de la quietud infinita. Si una tímida, naciente experiencia emerge en el espacio que hemos preparado, entonces la recibimos con gratitud y con delicadeza: sin ansia, sin buscarla. 
 
 
 
 
Veo esto como una especie de “respiración” de la atención. Primero permanecemos enfocados atentamente sobre un objeto de contemplación, pero después el objeto es liberado y mantenemos nuestra consciencia abierta, sin enfocar. Estamos respirando, no aire, sino la luz interior de la mente, lo que yo llamo respiración cognitiva. En ella vivimos en un tempo lento, alternando entre la atención enfocada y la apertura. Cuando respiramos la luz de la atención, sentimos un cambio en nuestro estado de consciencia durante la meditación. Se pueden presentar sentimientos de expansión y de unión, de vitalidad y movimiento. Tales sentimientos pueden hacerse especialmente evidentes durante la fase de atención abierta. 
 
Mientras caminaba a través del Boston Common en un estado de reflexión, Ralph Waldo Emmerson describió su experiencia interior en vívidos términos: “…mi cabeza bañada por el despreocupado aire y elevada al espacio infinito, todo mezquino egoísmo se desvanece. Me convierto en un ojo transparente; no soy nada; lo veo todo; las corrientes del Ser Universal circulan a través de mí”.[20] En este famoso pasaje Emmerson escribe acerca de la participación en una realidad más abarcante que él mismo, que llega más allá del pequeño ego de la consciencia convencional. Su yo social, su persona, se ha desvanecido y las corrientes del Ser Universal circulan a través de él. La experiencia de Emmerson sitúa ante nosotros el complejo asunto de la experiencia contemplativa. 
 
 
 
El Viaje de Regreso 
 
El viaje de regreso es tan importante como el viaje de ida. Habiendo vivenciado nuestra salida a través de las palabras “¡Hombre, conócete a ti mismo!”, podemos pronunciarlas una vez más interiormente cuando estamos regresando. Cuando escuchamos por primera vez estas cinco palabras, su plenitud aún no era evidente, pero ahora que las hemos meditado, una profundidad o aura de significado las impregna. En el viaje de regreso escuchamos las palabras de una manera diferente; portan consigo capas de vivencias e imágenes. Buscamos integrar esa riqueza de experiencias en nuestras vidas según regresamos a casa. 
 
Hemos nacido en una vida de servicio y trabajo. Esto es importante. La meditación no es ninguna evasión. Sólo es una preparación para la vida. Regresamos a nosotros mismos con mayor profundidad, más despiertos, y reafirmados por nuestro contacto con lo infinito, con los misterios de nuestra propia naturaleza, con lo divino. Si nuestra meditación ha tenido éxito, podemos incluso ser reticentes a regresar. Tal reticencia, sin embargo, no se halla en consonancia con los fundamentos morales del amor y el altruismo que establecimos al comienzo. Los frutos de la vida meditativa no son para que los acaparemos, sino para compartirlos. 
 
La contemplación se emprende adecuadamente como un acto desinteresado de servicio, y así el regreso es la verdadera meta. Si hemos vivido rectamente en el sagrado espacio de la meditación entonces seremos más aptos, más intuitivos para la vida y la amaremos aún más. 
 
Si entramos a través del portal de la humildad, entonces salimos a través del portal de la gratitud. Hay un número infinito de maneras de decir gracias. De ese modo también existen incontables formas de cerrar una sesión meditativa. En la tradición Budista uno sella la meditación al dedicar sus frutos al beneficio de todos los seres que sienten, para que puedan liberarse del sufrimiento. En otras tradiciones uno cierra con una plegaria de gratitud, como el Salmo 131:[21] 
 
 
 
Mi corazón, Señor, no es altanero, 
ni mis ojos altivos. 
No voy tras lo grandioso, 
ni tras lo prodigioso, que me excede, 
mas allano y aquieto mis deseos, 
como el niño en el regazo de su madre: 
como el niño en el regazo, 
así están conmigo mis deseos. 
 
 
 
 
 
 

La Experiencia Contemplativa 
 
 
Con la práctica contemplativa aparece la experiencia contemplativa, esta puede ser del tipo experimentado por Emmerson o puede tener miríadas de otras variantes. ¿Qué hemos de hacer con tales experiencias? 
 
Las tradiciones contemplativas asumen un amplio conjunto de puntos de vista en relación con el significado de las experiencias vividas durante la meditación. ¿Cuál es la actitud adecuada del meditador hacia tales experiencias? En un extremo tenemos las palabras del siglo XVI de San Juan de la Cruz, que fue un profundo meditador. Después de relatar con extraordinaria precisión una lista de experiencias contemplativas, recomienda que nos alejemos de todas esas distracciones, que nos desvían de la tarea principal, tal como él la veía, el establecimiento de la fe. 
 
Debemos desencumbrar el intelecto de estas captaciones espirituales guiándolo y dirigiéndolo a través de ellas hasta la noche espiritual de la fe. Una persona no debiera guardar o atesorar las formas de estas visiones impresas en él, ni debiera tener el deseo de aferrarse a ellas. Al hacerlo, lo que habita en su interior le entorpecería (aquellas formas, imágenes, y figuras de personas), y no viajaría hasta Dios a través de la negación de todas las cosas… Cuanto más desea uno la oscuridad y la aniquilación de sí mismo en relación con todas las visiones, exterior o interiormente perceptibles, mayor será la infusión de fe y consecuentemente de amor y esperanza, ya que estas virtudes teológicas aumentan unidas.[22] 
 
 
San Juan de la Cruz por tanto aboga por que abracemos la profunda 
y oscura noche de la fe.
 
 
Por otra parte, las tradiciones Gnósticas y místicas de todos los pueblos han atesorado la iluminación de la consciencia por medio de la meditación y los conocimientos que se derivan de la experiencia contemplativa. Se pueden hallar textos relativos a estas experiencias en cada cultura indígena y en toda tradición de fe. 
 
El psicólogo de Harvard, William James buscó a aquellos que habían tenido sólidas experiencias místicas, y escribió sobre la importancia de una ciencia de esas experiencias. 
 
La detallada presentación de Rudolf Steiner de sus propias experiencias, constituye un extraordinario ejemplo de meditador moderno, científicamente orientado y filosóficamente entrenado, que escribe y habla directamente a partir de su experiencia meditativa. Me sitúo dentro de este linaje contemplativo y creo que puede derivarse mucho provecho del trabajo contemplativo continuado. El valor potencial de las experiencias contemplativas –no sólo para el meditante, sino también para la sociedad- requiere que nos tomemos estas experiencias meditativas con gran seriedad. 
 
Para que la investigación contemplativa ocupe su lugar entre los caminos más apreciados por la humanidad para llegar hasta el conocimiento verdadero, muchas personas deben asumir sus métodos, aplicarlos con cuidado y consistencia, y comunicarse sus experiencias entre ellas hasta alcanzar un consenso. 
 
Las etapas de la investigación contemplativa incluyen todas aquellas que he descrito desde el fundamento moral de la humildad y la reverencia, pasando a través de la higiene, hasta la meditación sobre un determinado contenido. Ese contenido puede ser un tema de investigación o una pregunta. 
 
Describiré con mucha más profusión en capítulos posteriores el ámbito y prácticas de la investigación contemplativa tal como yo la veo, pero resumiendo, sería aplicar la respiración de la atención a la investigación que uno lleva a cabo. Creo que de una manera informal e inconsciente ya es parte del proceso de descubrimiento de los individuos creativos. 
 
 
Mientras San Juan y los Budistas tienen razón al alertarnos en relación con los peligros de apego a los estados alterados de consciencia o a las extraordinarias experiencias, podemos cultivar una orientación saludable, desapegada. 
 
El problema potencial es nuestra actitud, y no las experiencias en sí. Es por tanto de suma importancia crear una relación correcta con la experiencia contemplativa, para que no se convierta en una distracción de la meta principal. En particular, uno debería abstenerse de explotar las experiencias o incluso de interpretarlas prematuramente. 
 
La actitud más saludable es la de la simple aceptación, tratando tales experiencias como fenómenos inesperados cuyo significado se nos revelará en su momento, pero que no necesitan ser comprendidas inmediatamente. 
 
Las experiencias vivenciadas durante la meditación pueden ser novedosas y maravillosas, y podemos observarlas apreciativamente, pero deberíamos abstenernos de hablar de ellas excepto con un profesor, colega o amigo de confianza. En las etapas más avanzadas de la práctica meditativa, el significado se une a la experiencia, pero al principio usualmente no. Con esto quiero decir que practicar más allá de lo que he descrito en este capítulo puede profundizar tanto nuestro compromiso que surja un conocimiento claro como parte integral de nuestra meditación. Estamos en el sendero del conocimiento, pero se necesita sobre todo paciencia, y al egocentrismo, que aspirábamos a dejar detrás en el primer portal hacia la meditación, no se le debiera permitir que enturbie aquí nuestra visión. Los pormenores de estas prácticas se describirán hacia el final de esta obra. 
 
Mientras que la vida meditativa es diferente para cada persona, los elementos clave son comunes para la mayoría. Como he enfatizado, debemos establecer el fundamento moral correcto para la meditación mediante el cultivo de las actitudes de humildad, reverencia y altruismo. El verdadero fundamento para la vida meditativa es el amor. Una vez que caminamos a través del portal de la humildad, pronto descubriremos el tumulto de nuestra vida interior y la necesidad de ocuparnos de él. 
 
Se emprenden ejercicios para controlar y en último término transformar el caos de la mente en un estado de calma y claridad dentro del cual un nuevo sentido del yo –el yo silencioso- puede emerger. No necesitamos esperar a lograr completamente esto (si lo hiciéramos, esperaríamos para siempre) para comenzar a meditar sobre los sublimes pensamientos de las escrituras, los misterios de la naturaleza, nuestra propia constitución humana, o los temas de investigación con los que estamos ocupados. Finalmente, debemos regresar a la vida como seres plenamente encarnados, integrando nuestras experiencias contemplativas en la vida cotidiana, con gratitud por el tiempo y las experiencias que se nos han regalado… y conscientes de que nuestro trabajo en la vida se enriquecerá con ello. Cada día retomamos el paciente trabajo de renovación.
 
 
 
 
Como Thoureau escribió, “Dicen que en la bañera del Rey Tching-thang estaba grabada la siguiente leyenda: 
 
‘Renuévate a ti mismo por completo cada día, hazlo una y otra vez, 
y por siempre de nuevo’”.[23] 
 
 
 
 
Arthur Zajonc
 
Traducido por Luis Javier Jiménez  
Equipo Redacción Revista BIOSOPHIA 
 
 
[1] Rilke, carta del 12 de agosto de 1904 a Franz Kappus, traducción de Stephen Mitchell, Letters to a Young Poet (Cartas a un Joven Poeta) (New York: Vintage, 1986), p. 87; o en alemán en Von Kunst und Leben, p. 159. 
 
[2] Daniel Goleman, Emotional Intelligence (Inteligencia Emocional) (New York: Bantam Books, 1995) 
 
[3] Rudolf Steiner, Die Verbindung zwishen Lebenden und Toten, Gesamtausgabe 168 (Dornach, Suiza: Rudolf Steiner Verlag, 1995), pp. 94-95. 
 
[4] Rainer Maria Rilke, “Moderne Lyrik” en Von Kunst und Leben (Frankfurt am Main: Insel Verlag, 2001), p. 9 (traducción de Arthur Zajonc). 
 
[5] Thomas Merton, “Love and Solitude”, Love and Living, (“Amor y Soledad”, El Amor y la vida), ed. Naomi Burton y Brother Patrick Hart (New York: Harcourt Brace, 1985). 
 
[6] Arthur Zajonc, “Dawning of Free Communities for Collective Wisdom” (El Amanecer de las Comunidades Libres para la Sabiduría Colectiva”:  
https://www.collectivewisdominitiative.org/papers/zajonc_dawning.htm  
 
[7]Marguerite Porete, The Mirror of the Simple Soul in Medieval Writings on Female Spirituality (El Reflejo del Alma Sencilla en los Escritos Medievales sobre la Espiritualidad Femenina), ed. Elizabeth Spearing (New York: Penguin 2002), p. 120 y siguientes. 
 
[8] Rudolf Steiner, Cómo Conocer los Mundos Superiores (Hudson, NY: Editorial Rudolf Steiner, p. 18. 
 
[9] Daniel Goleman, Destructive Emotions (Emociones Destructivas) (New York: Bantam Books, 2003), p. 78; B. Alan Wallace, Tibetan Buddhism from the Ground Up (Budismo Tibetano desde lo Básico) (Boston: Wisdom Publication, 1993), Capítulo 5. 
 
[10] Rudolf Steiner, Cómo Conocer los Mundos Superiores, Editorial Rudolf Steiner. 
 
[11] Martin Luther King Jr. The Autobiography of Martin Luther King Jr., ed. Clayborne Carson (New York: IPM/Warner Books, 2001), Capítulo 8. 
 
[12] Thomas Merton, reimpreso en Bulletin of Monastic Interreligious Dialogue (Boletín de Diálogo Interreligioso Monástico), nº 67, Agosto de 2001. También online en www.monasticdialog.com/bulletins/67/merton.htm  
 
[13] Juan Ramón Jiménez, herederos de Juan Ramón Jiménez. 
 
[14] El lenguaje nos falla al tratar de describir el no-yo. Como en la teología negativa o la via negativa, los peligros asociados a describir los atributos positivos de un yo superior son insalvables. 
 
[15] Rumi:The Book of Love (Rumi: El Libro del Amor), trad. Coleman Barks (New York: Harper Collins, 2003), p. 179 
 
[16]Erwin Schrödinger, What is Life? Mind and Matter (¿Qué es la Vida? Mente y Materia) (Londres: Cambridge University Press, 1967), p. 107. 
 
[17] Stephen Mitchell, The Enlightened Heart (El Corazón Iluminado) (New York: Harper & Row, 1989), p. 5. 
 
[18] Más sobre la ciencia de Goethe en Goethe’s Way of Science (La Forma de Ciencia de Goethe), de David Seamon y Arthur Zajonc, (Albany, NY: SUNY Press, 1998) o The Wholeness of Nature (La Completitud de la Naturaleza), de Henri Bortoft, (Hudson, NY: Lindisfarne Press, 1996). 
 
[19] Stephen Mitchell, Tao Te Ching (New York: Harper Collins, 1998), p. 15. 
 
[20] Ralph Waldo Emmerson, “Nature 1836”, Selected Essays (Ensayos Escogidos) editado por Larzer Ziff (New York: Penguin Books, 1992), p. 39. 
 
[21] Salmo 131, La Biblia, editorial Herder, 2005. 
 
[22] San Juan de la Cruz, El Ascenso del Monte Carmelo, Capítulo 23. 
 
[23] Thoreau, Walden and Civil Disobedience (Walden y la Desobediencia Civil), p. 60.
03.04.2013 10:43

 

La teoría de Jung divide la psique en tres partes. La primera es el Yo, el cual se identifica con la mente consciente. Relacionado estrechamente se encuentra el inconsciente personal, que incluye cualquier cosa que no esté presente en la consciencia, pero que no está exenta de estarlo.
 
 
 

El inconsciente personal sería como lo que las personas entienden por inconsciente en tanto incluye ambas memorias, las que podemos atraer rápidamente a nuestra consciencia y aquellos recuerdos que han sido reprimidos por cualquier razón. La diferencia estriba en que no contiene a los instintos, como Freud incluía.
 
Después de describir el inconsciente personal, Jung añade una parte al psiquismo que hará que su teoría destaque de las demás: el inconsciente colectivo. Podríamos llamarle sencillamente nuestra “herencia psíquica”. Es el reservorio de nuestra experiencia como especie; un tipo de conocimiento con el que todos nacemos y compartimos. Aun así, nunca somos plenamente conscientes de ello. A partir de él, se establece una influencia sobre todas nuestras experiencias y comportamientos, especialmente los emocionales; pero solo le conocemos indirectamente, viendo estas influencias.
 
Los contenidos del inconsciente colectivo son los llamados arquetipos. Jung también les llamó dominantes, imagos, imágenes primordiales o mitológicas y otros nombres, pero el término arquetipo es el más conocido. Sería una tendencia innata (no aprendida) a experimentar las cosas de una determinada manera.
 
 
Arquetipo materno
El arquetipo de madre es una habilidad propia constituida evolutivamente y dirigida a reconocer una cierta relación, la de la “maternidad”. Jung establece esto como algo abstracto, y todos nosotros proyectamos el arquetipo a la generalidad del mundo y a personas particulares, usualmente nuestras propias madres. Incluso cuando un arquetipo no encuentra una persona real disponible, tendemos a personificarlo; esto es, lo convertimos en un personaje mitológico “de cuentos de hadas”, por ejemplo. Este personaje simboliza el arquetipo.
 
 
Maná
 
Es llamativo que en sociedades primitivas, los símbolos fálicos usualmente no se refieran en absoluto al sexo. Usualmente simbolizan el maná, o poder espiritual. Esto símbolos se exhiben cuando es necesario implorar a los espíritus para lograr un mejor cosecha del maíz, o aumentar la pesca o para ayudar a alguien. La relación entre el pene y la fuerza, entre el semen y la semilla, entre la fertilidad y la fertilización son parte de la mayoría de las culturas.
 
 
La sombra
 
Por supuesto que en la teoría junguiana también hay espacio para el sexo y los instintos. Éstos forman parte de un arquetipo llamado la sombra. Deriva de un pasado pre-humano y animal

, cuando nuestras preocupaciones se limitaban a sobrevivir y a la reproducción, y cuando no éramos conscientes de nosotros como sujetos. 
 

Los símbolos de la sombra incluyen la serpiente (como en el Jardín del Edén), el dragón, los monstruos y demonios. Usualmente guarda la entrada a una cueva o a una piscina de agua, que representarían el inconsciente colectivo.

 
La persona
 
La persona representa nuestra imagen pública. La palabra, obviamente, está relacionada con el término persona y personalidad y proviene del latín que significa máscara. Por tanto, la persona es la máscara que nos ponemos antes de salir al mundo externo. Aunque se inicia siendo un arquetipo, con el tiempo vamos asumiéndola, llegando a ser la parte de nosotros más distante del inconsciente colectivo.

 
Anima y Animus
 
El ánima y el animus son los arquetipos a través de los cuales nos comunicamos con el inconsciente colectivo en general y es importante llegar a contactar con él. Es también el arquetipo responsable de nuestra vida amorosa: como sugiere un mito griego, estamos siempre buscando nuestra otra mitad; esa otra mitad que los Dioses nos quitaron, en los miembros del sexo opuesto. Cuando nos enamoramos a primera vista, nos hemos topado con algo que ha llenado nuestro arquetipo ánima o animus.
 
Jung decía que no existía un número fijo de arquetipos que pudiésemos listar o memorizar. Se superponen y se combinan entre ellos según la necesidad y su lógica no responde a los estándares lógicos que entendemos. Jung, sin embargo, definió algunos otros:
 
 
Además de la madre, existen otros arquetipos familiares. 

Obviamente, existe un padre que con frecuencia está simbolizado por una guía o una figura de autoridad.Existe también el arquetipo de familia que representa la idea de la hermandad de sangre, así como unos lazos más profundos que aquellos basados en razones conscientes.

 
También tenemos el de niño, representado en la mitología y en el arte por los niños, en particular los infantes, así como por otras pequeñas criaturas. La celebración del niño Jesús en las Navidades es una manifestación del arquetipo niño y representa el futuro, la evolución, el renacimiento y la salvación. Curiosamente, la Navidad acontece durante el solsticio de invierno, el cual representa el futuro y el renacimiento en las culturas primitivas nórdicas. Estas personas encienden hogueras y realizan ceremonias alrededor del fuego implorando la vuelta del sol. El arquetipo niño también con frecuencia se mezcla con otros, formando el niño-dios o el niño-héroe.
 

Y luego está el ilusionista, usualmente representado por un payaso o un mago. El papel de éste es el de hacer las cosas más difíciles al héroe y crearle problemas. En la mitología escandinava, muchas de las aventuras de los dioses se originaban en algún truco demostrado a sus majestades por el medio-Dios Loki.
 

Existen otros arquetipos que son un poco más complicados de mencionar. 


Uno es el hombre original, representado en las culturas occidentales por Adán. Otro es el arquetipo Dios, el cual representa nuestra necesidad de comprender el Universo; que nos provee de significado a todo lo que ocurre y que todo tiene un propósito y dirección.

 
El hermafrodita, tanto hombre como mujer, es una de las ideas más importantes de la teoría junguiana y representa la unión de los opuestos. En algunos cuadros religiosos, Jesucristo está representado más bien como un hombre afeminado. Así mismo, en China, el carácter de Kuan Yin es de hecho un santo masculino (el bodhisattva Avalokiteshwara), ¡pero está pintado de una forma tan femenina que usualmente se le considera más como la diosa de la compasión!.

 
El arquetipo más importante es el de self (mantendremos aquí el término “self” que “sí mismo”, por su aceptación literal en psicología de habla hispana. N.T.). El self es la unidad última de la personalidad y está simbolizado por el círculo, la cruz y las figuras mándalas que Jung hallara en las pinturas. Un mándala es un dibujo que se usa en meditación y se utiliza para desplazar el foco de atención hacia el centro de la imagen. Puede ser un trazo tan simple como una figura geométrica o tan complicada como un vitral. Lapersonificación que mejor representa el self es Cristo y Buda; dos personas, por cierto, que representan según muchos, el logro de la perfección.
 
 
 
Pero Jung creía que la perfección de la personalidad
solamente se alcanza con la muerte.
 
 
 
Sin embargo, los nuevos tiempos cósmico-planetarios universales que algunos creemos estar viviendo en lo que se refiere a la evolución en los planos de consciencia del Ser Humano, contribuyen a la materialización de la muerte en vida, a través de la elevación de las frecuencias en las que ahora nuestro SER es capaz de vibrar y relacionarse con el universo. Una de las frecuencias que facilita el acceso a niveles elevados de vibración es el Amor Incondicional. Son tiempos en los que ahora se nos brinda la posibilidad de ascender y tener acceso a niveles de comprensión elevada a cerca de lo que SOMOS, QUIENES SOMOS, y para qué NACIMOS y porqué ESTAMOS AQUI. 
 
 
En el momento en el que se recuperan las profundas conexiones con el alma olvidada, es nuestro espíritu el que nos guía hacia el recuerdo más allá de todas nuestras muertes.  Ahora es posible, subir un peldaño más en la evolución del ser humano, sin agotar otra vida...Morir en Vida, es para Vivir ahora...Antes de Empezar a penas a Recordar...lo VI con CLARIDAD...Vinimos a aprender Amor...para enseñarlo y esparcirlo entre los seres humanos...El nacimiento segundo, es entonces necesario...y debemos hacerlo desde el espíritu...el cuerpo, como elemento denso...no participa sino a través de su cooperación en coherencia con todo lo que ES. Yo Soy Eso...y para ello habré de regresar al Ser Primordial, la mónada original...el Andrógino Virginal dónde la individuación es el camino que en la ilusión no existe...
 
 
De las dos energías juntas: LA NADA, la nada que todo lo contiene. El principio y el Fin, Muerte y Resurrección, Amor, Com-pasión, y Perdón, Redención....Infiníto Círculo Eterno de A-mor sin Muerte cuando llegas...y ahora en estos tiempos...lo imposible sólo tarda un poco más...Lo importante es que podemos llegar...y SER, lo que vinimos a SER, juntos y separados...en unidad cuando la dualidad sea integrada en un inconsciente colectivo que erige en su plegaria el mismo sueño.
 
 
De este modo el espíritu me guía y abre más puertas...puertas que lejos a agotarse, me agotan a mi ......sobre mis pasos, cansados y mojados, que en algún punto del centro...encuentran las alas. Pasos alados, bañados de muerte y vida...A-MOR..."O"
 
03.04.2013 10:35

Un terrible, tenebroso pero indefinido e inconsciente sentimiento de culpa es lo que puede estar bloqueando nuestro acceso a la plenitud en la vida. Son numerosísimas las personas a las que trato que se encuentran atormentadas por este auténtico calvario. Todas ellas, sin excepción, desarrollan el mismo patrón de conducta inconsciente: "soy culpable, y merezco ser castigado"

 
la culpa y la abundancia están íntimamente relacionadas. No se puede manifestar abundancia en esta vida, por muchos rituales, decretos o peticiones que se hagan, si tienes un arraigado sentimiento de culpa extrema en tu interior. ¡Lo primero que tienes que hacer es liberarte de esa culpa! La vibración que hace que fluya el dinero es la misma que proporciona al mundo generosidad y alegría.., así que ya sabes, si lo que estás haciendo no te gusta, si tu trabajo te provoca infelicidad, puedes hacerte una idea de lo que tú mismo vas a acabar por atraer. 

Así que era cierto: el perdón es la forma más rápida, fácil y certera de generar abundancia. ¡Pero no empieces por los demás! Aunque te parezca paradójico, lo primero que tienes que empezar es por ti mismo. ¡Libera la culpa, y ya verás con qué rapidez la abundancia empieza a entrar en tu vida!

Sé consciente: la culpa es el estado emocional más erosivo y desestabilizador para tu estado de ánimo... El remordimiento, aunque sea inconsciente, te impide centrar toda tu energía en ti, para el normal y completo desarrollo de tus actividades. La culpa te empuja constantemente hacia el pasado, impidiendo que te liberes y puedas, así, vivir de forma gratificante el presente. ¡Los responsables de la escasez en tu vida no se encuentran más que en ti mismo! 
Un encuentro fundamental en y con tu interior, por muy milagrosoque sea quien te diga esta u otra técnica, nada se arranca de dentro si no haces el esfuerzo consciente de saber ahí es y ha de salir, esa es la única magia y verdad de todos los embrollos que nos causamos cuando decidimos usar herramientas, porque ni las flores de Bach ni las orquídeas, y sé de que hablo, pues unas flores para actuar, no son ellas, somos nosotros no seamos niños dando poderes donde no están, hemos de hacer un arduo y consciente trabajo
03.04.2013 10:33

 el topacio imperial, con ese color amarillo oro tan característico, es un potente activador vital. Los yacimientos más importantes de este especímen se encuentran en Minas Gerais (Brasil). Se relaciona por su color con el tercer chakra, el del plexo solar, Manipura, al cual activa y armoniza. Por lo tanto, sirve para mejorar las afecciones típicas del páncreas, el estómago, el hígado, la vesícula biliar, los intestinos, la vejiga y el bazo.

Precisamente, la variedad de topacio más estimada es el imperial. A veces se confunde el topacio amarillo con el citrino, que es una variedad de cuarzo. Este mineral, usado sobre el chakra Manipura, combate especialmente los síntomas de depresión, el insomnio y el nerviosismo. Sus propiedades activan la "resolución solar" del individuo, es decir, el contacto con su propio centro de poder vital (con su Sol interno astrológico) y así, conecta el interior del individuo con el Cosmos, restaurando el diálogo de la conciencia con el Ser Interior propio de cada cual.

El topacio imperial potencia la resolución personal para conseguir las metas que uno se haya propuesto, o el destino personal que cada cual debe llevar a cabo. Está considerada como una de las gemas de Leo, y simboliza la luz del Uno. Es una gema preciosa, y muchos esótericos consideran que lleva en su interior la memoria del planeta, ya que soporta la identidad vibratoria de la Tierra. Nos permite rehacer una construcción sólida en nuestra vida cotidiana. Puede venir muy bien para todos aquellos lugares, personas y situaciones en los que haya falta de tierra.

El topacio imperial aclara la inteligencia, fomenta el conocimiento, favorece el sentido de la organización y aporta una gran claridad de espíritu, desarrollando las capacidades intelectuales. Piedra curativa, estimula las funciones mentales y refuerza la intuición. Permite aclarar los misterios. Activa la memoria y mejora la salud física y el tono general. Favorece la práctica de la medicina y de las artes.

Como Manipura (literalmente, "joya brillante") es el centro de energía, del poder de la voluntad, del sentido de control y de la coordinación del ser humano, el topacio imperial fomenta el desarrollo de esa fuerza interna que nos impulsa a actuar. El símbolo de Manipura es un loto de 10 pétalos, que posee en el interior un triángulo invertido y rodeado por tres cruces esvásticas que simbolizan el fuego. Este chakra es el centro de la fuerza de voluntad transformadora del Ser, y el poder que reconoce las diferencias. Vibra con el color amarillo. La lección del tercer chakra es: si podemos tener poder sobre nosotros mismos, sentiremos nuestro poder interior. Así no seremos la víctima del poder de nadie sobre nosotros, ni sentiremos la necesidad de tener poder sobre otros. El poder, así, se convierte en algo que tenemos, y no en algo que usamos.

03.04.2013 10:29

radición: para una estirpe dotada de la voluntad de volver a situar el énfasis en el ámbito de la sangre, es palabra fiera y bella. Que la persona singular no viva simplemente en el espacio. Que sea, por el contrario, parte de una comunidad por la cual debe vivir y, dada la ocasión, sacrificarse; esta es una convicción que cada hombre con sentimiento de responsabilidad posee, y que propugna a su manera particular con sus medios particulares. La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender: esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y que debe transmitir con dignidad. El hombre del presente representa el ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre futuro. La vida relampaguea como el destello encendido que corre a lo largo de la mecha que ata, unidas, a las generaciones… las quema, ciertamente, pero las mantiene atadas entre sí, del principio al fin. Pronto, también el hombre presente será igualmente un hombre pasado, pero para conferirle calma y seguridad permanecerá el pensamiento de que sus acciones y gestos no desaparecerán con él, sino que constituirán el terreno sobre el cual los venideros, los herederos, se refugiarán con sus armas y con sus instrumentos. 


Esto transforma una acción en un gesto histórico que nunca puede ser absoluto ni completo como fin en sí mismo, y que, por el contrario, se encuentra siempre articulado en medio de un complejo dotado de sentido y orientación por los actos de los predecesores y apuntando al enigmático reino de aquéllos de allá que aún están por venir. Oscuros son los dos lados, y se encuentran más acá y más allá de la acción; sus raíces desaparecen en la penumbra del pasado, sus frutos caen en la tierra de los herederos… la cual no podrá nunca vislumbrar quien actúa, y que es todavía nutrida y determinada por estas dos vertientes en las cuales justamente se fundan su esplendor sin tiempo y su suprema fortuna. Es esto lo que distingue al héroe y al guerrero respecto al lansquenete y aventurero: y es el hecho de que el héroe extrae la propia fuerza de reservas más altas que aquéllas que son meramente personales, y que la llama ardiente de su acción no corresponde al relámpago ebrio de un instante, sino al fuego centelleante que funde el futuro con el pasado. En la grandeza del aventurero hay algo de carnal, una irrupción salvaje, y en verdad no privada de belleza, en paisajes variopintos… pero en el héroe se cumple aquello que es fatalmente necesario, fatalmente condicionado: él es el hombre auténticamente moral, y su significado no reposa en él mismo únicamente, ni sólo en su día de hoy, sino que es para todos y para todo tiempo.
Cualquiera que sea el campo de batalla o la posición perdida sobre la que se halle, allí donde se conserva un pasado y se debe combatir por un futuro, no hay acción que esté perdida. La persona singular, ciertamente, puede andar perdida, pero su destino, su fortuna y su realización valen en verdad como el ocaso que favorece un objetivo más elevado y más vasto. El hombre privado de vínculos muere, y su obra muere con él, porque la proporción de esa obra era medida sólo respecto a él mismo. El héroe conoce su ocaso, pero su ocaso semeja a aquel rojo sangre del sol que promete una mañana más nueva y más bella. Así debemos recordar también la Gran Guerra: como un crepúsculo ardiente cuyos colores ya determinan un alba suntuosa. Así debemos pensar en nuestros amigos caídos y ver en su ocaso la señal de la realización, el asentimiento más duro dirigido a la propia vida. Y debemos arrojar lejos, con un inmundo desprecio, el juicio de los tenderos, de aquellos que sostienen cómo “todo esto ha sido absolutamente inútil”, si queremos encontrar nuestra fortuna viviendo en el espacio del destino y fluyendo en la corriente misteriosa de la sangre, si queremos actuar en un paisaje dotado de sentido y de significado, y no vegetar en el tiempo y en el espacio donde, naciendo, hayamos llegado por casualidad.
No: ¡nuestro nacimiento no debe ser una casualidad para nosotros! Ese nacimiento es el acto que nos radica en nuestro reino terrestre, el cual, con millares de vínculos simbólicos, determina nuestro puesto en el mundo. Con él nos convertimos en miembros de una nación, en medio de una comunidad estrecha de ligámenes nativos. Y de aquí que vayamos después al encuentro de la vida, partiendo de un punto sólido, pero prosiguiendo un movimiento que ha tenido inicio mucho antes que nosotros y que mucho después de nosotros hallará su fin. Nosotros recorremos sólo un fragmento de esta avenida gigantesca; sobre este tramo, sin embargo, no debemos transportar sólo una herencia entera, sino estar a la altura de todas las exigencias del tiempo.
Y ahora, ciertas mentes abyectas, devastadas por la inmundicia de nuestras ciudades, surgen para decir que nuestro nacimiento es un juego del azar, y que “habríamos podido nacer, perfectamente, franceses lo mismo que alemanes”. Cierto, este argumento vale precisamente para quienes lo piensan así. Ellos son hombres de la casualidad y del azar. Les es extraña la fortuna que reside en el sentirse nacido por necesidad en el interior de un gran destino, y de advertir las tensiones y luchas de un tal destino como propias, y con ellas crecer o incluso perecer. Esas mentalidades siempre surgen cuando la suerte adversa pesa sobre una comunidad sancionada por los vínculos del crecimiento, y esto es típico de ellas. (Se reclama aquí la atención sobre la reciente y bastante apropiada inclinación del intelecto a insinuarse parasitariamente y nocivamente en la comunidad de sangre, y a falsear en ella la esencia según el raciocinio… es decir, a través del concepto, a primera vista correcto, de “comunidad de destino”. De la comunidad de destino, sin embargo, formaría parte también el negro que, sorprendido en Alemania al inicio de la guerra, fue envuelto en nuestro camino de sufrimiento, en las tarjetas del pan racionado. Una “comunidad de destino”, en este sentido, se halla constituida por pasajeros de un barco de vapor que se hunde, muy diversamente de la comunidad de sangre: formada ésta por hombres de una nave de guerra que desciende hasta el fondo con la bandera ondeando).
El hombre nacional atribuye valor al hecho de haber nacido entre confines bien definidos: en esto él ve, antes que nada, una razón de orgullo. Cuando acaece que él traspase aquellos confines, no sucede nunca que él fluya sin forma más allá de ellos, sino en modo tal de alargar con ello la extensión en el futuro y en el pasado. Su fuerza reside en el hecho de poseer una dirección, y por tanto una seguridad instintiva, una orientación de fondo que le es conferida en dote conjuntamente con la sangre, y que no precisa de las linternas mudables y vacilantes de conceptos complicados. Así la vida crece en una más grande unidad, y así deviene ella misma unidad, pues cada uno de sus instantes reingresa en una conexión dotada de sentido.
Netamente definido por sus confines, por ríos sagrados, por fértiles pendientes, por vastos mares: tal es el mundo en el cual la vida de una estirpe nacional se imprime en el espacio. Fundada en una tradición y orientada hacia un futuro lejano: así se imprime ella en el tiempo. ¡Ay de aquél que cercena las propias raíces!… éste se convertirá en un hombre inútil y un parásito. Negar el pasado significa también renegar del futuro y desaparecer entre las oleadas fugitivas del presente.
Para el hombre nacional, en cambio, subsiste un peligro por otro lado grande: aquél de olvidarse del futuro. Poseer una tradición comporta el deber de vivir la tradición. La nación no es una casa en la cual cada generación, como si fuese un nuevo estrato de corales, deba añadir tan sólo un plano más, o donde, en medio de un espacio predispuesto de una vez por todas, no sirva otra cosa que continuar existiendo mal o bien. Un castillo, un palacio burgués, se dirán construidos de una vez y para siempre. Pronto, sin embargo, una nueva generación, empujada por nuevas necesidades, ve la obligación de aportar importantes cambios. O por otro lado la construcción puede acabar ardiendo en un incendio, o terminar destruida, y entonces un edificio renovado y transformado viene a ser construido sobre los antiguos cimientos. Cambia la fachada, cada piedra es sustituida, y todavía, ligada a la estirpe como se encuentra, perdura un sentido del todo particular: la misma realidad que fue en un principio. ¿Tal vez puede decirse que incluso tan sólo durante el Renacimiento o en la edad barroca ha existido una construcción perfecta? ¿Acaso es que entonces se detiene un lenguaje de formas válido para todos los tiempos? No, pero aquello que ha existido entonces, permanece de algún modo oculto en lo que existe hoy. Y hoy en día, ello es quizás audazmente articulado como expresión de un sentir en las valoraciones de las supremas energías productivas, aun cuando a pesar de todo tal expresión es pensable únicamente sobre el terreno estratificado de la tradición. En cada línea, en cada unidad de medida, vibra secretamente eso que ha sido, y todavía esto es el presente y determina el rostro del conjunto, tanto como para elevarnos y arrastrarnos en el sentimiento que así se expresa: he ahí aquello que somos, ¡he ahí aquello que somos nosotros mismos! Y así debe ser. Así también, la sangre de la persona singular está mezclada por millares de corrientes de sangre misteriosa, a pesar de que esa persona singular no es por esto la suma de sus predecesores, no es sólo el portador de su voluntad y de la calidad de aquéllos, sino que, según una neta y bien definida peculiaridad, él es también él mismo. E igualmente, este es el caso para quien contempla la forma que abrazan la nación y el Estado. Ayer teníamos un imperio, hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza.
Esto vale también en estos momentos, para cada uno de nosotros. Ser herederos no significa ser epígonos. Y vivir en una tradición no quiere decir limitarse a aquella tradición. Heredar una casa comporta el deber de administrarla, y no ciertamente el de hacer de ella un museo. Se conservará así el consejo de los ancestros: “El reino deberá permanecer para nosotros (1)”, dijo Lutero depositando la piedra para edificar una iglesia; él sabía bien que un reino y un edificio, una fuerza y su expresión temporal, no son la misma cosa. “En verdad, el reino deberá permanecer para nosotros”, y esto vale también para cuanto nos ocupa, y una semejante voluntad de lo esencial se refiere también a nuestra real tradición: con la cual podemos contar bajo el techo de una república con la misma seguridad con la que puede acomodarse bajo un imperio. Aquello que de verdad importa es que la gran corriente de sangre se sirva de cada medio y de cada dispositivo ofrecido por el tiempo. Si un enfrentamiento se consuma con los medios de una república o con aquéllos del directorio, en cada caso uno sólo y el mismo será el resultado, siempre que se alcance un tal resultado. En la época del arma blanca se debía vencer con la espada… en el tiempo de las máquinas, con las ametralladoras, los tanques, los enjambres de bombas y los asaltos con gas. En una época patriarcal, un ejército debía tener fe en la lucha por el propio soberano y señor.. en el tiempo de las masas puede uno ilusionarse con afrontar la muerte en nombre de cualquier progreso de naturaleza civil o económica. Las propias ideas, la propia fe y moralidad aparecerán cambiantes según la iluminación de los reflejos de las épocas. Precisamente así: cambiantes deberán ser, y esto no dependerá, por cierto, de las propias visiones particulares, de las preguntas singulares o de objetivos contingentes… dependerá del hecho de que toda la fuerza de aquellas ideas, fe y moralidad, deberá ser realizada en el ámbito del Reich.
También a nosotros nos ha sido impuesto el deber de apuntar hacia tal realización. También nosotros debemos buscar el poner al servicio del Reich las experiencias espantosas legadas al estado moderno, desembarazarnos del abrazo del intelecto que piensa según cálculos y sobreponerle, hasta el grado extremo de oscilación, hasta el último fragmento de hierro, las leyes de la sangre. Sólo entonces viviremos la tradición. Estamos aún bien lejos de ello. Y es justamente la ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual juventud, lo que constituye la señal de una falta de fuerza interior. No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación: empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante.
Preparáos para una nueva batalla de Rosbach (2), que será realizada según las formas más auténticas de nuestro tiempo… y entonces lo antiguo, desde allá arriba, se sentirá por ello de nuevo y sumamente alegre. No escribáis una nueva novela de Federico [el Grande], sino la novela nacional de nuestro tiempo, para la cual la materia la tenéis desplegada ante los ojos, multiforme como la vida misma. No viváis como soñadores en un tiempo perdido, sino buscad crear para la República una fuerza de choque y una potencia orientada según la corriente de la sangre; o si no, si esta República no admite endurecerse, rompedla. No os cozáis a fuego lento en el recuerdo del bastón de mando de Federico Guillermo I (3), que en verdad fue esencial a su debido tiempo, pero dáos cuenta que del tiempo dependen los métodos sociales y que hoy todo se rige sobre la posibilidad de hallar una causa capaz de envolver también al trabajador en el frente nacional, como ya ha sucedido en otros países.
Sed en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro pasado vivirán en el fulcro, en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse en cualquier sala de cine ciudadana.
* * *
La Tradición fue publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), publicación de la organización de excombatientes llamados los Stahlhelm (Cascos de acero): “Die Standarte. Beiträge für di geistige Vertiefung des Frontgedankens. Sonderbeilage des Stahlhelm. Wochenschrift des Frontsoldaten”. (“El Estandarte. Contribución para la profundización del pensamiento del frente. Suplemento extraordinario del semanal de los soldados del frente”) Magdeburgo, año 1, Nº 10 del 8 de Noviembre de 1925, pag.2.
Versión en español de Ángel Sobreviela.
NOTAS:
(1) : la cuarta estrofa del célebre canto eclesiástico de Lutero, titulado Ein feste Burg, dice: “Una sólida fortaleza es nuestro Dios, / una buena defensa y arma. / Nos libera de cada necesidad / que ahora nos golpea. / El antiguo y cruel enemigo tendrá serias razones para temerle; / grande es su potencia, y tan grande su astucia, /, tan temible su armadura. / No tendréis nada igual sobre la tierra”.
(2) : El 5 de Noviembre de 1757, la victoria de ejército prusiano, lograda bajo el mando de Federico el Grande sobre las fuerzas de combate unidas de franceses y de la armada imperial, muy superiores en número, marcó en Rosbach un giro decisivo en la Guerra de los Siete Años.
(3) : Federico Guillermo I (1688-1740), Rey de Prusia desde 1713 a 1740, pretendió de los propios súbditos la disciplina y la sumisión más rigurosas, y él mismo se cuidó de imponerlas personalmente entre el cuerpo de oficiales recurriendo al empleo de la vara.
Las notas al texto pertenecen a Sven Olaf Berggötz, recopilador y editor de la definitiva edición de Politische Publizistik, 1919-1933 de Ernst Jünger (2001, editorial Klett-Cotta, Stoccarda, Alemania).
Sven Olaf Berggötz, nacido en 1965 en Karlsruhe, enseña Ciencias políticas e Historia de las ideas en el Departamento de Ciencias políticas de la Universidad de Bonn.australis-traditio.blogspot.com.ar/
03.04.2013 10:27

 

Artículo III de Formes traditionnelles et cycles cosmiques, Gallimard, París 1970 
En nuestro estudio sobre el  "Lugar de la tradición atlante en el Manvántara", hemos dicho que el significado literal del nombre de Adam es "rojo", y que puede verse en ello uno de los indicios de la vinculación de la tradición hebrea con la tradición atlante, que fue la de la raza roja. Por otra parte, nuestro colega Argos, en su interesante crónica sobre "La sangre y algunos de sus misterios", considera para el nombre Adam una derivación que puede parecer diferente: después de recordar la interpretación acostumbrada según la cual significaría "sacado de la tierra" (adamah), se pregunta si no vendrá más bien de la palabra dam "sangre"; pero la diferencia apenas es más que aparente, no teniendo en realidad todas estas palabras sino una sola e idéntica raíz.  
Conviene observar en primer lugar que, desde el punto de vista lingüístico, la etimología vulgar, que consiste en hacer derivar Adam de adamah -que se traduce por "tierra"- es imposible; la derivación inversa sería más probable; pero, de hecho, ambos sustantivos provienen de una misma raíz verbal, adam, que significa "ser rojo". Adamah, no es, originalmente al menos, la tierra en general (erets), ni el elemento tierra (iabashah, palabra cuyo sentido primitivo indica la "sequedad" como cualidad característica de este elemento); es propiamente la arcilla roja, que, por sus propiedades plásticas, es particularmente apta para representar una cierta potencialidad, una capacidad de recibir formas; y con frecuencia, el trabajo de alfarero se ha tomado como símbolo de la producción de los seres manifestados a partir de la substancia primordial indiferenciada. Es por la misma razón que la "tierra roja" parece tener una importancia particular en el simbolismo hermético, en el que puede tomarse como una de las figuras de la "materia prima", aunque si se entendiera esto en sentido literal, sólo podría desempeñar ese papel de un modo muy relativo, pues ya está dotada de propiedades definidas. Añadamos que el parentesco entre una designación de la tierra y el nombre deAdam, tomado como tipo de la humanidad, vuelve a encontrarse bajo otra forma en la lengua latina, en la cual la palabra humus,"tierra", está también singularmente próxima a homo y a humanus. Por otro lado, si se relaciona más en particular al nombre de Adamcon la tradición de la raza roja, ésta está en correspondencia con la tierra entre los elementos, así como con el occidente entre los puntos cardinales, y esta última concordancia viene a justificar también lo que anteriormente habíamos dicho.  
En cuanto a la palabra dam, "sangre" (que es común al hebreo y al árabe), se deriva también de la misma raíz adam1: la sangre es propiamente el líquido rojo, cosa que en efecto es su característica inmediatamente más evidente. El parentesco entre esa designación de la sangre y el nombre de Adam es pues indiscutible y se explica solo, por derivación de una raíz común; pero esta derivación, aparece como directa tanto para la una como para el otro, y no se puede, a partir de la raíz verbal adam, pasar por el intermedio de dam para llegar al nombre de Adam. Es verdad que podrían considerarse las cosas de otra manera menos estrictamente lingüística, y decir que al hombre se le llama "rojo" a causa de su sangre; pero semejante explicación es poco satisfactoria, porque el hecho de tener sangre no es distintivo del hombre, sino algo que tiene en común con las especies animales, de manera que no puede servir para caracterizarle verdaderamente. De hecho, en el simbolismo hermético, el color rojo es el del reino animal, así como el verde es el del vegetal, y el blanco el del mineral;2 y, en lo que se refiere al color rojo, esto puede relacionarse precisamente con la sangre considerada como el asiento o más bien el soporte de la vitalidad animal propiamente dicha. Por otro lado, si volvemos a la relación más particular del nombre de Adam con la raza roja, no parece que a ésta, a pesar de su color, se la pueda asociar con un predominio de la sangre en la constitución orgánica, porque el temperamento sanguíneo no corresponde a la tierra entre los elementos, sino al fuego; y es la raza negra la que se halla en correspondencia con este último, igual que con el Sur entre los puntos cardinales.  
Señalemos aún, entre los derivados de la raíz adam, la palabra edom, que significa "rojo" y además sólo se diferencia del nombre deAdam por los puntos vocales; en la Biblia, Edom es un sobrenombre de Esaú, de ahí el apelativo de edomitas dado a sus descendientes, y el de Idumea al país que habitaban (y que, en hebreo, es también Edom, pero en femenino). Esto nos recuerda a los "siete reyes de Edom" de los que trata el Zohar, y la estrecha semejanza de Edom con Adam puede ser una de las razones por las que ese nombre se toma aquí para designar a las humanidades desaparecidas, es decir a las de los anteriores Manvántaras.3 Se ve también la relación que presenta este último punto con la cuestión de lo que se ha llamado los "preadamitas": si se considera a Adam como origen de la raza roja y su tradición particular, puede tratarse simplemente de las otras razas que la han precedido en el transcurso del ciclo humano actual; si se lo toma, en un sentido más amplio, como prototipo de toda la humanidad actual, se tratará de esas humanidades anteriores a las que precisamente aluden los "siete reyes de Edom". En cualquier caso, las discusiones a las que esta cuestión ha dado lugar parecen bastante vanas, pues no debería haber ahí ninguna dificultad; de hecho, no la hay al menos para la tradición islámica, en la cual existe un hadîth(palabra del Profeta) que dice que, "antes del Adán que conocemos, Dios creó cien mil Adanes" (es decir un número indeterminado), lo cual es una afirmación tan clara como es posible de la multiplicidad de los períodos cíclicos y las humanidades correspondientes.  
Ya que nos hemos referido a la sangre como soporte de la vitalidad, recordemos que, como hemos tenido ocasión de explicarlo en una de nuestras obras,4 la sangre constituye efectivamente uno de los vínculos del organismo corporal con el estado sutil del ser viviente, estado que es propiamente el "alma" (nephesh haiah del Génesis), es decir, en el sentido etimológico (anima), el principio animador o vivificador del ser. Al estado sutil se le llama en la tradición hindú Taijasa, por analogía con têjas, el elemento ígneo; y, así como el fuego está, según sus cualidades propias, polarizado en luz y calor, el estado sutil está ligado con el estado corporal de dos maneras diferentes y complementarias: por medio de la sangre con respecto a la cualidad calórica, y mediante el sistema nervioso en cuanto a la luminosa. De hecho, la sangre es, incluso desde el simple punto de vista fisiológico, el vehículo del calor animador; y esto explica la correspondencia, que más arriba indicábamos, del temperamento sanguíneo con el elemento fuego. Por otra parte, puede decirse que, en el fuego, la luz representa el aspecto superior, y el calor el aspecto inferior: la tradición islámica enseña que los ángeles fueron creados del "fuego divino" (o de la "luz divina"), y que los que se rebelaron siguiendo a Iblis perdieron la luminosidad de su naturaleza para no conservar de ella más que un calor oscuro.5 Como consecuencia, puede decirse que la sangre se halla en relación directa con el aspecto inferior del estado sutil; y de ahí viene la prohibición de la sangre como alimento, entrañando su ingestión la de aquello que hay de más grosero en la vitalidad animal, y que, al asimilarse y mezclarse íntimamente con los elementos psíquicos del hombre, puede acarrear efectivamente muy graves consecuencias. De ahí también el empleo frecuente de la sangre en las prácticas de magia, incluso en las de hechicería (como atrayendo a las entidades "infernales" por conformidad de naturaleza); pero, por otra parte, esto es también susceptible, bajo ciertas condiciones, de una transposición a un orden superior, de donde los ritos, ya sean religiosos, o incluso iniciáticos (como el "tauróbolo" mitraico), que implican sacrificios animales; como con respecto a esto se ha aludido al sacrificio de Abel opuesto al de Caín, no sangriento, volveremos quizá sobre este último punto en una próxima ocasión. 

 
NOTAS
* Publicado originalmente en la revista Voile d'Isis, diciembre 1931.
1 El aleph inicial, que existe en la raíz, desaparece en el derivado, lo que no es un hecho excepcional; este aleph no constituye de ningún modo un prefijo con significado independiente como lo querría Latouche, cuyas concepciones lingüísticas demasiado a menudo son fantasiosas.
2 Sobre el simbolismo de estos tres colores, ver nuestro estudio El Esoterismo de Dante.
3 Ver El Rey del Mundo, cap. VI, in fine.
4 El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV. Cf. también L'Erreur spirite, p. 116-119.
5 Esto se halla indicado en la relación que en árabe existe entre las palabras nûr, "luz", ynâr, "fuego" (en el sentido de calor).
03.04.2013 10:25

 

 

Publicamos la introducción de un clásico de René Guénon del 1946 sobre el significado de la cifra, el número y  símbolo geométrico en las ciencias antiguas y modernas. El texto completo puede descargarse en la sección flash widget (ver abajo).  No olvidemos que Guénon, además de conocedor de las ciencias tradicionales, fue también matemático de profesión.

Los principios del cálculo infinitesimal

René Guénon

Los matemáticos, en la época moderna, y más particularmente todavía en la época contemporánea, parecen haber llegado a ignorar lo que es verdaderamente el número; y, en eso, no entendemos hablar sólo del número tomado en el sentido analógico y simbólico en que lo entendían los Pitagóricos y los Kabbalistas, lo que es muy evidente, sino incluso, lo que puede parecer más extraño y casi paradójico, del número en su acepción simple y propiamente cuantitativa. En efecto, los matemáticos modernos reducen toda su ciencia al cálculo, según la concepción más estrecha que uno pueda hacerse de él, es decir, considerado como un simple conjunto de procedimientos más o menos artificiales, y que no valen en suma más que por las aplicaciones prácticas a las que da lugar; en el fondo, eso equivale a decir que reemplazan el número por la cifra y, por lo demás, esta confusión del número con la cifra está tan extendida en nuestros días que se la podría encontrar fácilmente a cada instante hasta en las expresiones del lenguaje corriente[1]. Ahora bien, en todo rigor, la cifra no es nada más que la vestidura del número; ni siquiera decimos su cuerpo, ya que, en ciertos aspectos, es más bien la forma geométrica la que puede considerarse legítimamente como constituyendo el verdadero cuerpo del número, así como lo muestran las teorías de los antiguos sobre los polígonos y los poliedros, puestos en relación directa con el simbolismo de los números; y, por lo demás, esto concuerda con el hecho de que toda «incorporación» implica necesariamente una «espacialización». No obstante, no queremos decir que las cifras mismas sean signos enteramente arbitrarios, cuya forma no habría sido determinada más que por la fantasía de uno o de varios individuos; con los caracteres numéricos debe ocurrir lo mismo que con los caracteres alfabéticos, de los que, en algunos lenguas, no se distinguen[2], y se puede aplicar a los unos tanto como a los otros la noción de un origen jeroglífico, es decir, ideográfico o simbólico, que vale para todas las escrituras sin excepción, por disimulado que pueda estar este origen en algunos casos debido a deformaciones o alteraciones más o menos recientes.

Lo que hay de cierto, es que los matemáticos emplean en su notación símbolos cuyo sentido ya no conocen, y que son como vestigios de tradiciones olvidadas; y lo que es más grave, es que no solo no se preguntan cuál puede ser ese sentido, sino que ni siquiera parecen querer que tengan alguno. En efecto, tienden cada vez más a considerar toda notación como una simple «convención», por la que entienden algo que está planteado de una manera enteramente arbitraria, lo que, en el fondo, es una verdadera imposibilidad, ya que jamás se hace una convención cualquiera sin tener alguna razón para hacerla, y para hacer precisamente esa más bien que cualquier otra; es solo a aquellos que ignoran esa razón a quienes la convención puede parecerles arbitraria, de igual modo que no es sino a aquellos que ignoran las causas de un acontecimiento a quienes éste puede parecerles «fortuito»; en efecto, eso es lo que se produce aquí, y se puede ver en ello una de las consecuencias más extremas de la ausencia de todo principio, ausencia que llega hasta hacer perder a la ciencia, o supuestamente tal, pues entonces ya no merece verdaderamente ese nombre bajo ningún aspecto, toda significación plausible. Por lo demás, debido al hecho mismo de la concepción actual de una ciencia exclusivamente cuantitativa, ese «convencionalismo» se extiende poco a poco desde las matemáticas a las ciencias físicas, en sus teorías más recientes, que así se alejan cada vez más de la realidad que pretenden explicar; hemos insistido suficientemente sobre esto en otra obra como para dispensarnos de decir nada más a este respecto, tanto más cuanto que es solo de las matemáticas de lo que vamos a ocuparnos ahora más particularmente. Desde este punto de vista, solo agregaremos que, cuando se pierde tan completamente de vista el sentido de una notación, es muy fácil pasar del uso legítimo y válido de ésta a un uso ilegítimo, que ya no corresponde efectivamente a nada, y que a veces puede ser incluso completamente ilógico; esto puede parecer bastante extraordinario cuando se trata de una ciencia como las matemáticas, que debería tener con la lógica lazos particularmente estrechos, y, sin embargo, es muy cierto que se pueden señalar múltiples ilogismos en las nociones matemáticas tales como se consideran comúnmente en nuestra época.

Uno de los ejemplos más destacables de esas nociones ilógicas, y que tendremos que considerar aquí ante todo, aunque no será el único que encontraremos en el curso de nuestra exposición, es el del pretendido infinito matemático o cuantitativo, que es la fuente de casi todas las dificultades que se han suscitado contra el cálculo infinitesimal, o, quizás más exactamente, contra el método infinitesimal, ya que en eso hay algo que, piensen lo que piensen los «convencionalistas», rebasa el alcance de un simple «cálculo» en el sentido ordinario de esta palabra; sólo hay que hacer una excepción con aquellas de las dificultades que provienen de una concepción errónea o insuficiente de la noción de «límite», indispensable para justificar el rigor de este método infinitesimal y para hacer de él otra cosa que un simple método de aproximación. Por lo demás, como lo veremos, hay que hacer una distinción entre los casos en que el supuesto infinito no expresa más que una absurdidad pura y simple, es decir, una idea contradictoria en sí misma, como la del «número infinito», y aquellos en los que sólo se emplea de una manera abusiva en el sentido de indefinido; pero sería menester no creer por eso que la confusión misma del infinito y de lo indefinido se reduce a una simple cuestión de palabras, ya que recae verdaderamente sobre las ideas mismas. Lo que es singular, es que esta confusión, que hubiera bastado disipar para atajar tantas discusiones, haya sido cometida por Leibnitz mismo, a quien se considera generalmente como el inventor del cálculo infinitesimal, y a quien llamaríamos más bien su «formulador», ya que este método corresponde a algunas realidades, que, como tales, tienen una existencia independiente de aquel que las concibe y que las expresa más o menos perfectamente; las realidades del orden matemático, como todas las demás, sólo pueden ser descubiertas y no inventadas, mientras que, por el contrario, es de «invención» de lo que se trata cuando, así como ocurre muy frecuentemente en este dominio, uno se deja arrastrar, debido a un «juego» de notación, a la fantasía pura; pero, ciertamente, sería muy difícil hacer comprender esta diferencia a matemáticos que se imaginan gustosamente que toda su ciencia no es ni debe ser nada más que una «construcción del espíritu humano», lo que, si fuera menester creerles, la reduciría ciertamente a ser  muy poca cosa en realidad. Sea como sea, Leibnitz no supo nunca explicarse claramente sobre los principios de su cálculo, y eso es lo que muestra que había algo en ese cálculo que le rebasaba y que se imponía en cierto modo a él sin que tuviera consciencia de ello; si se hubiera dado cuenta, ciertamente no se hubiera enredado en una disputa de «prioridad» sobre este tema con Newton, y, por lo demás, ese tipo de disputas son siempre perfectamente vanas, ya que las ideas, en tanto que son verdaderas, no podrían ser la propiedad de nadie, a pesar del «individualismo» moderno, ya que es sólo el error lo que puede atribuirse propiamente a los individuos humanos. No nos extenderemos más sobre esta cuestión, que podría llevarnos bastante lejos del objeto de nuestro estudio, aunque quizás no sea inútil, en algunos aspectos, hacer comprender que el papel de lo que se llama los «grandes hombres» es frecuentemente, en una buena medida, un papel de «receptores», de suerte que, generalmente, ellos mismos son los primeros en ilusionarse sobre su «originalidad».

 

Lo que nos concierne más directamente por el momento, es esto: si tenemos que constatar tales insuficiencias en Leibnitz, e insuficiencias tanto más graves cuanto que recaen especialmente sobre las cuestiones de principios, ¿qué será entonces con los demás filósofos y matemáticos modernos, a los que, ciertamente, Leibnitz es muy superior a pesar de todo? Esta superioridad, se debe, por una parte, al estudio que había hecho de las doctrinas escolásticas de la edad media, aunque no siempre las haya comprendido enteramente, y, por otra, a algunos datos esotéricos, de origen o de inspiración principalmente rosacruciana[3], datos evidentemente muy incompletos e incluso fragmentarios, y que, por lo demás, a veces le ocurrió aplicar bastante mal, como veremos algunos ejemplos de ello aquí mismo; para hablar como los historiadores, es a estas dos «fuentes» a las que conviene referir, en definitiva, casi todo lo que hay de realmente válido en sus teorías, y eso es también lo que le permite reaccionar, aunque imperfectamente, contra el cartesianismo, que representaba entonces, en el doble dominio filosófico y científico, todo el conjunto de las tendencias y de las concepciones más específicamente modernas. Esta precisión basta en suma para explicar, en pocas palabras, todo lo que fue Leibnitz, y, si se le quiere comprender, sería menester no perder de vista nunca estas indicaciones generales, que, por esta razón, hemos creído bueno formular desde el comienzo; pero es tiempo de dejar estas consideraciones preliminares para entrar en el examen de las cuestiones mismas que nos permitirán determinar la verdadera significación del cálculo infinitesimal.


[1] ¡Ocurre lo mismo con los «pseudoesoteristas» que saben tan poco de lo que quieren hablar que nunca dejan de cometer esta misma confusión en las elucubraciones fantásticas con las que tienen la pretensión de sustituir a la ciencia tradicional de los números!

 

[2] El hebreo y el griego están en ese caso, y el árabe lo estaba igualmente antes de la introducción del uso de las cifras de origen indio, que después, modificándose más o menos, pasaron de ahí a la Europa de la edad media; se puede destacar a este propósito que la palabra «cifra» misma no es otra cosa que el árabe ·ifr, aunque éste no sea en realidad mas que la designación del cero. Por otra parte, es verdad que en hebreo, saphar significa «contar» o «númerar» al mismo tiempo que «escribir», de donde sepher «escritura» o «libro» (en árabe sifr, que designa particularmente un libro sagrado), y sephar, «numeración» o «cálculo»; de esta última palabra viene también la designación de losSephiroth de la Kabbala, que son las «numeraciones» principiales asimiladas a los atributos divinos.

[3] La marca innegable de ese origen se encuentra en la figura hermética colocada por Leibnitz en la portada de su tratado De Arte combinatoria: es una representación de la Rota Mundi, en la que, en el centro de la doble cruz de los elementos (fuego y agua, aire y tierra) y de las cualidades (caliente y frío, seco y húmedo), la quinta essentia está simbolizada por una rosa de cinco pétalos (que corresponde al éter considerado en sí mismo como principio de los otros cuatro elementos); ¡naturalmente, esta signatura ha pasado completamente desapercibida para todos los comentadores universitarios!

 

03.04.2013 10:23

 

Abd Al-Wahid yahia (René Guénon)

 

El "Trono" divino que rodea todos los mundos (El-Arsh El-Muhît) es representado, como es fácil de comprender, por una figura circular; en el centro está Er-Rûh, como lo explicamos en otra parte; y el "Trono" está sostenido por ocho ángeles que están colocados en la circunferencia, los cuatro primeros en los cuatro puntos cardinales y los otros cuatro en los cuatro puntos intermedios. Los nombres de estos ocho ángeles están formados por otros tantos grupos de letras, tomadas siguiendo el orden de sus valores numéricos, de tal modo que el conjunto de estos nombres comprende la totalidad de las letras del alfabeto.9

 

Conviene hacer aquí una observación: naturalmente se trata del alfabeto de 28 letras; pero se dice que el alfabeto árabe no tenía primero más que 22 letras, que correspondían exactamente a las del alfabeto hebraico; de ahí la distinción que se hace entre el pequeño Jafr que sólo utiliza estas 22 letras y el gran Jafr que emplea las 28 tomándolas todas con valores numéricos distintos. Por otra parte, se puede decir que las 28 (2 + 8 =10) están contenidas en las 22 (2 + 2 = 4) como 10 está contenido en 4, según la fórmula de la Tetraktys pitagórica: 1 + 2 + 3 + 4= 10; (1) y, de hecho, las seis letras suplementarias no son más que modificaciones de otras tantas letras primitivas, de las que están formadas por la simple añadidura de un punto, y a las que se reducen de inmediato por la supresión de este mismo punto. Estas seis letras suplementarias son las que componen los dos últimos de los ocho grupos de los que acabamos de hablar; es evidente que si no se las considerara como letras distintas, estos grupos se encontrarían modificados sea en cuanto a su número sea en cuanto a su composición. Por consiguiente, el paso del alfabeto de 22 letras al alfabeto de 28 ha debido necesariamente introducir un cambio en los nombres angélicos de que se trata, luego en las "entidades" que estos nombres representan; pero, por muy extraño que pueda parecer a algunos, es en realidad normal que sea así, pues todas las modificaciones de las formas tradicionales, y en particular las que afectan la constitución de las lenguas sagradas, deben tener, en efecto, sus "arquetipos" en el mundo celeste.

 

Dicho esto, la distribución de las lenguas y los nombres es la siguiente:

 

En los cuatro puntos cardinales:

 

Al Este: A B J a D; (2)

 

Al Oeste: Ha Wa Z;

 

Al Norte: H a T a Y;

 

Al Sur: Ka L Ma N.

 

En los cuatro puntos intermedios:

 

Al Noreste: Sa A Fa C

 

Al Noroeste: Q a RS ha T;

 

Al Sureste: T ha Kh a D h;

 

Al Suroeste: D a Za Gh.

 

Se observará que cada uno de estos dos conjuntos de cuatro nombres contiene exactamente la mitad del alfabeto, o sea 14 letras, que están repartidas del siguiente modo:

 

En la primera mitad:

 

4+3+3+4 =14;

 

En la segunda mitad:

 

4+4+3+3 =14.

 

Los valores numéricos de los ocho nombres, formados por la suma de los de sus letras, son, tomándolas natural mente en el mismo orden que aquí arriba:

 

1+2+3+4 =10

 

5+6+7 = 18:

 

8+9+10= 27;

 

20 + 30+ 40 + 50 = 140;

 

60+70+80+90 = 300;

 

100+200 + 300 +400 = 1000;

 

500+600+700 = 1800;

 

800+900 + 1000 = 2700.

 

Los valores de los tres últimos nombres son iguales a los de los tres primeros multiplicados por 100 lo que es, por lo demás, evidente, si se observa que los tres primeros contienen los números de 1 a 10 y los tres últimos las centenas de 100 a 1000; estando igualmente repartidos unos y otros en 4 + 3 + 3

 

El valor de la primera mitad del alfabeto es la suma de los cuatro primeros nombres:

 

10+18+27+140 = 195.

 

Asimismo, el de la segunda mitad es la suma de los de los cuatro últimos nombres:

 

300 + 1000 + 1800 + 2700 = 5800.

 

Por último, el valor total del alfabeto entero es:

 

195+5800 = 5995.

 

Este número 5995 es notable por su simetría: su parte central es 99, número de los nombres "atributivos" de Allâh; sus cifras extremas forman 55, suma de los diez primeros números, en los que el denario se encuentra, por otra parte, dividido en sus dos mitades (5 + 5 = 10); además 5 + 5 = 10 y 9+9 = 18 son los valores numéricos de los dos primeros nombres.

 

Uno puede darse cuenta mejor del modo en que el número 5995 es obtenido partiendo del alfabeto según otra división, en tres series de nueve letras más una letra aislada: la suma de los nueve primeros números es 45, valor numérico del nombre de Adam (1+4+40 = 45, es decir, desde el punto de vista de la jerarquía esotérica El-Qutb El-Ghawth en el centro, los cuatro Awtâd en los cuatro puntos cardinales y los cuarenta Anjâb en la circunferencia); la de las decenas, de 10 a 90 es 45 x 10 y la de las centenas, de 100 a 900, 45 x 100; el conjunto de las sumas de estas tres series novenarias es pues el producto de 45 x 111, el número "polar" que es el de la alif "desarrollada": 45 x 11 = 4995; hay que añadirle el número de la última letra, 1000, unidad del cuarto grado que termina el alfabeto como la unidad del primer grado la comienza, y así se tiene finalmente 5995.

 

Por último, la suma de las cifras de este número es 5 + 9 + 9 + 5 = 28, es decir, el mismo número de las letras del alfabeto del que representa el valor total.

 

Sin duda, se podrían desarrollar todavía muchas otras consideraciones partiendo de estos datos, pero estas pocas indicaciones bastarán para que se pueda al menos tener una idea de algunos de los procedimientos de la ciencia de las letras y de los números en la tradición islámica.

 

NOTAS:

 

(*). Publicado originalmente en “Etudes Traditionnelles”, VIII-IX, 1938, p. 324-327.

 

(1). Véase La Tetraktys et le carré de quatre, (número de abril, 1927).

 

(2). Sin duda, la alif y la ba se colocan aquí como todas las demás letra del alfabeto, en su lugar numérico: eso no hace intervenir en nada las consideraciones simbólicas que exponemos por otra parte, y que les dan, además otro papel más especial.  

 
 

 

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